OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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— ¡No, señor Popplewell, quédate quieto! — está claro que no me hace caso. Sacude sus patas en un intento de escaparse de mis manos, que el sonido del arroyo parece haber sido todo lo que necesitaba para descubrir que nos encontramos en plena naturaleza, entre los árboles que se mantienen cercanos a los límites del distrito y que nos protegen de la vista desde el campo abierto. ¿Hace cuánto venimos planeando una escapada que se supone que tiene que ser perfecta y romántica, como para que el erizo nos lo arruine? Y es que está insoportable, hay que verlo nomas. Tan desesperado por probar un poco de tierra salvaje, como si no tuviera suficiente con el jardín de casa. Suspiro con la resignación de un padre agotado, acomodo el moño que decora su no-cuello y lo apoyo en el césped, viendo cómo de inmediato mueve su cuerpecito en dirección a las flores más cercanas — ¡Pero quédate a la vista! — le amenazo, que de seguro no entiende ni una palabra y ya tendré que ir a buscarlo luego con mi olfato canino.
Hemos dejado las mochilas y lo que será nuestra carpa debajo de un árbol inmenso, cuyas hojas nos servirán para aplacar el choque de los rayos del sol por la mañana y evitará que nos cocinemos en cámara lenta. Estiro todo mi cuerpo, impulsándome con los brazos hacia arriba en lo que trueno mis huesos y acabo largando un suspiro pesado — Muy bien. Primero lo primero: tenemos que armar nuestra tienda — indico, girándome para dar varias zancadas para llegar junto a nuestro equipaje — Ya luego podremos encargarnos de juntar lo necesario para hacer una fogata y cocinar los bocadillos — lo cual no podemos retrasarlo, ya que en cuanto anochezca será mucho más molesto. Me inclino, así soy libre de revisar cada horquilla y estaca, no muy seguro de cómo se hace esto. ¿Cuándo fue la última vez que acampé al aire libre? Ha pasado una eternidad y estoy seguro de que los adultos se encargaban de todo lo importante, en especial porque temían que la caguemos. Pero algo en mi terquedad molesta he aprendido… O eso creo.
— Veamos… — saco mi varita, aunque no sé bien qué órdenes dar con ella. Intento no verme tan perdido, incluso cuando me rasco la cabeza con ella como si de esa manera se pudiesen acomodar las ideas. He venido hasta aquí para relajarme, que sé muy bien que no tendré tiempo para hacerlo en cuanto volvamos a casa — Supongo que primero hay que meter estos palitos por el costado, así le damos forma a la tela y de ahí lo vamos poniendo de pie… — ah, sí, lenguaje técnico de campamento. Mi especialidad.
Hemos dejado las mochilas y lo que será nuestra carpa debajo de un árbol inmenso, cuyas hojas nos servirán para aplacar el choque de los rayos del sol por la mañana y evitará que nos cocinemos en cámara lenta. Estiro todo mi cuerpo, impulsándome con los brazos hacia arriba en lo que trueno mis huesos y acabo largando un suspiro pesado — Muy bien. Primero lo primero: tenemos que armar nuestra tienda — indico, girándome para dar varias zancadas para llegar junto a nuestro equipaje — Ya luego podremos encargarnos de juntar lo necesario para hacer una fogata y cocinar los bocadillos — lo cual no podemos retrasarlo, ya que en cuanto anochezca será mucho más molesto. Me inclino, así soy libre de revisar cada horquilla y estaca, no muy seguro de cómo se hace esto. ¿Cuándo fue la última vez que acampé al aire libre? Ha pasado una eternidad y estoy seguro de que los adultos se encargaban de todo lo importante, en especial porque temían que la caguemos. Pero algo en mi terquedad molesta he aprendido… O eso creo.
— Veamos… — saco mi varita, aunque no sé bien qué órdenes dar con ella. Intento no verme tan perdido, incluso cuando me rasco la cabeza con ella como si de esa manera se pudiesen acomodar las ideas. He venido hasta aquí para relajarme, que sé muy bien que no tendré tiempo para hacerlo en cuanto volvamos a casa — Supongo que primero hay que meter estos palitos por el costado, así le damos forma a la tela y de ahí lo vamos poniendo de pie… — ah, sí, lenguaje técnico de campamento. Mi especialidad.
Me empeño en seguir caminando pese a las ramas finas que me arañaron la cara y al esguince de tobillo que presumo me hice al pisar mal por no estar mirando el terreno que pisaba, por mi sueño frustrado de ser una de las niñas exploradoras que iban al zoológico y hacían galletas para vender, que si no fui es porque no quería y es que estaba Ina siempre molestándome, bastante con tener que soportarla en la escuela, como para hacerlo también cuando tocara preparar galletas y ni mi madre ni yo nunca aprendimos como hacerlas, solo hubiera dado más material para que se ensañaran conmigo. Seguí lo que mi buena y errática buena lógica me aconsejó sobre ponerme vaqueros y una camisa mangas largas para que los insectos no me irritaran la piel, pero a mi buena lógica le faltó considerar que estamos en verano y estoy muriéndome de calor con los vaqueros, la camisa me la quité hace rato para atarla a mi cadera y quedarme con una remera más ligera.
Me tiro a morir sobre el pasto con los brazos en cruz cuando elegimos un árbol que nos sirve de parada y dejamos todas las cosas amontadas entre sus raíces. Escucho los gritos de Ken hacia el erizo desobediente. —¡Es el karmaaaaaaa!— le grito desde mi agonía en el suelo, —¡Tu hijo te hace lo que hacías para quebrantar a tu padre!—. Y los otros adultos que vivían en el distrito catorce, quienes seguramente se llevaron más de un susto por andar detrás de un crío que se las daba de armar balsas. Puesto que era capaz de armar esas cosas, no dudo que también sepa cómo encargarse de montar un campamento y espero indicaciones, porque yo no tengo idea. Ni quise buscarlo en internet, me iba a quitar la emoción de que todo sea nuevo. —¿Trajiste los bocadillos?— es la pregunta que me surge de la nada, porque yo no traje más que algunas golosinas. Él sabe que no suelo ser quien se encarga de la comida, en ninguna ocasión, para prevenir intoxicaciones.
Levanto mi cuerpo hasta quedar sentada y así poder sacarme las zapatillas, el tobillo no está tan hinchado como creía así que asumo que es un falso esguince, se me irá en un rato. Estoy metiendo las medias dentro de las zapatillas cuando escucho su explicación de cómo armaremos la carpa. —Suena fácil— ¡suena fácil! Solo son unos palitos que hay que meter dentro de la tela, ajá, levantar la tela, ajá… —Podemos hacerlo luego, ¿no? ¿Por qué la prisa?— pregunto, no creo que nos lleve más que unos minutos cuando nos pongamos en ello así que podemos esperar a que anochezca. —¿Te diste cuenta?— digo, otra vez me tiro todo lo larga que soy sobre el pasto hasta que pueda recuperar mis fuerzas. —Sonaste muy serio. Hay que hacer esto, lo otro, comida, fogata, carpa… eso de organizarlo todo y dar órdenes, antes también lo hacías, pero era distinto. Eran órdenes más del tipo… «¡Vamos a escaparnos en Año Nuevo, Syv!». Trabajar en una oficina te ha vuelto alguien más serio— ignoremos a sus chillidos agudos cuando el erizo se escapa.
Me tiro a morir sobre el pasto con los brazos en cruz cuando elegimos un árbol que nos sirve de parada y dejamos todas las cosas amontadas entre sus raíces. Escucho los gritos de Ken hacia el erizo desobediente. —¡Es el karmaaaaaaa!— le grito desde mi agonía en el suelo, —¡Tu hijo te hace lo que hacías para quebrantar a tu padre!—. Y los otros adultos que vivían en el distrito catorce, quienes seguramente se llevaron más de un susto por andar detrás de un crío que se las daba de armar balsas. Puesto que era capaz de armar esas cosas, no dudo que también sepa cómo encargarse de montar un campamento y espero indicaciones, porque yo no tengo idea. Ni quise buscarlo en internet, me iba a quitar la emoción de que todo sea nuevo. —¿Trajiste los bocadillos?— es la pregunta que me surge de la nada, porque yo no traje más que algunas golosinas. Él sabe que no suelo ser quien se encarga de la comida, en ninguna ocasión, para prevenir intoxicaciones.
Levanto mi cuerpo hasta quedar sentada y así poder sacarme las zapatillas, el tobillo no está tan hinchado como creía así que asumo que es un falso esguince, se me irá en un rato. Estoy metiendo las medias dentro de las zapatillas cuando escucho su explicación de cómo armaremos la carpa. —Suena fácil— ¡suena fácil! Solo son unos palitos que hay que meter dentro de la tela, ajá, levantar la tela, ajá… —Podemos hacerlo luego, ¿no? ¿Por qué la prisa?— pregunto, no creo que nos lleve más que unos minutos cuando nos pongamos en ello así que podemos esperar a que anochezca. —¿Te diste cuenta?— digo, otra vez me tiro todo lo larga que soy sobre el pasto hasta que pueda recuperar mis fuerzas. —Sonaste muy serio. Hay que hacer esto, lo otro, comida, fogata, carpa… eso de organizarlo todo y dar órdenes, antes también lo hacías, pero era distinto. Eran órdenes más del tipo… «¡Vamos a escaparnos en Año Nuevo, Syv!». Trabajar en una oficina te ha vuelto alguien más serio— ignoremos a sus chillidos agudos cuando el erizo se escapa.
Los ojos se me ponen en blanco con obvia y exasperada gracia, que no es secreto de estado el que me la pasaba volviendo locos a todo el mundo en el catorce, con mis ideas disparatadas de explorar hasta el fin del mundo y escaparme por las noches para recorrer los lindes del distrito. Mis rodillas constantemente sucias y arañadas eran una evidencia física de mi poca paciencia para con las normas — Obvio. ¿Por quién me tomas? — que algo que tengo bien en claro es que nos dará hambre y no pienso ponerme a cazar, que he dejado esos tiempos en el pasado. Se supone que ahora somos personas civilizadas que se traen la comida ya preparada, sacada de un mercado y no de las entrañas de una pobre ardilla o un ciervo perdido — Kitty nos ha preparado algunos emparedados y pasteles — aclaro. Ya, sé que no fui yo, pero lo que importa es que le hice acordar.
Mis ojos se fijan en el modo que tiene de moverse, separo los labios para preguntarle si se encuentra bien, pero acabo dejándome llevar por su modo de descartar tan rápido la parte primordial de hacer una acampada — Si lo dejamos para más tarde, se hará de noche y no es recomendable el andar haciendo todo esto a oscuras. ¡Que hay que clavarla al suelo! Además, podremos guardar las cosas dentro y no se calentarán con el calor… — lo digo como si fuese la cosa más obvia del mundo, que es cosa de ser prácticos. Claro que ella pronto apunta algo en lo que no había pensado y sí, a su manera, me hace sonreír. Levanto los ojos del montón de palitos y tela que tengo delante de mí, aún en cuclillas, para poder ver cómo es que se ha echado sobre el suelo sin intenciones visibles de moverse de allí — ¿Y qué? ¿No te gusta? — pregunto con un tonito guasón — Prometo que daré órdenes más divertidas cuando la carpa ya esté armada y podamos irnos de exploración por ahí. ¿O quieres quedarte echada todo el día? — lo cual tampoco se ve mal, pero podemos hacerlo mañana, cuando estemos cansados de un primer día agotador.
Tomo uno de los palitos de plástico que deberían armar la forma de la tienda y lo uso para picarle el costado, como el niño molesto que puedo ser cuando me olvido de la edad que se supone que tengo — Daaaaaaale. Vamos a trabajar. ¿O no tienes ganas? — me apoyo en el suelo para acercarme a gatas y acabo por estamparle un beso en la mejilla — Ya verás. Te haré la mejor carpa que viste en tu vida. Tan genial que me dirás que te construya una casa en la montaña alguna vez — es una broma, creo que está claro. Un último y rápido beso es lo que le regalo antes de darle la espalda. Me pongo de pie, así puedo estirar el plástico por el suelo, chequeando cuánto se supone que ocupará nuestro refugio temporal. Muy bien. ¿Y ahora qué? — Veamos… En lógica, primero debemos armarla y luego clavarla al suelo… ¿No? — ¿No tiene instrucciones? Rebusco, pero no las encuentro. Solo por amagar, uso la varita, viendo como poco a poco los palitos empiezan a meterse donde deben… O eso creo — ¡El aislante! ¡Syv, el aislante! — ¿Dónde lo puse? — ¿Lo olvidamos? ¿No estaba en la lista de cosas que dijimos que teníamos que traer? — Bueno, hace calor, no debería ser un problema — Demonios… Ya, lo solucionaré. ¿Puedes al menos chequear que el señor Popplewell no se vaya lejos mientras yo hago esto? ¡Solo unos minutos y seré todo tuyo!
Mis ojos se fijan en el modo que tiene de moverse, separo los labios para preguntarle si se encuentra bien, pero acabo dejándome llevar por su modo de descartar tan rápido la parte primordial de hacer una acampada — Si lo dejamos para más tarde, se hará de noche y no es recomendable el andar haciendo todo esto a oscuras. ¡Que hay que clavarla al suelo! Además, podremos guardar las cosas dentro y no se calentarán con el calor… — lo digo como si fuese la cosa más obvia del mundo, que es cosa de ser prácticos. Claro que ella pronto apunta algo en lo que no había pensado y sí, a su manera, me hace sonreír. Levanto los ojos del montón de palitos y tela que tengo delante de mí, aún en cuclillas, para poder ver cómo es que se ha echado sobre el suelo sin intenciones visibles de moverse de allí — ¿Y qué? ¿No te gusta? — pregunto con un tonito guasón — Prometo que daré órdenes más divertidas cuando la carpa ya esté armada y podamos irnos de exploración por ahí. ¿O quieres quedarte echada todo el día? — lo cual tampoco se ve mal, pero podemos hacerlo mañana, cuando estemos cansados de un primer día agotador.
Tomo uno de los palitos de plástico que deberían armar la forma de la tienda y lo uso para picarle el costado, como el niño molesto que puedo ser cuando me olvido de la edad que se supone que tengo — Daaaaaaale. Vamos a trabajar. ¿O no tienes ganas? — me apoyo en el suelo para acercarme a gatas y acabo por estamparle un beso en la mejilla — Ya verás. Te haré la mejor carpa que viste en tu vida. Tan genial que me dirás que te construya una casa en la montaña alguna vez — es una broma, creo que está claro. Un último y rápido beso es lo que le regalo antes de darle la espalda. Me pongo de pie, así puedo estirar el plástico por el suelo, chequeando cuánto se supone que ocupará nuestro refugio temporal. Muy bien. ¿Y ahora qué? — Veamos… En lógica, primero debemos armarla y luego clavarla al suelo… ¿No? — ¿No tiene instrucciones? Rebusco, pero no las encuentro. Solo por amagar, uso la varita, viendo como poco a poco los palitos empiezan a meterse donde deben… O eso creo — ¡El aislante! ¡Syv, el aislante! — ¿Dónde lo puse? — ¿Lo olvidamos? ¿No estaba en la lista de cosas que dijimos que teníamos que traer? — Bueno, hace calor, no debería ser un problema — Demonios… Ya, lo solucionaré. ¿Puedes al menos chequear que el señor Popplewell no se vaya lejos mientras yo hago esto? ¡Solo unos minutos y seré todo tuyo!
Es bueno saber que hay alguien que se va a encargar de que tengamos comida en nuestros estómagos, porque no parece que fuera algo en lo que ninguno de los dos se destaca. Espero que tengamos mejor suerte en esto de armar la estructura de una carpa y no entiendo la prisa si lo hizo ver como algo muy sencillo, ¡vamos! ¡Puedo estar tirada un rato más! —Dame cinco minutos, solo cinco minutos— le pido, como las veces que saco el teléfono de debajo de la almohada para postergar la alarma y tener unos minutos más para así encontrar por mí misma las fuerzas para incorporarme, de lo contrario no soy más que un cuerpo que se arrastra por ahí. —No dije que no me gustara— me río al contestarle, coloco las manos entrelazadas sobre mi vientre al ladear mi cabeza hacia él. —Si digo que sí, me harás sentir mal porque te pondrás hacer todo. ¿Cómo puedes estar tan campante? Siento que caminamos nueve distritos— estoy exagerando un poco, pero es la primera cosa que hago que sea simple ejercicio y no paredes explotando, hechizos a diestra y siniestra, en esos casos la adrenalina ayuda. Esta vez fue cuestión de empeño.
Me muevo un poco, pero no logro esquivar su intento de incordiarme. —¡Claro que tengo ganas! Están ahí, debajo de las ganas de descansar un momento…— digo, que tampoco vine a haraganear, para eso me quedaba con Mimi en uno de nuestros tradicionales fines de semana de movernos solo para buscar comida. Pero necesito recuperar el aire que fui perdiendo en el camino y trato de retenerlo cuando se acerca, prendiéndome del frente de su camiseta con los dedos, así lo convenzo de que unos minutos de estar echados no nos quita nada, pero la tela se me escapa al no sujetarlo con verdadera fuerza. Sonrío a su espalda cuando logro impulsarme para quedar sentada, así colaboro con él. —Daba por hecho que lo harías— contesto a su broma, —y se será en la montaña, también te tocará poner un columpio—. Froto una última vez mis tobillos antes de ir hacia donde se encuentran las partes y las indicaciones para armar la carpa y lo miro todo como si fuera el juego de encastre más raro del mundo, con indicaciones en chino. —Podemos armarlo sin el aislante— lo tranquilizo, sin estar muy segura de a qué se refiere, ¿la tela, no? ¡Bah! ¡El día está hermoso! No vamos a necesitarlo. —¿Ese fue tu plan en todo momento? ¿Qué me levantara para que me hiciera cargo del erizo que se cree un nundu?— lo acuso como chiste al picarle el costado con un dedo y lo dejo con las cosas que él parece entender como todo un profesional, para alejarme en pequeños brincos hacia donde creo que se fue el erizo, tengo que detenerme cuando creo que haber pisado una espina. Mala idea la de quitarme las zapatillas, tengo que volver sobre mis pasos para calzármelas sin atarme los cordones. —¡POOOOOOOOOOOOOOOOplewell!—tengo la teoría de que el erizo reconoce su nombre solo por la OOO.
No había creído que hubiera un segundo ser que por temerario, rayara en lo inconsciente a veces, pero ese es Popplewell superando al mismo Ken. Desconozco como un cuerpo tan diminuto puede guardar tanta imprudencia y no me sorprendería que al meter su naricita en un interruptor lo tomara como un baile frenético y lo volviera a intentar. Por suerte, no estamos de nada demasiado peligroso, todo aquí es naturaleza a pleno donde puede vagar y liberar a sus anchas los deseos de explor… —¡KEEEEEEEEEEEEEEEEEN!— grito a todo pulmón desde lo alto de la quebrada en la que me encuentro, cuando veo a la bolita de espinas sosteniéndose a una ramita al ir río abajo y puedo escuchar su chillido pidiendo ayuda. —¡Rápido! ¡Rápido! ¡Se va a ahogar! ¡RAPIDOOOOOOOOOO!— me ha vuelto toda la vida al cuerpo en dos segundos, solo para montar un cuadro histérico en el que sacudo los brazos y casi pierdo pie entre las rocas mojadas y sucias de musgo.
Me muevo un poco, pero no logro esquivar su intento de incordiarme. —¡Claro que tengo ganas! Están ahí, debajo de las ganas de descansar un momento…— digo, que tampoco vine a haraganear, para eso me quedaba con Mimi en uno de nuestros tradicionales fines de semana de movernos solo para buscar comida. Pero necesito recuperar el aire que fui perdiendo en el camino y trato de retenerlo cuando se acerca, prendiéndome del frente de su camiseta con los dedos, así lo convenzo de que unos minutos de estar echados no nos quita nada, pero la tela se me escapa al no sujetarlo con verdadera fuerza. Sonrío a su espalda cuando logro impulsarme para quedar sentada, así colaboro con él. —Daba por hecho que lo harías— contesto a su broma, —y se será en la montaña, también te tocará poner un columpio—. Froto una última vez mis tobillos antes de ir hacia donde se encuentran las partes y las indicaciones para armar la carpa y lo miro todo como si fuera el juego de encastre más raro del mundo, con indicaciones en chino. —Podemos armarlo sin el aislante— lo tranquilizo, sin estar muy segura de a qué se refiere, ¿la tela, no? ¡Bah! ¡El día está hermoso! No vamos a necesitarlo. —¿Ese fue tu plan en todo momento? ¿Qué me levantara para que me hiciera cargo del erizo que se cree un nundu?— lo acuso como chiste al picarle el costado con un dedo y lo dejo con las cosas que él parece entender como todo un profesional, para alejarme en pequeños brincos hacia donde creo que se fue el erizo, tengo que detenerme cuando creo que haber pisado una espina. Mala idea la de quitarme las zapatillas, tengo que volver sobre mis pasos para calzármelas sin atarme los cordones. —¡POOOOOOOOOOOOOOOOplewell!—tengo la teoría de que el erizo reconoce su nombre solo por la OOO.
No había creído que hubiera un segundo ser que por temerario, rayara en lo inconsciente a veces, pero ese es Popplewell superando al mismo Ken. Desconozco como un cuerpo tan diminuto puede guardar tanta imprudencia y no me sorprendería que al meter su naricita en un interruptor lo tomara como un baile frenético y lo volviera a intentar. Por suerte, no estamos de nada demasiado peligroso, todo aquí es naturaleza a pleno donde puede vagar y liberar a sus anchas los deseos de explor… —¡KEEEEEEEEEEEEEEEEEN!— grito a todo pulmón desde lo alto de la quebrada en la que me encuentro, cuando veo a la bolita de espinas sosteniéndose a una ramita al ir río abajo y puedo escuchar su chillido pidiendo ayuda. —¡Rápido! ¡Rápido! ¡Se va a ahogar! ¡RAPIDOOOOOOOOOO!— me ha vuelto toda la vida al cuerpo en dos segundos, solo para montar un cuadro histérico en el que sacudo los brazos y casi pierdo pie entre las rocas mojadas y sucias de musgo.
No me sorprende en lo absoluto que no tenga tanto aguante. No le echo la culpa a su crianza de la capital, sino a que yo siempre he sido la clase de persona a la cual acusaban de tener un cohete colocado en el culo. Ni siquiera puede retenerme cuando está claro que busca sostenerme por medio de mi camiseta, una acción que en otro momento me habría lanzado al suelo y que ahora mismo no es suficiente para sacarme de la cabeza que tengo que cumplir mi misión de montar un refugio para nuestra estadía en las afueras — Dos columpios — subo la apuesta, porque no tengo motivos para acobardarme. Si he podido con un bote que llegó a flotar antes de estrellarse, puedo con cualquier cosa. Como por ejemplo, tengo que resignarme a que voy a tener que hacer esto sin aislante y ruego, de verdad, que el suelo sea blando — Por supuesto. Tú tienes que vigilar a nuestro protegido mientras yo me encargo de crear nuestro bunker. ¿Qué clase de madre serías si solo tomaras sol? — utilizo el tono dramático de las películas bélicas que suelo ver cuando me aburro, aunque se me rompe la actuación con una vaga risita. Tonterías.
Los gritos de Syv son fáciles de ignorar cuando estás enfocado en que la carpa tenga la forma que tiene que tener, cosa que no es tan fácil como pensaba. Cuando creo que he terminado de darle forma, estoy seguro de que parece más un hongo que una tienda de acampada y no tengo la menor idea de lo que he hecho mal. Me estoy rascando la coronilla con la varita, analizando el problema y tratando de ver cómo diablos voy a solucionarlo, cuando los gritos de mi novia pasan a ser un poco más urgentes. De acuerdo, algo debió salir mal. ¿Y si un zorro se comió al erizo? Momento… ¿No hay zorros aquí, no? ¡Como no lo pensé antes! Me olvido de la carpa cuando salgo disparado hacia el arroyo, el impulso hace que choque contra el cuerpo de Synnove y me sostengo de ella para que ninguno de los dos se caiga al agua de lleno. No es difícil ubicar al erizo suicida que anda chillando, no tan lejos — ¡¿Cómo mierda llegaste ahí?! — acuso al animal, como si pudiera contestarme en base al pánico.
Bien, no es tan difícil, solo tengo que apuntar con la varita y pronunciar un accio… Si no fuese porque la ramita se rompe y ahí va mi erizo, río abajo, sacudiendo sus patitas como una piña que se mueve como un rombo — ¡SEÑOR POPPLEWELL! — de acuerdo, esto ya son medidas desesperadas. Me sacudo las zapatillas y ni siquiera pienso cuando ya estoy saltando al agua, la cual no es tan profunda como creía, ya que el impulso hace que mis pies golpeen las piedras del fondo y escupo varias gotas al quejarme del repentino dolor. ¿Quien me manda a…? — ¡Syv, intenta atraparlo en la curva! — ¡Que haga algo, lo que sea! Doy brazadas, patadas, trago agua a montones y escupo un poco más, hasta que mis manos tocan una de las patitas que se agitan de un lado al otro — ¡Sí! — festejo sin aliento, que el erizo está en estado de pánico y se sigue retorciendo como si mi brazo fuese de piedra para serle de apoyo. Trato de calmarlo, pero la corriente me obliga a sujetarme de un tronco a mitad del arroyo, en el cual me apoyo en un intento de recuperar el aliento. Siento el pecho agitado, buscando a Syv con la mirada — ¿Puedes darme una mano? Creo que el tronco soportará tu peso y podrás tomar al señor Popplewell, así salgo de aquí.
Los gritos de Syv son fáciles de ignorar cuando estás enfocado en que la carpa tenga la forma que tiene que tener, cosa que no es tan fácil como pensaba. Cuando creo que he terminado de darle forma, estoy seguro de que parece más un hongo que una tienda de acampada y no tengo la menor idea de lo que he hecho mal. Me estoy rascando la coronilla con la varita, analizando el problema y tratando de ver cómo diablos voy a solucionarlo, cuando los gritos de mi novia pasan a ser un poco más urgentes. De acuerdo, algo debió salir mal. ¿Y si un zorro se comió al erizo? Momento… ¿No hay zorros aquí, no? ¡Como no lo pensé antes! Me olvido de la carpa cuando salgo disparado hacia el arroyo, el impulso hace que choque contra el cuerpo de Synnove y me sostengo de ella para que ninguno de los dos se caiga al agua de lleno. No es difícil ubicar al erizo suicida que anda chillando, no tan lejos — ¡¿Cómo mierda llegaste ahí?! — acuso al animal, como si pudiera contestarme en base al pánico.
Bien, no es tan difícil, solo tengo que apuntar con la varita y pronunciar un accio… Si no fuese porque la ramita se rompe y ahí va mi erizo, río abajo, sacudiendo sus patitas como una piña que se mueve como un rombo — ¡SEÑOR POPPLEWELL! — de acuerdo, esto ya son medidas desesperadas. Me sacudo las zapatillas y ni siquiera pienso cuando ya estoy saltando al agua, la cual no es tan profunda como creía, ya que el impulso hace que mis pies golpeen las piedras del fondo y escupo varias gotas al quejarme del repentino dolor. ¿Quien me manda a…? — ¡Syv, intenta atraparlo en la curva! — ¡Que haga algo, lo que sea! Doy brazadas, patadas, trago agua a montones y escupo un poco más, hasta que mis manos tocan una de las patitas que se agitan de un lado al otro — ¡Sí! — festejo sin aliento, que el erizo está en estado de pánico y se sigue retorciendo como si mi brazo fuese de piedra para serle de apoyo. Trato de calmarlo, pero la corriente me obliga a sujetarme de un tronco a mitad del arroyo, en el cual me apoyo en un intento de recuperar el aliento. Siento el pecho agitado, buscando a Syv con la mirada — ¿Puedes darme una mano? Creo que el tronco soportará tu peso y podrás tomar al señor Popplewell, así salgo de aquí.
—De acuerdo, de acuerdo, quedas a cargo de armar la cueva mientras yo busco a la cría y me fijo si hay un mamut cerca que puedas cazar luego…— digo cosas sin sentido mientras me voy alejando para ir tras las diminutas huellas del erizo, con el percance de tener que volver para recuperar mis zapatillas y así cuidar mis pies de las espinillas entre el pasto, que de todas maneras se quedan adheridas a mi vaquero y tendré que quitarlas luego con paciencia. Con cada paso que doy entre malezas altas hasta dar con el estrecho donde corre el río, espinas es de lo último que debo preocuparme, creo haber visto una gigantesca red de fino, finísimo, hilo de araña pendiendo entre ramas de un árbol y tengo que pedir disculpas por mi ignorancia, había dado por hecho que las arañas solo tejían en rincones de las casas, ¡también las hay salvajes! Pienso en que, una vez que encuentre a Popplewell, podremos explorar juntos esta naturaleza desconocida… y todos mis pensamientos se reducen en que me gustaría que ciertas cosas mejor no las explore, ¡¡¡como morirse ahogado!!!
El aislante que Ken no encontraba lo debe tener en sus oídos porque no parece que me escucha, tengo que quebrar mi garganta a gritos para que se digne a aparecer y por poco no me lo llevo conmigo al agua, planto mis talones en el suelo y me agarro a sus hombros con mi miedo al sentir que estamos a punto de resbalar hacia abajo. —¡No te enojes con él justo en este momento! ¡Está asustado! ¡Has algo para sacarlo!— chillo, ¿qué es eso de echarle la bronca cuando el animal está sufriendo su mala decisión? ¡Como si ya no tuviera suficiente! Cubro mi boca con la mano cuando lo veo quedar a la voluntad del río cuando pierde su ramita, me quedo paraliza por unos segundos porque si creo que le quito los ojos de encima al señor Popplewell, algo peor le pasará. Mientras lo esté mirando, seguirá nadando con medio cuerpo en la superficie.
—¡¿Qué curva?!— grito, al menos la voz de Ken logra sacarme de mi inmovilidad y me encuentro caminando por el borde, entre piedras resbaladizas, hacia lo que parece ser la curva que me dijo. Mi pie queda en el aire cuando parece haber atrapado al erizo y puedo suspirar de profundo alivio, creyendo que no me queda más que esperar en la orilla, a que puedan salir de la corriente. Error mío. —¿Qué? ¡No! ¿Y si te paso una rama y cargas ahí al erizo?— propongo, por todos lados busco una rama sin hallarla, tendría que volver a subir la quebrada y mientras tanto, erizo y Ken, terminarían en el distrito uno. —Bien, espera… espera…— le pido al dar una inhalación de aire y sacudir mis manos para ir hacia el agua. Con los talones me quito las zapatillas y no tiene caso que doble las piernas de mi vaquero así que lentamente voy metiéndome al río, entraré y saldremos al cabo de unos segundos, solo es ir… y agarrarme a ellos. Pierdo pie en una roca que se desliza y eso hace que me hunda hasta la nariz en el agua, salgo escupiéndola con una sensación de arcada. No estoy muy lejos de la orilla, ni tampoco quiero alejarme más, así que estiro mi brazo todo lo que puedo. —¿Puedes tratar de llegar hasta aquí?— pregunto, siento que estamos a la distancia de cien erizos.
El aislante que Ken no encontraba lo debe tener en sus oídos porque no parece que me escucha, tengo que quebrar mi garganta a gritos para que se digne a aparecer y por poco no me lo llevo conmigo al agua, planto mis talones en el suelo y me agarro a sus hombros con mi miedo al sentir que estamos a punto de resbalar hacia abajo. —¡No te enojes con él justo en este momento! ¡Está asustado! ¡Has algo para sacarlo!— chillo, ¿qué es eso de echarle la bronca cuando el animal está sufriendo su mala decisión? ¡Como si ya no tuviera suficiente! Cubro mi boca con la mano cuando lo veo quedar a la voluntad del río cuando pierde su ramita, me quedo paraliza por unos segundos porque si creo que le quito los ojos de encima al señor Popplewell, algo peor le pasará. Mientras lo esté mirando, seguirá nadando con medio cuerpo en la superficie.
—¡¿Qué curva?!— grito, al menos la voz de Ken logra sacarme de mi inmovilidad y me encuentro caminando por el borde, entre piedras resbaladizas, hacia lo que parece ser la curva que me dijo. Mi pie queda en el aire cuando parece haber atrapado al erizo y puedo suspirar de profundo alivio, creyendo que no me queda más que esperar en la orilla, a que puedan salir de la corriente. Error mío. —¿Qué? ¡No! ¿Y si te paso una rama y cargas ahí al erizo?— propongo, por todos lados busco una rama sin hallarla, tendría que volver a subir la quebrada y mientras tanto, erizo y Ken, terminarían en el distrito uno. —Bien, espera… espera…— le pido al dar una inhalación de aire y sacudir mis manos para ir hacia el agua. Con los talones me quito las zapatillas y no tiene caso que doble las piernas de mi vaquero así que lentamente voy metiéndome al río, entraré y saldremos al cabo de unos segundos, solo es ir… y agarrarme a ellos. Pierdo pie en una roca que se desliza y eso hace que me hunda hasta la nariz en el agua, salgo escupiéndola con una sensación de arcada. No estoy muy lejos de la orilla, ni tampoco quiero alejarme más, así que estiro mi brazo todo lo que puedo. —¿Puedes tratar de llegar hasta aquí?— pregunto, siento que estamos a la distancia de cien erizos.
¿Cómo que qué curva? ¡Que mire hacia delante, que estoy muy ocupado en no tragarme la mitad de las cosas que vienen con el agua! Creo que le contesto, pero no son más que un montón de sonidos guturales que acaban por no tener sentido alguno en lo que intento que el agua no me lleve hacia quién sabe dónde, que no será muy profundo pero basta para que el impulso de la corriente haga que raspe mis pies y mis piernas choquen contra tanta rama y roca pueden encontrar. He aprendido que, si deseas que te lleve el agua, solo debes levantar las patas para evitar los golpes, pero ahora mismo mis intentos de alejarme a nado no estarían permitiéndome algo así. El tronco parece viejo y la madera ha sido dañada por el aparentemente constante contacto con el agua, pero aún tengo la fuerza suficiente en los brazos para sostenerme; solo espero que no se quiebre y me deje pagando — ¡Lo que sea, pero no me dejes aquí esperando! — que si quiere agarrar una rama, espero que la encuentre rápido.
Parece que esa no es una opción y, en lo que Synnove se demora en encontrar una solución, yo estoy tratando de que el erizo no salte por encima de mi hombro, ese que ha decidido que es el punto más alto y seguro a pesar de que sus patitas se siguen salpicando con agua. Al final, no puedo hacer otra cosa que abrir mis ojos de par en par en cuanto veo que Syv se arriesga lo suficiente en meterse en el agua, lo cual espero que no acabe con el tener que ir detrás de ella en dos minutos — ¡No te metas demasiado! — le advierto — Las corrientes de los ríos y arroyos no es como la de los mares, va por abajo y jamás sabes cuando puede atraparte una. Solo… ¡Espera ahí! — que no, si uso una mano para estirarme, debo soltar el tronco o al erizo, no me queda mucha opción. Pongo todo mi peso en el costado de mi cuerpo para colocarme, busco una de las zonas del tronco que se encuentran bajo el agua y, tras tomar una bocanada de aire, decido dar mi salto de fe.
Me impulso con los pies para poder arrastrarme a través del agua con una mayor velocidad, a pesar de que la misma me empuja hacia atrás. No importa, ha sido suficiente como para que mis dedos rocen los suyos y tiro, tanto que temo hundirla. Mi instinto hace que le lance el erizo para que pueda ponerlo seguro entre sus manos, lo que provoca que sea yo quien se suelte y, con suerte, me aferro de una de las rocas cercanas a ella. Aún tengo el corazón latiendo con fuerza cuando me recargo en la misma, impulsándome hacia delante entre toses y escupitajos — ¡Voy a ponerle un cascabel! — me quejo, presa del pánico — ¿Qué hubiera pasado si no lo encontrabas? ¡Mi primera mascota y duraría menos de una semana! — le estaría dando la razón a Echo, que jamás me dejó tener nada más porque ya había un gato y decía que yo no era tan responsable como para tener algo propio — ¿Puedes salir? ¿Necesitas ayuda? — me trepo a la piedra, allí donde me apoyo para tenderle la mano.
Parece que esa no es una opción y, en lo que Synnove se demora en encontrar una solución, yo estoy tratando de que el erizo no salte por encima de mi hombro, ese que ha decidido que es el punto más alto y seguro a pesar de que sus patitas se siguen salpicando con agua. Al final, no puedo hacer otra cosa que abrir mis ojos de par en par en cuanto veo que Syv se arriesga lo suficiente en meterse en el agua, lo cual espero que no acabe con el tener que ir detrás de ella en dos minutos — ¡No te metas demasiado! — le advierto — Las corrientes de los ríos y arroyos no es como la de los mares, va por abajo y jamás sabes cuando puede atraparte una. Solo… ¡Espera ahí! — que no, si uso una mano para estirarme, debo soltar el tronco o al erizo, no me queda mucha opción. Pongo todo mi peso en el costado de mi cuerpo para colocarme, busco una de las zonas del tronco que se encuentran bajo el agua y, tras tomar una bocanada de aire, decido dar mi salto de fe.
Me impulso con los pies para poder arrastrarme a través del agua con una mayor velocidad, a pesar de que la misma me empuja hacia atrás. No importa, ha sido suficiente como para que mis dedos rocen los suyos y tiro, tanto que temo hundirla. Mi instinto hace que le lance el erizo para que pueda ponerlo seguro entre sus manos, lo que provoca que sea yo quien se suelte y, con suerte, me aferro de una de las rocas cercanas a ella. Aún tengo el corazón latiendo con fuerza cuando me recargo en la misma, impulsándome hacia delante entre toses y escupitajos — ¡Voy a ponerle un cascabel! — me quejo, presa del pánico — ¿Qué hubiera pasado si no lo encontrabas? ¡Mi primera mascota y duraría menos de una semana! — le estaría dando la razón a Echo, que jamás me dejó tener nada más porque ya había un gato y decía que yo no era tan responsable como para tener algo propio — ¿Puedes salir? ¿Necesitas ayuda? — me trepo a la piedra, allí donde me apoyo para tenderle la mano.
No está ayudando, en verdad no está ayudando al decirme lo peligrosa que es la corriente de agua, estoy temblando y no por estar en contacto con el agua, sino porque me siento insegura de cada paso que doy aunque la profundidad no parece que fuera una que pueda llegar a hundirme, el problema es que soy capaz de ahogarme en la pecera de las nuevas mascotas que tenemos con Mimi o en un charco del camino porque el miedo es lo que me lleva al fondo. —¡Está bien! ¡Espero aquí!— respondo con la histeria que me transmite Ken al estar tratando de lidiar con tantas cosas en el río, que también me incluyen, así que procuro estar inmóvil pese a la fuerza del agua que me arrastra un poco. Manoteo para dar con la cosa que tengo más cerca y lo único que encuentro son hojas sucias, pienso en volver hacia atrás si todavía puedo, pero decido confiar en que sus dedos alcanzarán los míos cuando se arroja hacia donde estoy.
Mi boca vuelve a escupir el agua que tuve que tragar al moverme, todavía tengo gotas en las pestañas que me impiden abrir del todo los ojos cuando veo que me arroja a Popplewell al soltarse y diría que soy la última persona a la que deberías poner a prueba sus destrezas en una situación como esta, pero por lo visto mis reflejos han mejorado en algo porque logro atrapar al erizo y cubrirlo con mis palmas para que deje de estremecerse. —Popp, ¿estás bien?— le hablo al querer acercarlo a mi nariz, asustada de que ahora tengamos como tarea el poder salir de la correntada. No me dura demasiado la desesperación, entre lo que escucho que Ken habla, también lo veo treparse a una roca y tenderme su mano a la cual me abalanzo para ponernos a salvo. Coloco a Popplewell contra mi pecho al impulsarme y una vez que tengo mis pies sobre la roca, lo rodeo así pequeñito como es con mis brazos como si mi ropa mojada le pudiera dar algo de calor, cuando lo suyo tampoco es frío sino terror por la experiencia que acaba de vivir. —Por el susto que acaba de pasar, creo que se hará monje… no hará más que quedarse en una esquinita meditando hasta alcanzar la iluminación erizal— murmuro, tonterías claro, es lo que mi cerebro logra armar como oraciones por el susto que también me he llevado.
Estiro mi brazo para tenderlo hacia Ken y poder rodear su cintura, así puedo abrazarlo por un momento con mi barbilla sobre su hombro. Cierro con fuerza mis ojos al suspirar y hacer aire todo el nerviosismo reciente. —Tengo que confesar algo— digo, me puedo dar cuenta que sigo temblando y trato de quitarme de encima esa sensación sacudiendo mis hombros al apartarme. Sigo sosteniendo en mi palma a Popplewell que está sobreponiéndose al shock, cuando me echo donde veo que puedo sentarme. —No puedes reírte, ¿de acuerdo?— lo pongo sobre aviso con mi mirada esperando a que lo prometa aunque sea con un asentimiento de su cabeza. —Pero nunca pude pasar de las primeras clases de natación en las que nos enseñaban a flotar, así que dejé de ir y el que mi madre me dijera que morir ahogado es una de las peores muertes en su manera de alentarme a continuar, no funcionó. ¿Sabías que al ahogarte se te explotan los pulmones antes de morir? Horrible, ¿no? No ayudó, para nada.
Mi boca vuelve a escupir el agua que tuve que tragar al moverme, todavía tengo gotas en las pestañas que me impiden abrir del todo los ojos cuando veo que me arroja a Popplewell al soltarse y diría que soy la última persona a la que deberías poner a prueba sus destrezas en una situación como esta, pero por lo visto mis reflejos han mejorado en algo porque logro atrapar al erizo y cubrirlo con mis palmas para que deje de estremecerse. —Popp, ¿estás bien?— le hablo al querer acercarlo a mi nariz, asustada de que ahora tengamos como tarea el poder salir de la correntada. No me dura demasiado la desesperación, entre lo que escucho que Ken habla, también lo veo treparse a una roca y tenderme su mano a la cual me abalanzo para ponernos a salvo. Coloco a Popplewell contra mi pecho al impulsarme y una vez que tengo mis pies sobre la roca, lo rodeo así pequeñito como es con mis brazos como si mi ropa mojada le pudiera dar algo de calor, cuando lo suyo tampoco es frío sino terror por la experiencia que acaba de vivir. —Por el susto que acaba de pasar, creo que se hará monje… no hará más que quedarse en una esquinita meditando hasta alcanzar la iluminación erizal— murmuro, tonterías claro, es lo que mi cerebro logra armar como oraciones por el susto que también me he llevado.
Estiro mi brazo para tenderlo hacia Ken y poder rodear su cintura, así puedo abrazarlo por un momento con mi barbilla sobre su hombro. Cierro con fuerza mis ojos al suspirar y hacer aire todo el nerviosismo reciente. —Tengo que confesar algo— digo, me puedo dar cuenta que sigo temblando y trato de quitarme de encima esa sensación sacudiendo mis hombros al apartarme. Sigo sosteniendo en mi palma a Popplewell que está sobreponiéndose al shock, cuando me echo donde veo que puedo sentarme. —No puedes reírte, ¿de acuerdo?— lo pongo sobre aviso con mi mirada esperando a que lo prometa aunque sea con un asentimiento de su cabeza. —Pero nunca pude pasar de las primeras clases de natación en las que nos enseñaban a flotar, así que dejé de ir y el que mi madre me dijera que morir ahogado es una de las peores muertes en su manera de alentarme a continuar, no funcionó. ¿Sabías que al ahogarte se te explotan los pulmones antes de morir? Horrible, ¿no? No ayudó, para nada.
Es casi que gracioso que hace tan solo unos minutos hemos estado tirados bajo la paz de aquel árbol y ahora nos encontramos aquí, acurrucados sobre una roca, empapados hasta el culo y con un erizo que no deja de temblar. Intento reírme, pero la risa que brota de mí es nerviosa, en gran parte por el alivio que me supone el que estemos los tres enteros — Al menos, si eso le sucede quiere decir que nosotros no tendremos que estar cometiendo actos suicidas para salvarle el pellejo — bromeo, que no me sorprendería que el muy suicida acabe metiéndose en un hormiguero por cuenta propia. El calor de Syv es muy bien recibido, busco que mis brazos la rodeen para poder sentir cómo, a pesar de estar ambos cubiertos por ropa húmeda, mi cuerpo se acomoda rápidamente al suyo, agradecido por su contacto. Me siento temblar y ruego, en verdad, que el calor del día sea suficiente como para secarnos con rapidez.
Lo que no me espero es que escoja este momento para ponerse a confesar cosas y mi rostro se gira velozmente hacia ella, demostrándole que tiene toda mi atención. Me basta con asentir una vez con la cabeza para tenerla diciendo unas palabras que no me esperaba pero que, de alguna manera, no me sorprenden en lo absoluto. Estamos hablando de Synnove y de Amalie Lackberg, vivían en un mundo blanco y cuidado que no permitía riesgos. Aún así, tengo que prensar los labios para cumplir mi promesa y así evitar reírme — ¿De verdad? — se me escapa, lo juro — Ya… No tiene nada de malo… — me recuerdo que yo tuve la suerte, por decirlo de alguna manera, de aprender a nadar demasiado rápido a causa de las grutas que usábamos como duchas — Siempre puedo enseñarte, ¿sabes? No es tan difícil ni tan terrible como todo el mundo lo hace parecer — bah, “todo el mundo” podría resumirse a su madre en este caso — Aunque deberíamos usar algún sitio sin tanta corriente. Ya sabes, clases personales — muevo mis cejas de arriba a abajo repetidamente y con picardía, que no sería la primera ni última vez que tomamos clases privadas entre nosotros. Obviemos que casi siempre nos desviamos del tema principal.
Me distraigo con la naricita temblorosa del señor Popplewell, esa que se asoma entre los dedos de Syv en un obvio intento de comprender cómo es que estaba a punto de morir hace dos minutos y ahora, de alguna forma, la corriente se ha detenido. Mi reacción es acariciarlo con un dedo, como si de esa manera pudiese calmar su miedo — ¿Hay alguna otra cosa que no sepas hacer y deba saber? — pregunto con curiosidad — Prometo no reírme… ¡Syv! — me interrumpo al notar lo rosado de su pie, normalmente pálido y… mucho más delgado de lo que se ve ahora mismo — ¿Te hiciste daño? ¿Te duele? — ¿Cuándo sucedió esto? Lo tomo con cuidado, estirando una de mis piernas así puedo colocar su talón sobre mi rodilla y presiono suavemente con los dedos, tratando de descifrar si se encuentra inflamado o no. Arrugo la nariz, porque la gota que se patina por ella hace que me pique — A veces siento que te regresaré rota a tus padres — si es que alguna vez vuelven. Hasta yo me lo pregunto, aunque no hablemos de ello
Lo que no me espero es que escoja este momento para ponerse a confesar cosas y mi rostro se gira velozmente hacia ella, demostrándole que tiene toda mi atención. Me basta con asentir una vez con la cabeza para tenerla diciendo unas palabras que no me esperaba pero que, de alguna manera, no me sorprenden en lo absoluto. Estamos hablando de Synnove y de Amalie Lackberg, vivían en un mundo blanco y cuidado que no permitía riesgos. Aún así, tengo que prensar los labios para cumplir mi promesa y así evitar reírme — ¿De verdad? — se me escapa, lo juro — Ya… No tiene nada de malo… — me recuerdo que yo tuve la suerte, por decirlo de alguna manera, de aprender a nadar demasiado rápido a causa de las grutas que usábamos como duchas — Siempre puedo enseñarte, ¿sabes? No es tan difícil ni tan terrible como todo el mundo lo hace parecer — bah, “todo el mundo” podría resumirse a su madre en este caso — Aunque deberíamos usar algún sitio sin tanta corriente. Ya sabes, clases personales — muevo mis cejas de arriba a abajo repetidamente y con picardía, que no sería la primera ni última vez que tomamos clases privadas entre nosotros. Obviemos que casi siempre nos desviamos del tema principal.
Me distraigo con la naricita temblorosa del señor Popplewell, esa que se asoma entre los dedos de Syv en un obvio intento de comprender cómo es que estaba a punto de morir hace dos minutos y ahora, de alguna forma, la corriente se ha detenido. Mi reacción es acariciarlo con un dedo, como si de esa manera pudiese calmar su miedo — ¿Hay alguna otra cosa que no sepas hacer y deba saber? — pregunto con curiosidad — Prometo no reírme… ¡Syv! — me interrumpo al notar lo rosado de su pie, normalmente pálido y… mucho más delgado de lo que se ve ahora mismo — ¿Te hiciste daño? ¿Te duele? — ¿Cuándo sucedió esto? Lo tomo con cuidado, estirando una de mis piernas así puedo colocar su talón sobre mi rodilla y presiono suavemente con los dedos, tratando de descifrar si se encuentra inflamado o no. Arrugo la nariz, porque la gota que se patina por ella hace que me pique — A veces siento que te regresaré rota a tus padres — si es que alguna vez vuelven. Hasta yo me lo pregunto, aunque no hablemos de ello
—Que no te rías…— le pido al entornar los ojos. No lo hace. Miro la corriente que fluye cerca, arrastrando otras ramas, cuando se ofrece a enseñarme lo que a su parecer no es tan terrible, ni tremendo, como pudo haber sido para mí en una de esas piscinas climatizadas del Capitolio, donde tenías un cuidador cada tres niños, cada uno de nosotros con sus flotadores, y todo el lugar con un protocolo de seguridad por el cual no nos hundíamos un centímetro de más sin que alguien nos sacara. Tengo pensado decirle que no le daría ese trabajo cuando ya tiene otros y si esos profesores no pudieron enseñarme dentro de una pileta, es una pérdida de tiempo para él intentar lo que considero una habilidad nula en mí, otra más a la lista. Pero es Ken, que mueve sus cejas, lo hace ver como algo posible y divertido, así que no puedo decirle que no. —¿En la bañera que tenemos en la casa?— trato de que sea un chiste, de verme a mí misma en una lección de natación en la zona segura de la bañera, pero es posible que no haya sonado así. —No quise… no era una invitación, claro que también estás invitado si quier… no iba a eso, ¿ok?— tengo que apretar yo mis labios para que no echarme a reír por una tontería así. —Quería decir que está bien, que podemos intentarlo luego…
La cabecita de Popplewell logra salir de entre mis dedos para buscar los dedos de Ken y aflojo la presión con la cual lo sostengo, de manera inconsciente me estaba aferrando a él con fuerza. —No lo sé, hay muchas cosas que no sé, silbar…— contesto a su pregunta. ¿Qué él deba saber? Lo del pie parece contar como una de las cosas que debería haberle dicho, ¡pero podía pisar bien! No iba a quejarme por una punzada cuando me tenía haraganeando en el pasto, sino va a creer que soy la peor compañera posible de campamentos y no querrá hacer otra de esas salidas conmigo. —¡Ok! ¡Ahora sí duele!— chillo cuando presiona con sus dedos la inflamación y por reflejo mi mano va sobre la suya para que se detenga, en esta postura incómoda en la que he quedado. —Solo lo tengo que poner a descansar— eso es lo que me digo, si bien puedo sentir la reprobación de Alice desde la distancia. No sé si es únicamente impresión mía, pero al no contestarle el comentario sobre mis padres, el silencio se vuelve denso e incómodo. Hay un montón de cosas que se pueden decir sobre esas pocas palabras. —Ken— digo su nombre así sabe que va en serio, pero no puedo mirarlo, así que lo hago cabizbaja y tanteo con las puntas de mis dedos donde siento las punzadas. —¿Sigues queriendo viajar cuándo todo esto termine?— pregunto.
La cabecita de Popplewell logra salir de entre mis dedos para buscar los dedos de Ken y aflojo la presión con la cual lo sostengo, de manera inconsciente me estaba aferrando a él con fuerza. —No lo sé, hay muchas cosas que no sé, silbar…— contesto a su pregunta. ¿Qué él deba saber? Lo del pie parece contar como una de las cosas que debería haberle dicho, ¡pero podía pisar bien! No iba a quejarme por una punzada cuando me tenía haraganeando en el pasto, sino va a creer que soy la peor compañera posible de campamentos y no querrá hacer otra de esas salidas conmigo. —¡Ok! ¡Ahora sí duele!— chillo cuando presiona con sus dedos la inflamación y por reflejo mi mano va sobre la suya para que se detenga, en esta postura incómoda en la que he quedado. —Solo lo tengo que poner a descansar— eso es lo que me digo, si bien puedo sentir la reprobación de Alice desde la distancia. No sé si es únicamente impresión mía, pero al no contestarle el comentario sobre mis padres, el silencio se vuelve denso e incómodo. Hay un montón de cosas que se pueden decir sobre esas pocas palabras. —Ken— digo su nombre así sabe que va en serio, pero no puedo mirarlo, así que lo hago cabizbaja y tanteo con las puntas de mis dedos donde siento las punzadas. —¿Sigues queriendo viajar cuándo todo esto termine?— pregunto.
— Me lo anoto — aseguro con una sonrisa, interrumpiendo cualquier malentendido que ella pueda creer que he tenido. No es como que hacer cosas con Synnove me moleste, de todos modos; intentar cosas hasta en la bañera de su casa me parece un plan de lo más agradable. Me sorprendería más por la historia de que no sabe silbar si no fuese porque, por alguna razón, he conocido a varias personas que no saben ni hacer funcionar su boca como corresponde. Además, la manera que tiene de reaccionar al apretón en su pie me llama mucho más la atención y me parece algo más urgente — ¿Descansar? — ya estoy empezando a desconfiar de que preste atención a sus clases de medicina, aunque ella debe saber lo que está haciendo… Se supone — ¿No crees que debamos armarte una venda o algo así? ¿Por qué no dijiste nada? — agua fría, sal… Mierda, ahora tendremos que regresar. ¿Por qué siempre fracasan los planes que tengo para con ella?
El silencio que es roto nomas por su manera de decir mi nombre consigue que le preste más atención de la que quizá debería, pero mi mirada es paciente e inquisitoria. No me espero que salga por ese lado y, solo por si las dudas, no contesto rápido. Tengo la mirada clavada en el agua, que repentinamente me parece mucho más calma a lo lejos de lo que se siente al estar en ella. Mordisqueo mi labio inferior en un gesto dudoso, incluso cuando sé muy bien qué es lo que quiero responder — Claro que sí — lo que es incómodo es el pensarlo lejos. Es el dudar de que ella quiera seguir viajando conmigo, porque no tengo ni idea de lo que será de nosotros para ese entonces. Este camino se siente como una ruta eterna, de esas que no estás seguro de querer ver el final — No me quedaría en Neopanem de no tener la obligación — creo que sueno como un adolescente caprichoso, pero aún así me sonrío de medio lado — ¿No es curioso? Antes me moría de ganas de saber lo que había aquí, pero ahora no deseo otra cosa que no sea estar a miles de kilómetros. Me siento… atrapado — dudo de la última palabra, porque no estoy seguro de que sea la que quiero usar.
No creo que sea algo difícil de deducir, incluso si Synnove no me conociera tan bien podría adivinar lo que pasa por mi cabeza. La aventura de colarse dentro del país acabó resultando de una manera muy diferente a lo que mi imaginación infantil pudo haber creado en el pasado. En Neopanem me siento condicionado, cuando el mundo no tiene intenciones de pasarme factura. Suspiro, apoyo su pie con cuidado sobre la roca y me pongo de pie, pasando una pierna para poder estar sobre tierra firme y le tiendo una mano, buscando el ayudarla una vez más — Pisa con cuidado — le advierto, antes de continuar la charla — ¿Tú aún viajarías conmigo? — pregunto, qué necesito saber de dónde es que ha salido su duda — A veces creo que ese día jamás va a llegar. Que tú te habrás dado cuenta de que hay mejores candidatos que yo y la guerra va a seguir corriendo, porque siempre hay una pelea por este lugar. Y pensar que yo lo cedería de buena gana… — no es secreto que no tengo intenciones de continuar en la política. Me encojo de hombros — ¿Has estado pensando en el futuro ahora que tenemos la oportunidad de volver a estudiar?
El silencio que es roto nomas por su manera de decir mi nombre consigue que le preste más atención de la que quizá debería, pero mi mirada es paciente e inquisitoria. No me espero que salga por ese lado y, solo por si las dudas, no contesto rápido. Tengo la mirada clavada en el agua, que repentinamente me parece mucho más calma a lo lejos de lo que se siente al estar en ella. Mordisqueo mi labio inferior en un gesto dudoso, incluso cuando sé muy bien qué es lo que quiero responder — Claro que sí — lo que es incómodo es el pensarlo lejos. Es el dudar de que ella quiera seguir viajando conmigo, porque no tengo ni idea de lo que será de nosotros para ese entonces. Este camino se siente como una ruta eterna, de esas que no estás seguro de querer ver el final — No me quedaría en Neopanem de no tener la obligación — creo que sueno como un adolescente caprichoso, pero aún así me sonrío de medio lado — ¿No es curioso? Antes me moría de ganas de saber lo que había aquí, pero ahora no deseo otra cosa que no sea estar a miles de kilómetros. Me siento… atrapado — dudo de la última palabra, porque no estoy seguro de que sea la que quiero usar.
No creo que sea algo difícil de deducir, incluso si Synnove no me conociera tan bien podría adivinar lo que pasa por mi cabeza. La aventura de colarse dentro del país acabó resultando de una manera muy diferente a lo que mi imaginación infantil pudo haber creado en el pasado. En Neopanem me siento condicionado, cuando el mundo no tiene intenciones de pasarme factura. Suspiro, apoyo su pie con cuidado sobre la roca y me pongo de pie, pasando una pierna para poder estar sobre tierra firme y le tiendo una mano, buscando el ayudarla una vez más — Pisa con cuidado — le advierto, antes de continuar la charla — ¿Tú aún viajarías conmigo? — pregunto, qué necesito saber de dónde es que ha salido su duda — A veces creo que ese día jamás va a llegar. Que tú te habrás dado cuenta de que hay mejores candidatos que yo y la guerra va a seguir corriendo, porque siempre hay una pelea por este lugar. Y pensar que yo lo cedería de buena gana… — no es secreto que no tengo intenciones de continuar en la política. Me encojo de hombros — ¿Has estado pensando en el futuro ahora que tenemos la oportunidad de volver a estudiar?
—Si exageramos puede ponerse peor, así que ni intentaré con un hechizo para los huesos, que me veo moviendo algo fuera de lugar y termino con el tobillo en el codo…—, trato de tomar el control de la situación, al menos el control sobre lo que se decida en mi pie. —No es nada grave, si no el dolor sería distinto— explico con la calma que creo que está necesitando para no tomarse a la tremenda, mientras yo me cercioro de que efectivamente no es nada grave y no es la primera vez que piso mal con las prisas que suelo traer al ir del hospital a la casa, luego a la oficina de mi otra jefa, es un ir y venir constante que habrá sensibilizado a mi tobillo al punto de que un nuevo tropezón lo hace ver tan mal. Me sirve para tener la vista fija en algo en lo que se demora su silencio, cuando era algo que en otro momento lo hubiera contestado de inmediato, casi me temo que se respuesta haya cambiado.
Es un poco más dubitativa, pero sigue siendo la misma. Entreabro mis labios para decirle lo que he pensado, y lo cierro cuando continúa hablando, se estiran en una sonrisa comprensiva por ese sentimiento de agobio que menciona. —El mundo te parece cada vez más grande, ¿no? Cruzar un límite te hace desear cruzar el siguiente, ver que hay más allá…— digo, puedo decir que me paso algo similar al salir del Capitolio para ir al norte, entre el destino idílico del que siempre hablé y el lugar en el que comencé, hay un mundo en medio por explorar. —Y también entiendo de que te sientas así porque estás trabajando en una oficina con cuatro paredes, con todas las responsabilidades del distrito, no es lo único desea cuando pretende saltar fronteras y ver qué tan lejos puede llegar— me lo imagino, yo misma me cuestiono a veces por qué trabajo en un hospital o pienso como abogada, lo hago por ser útil y ese es un pensamiento engañoso que nos lleva a ciertos lugares agobiantes después de un tiempo, en el que nos convencemos de que aquello que realmente deseamos hacer puede esperar.
Sujeto su mano para impulsarme hacia arriba y ponerme de pie, no hago ninguna mueca que muestre dolor porque puedo verlo llamando a urgencias para que vengan a buscarnos con escobas y camilla. Rodeo sus dedos con los míos al pararme a su lado. —Sí— contesto, no es mucho más lo que puedo agregar porque sigue hablando y vuelvo a reírme, lo interrumpo por lo que no es lo importante en esta cuestión, —¡pero si eres tú quien verá mejores candidatas! ¿Qué hay de Olivia y sus bonitas piernas? ¡Y encima tiene un hermoso cabello! Está ahí para recordarte todos los días que hay otras chicas, bellísimas, interesantes, que sí saben caminar y tienen dos pies funcionales— bromeo a lo último. Sobre la guerra no hay mucho que decir, trato de no pensar en cuánto tiempo nos espera, lo único que sé es que no durará para siempre. —Sí estuve pensando en eso de volver a estudiar, en mi futuro, en que me gustaría estudiar artes como se debe… pero no tiene que ver con lo que te pregunté. Porque esos son pensamientos de un futuro más cercano, lo que pasará mañana. He pensado desde hace mucho, y lo sabes, que quiero ir al país del que vino mi padre— esta es la parte que ya hemos conversado, —podría haberme ido con ellos, pero quería quedarme aquí y luchar contigo, con Mimi, con los demás. Y cuando todo acabe— hablo un poco más lento, así como los pasos tentativos que doy en el suelo firme, —si aún quieres viajar, pensé que podríamos ir— esto también creo que lo dijimos alguna vez cuando todavía vivíamos en el Capitolio, —estar ahí, conocer el lugar y luego podrías o podríamos ir a cualquier otro, también volver a aquí o donde sea. ¿Te gustaría que viajemos juntos cuando todo termine?— me sostengo de su hombro así puedo mirarlo a los ojos al tenerlo cerca, —¿o has pensado algo distinto sobre el futuro con esto de la escuela?
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Es un poco más dubitativa, pero sigue siendo la misma. Entreabro mis labios para decirle lo que he pensado, y lo cierro cuando continúa hablando, se estiran en una sonrisa comprensiva por ese sentimiento de agobio que menciona. —El mundo te parece cada vez más grande, ¿no? Cruzar un límite te hace desear cruzar el siguiente, ver que hay más allá…— digo, puedo decir que me paso algo similar al salir del Capitolio para ir al norte, entre el destino idílico del que siempre hablé y el lugar en el que comencé, hay un mundo en medio por explorar. —Y también entiendo de que te sientas así porque estás trabajando en una oficina con cuatro paredes, con todas las responsabilidades del distrito, no es lo único desea cuando pretende saltar fronteras y ver qué tan lejos puede llegar— me lo imagino, yo misma me cuestiono a veces por qué trabajo en un hospital o pienso como abogada, lo hago por ser útil y ese es un pensamiento engañoso que nos lleva a ciertos lugares agobiantes después de un tiempo, en el que nos convencemos de que aquello que realmente deseamos hacer puede esperar.
Sujeto su mano para impulsarme hacia arriba y ponerme de pie, no hago ninguna mueca que muestre dolor porque puedo verlo llamando a urgencias para que vengan a buscarnos con escobas y camilla. Rodeo sus dedos con los míos al pararme a su lado. —Sí— contesto, no es mucho más lo que puedo agregar porque sigue hablando y vuelvo a reírme, lo interrumpo por lo que no es lo importante en esta cuestión, —¡pero si eres tú quien verá mejores candidatas! ¿Qué hay de Olivia y sus bonitas piernas? ¡Y encima tiene un hermoso cabello! Está ahí para recordarte todos los días que hay otras chicas, bellísimas, interesantes, que sí saben caminar y tienen dos pies funcionales— bromeo a lo último. Sobre la guerra no hay mucho que decir, trato de no pensar en cuánto tiempo nos espera, lo único que sé es que no durará para siempre. —Sí estuve pensando en eso de volver a estudiar, en mi futuro, en que me gustaría estudiar artes como se debe… pero no tiene que ver con lo que te pregunté. Porque esos son pensamientos de un futuro más cercano, lo que pasará mañana. He pensado desde hace mucho, y lo sabes, que quiero ir al país del que vino mi padre— esta es la parte que ya hemos conversado, —podría haberme ido con ellos, pero quería quedarme aquí y luchar contigo, con Mimi, con los demás. Y cuando todo acabe— hablo un poco más lento, así como los pasos tentativos que doy en el suelo firme, —si aún quieres viajar, pensé que podríamos ir— esto también creo que lo dijimos alguna vez cuando todavía vivíamos en el Capitolio, —estar ahí, conocer el lugar y luego podrías o podríamos ir a cualquier otro, también volver a aquí o donde sea. ¿Te gustaría que viajemos juntos cuando todo termine?— me sostengo de su hombro así puedo mirarlo a los ojos al tenerlo cerca, —¿o has pensado algo distinto sobre el futuro con esto de la escuela?
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No considero que todas las responsabilidades caigan sobre mí, que el consejo no existe solamente para decir que suena bonito. Sí creo que una oficina es el último sitio en el cual hubiera podido imaginarme trabajando si lo habría pensado con mucha más claridad; a veces, hasta puedo imaginar a Echo riéndose de mí, del camino que tomó mi vida para acabar asegurando que me han cambiado por alguien que intenta ser más responsable — Empiezo a creer que allá afuera no hay nada que esté esperando por mí — es una confesión que suena más bien a un murmullo. He sentido que la vida me ha estado empujando en esta dirección, las cosas se dieron de tal manera que ahora mismo estoy parado en un punto muy diferente al de inicio y, supongo, así debió ser. No sé si existe un destino, pero lo que sea que está sucediendo me hace creer que es muy parecido a esto.
Me hubiera centrado más en su respuesta afirmativa si no fuese porque suelta una risa y hasta tengo que sonreírme en disculpa. No puedo creer que se acuerde de esa tontería, no tendría que haber dicho nada — Oh, pero si sabes que solo lo dije porque quería fastidiarte por guardarte secretos — le aclaro con diversión — Olivia es muy vieja para mí y puedo admitir cuando una chica es bonita, pero no es lo mismo. Ellas no me rascarán las orejas ni pintarán las uñas para tener charlas filosóficas de madrugada — de esas que nunca podremos abandonar, ni siquiera cuando ha pasado el tiempo y la dinámica entre ambos ha evolucionado. Intento tomar el resto de su declaración con algo más de seriedad, muevo mi trompa en un intento de dejar de sonreír y acabo haciendo un asentimiento — ¿Crees que haya algo? He oído que afuera, casi todos son ruinas. Pero suena como una aventura y sabes que jamás le diré que no a eso… — pero lo que dice a continuación me deja mudo.
Llegar a la carpa me da la excusa de soltar su mano, resignado a lo deforme de nuestro supuesto hotel cinco estrellas. Me pongo de cuclillas, así tironeo de uno de los palitos y comienzo a acomodarlo para armar el arco de la entrada — Me gustaría perfeccionarme en hechicería, pero Hero insiste en que debería tomar aunque sea algunas materias optativas de leyes — por el modo que tengo de decirlo, creo que estoy dejando bien en claro que no me interesa en lo absoluto esa opción — No lo sé, Syv. ¿Crees que yo pueda ser un político alguna vez? No es como si… No soy en verdad bueno en ello. Me dicen qué decir, cómo decirlo, qué vestir, con quién juntarme… Y lo entiendo, no soy alguien capacitado, pero tampoco quiero dedicar mi vida a ser el Kendrick que se supone que debería haber sido y no el que soy. Y si el camino sigue por ese lado… ¿Quién me asegura que no me quedaré atrapado en el juego y no podré retirarme? No importa a donde me vaya, de alguna manera siempre seré yo y alguien acabará por recordármelo — quedó en claro cuando quise huir y acabé regresando. Para cuando me incorporo, creo que la tienda al menos tiene forma, así que uso la varita para que se mantenga en el aire mientras clavo las estacas, llenando mis dedos de tierra — Tienen razón sobre mí. Todos ellos, en el ministerio. Ellos sí son políticos y soldados. Yo solo… ¿Recuerdas el cumpleaños de Hero? ¿Cuando hablamos de secretos? — desvío la mirada de la estaca, así puedo mirarla por encima de mi hombro — Mi secreto en realidad es que maté a dos aurores, una vez, por accidente y eso me llenó de culpa. Peleé, sí, pero nunca más maté a nadie. ¿Cómo voy a ganar esta guerra si no puedo cargar con la culpa de ensuciarme las manos?
Me hubiera centrado más en su respuesta afirmativa si no fuese porque suelta una risa y hasta tengo que sonreírme en disculpa. No puedo creer que se acuerde de esa tontería, no tendría que haber dicho nada — Oh, pero si sabes que solo lo dije porque quería fastidiarte por guardarte secretos — le aclaro con diversión — Olivia es muy vieja para mí y puedo admitir cuando una chica es bonita, pero no es lo mismo. Ellas no me rascarán las orejas ni pintarán las uñas para tener charlas filosóficas de madrugada — de esas que nunca podremos abandonar, ni siquiera cuando ha pasado el tiempo y la dinámica entre ambos ha evolucionado. Intento tomar el resto de su declaración con algo más de seriedad, muevo mi trompa en un intento de dejar de sonreír y acabo haciendo un asentimiento — ¿Crees que haya algo? He oído que afuera, casi todos son ruinas. Pero suena como una aventura y sabes que jamás le diré que no a eso… — pero lo que dice a continuación me deja mudo.
Llegar a la carpa me da la excusa de soltar su mano, resignado a lo deforme de nuestro supuesto hotel cinco estrellas. Me pongo de cuclillas, así tironeo de uno de los palitos y comienzo a acomodarlo para armar el arco de la entrada — Me gustaría perfeccionarme en hechicería, pero Hero insiste en que debería tomar aunque sea algunas materias optativas de leyes — por el modo que tengo de decirlo, creo que estoy dejando bien en claro que no me interesa en lo absoluto esa opción — No lo sé, Syv. ¿Crees que yo pueda ser un político alguna vez? No es como si… No soy en verdad bueno en ello. Me dicen qué decir, cómo decirlo, qué vestir, con quién juntarme… Y lo entiendo, no soy alguien capacitado, pero tampoco quiero dedicar mi vida a ser el Kendrick que se supone que debería haber sido y no el que soy. Y si el camino sigue por ese lado… ¿Quién me asegura que no me quedaré atrapado en el juego y no podré retirarme? No importa a donde me vaya, de alguna manera siempre seré yo y alguien acabará por recordármelo — quedó en claro cuando quise huir y acabé regresando. Para cuando me incorporo, creo que la tienda al menos tiene forma, así que uso la varita para que se mantenga en el aire mientras clavo las estacas, llenando mis dedos de tierra — Tienen razón sobre mí. Todos ellos, en el ministerio. Ellos sí son políticos y soldados. Yo solo… ¿Recuerdas el cumpleaños de Hero? ¿Cuando hablamos de secretos? — desvío la mirada de la estaca, así puedo mirarla por encima de mi hombro — Mi secreto en realidad es que maté a dos aurores, una vez, por accidente y eso me llenó de culpa. Peleé, sí, pero nunca más maté a nadie. ¿Cómo voy a ganar esta guerra si no puedo cargar con la culpa de ensuciarme las manos?
—No se trata de lo que hay allá afuera— le digo al buscar su mirada y apuntar hacia cualquier dirección con mi dedo índice, ese que uso para hacerlo chocar con su pecho cubierto por la camiseta que chorrea agua. —Sino lo que hay aquí— murmuro en un tono tan bajo como el suyo, —y si desde aquí sientes el deseo de viajar, ¿por qué no hacerlo?—. Se lo digo porque no me gusta que renuncie a esa posibilidad con un tono derrotista en la que renuncia a lo que se desconoce. El mundo nunca, por sí solo, con todas las cosas que nos deja a nuestro paso para descubrir, ha sido lo que tira de nosotros, es algo en nuestro interior lo que nos impulsa a colocar un pie tras otro para ir descubriendo el mundo. La ciudad más grandiosa del mundo será fea para quien nunca quiso salir de casa, y un campo como este puede ser el más maravilloso paisaje para quien pasó veinte años de su vida mirando edificios grises como yo.
—¿Fue por eso?— pregunto, mis ojos se abren un poco más de lo normal por la confusión. —¿Por qué te enojarías por algo así? ¿Tú no tienes secretos que me guardas?— sigue dándome más curiosidad y gracia que otra posible reacción. Como por reflejo cuando menciona las razones por las no que elegiría otra chica -y alguien que no me importa que diga lo vieja que puede ser, es guapísima-, uso los dedos mi otra mano para pasarlos por su cabello sobre el contorno de su oreja. —A mí me pasa lo mismo, ¿dónde encontraré a alguien que me haga saltarme toques de queda y meterme a un río para salvar a un erizo cuando no sé nadar?— pregunto. O alguien a quien me gustaría pedirle que, entre todas esas cosas que me arriesgo a hacer por saber que cuento con él, me gustaría que sea quien me acompañe al lugar al que siempre supe que iría y… luego, quizás haya ruinas, es cierto. ¿Y qué? No dudo de que sigan siendo paisajes impresionantes, quizá alguien haya pensado que merecían volver a ser ciudades. —No lo olvides— le pido, —no olvides que dijiste que me acompañarías.
Cuando su atención vuelve sobre la carpa, busco donde sentarme lo suficientemente cerca para pasarle los palillos de metal y no tanto como para estar entrometiéndome en lo que hace. Puede seguir los cambios en su rostro con mis ojos a la distancia en la que me encuentro, me ayudan a saber cómo se siente sobre cada una de las cosas que dice y así también, no hago suposiciones en base a lo que siempre creí de Ken, como que no está para ser político, por la simple razón de que es un molde que deja fuera mucho que lo hace quien es, con toda su espontaneidad y arrojo. —Tomar un par de optativas no está mal porque, en términos prácticos, saber sobre leyes siempre te sirve en la vida…— es la parte que no desprecio de la educación que tuve, me dio una base de conocimientos que agradezco, mis arrepentimientos a veces pasan por haber elegido una cosa sobre otra y que lo descartado o relegado haya sido lo que en verdad me hace a mí, ser quien soy. Pero no contesto cuando dice si podrá ser un político o no, por la responsabilidad que tendré luego sobre un comentario de algo que en realidad debe decidir por sí mismo, por cómo se van dando las cosas, que haga una carrera política es una posibilidad… este viaje del que hablo, quizás falten años, ¿décadas?…
»Puedes ser tú, a tu manera— susurro, apoyo mi mentón sobre las rodillas al seguir hablando bajo: —puedes seguir los consejos de las personas que te asesoran hasta cierto punto, pero no te pueden decir quién eres. No temas romper unas pocas reglas necesarias para poder ser tú— musito con mi voz muy débil, vacilante. —Es lo que me enseñaste, ¿no?— le recuerdo, aunque no creo que haya sido del todo consciente de lo que iba inculcándome cada vez que tiraba de mi mano para que lo siguiera a algún lugar. Con el secreto que confiesa tardo cinco segundos de estar callada a ponerme de pie, con cuidado de dónde recargo mi peso. Coloco una mano en su cadera al acercarme para que mi mejilla descanse sobre su hombro y la otra quede entre nosotros sobre su pecho. —Eso es lo que te hace diferente a tantos políticos y militares, es lo que está bien, quiere decir que eres capaz de sentir… y mientras seas capaz de sentir, que algo como ese accidente te recuerde que no quieres ensuciarte las manos, podrás tomar decisiones más sabias, más compasivas. Tienes que creer más en ti, Ken — susurro al abrazarlo, en este desastre de ropas húmedas, —porque hay cosas buenas en ti y el mundo necesita cosas buenas.
—¿Fue por eso?— pregunto, mis ojos se abren un poco más de lo normal por la confusión. —¿Por qué te enojarías por algo así? ¿Tú no tienes secretos que me guardas?— sigue dándome más curiosidad y gracia que otra posible reacción. Como por reflejo cuando menciona las razones por las no que elegiría otra chica -y alguien que no me importa que diga lo vieja que puede ser, es guapísima-, uso los dedos mi otra mano para pasarlos por su cabello sobre el contorno de su oreja. —A mí me pasa lo mismo, ¿dónde encontraré a alguien que me haga saltarme toques de queda y meterme a un río para salvar a un erizo cuando no sé nadar?— pregunto. O alguien a quien me gustaría pedirle que, entre todas esas cosas que me arriesgo a hacer por saber que cuento con él, me gustaría que sea quien me acompañe al lugar al que siempre supe que iría y… luego, quizás haya ruinas, es cierto. ¿Y qué? No dudo de que sigan siendo paisajes impresionantes, quizá alguien haya pensado que merecían volver a ser ciudades. —No lo olvides— le pido, —no olvides que dijiste que me acompañarías.
Cuando su atención vuelve sobre la carpa, busco donde sentarme lo suficientemente cerca para pasarle los palillos de metal y no tanto como para estar entrometiéndome en lo que hace. Puede seguir los cambios en su rostro con mis ojos a la distancia en la que me encuentro, me ayudan a saber cómo se siente sobre cada una de las cosas que dice y así también, no hago suposiciones en base a lo que siempre creí de Ken, como que no está para ser político, por la simple razón de que es un molde que deja fuera mucho que lo hace quien es, con toda su espontaneidad y arrojo. —Tomar un par de optativas no está mal porque, en términos prácticos, saber sobre leyes siempre te sirve en la vida…— es la parte que no desprecio de la educación que tuve, me dio una base de conocimientos que agradezco, mis arrepentimientos a veces pasan por haber elegido una cosa sobre otra y que lo descartado o relegado haya sido lo que en verdad me hace a mí, ser quien soy. Pero no contesto cuando dice si podrá ser un político o no, por la responsabilidad que tendré luego sobre un comentario de algo que en realidad debe decidir por sí mismo, por cómo se van dando las cosas, que haga una carrera política es una posibilidad… este viaje del que hablo, quizás falten años, ¿décadas?…
»Puedes ser tú, a tu manera— susurro, apoyo mi mentón sobre las rodillas al seguir hablando bajo: —puedes seguir los consejos de las personas que te asesoran hasta cierto punto, pero no te pueden decir quién eres. No temas romper unas pocas reglas necesarias para poder ser tú— musito con mi voz muy débil, vacilante. —Es lo que me enseñaste, ¿no?— le recuerdo, aunque no creo que haya sido del todo consciente de lo que iba inculcándome cada vez que tiraba de mi mano para que lo siguiera a algún lugar. Con el secreto que confiesa tardo cinco segundos de estar callada a ponerme de pie, con cuidado de dónde recargo mi peso. Coloco una mano en su cadera al acercarme para que mi mejilla descanse sobre su hombro y la otra quede entre nosotros sobre su pecho. —Eso es lo que te hace diferente a tantos políticos y militares, es lo que está bien, quiere decir que eres capaz de sentir… y mientras seas capaz de sentir, que algo como ese accidente te recuerde que no quieres ensuciarte las manos, podrás tomar decisiones más sabias, más compasivas. Tienes que creer más en ti, Ken — susurro al abrazarlo, en este desastre de ropas húmedas, —porque hay cosas buenas en ti y el mundo necesita cosas buenas.
Me encojo de hombros como la persona avergonzada de su propia inmadurez que soy, tratando de no reírme de mí mismo — Bueno… No de ese tipo, creo — al menos, ahora no puedo recordar un secreto guardado que tenga comparación con escaparse del distrito y tener amigos dentro del país, incluso cuando es una persona que ambos conocemos desde el mismo evento casi traumático. Golpeo mi pecho con orgullo, me ofrezco a mí mismo en ese simple gesto como la persona que la meterá en problemas y la ayudará a salir de ellos, que para eso fuimos amigos antes de cualquier otra cosa. Creo que fuimos amigos a los cinco minutos de conocernos, si soy honesto. Me gusta pensar que fue instantáneo — Jamás lo olvidaría, Synnove — le prometo. ¿Cómo podría? Es una meta que nos da algo por lo cual esperar a mañana y no necesariamente tiene que ver con la guerra.
Ya he oído esta parte cientos de veces, me hace suspirar porque no tengo bien en claro que los demás puedan entender cómo se ve desde mi punto de vista. ¿De qué sirve ser yo mismo, cuando nadie está esperando que lo sea? — ¿Eso hice? — le pregunto sin poder contenerme, porque no sé cómo ha sido desde su punto de vista. Lo único que hice desde que nos conocimos fue agitar olas, incluso de forma inconsciente. Me pregunto si Synnove hubiera seguido con una vida tranquila en el Capitolio si Mimi o yo no hubiéramos tenido la oportunidad de fastidiar sus días. No me arrepiento, porque sé que no podría encontrar en otro lugar el calor de su compañía, esa que es un consuelo incluso en los malos tragos. Mi sonrisa parece falsa pero es solo pequeña, busca darle las gracias de alguna manera — ¿Crees que necesite cosas buenas? Porque las cosas que se planean en el consejo no son el tipo de cosas que me llenen de orgullo y, Syv, no sé si tú las aprobarías — sería como fallarle, llenarme de vergüenza al ser todo lo opuesto que se supone que debería ser. Sé que todos tendremos las manos manchadas y eso solo si tenemos suerte.
La carpa acaba por estar alzada, pero lo que me llama la atención es el golpe sordo de una gota sobre la lona. Levanto la vista, haciendo que abandone los ojos de Syv para fijarme en el cielo — Debe ser una nube pasajera — agradezco al clima por ayudarme a cambiar de tema — Deberíamos secarnos y ponernos algo de ropa que no esté pasada por agua, no sea cosa que acabemos por resfriarnos — acomodar nuestras pertenencias en uno de los rincones no me toma mucho, sí me demoro más en encontrar una toalla mientras el señor Popplewell se refugia en el calor de nuestra ropa, aún tembloroso. Le tiendo una de las toallas a Syv, así soy libre de empezar a secar mi cabello con unas cuantas sacudidas, manteniéndome en cuclillas — Podemos sacar los bocadillos, revisar tu talón y olvidarnos de la oficina por un rato. ¿No crees? — sugiero, cuelgo la toalla en mi hombro para sacar una camiseta limpia, esa que dejo a un lado para quitarme la que llevo, así soy libre de secarme — Vinimos aquí a disfrutar de un tiempo solos y una acampada… Aunque creo que todo parece querer decirnos que fue una mala idea — bromeo, porque hay varias gotas golpeando suavemente el techo. Con suerte, en unos minutos acabará y podremos retomar nuestras actividades.
Ya he oído esta parte cientos de veces, me hace suspirar porque no tengo bien en claro que los demás puedan entender cómo se ve desde mi punto de vista. ¿De qué sirve ser yo mismo, cuando nadie está esperando que lo sea? — ¿Eso hice? — le pregunto sin poder contenerme, porque no sé cómo ha sido desde su punto de vista. Lo único que hice desde que nos conocimos fue agitar olas, incluso de forma inconsciente. Me pregunto si Synnove hubiera seguido con una vida tranquila en el Capitolio si Mimi o yo no hubiéramos tenido la oportunidad de fastidiar sus días. No me arrepiento, porque sé que no podría encontrar en otro lugar el calor de su compañía, esa que es un consuelo incluso en los malos tragos. Mi sonrisa parece falsa pero es solo pequeña, busca darle las gracias de alguna manera — ¿Crees que necesite cosas buenas? Porque las cosas que se planean en el consejo no son el tipo de cosas que me llenen de orgullo y, Syv, no sé si tú las aprobarías — sería como fallarle, llenarme de vergüenza al ser todo lo opuesto que se supone que debería ser. Sé que todos tendremos las manos manchadas y eso solo si tenemos suerte.
La carpa acaba por estar alzada, pero lo que me llama la atención es el golpe sordo de una gota sobre la lona. Levanto la vista, haciendo que abandone los ojos de Syv para fijarme en el cielo — Debe ser una nube pasajera — agradezco al clima por ayudarme a cambiar de tema — Deberíamos secarnos y ponernos algo de ropa que no esté pasada por agua, no sea cosa que acabemos por resfriarnos — acomodar nuestras pertenencias en uno de los rincones no me toma mucho, sí me demoro más en encontrar una toalla mientras el señor Popplewell se refugia en el calor de nuestra ropa, aún tembloroso. Le tiendo una de las toallas a Syv, así soy libre de empezar a secar mi cabello con unas cuantas sacudidas, manteniéndome en cuclillas — Podemos sacar los bocadillos, revisar tu talón y olvidarnos de la oficina por un rato. ¿No crees? — sugiero, cuelgo la toalla en mi hombro para sacar una camiseta limpia, esa que dejo a un lado para quitarme la que llevo, así soy libre de secarme — Vinimos aquí a disfrutar de un tiempo solos y una acampada… Aunque creo que todo parece querer decirnos que fue una mala idea — bromeo, porque hay varias gotas golpeando suavemente el techo. Con suerte, en unos minutos acabará y podremos retomar nuestras actividades.
—Eso hiciste— muevo mi barbilla en un asentimiento corto, que la nula distancia entre nuestros cuerpos no me permite un movimiento más enfático. —Pero hay muchas cosas que haces sin pensar y eres distraído como para darte cuenta de lo que eso provoca— al decir esto me rió para que se convierta en una broma y froto sus brazos con mis manos a punto de apartarme, lo que queda en un amago, no me alejo demasiado y mis manos están puestas en el centro de su pecho cuando lo miro sin decir palabra cuando sigue hablando. Siento que algo me arde en la garganta, una rara impotencia al poder ser quien está a su lado y pelea con el resto, pero que haya cosas sobre las que no tengo ningún tipo de control y dependerá de él como responda al consejo. —No me hagas seguirte a lugares donde ninguno de los dos queremos estar— le pido en un susurro. Consigo esbozar una sonrisa cuando coloco mi mano en su mejilla. —Pero si quedas atrapado en uno de esos lugares, iré si me llamas y te rescataré para que podamos escapar juntos, ¿sí?
Escondo mi sonrisa en un beso rápido que robo de sus labios, antes de levantar mi cabeza hacia las nubes que aparecieron de repente, no recuerdo que hayan estado aquí hace media hora, ¿qué demonios? —¿Tiene sentido que nos cambiemos y si nos quedamos así? Solo… debajo de la lluvia un rato— le pregunto al abrir mis brazos para que mis palmas reciban las primeras gotas, mientras él se está encargando de que todo quede en orden con unos pocos movimientos y Popplewell deja en claro su postura al elegir la ropa como refugio, adiós, humanos, vivan aventuras ustedes. Recibo la toalla y compruebo que tan mojada está la ropa con la que me metí al río, bastante. La posibilidad de que consigamos un resfriado con esto me hace actuar responsablemente, cosa increíble de pensar hace unos meses en los ratos que compartía con Ken.
Lo imito al tirar de uno de los bolsos para buscar prendas secas y me sonrío por lo que parece una queja de su parte. —¿Por qué dices eso? Te estás empeñando en ver el lado malo de las cosas— digo con paciencia al sacar una camiseta que dejo tirada sobre el bolso, así puedo sujetarlo del brazo y tirar de él para sentarme a horcajadas sobre su regazo, mi boca busca su garganta para ir dejando besos fugaces mientras guió sus manos hacia el ruedo de mi camiseta, las dejo ahí para ir alcanzando con mis dedos la tela mojada que va dejando expuesta mi piel también húmeda. —¿Me ayudas?— pregunto al besar la comisura de su boca y estoy a punto de atrapar sus labios cuando siento una gota en la punta de la nariz, lo que es imposible. Siento otra, otra más. —Maldición…— murmuro en vez de besarlo, alzo mi mirada para descubrir que la tela de la carpa está empapada y no parece que vaya a resistir la intensidad de este chubasco. —Este es el peor campamento de la historia— decido al quitarme de encima de Ken para cerrar el bolso con ropa y… ¿qué toca hacer? ¿Salir corriendo a buscar una cueva donde erizo, ropa y nosotros no terminemos pasados por más agua?
Escondo mi sonrisa en un beso rápido que robo de sus labios, antes de levantar mi cabeza hacia las nubes que aparecieron de repente, no recuerdo que hayan estado aquí hace media hora, ¿qué demonios? —¿Tiene sentido que nos cambiemos y si nos quedamos así? Solo… debajo de la lluvia un rato— le pregunto al abrir mis brazos para que mis palmas reciban las primeras gotas, mientras él se está encargando de que todo quede en orden con unos pocos movimientos y Popplewell deja en claro su postura al elegir la ropa como refugio, adiós, humanos, vivan aventuras ustedes. Recibo la toalla y compruebo que tan mojada está la ropa con la que me metí al río, bastante. La posibilidad de que consigamos un resfriado con esto me hace actuar responsablemente, cosa increíble de pensar hace unos meses en los ratos que compartía con Ken.
Lo imito al tirar de uno de los bolsos para buscar prendas secas y me sonrío por lo que parece una queja de su parte. —¿Por qué dices eso? Te estás empeñando en ver el lado malo de las cosas— digo con paciencia al sacar una camiseta que dejo tirada sobre el bolso, así puedo sujetarlo del brazo y tirar de él para sentarme a horcajadas sobre su regazo, mi boca busca su garganta para ir dejando besos fugaces mientras guió sus manos hacia el ruedo de mi camiseta, las dejo ahí para ir alcanzando con mis dedos la tela mojada que va dejando expuesta mi piel también húmeda. —¿Me ayudas?— pregunto al besar la comisura de su boca y estoy a punto de atrapar sus labios cuando siento una gota en la punta de la nariz, lo que es imposible. Siento otra, otra más. —Maldición…— murmuro en vez de besarlo, alzo mi mirada para descubrir que la tela de la carpa está empapada y no parece que vaya a resistir la intensidad de este chubasco. —Este es el peor campamento de la historia— decido al quitarme de encima de Ken para cerrar el bolso con ropa y… ¿qué toca hacer? ¿Salir corriendo a buscar una cueva donde erizo, ropa y nosotros no terminemos pasados por más agua?
No voy a decirle que no creo que pueda rescatarme de esa, no cuando veo sus buenas intenciones y lo único que puedo hacer en un momento como este es el sonreírle. Es un modo amable de agradecer sin buscar darle vueltas al asunto, sin contarle las cosas que aún no puedo dejar salir de la sala de reuniones y que, cuando llegue el momento de explicarles a los demás por qué hemos robado las runas, realmente espero no recibir miradas de reproche o palabras de arrepentimiento. Hoy me conformo con ese beso, mínimo y veloz, que me hace creer que aún tenemos tiempo — ¿De verdad quieres más agua? — comento a modo de chiste, que entre el arroyo y la lluvia, sería un milagro si no terminamos toda esta situación chorreando un mar de mocos. Creo que eso sería señal de un fracaso monumental al momento de responder cómo nos fue en nuestras primeras vacaciones juntos.
Estoy dejando la toalla a un lado cuando su comentario me hace reír — ¡Solo estoy diciendo las cosas como son! — me defiendo con una exclamación poco seria — Si tan solo… — no termino de hablar, primero porque estoy viendo de qué lado está la camiseta para ponérmela, después porque ella jala de mi brazo y acabo de culo en el suelo, soltando la prenda por inercia. Bien, jamás voy a decir que no soy fácil, no cuando ella puede treparse sobre mí y anular cualquier tipo de pensamiento lógico que estuviera pasando justo por mi cabeza. Ni siquiera tiene que pedírmelo dos veces, mis manos reaccionan a las suyas y buscan jalar de la bendita prenda, en lo que mi boca gravita cerca de la suya en reacción a sus avances. Pero no, el día de hoy no me va a dejar siquiera disfrutar de su compañía, que el frío en mi nariz me detiene. Me demoro solo lo suficiente para darme cuenta de que el agua viene del techo, así que levanto los ojos sin poder creérmelo. ¿Qué es lo que he hecho mal para merecer esto, señor? — No, espera… — que humillante, andar rogando cuando se te salen de encima. La gota que cae contra mi mejilla me hace reaccionar — Sé que hay un hechizo impermeable, pero no recuerdo cuál es… — debe ser por estas cosas que la gente presta atención en la escuela.
Me enderezo todo lo que me permite el tamaño de la tienda y toco el techo, tratando de encontrar dónde se encuentra la falla, pero deben ser agujeros muy pequeños porque no consigo identificar la filtración — No tenemos que ser fatalistas — ¿La estoy calmando a ella o a mí? Un misterio — Acomodemos nuestras cosas lejos del agua y pongamos uno de los tuppers para que caiga el agua directamente allí. ¡Vinimos por un campamento y tendremos nuestro bendito campamento! — ya estoy empezando a sonar quejoso. Empujo los bolsos hacia el costado, busco uno de los recipientes de plástico que esté en desuso y lo coloco justo debajo de la gotera, preguntándome si será suficiente. Con un tirón frustrado, me coloco la camiseta y la jalo hacia abajo en lo que mis labios se transforman en un mohín — Es lo mejor que se me ocurre. Lo lamento, Syv — me pico la frente, como si de esa manera pudiera recordar el encantamiento correcto, pero el enojo es lo que me permite pensar con seriedad — ¿Quieres regresar a casa? Entenderé si es lo que prefieres. Tendríamos que haber hecho cosas como chequear el pronóstico del tiempo — pero claro, no puedo ni pensar en eso.
Estoy dejando la toalla a un lado cuando su comentario me hace reír — ¡Solo estoy diciendo las cosas como son! — me defiendo con una exclamación poco seria — Si tan solo… — no termino de hablar, primero porque estoy viendo de qué lado está la camiseta para ponérmela, después porque ella jala de mi brazo y acabo de culo en el suelo, soltando la prenda por inercia. Bien, jamás voy a decir que no soy fácil, no cuando ella puede treparse sobre mí y anular cualquier tipo de pensamiento lógico que estuviera pasando justo por mi cabeza. Ni siquiera tiene que pedírmelo dos veces, mis manos reaccionan a las suyas y buscan jalar de la bendita prenda, en lo que mi boca gravita cerca de la suya en reacción a sus avances. Pero no, el día de hoy no me va a dejar siquiera disfrutar de su compañía, que el frío en mi nariz me detiene. Me demoro solo lo suficiente para darme cuenta de que el agua viene del techo, así que levanto los ojos sin poder creérmelo. ¿Qué es lo que he hecho mal para merecer esto, señor? — No, espera… — que humillante, andar rogando cuando se te salen de encima. La gota que cae contra mi mejilla me hace reaccionar — Sé que hay un hechizo impermeable, pero no recuerdo cuál es… — debe ser por estas cosas que la gente presta atención en la escuela.
Me enderezo todo lo que me permite el tamaño de la tienda y toco el techo, tratando de encontrar dónde se encuentra la falla, pero deben ser agujeros muy pequeños porque no consigo identificar la filtración — No tenemos que ser fatalistas — ¿La estoy calmando a ella o a mí? Un misterio — Acomodemos nuestras cosas lejos del agua y pongamos uno de los tuppers para que caiga el agua directamente allí. ¡Vinimos por un campamento y tendremos nuestro bendito campamento! — ya estoy empezando a sonar quejoso. Empujo los bolsos hacia el costado, busco uno de los recipientes de plástico que esté en desuso y lo coloco justo debajo de la gotera, preguntándome si será suficiente. Con un tirón frustrado, me coloco la camiseta y la jalo hacia abajo en lo que mis labios se transforman en un mohín — Es lo mejor que se me ocurre. Lo lamento, Syv — me pico la frente, como si de esa manera pudiera recordar el encantamiento correcto, pero el enojo es lo que me permite pensar con seriedad — ¿Quieres regresar a casa? Entenderé si es lo que prefieres. Tendríamos que haber hecho cosas como chequear el pronóstico del tiempo — pero claro, no puedo ni pensar en eso.
¿Tantos años en el Royal y no logro recordar cuál era el hechizo impermeable? Malditos dos años de estar estudiando leyes mágicas, era tanta teoría que aplastó otros conocimientos necesarios que aprendí en los primeros años de la escuela, y aquí estoy, siendo capaz de citar artículos con sus números e incisos, cuando ni siquiera es algo que realmente me gusta, ¡y no recuerdo el hechizo impermeable! Definitivamente, ¡el peor campamento del mundo! Le toca a él ser quien trate de equilibrar de nuevo los humores diciendo que no hace ser fatalista y trata de impedir que nos caiga un océano sobre nuestras cabezas con un par de recipientes que coloca donde cree que se filtran las gotas, con ese gesto me conmueve lo suficiente como para que abandone rápido mi postura refunfuñona.
De acuerdo, también suena algo quejoso… podemos ser dos, ni tan fatalistas, ni tan optimistas. Muevo un poco más los bolsos como me indica para amontonarlos en la esquina más lejana a los accidentes probables, consigo dar con mi varita en alguna parte y la dejo al alcance por si llegamos a necesitarla en caso de naufragar, ¿seguro que solo será un chaparrón pasajero? ¿Seguro? Porque no lo parece y puesto que no parece que vaya a pasar pronto… me acerco para rodear su cintura desde atrás, mi cabeza se acomoda sobre su espalda. —No, no quiero volver a la casa— susurro, —porque vinimos hasta aquí, estamos juntos y esta lluvia también es parte del viaje. Tal vez no sea lo ideal, pero…— coloco mi barbilla en su hombro para hablar cerca de su oído, —¿alguna vez escuchaste la frase que dice que algunas tormentas son para que saques afuera tu cabeza y veas que pasa?—, estoy segura que lo leí en algún libro. —Te dije que no hacía falta que nos cambiemos de ropa— y de hecho yo le estoy mojando la parte de atrás de su camiseta al seguir con la mía, húmeda.
Lo hago salir de la carpa empujándolo un poco y luego adelantándome para tironear de su brazo. —Vamos, hemos salido a enfrentarnos a cosas peores, es solo lluvia— trato de convencerlo con mi ruego, y lo que haya podido decir de atender mi tobillo tampoco me parece importante, puedo caminar y con eso basta. Tomo su cara con mis manos para acercarlo y darle un beso lento de esos que me hacen volver a definir a que sabe su boca. Me separo para que mis dedos suban peinar algunos mechones que se le alborotaron al cambiarse de camiseta y lo miro a los ojos cuando le pregunto en voz baja, como si no quisiera que escuchara nadie más, cuando no creo que haya nadie en varios kilómetros. —¿De qué tienes miedo, Ken?— musito, porque a su verborragia sobre las presiones que siente en el distrito le siguió el silencio que me da el indicio de que hay cosas que no puede o no sabe cómo decirlas.
De acuerdo, también suena algo quejoso… podemos ser dos, ni tan fatalistas, ni tan optimistas. Muevo un poco más los bolsos como me indica para amontonarlos en la esquina más lejana a los accidentes probables, consigo dar con mi varita en alguna parte y la dejo al alcance por si llegamos a necesitarla en caso de naufragar, ¿seguro que solo será un chaparrón pasajero? ¿Seguro? Porque no lo parece y puesto que no parece que vaya a pasar pronto… me acerco para rodear su cintura desde atrás, mi cabeza se acomoda sobre su espalda. —No, no quiero volver a la casa— susurro, —porque vinimos hasta aquí, estamos juntos y esta lluvia también es parte del viaje. Tal vez no sea lo ideal, pero…— coloco mi barbilla en su hombro para hablar cerca de su oído, —¿alguna vez escuchaste la frase que dice que algunas tormentas son para que saques afuera tu cabeza y veas que pasa?—, estoy segura que lo leí en algún libro. —Te dije que no hacía falta que nos cambiemos de ropa— y de hecho yo le estoy mojando la parte de atrás de su camiseta al seguir con la mía, húmeda.
Lo hago salir de la carpa empujándolo un poco y luego adelantándome para tironear de su brazo. —Vamos, hemos salido a enfrentarnos a cosas peores, es solo lluvia— trato de convencerlo con mi ruego, y lo que haya podido decir de atender mi tobillo tampoco me parece importante, puedo caminar y con eso basta. Tomo su cara con mis manos para acercarlo y darle un beso lento de esos que me hacen volver a definir a que sabe su boca. Me separo para que mis dedos suban peinar algunos mechones que se le alborotaron al cambiarse de camiseta y lo miro a los ojos cuando le pregunto en voz baja, como si no quisiera que escuchara nadie más, cuando no creo que haya nadie en varios kilómetros. —¿De qué tienes miedo, Ken?— musito, porque a su verborragia sobre las presiones que siente en el distrito le siguió el silencio que me da el indicio de que hay cosas que no puede o no sabe cómo decirlas.
No puedo hacer otra cosa que reírme un poco, porque no me sorprende en lo absoluto que Syv encuentre el modo, de alguna manera, de hacer que esta situación se aplique a una frase motivadora. Está helada por culpa de su ropa mojada, esa que va arrugando la mía propia y que, a pesar de que estemos en verano, me produce un pequeño estremecimiento — ¿No te vas a aburrir de mí en un espacio tan reducido? ¿Y qué si el señor Popplewell decide que lo mejor que puede hacer es navegar en un tupper? — le doy una palmadita suave a su mano, esa que me sostiene y me recargo hacia atrás, cosa que no sirve de mucho porque pronto estoy siendo empujado hacia delante. No hace frío, pero el agua se siente helada en comparación al ambiente y me encuentro arrugando el rostro, que no esperaba que el chaparrón fuese tan fuerte. Tal vez, mi teoría de que era una nube pasajera estaba errada — ¿Desde cuándo eres tú la que tiene que convencerme de este tipo de cosas? — me burlo de los dos y me dejo llevar, hasta que mis pies descalzos tocan el césped y mis dedos se mueven para sentir cada roce del mismo, seguro de que me llenaré de mugre y poco me importa. No es como que no esté acostumbrado, de todas formas.
Es una suerte que tengamos más ropa seca en los bolsos, porque pronto paso a estar empapado y no le doy importancia. No cuando tengo sus labios buscando los míos y puedo apoyar mis manos en sus caderas, que su calor es invasivo y yo puedo recibirlo gustoso. Que se aparte no rompe el encanto, mi boca se me adelanta en busca de la suya y se tropieza con sus palabras, lo que me hace parpadear entre las gotas de lluvia para poder mirarla. Su pregunta me confunde, tengo que pensar un momento qué es lo que ha sucedido para volver a sobre la conversación con un poco de lógica — De que no me aceptes — es una tontería, conozco a Synnove como para saber que ella dirá que jamás haría algo así, pero puede decírmelo por idioteces, no por las cosas que yo sé que sucederán — O de que quieras marcharte. O que todo salga mal y no haga falta que nadie se marche, porque no quedará quien lo haga. Es solo… — resoplo, con una de esas muecas que me hacen parecer un niño frustrado y casi que caprichoso — No quiero que nada cambie, Syv. Nada de lo que tenemos. Y sé que es imposible, porque estamos todo el tiempo transformándonos y evolucionando. Y si todo lo que estamos planificando sale bien… Yo habré cambiado lo suficiente como para creer que no voy a gustarte — porque el amor es frágil, tanto como la vida y no tenemos ninguno asegurado.
Es una suerte que tengamos más ropa seca en los bolsos, porque pronto paso a estar empapado y no le doy importancia. No cuando tengo sus labios buscando los míos y puedo apoyar mis manos en sus caderas, que su calor es invasivo y yo puedo recibirlo gustoso. Que se aparte no rompe el encanto, mi boca se me adelanta en busca de la suya y se tropieza con sus palabras, lo que me hace parpadear entre las gotas de lluvia para poder mirarla. Su pregunta me confunde, tengo que pensar un momento qué es lo que ha sucedido para volver a sobre la conversación con un poco de lógica — De que no me aceptes — es una tontería, conozco a Synnove como para saber que ella dirá que jamás haría algo así, pero puede decírmelo por idioteces, no por las cosas que yo sé que sucederán — O de que quieras marcharte. O que todo salga mal y no haga falta que nadie se marche, porque no quedará quien lo haga. Es solo… — resoplo, con una de esas muecas que me hacen parecer un niño frustrado y casi que caprichoso — No quiero que nada cambie, Syv. Nada de lo que tenemos. Y sé que es imposible, porque estamos todo el tiempo transformándonos y evolucionando. Y si todo lo que estamos planificando sale bien… Yo habré cambiado lo suficiente como para creer que no voy a gustarte — porque el amor es frágil, tanto como la vida y no tenemos ninguno asegurado.
—No me aburriría contigo porque se pueden hacer muchas cosas en un espacio reducido— contesto con un tono convencido, —como jugar a las cartas. Y no estaría mal que el señor Poppewell comience a tomar clases de natación en un tupper— añado, mostrando las conveniencias de quedarme con nuestro aguado campamento, en vez de regresar a las seguras y cálidas casas que nos esperan en el distrito, ¡pero es verano! La lluvia puede mojarnos hasta los pies y no llega a helarnos como lo haría en el invierno, ¿por qué escondernos? Como si de pronto estuviéramos hechos de sal y un poco de agua pudiera deshacernos en un charco en el suelo. —Porque uno de los dos tiene que hacerlo, para que ninguno de los dos olvide que todo lo extraordinario está pasando fuera, nunca donde nos estamos escondiendo…—. ¿Eso hacíamos, no? Lo hacíamos al quedarnos en una carpa con goteras, por ridículo que suene, ese era nuestro sitio seguro, en el que debíamos mover bolsos y controlar que los tuppers estén colocados debajo de la gotera que debía ser.
Acaricio el contorno de su mandíbula con mi pulgar cuando contesta y prenso mis labios al no tener una respuesta para eso, porque entiendo que no lo dice a la ligera, si es un miedo real debe ser por cosas que lo están llevando a pensar que puedo no aceptarlo, porque nos estamos moviendo de maneras que al menos yo hubiera creído que eran impensadas en mi vida y desconozco a dónde nos llevarán. No siento que sea algo para lo que baste dar consuelo, no es como las veces que despertábamos de una pesadilla y en caso de estar juntos buscábamos que la compañía del otro terminara por disipar esas sombras que se amontonaron de golpe en nuestras mentes. Mis ojos se cierran al posar mi frente sobre un costado de su cuello y rodeo sus hombros con mis brazos. —Yo también tengo miedo a que todo cambie, a que lleguemos a ser personas que en algún punto dejan de verse, de entenderse, que pueden estar juntos y no tienen nada que decirse, que dejen de saber cómo el otro se siente— murmuro.
»Tengo miedo a que se pierda lo que tenemos y que empecemos a querer cosas nuevas, distintas, a que… sea otra la persona que te entienda, a la que le dices todo, de la que sabrás cómo se siente… porque en algún punto cambiamos y necesitamos cosas distintas, y en este momento, pensarlo me da miedo porque todavía te necesito— murmuro, aprieto con fuerza mis labios al sentir que tiemblan por las lágrimas que se amontonan detrás de mis ojos. Enredo mis dedos con los mechones de su nuca y lo estrecho un poco más cerca, mi corazón está golpeando contra su pecho. —Así que si es inevitable que ciertas cosas ocurran, podemos detenernos en cualquier momento, también en este momento— susurro, no parece mi voz de lo distante que suena, —si lo hacemos pensando en el futuro, en lo que puede llegar a suceder, si eso va a lastimarnos y preferimos detenernos aquí. O sino podemos pensar en este día como si fuera parte de un bucle, en que este día se repetiría una y otra vez, ¿te quedarías? ¿Todavía sientes en este presente que te gustaría quedarte?— pregunto al descubrir que la sensación de llanto se retira y mi voz cobra un poco más de fuerza, —¿O ciertas cosas ya han cambiado lo suficiente como para que aun quedándote, haya algo que tira de ti con más fuerza? Puedes ser honesto conmigo, ¿lo sabes, no? No digas lo que crees que debes decir, sino lo que sientes— pido.
Acaricio el contorno de su mandíbula con mi pulgar cuando contesta y prenso mis labios al no tener una respuesta para eso, porque entiendo que no lo dice a la ligera, si es un miedo real debe ser por cosas que lo están llevando a pensar que puedo no aceptarlo, porque nos estamos moviendo de maneras que al menos yo hubiera creído que eran impensadas en mi vida y desconozco a dónde nos llevarán. No siento que sea algo para lo que baste dar consuelo, no es como las veces que despertábamos de una pesadilla y en caso de estar juntos buscábamos que la compañía del otro terminara por disipar esas sombras que se amontonaron de golpe en nuestras mentes. Mis ojos se cierran al posar mi frente sobre un costado de su cuello y rodeo sus hombros con mis brazos. —Yo también tengo miedo a que todo cambie, a que lleguemos a ser personas que en algún punto dejan de verse, de entenderse, que pueden estar juntos y no tienen nada que decirse, que dejen de saber cómo el otro se siente— murmuro.
»Tengo miedo a que se pierda lo que tenemos y que empecemos a querer cosas nuevas, distintas, a que… sea otra la persona que te entienda, a la que le dices todo, de la que sabrás cómo se siente… porque en algún punto cambiamos y necesitamos cosas distintas, y en este momento, pensarlo me da miedo porque todavía te necesito— murmuro, aprieto con fuerza mis labios al sentir que tiemblan por las lágrimas que se amontonan detrás de mis ojos. Enredo mis dedos con los mechones de su nuca y lo estrecho un poco más cerca, mi corazón está golpeando contra su pecho. —Así que si es inevitable que ciertas cosas ocurran, podemos detenernos en cualquier momento, también en este momento— susurro, no parece mi voz de lo distante que suena, —si lo hacemos pensando en el futuro, en lo que puede llegar a suceder, si eso va a lastimarnos y preferimos detenernos aquí. O sino podemos pensar en este día como si fuera parte de un bucle, en que este día se repetiría una y otra vez, ¿te quedarías? ¿Todavía sientes en este presente que te gustaría quedarte?— pregunto al descubrir que la sensación de llanto se retira y mi voz cobra un poco más de fuerza, —¿O ciertas cosas ya han cambiado lo suficiente como para que aun quedándote, haya algo que tira de ti con más fuerza? Puedes ser honesto conmigo, ¿lo sabes, no? No digas lo que crees que debes decir, sino lo que sientes— pido.
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