The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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James G. Byrne
Fugitivo
Lo que vi hace unos minutos en una de las pantallas que enseñan las cámaras de seguridad de la estación es una de esas cosas que necesito comprobar con mis propios ojos, porque en verdad creo que ha habido un error de esos gordos y complicados, que no hay manera alguna que Karina Hegel se encuentre en el distrito nueve con intenciones de sumarse a nuestras filas. Seamos honestos, no la conozco demasiado, pero todo lo que sé de ella me recuerda que es la clase de persona que durante años me hizo odiar a los magos, con su prepotencia y falsa perfección. Son contadas las veces que nos vimos en la isla ministerial, ninguna me parece digna de verdadera mención y tampoco son memorias en las que suela pensar, hasta que su figura apareció en las cámaras de seguridad. Creo que se dio cuenta de inmediato que algo andaba mal cuando las puertas del tren se cerraron detrás de ella, porque hace al menos media hora que está allí, como si no supiera a dónde ir y hablar con los encargados de seguridad no fuese una opción.

Si vengo hasta acá, como he dicho, es más curiosidad que otra cosa. Lo segundo es que no puedo dejar pasar la oportunidad de mofarme de ella y tampoco la quiero vagando por aquí, lo que me parece totalmente coherente. Paso junto a uno de los guardias con un saludo amable y paso a la estación, una que se encuentra vacía a estas horas de la mañana, a excepción de la figura demasiado delgada de la rubia. Sé que yo no soy el ejemplo de una persona fornida, pero Karina da la sensación de que será arrasada por un soplo del más mínimo viento y eso que hoy hace calor — ¡Kaaaaaaaaaarinaaaaaaaaaaa! — mi exclamación es obvio una mofa, en lo que aprieto el paso para llegar frente a ella — Vaya…. No sé si se dio cuenta, señorita Hegel, pero el Capitolio se encuentra para allá — aclaro y señalo al aire, en la dirección en la cual sospecho que se encuentra la ciudad de los niños fresa — ¿Puedo preguntar qué haces aquí? Además de lucir más que confundida en las grabaciones de seguridad, claro — solo para remarcar mi punto, señalo la cámara más cercana, esa a la cual saludo con una mano. Ya puedo ver a Mimi palmeándose la frente del otro lado.
James G. Byrne
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Karina E. Hegel
Estoy cómodamente sentada en el tren de regreso al distrito uno, después de haber pasado parte de la mañana en el distrito siete dialogando con un vendedor de caballos de pura raza, cuando un freno en seco hace que casi salga escopetada de mi asiento y termine en brazos de una mujer bastante más grande que yo, con la cual me disculpo rápidamente antes de regresar a sentarme. Para la desgracia de mi ajetreada agenda, los altavoces del vagón no tardan en avisar de tener que hacer un breve receso a causa de unos fallos técnicos producidos por el estado de las vías, pero ya veo que nos van a tener aquí toda la mañana, así que salgo de mi compartimiento con la intención de hablar con quién sea el encargado de manejar este tren, o al menos, del control de los pasajeros. El tono de mi voz enseguida le indica que no soy alguien con quien le gustaría entrar en una discusión, así que rápidamente me afirma que, en efecto, estaremos parados durante unos cuantos minutos.

¡Lo que me falta! Miro el reloj de mi muñeca, golpeándolo varias veces con el dedo índice al tiempo que mi cerebro funciona a la velocidad de la luz para ver qué planes debo retrasar en el día de hoy y cuales directamente dejar para otro momento. Me giro de forma veloz, dándole la espalda al muchacho del servicio del tren, casi golpeando su rostro con la larga trenza que me cae sobre la espalda. Para cuando levanto un dedo ya le estoy avisando de que saldré fuera a tomar aire, que de estar tanto tiempo sin aire acondicionado se me va a engrasar la piel y, por si eso fuera poco, tampoco quiero empezar a sudar a causa de los calores de verano.

Tardo dos segundos escasos en darme cuenta de dónde hemos parado. Uno porque lo pone bien en grande en el andén de la estación y dos porque no me hace falta echar ni un vistazo para fijarme en la seguridad que hay para entrar. ¿De veras? ¿De todos los lugares...? — ¡Pero bueno...! ¡Con qué descaro! — exclamo cuando las puertas del tren se cierran apenas han transcurrido unos minutos de estar con los pies en la tierra y, a pesar de mis reclamos, vuelve a ponerse en marcha. Ya estoy sacando mi teléfono del bolsillo de mi blazer prolija y ajustada para hacer un llamado de reclamación, cuando una voz a mis espaldas, bramando como besugo mi nombre, me hace darme la vuelta. — ¿James Byrne? — tengo que estar soñando.

No lo hubiera reconocido de no darle más de unos segundos a analizar su figura, ya que tipos como él suelen pasar desapercibidos ante mi ojo crítico, pero es otra historia completamente diferente cuando es de las pocas personas que se encuentran en el andén. Arrugo la nariz casi de inmediato y como gesto reflejo. — ¿Es que tengo cara de no saberlo, Byrne? — el antiguo esclavo de Eloise Leblanc, el que alguna vez ejerció como mi mozo de cuadra o algo parecido -lo cierto es que no hacía muy bien su trabajo- parece mofarse de mí de una manera que me irrita. Si bien en la vida a uno le enseñan a ocultar estas cosas bajo una actitud paciente y sosegada, así que eso es lo que hago cuando paso a sonreírle, quizá con cierta sorna. Mi mirada se va de inmediato a las cámaras de seguridad que señala antes de volver a posarse en su figura desgarbada. — Pues no estoy de visita, eso para empezar, el tren con el que viajaba ha tenido problemas y en vista de que no iba a quedarme a arrugarme sin aire acondicionado, me he bajado — opto por no decirle que se ha esfumado en mi cara, que eso ya lo ha podido comprobar desde las cámaras, pero prefiero ahorrarme el bochorno. — Así que aquí es donde has terminado, ¿eh? Deduzco por tu aspecto que haces algo más que remover estiércol en este lugar — sí, le dedico un recorrido de arriba a abajo con mis ojos.
Karina E. Hegel
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James G. Byrne
Fugitivo
El mismo que viste y calza — está claro que es una respuesta con orgullo,  que quede bien en claro que no soy más el esclavo que alguna vez conoció y que, de alguna manera, ella siempre consiguió tener a sus órdenes a pesar de que no era mi ama bajo ningún prospecto. A veces creo que Eloise Leblanc era demasiado generosa con los suyos, siempre abusando de que yo no podía decir que no para enviarme a prestar mis servicios. Al menos, he zafado de la clase de dueños que no solo entregaban a sus esclavos, sino que también les permitía el ser abusados por sus colegas. Siempre viendo el vaso medio lleno, para variar. Su respuesta, supongo que retórica, sólo consigue que yo solo me encoja de hombros y es obvio que no me voy a quedar callado, ahora que puedo elegir no hacerlo — Tienes justo ese tipo de cara, sí — señalo.

Dentro de mi experiencia, lo más inteligente para un muggle es el dar la media vuelta y alejarse en cuanto esa sonrisa aparece en los labios de Karina Hegel, pero lo único que me sale hacer es sonreírle como si no viera la amenaza ni las ganas que tiene de envenenarme. Chasqueo la lengua y acabo por cambiar toda mi expresión, abriendo la boca en un círculo casi perfecto — Oh… — hasta estiro mi cuello, como si pudiera ver el tren marcharse a lo lejos, cuando es más que claro que se ha ido hace un buen rato como para estar a la vista — Pero qué desconsiderados. Si tan solo las personas fuesen más listas y no hicieran cosas como bajarse de un sitio fresco para estar bajo el sol, cuando podían volver a arrancar en cualquier momento. ¿Quién lo diría? — hago una mueca como si estuviera totalmente escandalizado, cuando la verdad es que nada de esto me sorprende en lo absoluto, mucho menos su actitud.

Meto las manos en los bolsillos de mi pantalón y hago un asentimiento con la cabeza, el más alegre que esta mujer debe haberme visto hacer en toda la vida. No es que nos conozcamos mucho, pero sé que no tenemos los mejores recuerdos el uno del otro — Si te interesa saberlo, ahora soy parte del equipo de seguridad de este lugar. Ayudo a controlar las cámaras y el sistema — no, no voy a decirle que además sirvo café, porque eso significaría que se agarre de ello para hacer algún comentario malicioso y no le voy a dar esa satisfacción — ¿Por qué? ¿Te interesa un puesto en las granjas? Es un cambio grande, pero de seguro a ti no te molestaría, el olor a bosta no es algo que deba serle desconocido a la gente de tu estilo — me cruzo de brazos sobre el pecho, no es muy pequeña pero aún así la diferencia de alturas es fácil de remarcar al devolverle la mirada escrutadora que me dedica — Vine hasta aquí porque se te veía perdida y quería saber si necesitabas que te ayude en algo. Como a encontrar la salida — que no es muy difícil, si vamos al caso, estamos en la estación de tren. Siempre puede dignarse a tomar asiento y esperar.
James G. Byrne
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Karina E. Hegel
Hago una muequita sarcástica con mis labios, al tiempo que mi nariz arrugada acompaña a mi expresión de querer decirle de lo que él tiene cara, pero soy una señorita con clase que no debería decir esas cosas ni en presencia del peor de los desgraciados. ¡Soberbia la que utiliza para dirigirse a mi persona! Me parece que algunos se han olvidado de la categoría que representan en la pirámide de la sociedad, no que yo vaya a recordárselo, pero haría bien en procurar usar las palabras adecuadas. — Muy gracioso, Byrne, entiendo que alguien como tú está acostumbrado a tener que pasar muchas horas en transporte corriente, siendo que no posees ninguna habilidad mágica notable, pero hay una cosa que conocemos los magos y se llama eficacia, no nos gustan las demoras. — aclaro, alzando un poco la barbilla. Por no decir que nadie se fijaría en un mindundi como él, ¿pero yo? Karina Hegel no pasa por ningún lugar sin que su presencia sea advertida, y se lo voy a hacer saber al encargado de ese tren en cuanto tenga oportunidad.

Murmuro una especie de mmh poco interesado con respecto a su actual posición en este lugar, a pesar de haber sido yo la que ha preguntado por ello, no es que sea de vital importancia como para guardar esa información en mi cerebro, así que lo más probable es que para el día de mañana ese dato ya se haya eliminado. — ¿Quién lo iba a decir? ¿Te tienen a ti vigilando la seguridad? Si apenas y podías aguantar los estribos del caballo, ¿crees poder controlar quién entra y sale del lugar? — no estoy por la labor de mofarme en su jeta, pero es que me lo pone demasiado fácil cuando no hace tanto tiempo de que me sujetara el caballo mientras yo me preparaba para subirme en él. Y... bueno, puede que sí hayan pasado unos cuantos años de aquello. Cómo pasa el tiempo, que ni siquiera noté demasiado su ausencia. — Pero me alegra que te hayan dado algo en lo que tus capacidades puedan perseverar, les hace falta un tanto — que la educación siempre esté presente.

Qué poco cortés, Byrne, como siempre — resoplo, removiéndome algún pelo que se ha soltado de la trenza — Gracias por la invitación, de veras, pero ya estoy estudiando una especialización para convertirme en enfermera — le cuento porque le puede interesar, acostumbro a que las personas estén interesadas en lo que hago y dejo de hacer, siempre siendo imagen modelo para las futuras generaciones y para la mía misma también. — ¡Ah! Eso sí que es muy amable por tu parte, sí, me gustaría saber cuando pasa el próximo tren, y donde es que puedo conseguirme una botella de agua o café, suponiendo que no es demasiado pedir en este lugar — no veo ninguna máquina por aquí cerca, que es a lo que me tengo que rebajar estando en una estación de tren.
Karina E. Hegel
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James G. Byrne
Fugitivo
Oh, no hacemos uso de mi fuerza. Ya sabemos que no la tengo, si consideramos la mala alimentación y el maltrato que he sufrido de parte de los de tu tipo — lo dejo caer como quien no quiere la cosa, pero nadie puede negarme un momento de satisfacción al poder echar en cara unas cuantas cosas que he tenido atragantadas por casi toda mi vida — Sino que ayudo en la parte de los sistemas y la vigilancia. Ya sabes, hay que usar el cerebro y esas cosas… No todos somos como ustedes, que dejan que la magia solucione todos sus problemas en lugar de tratar de usar una neurona o dos — la verdad es que Karina nunca se me hizo una luz, pero tampoco veo los motivos por los cuales debería serlo. Es más preocupante el verlo en los magos adultos, esos que no saben ni hacer un huevo duro porque están acostumbrados a que la magia haga todo por ellos — Oh, gracias, Katina. De verdad aprecio tu apoyo en esto — pues claro que no.

Me encojo de hombros, que ser cortés no es algo que ella se haya ganado de mi parte. No sé por qué me hace reír su declaración, debe ser porque jamás pensé que escogería ser otra cosa que modelo de revista o alguna tontería así — ¿Enfermera? ¿Quién lo diría? — acoto — Creería que escogerías algo donde las personas puedan lamer tus botas, como sanadora especializada o algo así. ¿Pero ayudar al prójimo? Vaya, no sabía que tenías esa parte latente dentro de tu enorme ego — se lo concedo, aunque la sonrisa que le estoy dedicando pone en evidencia que no me estoy tomando nada de esto muy en serio. Me giro para chequear el enorme reloj de la estación, cuyos números me hacen reír por lo bajo — Algo así como una hora. Dudo mucho que quieras pasarla aquí. Quien sabe… Hasta puede que lleguen personas del norte. Ya sabes, de los que vienen a vivir aquí y llegan con mugre, harapos y piojos… — ¿Estoy disfrutando de esto? Tal vez. Es probable.

Mis ojos ruedan, pero la gracia de mi rostro no desaparece. Acabo por chasquear la lengua y le hago una seña para que venga conmigo, empezando a encaminarme hacia una de las salidas laterales de la estación — Ven conmigo, te dejarán pasar, solo son dos minutos en los cuales te ficharán y listo — Dudo mucho que le hagan demasiadas preguntas si yo hablo por ella. Mal que mal, no es como que a estas alturas los guardias no me reconozcan — Hay un café pequeño justo aquí al lado, para las personas que aguardan al horario del tren. Podrás beber lo que quieras y evitar derretirte por el calor — lo que provoca que, sin mucho disimulo, vuelva a echarle una mirada que la analiza de pies a cabeza — ¿De verdad no te diste cuenta que ibas a quedarte atrás? El tren siempre da una alarma antes de cerrar sus puertas — no es que esté insultando su inteligencia pero… sí.
James G. Byrne
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Karina E. Hegel
Oh, vamos, deja de llorar, Byrne, ni teniendo siete comidas al día llegarías a poseer músculo, es solo el resultado de tu constitución genética — ruedo los ojos cuando se las da de victimista, como les encanta hacer a los de su especie. Yo misma soy de físico delgado, y no me ven por ahí quejándome de no tener fuerza bruta. — ¿Eso es lo que les dices a tus amigos traidores? ¿Que no tienen neuronas? No sé qué tanto respetarían esa opinión de tu parte… — dejo caer, ¿no que tiene amigos que son magos, traidores del estado? El mismo Black es un mago, la misma Hero Niniadis es una bruja. ¡Hero Niniadis! Todavía no puedo creer el camino que siguió esa chiquilla, ¡cuando solíamos coincidir tan bien en mentalidad! Más de un mal aire le debieron de azotar en esos últimos meses en la mansión, como a su madre, que poco a poco fue perdiendo la cordura… Si es que es lo se sabe, la genética es la genética. — No hay de qué — respondo alegremente a su agradecimiento, obvio que sé que su comentario está cargado de ironía, pero no me molesta, es el recurso al que recurren las personas con poca inteligencia.

Me saco la trenza del hombro con un gesto de mi mano para devolverla detrás, sobre mi espalda, en una actitud completamente desinteresada. — Pues ya ves, Byrne, a veces los prejuicios que tenéis en nuestra contra no os dejan ver la buena intención detrás de nuestras acciones — no es algo que yo tenga que explicarle, no hay más que ver como funciona el mundo hoy en día — Estoy muy interesada en hacerle la vida más llevadera a personas que lo necesitan de verdad, los enfermos son los que más sufren estos días, todas sus familias… — murmuro, lanzando un exasperado suspiro de lástima. No le diré que también me ha interesado ese rango por la figura que ostenta el padre de Oliver, con quien tengo que recordarme pedir un permiso para charlar sobre mi futuro, el de su hijo también, ya de paso. A lo siguiente que dice, se me hace muy difícil contener la cara de asco. — Ugh, piojos, ¿es que no hacéis inspecciones aquí? — no soy yo quien le diga que esos bichos se extienden como lapas, que estoy segura de que ha sido portador de los mismos en más de una ocasión, así que ya debe de saber cómo funcionan.

Ah… ¿seguro que eso no quedará grabado en el registro para siempre? No es como que deba decírtelo o recordártelo, pero tengo una reputación que mantener… — una que se iría bien a pique si de repente alguien se entera que Karina Hegel ha estado merodeando por estos lares repletos de traidores. Aun así, soy rápida cuando me muevo detrás de él, a prisa por si alguna de las cámaras llega a captar mi imagen. — Una tiene muchas cosas en la cabeza, Byrne, de todo lo que tengo que hacer en mi agenda… es normal que en ocasiones se me pase un despiste, pero será un error que no volveré a cometer, te lo aseguro — principalmente porque me negaré a volver a frecuentar el transporte público. Una quiere ser colaboradora con el medio ambiente, ¡y ocurren estas cosas! Que no puede ser.
Karina E. Hegel
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James G. Byrne
Fugitivo
¿Es lo que le digo a mis amigos traidores? Pues sí, mi expresión lo delata. No es como que me prive de decirle a alguien cuando está siendo un idiota, pero la diferencia es que mis amigos no tienen la moral dudosa que poseen las personas de los distritos ricos a los cuales Karina tanto le chupa las medias — Lo que tú digas — le concedo con una risita, que si ella afirma que lo hace porque ama ayudar a los demás y no por cómo se verá para los demás, supongo que tendré que creerle. Supongo que nunca me voy a enterar si es verdad o si solamente lo está diciendo para quedar bien — No rechazaremos a una persona que se muere de hambre solo porque tiene piojos — mis cejas se disparan hacia arriba, camuflándose entre los rizos despeinados que cubren mi frente — La idea de este lugar es sacarlos de su miseria, no regresarlos al sitio que los dejó en pésimas condiciones. Con los cuidados necesarios, todo el mundo puede adaptarse. No es algo que espero que entiendas — ella siempre ha vivido en su burbuja de perfección, como mucho se habrá sentido fuera del agua un par de veces en su vida. Si alguien la ve desde afuera, de seguro podrá apostar que es la imagen de la pulcra perfección. No me ha interesado jamás el ver su visión desde adentro, sé que eso es mi tema.

¿Qué reputación? No es como que tu familia pueda acceder a nuestros registros — que yo sepa, solo a ellos debería de importarles dónde se mete. Le lanzo un rápido vistazo por encima del hombro, midiendo su expresión — Eso espero. No sea cosa que termines llena de piojos — le agito los dedos frente a la cara en lo que le suelto un “uuuhhh” fantasmal, como si en verdad fuese tan terrible. Como era de esperarse, uno de los guardias nos detienen con amabilidad y, sí, hoy me toca dar la cara por ella e informar que viene conmigo. Explicar su situación no es difícil, pero no me queda de otra que quedarme callado en lo que el sujeto tiene que ponerse a tomar sus dados y la pincha con un pequeño aparatito para evitar que pueda hablar de todo lo que ha visto aquí. ¿Lo disfruto? Pues claro que sí. Es un espectáculo que jamás pensé que podría presenciar.

En cuanto somos libres, la cafetería se encuentra no tan lejos de uno de los extremos de la estación y su aroma dulzón se puede sentir a la distancia. Con un movimiento de mi mano, le permito dar el primer paso y entro detrás de ella. No hay muchas personas, lo cual es algo a agradecer: no quiero más rumores sobre los cuales mi hermano pueda llegar a burlarse en cuanto tenga la oportunidad. Me cruzo de brazos, en señal de que no seré yo quien elija la mesa — ¿Cómo explicarás tus casi dos horas de retraso en tu casa? — pregunto por mera curiosidad — Te prometo que nada en este lugar está envenenado y, si quieres mi opinión, sus magdalenas son bastante buenas. Aunque se me hace que tienen demasiada azúcar para tu gusto — se me hace que debe consumir todo light, así que ni me molesto.
James G. Byrne
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Karina E. Hegel
Siempre es lo que yo digo, hace bien en remarcarlo, no suelo encontrarme con personas en mi vida que tiendan a quitarme la razón, así que es agradable que hasta el más grosero de los esclavos tenga eso claro. No, mi relación con Byrne no es de la más cercanas, apenas y me sirvió un par de veces, pero no hizo falta más para darse cuenta que no vamos a coincidir mucho en conversación. — Pues claro que lo entiendo, Byrne, cualquier muerto de hambre se arrastraría hasta aquí, ¿la tierra de las nuevas oportunidades no es así? Una lástima que vaya a ser una historia que no dure por mucho tiempo… — suspiro dramáticamente, que todas las rebeliones terminan en algún punto, normalmente con una bala en la cabeza de los traidores o un maleficio, que es más práctico y ensucia menos. — ¿Qué harán cuando quiera entrar tanta gente, que no tendréis lugar para ellos? ¿Llevaréis acabo entonces un programa de selección, o los dejaréis pasar hasta que familias tengan que dormir en la calle en pleno invierno? — curioseo, alzando una ceja en su dirección como si hubiera dado en el clavo de su movimiento benéfico.

Suelto un chasquido sardónico con mi lengua, meneando la cabeza de un lado a otro. — Tengo un estatus social que mantener, Byrne, no puedo dejar que me vean con… cualquiera. No te ofendas, pero acostumbro a ser una imagen modelo como para que alguien de sociedad me vea por aquí, así que espero que esos registros de grabación tampoco salgan a la luz — aclaro solo por si acaso. No me preocupan tanto mis padres como podrían hacerlo mis amigas o gente de importancia, ¡Oliver mismo o su propio padre! ¡Todo mi prestigio sería el hazmerreír del Capitolio solo de verme con este mugroso! — No te me acerques mucho por si acaso, no quiero correr riesgos — mi manotazo a sus dedos es suave, pero eficaz, arrugando un poco la nariz. Por lo demás le sigo hacia la entrada al interior de la estación, donde recogen mi nombre y algún dato más mientras otro guardia me pincha un dedo. — Espero que eso esté desinfectado — le reclamo al frotar la zona, que a saber cuántas cosas se pueden coger por aquí.

Muy amable — murmuro cuando me deja pasar primero y procedo a sentarme en una de las cuantas mesas vacías que hay. Afortunadamente hay poca gente, así que el que sea que trabaje aquí no tardará mucho en atendernos. — Tengo diecinueve años, James, no tengo que dar explicaciones a nadie si no quiero, mis padres confían lo suficiente en mí como para que no me tengan que andar preguntado sobre lo que hago o dejo de hacer — hago la aclaración, es la primera vez en este encuentro que me permito utilizar su nombre de pila. Tomo una de las cartas que hay sobre la mesa para hojear esos muffins que dice una persona como yo no se comería, a lo que solo puedo responder con una sonrisa sofisticada. — ¿Ves? Ahí lo estás haciendo de nuevo. Los que son como tú os soléis quejar mucho de que no tenemos problema con dar nuestra opinión, pero aquí estás tú, saltando a conclusiones precipitadas y utilizando cada oportunidad para hacer una crítica — le hago saber su falta, sin apenas molestarme al respecto. Estoy acostumbrada a instruir a los demás. — Puedo comerme una magdalena si se me antoja, lo cual no quiere decir que lo haga todos los días, se trata de estar en equilibrio, no te puedes alimentar a base de grasas toda la vida, así como tampoco puedes hacerlo exclusivamente de verduras — parece que necesita un refresco de como funciona la pirámide alimenticia, así que para demostrar mi punto, le digo al camarero cuando se acerca: — Que sean dos magdalenas — está flaco, no le vendrá mal un poco de grasa en el cuerpo y hoy me estoy sintiendo generosa.
Karina E. Hegel
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James G. Byrne
Fugitivo
¿Qué te hace pensar que nos conformaremos con solo este distrito? — le pregunto. No tengo idea de las cosas que hablan en el consejo, pero hay que ser idiota para creer que la rebelión terminará solo porque conseguimos un lugar donde asentar el culo — Si pudimos con el más grande, podremos con otros — lógica pura. Me río, sin disimulo alguno, que no veo cómo es que alguien quisiera tomarla como modelo. No porque no sea un estereotipo bien marcado, sino porque me produce un enorme aburrimiento el siquiera pensar en ser como ella. De seguro Hero la adoraba. suerte que ha madurado lo suficiente como para darse cuenta de que la rubia no tiene dos dedos de frente — Oh, no tengo pulgas, pero como quieras — ni siquiera me ofende su manotazo. Si he podido sobrevivir a Meerah y sus ataques de caspa en el pasado, puedo con ella, ya estoy preparado para todoterreno. A su temor por la higiene del pinchazo… Me encojo de hombros — Es solo para asegurarnos de que no andes boqueando por ahí, así que te recomiendo que tengas cuidado con lo que dices — que ya la vi terminando en el hospital.

Me acomodo en el asiento frente a ella y clavo los ojos en la ventana. La estación se ve bastante tranquila e iluminada a estas horas, el ambiente veraniego hasta me hace olvidar, por un momento, que no me encuentro con la compañía más amable de todas — Supongo que no tendrás problemas, entonces — le concedo la razón, que no veo posible que su familia se entere de absolutamente nada de esto y, de preguntarle, de seguro se le ocurre alguna que otra mentira piadosa para zafarla. Por muy niña de oro que se vea, estoy seguro de que prefiere mantener su reputación antes de ser sincera en una ocasión especial como esta. No me espero que señale ese punto, se me arquea una de las cejas y recargo todo mi peso en el respaldo de la silla, lo que me permite el verla mejor — ¿Y cómo no hacerlo? — no es un ataque, sino una explicación — He aprendido a discutir con las personas de tu estilo, Karina. Cuando te pasas toda la vida siendo denigrado y obligado a guardar silencio, te haces una idea general y las reacciones son instantáneas. Como cuando se colma un vaso — y de paso lo llenas de basura y agitas un poco.

Soy perfectamente consciente de que no despego la mirada de su perfil en lo que ella se encarga de hacer el pedido y, sí, mi cerebro está tratando de hacer funcionar sus engranajes. Ni siquiera oigo si se pide algo para beber o no, porque no puede ser que haya pedido dos… ¿Se va a comer las dos o una señorita bien acaba de comprarle algo a un muggle? En efecto, los dos muffins no acaban de llegar y uno termina delante de mí. Bien. Eso no me lo esperaba — Wow — acepto, moviendo mis cejas hacia arriba — ¿Estás haciendo algún proyecto sobre compartir el pan? — pellizco el chip de chocolate que tiene sobresaliendo de uno de los extremos y me lo llevo a la boca. Bien, sabe genial — Ya. Gracias… — tengo que admitirlo, ha sido amable, así que mi agradecimiento es genuino. Sospechoso, pero real — ¿A dónde estabas yendo? — pregunto sin poder contenerme, en lo que pellizco un trozo aún más grande y me lo llevo a la boca — El distrito nueve no está tan mal, como para que le pongas mala cara. Sí, afecta tu estatus, pero hay muchas cosas para hacer. ¡Tenemos hasta un zoológico! Que funciona más bien como reserva, hay un montón de criaturas ahí adentro. Quizá, si no fueras tan criticona por naturaleza, podrías disfrutarlo más — que aquí no soy el único que anda prejuzgando de manera inmediata, su gente lo ha hecho conmigo desde que tengo memoria.
James G. Byrne
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Karina E. Hegel
Dejo salir una risa incrédula, casi como si no estuviera creyéndome lo que oigo, a lo que mi ruedo de ojos acompaña en sintonía para dejar todavía más clara mi postura. — Veo que estáis muy confiados con vuestra posición ahora mismo, pero yo sigo viendo tu rostro en los carteles de la ciudad y no que te atrevas a poner un pie fuera de la seguridad de este distrito. — ¿que no se cansan de jugar al gato y el ratón? Al menos ahora se esconden a la vista… — Mi consejo es que no te acomodes demasiado, Byrne, los golpes de suerte no suelen durar mucho, el trabajo de generaciones sí suele hacerlo — y no hay más que ver como los magos nos hemos mantenido en un rango superior durante ya mucho tiempo, como para permitir que un grupo de radicales conquiste el país entero. — ¿Boqueando sobre qué, exactamente? Ni por un millón de galeones diría que he puesto pie en este distrito de… salvajes — hago un gesto con mi cuerpo como si me hubiera entrado un escalofrío, para dejar evidente mi repulsión al respecto.

Chasqueo la lengua con cierta molestia, que siempre vienen los discursos de pobres mugrosos que se creen con la razón suficiente como para exigir un trato que no se nos ofreció a los magos en su día. — Lo bueno de discutir, es que siempre hay uno que se queda con la última palabra, Byrne, y mi padre estudió leyes, no tienes siquiera una oportunidad a reclamar nada — se lo dejo saber antes de que pueda volcarse en su postura de liberal — Sé muy bien en qué lugar están mis derechos, y donde se sitúan los tuyos, como para permitir rebajarme a una sociedad de mediocridad — si es que los muggles tienen algún derecho todavía, aparte del de respirar…

Suerte que el camarero no tarda demasiado en traer las magdalenas, a lo que le indico con la cabeza que coloque una de ellas frente a James. Le tiendo mi tarjeta de crédito para que pueda cobrarme ahora así no tengo que esperar luego, que ya veo como esto podría empezar a llenarse de gente. — No hagas que me arrepienta, Byrne — le digo cuando parece sorprendido por mi amabilidad. No tiendo a tener estos gestos con un muggle, directamente no los tengo, porque todos los sirvientes en mi casa son elfos, pero me veo forzada a hacer una excepción al ser quien ha permitido que me dejen pasar para no asfixiarme de calor afuera. — ¿Te refieres a de dónde venía o a dónde estaba yendo? Porque tan solo estaba regresando a mi distrito. — me miro las uñas antes de tomar un trozo pequeño del bizcocho y llevármelo a la boca con toda la educación que me han enseñado. — Pero venía de hacer unos trámites en el distrito siete con un vendedor de caballos. Tengo una yegua pura sangre, pero está algo vieja y necesito un caballo con el que poder saltar sin que se le dañen los tobillos — ¿entenderá algo de lo que le estoy diciendo? Suena demasiado avanzado para su cerebro de poca clase. Alzo una ceja cuando menciona el zoológico, mirándole detenidamente. — No le encuentro la diversión a ver a un par de criaturas golpeándose dentro de una celda, tengo otros pasatiempos mucho más enriquecedores para la mente, pero gracias por la oferta — no puede decir que no lo ha intentado. — ¿Así que eso es todo lo que hacéis, visitar zoológicos? Pensé que estaríais ocupados planeando una guerra…
Karina E. Hegel
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James G. Byrne
Fugitivo
Ay, por favor, eres una hipócrita — se me escapa sin poder evitarlo, entre risas incrédulas — ¿Yo soy quien te prejuzga, cuando tú te sientas aquí, a calificar a todo el mundo acorde a tus estándares de vida? Lo lamento si no te tomo en serio, Karina, pero no me gustan los doble discursos — no soy la persona más madura e inteligente de la existencia, eso lo tengo bien en claro. Sé que cambié y aprendí, que tengo mis errores y no siempre he tenido una mentalidad tan abierta, pero creo que ese es el punto. ¿Qué gracia tiene el estar vivo, si siempre me mantendré igual? — Estudiar leyes no te asegura tener la razón. Lo único que te brinda son las herramientas para discutir tus fundamentos, que muchas veces están errados. ¿O vas a ponerte a decir que toda la constitución de Neopanem es justa y pulcra? He oído mierdas muy grandes sobre el ministro que maneja las normas y ni me hagas empezar con tu presidente.  Basar derechos en las condiciones de nacimiento me parece completamente retrógrada — que diga lo que quiera, eso no va a hacer que me humille ni me rebaje ante ella. Lo he hecho toda la vida, así que sé muy bien que ese es el lugar al cual no quiero regresar jamás.

Debe ser por eso que no digo nada y mastico el muffin, pero la verdad es que no lo disfruto. Está delicioso, de eso no cabe duda, pero no dejo de cuestionarme a mí mismo si el estar aceptando comida de una bruja como ella es una buena idea. Cuestión de orgullo — Ah — contesto con obvio desinterés a la historia de sus problemas de niña rica, que no puedo creer que no sea capaz de responder algo sin sonar como una completa esnob. ¿Esta mujer siquiera tiene consciencia de la realidad? — ¿Qué cosa? ¿Encerrar un caballo y darle un par de golpes para que haga lo que quieras? No le veo la diferencia al zoológico — me ahorro la parte de que ella también es un animal, pero no importa. No puedo contenerme ante el último comentario y me acomodo en el asiento para estar mucho más centrado, acomodo los codos sobre la mesa y froto mis manos entre sí, aprovechando a mirarla con una vaga sonrisa sardónica — ¿Así es como nos ves? ¿Cómo personas que solamente pelean cuando tienen que hacerlo y respiran y beben sangre? No me sorprende que te creas todas las historias de los ricos, si todo lo que me dices me huele a ignorancia. ¿No te avergüenza que un ex esclavo esté mejor educado sobre la vida misma que tú? A mí se me caería la cara.

Pellizco el muffin, así puedo masticar una sola vez antes de volver a acomodarme — Veamos… ¿Cómo te lo explico? — finjo el pensarlo, echando la vista hacia arriba en lo que me rasco la garganta — Las personas aquí tienen vidas completamente normales. ¿Sabías que estamos por abrir una escuela? Una en la cual todos puedan educarse, no esa tontería para mentes cuadradas como lo son el Royal y el Prince. Hacemos cosas como ir al cine, reunirnos los domingos y beber los viernes. Hay familias enteras, cosas que tú no ves porque estás muy ocupada mirando el noticiero y creyéndote todas las mentiras que escupen los políticos porque gustan de mostrar la punta del iceberg, esa que enseña cómo nos matamos los unos a los otros porque sí, no podemos estar de acuerdo en algo tan simple como quien es libre y quien no. Me da mucha pena que exista gente como tú, Karina. No puedo hacer más que compadecer tu triste, limitada y vacía vida.
James G. Byrne
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Karina E. Hegel
¿La verdad? Esta conversación se está saliendo de tono, ¡y ni siquiera va por mi parte! Uno no puede empezar a comprender el descaro con que los muggles se dirigen a una persona de alto estatus social como lo puedo ser yo. Y pensar que estos andan merodeando por este distrito, libres como conejos… ¡solo falta que empiecen a reproducirse también como ellos! — Toda la constitución de Neopanem es justa en base a los cimientos sobre los que se escribió, no necesito recordarte como funcionaba el país antes de que Jamie Niniadis apareciera, ¿verdad que no necesito recordártelo? — le hablo casi como si fuera un niño, de esos a los que hay que explicarle las cosas más de una vez para que le entren en la cabeza, aunque está claro que este es un caso especial de estupidez. — Los magos solo tenemos lo que merecemos, estamos recuperando de a poco toda nuestra historia, esa que se nos fue arrebatada, y nuestras familias extintas, por personas como tú. — se lo puntualizo bien claro, sobra decir por qué. — ¿Y qué tiene de malo el ministro Powell? Su progenitor es basura, lo reconozco, pero nada de su trabajo es menos que impecable — realzo en caso de que quiera discutírmelo, como sé qué lo hará. Del presidente no digo nada, porque hasta yo me encuentro un poco escéptica con las parias que ha permitido que usurpen puestos laborales a magos respetables.

¡Amatista es una yegua espléndida! Ni se te ocurra compararla con un mono de feria de esos que visitáis — me exaspero, ni sé por qué, cuando tengo bien sabido como les funciona el cerebro a tipos como él. No entienden lo que es la clase, no comprenden lo que se necesita para llegar a mi posición, ¡mucho menos van a entender de hípica! Que se acomode en la mesa me hace querer hacer lo mismo para defender mi punto, pero conozco de modales y sé más que poner los codos sobre la mesa cuando se está comiendo. — Pues sí, la verdad es que os veo un poco así, y no es por ignorancia, es por lo que dejáis ver al exterior. Solo sois un par de críos liderados por otro que ni siquiera tiene la cabeza bien puesta sobre los hombros. Pero supongo que eso es lo que te llama la atención de él, ¿no? El que sea un Black, porque lo que quieren es conseguir que los magos volvamos a la miseria de antaño, vuestros panfletos liberales no engañan a nadie, más que a vosotros mismos. — ¿que se me caería la cara de qué? ¿De llevar la razón? Soy más que consciente de que con esta gente no se puede discutir, hablan, pero no dicen nada, lo de siempre.

Se me han quitado las ganas de seguir comiendo, así que el muffin queda a un lado sin que siquiera le preste atención, porque para su suerte la tiene el moreno. Sonrío de la misma manera que él, a ver si se va a creer que soy menos, cuando es él quién no me llega ni a la suela de los zapatos, la altura perfecta para que sea quién los limpie. — Oh, qué educativo — ironizo al escuchar lo de la escuela — Ah, ¿qué eso no es lo que hacéis? Mira, Byrne, lo que hagáis en vuestro tiempo libre me viene dando completamente igual, ¿o solo porque vais al cine y coméis palomitas tenéis derecho a masacrar distritos y colocar bombas en festividades a las que acuden personas inocentes? Vuestro problema es que vais de proclamistas anti-guerra, cuando es lo único que habéis traído al país. Hablas de nuestras dobles intenciones, pero sois los primeros en no ir de frente con lo que realmente queréis conseguir, al menos nosotros no nos enmascaramos bajo una falsa identidad — ¿que solo quieren paz? No puedes gritar paz, y luego soltar bombas sobre el cielo. — Yo, en su lugar, me alegro de que exista gente como tú, para que quede claro en qué lugar de la pirámide social se encuentra cada uno — concluyo, moviendo la silla hacia atrás para levantarme — Quédate con el muffin — declaro antes de pasar por su lado tan dignamente como que Karina Hegel siempre se quedará con la última palabra.
Karina E. Hegel
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