The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
Todo el mundo sabe como empiezan estas cosas, no muchos conocen como termina. Pasa con todo, en realidad, con absolutamente todo, empiezas diciendo que solo será una vez, hasta que a esa primera vez se le suma una segunda y la tercera ya se siente como algo que forma parte de la rutina. El problema está en normalizarlo, normalizar una cosa hace que una persona piense que está bien, no importa lo dañina que pueda llegar a ser, si se repite lo suficiente como para convertirse en un orden. Me gusta tener las cosas bajo control, las personas que me conocen, que no puedo jactarme de que sean muchas porque mi círculo social es más bien cerrado, lo saben, y es esa misma vida estructurada de la que me gusta fardar cuando todos los demás parecen haber perdido el rumbo de las suyas. Son simplemente cosas que a mí no me pasan. O no me pasaban, al menos.

No me enorgullezco de nada de esto, no espero que nadie en una posición parecida lo haga porque no tendría sentido, y soy consciente de lo que hago, en realidad. Eso es lo que me repito una y otra vez cuando enciendo un cigarro de vaya a saber qué contenido, tomo algunas pastillas antes de ir a dormir y otras acciones que ni siquiera voy a mencionar, porque sé lo que estoy haciendo, el problema llega cuando a pesar de repetir esas palabras, me cuesta darme cuenta de que no puedo parar. Se siente demasiado bien, en el momento por supuesto, luego la sensación de mierda que me recorre en el interior del cuerpo es tan desagradable que se convierte en un ciclo vicioso del que no puedo ni deseo salir. Hay días en los que pienso ¿para qué? Ni siquiera merece la pena ninguno de los sentimientos que se acumulan en mi cuerpo desde hace semanas, meses incluso, es preferible dejarlos a un lado por el tiempo que dura el efecto de la droga y esperar a que regresen para volver a repetirse.

Mi sueño ha mejorado, eso desde luego, mi descanso no tanto. Pero como a la mayoría le importa lo superficial que pueda verse un problema y no necesariamente lo que ocurra detrás de esa primera capa de apariencia, pues a vista de cualquiera, como podría ser Dave, que deje de murmurar el nombre de Lackberg en sueños es un paso en la buena dirección. Como tenemos horarios distintos los únicos momentos del día en que tenemos para conversar son las cenas o los desayunos cuando nos despertamos a la misma hora, pero siendo que he ocupado esas situaciones con otras tareas para las cuales me encierro en el baño, ni siquiera esos detalles son un problema. El problema llega cuando mi cuerpo empieza a apagarse, por decirlo de alguna manera, momentos en los que mi corazón va a mil por minuto y otros en los que hasta yo misma me preocupo porque no lo siento latir. La preocupación me dura dos segundos igual, creo que ese es el sentimiento que cuenta, el no querer parar.

Sé que Rebecca grita algo porque mi cabeza lo escucha con efecto de eco al tener que tomarse un poco más de la cuenta en procesar el mensaje. Para el inicio del entrenamiento mi cerebro ya estaba en otra parte, pero cuando han pasado unos escasos veinte minutos ya puedo sentir como mis músculos fallan a las indicaciones que mi cabeza trata de darles. Mi brazo estirado en dirección a la figura móvil a base de magia cae a un lado cuando la imagen se distorsiona a mi alrededor y todo lo que veo es un exterior borroso a pesar de mis parpadeos, esos que se sienten lentos y pesados. Puedo notar la sensación de estar a punto de desmayarme acumulándose en el fondo de mi cabeza, que por un momento pienso que la figura que se acerca soy yo misma viéndome en un espejo, uno bastante distorsionado. Necesito un golpe a la realidad que recibo de mí misma al gritarme mentalmente que me concentre, más no es hasta que reconozco a mi madre a escasos centímetros que logro enfocar algo en la sala por primera vez desde que llegué. — ¿Qué? — por si fuera para mejor, mi voz también la escucho a modo de efecto rebote cuando me dirijo hacia ella, que ni sé lo que me ha dicho.
Alecto L. Lancaster
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One brick at a time we watched it fall ▸ Rebecca IqWaPzg
Invitado
Invitado
¡LANCASTER!— bramo a la enésima vez que la llamo. —¡CENTRATE DE UNA JODIDA VEZ!—. El último de los aurores que quedaba merodeando en la sala huye con ese grito. Desde hace un rato que el ambiente cambió por culpa de mi mal humor o, mejor dicho, por las estupideces que ella lleva cometiendo como si tuviera los reflejos de un espantapájaros. Un estudiante de primero de la escuela mostraría mejor puntería con ese muñeco, de lo que ella puede y me enfada que lo haga así porque soy quien está controlando su entrenamiento, ¿no puede dejar su maldita rabieta por fuera de la base? Es una auror, maldita sea. ¿Por qué tiene que comportarse como una cría? — ¡LANCASTER!—. Por poco no quiebro mi varita con el agarre furioso de mis dedos al ver que vuelve a errar, tengo todo el cuerpo tensionado y hace rato que recogí mi cabello en una coleta alta, así que para desahogar mi frustración resoplo contra los mechones que me caen sobre el rostro.

Entonces lo puedo ver, la vacilación en sus movimientos, la manera que tiene su cuerpo de inclinarse como si estuviera cediendo a la gravedad y el gesto ceñudo en su rostro cada vez que sus ojos se encuentran con los míos, es reemplazado por una expresión ida que me hace caminar hacia ella antes de pensar en lo que estoy haciendo. La había creído delgada, pero al tratar de sostener sus brazos percibo cómo debajo de su uniforme de auror no hay más que huesos inestables y de cerca se aprecia mejor lo afilado de sus rasgos, como son los de alguien que ha perdido peso de manera abrupta. Son imágenes con las que una se tropieza muy seguido en las calles del norte, entre mendigos y pedigüeños. —¿Lancaster? ¿Estás bien?— la retengo por los codos hasta que puedo lograr el contacto visual que me permite ver la confusión en su mirada. —¿Estás enferma?—. ¿Por qué demonios no dijo nada? Se está sobre exigiendo como una idiota en vez de decirme que no se sentía bien, procuro silenciar la punzada de culpa por estar gritándole.

Y esa vaga culpa se disipa cuando al sostener su barbilla puedo examinar mejor sus ojos. No, me digo a mi misma que no lo haré, no es algo que me guste hacer, mucho menos lo haré con ella. —No estás enferma, ¿verdad?— lo digo con un tono tan neutral como peligroso, como la víbora que puedo ser enrollándome en mí misma para morder mi propia cola. Cierro mis manos alrededor de sus brazos para encaminarla al banco que tenemos más cerca y la hago sentar con poca delicadeza, su cuerpo se siente como una bolsa de huesos que tengo que acomodar en un lugar. —¿Qué carajos te estás haciendo?— muerdo entre dientes, no espero a su respuesta porque no me la dará, así que la busco entre sus pensamientos al obligarla a mirarme y no tengo que llegar demasiado lejos, si no fuera porque renuncié a ser su madre la abofetearía en este momento. —¡¿QUÉ DEMONIOS CREES QUE HACES?!— rujo al soltarla con brusquedad. —¡¿POR QUÉ MIERDA TE HACES ESO?!—. Estoy tan fuera de mí que tengo que alejarme unos pasos y darle la espalda cuando entierro los dedos entre mi cabello para no marcárselos en la mejilla. —¡¿QUÉ CARAJOS ESTÁ MAL EN TI?!— grito al enfrentarla, apenas lo digo lo sé, todo está mal en ella, como no podía ser de otra manera con la sangre mezclada que tiene
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Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
Joder, sí que puede gritar esta mujer, es capaz a darme un dolor de cabeza por sí solo con ese griterío con el que se entretiene, el mismo que recibo como si fueran cuchillos afilados dentro de mi cerebro. Enfocarla me cuesta unos segundos largos en los que tengo que preocuparme también por mantener los pies sobre la tierra, que ya empiezo a sentir como el mismo suelo da vueltas y si me paro quieta es porque parte de mi peso lo puedo descargar cuando toma mis brazos. — No, es solo que... no me encuentro bien — no voy a admitir que estoy enferma cuando no es el caso, que es sabido en toda la base que no he faltado a un solo entrenamiento en lo que llevo dentro del escuadrón, ni siquiera en el colegio pues tenía el máximo porcentaje de asistencia, pero tampoco voy a mentirle en la cara diciendo que me encuentro como las rosas cuando es evidente que bien podría irme al baño a vomitar ahora mismo. El qué eso ya sería parte de otra cuestión completamente diferente.

Aparto la barbilla de su mirada cuando la sostiene, casi como si me molestara mirarla y bueno, que no es que sea mentira en un día corriente, pero es evidente que esta vez lo hago por una razón bastante distinta. — Necesito un poco de agua, eso es todo — murmuro. Recién me paro a pensar que tengo la boca seca y no precisamente por lo que llevamos de entrenamiento, que viene siendo nada y menos, sino por otras cuestiones que no cuesta demasiado imaginar, al menos no a mí. Tomo asiento en el banco dejándome caer sobre él, para apoyar mis codos sobre mis rodillas y mis manos recorren mi rostro hasta el borde de mi cabello, recogido en una coleta. Tiro de la goma para dejar caer mi pelo sobre mis hombros, así me libero de la tirantez que está empezando a afectar a mi cabeza y me distraigo del momento que aprovecha mi madre para enloquecer, las razones las desconozco, pero no me sorprende que utilice cualquier oportunidad para hacerse la protagonista.

¿Se puede saber a qué vienen esos gritos? Levanto la mirada del suelo, observándola, de esa manera en que mis pensamientos son reflejados en las expresiones de mi rostro, si no fuera porque no estoy para estupideces quizá hubiera tomado una postura diferente. — ¿Eres tú la que está enferma o qué? — el tono de mi voz es mucho más relajado que el suyo a pesar de mi molestia, lo que no espero es que empiece a acusarme de esa manera que me hiere más que cualquier otra cosa. — ¿Mal en mí? ¿Acaso te has mirado en el espejo? — bien, creo que ya se percibe mi irritabilidad, es una característica ya de por sí mía, que ha ido en aumento con todo lo que me he estado metiendo en el cuerpo, pero qué va, si cree que voy a quedarme aquí a soportar sus rabietas está muy equivocada. — Soluciona los problemas que tengas antes de venir a recriminarme a mí lo que creas que sabes — ¿pero qué...? Bufo de forma exagerada, tomando la fuerza para ponerme de pie — Deduzco que hemos terminado.
Alecto L. Lancaster
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Invitado
Invitado
Su mirada confusa por mi exabrupto me haría creer que es inocente de mi acusación, si no fuera porque las imágenes van a través de mi mente con la nitidez que necesito para saber que ha estado metiéndose mierda en el cuerpo, cuando le pedí que entrenara justamente para asegurarse de seguir viva y no que buscara la manera de mandar todo al carajo por otro lado. —¡¿Qué diablos te hizo creer que drogarte es una buena idea para venir a entrenar?!— grito, lastimando mi garganta al hacerlo, por la rabia, no por el tono. Si alguien más lo hiciera, podría dejarlo pasar, que se ha comentado que desde la academia más de un auror comparte con otros las pastillas o los filtros que creen que le darán más rendimiento en duelos, es algo sobre lo que puede hacer la vista gorda si les sirve y sobre lo que yo misma no tengo autoridad para reprobar, sino se tratara precisamente de Alecto.

Por eso es una bofetada de su parte que actúe en cada oportunidad que tiene como el espejo que me muestra lo peor de mí, que hay bastante para mirar, lo que molesta es su saña en ello, tal como si fuera un propósito personal el hacerme consciente de cada una de mis faltas. Mi propósito personal con estos entrenamientos es que dejaran de afectarme sus palabras, sus actos y su sola presencia, sigue encontrando maneras en las que no puedo ignorar lo que hace o deja de hacer. No la entregué a la supuesta familia de bien de la que me habló Georgia para ver justamente eso, como mis problemas se proyectan en ella y que pese a toda la basura cara que fue parte de su vida, encuentra las mismas formas para depender de lo que le hace daño. —¿Vas a decirme que no te drogas? ¿Tendrás la cara para negarlo?— la acuso, por poco mi dedo índice no choca con su nariz al ir hacia ella a toda prisa, con la intención de intimidarla. —No se trata de mí, ni te atrevas a hacerlo algo mío. ¿O eso es lo que quieres? ¿Cuánta mierda quieres probar para sentir que te pareces a tu madre? ¿Necesitas sentirlo?— escupo, para que con esa comparación baste en hacerle ver que está tomando decisiones estúpidas. —No, no terminamos nada. No te irás a ningún lado. Te quedarás y hablaremos de esto, no me obligues a llevarte a un hospital—. No tengo idea, por primera vez no tengo idea de que hacer, tengo el impulso de ir a buscar a los Lancaster para decirle que son unos inútiles.
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Alecto L. Lancaster
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Abro la boca para rechistar, cuando inmediatamente después la tengo que cerrar porque me doy cuenta de que ni siquiera tengo ganas de hacerlo. En su lugar me encojo vagamente de hombros, el mohín de mis labios indica que mi respuesta va a ser una que, aparentemente, no va a gustarle demasiado. — Suena como cualquier otra buena idea si a mí me lo preguntas — que, a juzgar por su tono interrogatorio, es precisamente lo que está haciendo. Bien, dije que no estaba orgullosa de lo que estaba haciendo, pero la verdad es que he comprobado ya varias veces que es mucho más fácil soportar a mi madre en este estado, razón por la que quizás esta mañana me pasé un pelo más de la cuenta. ¿Me importa? No. Esa otra de las ventajas, el efecto que puede tener esta mujer sobre mí por el simple hecho de ser mi madre y ser capaz a ponerme de cabeza con cada comentario, es una cosa que suprime el consumir, y siendo que no parece que me vaya a librar de ella en ningún tiempo cercano, uno tiene que sacrificar algunas cosas.

A diferencia de en otras ocasiones, su actitud no es algo que me altere y, en su lugar, casi sin ser consciente, un hilo de risa asoma por mis labios. — No tengo que negar nada, solo hace falta que eches un vistazo a tu alrededor, ¿crees que nadie aquí lo hace, que solo soy yo? No encontrarás a una sola persona en un rango de diez metros en esta base que no se haya metido algo en la última semana — y casi como si fuera a invitarla a comprobarlo, muevo mis manos en dicha invitación, antes de que caigan a ambos lados en un gesto cansado. Porque sí, lo estoy, pero no por los efectos en sí, sino por todo en general, ella, el mundo, como parece querer reírse de mí cada vez que tiene oportunidad. Ni siquiera me importa si desea despedirme por haberme presentado en estas condiciones a un entrenamiento, si quiere hacerlo, ¿sabe qué? Mejor, así no tengo que ser yo quien lo insinúe, que se conoce que soy una persona con orgullo, ese que sigo manteniendo a pesar de las circunstancias.

Ni toda la mierda del universo me haría sentir como tú — el pasotismo no le quita crueldad a mis palabras cuando las dirijo hacia ella, he notado que la adicción me convierte en una persona terrible, pero tampoco es como si fuera muy diferente a lo que solía ser sin ella. — Como quieras — me dejo cae de vuelta en el banco al sentir la necesidad de tomar esa posición que las dos sabemos no le corresponde, no lo hago por darle la razón, tampoco porque crea que tiene una mínima posibilidad de saber lo que siento, si no porque no me interesa en lo absoluto lo que tenga para decir y no hará una diferencia el que me quede o me vaya. — ¿De qué es lo que quieres hablar? Ten en cuenta que no eres mi madre, ni mi psicóloga, tampoco te considero una amiga, así que esta conversación podría reducirse a unos escasos segundos de cordialidad por mi parte, no tengo que compartir mis problemas contigo — sobra decir que tampoco pienso decirle como los soluciono, no cuando ella ya parece tener una idea fija, sin que yo se lo haya dicho, de lo que ocurre.
Alecto L. Lancaster
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Invitado
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¿Esa es la excusa que piensas usar? Otros lo hacen, así que tú también. Te hacia alguien de más carácter— le suelto con la misma acritud que ella usa hacia mí, reforzando nuestras malas maneras en tratar las situaciones que nos ponen frente a frente. Después de un par de entrenamientos creía que podíamos dejar eso de lado, que sería más sencillo convivir con la otra sin que se sintiera como que las paredes caen sobre nosotras y que estamos a nada de ir contra la otra en nuestra propia guerra personal. —No me interesa quien lo haga, no es un estado en el que te quiera en mis entrenamientos, ni mucho menos cuando te toque ir a una redada. ¡Te estás boicoteando a ti misma! ¡Estás buscando por ti misma que te vaya mal! Mostrándote lamentable en lugar de actitud para hacer tu trabajo— lo último lo mascullo entre mis dientes, me conozco bien para saber que no estoy siendo todo lo hiriente que puedo en palabras, esto se resuelve poniendo fin al entrenamiento y diciéndole que se marche, pero no es lo que pienso hacer.

¡Bien! ¡Me alegro! ¡Me alegra saber que eso lo sigues teniendo claro! Porque si hubiera querido que te parecieras a mí, te habría hecho pasar hambre conmigo en el norte, ahí también podrías haber conseguido drogas por unos knuts y estarías viendo que ofrecer de tu jodida existencia para ganar un poco de dinero que nunca es el suficiente para nada— despotrico, por si continua sin entender cómo hubiera sido su vida de no haberla dado a Georgia,  se suponía que se la di para que nunca se encontrara en mis mismos callejones sin salida. — ¡Párate sobre tus malditos pies en la vida que tienes y no lo arruines!— le ordeno, con la autoridad que siento que tengo por haber sido quien eligió esa vida para ella.

Paso una mano sobre mi rostro para espabilarme, no quiero perder los estribos y que todo lo que salga de mi boca sean incoherencias por un enfado que a este punto, no puedo decir con precisión a quién va dirigido. Decir que ella es la razón de la rabia que me ciega es injusto, hay muchas personas por detrás de ella, que hicieron cosas que hasta el día de hoy me enervan y azuzan mi temperamento caprichoso, me escucho a mí misma gritar con una vehemencia estúpida, por haber callado cuando lo hice. La rabia que quedó entonces atrapada en mi garganta, la escupo ahora, sobre ella. —Lo que haces se llama evasión, drogarte es evadir lo que no puedes controlar— digo con gravedad, —y si estoy intentando esto, es porque no quiero que ninguna de las dos lo siga evadiendo, tenemos que saber vernos las caras y tratarnos entre nosotras. No como tu madre, ni tu psicóloga, ni lo que sea. Da la cara a esto, plántate con firmeza— sueno provocadora, es el tono en el que me acostumbré a hablar, por eso suena raro oírme decir luego: —y nunca, escúchame, nunca, seas quien tome decisiones que te hagan daño a ti misma. Porque eres la única que puede cuidar de ti, como no lo hará nadie jamás.
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Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
Ruedo los ojos con cierta exasperación, cuando trata de hacerme reaccionar insultando mi orgullo, o algo así, lo cierto es que no sé lo que pretende conseguir con ese comentario, pero conociéndola asumo que está intentando provocarme. Suerte para ella ni siquiera tengo ganas de discutir, algo no muy usual en mí, aunque sí es una sensación placentera. —Ni siquiera sé de lo que me estás hablando— lo niego todo, lo que sale por sus labios y su respuesta en sí, desafiándola con la mirada para que sepa bien que sus palabras no me afectan. —No sé qué te crees que pasa, pero no me estoy boicoteando a mí misma, si solo quieres tener un motivo para largarme de mi puesto solo tienes que decirlo— soy consciente de que me estoy ganando que me degraden a un puesto más bajo, que me quiten hasta mi placa de auror por la altanería con que le estoy hablando. Pero solo ella puede darse cuenta de que no molesto a la ministra sobre la que se esconde, sino que me estoy enfrentando a mi madre.

Bufo con fuerza, me pongo de pie no demasiado deprisa porque no es algo que el cuerpo me permita, necesito unos segundos para acostumbrarme a tener el peso sobre mis dos pies cuando la miro. —¿Así que eso es lo que te da rabia?— escupo, echándole un vistazo de pies a cabeza —Te molesta que nada de lo que hiciste para mantenerme alejada haya servido de algo porque al final las dos hemos sabido caer en los mismos agujeros, ¿no? Es eso.— no necesito más confirmación que la alteración en su tono de voz para darme cuenta de que es así. —No tienes ningún poder para decirme lo que hacer con mi vida, perdiste ese derecho hace mucho tiempo, lo que haga o deje de hacer con ella no es de tu incumbencia, pero no te confundas, da igual que sea en el norte, aquí, o al otro lado del océano, cada quien arruina su vida de una manera distinta, no importa de dónde procedemos, ni lo que tenemos— digo, que hay muchas formas de arruinarse, la mía es la opción más obvia y visible, pero hasta las personas que se casan y tienen familia se están arruinando a sí mismos, la diferencia es que eso no está mal visto por la sociedad. —Algunas cosas son inevitables— le hubiera gustado pensar diferente, pero su sangre miserable corre por mis venas, lo quiera o no, la genética es más fuerte de lo que creemos.

Ah, que ahora eres psicomaga…— murmuro cuando le pone un nombre a todo esto, como si fuera la gran cosa que merece de título. —Por sorprendente que te vaya a parecer, tengo más problemas que no giran alrededor de tu vida. Puedes llamarlo evasión, o lo que tú quieras, pero no estaríamos aquí si no fuera por tu empeño en que entrenemos juntas. No te soporto, tú tampoco me soportas a mí, estoy segura de que no soportas a muchas otras personas, y no te veo teniendo citas con ellas— ¿qué me diferencia a mí de… Ingrid Helmuth, por ejemplo? Las dos no somos santas de su devoción, ¿es porque soy su hija? No, no he llegado hasta aquí para caer en el error de que soy algo para ella. —Cuido de mí misma, lo he hecho siempre— le remarco, que ella como madre se suponía que era quien debía estar para hacer eso, ni los padres que me criaron supieron darme lo que un niño necesita, así de arisca que pude salir gracias a ello, no necesito a Rebecca recalcando ese detalle.
Alecto L. Lancaster
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Invitado
Invitado
No voy a despedirte— se lo dejo en claro con rotundidad, porque podría hacerlo, como mínimo darle una semana para que se quede en su casa, ¿y entonces qué? ¿Usará ese tiempo para volver con la cabeza más centrada o más jodida todavía? Me enerva lo suficiente como para decirle que se largue, que vaya a joderse a otro lado, lo que no quiero es que salga de debajo de mis ojos y no pueda ver la siguiente estupidez que puede cometer. —Pero esta noche no volverás a tu casa, te quedarás haciendo guardia, y mañana a la noche también, le pediré al compañero que te toque que te controle— decido, ¿por qué estoy haciendo eso? No hago más que seguir cerrándola en mis restricciones que la hacen responder echándome toda su mierda a la cara y como llama a mi rabia, con ella le contesto, parándome delante de su arrebato y marcando en el aire frente a su rostro cada palabra que digo con mi dedo índice. —¡¡Sí!! ¡¡Eso es lo que me molesta!! ¡¡Me molesta que te di todas las malditas oportunidades que yo no tuve para que evitaras vivir mi mierda!! ¡¿Por qué demonios lo arruinas?!— le grito en la cara.

Reprimo todo mi enojo en los puños de mis manos al cerrarse así puedo dar otro paso hacia ella y endurecer mi semblante para que lo único que me muestre emoción sea mi mirada, que le advierte de quedarse con la boca callada si está pensando replicarme. —Me cago en todas las cosas inevitables— mi susurro es peligroso, —te equivocas si crees que la persona que soy es algo no se pudo evitar—. Atrapo su barbilla con mis dedos para que me mire a los ojos, la retengo con firmeza así no puede liberarse y la obligo a seguir la modulación de mis palabras. —Había tanta mierda en mi vida, en mi familia, que no quería dejar entrar a nadie para que no la vieran y lo único, la única maldita cosa que quería cuando estaba atrapada en todo eso y sintiéndome sola, era que una persona, solo una persona, pudiera ver a través de toda esa mierda y me viera a mí. Estaba tan jodidamente necesitada de que alguien me viera, que confié en una persona y me abandonó cuando toda la mierda quedó expuesta. Y si antes de eso creí que me sentía sola, no era nada comparado con lo que vendría después— musito, la suelto de mi agarre bruscamente. Gritaría pero no sería a ella, gritaría todo lo que me dolió en ese momento, pero ni siquiera lo siento, es algo de lo que queda solo un latido que se está muriendo y eso también me enfurece, porque si me llevó a esto que soy necesito que me duela, que me rompa y de esos pedazos hacer mi armadura.

»Así que te diré que hay de diferente entre tú y yo antes de que te llenes la boca diciendo que hay cosas inevitables— nunca como ahora me siento como una madre que puede hablarle desde lo que ha vivido, a una hija que cree que saber lo que está haciendo con su vida. —Te di a una familia que no sería un estigma para ti, que podría asegurarte todas las posibilidades que quisieras a futuro. Así fue, ¿no? Pudiste ir al exclusivo Royal, eres auror del ministerio— le remarco las condiciones de las que partimos cada una con sus contrastes. —Pero lo distinto no está en lo que teníamos. Yo traté de salir de mi mierda—, quise algo distinto aunque eso significara traicionar a los míos, quería ser una persona distinta. —¿Tú? Estás jodiéndote porque así lo quieres— escupo. No es verdad que sabe cuidarse de sí misma, meneo mi cabeza cuando lo dice y recupero la calma fría para contestarle con toda la simpleza que puedo. —No soporto a muchas personas, pero no son personas que me afecten como para querer cambiar eso, son humo para mí. Tu vida sí me importó en su momento como para querer asegurarme ahora que la mantengas— murmuro al endurecer mi expresión, hago un movimiento con mi barbilla hacia la puerta. —Los entrenamientos quedan cancelados. Puedes irte, esta vez dejaremos que seas tú la que huya.
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Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
¿Me estás vacilando, verdad? — expulso con incredulidad, por esa posición autoritaria que toma no por ser ministra, no hay más que verla para darse cuenta de que esto lo está haciendo desde el fondo de todo lo personal que nos abarca. — Puedes mandarme las guardias que quieras, tantas noches seguidas como te venga en gana, que ahí estaré, pero no me trates como si tuviera cinco años, ¿qué edad te crees que tengo? Como si necesitara de niñera en el trabajo — no sé si ella se dio cuenta de lo patética que acaba de sonar con esa idea, como si requiriera de la misma supervisión que un recién estrenado en el escuadrón. La respuesta que tengo preparada ante su nuevo arrebato me va a hacer parecer una insolente y, aunque estoy lejos de ahorrarme reacciones cuando se trata de mi madre, decido que no es un buen momento para darle más motivos para que se enfurezca en su propia rabieta. Aparentemente yo estoy muy tranquila, más de lo que he estado nunca en su presencia, si debo decirlo.

Parece que no sabemos hacer otra cosa, probablemente estamos destinadas a actuar así una frente a la otra, que si ella me pica, yo voy a picarla el doble, así hasta que alguna termine explotando ese globo que nos zarandea de un lado a otro con cada golpe. Y para sorpresa de algunos, todo lo que quería es esto, que reviente al punto de que no pueda controlarlo y tenga que dejar a un lado esa tapadera de escudo de hierro sobre la que se esconde, para terminar diciéndome con sus palabras que es como cualquier otra persona vulnerable, que no somos tan duros como nos queríamos hacer ver. — Va a resultar que eres mundana y todo — me tiembla el labio inferior al contener lo que quiero decir en realidad, algo que nada tiente que ver con lo que le escupo, como un ataque más y no como expresión de comprensión, porque tampoco creo que pueda ser capaz de entenderla. Que duela, que sufra por lo que le hicieron otros, que sienta a causa de ello, es todo lo que necesitaba saber para tener la aseguración de que si ella, por encima de todas las personas con vidas de mierda, si ella puede sentir, me da la esperanza de que quizá yo pueda hacer lo mismo. No me he dejado arrastrar por esta mierda para nada, yo ya estaba vacía mucho antes de empezar a consumir, todo lo que he podido sentir no han sido más que reflejos de lo que podría llegar a experimentar si dejara de tratarme mí misma como si fuera de roca, cuando soy bien consciente de que no es más que un sentimiento fingido, uno heredado al parecer.

No es algo que vaya a decirle a ella, por supuesto, dejo que mi cabeza siga la dirección de mi barbilla al desprenderse de su agarre y la hago permanecer ahí, porque si la miro, de todo lo que estoy pensando, sé que no va salir más que pólvora, y como ella es fuego lo único que quedaría de esto serían daños colaterales que ninguna de las dos quiere recoger. Simplemente digo: — Cuando das algo y de alguna manera vuelve a regresar a ti, cuesta entender que no te sigue perteneciendo — con mi vida sucede algo parecido, ella puede asegurar que le importé en su momento, pero cuando decidió alejarme, por las razones que fueran, en ese instante dejé de ser parte de ella, como para que ahora se crea con la autoridad como para decidir sobre lo que hago. Como capricho personal, seguiré haciendo lo que se me apetezca con el único propósito de recordarle ese hecho, así que lo único que puedo hacer cuando señala la puerta, es apartar la mirada y seguir el mismo camino que indica, directa al mismo agujero del que partí. Puede que lo haga, que esté huyendo, pero las dos nos conocemos lo suficiente como para saber que un día el orgullo va a matarnos a ambas.
Alecto L. Lancaster
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