The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Rojo. Todo lo que puedo ver es rojo. Las palabras se mezclan en una única mancha confusa que no puedo alcanzar a interpretar, esas palabras que vinculan el nombre de mi hermano Nicholas con la de quien debería quedar como un fantasma desterrado del pasado, para que aparezca un tercero, de una existencia que desconocía hasta este momento y que en sí misma es una aberración, aunque no sea más que un nombre nunca mencionado. —Nicholas, tú, ¿cómo pudiste…?— murmuro al bajar el papel que saqué al romper el sobre que llevaba como remitente a Rebecca Hasselbach, puesto por el elfo doméstico sobre la pila de carpetas ordenadas de su escritorio, y que vine a buscar apenas lo vi cerrar la puerta del despacho privado, dejando a mi hermana con mis sobrinos en la cocina de la mansión que decidimos visitar este fin de semana para que ciertas cuestiones se resuelvan, impidiendo así el avance de las manipulaciones de esta mujer, solo para descubrir que se encargó de ensuciar lo único que jamás creí que tuviera el poder de tocar, de imaginarlo…. ¡No! ¡Es imposible! ¡No puedo imaginar que mi hermano haya…! ¡Jamás!

Su rostro, el de aquella mujer, se cruzan en mi mente, evoco todos los recuerdos que necesito de nuestro pasado en común para poder dar otra interpretación a comentarios, miradas, y sucede, lo veo, recuerdo cuando a la bastarda la echaron de su casa y lo taciturno que había quedado Nicholas, lo había creído entonces que era angustia por la misma Sigrid, que sí hizo un berrinche por la pérdida de su mala compañía, ¡entonces sí! ¡Es cierto! ¡Esa perra logró echarle las garras a un Helmuth! ¡Zorra desgraciada! ¡Maldita! La misma que se revuelca con el presidente para tener el puesto que tiene, estuvo en la cama de mi hermano. Cierro mis dedos alrededor del papel hasta arrugarlo dentro de mi palma y salgo del despacho con una prisa furiosa que me hace aventar la puerta contra la pared con gran estruendo, poniendo en alerta de Sigrid de que es suicida ponerse en mi camino. Veo manchas rojas en todo lo verde del jardín que atravieso con la mirada ida, hasta que la enfoco en la puerta de Rebecca Hasselbach, donde la veo parada conversando con la misma muchacha que instruye para meterse en las sábanas de un Helmuth. No tengo memoria de los segundos que me toma llegar hasta ella, todo lo que veo es su rostro mirándome con confusión cuando tiro con violencia de su brazo, el papel presionando contra su piel, y mi otra mano se descarga con toda fuerza contra su mejilla. —¡PERRA MALNACIDA! ¡UNA BASTARDA TUYA JAMÁS SERA UNA HELMUTH!
Anonymous
Karina E. Hegel
No hay necesidad de estresarse, que hayan pasado unas horas de nuestra llegada a la mansión ministerial y Oliver no se haya presentado como se debe no significa que no vaya a hacerlo en el próximo tiempo. Es un chico con modales, de seguro estará en la biblioteca preparándose para el comienzo del duro curso que nos espera a los estudiantes que sí somos lo suficientemente responsables como para organizarnos con anterioridad. Nada que decir sobre Davies, a quien he visto por una de las ventanas antes de indignarme al completo e ir a la cocina donde se encuentran mi prima menor y el hijo de la hermana de mi tía. Es tedioso tener que ejercer de niñera, ya que ni la madre de la segunda criatura mencionada parece demasiado preocupada por tomar el rol autoritario que la sangre le concede. Afortunadamente para mí se entretienen con su propia charleta sobre asuntos que no me interesan en lo más mínimo, así que puedo ojear con tranquilidad una de las revistas de moda más populares del país mientras el elfo prepara unas bebidas que disfrutar en el amplio jardín de la casa Helmuth.

Muevo mis labios para preguntarle con el acompañamiento del gesto de mi mano a Sigrid que dónde se encuentra su hermana, siendo la única persona con la que se puede establecer una conversación en esta sala y quien hace ya bastante tiempo nos ha abandonado con la excusa de que volvería enseguida, solo para no hacerlo luego. Sin embargo, no llego a murmurar palabra que se ve cruzar el pasillo a la figura de mi tía a tal velocidad, que por poco y da la sensación de que ha sido un error visual y no verdaderamente Ingrid. Todo en su comportamiento es una clara señal de que algo le ocurre, si no es por su actitud, por el golpazo que recibe la puerta al salir despedida de la casa. Ignoro las caras de confusión del resto de la familia para seguir a la rubia en su camino a vaya saber donde, eso solo lo descubro cuando la sigo calle abajo hasta la puerta vecina.

¡TÍA INGRID! — exclamo sin poder contenerme por la sorpresa de ver la palma de su mano atravesar el rostro de la ministra de defensa. Me echo las manos a la cara para tapar mi boca por la exaltación del momento, que no esperaba semejante reacción por parte de una mujer tan digna como lo es mi tía, si hay algo que admiro de ella es su capacidad para mantener la compostura incluso en los peores momentos. Bueno... a medias, también soy consciente de que se altera con facilidad. ¡Pero nada que ver con esto! ¡Y todavía...! — ¿¡Cómo!? — pego un chillido más agudo de lo que pretendía cuando llego a la resolución de las palabras de mi tía, incapaz de creerlas. — ¡Pero cómo se atreve! — ¡será zor...!
Karina E. Hegel
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Invitado
Invitado
No me importa dónde, Maeve— he postergado esta charla demasiado tiempo esta charla, no me compete ser quien de consejos a una muchacha sobre este tema, pero lo hago de todas maneras por tratarse de ella. —Pero no quiero tener a un Helmuth en mi casa, ¡mucho menos en mi cama!— suelto con exasperación, ¡si bastante tengo con esta familia y el mal carácter del padre del muchacho como para que mi casa se convierta en motel para sus encuentros! Ironías de la vida, si hay que pensarlo de alguna manera. ¡Pero qué manía tienen los Helmuth de invadir mi casa! Veo venir el cuerpo rabioso de la tirana por excelencia que porta este apellido y la espero en el escalón superior de la entrada de mi casa, con la barbilla en alto por sí viene a escupirme alguno de sus insultos habituales. La mansión a mi espalda debería servirle para que sepa que cualquier altanería de su parte es hacia quien con un golpe de su uña puede empujarla fuera del tablero, la menor de las excusas me basta para pedirle que deje su placa de auror el lunes a primera hora sobre mi escritorio y presiento la bofetada antes de sentirla como una quemazón en mi rostro que no la esquiva. —Estás jodida, Ingrid Helmuth—, bien jodida.

Mi propia mano le responde al marcarle los dedos en su mejilla pálida con una cachetada que llega tarde a todos los insultos que recibí de su parte alguna vez. No es suficiente, así que me prendo de su cabello corto para sacudirla mientras escucho a la muchacha que le acompaña alzar la voz y espero que no intervenga cuando araño con mis uñas la piel debajo de los mechones rubios que espero arrancar con toda el odio resentido de estos treinta años hacia quien escupió a mis pies más de una vez, quien me miro a los ojos para hacerme sentir una miserable mucho antes de que conociera lo bajo que se pueda caer, y con lo despreciable que puede ser, me susurró tantas veces que mi familia no era más que basura en la calle de su casa, que yo también lo era. A su hermano no le pondría un dedo encima, a su hermana la trato con la diferencia que se merece por tener el coraje de no seguir el patrón de los Helmuth, ¿a ella? La obligo a arrastrarse al suelo al usar toda mi fuerza para que se doble delante de mí y entonces siento el tirón de mi cabello bajo su mano. Choco los dientes para que tragarme el gemido inesperado de dolor y a la mierda los modales con Ingrid Helmuth, golpeo su frente con la mía y cuando la veo tambalearse desconcertada, aprovecho para tirarla al suelo, mis manos enterradas en su cabello, mis rodillas a los lados de su cuerpo reteniéndola con mi peso y sacudiéndola de tal manera que pierdo toda la cordura. —¡TÚ, PERRA! ¡No vendrás a mi casa a humillarme! ¡¿Me oyes?! ¡NUNCA MÁS!— grito sobre su rostro.
Anonymous
Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Estaba esperando esta charla, lo cierto es que me sorprende el que se haya demorado tanto tiempo en alzar la voz sobre nuestro pequeño incidente hace ya bastantes semanas. — Sigo diciendo que no íbamos a tener sexo, ¡lo juro! — le enseño las palmas de mis manos en ejemplo claro de la inocencia que sé que no tengo, pero que me vale como excusa cada vez que me presento frente a una figura autoritaria. No, mentira, no me sirve como excusa, mi cara de angelito nunca ha surtido efecto en ninguno de ellos, no espero que lo haga ahora, así que si no lo hará eso lo hará mi palabrería, que esa siempre me saca de mis problemas, bien porque les soy demasiado molesta o... no, solo esa opción. — ¿Pero y qué pasa con los Helmuth, igual? ¿Es que tienes algo personal en su contra o...? Porque Oliver no es nada como su padre, es mucho más sexy y... — ya, creo que no ayudo demasiado a mi caso si me pongo a decir estas cosas, menos con la que se supone que es mi jefa.

La cabeza se me va en dirección a los gritos que interrumpen mi frase, esos que me suenan demasiado conocidos porque los he escuchado antes en los pasillos de la Base de seguridad. ¿Lo peor? Es que llega ese momento en el que creo que estoy viendo doble, porque si bien la figura de Ingrid Helmuth aparece de la nada, a la suya le sigue la de un clon que tampoco tengo mucho problema en reconocer. Digamos que Karina y yo tenemos una relación de amor odio, sin la primera palabra de por medio, lo que hace que me sea muy fácil dirigirle una mirada con la nariz arrugada por la incoherencia de encontrarla aquí. Sí, aquí, en la isla ministerial, de la mano de su tía que... si bien tengo entendido no vive aquí tampoco.

Eso no le impide cruzarle la cara a Rebecca de un sopapo que estoy segura ha resonado en toda la isla, mis ojos no necesitan de mucha más invitación para abrirse de par en par hasta que dudo que vaya a poder contenerlos dentro de sus órbitas por lo inesperado de ese gesto. Pues vaya que si tiene una cosa por los Helmuth, si los gritos no son de suficiente aviso, el modo que tiene mi superiora de contra atacar es un ejemplo digno de por qué uno no debe meterse con alguien como ella. En el mientras tanto, parece que soy la única que no se está enterando de la misa de la media. — ¡REBECCAAAAAAA! — me abstengo de llamarla comandante esta vez, creo que el momento lo merece. — ¡Suéltala pedazo de arp...! — ay, queeslatíademinoviononovio, no debería llamarla así. Pero parece que Karina va a optar por hacer lo mismo que yo, así que antes de que lo consiga le golpeo (sin querer, evidentemente) la nariz con el codo al agacharme para tirar de uno de los brazos de la rubia que está atacando por las melenas a mi tutora. — ¡Que la sueltes! — claro, porque mi tamaño de hobbit es súper intimidante. Tengo que zafarme del hombro al moscardón supremo al que llaman Karina en la escuela, esta vez con un puñetazo un tanto ligero. No diré que eso no se sintió de maravilla.
Maeve P. Davies
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Invitado
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Tengo la galleta a punto de morderla cuando veo salir a la tía Ingrid como el diablo que es, seguida luego por el demonio menor que es su altísima Karina de las Remolachas Rosadas, ¡Uff! ¡Sí es insufrible! Hay que verla nada más, mirando la revista con su nariz remilgada como si hasta las fotografías olieran mal, o quizás, es un defecto de nacimiento, una deformación que le hace tener la nariz así de arrugada. Se lo pregunté a mi mamá por lo bajo y recibí un codazo, ¡de mi mamá! ¡mi mamá me dio un codazo! Yo que pensaba que lo del campamento militar para aurores e hijos de aurores sería un martirio para la pobre Kit Kat, ¡si me hubieran dicho que venía Karina este fin de semana, iba y me ponía a ranear de propia voluntad!

¡Yo esto no me lo pierdo!— anuncio cuando me abalanzo a la puerta que ha quedado abierta y —¡LA TÍA INGRID ESTÁ PEGANDO A LA VECINA!— grito a todo lo que garganta me da para poner en aviso a mi madre y a mi prima, antes de salir corriendo al jardín de la vecina, —¡PEGALE, TÍA, PEGALE!—, que mamá siempre dijo que hay que mostrar un frente unido como familia y que mi tía es la primera que insiste en esto, luego me acuerdo que es la tía Ingrid. —¡PEGUELE, SEÑORA, PEGUELE!— agito desde mi lugar, dando brincos en el césped y viendo que también se la montan la guapísima novia no novia de Oliver y la estirada de Kerina, ¡uh uh! ¡mírenle a la rubia sosteniéndose la nariz! —¡Y ESE HA SIDO EL GOLPE DE NUNDU DE MAEVE DAVIES, SEÑORES! ¡Hagan sus apuestas! ¡Esto se está poniendo salvaje! ¡La gata rubia no se puede levantar del suelo y la loba morena la tiene de las mechas! ¡Esto se define hoy, señores!— grito, agarrando un micrófono invisible en el aire y moviendo mi brazo en el aire mientras sigo saltando, uh uh, si esto está genial. —¡¿ACASO ESE HA SIDO EL PUÑETAZO COMETA?! ¡La Magnifica Maeve hoy está con todas, damas, caballeros y criaturas! Y en el otro ring tenemos a… ¡auch, veo sangre en esa mejilla! ¡La gata contraataca con arañazos! ¡AUUUCH! Kari, ¡vas a tener que mandar tu nariz otra vez a cirugía!
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Katerina L. Romanov
Por mini vacaciones no esperaba que mamá se refiriera a pasar un fin de semana en casa del tío Nick, cuando ya por costumbre pasamos aquí los domingos enteros entre que se prepara la comida y la tarde está para reposar y jugar en el jardín, pero supongo que tengo que agradecer que siquiera haya pensado en darme un respiro de su estricto castigo de pasarme el verano entero encerrada en nuestra casa del dos. No obstante, creo que ese no es el verdadero motivo por el que nos encontramos aquí y, aunque la sospecha empieza a crecer en mi interior con cada vez más insistencia, no estoy por la labor de estropearme a mí misma el tiempo que puedo pasar con mi primo. ¡Porque sí, también vinieron la tía Sigrid y Brian! Ah, y también mi otra prima Karina que viene siendo un doble de mamá y que, por ende, tengo que respetar solo porque es familia. O eso he entendido.

Lo que no espero de la tarde es que mamá salga como una furia de la casa, entendedme aquí como que lo extraño es que huya de la vivienda del tío Nick, no que se muestre como una furia que ese viene siendo su estado natural. Así que yo sigo a Brian disparada por una escopeta de mi asiento al escuchar la explicación de que MAMÁ ESTÁ PEGANDO A ALGUIEN. — MAMÁ LE ESTÁS PEGANDO A LA VECINA — obvio que voy a señalarle su falta como hace ella siempre con mis cosas. Me paro al lado de mi primo, frenética al estar presenciando una hazaña como esta y el puro nerviosismo me lleva a mover los brazos de un lado a otro. — ¿Dónde hay un móvil cuando se necesita uno? ¡Esto va a tener más visitas que el vivo del primo Oliver! — y Maeve, por supuesto, que por cierto, le está pegando de bien a Karina y yo solo puedo que arrugar la cara viendo lo doloroso que ha debido de sentirse ese codazo en la nariz. — ¡TÍA SIGRID VEN A VER ESTO! — ¡ya era hora de que mi madre cometiera un accidente en su vida! ¡Doña perfecta! ¡A ver qué excusa utiliza después de esto!
Katerina L. Romanov
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Invitado
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Trato de no pensar en todas las otras personas que ocupan esta isla cuando me decido finalmente a visita a Eloise en el que es su hogar, un gesto que me pareció apropiado demostrar de mi parte, aunque inesperado para ella a la que avisé que venía hace solo unas horas. Procuro no sentirme obligado a saludar en ninguna otra puerta que no sea la de mi madre cuando voy avanzando por la acera, no sea que pase algo que me eche hacia atrás, lo que no me espero es encontrarme con una escena que me lleva a saltar hacia adelante y meterme de lleno en un jardín ajeno porque tengo a dos de mis alumnos gritando, una llamando a su tía y el otro relatando el evento como si este fuera el partido culmine de la liga de quidditch, ¿y cómo ignorar que otras de mis dos alumnas están chocando codos? Y no como saludo preventivo de la gripe rara que se inició en el distrito nueve y algunos temen que se propague hasta aquí. Pongo mis ojos en blanco los dos segundos necesarios por tratarse de Maeve y decido intervenir en este lío, movido por la costumbre de interrumpir peleas en el patio del Royal.

El asesinato creo que podría sucederse entre las dos adultas que ruedan por el suelo, mala manera de conocer a la ministra de defensa y con Ingrid Helmuth ya he tenido un par de conversaciones por Katerina, la recordaba más… elegante. —¡Señoras, por favor…!— eh, no, mejor no me meto ahí. Me giro hacia donde están las otras dos chicas y sostengo a Maeve al abrazarla por la espalda, así consigo que sus brazos se queden pegados a su cuerpo por mucho que patalee. —¡Maeve, quieta! ¡Basta!— trato de llamar a la cordura de mi estudiante al impedir que siga arremetiendo contra la otra chica, ah, maldición, los Hegel van a demandarla por romper la nariz de su hija, pueden pedir una sanción en el mismo colegio, acusarla de hostigamiento… —Maeve, tranquila— le pido al levantarla para moverla al otro lado y que mi cuerpo quede como barrera entre ella y la otra chica. —Brian, para, esto no es un partido de quidditch. ¡Ve a llamar a seguridad, rápido!—, porque la misma seguridad está atacando a la otra seguridad. —¡No, ve a por tu mamá!
Anonymous
Sigrid M. Helmuth
Soy quién le da un codazo a Brian cuando está a punto de soltar lo que yo soltaría de no ser la adulta en la sala, porque en serio me entran ganas de preguntarle a Karina qué es tan interesante de esa revista que ha estado ojeando la misma página por los últimos veinte minutos. Cuando mi hermana sugirió el venir a pasar un fin de semana a casa de nuestro hermano -no sé por qué si ya le visitamos todas las semanas- mi primera respuesta iba a ser que no, si no fuera porque mi sobrina parece un fantasma y necesita que le de algo de sol en la cara ya que su madre la tiene en una especie de celda. ¡Pero a la primera oportunidad se pira! Ruedo los ojos con exasperación, no puede estar un segundo sin controlar las vidas ajenas, que ya se ha metido a cotillear el despacho de Nicholas. Nada que me sorprenda, si vamos a ser sinceros, de seguro solo quiere sacar al elfo doméstico de quicio al organizar su escritorio de una manera mucho más práctica. Pues yo mientras tanto, me prepararé un mojito.

¿Espera qué? ¿Cómo es que de pronto me quedé sola en la cocina? Mi hijo no es que sea discreto, sus gritos me llegan incluso cuando sigo dentro de la casa, esa que me apresuro a dejar atrás en lo que me encamino a la calle de enfrente. — ¡INGRID CATH HELMUTH! ¿¡Pero te has vuelto loca!? — aaah, ya entiendo por qué a mi hermana le gustaba gritar nombres completos cuando éramos niñas, esto se sintió muy satisfactorio. Debería hacerlo más a menudo. — ¡Brian no vitorees! — es una lástima que tenga que ejercer como la persona adulta en esta situación, ahora que mi hermana ha perdido su rol al tirarse de los pelos con la que reconozco como Rebecca. — ¡Ah, profesor Thornfield! — digo, como si esto no fuera más que un día corriente en nuestras vidas, donde mi hermana la estirada se viene a pegarse tortazos con la vecina. Si lo pienso dos veces, no me suena tan diferente de lo que podría haber sido nuestra infancia de no ser porque entonces Ingrid sí tenía algo más de respeto por sí misma. — ¡¡INGRID, POR MORGANA, SUÉLTALA!! — no sé como lo hago para meterme en medio de la perra alfa y la gata suprema sin recibir yo un puñetazo, porque pronto estoy tirando de la morena hacia atrás para apartarla de mi hermana y conseguir que esta se ponga de pie. — ¿¡Es este el ejemplo que quieres dar a nuestros hijos!? — ahí, dónde duele, como si yo fuera la responsable aquí. — ¡¡Haz el favor de comportarte, mujer!! — me encanta esto, de verdad que disfruto de ser la persona cuerda en esta situación, mientras me coloco entre las dos mujeres adultas para evitar que se arranquen los ojos. — ¿Pero qué carajo...? — a pesar de que miro a Rebecca primero, la pregunta va dirigida más bien hacia mi hermana, a quien miro detenidamente inmediatamente después.
Sigrid M. Helmuth
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Todo mi rostro se frunce con una mueca de dolor cuando mi cabeza golpea contra el suelo y tengo a la salvaje de Ruehl trepada encima, desquitándose con una rabia que no le corresponde, que me pertenece a mí, solo a mí, que estoy harta de verla metiéndose con mi familia como si no le bastara haber estado a nuestra sombra por años y sigue ensañándose con nosotros. Tomo su rostro con mis manos para arañar su piel con mis uñas, su maldita cara que estoy hasta las narices de ver, y cuando percibo por los movimientos a nuestro alrededor, que su bastarda también ataca a la pobre de Karina, vuelvo a abofetear a Ruehl para que se quite. Los gritos se escuchan demasiado cerca, la voz de Brian me llega cuando estoy tirando de los pelos a la licántropo para tirarla a un lado y antes de que pueda gritarle a mi sobrino por impertinente traidor a la sangre, es el grito de mi hermana el que escucha en toda la isla. Sigrid NUNCA me llamó por mi nombre completo, ¡JAMÁS!

Y si ese no es suficiente puñetazo de realidad, su tirón consigue devolverme a un estado más propio de mi misma, al menos estar parada y no revolcándome en el suelo para darle su merecido a Ruehl, ¡que ahora sabe con quién se las está midiendo! Todo el escándalo, vergüenza aparte, no me quita la satisfacción de haberle ganado en una pelea a la desgraciada que trata de echar su mierda sobre mi familia. —¡TE QUIERO LEJOS DE MI FAMILIA! ¡DE LA CASA DE MI HERMANO! ¡ DE MIS HIJOS! ¡DE MIS SOBRINOS! — incluso el traidor de Brian. —¡VUELVE A TU MALDITO INFIERNO, PERRA!— grito con todo lo que me permite la garganta hasta quedarme sin voz, y si bien veo al profesor Thornfield sosteniendo a la cachorra en celo para proteger a mi ahijada de su salvajismo, vergüenza aparte, la señalo con mi dedo. —¡Y LLEVATE A TU BASTARDA CONTIGO O ME ENCARGARÉ DE SACARLA YO POR LOS PELOS!
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Karina E. Hegel
Suelto el gritito más agudo que formulé en la vida cuando la ministra de defensa se desquita de la misma manera que mi tía, ¡y no solo eso! ¡Sino que la tira al suelo como bestia inmunda que es! — ¡TÍA! — repito la exclamación como si fuera a servir de algo una segunda vez, la primera no tuvo el efecto deseado y en esta ocasión poco va a poder hacer al tener a la mujer sobre su cuerpo cual alimaña chupa sangre. ¡Eso es lo que es! Ni siquiera me fijo en Davies cuando impulso mi torso hacia delante para tratar de solventar la posición de mi tía, de una manera más pacífica, cuando recibo un codazo de la morena que me hace soltar un bufido de dolor bastante intenso. — ¡Pero serás cerd...! — no llego a terminar el insulto en lo que echo la cabeza hacia atrás, con mis manos en mi nariz tratando de calmar la sensación dolorosa que me invade desde lo más hondo de mi cabeza. — ¡MI PADRE SE ENTERARÁ DE ESTO! — es una amenaza en toda regla, ¡pues claro que lo hará!

¡Y no termina ahí! ¡La muy asquerosa me golpea de lleno en la cara de nuevo, esta vez con toda la fuerZa de su puño de mierda! No me paro a quejarme de dolor cuando tiro de su coleta para apartarla de mi vista, si no fuera porque se abalanza sobre mí como perra en celo. — ¡SUÉLTAME, SALVAJE! — ¡esto es lo que pasa cuando juntas a las criaturas malnacidas con gente civilizada! Solo recupero mi espacio personal y me libro de las garras lobunas de la chiquilla cuando el profesor Thornfield, así de sorpresiva que es su llegada, aparece para salvarme. Me uno a mi tía en el griterío al alejarme de mi atacante con una mirada que reafirma todo lo dicen las palabras que suelto a continuación: — ¡VOY A DENUNCIARTE, BESTIA DEL INFIERNO! ¡LA PRÓXIMA VEZ QUE QUIERAS GOLPEAR A ALGUIEN SERÁ DETRÁS DE UNAS REJAS CON LOS DE TU ESPECIE! — la amenaza es real, como que voy a tardar dos segundos en sostener un teléfono para hacer una llamada — ¡MI PADRE ES ABOGADO!
Karina E. Hegel
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Invitado
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El griterío del niño no me distrae de mi trabajo de encargarme que con una buena sacudida se le quite a Ingrid Helmuth toda la arrogancia que tiene para venir a abofetearme en la que ahora es mi casa. Ella que nunca quiso pisar el barro, que se ensucie del polvo del suelo y pierda toda su dignidad así como el pelo que se queda atrapado entre mis dedos, del que tiro con fuerza para escucharla gritar del dolor. Una mirada fulminante al hombre que aparece es suficiente para que se aparte y no tengo la misma suerte con Sigrid, que nunca entendió ni de mi parte, ni de sus hermanos, que no debe meterse donde no la han llamado. Sigue haciendo lo que quiere y por incoherente que sea en ella misma, también asume el rol de adulta para colocarnos a cada una en nuestro lugar, a una distancia que permita a su hermana mayor estar fuera de mi alcance.

Me río en toda su cara cuando se cree con la autoridad como para echarme de sitios en los que le molesta verme, como si luego de todo este tiempo, el mundo no se hubiera encargado de enseñarle que no es más que una niña criada con mimos, pero que su poder sobre la vida de otros es nulo, una mentira que le gusta contarse para sentirse importante y no es más que el peón más vulgar y fácil de quitar en todo esto. —No, Ingrid. Yo me quedo aquí. ¡Te vas tú! ¡Fuera de esta isla!— le ordeno, es la voz que uso como comandante, pero cuando se refiere a Maeve, a quien veo siendo sostenida por el hombre moreno, me salgo de mi posición como ministra y comandante para ir hacia la rubia y antes de que Sigrid pueda interponerse, ignorando los chillidos histéricos de la mocosa que tiene parada al lado como una réplica de su propia soberbia, doy de lleno con mis nudillos en su respingona y aristocrática nariz de zorra rica. —Atrévete a tocarla y te juro que a ti y a toda tu familia me encargo de hundirlos en mi maldito infierno— la amenazo. —¡FUERA DE AQUÍ!
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Me aguanto las ganas de quejarme de dolor cuando mi melena pasa a ser la forma que tiene Karina de desquitarse conmigo, pero esta vez soy yo la que se ríe por tener mucha más experiencia en golpear que la que tiene ella. No, no es que acostumbre a meterme en peleas, pero digamos que los sacos en los entrenamientos son más común de lo que pensaba y en estos últimos meses he ganado bastante músculo pese a mi todavía notoria complexión delgada. ¡Pero nada que no pueda hacer en contra de una delgaducha como Karina! Estampo mi palma contra su cara como me hubiera gustado haber hecho mucho antes, solo para empecinarnos en una pelea de a dos que termina conmigo ganándole por goleada. Ni siquiera puedo escuchar los comentarios de uno de los primos de Oliver, que pronto tenemos aquí a toda la familia Helmuth y solo falta que aparezca el ministro para que mi ya no deseada figura tenga un cartel de "prohibido entrar" en cualquiera de sus casas.

¡Mira cómo tiemblo! — no sé ahora, la adrenalina corre por mis venas, igual en dos horas sí que me arrepiento, pero por el momento... ah, no, ¿por qué están mis pies en el aire? — ¡Suéltame! — le pido al profesor Thornfield que aparece de la nada como suele hacerlo en ocasiones por los pasillos del Royal, para que me deje terminar el trabajo que empezó la rubia que reconozco como su tía. Me está por bajar a regla ¡y hay luna llena en pocos días! ¡No quiere ser la que se meta conmigo por nada! Pataleo, pero es evidente que mis entrenamientos no sirven de nada contra un hombre que me saca más de medio metro y tiene mucha más fuerza para sostenerme que yo para luchar contra esa presión. ¿Y qué hace esa señalándome? ¡Me llamó bastarda! Si me muerdo la lengua es porque estoy demasiado concentrada en desprenderme del agarra de mi profesor, ese en el que dejo de insistir cuando la respuesta de Becca es mucho más eficaz que cualquier palabrería que podría haber usado en mi defensa.
Maeve P. Davies
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Invitado
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¡¿Por qué me retan a mí sí las que se están peleando son ellas?!— me defiendo, tanto de mi madre como del profesor Thornfield que me piden que detenga mi relato de la situación. Miro hacia atrás para ver dónde está mi prima, si lo ha visto o se ha perdido la paliza que Maeve le dio a Karina, cuando se lo contemos a Oli… ¡esto debe ser un sueño! ¡La tía Ingrid tiene la ropa sucia por haber estado en el pasto! ¡Y los pelos parados! —¡Mamá! ¡¿Me prestas tu teléfono?!— se lo pido cuando ya está a medio camino de separar mi tía de la vecina y ¡ufffff! ¡Hay que ver lo tirana que puede ser! ¡Que hasta a la vecina le dice que se aleje de nosotros! ¡¿Qué sigue?! ¿El lechero? ¿El plomero? Si fuera por la tía Ingrid, todos los Helmuth viviríamos en un único distrito, donde el tío Kostya fuera el alcalde y nos podrían vallas hasta el cielo para que no podamos salir, ni nadie pueda venir a vernos.

Y ya comienza Karina a presumir del padre, ruedo los ojos y busco a Kit Kat cuando amenaza a Maeve con el padre es abogado. «¿Te lo puedes creer?», eso le pregunto con mis ojos. —¡Kari, no te alteres o te saldrá un grano!— la abucheo del fondo, que mi pulla es lo de menos cuando veo a la vecina ir hacia la tía Ingrid. —¡AUCH!— grito en su nombre al presenciar el golpe y reconocer las gotas rojas que se le cae de la nariz, ¿ahora mamá va a tener que pegarle porque pegó a su hermana? Desde donde estoy muevo mi cabeza diciéndole a mamá que no lo haga, la vecina esta se ve peligrosa y habla como jefa de mafia, que lo de ser la adulta le salió impecable, mejor nos volvemos a casa del tío Nick y le echamos cerrojo a todo esperando que vuelva, que se haga cargo él de todo y la locura de mi tía. —¡MAMÁAA! ¡SE NOS QUEMA LA TARTA DE LIMONES!— voy hacia ella para tironear de su mano así tironea la de mi tía Ingrid, —¡Vamos! ¡Vamos! ¡Que se quede Kari!— la apremio a que huyamos mientras se puede y espero a que Kit Kat me ayude haciéndose cargo de su propia madre, para la que podríamos necesitar sogas así no le devuelve el golpe a la vecina.
Anonymous
Katerina L. Romanov
¡Necesito un teléfono, necesito un teléfono! ¡Esto solo ha pasado una vez en la vida y no porque yo solo tenga trece años, sino porque de verdad es la primera vez que mi mamá se mancha las manos! No sé si estoy orgullosa, escandalizada, o divertida porque pueda usarlo como reproche la próxima ocasión que me rete por algo. — ¡TÍA SIGRID RÁPIDO, SE VAN A SACAR LOS OJOS! — exclamo llevándome las manos a la cabeza al ver aparecer al profesor Thornfield, a quién saludo agitando una de estas por encima de mi cabello. Uhhhh, y ahí va Karina amenazando a Maeve con mi tío. Si no la conociera como lo hago por ser mi prima, diría que está exagerando, pero todos los que nos relacionamos con la rubia sabemos que lo siguiente que hará después de arreglarse el maquillaje, si no es la cara, será llamar a su papá. Sí, su papito.

Pero yo pensé que esta era la señora a la que el tío Nick le debía un favor... — le susurro a mi primo por lo bajo cuando su madre se encarga de ir a separarlas, por culpa mía sí, pero no sé si esta es la mejor manera de devolver el favor. Me pilla desprevenida esa advertencia de Brian por el pastel de limones que evidentemente se inventó, solo para sacar a las integrantes de la pelea del ring que se ha formado alrededor del jardín delantero de la ministra de defensa. ¡Tengo que conseguirme las grabaciones de la entrada para poder utilizarlo como chantaje la próxima vez que me castigue! — ¡Mamá, mamá! — exclamo al unísono que mi primo al acercarme para ayudar y rodeo la cintura de mi madre con uno de mis brazos. — Te está sangrando mucho la nariz, mamá, ¡te vas a manchar la ropa! ¿Seguro que estás bien? — ¿está mal que quiera reírme? Digo... — ¿Desde cuándo le pegas a la gente, mamá? — estos datos son bien importantes para el futuro, de seguro pueden librarme de una buena. ¡Y la charla que vamos a tener con papá sobre su comportamiento! ¡Ya la estoy esperando!
Katerina L. Romanov
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Invitado
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¡No hace falta…!— busco ayuda en la única persona cuerda en toda esta situación, la cual es inesperadamente Sigrid Helmuth, más allá de lo que me hayan contado sus hijos sobre ella y yo mismo puedo llegar a suponer. —No fue nada grave— trato de calmar a Karina, por lo que se me puede acusar de favoritismo y, bien, fuera de los muros de la escuela puede que tenga favoritismos. ¿Dejar que el padre abogado de Hegel inicie una demanda para que se la conteste el padre juez de Maeve? Las cosas se pueden arreglar de otra manera, no hace falta volverlo un conflicto legal, la gente para solucionar sus problemas generalmente solo necesita hab…

Sostengo con más fuerza a Maeve cuando el puñetazo de la morena puede servirle como incentivo para volver a enseñarse con la cara de Karina. —Maeve, escúchame, calmada, deja que se vaya— trato de ser la voz tranquila que consiga mantenerla a ella con las manos quietas como no parece que pueda lograrlo su jefa, y espero que la familia haga caso de la petición de la ministra de retirarse, así los ánimos pueden volver a serenarse. Aunque la petición no fue hecha en el mejor de los términos, eso hay que decirlo. —Podemos hablar sobre esto más tarde cuando todos estemos más calmados. No es el momento, ni el lugar, ni está bien involucrar a los niños— paso mis ojos de Brian a Kitty, luego los profesores de pociones se quejan de ellos por hacer explosiva hasta una poción adormecedora. —Nosotros nos retiramos— sigo llevándome a Maeve conmigo, sin soltarla y con los pies todavía en el aire, hacia la puerta de la casa de la ministra donde espero poder arrojarla dentro.
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Sigrid M. Helmuth
¡INGRID! — le reclamo a mi hermana cuando en su más que conocido momento de histeria, se pone a insultar a la que salvó a su hija de perderse el norte y vaya a saber de cuántas cosas más. Creo que se está olvidando de ese detalle cuando, sin quedarse corta, además ataca a la pobre de Maeve con sus palabras hirientes que todos conocemos. Y obvio que eso recibe una consecuencia que llega en forma de puño al ensartar Rebecca el mismo en toda la nariz de mi hermana, provocando una explosión de sangre que no estoy muy segura de que sea apropiada para los niños. —¡HEY! ¡Ya basta! ¡Las dos! ¡Es suficiente! — mírenme bien porque esta será la última vez que me verán actuando como la voz de la conciencia de cada una de las mujeres adultas aquí presentes.

No sé con quién disculparme primero, en este papel que se me ha concedido después de más de treinta años bajo la sombra de una hermana perfeccionista que se disculpaba por mi comportamiento, si con el profesor Thornfield que sostiene a Maeve de propinarle otro golpe a la sobrina de Ingrid, o con la propia Rebecca que me da hasta pena que tenga que soportar los delirios de mi hermana. Al final no hago ninguna de esas cosas, los gritos de Brian son suficiente para que mi atención se vaya dirigida a los daños colaterales y, por mi parte, tengo que hacerme cargo del desastre rubio que tengo a mi lado, en la ironía de que esto sea una guerra de morenas y rubias, de lobas y gatas. — ¿Se puede saber que te ocurre en la cabeza? ¿Es que te faltan neuronas o qué? — le recrimino a Ingrid al tirar de su brazo al lado contrario de Katerina, con mi propio hijo enganchado a uno de mis brazos y Karina siguiéndonos en la cercanía. Ah, sí, esto se siente de lujo. — Vamos, niños, vamos — los aliento a todos a alejarnos de los jardines de la ministra, antes de que les de tiempo a pensárselo dos veces y quieran volver a golpearse.
Sigrid M. Helmuth
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