VERANO de 247521 de Junio — 20 de Septiembre
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Phoenix D. Langdon
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Phoenix D. Langdon
Family with no name — 0-4
Birdie É. Barlowe
Little bróðir — 0.1
Syver A. Nygaard
Williams, Ezra Avery
The Mighty Fall
Gallagher, Cillian Brennan
The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Taller, 13 de agosto
Recogió su pelo en una alta y desordenada coleta que apretó con más fuerza de la planeada. El color brillaba por su ausencia en la piel de la veela, remarcando aún más las ojeras que marcaban la parte inferior de sus ojos y el desgaste físico que había sufrido después de estar encerrada dos semanas en el hospital, y algunos días más en casa puesto que no terminaba de encontrarse bien. Pero tenía cosas que atender, asuntos que necesitaban de su atención después de haber conseguido ‘entablar cierta amistad’ con la que fue su carcelera. La información era algo importante con todo lo que estaba sucediendo, y mucho más cuando a sus manos llegó una copia del boletín informativo en el cual se relataba cierta información relacionada con un asalto a un vagón de carga por parte de la facción de Richter. Nunca le prestó atención a aquel hombre, no al menos demasiada, hasta aquel preciso instante. Para organizar aquello debían de tener dentro del distrito nueve a personas relacionadas con él; y lo cierto es que la idea le molestaba de sobremanera, sobre todo teniendo en cuenta el artículo que había estado leyendo miles de veces durante su aislamiento. El tiempo a solas, sin tener nada que hacer, le había dado tiempo a dar miles de vueltas al asunto; tanto así que cuando salió lo primero que hizo fue dirigirse a los registros de viviendas. Conocer a todos aquellos que habían llegado después de ellos al distrito, saber si eran magos o humanos y a qué se dedicaban dentro del mismo. En un inicio parecía demasiado invasivo preguntar la sangre de las personas que pasaban a residir en el mismo, pero solo formaba parte de un protocolo de seguridad que no infringía de modo alguno el derecho a la intimidad de la persona. No porque nadie tenía acceso a los mismos…. Excepto los miembros del Consejo en determinadas y tasadas ocasiones.
Ojeó los archivos, pasando las hojas con la misma rapidez que sus ojos podían leer los nombres. Buscando un nombre en concreto; un hombre del que había acabado hablando con la enfermera, uno que recibió tratamiento por varias heridas semanas atrás. Derek. Arrugó los labios, podía ser solo un tipo normal y que solo fuera la paranoia que aún cargaba con ella, pero tenía buen ojo. Los años ejerciendo como jueza no habían pasado en balde, y allí estaba la recompensa. Derek Shepherd, humano, mecánico. Golpeteó en un par de ocasiones el nombre de la lista. Quería ‘confiar’ en las intenciones de todos lo que habían decidido unírseles, pero teniendo en cuenta las noticias y todo lo acontecido con los inferis no podía más que dudar de todos y cada uno de los recién llegados por mucho que estuvieran haciendo un completo trabajo de integración.
Se aclaró la garganta un par de veces de camino al lugar, aprovechando la incursión para caminar un par de minutos y organizar sus pensamientos sobre el tema. No lo había consultado con nadie, y puede que quizás Amber tuviera que estar al tanto, pero no dejaría a nadie en evidencia ni sería agresiva como para comprometer la paz del distrito. Solo quería hablar con él y poder sacar algunas ideas en claro para descartarlo. Y la verdad es que, aunque no lo conocía, quería borrarlo de la lista y pensar que nada estaba ocurriendo realmente; que solo era un engaño más para volverlos unos contra los otros… pero las imágenes eran demasiado claras como para ignorarlas. Se asomó por la amplia puerta de garaje, refugiándose del veraniego sol. Se recoló un mechón de cabello tras la oreja mientras analizaba con la mirada la habitación. — ¿Hay alguien? — acabó por preguntar elevando ligeramente la voz para ser escuchada.
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Despido al último cliente en el taller con la paciencia agotada de escuchar sobre lo que pasó en la estación de trenes hace unas semanas y que obligó a varios de los principales líderes del distrito a aislarse por un virus que algunos susurraban que podía ser mortal, una manera distinta al tradicional veneno en el vino para matar a los enemigos. De por sí tengo poca tolerancia a los intentos de conversación de la gente cuando lo único que necesitan de mí es que haga mi trabajo y de eso me ocupo, escuchar el mismo relato que solo varía en especulaciones me lleva a hacer oídos sordos mientras hablan y me esfuerzo en no poner los ojos en blanco cuando vuelven a apuntar a Hermann Richter como el culpable del virus que trajeron los inferis del tren. ¿Este es de los casos que podemos decir que mala publicidad sigue siendo publicidad? No he hablado con Hermann en estos días como para saber si esto también sacia el gusto que tiene porque lo pongan en pantalla, y salvo que él lo diga, tampoco soy de los que preguntan. Pretendo encargarme de lo mío, hacer mi parte, no cruzarme las líneas, mantener un perfil bajo mientras atiendo los desperfectos de las máquinas de los granjeros, y lo último que quiero es que cuando doy por terminado el día, se presente la misma Arianne Brawn en la suciedad de un taller que hasta ahora me sirvió de escondite dentro de los rebeldes del distrito 9 ¾.
Tomo el primer trapo que encuentro al alcance para quitarme la mugre de las manos al avanzar entre las maquinarias en desuso o en reparación que se amontonan en el galpón, espero que verme responda a su pregunta y conservo una distancia de unos pocos metros que me permita medir que tan comprometedor puede ser para mi situación que se encuentre aquí. Creía que nadie había notado nuestra ausencia esa noche fuimos a asaltar el vagón, a Olivia que está más cerca de Black no le hicieron preguntas y también creo que Sam se mueve por todo el distrito sin levantar sospechas, pero no creo que la mujer que se encarga de condenar a la gente en este distrito se pase por el taller en una visita de simpatía o a pedir que le arreglen una cosechadora. De hecho, no suelo escuchar que se la tilde de simpática. —¿Necesita algo?— pregunto, le echo una mirada apreciativa de arriba abajo y también recuerdo que habían dicho que algunas de las líderes del distrito tenían algo de veelas, por si la magia en algunas personas no fuera suficiente amenaza, también están quienes tienen otros dones y debo hacer cara a eso siendo un humano. Me inquieta que se metan donde me resguardo como si fueran un farol que busca hacerme salir, así que planto mis pies donde estoy parado y pregunto sin vueltas: —¿O busca a alguien por una cuestión en particular?
Tomo el primer trapo que encuentro al alcance para quitarme la mugre de las manos al avanzar entre las maquinarias en desuso o en reparación que se amontonan en el galpón, espero que verme responda a su pregunta y conservo una distancia de unos pocos metros que me permita medir que tan comprometedor puede ser para mi situación que se encuentre aquí. Creía que nadie había notado nuestra ausencia esa noche fuimos a asaltar el vagón, a Olivia que está más cerca de Black no le hicieron preguntas y también creo que Sam se mueve por todo el distrito sin levantar sospechas, pero no creo que la mujer que se encarga de condenar a la gente en este distrito se pase por el taller en una visita de simpatía o a pedir que le arreglen una cosechadora. De hecho, no suelo escuchar que se la tilde de simpática. —¿Necesita algo?— pregunto, le echo una mirada apreciativa de arriba abajo y también recuerdo que habían dicho que algunas de las líderes del distrito tenían algo de veelas, por si la magia en algunas personas no fuera suficiente amenaza, también están quienes tienen otros dones y debo hacer cara a eso siendo un humano. Me inquieta que se metan donde me resguardo como si fueran un farol que busca hacerme salir, así que planto mis pies donde estoy parado y pregunto sin vueltas: —¿O busca a alguien por una cuestión en particular?
En realidad había días en los que odiaba con toda su alma en lo que se había convertido. No terminaba de adaptarse del todo a las comprometidas situaciones que su aura podía provocar y, por ello, prefería mantenerse más aislada de los demás. Dar la cara solo cuando fuera necesario hacerlo. Pero no podía negar que en algunas ocasiones era beneficioso tener aquel tipo de poder de su lado por mucho que fuera más fuerte que ella misma y se descontrolara cuando quería. Alejarse de los demás, crear su propia burbuja de desesperación y soledad no era algo nuevo para la rubia que se había adaptado demasiado bien al regreso de la soledad a su vida. ¿Qué no estaba realmente sola? Cierto. Se podía pensar aquello con mirar al exterior pero, como siempre, la vida de una persona no era solo lo que dejaba ver al exterior; lo que se permitía que los demás vieran. Volvió el rostro hacia un lado, dejando ir una débil tos que le llevaba un rato molestándole en la garganta. Aquella la enfadaba aún más. El mero hecho de pensar lo mucho que se habían arriesgado, las personas a las que habían perdido para conseguir aquel lugar y que hubiera algunos minando la confianza que trataban de crear allí, la cabreaba. Mucho. Había abierto a su alrededor un pequeño círculo de personas a las que apreciaba y podían haber salido heridas, o algo peor, después de lo ocurrido en la estación de tren, así que no estaba demasiado dispuesta a dejar las cosas marchar como si nada hubiera ocurrido.
Las apariencias hacían demasiado. Y ella había visto a demasiadas personas fingir ser algo que no eran. Por ello la sonrisa de cordialidad no apareció en sus labios. Lo siguió con la mirada, haciéndose un breve esquema de él en los escasos segundos que tardó en hablar. Entonces fue cuando buscó con sus ojos los contrarios. Respiró con suma tranquilidad, dando un paso en su dirección, ya que él no parecía querer hacerlo. — Me ahorraré la presentación. — comentó con un leve encogimiento de hombros que no decía demasiado de la actitud de la veela. Solo calma y serenidad en su justa medida. — Estoy buscando a Derek Sheperd. — contestó a su pregunta sin dar demasiados rodeos y señalándolo con una mano. No es como si dispusiera de todo el tiempo del mundo teniendo en cuenta que había perdido dos semanas enteras de trabajo. — Supongo que ha visto las filmaciones que el Ministerio de Magia divulgó de un grupo de personas acompañando al señor Richter al asalto de un vagón de carga que, posteriormente, acabó infectando con algún tipo de enfermedad grave a ciudadanos de éste distrito. — quiso ponerlo en situación primero, yendo directamente al kit de la cuestión. — La confianza en éste distrito ha sido algo que se ha estado dando facilidad, y del mismo modo ésta se puede romper. Por ello estoy aquí para un breve control rutinario. — continuó golpeando los labios. — No es algo de lo que preocuparse demasiado si uno está haciendo las cosas correctamente. — agregó como si de aquella manera quisiera darle algo de confianza en que no estaba pasando nada allí y que no tenía nada que temer. — Entonces, ¿puedo hacerle unas tres o cuatro preguntas? — pidió permiso para ello aun sabiendo la respuesta, porque si se negaba era algo sospechoso, y la veela no se iría de allí sin, al menos, un ‘no tengo nada que ver’ o ‘lo siento, fue mi error’.
Las apariencias hacían demasiado. Y ella había visto a demasiadas personas fingir ser algo que no eran. Por ello la sonrisa de cordialidad no apareció en sus labios. Lo siguió con la mirada, haciéndose un breve esquema de él en los escasos segundos que tardó en hablar. Entonces fue cuando buscó con sus ojos los contrarios. Respiró con suma tranquilidad, dando un paso en su dirección, ya que él no parecía querer hacerlo. — Me ahorraré la presentación. — comentó con un leve encogimiento de hombros que no decía demasiado de la actitud de la veela. Solo calma y serenidad en su justa medida. — Estoy buscando a Derek Sheperd. — contestó a su pregunta sin dar demasiados rodeos y señalándolo con una mano. No es como si dispusiera de todo el tiempo del mundo teniendo en cuenta que había perdido dos semanas enteras de trabajo. — Supongo que ha visto las filmaciones que el Ministerio de Magia divulgó de un grupo de personas acompañando al señor Richter al asalto de un vagón de carga que, posteriormente, acabó infectando con algún tipo de enfermedad grave a ciudadanos de éste distrito. — quiso ponerlo en situación primero, yendo directamente al kit de la cuestión. — La confianza en éste distrito ha sido algo que se ha estado dando facilidad, y del mismo modo ésta se puede romper. Por ello estoy aquí para un breve control rutinario. — continuó golpeando los labios. — No es algo de lo que preocuparse demasiado si uno está haciendo las cosas correctamente. — agregó como si de aquella manera quisiera darle algo de confianza en que no estaba pasando nada allí y que no tenía nada que temer. — Entonces, ¿puedo hacerle unas tres o cuatro preguntas? — pidió permiso para ello aun sabiendo la respuesta, porque si se negaba era algo sospechoso, y la veela no se iría de allí sin, al menos, un ‘no tengo nada que ver’ o ‘lo siento, fue mi error’.
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—Puede hacerlo— digo, piso su voz con la mía, —se quién es, Brawn—, como ella también parece saber que soy la persona que está buscando bajo el nombre de Derek Shepherd, el mismo que llevo desde que nací porque no me he visto obligado como otros humanos fugitivos a conseguir una identidad falsa para errar por el norte. Eso mismo podría volverse motivo de sospecha, ¿no? Nunca estuve en el mercado, no llevo la marca que otros humanos recibieron al ser rebajados a la condición de esclavos. Mi paranoia se acrecienta con cada paso que da y procuro que nada en mi rostro deje traslucir mis pensamientos, guardo el trapo mugroso en el bolsillo trasero de mi pantalón, para poder cruzarme de brazos como la postura más clara que demuestra mi resistencia a la invasión que hace del lugar donde trabajo. —Eso es lo que está rumoreando la gente— contesto escuetamente, es una frase que no dice nada, no sobre mí. Mis ojos se cruzan con los suyos en lo que sería la actitud más adecuada de quien no tiene nada para esconder, una doble trampa porque sí tengo algo que esconder y desconfío de poder hacerlo al sostener la mirada de una veela, así que la aparto disimuladamente como si hubiera algo que requiriera de mi atención en el vacío del aire. Me aprovecho de sus últimas palabras para quebrar mi postura y moverme por el galpón, así espanto esta sensación de sentirme acorralado por una presencia que está aturdiendo mis sentidos.
Finjo despreocupación cuando me recargo contra una de las máquinas y acomodo mis codos para que parezca que estoy cómodo para una charla. —Tengo trabajo que hacer, sí solo serán unos minutos no tengo problema…— respondo, es lo correcto. —Pero, ¿por qué se encarga de esto la jueza del distrito y no alguien de seguridad? ¿Será un interrogatorio o un juicio?— es posible que esté haciendo una provocación que no me conviene, pero estoy casi seguro que tiene una pista de algo si se encarga ella en vez de mandar a alguien más. A cualquier otro imbécil podría darle respuestas tajantes, no suele temblarme la voz cuando tengo que mentir, se vuelve un juego impredecible cuando la persona que está parada cerca hace sentir su presencia con una fuerza magnética que me lleva a fijar mi mirada y no poder apartarla. Si son preguntas a las que puedo darle monosílabos, la tendré fuera del taller pronto. —Puede comenzar, Brawn— indico, —y si puede lanzarlo todo de una única vez, acabaremos con esto más rápido— la apremio a hacerlo de esta manera, dándole un voto de confianza a mi resistencia por al menos unos minutos, lo que tarde en negar todo lo que me incrimine.
Finjo despreocupación cuando me recargo contra una de las máquinas y acomodo mis codos para que parezca que estoy cómodo para una charla. —Tengo trabajo que hacer, sí solo serán unos minutos no tengo problema…— respondo, es lo correcto. —Pero, ¿por qué se encarga de esto la jueza del distrito y no alguien de seguridad? ¿Será un interrogatorio o un juicio?— es posible que esté haciendo una provocación que no me conviene, pero estoy casi seguro que tiene una pista de algo si se encarga ella en vez de mandar a alguien más. A cualquier otro imbécil podría darle respuestas tajantes, no suele temblarme la voz cuando tengo que mentir, se vuelve un juego impredecible cuando la persona que está parada cerca hace sentir su presencia con una fuerza magnética que me lleva a fijar mi mirada y no poder apartarla. Si son preguntas a las que puedo darle monosílabos, la tendré fuera del taller pronto. —Puede comenzar, Brawn— indico, —y si puede lanzarlo todo de una única vez, acabaremos con esto más rápido— la apremio a hacerlo de esta manera, dándole un voto de confianza a mi resistencia por al menos unos minutos, lo que tarde en negar todo lo que me incrimine.
Y entonces sí dejó ir una divertida sonrisa que se extendió por su rostro con facilidad. Porque hacía demasiado tiempo que no llevaba a cabo trabajo de ‘campo’ como aquel; y le resultaba demasiado divertida la incomodidad que estaba creando en el hombre sin, si quiera, haber empezado a hablar realmente. ¿Cuándo ocurrió aquello por última vez? Puede que cuando Weynart la pilló escondida en el once y lo acorraló contra la pared. — ¿Qué opinas de ese rumor? Acabo de salir del hospital y, la verdad, no he tenido tiempo de escuchar rumores… ¿La gente opina que se trata de un grupo de humanos que está escondido en el norte o entre nosotros? — cuestionó con verdadera curiosidad. Porque sabía de buena mano que no era bueno realizar preguntas que se pudiera contestar con un simple monosílabo. Años y años de interrogatorios en el Wizengamot hacían que tuviera algún que otro as bajo la manga cuando se trataba de hablar con otros… o de sacarles algún tipo de información por muy insignificante que fuera.
Para juzgar a otros no se debían escuchar rumores, ni siquiera inocentes comentarios de personas con buenas intenciones, debían de cernirse a los hechos y las pruebas que hubiera sobre ello. Seguir evidencias o pistas, pero no hacerse juicios sobre lo que otros pudieran opinar o no; porque los rumores raramente estaban dentro de contexto. Los escuchó con atención, siguiéndolo con la mirada y aventurándose un poco más al interior del humilde taller que disponía. — No soy exactamente la jueza del distrito, mis tareas son más… ¿burocráticas? Ya sabe, papeleo y elaborar unas normas que nos traten todos como iguales en éste distrito. — explicó con tono divertido. Que era cierto que tenía cierta mano en los juicios, pero no quería romper la separación de poderes siendo la que escribe las leyes y también la que las ejecuta; aquello rompía con demasiados principios generales del derecho. — Los miembros de seguridad están muy ocupados ahora mismo y son demasiado impacientes, yo soy más paciente y persuasiva. — insinuó con total naturalidad y tranquilidad en su tono de voz, pasando un par de dedos por el polvoriento capó de una pequeña máquina de labrar. — De acuerdo. — accedió sacudiendo los dedos en el aire para quitarse la suciedad de los mismos.
— ¿Por qué decidió venir al distrito nueve? —. La primera pregunta, una de la que sabía la respuesta pero, aun así ejecutó. — ¿Por qué fue al hospital con unas heridas pocos días después de la fecha que indica la grabación de Richter? — señalizó con dos dedos la segunda respuesta, arrugando los labios y girando un poco sobre sí misma, observando el lugar que la rodeaba como si hubiera captado su atención de algún modo. — Preguntarle qué estaba haciendo aquella noche será demasiado cliché y la respuesta tendrá que ver con el trabajo del taller o alguna película que vió por internet; así que me ahorraré esa pregunta. — habló chasqueando la lengua. — Las dos que me quedan las haré cuando sepa las respuestas a las anteriores. — asintió ligeramente con la cabeza, moviéndose por el lugar, tratando de acortar las distancias del modo más sutil que podía.
Para juzgar a otros no se debían escuchar rumores, ni siquiera inocentes comentarios de personas con buenas intenciones, debían de cernirse a los hechos y las pruebas que hubiera sobre ello. Seguir evidencias o pistas, pero no hacerse juicios sobre lo que otros pudieran opinar o no; porque los rumores raramente estaban dentro de contexto. Los escuchó con atención, siguiéndolo con la mirada y aventurándose un poco más al interior del humilde taller que disponía. — No soy exactamente la jueza del distrito, mis tareas son más… ¿burocráticas? Ya sabe, papeleo y elaborar unas normas que nos traten todos como iguales en éste distrito. — explicó con tono divertido. Que era cierto que tenía cierta mano en los juicios, pero no quería romper la separación de poderes siendo la que escribe las leyes y también la que las ejecuta; aquello rompía con demasiados principios generales del derecho. — Los miembros de seguridad están muy ocupados ahora mismo y son demasiado impacientes, yo soy más paciente y persuasiva. — insinuó con total naturalidad y tranquilidad en su tono de voz, pasando un par de dedos por el polvoriento capó de una pequeña máquina de labrar. — De acuerdo. — accedió sacudiendo los dedos en el aire para quitarse la suciedad de los mismos.
— ¿Por qué decidió venir al distrito nueve? —. La primera pregunta, una de la que sabía la respuesta pero, aun así ejecutó. — ¿Por qué fue al hospital con unas heridas pocos días después de la fecha que indica la grabación de Richter? — señalizó con dos dedos la segunda respuesta, arrugando los labios y girando un poco sobre sí misma, observando el lugar que la rodeaba como si hubiera captado su atención de algún modo. — Preguntarle qué estaba haciendo aquella noche será demasiado cliché y la respuesta tendrá que ver con el trabajo del taller o alguna película que vió por internet; así que me ahorraré esa pregunta. — habló chasqueando la lengua. — Las dos que me quedan las haré cuando sepa las respuestas a las anteriores. — asintió ligeramente con la cabeza, moviéndose por el lugar, tratando de acortar las distancias del modo más sutil que podía.
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Cuadro mi mandíbula al tener que dar una opinión que no quiero debido a un comentario al pasar que esperaba dejara esa parte de la conversación atrás, pero el silencio por terquedad me expone a ser cuestionado así que intento librarme del interrogatorio tan directo con otra evasiva. —Siempre he creído que las opiniones se deben hacer en base a información con la que se cuenta y no tengo la necesaria para dar la mía, me limito a mi trabajo en el taller como para interesarme lo que ocurra en los trenes que van y vienen— pongo una distancia ficticia con todo el conflicto fuera de este distrito, así como trato de sostener otra que me aparte unos pasos de ella. La segunda pregunta queda pendiente, podría dejarla así, responder sería una contradicción a decir que no cuento con información y a la vez, ella solo me pide lo que dice la gente. —Richter está fuera del distrito, ¿no? Y a quienes se les acusa son humanos que siguen a Richter, deben de estar escondidos en algún hueco del norte— digo, me arriesgo a una salvación o una condena por esta declaración, dependiendo de lo que ella debe saber y la ha traído aquí en primer lugar.
—Este es el lugar menos burocrático del distrito— comento al abarcar todo el taller con mi mano, de esa manera insisto en lo extraño que es tenerla en este sitio y lo confuso que se hace verla avanzar con una sonrisa, la cual las últimas palabras que usaría para describir serían paciente y persuasiva, porque la persuasión se da en otros términos, cuando lo practica una veela se torna en algo muy distinto y ella debe saberlo. —Hay mucho para hacer en cuanto a que todos seamos iguales en este distrito, ¿segura que no quiere volver a su oficina a seguir con su trabajo y a mi dejarme hacer el mío?— pregunto, siendo hosco con toda intención, así puedo interrumpir lo que sea que está haciendo. —Solo pregunte de una buena vez— suspiro.
No me percaté de que me encerré a mí mismo al buscar donde recargar mi espalda, las preguntas no tardan en llegar para ayudar a esa sensación de que estar rodeado y si quiero salir, debo hacer frente sin parpadear. —Porque el distrito nueve es el único donde los humanos no somos esclavos— la primera mentira es fácil de decir, es la verdad en cierta medida, mentira por no ser la razón real de que me encuentre viviendo aquí. La segunda me requiere de un poco más de tiempo, en todo momento mi mirada continua puesta en ella para que tome como un indicio cualquier gesto incómodo. —Suele haber accidentes en mi trabajo— contesto finalmente, a falta de magia o de conocimiento básicos en medicina, no tenía manera de tratar las heridas que persistieron días después del robo al tren, y lamentablemente, no cuento con la confianza hacia mi hermana para pedirle de una atención sobre la que no platique luego con otros colegas. —Por el hospital pasan personas todos los días, ¿qué sea humano siempre me hará objeto de sospechas? Supongo que mi razón para venir a este distrito no es tan válida después de todo… y tampoco es tan buena en su trabajo si a la primera siempre van a señalarlos con el dedo— apunto.
—Este es el lugar menos burocrático del distrito— comento al abarcar todo el taller con mi mano, de esa manera insisto en lo extraño que es tenerla en este sitio y lo confuso que se hace verla avanzar con una sonrisa, la cual las últimas palabras que usaría para describir serían paciente y persuasiva, porque la persuasión se da en otros términos, cuando lo practica una veela se torna en algo muy distinto y ella debe saberlo. —Hay mucho para hacer en cuanto a que todos seamos iguales en este distrito, ¿segura que no quiere volver a su oficina a seguir con su trabajo y a mi dejarme hacer el mío?— pregunto, siendo hosco con toda intención, así puedo interrumpir lo que sea que está haciendo. —Solo pregunte de una buena vez— suspiro.
No me percaté de que me encerré a mí mismo al buscar donde recargar mi espalda, las preguntas no tardan en llegar para ayudar a esa sensación de que estar rodeado y si quiero salir, debo hacer frente sin parpadear. —Porque el distrito nueve es el único donde los humanos no somos esclavos— la primera mentira es fácil de decir, es la verdad en cierta medida, mentira por no ser la razón real de que me encuentre viviendo aquí. La segunda me requiere de un poco más de tiempo, en todo momento mi mirada continua puesta en ella para que tome como un indicio cualquier gesto incómodo. —Suele haber accidentes en mi trabajo— contesto finalmente, a falta de magia o de conocimiento básicos en medicina, no tenía manera de tratar las heridas que persistieron días después del robo al tren, y lamentablemente, no cuento con la confianza hacia mi hermana para pedirle de una atención sobre la que no platique luego con otros colegas. —Por el hospital pasan personas todos los días, ¿qué sea humano siempre me hará objeto de sospechas? Supongo que mi razón para venir a este distrito no es tan válida después de todo… y tampoco es tan buena en su trabajo si a la primera siempre van a señalarlos con el dedo— apunto.
— Uno de esos trenes que van y vienen pretendía infectar al distrito con una enfermedad grave y de la que aún no se tienen datos concluyentes. Al distrito en el que reside y al que se supone llegó ‘escapando’ de las injusticias y la persecución que hay ahí fuera. Creo que debería interesarle un mínimo. — Chasqueó la lengua contra el paladar, no demasiado contenta con la respuesta que acababa de darle. Que la decepcionaba de sobremanera. Aun así asintió lentamente con la cabeza. — ¿Cierto? Buscamos una coexistencia y estar entre nosotros, disfrutando de una mínima seguridad, para luego traicionarnos sería demasiado rastrero. El Gobierno siempre ha usado esas tretas pero nosotros somos diferentes. — comentó como quien no quería la cosa, dándole la razón sobre que debían de estar fuera por lo inverosímil e injusta que sería la situación si fuera al contrario.
Guardó una mano en el bolsillo de su pantalón, aprovechando la holgura del mismo para darse ligeros golpecitos en la pierna. No dejando que su mirada se posara en él durante demasiado tiempo. Sabía que su presencia era intimidadora, que ponía en alerta a los demás porque podía influir en ellos si se lo proponía de verdad. La burocracia estaba en todas partes, pero no comenzaría una conversación sobre la misma, no cuando quedaba lejos de la razón de su presencia allí. — Tiene una vivienda y su propio negocio. Los humanos pueden asistir a clases en igualdad de derechos que los magos, al igual que tener una trabajo con la misma remuneración y una vivienda, por el momento de prestado, ya que podrán adquirirlas cuando dispongan de dinero como cualquier otro residente. — enumeró con calma, y acabando por encogerse de hombros. Las palabras estaban escritas y ejecutadas, lo que no podían controlar era a los habitantes del distrito.
Meneó la cabeza, contrariada, y tuvo que sostener un estornudo que apaciguó girando el rostro hacia un lado y cubriéndose boca y nariz con el interior del codo. De verdad que odiaba con toda su alma las molestias que aún cargaba. Cerró los ojos apenas un instante, recomponiéndose en lo que escuchaba sus respuestas. Tan escuetas y evasivas como esperaba. Tan genéricas. Cuando no se sabía que decir siempre se iba a lo genérico, se escatimaba en comentarios y solo se pronunciaban las palabras justas y necesarias, aquellas correctas y directas al punto. — La enfermera que lo atención lleva trabajando bastante tiempo aquí así que debe de conocer todo tipo de heridas tanto de campo como de talleres. Quemaduras, cortes… al final siempre son lo mismo solo que en diferentes personas. — indicó a modo de información. Una que le había dado aquella mujer con la verdadera curiosidad de no ser heridas que se trataban con asiduidad; porque tras tantos años sabían la profundidad de las mismas, la gravedad y secuelas. Se señaló a sí misma, dejando que sus pies avanzaran hacia un lateral del taller mientras lo hacía. — No le estoy señalando ni acusando de nada. — contestó, breve. Solo estaba poniendo las cartas sobre la mesa y preguntándole sobre algunos datos. — En cierta medida me ocupo de que no se les señale con el dedo, pero no me gusta la sensación de la traición. — pronunció como quien no quería la cosa. — En mi trabajo soy objetiva y trato de razonar y sacar conclusiones con la información de la que dispongo, fuera del mismo no soy tan racional. — siguió, suspirando. — Lo bueno es que estoy aquí, como le he dicho, por un mero control rutinario. — apuntaló cercando algo más las distancias entre ambos. Señalando entonces que le quedaban dos preguntas más pero que quería alargar un poco más la conversación antes de exteriorizarlas.
Guardó una mano en el bolsillo de su pantalón, aprovechando la holgura del mismo para darse ligeros golpecitos en la pierna. No dejando que su mirada se posara en él durante demasiado tiempo. Sabía que su presencia era intimidadora, que ponía en alerta a los demás porque podía influir en ellos si se lo proponía de verdad. La burocracia estaba en todas partes, pero no comenzaría una conversación sobre la misma, no cuando quedaba lejos de la razón de su presencia allí. — Tiene una vivienda y su propio negocio. Los humanos pueden asistir a clases en igualdad de derechos que los magos, al igual que tener una trabajo con la misma remuneración y una vivienda, por el momento de prestado, ya que podrán adquirirlas cuando dispongan de dinero como cualquier otro residente. — enumeró con calma, y acabando por encogerse de hombros. Las palabras estaban escritas y ejecutadas, lo que no podían controlar era a los habitantes del distrito.
Meneó la cabeza, contrariada, y tuvo que sostener un estornudo que apaciguó girando el rostro hacia un lado y cubriéndose boca y nariz con el interior del codo. De verdad que odiaba con toda su alma las molestias que aún cargaba. Cerró los ojos apenas un instante, recomponiéndose en lo que escuchaba sus respuestas. Tan escuetas y evasivas como esperaba. Tan genéricas. Cuando no se sabía que decir siempre se iba a lo genérico, se escatimaba en comentarios y solo se pronunciaban las palabras justas y necesarias, aquellas correctas y directas al punto. — La enfermera que lo atención lleva trabajando bastante tiempo aquí así que debe de conocer todo tipo de heridas tanto de campo como de talleres. Quemaduras, cortes… al final siempre son lo mismo solo que en diferentes personas. — indicó a modo de información. Una que le había dado aquella mujer con la verdadera curiosidad de no ser heridas que se trataban con asiduidad; porque tras tantos años sabían la profundidad de las mismas, la gravedad y secuelas. Se señaló a sí misma, dejando que sus pies avanzaran hacia un lateral del taller mientras lo hacía. — No le estoy señalando ni acusando de nada. — contestó, breve. Solo estaba poniendo las cartas sobre la mesa y preguntándole sobre algunos datos. — En cierta medida me ocupo de que no se les señale con el dedo, pero no me gusta la sensación de la traición. — pronunció como quien no quería la cosa. — En mi trabajo soy objetiva y trato de razonar y sacar conclusiones con la información de la que dispongo, fuera del mismo no soy tan racional. — siguió, suspirando. — Lo bueno es que estoy aquí, como le he dicho, por un mero control rutinario. — apuntaló cercando algo más las distancias entre ambos. Señalando entonces que le quedaban dos preguntas más pero que quería alargar un poco más la conversación antes de exteriorizarlas.
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No soy como muchos de los otros seguidores de Hermann, no pasé mi vida moviéndome por distintos lugares, enseñando una cara conveniente en cada ocasión, como puede que lo haga Olivia como secretaria de Black o Theodora moviéndose cerca del ministerio por lo que tengo entendido, en vez de desarrollar la habilidad de contar mentiras, me mantuve por fuera de la vista de ojos así de perspicaces como los de esta mujer. Respiro por la nariz, un gesto que delata que estoy pensando una respuesta y por vana se nota falsa. —Son cosas que escapan de mi control— musito, evasivas que no me ayuden ante su inquisición. También, el que nunca haya sido un hombre muy demostrativo en mis expresiones, es lo único que me viene a bien en este momento cuando la palabra «traición» queda dicha entre nosotros y la mirada que poso sobre ella es larga, intensa, pese al riesgo que supone en muchos sentidos, trato de sostener el contacto con sus ojos claros dejando que los míos más oscuros que le digan que puedo hacer frente a esa palabra. —Sí, eso es lo que dicen todo tiempo, tratan de marcar la diferencia…— digo, veremos si es tan así.
Los derechos que pueda enumerar, los mismos que a mí me sirven de excusa para decir por qué estoy en este distrito, los tomo como frases de un catálogo de un buen lugar que no me interesa, si sigue teniendo entre sus líderes a una mayoría de magos y a la cabeza, en especial, a un muchacho mago, al que dieron ese lugar por su apellido heredado. —¿Gracias?— es toda mi respuesta y tuerzo mi boca en una sonrisa que se esfuma al cabo de un segundo, entonces el interrogatorio comienza y lamento no ser tan locuaz como Olivia, no tener el carácter de Sam de agradar a todos, esconderme no ayudó a que me ignoraran, si alguien en el hospital de este distrito consideró que las heridas de un mecánico necesitaban ser reportadas, quizás no sea una buena idea como al principio se planteó, que vivamos de prestado por un tiempo. —¿No debería sujetarse a hechos en vez de a sensaciones en su trabajo?— pregunto, sí, inquieto por cómo la brecha se va cerrando entre nosotros y procuro que no se note al buscar su mirada. Sus palabras se superponen a las mías, no sé si llegó a escucharme, una sonrisa igual de torcida a la anterior se curva al saber de su poca racionalidad por fuera de la oficina. —Entonces se trata de eso, ¿tengo que lograr causarle una buena impresión? ¿Va a juzgarme en base a si le he parecido agradable, servicial, inofensivo?— inquiero, un poco más bajo. —¿Que sea todo lo contrario me hace inmediatamente culpable de lo que tiene en su cabeza?
Los derechos que pueda enumerar, los mismos que a mí me sirven de excusa para decir por qué estoy en este distrito, los tomo como frases de un catálogo de un buen lugar que no me interesa, si sigue teniendo entre sus líderes a una mayoría de magos y a la cabeza, en especial, a un muchacho mago, al que dieron ese lugar por su apellido heredado. —¿Gracias?— es toda mi respuesta y tuerzo mi boca en una sonrisa que se esfuma al cabo de un segundo, entonces el interrogatorio comienza y lamento no ser tan locuaz como Olivia, no tener el carácter de Sam de agradar a todos, esconderme no ayudó a que me ignoraran, si alguien en el hospital de este distrito consideró que las heridas de un mecánico necesitaban ser reportadas, quizás no sea una buena idea como al principio se planteó, que vivamos de prestado por un tiempo. —¿No debería sujetarse a hechos en vez de a sensaciones en su trabajo?— pregunto, sí, inquieto por cómo la brecha se va cerrando entre nosotros y procuro que no se note al buscar su mirada. Sus palabras se superponen a las mías, no sé si llegó a escucharme, una sonrisa igual de torcida a la anterior se curva al saber de su poca racionalidad por fuera de la oficina. —Entonces se trata de eso, ¿tengo que lograr causarle una buena impresión? ¿Va a juzgarme en base a si le he parecido agradable, servicial, inofensivo?— inquiero, un poco más bajo. —¿Que sea todo lo contrario me hace inmediatamente culpable de lo que tiene en su cabeza?
Esbozó una pequeña sonrisa cuando enfrentó su mirada, no quedándose atrás y manteniendo la misma. Nunca fue una persona capaz de sostener las miradas de los demás, al menos no fuera de su trabajo, pero ahora se sentía capaz de hacerlo en ambas circunstancias; y estaba segura de que no sería quien perdiera el contacto visual en primer lugar. — No se trata de marcar la diferencia, se trata de hacer las cosas del modo más beneficioso para todos. — indicó con sumo cuidado, entrelazando las manos frente a su cuerpo y manteniendo en todo momento una postura natural. Arqueó ambas cejas. No pretendía presumir de lo que allí habían instaurado, pero no negaría que estaba orgullosa de lo que estaban tratando de construir allí. Conocía las leyes del Gobierno, las había estudiado y aplicado durante casi ocho años por lo que veía el cambio, la diferencia, el giro de los que muchos no podían percatarse. Y el hombre que tenía enfrente estaba claro que no marcaba la diferencia. Agradecer algo como aquello le resultaba hasta detestable, por lo que no pronunció palabra alguna más en relación a los derechos enumerados, muchos menos a la reacción del hombre.
Sonaba acorralado. Sus intentos por tratar de imponerse ante la veela eran en vano. A ella le daba igual ganarse un enemigo más, ¿no había estado implicado en el asalto al tren? Podía ir a quejarse al Consejo o al mismísimo Kendrick si quería hacerlo. Eran demasiado blandos y correctos, demasiado confiados en un mundo como en el que vivían. — Habla mucho de juzgar y de ser culpable. — comentó mordiéndose apenas un ápice la punta de la lengua. — ¿Sabe cómo se juzga a una persona y se acaba por declararla culpable? — preguntó, no dándole tiempo a responder. — La única persona que te puede juzgar legalmente es un juez. Ésta persona en cuestión recibe pruebas, testimonios y demás documentación, tanto incriminatorias como no. Y en base a las mismas, y siguiendo siempre la ley, falla a favor o en contra. Inocente o culpable. — comenzó a explicar. — Se sujeta en los hechos que le son entregados, y que están probados, aunque nadie negará que las sensaciones son algo bastante importante. Un mismo acusado puede ser declarado culpable e inocente por diferentes jueces porque perciben la causa de un modo diferente. La sensación es diferente. — concluyó golpeando sus labios entre sí.
Suspiró y avanzó hasta él con menos precaución. — Nunca he acusado a una persona sin las pruebas suficientes para ello, señor Shepherd, y por ello no lo estoy acusando de nada. — apuntaló. — El que nada debe, nada teme. — agregó, encogiéndose ligeramente de hombros, usando uno de aquellos refranes que su madre siempre había usado con ella cuando hacía algo mal. Inclinó la cabeza hacia un lado, aprovechando la escasa distancia que los separaba para relajar su tono de voz, tornándose en algo que… no sonaba demasiado a ella. — En realidad me haría muy feliz saber si hay algún grupo de personas con malas intenciones entre nosotros — su voz era apenas un susurro y sus ojos no perdieron de vista los contrarios. No dijo humanos, no dijo magos, solo personas. —, me están haciendo pasar un mal rato. — añadió a modo de coletilla, queriéndose hacerle la pobre dama en apuros que necesitaba verdadera ayuda. — Puedo recompensarte, ¿uhm? — inquirió inclinándose , leve, en dirección al hombre.
Sonaba acorralado. Sus intentos por tratar de imponerse ante la veela eran en vano. A ella le daba igual ganarse un enemigo más, ¿no había estado implicado en el asalto al tren? Podía ir a quejarse al Consejo o al mismísimo Kendrick si quería hacerlo. Eran demasiado blandos y correctos, demasiado confiados en un mundo como en el que vivían. — Habla mucho de juzgar y de ser culpable. — comentó mordiéndose apenas un ápice la punta de la lengua. — ¿Sabe cómo se juzga a una persona y se acaba por declararla culpable? — preguntó, no dándole tiempo a responder. — La única persona que te puede juzgar legalmente es un juez. Ésta persona en cuestión recibe pruebas, testimonios y demás documentación, tanto incriminatorias como no. Y en base a las mismas, y siguiendo siempre la ley, falla a favor o en contra. Inocente o culpable. — comenzó a explicar. — Se sujeta en los hechos que le son entregados, y que están probados, aunque nadie negará que las sensaciones son algo bastante importante. Un mismo acusado puede ser declarado culpable e inocente por diferentes jueces porque perciben la causa de un modo diferente. La sensación es diferente. — concluyó golpeando sus labios entre sí.
Suspiró y avanzó hasta él con menos precaución. — Nunca he acusado a una persona sin las pruebas suficientes para ello, señor Shepherd, y por ello no lo estoy acusando de nada. — apuntaló. — El que nada debe, nada teme. — agregó, encogiéndose ligeramente de hombros, usando uno de aquellos refranes que su madre siempre había usado con ella cuando hacía algo mal. Inclinó la cabeza hacia un lado, aprovechando la escasa distancia que los separaba para relajar su tono de voz, tornándose en algo que… no sonaba demasiado a ella. — En realidad me haría muy feliz saber si hay algún grupo de personas con malas intenciones entre nosotros — su voz era apenas un susurro y sus ojos no perdieron de vista los contrarios. No dijo humanos, no dijo magos, solo personas. —, me están haciendo pasar un mal rato. — añadió a modo de coletilla, queriéndose hacerle la pobre dama en apuros que necesitaba verdadera ayuda. — Puedo recompensarte, ¿uhm? — inquirió inclinándose , leve, en dirección al hombre.
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¿Está insinuando que estoy comportándome de un modo paranoico al elegir esas palabras, cuando es ella la que va envolviéndome en este interrogatorio que busca que me declare en falta? Es un control de rutina, como lo llama, que va encerrándome en respuestas que debe presuponer como para saber qué preguntar. — Solo un juez puede hacerlo legalmente, eso no quita que lo hagan también otras personas— bajo el tono de mi voz en un susurro para que dejar esto en el terreno en el que ella también insiste en querer mostrarse inofensiva, cuando no es así, —que tienen la influencia y el poder suficiente para determinar que alguien lo sea—. Si el dedo de esta mujer se levanta para señalarme, juez o no, sé que la obedecerán y una sospecha me expondrá a la verdad de mi motivo en este distrito. Se instala en mi mente la idea de recoger mis pocas cosas para largarme de aquí apenas logre escabullirme de esta incómoda conversación, mi hermana pudo haber sido una razón que me trajo aquí en primer lugar, la aparente calma lo que me retuvo, ninguna de las dos es ahora una razón válida para quedarme, así que lo único que coloco por delante de mis prioridades en el presente, es salirme de esta situación y poner distancia con el distrito, quizás irme a las frontera otra vez.
Su explicación de cómo se procesa a alguien la escucho a medias, la otra parte de mí toma su discurso como una amenaza real y estoy seguro de no querer pasar por un procedimiento así, agradezco la explicación porque no es algo que podría saber por mi cuenta y, la verdad, tampoco quiero experimentarlo. Debo mucho, así que temo mucho, no me creo tan astuto como los demás para saber ver una salida en esto, todo lo que puedo hacer es ir hacia su avance y cuando sus palabras caen en mis oídos, una voz muy baja, cada vez más remota en mi mente, me dice que fue una decisión equivocada. —Claro que las hay— contesto en un susurro, —varias— veo sus caras detrás de mis ojos cuando hablo, pero no hago amago de dar sus nombres. —¿Ah, sí? ¿Por qué no un pago por adelantado en vez de una recompensa luego?— aunque trato, ya no sueno tan prepotente como hace unos minutos. —Hay gente que vino a este distrito a espiar, a conseguir información, a mezclarse entre ustedes— solo estoy confirmando lo que ya deben sospechar. —¿Quieres más?
Su explicación de cómo se procesa a alguien la escucho a medias, la otra parte de mí toma su discurso como una amenaza real y estoy seguro de no querer pasar por un procedimiento así, agradezco la explicación porque no es algo que podría saber por mi cuenta y, la verdad, tampoco quiero experimentarlo. Debo mucho, así que temo mucho, no me creo tan astuto como los demás para saber ver una salida en esto, todo lo que puedo hacer es ir hacia su avance y cuando sus palabras caen en mis oídos, una voz muy baja, cada vez más remota en mi mente, me dice que fue una decisión equivocada. —Claro que las hay— contesto en un susurro, —varias— veo sus caras detrás de mis ojos cuando hablo, pero no hago amago de dar sus nombres. —¿Ah, sí? ¿Por qué no un pago por adelantado en vez de una recompensa luego?— aunque trato, ya no sueno tan prepotente como hace unos minutos. —Hay gente que vino a este distrito a espiar, a conseguir información, a mezclarse entre ustedes— solo estoy confirmando lo que ya deben sospechar. —¿Quieres más?
— Todos hacen sus propios juicios — comentó —, otra historia es la validez que tengan los mismos. — fue todo lo que comentó ya que no estaba interesada en entrar en una conversación jurídica con alguien como él. En general no estaba interesada en hacerlo sino tenía una estrecha relación con su trabajo y, aunque no lo reconociera, se estaba extralimitando. Ya pensaría en qué hacer si tenía que mantener una conversación con Pearson. Pero no pudo esconder la seriedad que se instauró en sus ojos cuando habló de influencias. Detestaba las influencias, las había vivido y sufrido demasiado tiempo; había sido cuestionada en tantas ocasiones que, incluso, era complicado contabilizarlas. Y parecía que allí también lo sería. Le molestaba incluso serlo por alguien tan insignificante como él.
Quizá por ello se acercó, disminuyó la distancia entre ambos sin pensar demasiado en ello. No le gustaba ser cuestionada, parecía que se había vuelto mucho más susceptible desde su transformación en veela. Antes ignoraba los comentarios, no dejaba que los mismos penetraran, o si quiera arañaran, la gruesa barrera que la protegía; pero ya no era del todo así. Fijó los ojos en los contrarios y se inclinó en dirección al hombre cuando habló, moviendo los labios apenas un ápice para pronunciar aquellas palabras; que fueran claramente escuchadas por Derek en el sentido que quería hacerse escuchar. Aunque los labios de la veela se fruncieron cuando lo escucho, viéndose incapaz de controlar sus expresiones faciales cuando las meras hipótesis parecían estar tomando forma. Por ello se negó a que la gente pudiera entrar con tanta facilidad, que se confiara en todos por igual cuando no se los conocía en absoluto. Todos merecían una segunda oportunidad, pero había quienes ni siquiera buscaban la misma.
Volvió a dar un paso hacia él, prácticamente atrapándolo entre un vehículo y la figura de la veela. — ¿Tienes algo más que ofrecerme? — preguntó dándole un par de palmaditas en el pecho con sumo cuidado. Porque era más peligrosa en la distancia corta ya que su habilidad parecía mostrarse algo más agresiva. — Bueno… ¿realmente sois responsables de la infección? Es demasiado para vosotros. — volvió a hablar. Recordaba la enfermedad que arrasó el distrito once cuando el Gobierno Black estaba al mando, cómo trató de acabar con el movimiento rebelde con aquella jugada. Pero también estaba lo ocurrido en el funeral de Niniadis, y las medallas que Richter se puso por ello. Sólo eran todos iguales. — Si me gusta tu respuesta podemos negociar una recompensa, ¿qué opinas? — sonrió ligeramente, alejando sus manos de él.
Quizá por ello se acercó, disminuyó la distancia entre ambos sin pensar demasiado en ello. No le gustaba ser cuestionada, parecía que se había vuelto mucho más susceptible desde su transformación en veela. Antes ignoraba los comentarios, no dejaba que los mismos penetraran, o si quiera arañaran, la gruesa barrera que la protegía; pero ya no era del todo así. Fijó los ojos en los contrarios y se inclinó en dirección al hombre cuando habló, moviendo los labios apenas un ápice para pronunciar aquellas palabras; que fueran claramente escuchadas por Derek en el sentido que quería hacerse escuchar. Aunque los labios de la veela se fruncieron cuando lo escucho, viéndose incapaz de controlar sus expresiones faciales cuando las meras hipótesis parecían estar tomando forma. Por ello se negó a que la gente pudiera entrar con tanta facilidad, que se confiara en todos por igual cuando no se los conocía en absoluto. Todos merecían una segunda oportunidad, pero había quienes ni siquiera buscaban la misma.
Volvió a dar un paso hacia él, prácticamente atrapándolo entre un vehículo y la figura de la veela. — ¿Tienes algo más que ofrecerme? — preguntó dándole un par de palmaditas en el pecho con sumo cuidado. Porque era más peligrosa en la distancia corta ya que su habilidad parecía mostrarse algo más agresiva. — Bueno… ¿realmente sois responsables de la infección? Es demasiado para vosotros. — volvió a hablar. Recordaba la enfermedad que arrasó el distrito once cuando el Gobierno Black estaba al mando, cómo trató de acabar con el movimiento rebelde con aquella jugada. Pero también estaba lo ocurrido en el funeral de Niniadis, y las medallas que Richter se puso por ello. Sólo eran todos iguales. — Si me gusta tu respuesta podemos negociar una recompensa, ¿qué opinas? — sonrió ligeramente, alejando sus manos de él.
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Tarde, es tarde para hacer planes que me saquen de este distrito, reconozco que estoy perdido cuando la tengo tan cerca que mis ojos se ocupan de recorrer cada rasgo de su rostro, es inútil pensar que mis sentidos pueden ofrecer algún tipo de resistencia al embeleso que sufre mi mente por su cercanía que se impone a mi voluntad, la misma que siento escabullirse de mi cuerpo y contesto con una voz ronca que logro sacar de mi pecho a la fuerza. —¿Qué quieres?— es un interrogante tan ambiguo, directo al querer saber qué información es la que me está pidiendo y a la vez confuso porque a su aproximación respondo con toda mi estatura inclinándose hacia ella, el aire se hace difícil de respirar para mí. Por estúpido que sea de mi parte, mis dedos se agarran a sus muñecas con el mismo superficial roce que me dedica, como si quisiera detenerla. —No que yo sepa— así de simple, una verdad que absuelve y termina por comprometerme, no parpadeo al sostener su mirada para que asimile la confirmación de su sospecha.
Retengo sus muñecas cuando pretende alejarse, mis dedos ejercen presión sobre su piel para que no pueda soltarse, sabiendo lo impredecible que puede ser una veela en su juego con un humano, no distingo si es mi casi inexistente voluntad o efecto de su propio encanto lo que me lleva retenerla, a querer que quede presa de lo que buscaba por débil que sea mi ímpetu. —No creo que esa sea una respuesta para una recompensa— murmuro, —no tengo nada para decirte de los inferis— se lo repito. —Y aún si tuviera algo para decir…— me valgo del agarre de sus muñecas para tirar de ella hacia mi pecho y que la cercanía que ella define a su conveniencia, se extinga entre los dos. —¿Qué valor tiene en este momento? Podría decir lo que quieres oír si lo pides, pero…— pierdo el hilo de mis propias palabras y mi mente se ve nublada por una reacción más primaria a su influencia, que nada tiene que ver con la que mencioné hace un rato. —¿Qué quieres oír?— susurro, mi voz se desliza como si fuera un ruego, mis ojos fijos en los suyos me impiden interrumpir el contacto que a mí también me aprisiona.
Retengo sus muñecas cuando pretende alejarse, mis dedos ejercen presión sobre su piel para que no pueda soltarse, sabiendo lo impredecible que puede ser una veela en su juego con un humano, no distingo si es mi casi inexistente voluntad o efecto de su propio encanto lo que me lleva retenerla, a querer que quede presa de lo que buscaba por débil que sea mi ímpetu. —No creo que esa sea una respuesta para una recompensa— murmuro, —no tengo nada para decirte de los inferis— se lo repito. —Y aún si tuviera algo para decir…— me valgo del agarre de sus muñecas para tirar de ella hacia mi pecho y que la cercanía que ella define a su conveniencia, se extinga entre los dos. —¿Qué valor tiene en este momento? Podría decir lo que quieres oír si lo pides, pero…— pierdo el hilo de mis propias palabras y mi mente se ve nublada por una reacción más primaria a su influencia, que nada tiene que ver con la que mencioné hace un rato. —¿Qué quieres oír?— susurro, mi voz se desliza como si fuera un ruego, mis ojos fijos en los suyos me impiden interrumpir el contacto que a mí también me aprisiona.
— Quiero que éste distrito sea un lugar seguro para aquellos que deseen vivir en paz. — A los que querían ver caer aquella idea, destrozarla desde dentro o fuera, los quería ver sufrir. Arder. Retorcerse. Algo se removió en el estómago de la veela, sabiendo que llegada a aquel momento podía tornarse más como la criatura mágica que como la persona racional que decía ser. Se mantuvo en su lugar, no reaccionando en absoluto a la renovada cercanía, solo cambiando su mirada de los ojos contrarios al agarre que ejercía sobre su muñeca. Observando con calma las pequeñas arrugas que se dejaron ver en su piel por la presión ejercida. Respiró, calma, devolviendo su mirar al lugar de origen, encontrándose con sus ojos y parándose a analizarlos. Sabía que había un grupo de humanos en el nueve, y que no estaba en su conocimiento si la infección fue fruto de la intervención de aquel grupo o no; de su grupo, o no. Porque ni siquiera necesitaba preguntarle directamente si formaba parte del grupo, tampoco preguntar por los miembros del mismo.
Un decepcionado suspiro escapó de entre sus labios. — No mereces una recompensa. — corroboró, débil, negando con la cabeza muy cerca de su rostro. Peligrosamente cerca. Aún más cuando el tirón consiguió que su cuerpo se encontrara con el contrario, sintiendo su pecho chocar contra él. Alzó la barbilla, fulminándolo con la mirada. Sus dedos se tensaron y, aunque sabía que solo necesitaba un tirón para deshacerse del agarre, dejó que sus muñecas siguieran apresadas. — Me decepciona que pienses que solo quiero que digas lo que quiero oír. — susurró recomponiéndose, moviendo uno de sus pies para separar las pies contrarios y así poder acercarse más a él. — No disfruto teniendo la razón, al menos no en esto. No cuando tenerla deja en evidencia la seguridad del distrito. — agregó en un hálito de voz. Porque quizás no tuvieron que ver con la infección inferi, estaba casi segura de ello, pero sí estaban entre ellos para espiarlos. Sonrió de medio lado, acercándose lo suficiente como para que sus alientos se entremezclaran; dejando que sus ojos recorrieran las facciones del hombre. — ¿De ti? — murmuró girando las muñecas en su agarre. — De ti no necesito escuchar nada más. — las palabras de la veela fueron directas y pesadas, acabando por tirar con fuerza de sus manos hacia abajo y deshaciéndose de uno de los agarres con notable facilidad. Llevó la mano hasta su mentón, sosteniéndolo para que sus miradas no se separaran la una de la otra.
Inclinó la cabeza hacia un lado, alejando la mano del rostro ajeno y colocándola sobre el agarre de su otra muñeca, liberándose y retrocediendo un paso. — Aunque tengo un presente. — metió la mano en el bolsillo de su pantalón y sacó un pequeño frasco. — Esto no tiene porqué trascender por tu lado ni por el mío, ¿no crees? Éste es un lugar seguro del que no te voy a privar. — ofreció retirando el tapón del mismo y ofreciéndole la poción sin dar más vueltas. Alzó ambas cejas, a la espera.
Un decepcionado suspiro escapó de entre sus labios. — No mereces una recompensa. — corroboró, débil, negando con la cabeza muy cerca de su rostro. Peligrosamente cerca. Aún más cuando el tirón consiguió que su cuerpo se encontrara con el contrario, sintiendo su pecho chocar contra él. Alzó la barbilla, fulminándolo con la mirada. Sus dedos se tensaron y, aunque sabía que solo necesitaba un tirón para deshacerse del agarre, dejó que sus muñecas siguieran apresadas. — Me decepciona que pienses que solo quiero que digas lo que quiero oír. — susurró recomponiéndose, moviendo uno de sus pies para separar las pies contrarios y así poder acercarse más a él. — No disfruto teniendo la razón, al menos no en esto. No cuando tenerla deja en evidencia la seguridad del distrito. — agregó en un hálito de voz. Porque quizás no tuvieron que ver con la infección inferi, estaba casi segura de ello, pero sí estaban entre ellos para espiarlos. Sonrió de medio lado, acercándose lo suficiente como para que sus alientos se entremezclaran; dejando que sus ojos recorrieran las facciones del hombre. — ¿De ti? — murmuró girando las muñecas en su agarre. — De ti no necesito escuchar nada más. — las palabras de la veela fueron directas y pesadas, acabando por tirar con fuerza de sus manos hacia abajo y deshaciéndose de uno de los agarres con notable facilidad. Llevó la mano hasta su mentón, sosteniéndolo para que sus miradas no se separaran la una de la otra.
Inclinó la cabeza hacia un lado, alejando la mano del rostro ajeno y colocándola sobre el agarre de su otra muñeca, liberándose y retrocediendo un paso. — Aunque tengo un presente. — metió la mano en el bolsillo de su pantalón y sacó un pequeño frasco. — Esto no tiene porqué trascender por tu lado ni por el mío, ¿no crees? Éste es un lugar seguro del que no te voy a privar. — ofreció retirando el tapón del mismo y ofreciéndole la poción sin dar más vueltas. Alzó ambas cejas, a la espera.
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Mi decepción es un reflejo de la suya, por razones que difieren en esta conversación. —Con tus maneras, conseguirás ciertas cosas, no otras…— logro hallar mi voz en alguna parte de mi mente que aún conserva algo de racionalidad, entre mis pensamientos ofuscados por su cercanía, la misma que solo obtendrá de los hombres respuestas que le complazcan, no necesariamente la verdad. No puede decirme que desconozca del efecto que tiene sobre la voluntad ajena cuando al mirarla, sus ojos están en duelo con los míos de la misma manera en que mi boca es atraída, pero se resiste a tomar las últimas palabras que modulan sus labios. Mi mano cae inerte cuando una de sus muñecas se suelta y el agarre de mi mentón es un contacto que convierte en desafío, así que llevo mis dedos de regreso a su muñeca para un roce engañoso que simula ser una caricia. —Si no habrá más preguntas— murmuro, —ni recompensa, creo que hemos acabado con esta conversación.
Le diría que se fuera cuando el agarre acaba por romperse, cada uno recuperando mínimamente su espacio, si esas palabras no pareciera que soy incapaz de articular, por la razones obvias de seguir bajo su influencia, la que me lleva mirar el frasco que me ofrece con una desconfianza predecible y también con la certeza de que la beberé si así me lo ordena. Si debo considerarlo un presente, puedo confundirlo con una poción para el olvido. —¿Qué es?— pregunto, porque dudo que sea un obsequio, sino la más predecible de las tácticas para conseguir la verdad de la boca de una persona. —Sí trascenderá— me atrevo a contradecirla, —lo que sea que te diga lo contarás y seré reconocido como un traidor entre mi propia gente, tendré a Richter cobrándose luego — tomo el frasco de sus dedos para poder inspeccionar el líquido a través del cristal. —Es veritaserum, ¿verdad?— susurro, cierro mis dedos alrededor del filtro para levantar mis ojos hacia ella, si esto tiene un único final posible puesto que no soy una piedra a su influjo. —Si me aseguras que nunca darás mi nombre, que no trascenderá de nosotros, podemos llegar a un acuerdo distinto sin necesidad de usar esto.
Le diría que se fuera cuando el agarre acaba por romperse, cada uno recuperando mínimamente su espacio, si esas palabras no pareciera que soy incapaz de articular, por la razones obvias de seguir bajo su influencia, la que me lleva mirar el frasco que me ofrece con una desconfianza predecible y también con la certeza de que la beberé si así me lo ordena. Si debo considerarlo un presente, puedo confundirlo con una poción para el olvido. —¿Qué es?— pregunto, porque dudo que sea un obsequio, sino la más predecible de las tácticas para conseguir la verdad de la boca de una persona. —Sí trascenderá— me atrevo a contradecirla, —lo que sea que te diga lo contarás y seré reconocido como un traidor entre mi propia gente, tendré a Richter cobrándose luego — tomo el frasco de sus dedos para poder inspeccionar el líquido a través del cristal. —Es veritaserum, ¿verdad?— susurro, cierro mis dedos alrededor del filtro para levantar mis ojos hacia ella, si esto tiene un único final posible puesto que no soy una piedra a su influjo. —Si me aseguras que nunca darás mi nombre, que no trascenderá de nosotros, podemos llegar a un acuerdo distinto sin necesidad de usar esto.
Sonrió con algo de tristeza, permaneciendo con la mano tomando su mentón, incluso dejando que él volviera a tratar de mantener el agarre de su muñeca. Suspiró y lo soltó, soltándose de paso de él y alejándose apenas un ápice, porque no podía permitirse alejarse demasiado de él; no cuando no había terminado de hacer todo lo que debía. Sacó un frasco del bolsillo y se lo ofreció, balanceándolo inicialmente frente a sus ojos hasta que acabó por decidirse a abrirlo y extenderlo en su dirección. — Una poción de olvido. — concedió un directa respuesta a su pregunta, ¿para qué mentirle? No lo recordaría de todas formas. Jugueteó con el tapón entre sus dedos, rascando con el pulgar las estrías del mismo y con la mirada fija en él, retándolo en aquella pequeña distancia en la que sabía tenía ventaja y no desaprovechaba.
Arrugó los labios. — No me gusta el veritaserum, no es tan efectivo como se cree. — contestó con simpleza. La verdad era muy relativa; si alguien se convencía por completo de que las cosas eran de una forma aquella sería su respuesta aunque la realidad era otra. Porque en aquello se basaba la poción de la verdad; en la verdad que cada uno tenía dentro. Observó como el hombre acababa por hacerse con el frasco y como lo examinaba, permaneciendo impasible, en silencio absoluto en lo que seguía sus movimientos con verdadero interés. Las pociones nunca fueron lo suyo ni le interesaron demasiado. — ¿Crees que estás en situación de negociar esto? — cuestionó alejando la mirada de sus manos y regresándola hasta su rostro. — No daré tu nombre pero, aun así, tienes que beber la poción. — fingió concederle a medias su petición aunque, inicialmente, fue la proposición de la veela. — No puedo dejar que recuerdes lo que me has dicho porque podrías hablar con los demás… y de éste modo podré mantener un ojo sobre ti sin que sea demasiado evidente. — explicó con tranquilidad. ¿Era estúpido explicar lo que pensaba hacer? Quizás, lástima que no fuera a recordarlo.
— Tómatelo ya. — su voz se volvió demandante cuando le indicó lo que debía hacer. — Vivirás más tranquilo sin saberlo, y no te pasará nada. Todo son beneficios. — se encogió de hombros, volviendo a acortar las distancias y haciendo chocar sus piernas con las de él, inclinando la cabeza al frente y atrapando la mano con la que sostenía el frasco entre sus manos. — De una. —
Arrugó los labios. — No me gusta el veritaserum, no es tan efectivo como se cree. — contestó con simpleza. La verdad era muy relativa; si alguien se convencía por completo de que las cosas eran de una forma aquella sería su respuesta aunque la realidad era otra. Porque en aquello se basaba la poción de la verdad; en la verdad que cada uno tenía dentro. Observó como el hombre acababa por hacerse con el frasco y como lo examinaba, permaneciendo impasible, en silencio absoluto en lo que seguía sus movimientos con verdadero interés. Las pociones nunca fueron lo suyo ni le interesaron demasiado. — ¿Crees que estás en situación de negociar esto? — cuestionó alejando la mirada de sus manos y regresándola hasta su rostro. — No daré tu nombre pero, aun así, tienes que beber la poción. — fingió concederle a medias su petición aunque, inicialmente, fue la proposición de la veela. — No puedo dejar que recuerdes lo que me has dicho porque podrías hablar con los demás… y de éste modo podré mantener un ojo sobre ti sin que sea demasiado evidente. — explicó con tranquilidad. ¿Era estúpido explicar lo que pensaba hacer? Quizás, lástima que no fuera a recordarlo.
— Tómatelo ya. — su voz se volvió demandante cuando le indicó lo que debía hacer. — Vivirás más tranquilo sin saberlo, y no te pasará nada. Todo son beneficios. — se encogió de hombros, volviendo a acortar las distancias y haciendo chocar sus piernas con las de él, inclinando la cabeza al frente y atrapando la mano con la que sostenía el frasco entre sus manos. — De una. —
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Noto como el nudo de tensión en mi estómago se relaja al tener su palabra de que el contenido del frasco es poción para el olvido, un mago deberá saber identificar la diferencia entre una pócima de estas y un veritaserum, yo no conozco más que del peligro que corro en caso de ser obligado a beber una poción para la verdad, aunque dudo incluso de lo que creo saber de lo dicho por Richter, así como sigo dudando en ella hasta el último momento. Sigo jugando con el frasco entre mis dedos, evaluando mi posición en todo esto, claramente en desventaja, una posible negociación se descarta como si nada y no importa el sabor que tenga esto, sé que en unos segundos lo beberé. —Supongo que debo agradecer la amabilidad— si no dirá mi nombre, además me permite continuar aquí sin recordar nada, asumo que hay una trampa que no estoy pudiendo ver en todo esto y que a partir del día de hoy, todos los pasos que pueda dar, tendrán un par de ojos puestos encima.
Pero no estoy en condiciones de negociar, mis reparos ceden bajo la presión que ejerce, haciéndome ver que hay una única opción posible, anulando todas las otras alternativas, que quizás nunca hubo. —Puros beneficios, ¿pero no te inquieta lo que puede traer en el futuro ser amable con alguien que no lo merece?— puesto que voy a olvidarlo, se lo digo. La advertencia queda hecha, porque no estoy seguro de sentirme en verdad agradecido por la vida tranquila que me promete en este lugar. La presión no es meramente simbólica, su agarre combinado con el aura de veela podría doblar la voluntad de hierro de cualquiera, así que no me siento mal conmigo mismo cuando al colocar el frasco en mi boca, lo vuelco para que el líquido baje por mi garganta y desconociendo qué puedo esperar al acabar, sostengo su mirada en todo momento. Cuando siento rodar la última gota, dejo que el frasco se deslice por mis dedos con toda intención de que caiga al suelo y el vidrio se rompa.
Pero no estoy en condiciones de negociar, mis reparos ceden bajo la presión que ejerce, haciéndome ver que hay una única opción posible, anulando todas las otras alternativas, que quizás nunca hubo. —Puros beneficios, ¿pero no te inquieta lo que puede traer en el futuro ser amable con alguien que no lo merece?— puesto que voy a olvidarlo, se lo digo. La advertencia queda hecha, porque no estoy seguro de sentirme en verdad agradecido por la vida tranquila que me promete en este lugar. La presión no es meramente simbólica, su agarre combinado con el aura de veela podría doblar la voluntad de hierro de cualquiera, así que no me siento mal conmigo mismo cuando al colocar el frasco en mi boca, lo vuelco para que el líquido baje por mi garganta y desconociendo qué puedo esperar al acabar, sostengo su mirada en todo momento. Cuando siento rodar la última gota, dejo que el frasco se deslice por mis dedos con toda intención de que caiga al suelo y el vidrio se rompa.
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