The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Uno nunca se da cuenta de todas las cosas que se tienen que hacer hasta que tienes que hacerlas solo, y cuando eso incluye además un bebé que no es capaz de hacer nada por sí mismo y que requiere de atención durante las veinticuatro horas que tiene el día, no es difícil comprender que sienta que todo se me ha venido encima de golpe. Se siente así, de todas formas, el no tener a Charles conmigo en la casa me hace complicado el poder dormir por las noches, cuando es el momento del día que uno más ansía después de una jornada cansada, mis ojos no se cierran y encuentran en el techo un nuevo entretenimiento al pensar en dónde estará mi esposo, que estará haciendo. Incluso cuando es mi oportunidad de poder descansar como se merece, que mi hijo tiene la buena costumbre de dormir muchas horas seguidas cuando el sol se apaga, no puedo hacer otra cosa que pensar, y eso es lo que, en definitiva, más exhausta me deja, no el sinfín de cuidados que tiene que recibir un bebé de casi tres meses.

No soy la única que nota que hay algo en falta, por supuesto, Hayden, por muy ajeno que sea a todo lo que tiene lugar a su alrededor, también se encuentra fuera de sí. Y estoy intentándolo todo lo mejor que puedo, cuando el mundo se me ha caído encima de golpe y no puedo evitar sentirme extremadamente culpable al no ser capaz de consolar a mi hijo cuando llora. ¿Cómo voy a hacerlo, de igual forma? Si no puedo consolarme ni a mí misma y en ocasiones ni siquiera puedo resistir las lágrimas mientras trato de calmarlo, sumándome a su llanto aunque el mío se sienta mucho más silencioso que el suyo. Es tan consciente de que las cosas no funcionan con normalidad, que su padre está ausente, que hay días en los que ni quiere tomar de mi pecho y mi desesperación aumenta al punto en el que he perdido toda noción de lo que estoy haciendo.

Hay días mejores y hay días peores, eso está claro, pero nadie en mi vecindario puede decir que tiene una ligera idea de lo que ha pasado porque para empezar, ni siquiera he salido tanto de casa en la última semana. No tengo ganas de ello, ¿para qué? Dar explicaciones nunca fue exactamente lo mío, siendo sincera, tampoco me hace especial gracia tener que darlas a mis vecinos y muchas veces pienso que ni sabría lo que decir al respecto. No me interesa hablar con ninguno de ellos, ni con nadie, para el caso, la razón por la que mi teléfono está cargado de llamadas perdidas hasta el punto de que él solo terminó por apagarse al acabarse la batería. Ponerlo a cargar es una de esas tareas simples, como muchas otras que tendría que hacer, que no hago y son el resultado de que mi casa sea un desastre, sumado a las cajas de mudanza que se extienden por toda ella. No hay una terminada, si tengo que decirlo, planeo hacerlo en algún momento, es solo que entre todo lo que debería hacer, que incluye eso, no encuentro la motivación para llevarlo acabo.

El único que no puede quejarse de no tener mi atención, no como la colada o algo tan simple como lavar un plato, de lo poco que he cocinado estos días, es Hayden, como cumplimiento de la promesa que le hice a mi esposo de que cuidaría a nuestro hijo. Soy consciente de que ahora mismo vivo por y para su bienestar, tanto que mientras él esté bien, lo demás no me interesa. Parece estarlo después de unos días, cuando no duerme rebosa de una energía que yo no tengo a pesar de que intento imitarla cuando está despierto, solo para mantenerlo entretenido. Por norma general lo hace por su cuenta, si lo dejo sobre la alfombra del suelo o en la silla que lo mece para dormir la siesta, pero que ahora lo distrae con los juguetes que cuelgan de ella. Me dedico a observarle desde el sofá, en el cual he apoyado mi espalda al estar sentada sobre el suelo, una posición que me permite rellenar una caja de cosas del salón sin tener que moverme mucho del sitio.

Hayden reacciona mucho antes que yo al timbre cuando suena, pero a diferencia de mí, no le presta mucho interés después de eso y regresa a tirar de uno de los peluches con su mano. Tengo que esquivar algunas cajas y otras cosas que andan por el suelo de puro desorden en mi camino hacia la puerta, abro para encontrarme con el rostro de Hans después de tener que parpadear un par de veces por la potencia con que me atraviesa el sol. No he hablado con mi hermano desde antes de la partida de Charles, de eso hace un tiempo ya, así que no es sorpresa que le eche un vistazo rápido antes de aclararme la garganta. — ¿Qué haces aquí? — tan recriminatoria como puede sonar esa pregunta, la formulo así porque, supuse, que estaría trabajando.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Es extraño el saber que he sido la última persona que ha visto a Charles Sawyer antes de dejarlo marchar, en compañía de un auror que no parece demasiado feliz con la idea de pasar vaya a saber cuánto tiempo recorriendo lugares sucios sin saber exactamente cuál es su misión, además de traer a su compañero con vida. Puedo ser bueno para las palabras en cientos de ocasiones, pero en esa ocasión apenas y he podido sostenerle la mirada, no cuando luego tendría que hablar con su esposa para poder mantenerla al tanto de lo que ha sucedido. De cómo recibió indicaciones por al menos dos horas, de cada una de las cosas que se le otorgaron dentro de una mochila con un encantamiento expansivo, de como me he preguntado de si esa despedida habrá sido la definitiva. Todos aquí sabemos lo que está en juego, pero me gustaría que los integrantes de mi familia no sean los encargados de limpiar los platos rotos.

Para hacerlo peor, mi hermana no contesta mis llamados y los días pasan sin que yo sea capaz de conseguir al menos una señal de su parte. En algún punto hasta acepto el darle espacio, sospecho que es lo que necesita y estoy seguro de que no debo ser su persona favorita en el mundo, no cuando estoy ligado a todo el movimiento que le ha quitado al marido de la cama. Confío en que ella debe comprender las razones, pero a su vez una parte de mí se pregunta si es capaz de verlo con mis ojos, si ha puesto en una balanza todo lo que hay que ordenar para no caer de este trampolín en el cual nos estamos sacudiendo desde hace ya tiempo. Hoy es uno de esos días en los cuales he intentado comunicarme más de una vez, pero no por el simple hecho de ser un hermano molesto. Tengo mis razones y, mal que mal, tendrá que escucharme.

Me permito el salir de la oficina en mi horario laboral y en pocos segundos estoy apareciendo en el distrito cuatro. Aprieto el paso hasta colocarme delante de la puerta y toco el timbre, tengo que meter las manos dentro de los bolsillos de mi saco para no mostrarme tan impaciente como me siento. En cuanto el rostro de Phoebe aparece en escena, me encuentro arqueando una ceja en vista de que no parece demasiado entusiasmada por verme — Pues chequeo que mi hermana esté viva, para variar — le respondo con la mordacidad del sarcasmo — ¿Por cuánto tiempo más piensas ignorar mis llamados, Phoebs? No puedes aislarte del mundo — no ahora, cuando temo por su salud metal. Adoro a mi hermana, pero sé que es la clase de persona que fácilmente se tambalea cuando un viento la sopla y tiene una manía con quedarse en el suelo antes de recordarse a sí misma que puede volver a ponerse de pie.

Ni siquiera le pido permiso. Me meto en su casa con el miedo de encontrarla hecha un desastre y, en su lugar, encuentro un montón de cajas — ¿Qué... ? ¿Piensas mudarte? — mi pregunta está cargada de sorpresa, que no me esperaba algo como esto, no cuando es obvio que ya hay demasiados cambios en su vida como para sumarse uno tan grande. Mi sobrino se encuentra en su silla mecedora, apenas fijándose en mi presencia, pero eso no evita que me acerque a picarle la nariz a modo de saludo — Sobre todas las cosas, vine porque tengo noticias de Chuck — informo. Mejor ir al grano antes de soportar cualquier comentario malintencionado que pueda salir de ella. Le doy la espalda al bebé, decidido a enfrentar a su madre y alzo vagamente el mentón — Se encuentra en las fronteras del distrito doce, por si te interesa.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
No sé como responder a ese comentario y se hace evidente cuando en mi respuesta solo se percibe el movimiento de mis hombros y mis labios, vagos, como si pretendiera contestar, pero en un último pensamiento decido que no es tan importante. — No he visto el teléfono — a eso sí respondo. Es una excusa pobre, lo sé, porque la razón de que no lo haya mirado es la misma por la que no me he preocupado del exterior en este tiempo, simplemente no me interesa. Tengo que hacerme a un lado de la puerta cuando se hace pasar, tomándose la libertad de una invitación que supongo le ha dado la relación que mantenemos. Soy consciente de que mi reacción no sería la misma de no ser mi hermano y, aun así, cuando entra no puedo evitar echarle  un vistazo a la sala, a ver qué tan mal se encuentra ante lo que espero va a ser una mirada juzgadora de su parte. Como abogado y ministro, la verdad es que no espero otra cosa diferente y la razón por la que ni siquiera me molesto en recoger algo del lugar. Una vez dentro de qué serviría igual.

No me es muy difícil contestar a su pregunta, viene siendo lo único en lo que he estado pensando estos días y la respuesta sale casi de manera inmediata, aunque sin mucha emoción en la voz. — A otro barrio, al otro de la playa. No puedo seguir manteniendo esta casa y cubrir todo lo demás al mismo tiempo — no hay una doble intención en lo que digo, tan solo me limito a explicarlo como lo que es. No es secreto que esta casa ya era demasiado grande para dos personas, una tercera la llena un poco más e incluso con más niños hubiera sido un bonito hogar donde verlos crecer, pero también es sabido que es mucho más de lo que una persona con un sueldo como el mío, que ni siquiera estoy trabajando, se puede permitir, como para sumarle que la otra fuente de ingresos se ha evaporado. — Puedo con un tiempo, pero a la larga solo hará que extender el problema, es mejor así — no quiero pensar en la cuenta bancaria y los planes de ahorro que teníamos para Hayden y su futuro, esos que voy a tener que posponer hasta que pueda estabilizarlo de vuelta, por el momento tengo suficiente con la mudanza.

Me inclino para tomar una pieza de ropa que hay tirada en el suelo para colocarla sobre uno de los reposa brazos del sofá, mientras él se acerca a saludar al bebé y eso hace que no me espere lo siguiente. — ¿De verdad? — no lo diría si no lo fuera, pero es obvio que si lo repito es porque hasta yo misma puedo percibir el cambio en mis facciones sin la necesidad de verme en un espejo, se me ilumina un poco el rostro con sus palabras y puedo decir que es un cambio agradable después de la expresión chupada de mis ojos. — Gracias — es lo único que puedo decir, al final termino abrazando la chaquetilla fina que tomé del suelo al quedarme con lo último. — ¿Te dijo algo más? — no es por sonar desesperada, pero ya solo con lo que me ha dicho sé que hoy voy a poder cerrar un ojo por la noche.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Sé que no quiere oírlo. Sé que me voy a ganar su mirada de reproche en cinco segundos. Y, aún así, no puedo conmigo mismo y hasta carraspeo antes de hablar — ¿Necesitas que te preste dinero? — no es la sugerencia confiada de siempre, hay cierto vacile en mi pregunta, a sabiendas de que me estoy tomando un atrevimiento en estos tiempos delicados. Ella sabe que puede pedirme lo que sea, que tampoco voy a pedirle que me lo devuelva, galeones tengo por montones. Sacudo la cabeza, no encuentro muchos ánimos de ponerme a discutir sobre las cosas que ella decide o no compartir conmigo, como si tuviera que pedirle permiso para meterme en su vida. A veces creo que Phoebe y yo estamos demasiado lejos de lo que solíamos ser cuando éramos niños, incluso cuando buscamos esos puntos intermedios que nos unen como familia. Somos distintos, eso está bien en claro.

Asiento con la cabeza que sí, no voy a mentirle con eso. No cuando sé que es información frágil, que pueden afectar a su estado de ánimo y bromear sobre la seguridad de Charles no es algo que vaya con mi sentido del humor. Le resto importancia con un encogimiento de hombros — Es lo mínimo que puedo hacer — contesto, que en vista de que fui incapaz de conseguir que el presidente deje a su esposo en paz, saber que está a salvo y ser quien reciba los informes es algo que me siento obligado a realizar. Sé de dónde vienen sus palabras, intento mirar hacia cualquier otro lado antes de responder — No mucho — admito — No es como si pudiéramos hablar demasiado. No es prudente entablar conversaciones, sabes como es la gente de desconfiada en el norte y no hay intenciones de que nuestros infiltrados queden expuestos. Lo importante es la seguridad — mordisqueo mi labio inferior, guardo silencio un momento antes de quebrar mis labios en una tentativa de sonrisa — Dijo que la comida que le enviamos era una mierda — añado, tomándolo con gracia. No tengo idea de con qué lo equiparon, a excepción de los artefactos de defensa básicos. Dudo mucho que le hayan enviado caviar.

Me rasco la nuca, busco ganar tiempo. No sé cómo mirar al montón de cajas que ella ha apilado sin siquiera decirle a nadie y, por extraño que suene, me siento fuera de su vida — Phoebe… — algo suena raro en mi voz, se siente estrangulada y tengo que carraspear para aclararme un poco. Por las dudas, aflojo mi corbata — Sé que son tiempos difíciles y quiero dejar bien en claro que yo nunca dejé de ser tu hermano. No tienes por qué esconderte de mí o pasar por nada de esto sola — no voy a decirle que jamás la dejé de lado porque sería una cruel mentira, los dos aquí nos conocemos lo suficientemente bien como para pactar nuestros límites y reconocer nuestras fallas — ¿Cómo lo llevas? ¿Hay algo que pueda hacer por ti? Lo que sea — si tengo que pasarme la semana embalando cajas, pues que así sea.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Si me ahorro el suspiro es porque una parte de mí que sabe que su intención está lejos de ser mala para cuando propone lo siguiente, por lo que en su lugar recibe una mirada de la que no es muy difícil descifrar mi postura. — No te he pedido dinero, Hans — espero que no se lo tome a pecho, pero no puedo decir mucho más al respecto, más que lo obvio. — Dije que no podía mantener esta casa, este estilo de vida, no que no vaya a poder apañármelas sola — que viene siendo lo que he hecho todo mi vida como para esperar que por un tiempo de comodidad se me haya olvidado lo que es tener que prescindir de ciertas cosas. — Te agradezco que lo hayas hecho antes — no que yo se lo haya exigido ni nada por el estilo, él sabe tan bien como yo que caprichos como lo de la boda o la luna de miel han sido más suyos que míos, por las razones que sean. —, pero preferiría no tener que deberle dinero a mi hermano — que sé que no me lo pediría de vuelta, puede llamarlo orgullo o como quiera, yo lo considero más bien una costumbre del norte. No es agradable deberle dinero a alguien, en especial cuando sabes que no vas a poder devolverlo.

Mis labios se mueven en una mueca, el gesto se queda en nada más que eso, que no tengo ganas de ponerme a discutir a pesar de murmurar entre dientes: — Como si a Magnar le importara en exceso su seguridad… — es un comentario venenoso, soy consciente de ello, también de que ya me arrepiento de tener que descargar lo que llevo pensando días con la única persona con la que he tenido contacto desde que Charles se fue. — Sí me gustaría decirte que lo de la entrevista fue una excepción, a partir de ahora lo de hacerle favores a tu presidente se ha acabado, no quiero tener nada que ver con lo que ocurra en su oficina más allá de lo que tenga que ver con Charles. Se lo dices tú o se lo digo yo. — que por el cambio en el tono de mi voz, no es difícil deducir que no tengo ningún problema en hacerlo. Mantener las distancias con lo que sea que pueda afectar a mi hijo es mi prioridad ahora mismo, Magnar Aminoff no entra en ninguna de ellas.

Mi hermano lo toma como una broma, yo como que al menos tengo que agradecer que mi esposo no ha perdido su esencia, y aunque me gustaría reaccionar de otra manera y pedirle si puede darle un mensaje de mi parte, solo puedo que alzar las cejas en un movimiento rápido por lo que llega después. Tiempos difíciles han sido siempre, el problema es que solo a mí parecen joderme la vida. Sé que estoy exagerando, cuando hay gente que la tiene mucho peor que yo, pero no puedo evitar verlo todo negro últimamente, quizá por eso respondo exclusivamente a lo último. — De maravilla — se puede percibir el sarcasmo. Si se deja de lado las noches en vela, los días en los que ni siquiera me apetece comer, que mi casa es un desastre y que aun así no puedo darme el lujo de quebrarme porque tengo un bebé que cuidar, todo va fabuloso. En serio que no recuerdo cuando fue la última vez que dormí cinco horas seguidas y se siente en mi humor al suspirar de forma cansada. — No, lo tengo todo bajo control — salvo lo que le he dicho hace apenas unos minutos, puedo con lo demás por mi cuenta.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No me deberías nada — le aclaro — Eres mi hermana y Hayden es mi sobrino. Darte una mano es lo mínimo que puedo hacer — sabe que a mí no me molesta, la que lo encuentra incómodo está claro que es ella. Bien, sé que no es sencillo andar debiendo dinero o el sentirse que debes devolverlo, pero la verdad es que yo jamás he sido la clase de persona que se cobra ese tipo de favores, al menos no con los cercanos. Si hay algo que siempre me ha sobrado es el oro y gran parte de mi actual fortuna la hice amasando la que, por herencia, nos corresponde a los dos. Ya encontraré el modo de hacerle llegar un cheque o el dejarle una cuenta a nombre de su hijo, a ver si me asesina en el proceso.

Me cruzo de brazos en un intento de contenerme, pero me delata el empujarme el interior de la mejilla con la lengua. Me gusta pensar que mi hermana tiene neuronas funcionales y que sabe lo que le conviene, que nuestra familia no tiene el camino limpio y si falla, fallamos todos. Al final, no puedo hacer otra cosa que respirar lentamente por la nariz y suelto el aire por la boca — Hablas como si yo hubiera estado de acuerdo con todo esto — digo lentamente, tratando de usar un tono calmo y hasta comprensivo — Magnar sabe que sale perdiendo si Charles falla, así que por ese lado no te preocupes, está bien asegurado. Puedo entender tu enojo, pero también creo que te olvidas de mirar el panorama completo — uno en el cual todos tenemos un puesto, incluyendo los niños. Desarmo mi postura, tratando de relajar los hombros y paso el peso de una pierna a la otra — Y no es “mi” presidente. No lo hubiera votado de haber sido esa la cuestión. No eres la única a la cual le ha jodido — y no, no quiero decir abiertamente que no tiene derecho a hacerse la víctima.

Se me escapa un “pssst” sarcástico frente a su respuesta y la manera que tengo de barrer el lugar con la vista deja en evidencia mi pensamiento — Se nota — contesto con simpleza — No voy a decirte que sé por lo que estás pasando porque no, no lo sé. Y sé que es una mierda y que apesta, pero así son las cosas ahora. Si quieres encerrarte sola, no puedo hacer nada contra eso. Es solo… — no puedo contenerme. Avanzo hacia ella unos pasos, ladeando la cabeza para encontrarme con sus ojos y bajo la voz como si el bebé pudiese comprender aunque sea una de las palabras que salen de mi boca — Phoebe, tú sabes lo que se viene y lo que está en juego. Si quieres, puedes quedarte en mi casa todo el tiempo que necesites, hay habitaciones de sobra. No hace falta que interactúes con los vecinos.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
No quiero decirle que aceptar su dinero por mera caridad no es algo que entre dentro de mis planes, así que me limito a murmurar lo que ya debe de saber. — Hans, aprecio tu amabilidad, de veras, pero sé lo que tengo que hacer para garantizar que a mi hijo no le falte nada. — sí, incluso cuando eso incluya tener que retomar viejas costumbres con cierta persona a la que ni siquiera invité a mi boda y que se presentó de todas formas, como para estar pidiéndole favores. — Buscaré un trabajo para hacer en los próximos meses y trataré de mantenerlo cuando empiece el curso — explico, porque tengo la suerte de que mi baja por maternidad termina justamente cuando les dan las vacaciones a los alumnos. Me doy cuenta al decirlo de que tengo muchas cosas meditadas, pero que no he pensado en el factor de tener que dejar a Hayden a cargo de alguien, porque hasta el momento no se ha dado el caso y, honestamente, no sé si quiero hacerlo después de todo esto.

No me cuesta interpretar los gestos de mi hermano, si vamos a ello es un libro abierto cuando se trata de gesticular y expresarse sin la necesidad de usar palabras, que ya con sus movimientos soy capaz a imaginar lo que va a decir. — En ningún momento he mencionado tu nombre, Hans — puntualizo, que soy consciente de que he masticado alguna que otra molestia por el comportamiento de mi hermano hacia el presidente, pero no voy a callarme si tiene una percepción de mis palabras que difiere de lo que realmente estoy intentando transmitirle. — No me he olvidado de mirar el panorama completo, solo he dicho que a partir de ahora las peticiones que pueda hacer Aminoff sean lo más ajenas a mí posible, creo que no estoy pidiendo demasiado. No quiero que afecten en lo más mínimo a Hayden más de lo que han hecho ya — no tengo que mencionar la ausencia de su figura paterna para hacerlo evidente, se cuenta solo — Acepto que he cometido mis errores, que lo que ocurrió con papá fuera mi culpa y que yo sola nos haya metido en ese lío, pero ya he cumplido con mi parte — declaro, dejando a un lado que mi nombre aparece en la profecía que ha vuelto loco al presidente, no entiendo en qué más podría influir mi postura, y me gustaría poder mantenerme al margen de esta guerra todo lo que se pueda, incluso cuando sé perfectamente que esa no es una opción que no puedo escoger del todo. Me es imposible no alzar una ceja por lo último. — No, no soy la única, pero voy a defender lo mío por sobre todas las cosas, porque está claro que nadie lo va a hacer por mí, y menos él. — escupo, espero que no sea capaz a reprocharme lo que digo después. — No voy a apoyar la decisión de enviar a mi esposo a vaya a saber donde, jugándose la vida, que para colmo estaba haciendo su trabajo cuando estalló esa maldita profecía, defendiendo el ministerio, cosa que debería haber estado haciendo él, mientras se dedica a poner a criminales dentro de la defensa civil del país. — desde mi punto de vista, el presidente debería poner en orden sus prioridades, que no hace falta mencionar la última visión que tuve de Franco en la alcaldía.

Mis pies chocan con una de las bolas que contienen luz dentro y al rozarla se enciende, un entretenimiento que podría dejar a Denny por horas mirándola, si no fuera porque el sueño le llama más, por lo que me agacho para tomarla justo cuando me llega su comentario sarcástico. Lanzo la pelota al sofá, observándola un poco quedo hasta que se apaga en lo que mi hermano hace lo propio con su discurso. — No, no lo sabes — coincido, girando la cabeza para mirarle, esa respuesta debería dar fin a cualquier discusión que pueda tener lugar, porque hasta él tiene que ser consciente de que no tiene las de ganar. No deseo mirarle a los ojos, por alguna razón con eso siempre consigue la reacción más sincera y supongo que es una de esas cosas que mantengo de cuando era niña, porque me basta una mirada para dejarme caer en el sofá con pesadez, pasándome las manos por el rostro hasta sujetar mi frente con ellas cuando me apoyo sobre mis rodillas con mis codos. — No necesito… Estoy bien — decir que el perro se comió los deberes es una mentira más creíble — Solo son muchas cosas — es mi primer hijo, eso ya es un reto por sí solo, no esperaba tener que despedir a mi esposo y hacer sola lo que se supone que es un trabajo de dos, sumado a la mudanza que no puedo retrasar porque sé que será peor. No es un misterio el por qué el estrés me produce tantas preocupaciones, pero a la vez no soy capaz a realizar ninguna sin sentir que lo estoy haciendo todo mal, que eso viene en el pack de madre primeriza, lo sé.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Le sonrío con ironía, que sé muy bien que no me ha mencionado pero no hace falta hacerlo cuando toda su actitud me ha colocado en la misma bolsa que al resto del gobierno. Mi silencio se mantiene los minutos en los cuales ella habla, que puedo comprender su petición y hasta se la respeto, lo que no me entra en la cabeza es que dentro de su “mirada general al panorama” no pueda ver cuál es el principal problema — Meter criminales en la defensa fue una jugada publicitaria. No la comparto… — sé lo que ha hecho Benedict Franco, sé muy bien a quien le quitó la vida y, aunque me revuelve el estómago, he tratado de verlo como un daño de guerra. Tengo bien en claro que todos luchamos contra las personas que nos atacan, pero aún así evito cruzármelo en el ministerio — Pero tener a Franco con nosotros, deja en ridículo a Black y le quita credibilidad. Lo que ha sucedido con Charles no tiene nada que ver con ello, fue un hecho aislado y desafortunado, pero confío en que estará bien. Se han tomado medidas para que se encuentre a salvo sin involucrar a más personas de las necesarias y no espero que lo entiendas, porque no eres política — intento no sonar brusco, pero… las cosas como son. Hay todo un juego de estrategia en el cual mi cuñado tuvo la mala suerte de caer.

Sus palabras me dejan en claro que tengo que callarme la boca y, por un momento, es lo que hago. Mi atención visual se la lleva la pelota que cae sobre el sofá y la mantengo allí, siento el movimiento de mi hermana al desplazarse por la habitación hasta que también se sienta, haciendo que mis ojos vayan hacia ella. Es fácil reconocer a la Phoebe de ocho años en sus gestos, creo que en ese aspecto ninguno ha cambiado demasiado. Acabo por bufar y me acerco a ella con paso cuidadoso, tratando de bajar un poco los niveles de posible discusión de nuestra conversación — Sé que son muchas cosas y por eso te estoy ofreciendo mi ayuda, para quitarle peso a esa carga — me acuclillo delante de ella, de esa manera que me recuerda a cuando éramos niños, ella todavía era una pulga y tenía que ponerme a su altura — No voy a dejarte de lado, ahora menos que antes. Puedo conseguir que alguien más haga la mudanza por ti y tú puedes usar uno de los cuartos de mi casa, por todo el tiempo que necesites. Sabes que a Lara no va a molestarle y Tilly adora pasar tiempo con Denny — puede que sean muy pequeños, pero mi hija menor parece haber desarrollado una emoción especial por su primo. Es sabido que tiene fascinación por otros bebés, hay que ver cómo se pone cuando Rory viene a jugar, pero su manía de darle besos babosos a Hayden es algo particular.

Apoyo una de mis manos sobre su rodilla, froto con cuidado haciendo uso de mi pulgar y, de alguna manera, busco sonreír para infundarle ánimos — Sé que no he estado en muchos momentos importantes de tu vida, pero hay cosas que uno simplemente no puede hacer solo. Tampoco puedo permitirme el fingir demencia cuando sé bien lo que está sucediendo. Yo solo… Quiero ayudar, Phoebs. Permíteme ayudarte, como sea — si no quiere venir a mi casa, que al menos me responda las llamadas, que sepa que tiene un hermano con el cual puede contar. Quizá los años nos separaron, pero hay cosas que nunca cambian, como las promesas junto al estanque de los patos.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
No me preocupo de esconder la manera que tengo de resoplar, apartando la mirada, porque no me creo que esas palabras estén saliendo de su boca y, aun así, lo hacen. — Parecería que Magnar planea ganar una guerra a base de campañas publicitarias — me es imposible no decirlo, pero hasta él mismo tiene que saber reconocer que el presidente, por muchos discursos de honor que se dedique a dar al público, no ha hecho nada más que sentarse cómodo en su asiento, mientras los demás le hacen el trabajo. — No dije que tuviera que ver, solo que pone en perspectiva muchas cosas — como la clase de preferencias que tiene. Mi hermano puede decirme todo lo que quiera sobre que no tengo idea de lo que significa ser político, pero tampoco me hace falta para ver que las acciones de Magnar están lejos de colocarlo en el bando ganador. Lo peor de todo no es eso, no es el odio que se acrecienta hacia esta persona en particular, sino saber que si cae él, caen todos los que me importan detrás.

Suspiro al llevar parte de mi peso hacia atrás, apoyando la espalda contra el respaldo del sofá en lo que llevo la mirada hacia algún punto del techo, así me evito el tener que mirar a mi hermano directamente a los ojos. — No tengo intenciones de estorbar en tu vida, Hans, no cuando tienes... — que organizar su propia boda, criar a su hija, lo que requiera de él su trabajo, en resumidas cuentas demasiadas cosas como para querer sumarles más, no cuando ni yo misma sé hacia donde me estoy moviendo. Al final se me va la vista inconscientemente hacia la silla donde se encuentra mi hijo, agitando las manos en el aire al tratar de tomar la estrella que gira sobre su cabeza. La imagen de su prima babeándolo entero me produce una curva débil, pero presente, en los labios. — Lo hace — coincido, lo que me hace pensar en que ya estos últimos días siento que Hayden ha crecido una barbaridad, cuando Tilly lo vea va a estallar de la emoción y la probabilidad de que lo aplaste con su gordura se habrá reducido. Hay otro pensamiento que me cruza la mente inmediatamente después de eso que me borra de lleno la sonrisa, no creo que haga falta especificar qué ha sido lo que ha llevado a ese cambio.

No deseo decirle que no quiero su ayuda, porque sé como sonaría y eso haría que malinterpretara mis palabras, de forma que busco otra manera de expresarlo. — Me gustaba pensar que tenía mi vida bajo control, por una vez en mi existencia, se sentía bien, sentía que podía prosperar y tener un futuro decente, más que eso, con Charles, y nuestro hijo. Creía que podía hacer las cosas por mi cuenta, sin depender de tu ayuda o la de nadie — aprieto un labio contra otro, aguantando un segundo suspiro al cerrar los párpados. La manera que tiene mi pecho de desinflarse deja en evidencia como me siento con respecto a todo esto. — Y ahora todo eso se ha ido a la mierda, como básicamente todo en algún punto de mi vida — la diferencia es que ahora tengo un hijo que depende única y exclusivamente de mí, y no puedo darme el lujo de mandarlo todo a la mierda también. Sin saber de dónde viene, una risa empieza a brotar de mis labios, es hueca y sin una pizca de gracia, se puede traducir como que tengo más ganas de hacer todo lo contrario. — Es gracioso, ¿no? — me llevo una mano a la frente, pellizcando el lugar entre mis cejas al tiempo que cierro un poco los ojos. — No me han tomado en serio prácticamente nunca en todos estos años, pero tiene que venir un niño a tomar una profecía que, de entre todas las opciones posibles, lleva mi nombre, ¿eh? Claro que tenía que decir que el mundo iba a explotar o algo por el estilo, por supuesto que tenía que ser mi marido el que escuche toda esa mierda — no es difícil entender por qué siento que el universo se está riendo de mí, ¿verdad? Mi risa, en cambio, se va perdiendo en el aire hasta convertirse en un llanto silencioso que oculto apretando mis párpados con la mano.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No eres un estorbo — le aseguro en un murmullo que, lo más probable, ni ha escuchado. Siempre he visto a Phoebe como una persona que carece de autoestima, a veces he llegado a pensar que toda la genética que venía con la palabra “ego” me la quedé yo. Mi hermana tiene una manía con pedir disculpas que se ha apegado a ella desde toda la vida, incluso sin desearlo, como si fuese culpable de cada una de las cosas malas que pasan en el mundo. Sé que mi padre no ha ayudado a eliminar esa idea, no cuando literalmente la arrojó a la calle con la excusa de que era un estorbo, pero hay heridas que deberían ir sanando. No le pregunto si ir a terapia le está sirviendo de algo porque creo que sería invasivo, me conformo con que al menos parece sonreír, un poco. Tan solo un poco.

Y no, no sé qué decir frente a un descargo que debería haberme esperado y que, de todos modos, me toma por sorpresa. Me siento inútil al verla miserable en su mala suerte, esa que ninguno puede controlar por mucho que nos gustaría, que nos atrapa como ratones en una trampa de ironías. Lo único que me sale hacer es incorporarme para sentarme a su lado, pongo una mano sobre su espalda y froto como si de esa manera la angustia pudiera borrarse de un momento a otro, pero es obvio que no lo hace — Hey… — le llamo, no muy seguro de que yo sea la persona a la que quiere escuchar ahora — ¿Quieres que me quede aquí esta noche? — sugiero — Ya sabes… Puedo cocinar algo o pedir una pizza. Y miraremos películas, como cuando éramos niños. Puedo ayudarte a empacar lo que necesites — tengo cientos de excusas para presentar en el trabajo y solo dos personas que necesitarían escucharlas, cuando sé que no me lo preguntarían, así que ahora mismo eso me da exactamente igual — Pero no puedes pretender el decir todas esas cosas y que yo simplemente me marche, dejándote sola. Se supone que somos una familia y creo que es momento de que empecemos a actuar como una.

Quizá los Powell no somos el mejor ejemplo de que la genética une a las personas. Entre lo pulcra que siempre se vio mi vida están las manchas de una familia que jamás siguió un estándar clásico. La historia de mis padres es un desastre de película de terror, abandoné a mi primera hija y la dejé sin un padre hasta los doce años y a la segunda la tuve con una mujer que amo, pero con quien las cosas jamás empezaron como la buena gente dice que debería suceder. Mi imagen, generalmente considerada perfecta, es una cruel burla a la realidad que llevo a rastras. Aún así estoy aquí, tomo su mano para acariciar sus nudillos con el pulgar, en lo que mis otros dedos aprietan cariñosamente a los suyos — Lamento mucho todo lo que ha sucedido. Me gustaría decir que sé cómo cambiar las cosas o ponerles un freno, pero la verdad es que no tengo ni la menor idea. Lo único que podemos hacer es mantenernos unidos y esperar — que, tarde o temprano, los males siempre se acaban, de una forma u otra.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Me muerdo el interior de la mejilla, me aparto con los dedos el agua que se escapa por el borde externo de mis ojos y regreso la vista al techo. — Soy yo, ¿no? Es eso — murmuro lo inevitable, ha habido mucho silencio en esta casa si se dejan de lado los posibles llantos o balbuceos de Hayden, como para que esa conclusión no haya llegado a mi cabeza. De las últimas palabras que recibí de mi padre eran que nunca podría luchar contra mi naturaleza, tardé en comprender que nada de eso en realidad tenía ningún valor, que solo era su odio hablando. Pero Rebecca no hace mucho tiempo me dijo algo parecido sobre que al final terminaría encontrando el camino que va con mi condición de miserable, tarde o temprano, y me es imposible no pensar en ello como algo que de verdad me afecta. — Que estoy… jodida por dentro, como si hubiera algo mal en mí que impide que pueda aspirar a algo, no importa lo que me esfuerce en conseguirlo. Y sé, sé que son cosas distintas, que esto no tiene nada que ver con… es igual, no puedo evitar ver que hay un patrón que siempre se repite — digo lo que se ha ido apareciendo en mi mente, que todo el progreso que había estado haciendo por los últimos meses, no era poco, se ha desmoronado tan deprisa que ahora me encuentro recogiendo los restos, tan débil como al principio, tan insegura como hace apenas unos años. Como si nada de esto hubiera tenido un verdadero sentido y el único que puede hacer un intento de mantenerme firme, ya no diré eso, sino sobre mis pies, es mi hijo, la ilusa idea de que su padre volverá en algún tiempo cercano. — Joder, si es que parece que estoy maldita — es una suerte que Denny todavía no entienda ni una palabra, pero aun así le dedico una mirada de disculpa.

Y no quiero esto, no quiero nada de esto, no quiero tener este sentimiento conmigo cuando hay tantas otras cosas que son más importantes, me siento egoísta en mi propia desgracia cuando yo estoy aquí y mi marido en la otra punta del país jugándose la vida. Me obligo a pasar saliva, que ya puedo notar como se me está aglomerando todo en la garganta. — No podría pedirte que… — empiezo, mi voz no es más que un hilo. Quizá en otro momento, en otras circunstancias, hubiera bromeado sobre cómo solía quejarme de su cocina — Estoy segura de que tienes otras cosas que hacer, pero Hans estoy… tan cansada — admito, y no hablo de la situación en sí, sino de estar mentalmente, físicamente exhausta, hasta el punto en que mi cerebro no funciona como debería y se percibe en que probablemente habré dicho muchas cosas incongruentes en su visita. Mi cabeza se desliza hasta chocar contra su hombro, donde poso mi frente. No voy a decirle que estaría genial poder dormir mas de seis horas sin tener que comprobar a cada poco que Denny sigue dormido o que no tiene hambre, porque creo que la imagen habla por sí sola. Sabía que ser padres no es algo fácil, pero no esperaba tener que serlo por las dos partes y lo único positivo que puedo sacar es que al menos mi cansancio no es un reflejo del estado de Hayden, quien no puede estar mejor dentro de su propio mundo ajeno a este. — Yo también — susurro, porque también lo siento, me tengo que conformar con sostener su mano y esperar que sea suficiente, incluso cuando la experiencia me ha demostrado que nunca lo es.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¿Cuántas veces hemos tenido esta conversación en los últimos dos años? ¿Cómo es posible que Phoebe sea incapaz de hacer otra cosa que sentir lástima por sí misma? Me he quedado sin consuelos, sin palabras de aliento y sin soluciones, porque ella parece estar enfrascada dentro de la idea de que su vida es una miseria y no sabe ver las cosas que le han salido bien, que no son pocas — No te lo tomes a mal, pero… ¿Te estás sirviendo de algo ir a terapia o necesitas cambiar de médico? — que, de alguna manera, siempre caemos de nuevo en el punto de inicio, en su necesidad de sentirse algo más que una paria — No estás maldita, Phoebs. Te gusta creer eso, cuando en realidad a todos nos pasan cosas malas y cosas buenas. ¿Acaso no te das cuenta de lo mucho que mejoró todo para ti en los últimos meses? Y sí, Charles tuvo que irse por un tiempo, pero no es la muerte de nadie. No tienes que sentirte miserable por eso, no cuando aún hay tanto por hacer aquí… — que sé que de estar en su lugar, yo también caería en un pozo, pero la diferencia es que yo jamás he dejado que la vida se detenga cuando parecía hacerlo.

— Tú no me estás pidiendo nada, yo me estoy ofreciendo — sé que es más bien  una insistencia, pero espero que sea capaz de verlo desde mi punto de vista. No es sencillo ver cómo alguien que quieres se va consumiendo por la desgracia, aferrándose a ella como si la necesitase para respirar más que a su propia cordura. No soy quien para decirle a mi hermana que es una persona depresiva con vaya a saber qué trastornos, porque sé muy bien de dónde han salido y ya tuve demasiado sintiéndome culpable por ello. Apoyo el mentón en su cabeza y presiono su mano, sintiéndome incapaz de solucionar uno de los puzzles más complicados con el cual tuve la desgracia de cruzarme — Sé lo que es estar cansado, pero a veces solo… Tenemos que seguir — porque es lo único que nos queda, morir hoy no es una opción.

Me guardo en silencio, hasta que no lo soporto más. Suelto su mano y me pongo de pie, desenvuelto. Enviar un  mensaje a Josephine me toma solo un momento y, en cuanto estoy libre, me quito el saco y lo lanzo sobre el sofá — Iré a hacer café y tú pensarás qué es lo que quieres ordenar en el mientras tanto, ¿de acuerdo? — por si no se nota, espero que se dé cuenta de que es una orden — En cuanto tengamos algo de cafeína caliente en las venas, me dirás por dónde empezar y tendremos tu casa embalada en tan solo una hora, nada que unos movimientos de varita no puedan hacer. No te vas a hundir mientras yo esté aquí… ¿De acuerdo?
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
No me lo tomo a mal, hasta entiendo de donde puede venir una pregunta como esa, pero hay cierta incomodidad a la hora de responder por ver hacia donde ha derivado su preocupación. — Ah, eso… — no planeo dar muchas vueltas, así que lo digo tal y como lo siento — Hace un par de semanas que he dejado de ir — admito. No tengo nada en contra de Wilhelm, me gusta como trabaja y puedo decir que el haber anulado las citas posteriores a la última no tiene nada que ver con él o su manera de trabajar. Pero después de que saliera en televisión la entrevista, tuve un momento de querer mantener las distancias por tener algún que otro conflicto interno con el que tenía que lidiar por mi cuenta. No me agrada contarle mi vida a extraños, Schumer fue una excepción porque se supone que ese es su trabajo, pero es otra cosa completamente distinta que el país entero sepa quién eres. Me cuesta entender como lo hace mi hermano para soportarlo. Si decidí no regresar es por que he tenido otras cosas en mente y, por qué no decirlo, mis prioridades han cambiado.

No, yo… eso lo sé, no quise decir que no estuviera agradecida por todas esas cosas — no puedo quitarle la razón en todo lo que va diciendo, pero una parte de mí sigue creyendo que no puede verlo desde como yo lo siento. — Es solo que… Pienso en todo lo que Charles va a perderse y me duele que no vaya a estar aquí para verlo. Me preocupa lo que le pueda ocurrir, incluso cuando aseguras que nada va a pasarle, hasta tú sabes que no puedes controlarlo todo. Y... bueno, eso es todo. — sé cual va a ser su respuesta nada más acabar, porque ya la ha dado hace unos minutos, su resolución sobre que las cosas son así ahora y que eso no va a cambiar, no quita el hecho de que es más fácil decirlo que ponerlo en práctica. — ¿Cómo te sentirías tú? ¿Si no hubieras podido estar para los momentos importantes de Mathilda? Que no pudieras ver a tus hijas o coger a Tilly en brazos, porque no tienes otra elección, y que ni siquiera sabes cuando será la próxima vez que puedas hacerlo — no enfrento su mirada porque siento que sería demasiado cruel, cuando yo misma puedo notar como me tiembla la voz.

Asiento con la cabeza a sus palabras porque no me queda otra, seguir es la única opción que da el tiempo y este corre tan deprisa que ya puedo ver como mi hijo crece a una velocidad que no esperaba, que en ocasiones me hace desear poder tener la capacidad para detener el tiempo. Mi hermano se levanta, yo hago lo mismo, me acerco a donde la silla mecedora que ya debería haber dormido a Hayden pero que en su lugar se encuentra la mar de entretenido agitando sus manos. Lo tomo entre mis brazos con intención de llevarlo arriba a dormir para que el ruido que podamos hacer abajo no le moleste, pero no me muevo del lugar cuando me giro hacia mi hermano. — No pensaba hacerlo — tengo la necesidad de decírselo, porque no creo que él lo piense por su cuenta. — Sé lo que estás pensando — su rostro sigue siendo un reflejo de ello, por mucho que trata de ocultarlo en su trabajo, yo sigo pudiendo leerlo como a un libro abierto. — Pero te equivocas, no soy de cristal ni me rompo con la mirada, puede que no sea la persona más estable con la que te has topado en tu vida, que necesite más tiempo para acostumbrarme a algunas cosas, pero siempre me he mantenido entera — su creencia de que me hundo en un vaso de agua dista mucho de la persona que soy, que aun a rastras, sobrevivo. — Y mi hijo me necesita, no voy a faltar a esa promesa — no porque se la hice a su padre, sino porque soy su madre y cuidarlo es mi deber.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
La manera en la cual arqueo mis cejas deja bien en claro que no apruebo que haya dejado la terapia, en especial ahora que tanto la necesita. No voy a irme por ese lado, no cuando sus palabras me hacen ladear la cabeza y hasta suelto una risa mordaz — No tuve la oportunidad de criar a Meerah — le recuerdo — Jamás sabré lo que es ser padre por primera vez y poder estar ahí para ella mientras crecía. Y sí, sé que es diferente. Yo huí porque pensé que sería un padre tan de mierda como Hermann y, cuando quise remendar mi error, ellas ya no estaban — no es uno de mis recuerdos felices, vale la pena aclarar. Lo que ha quedado de esos tiempos para mí no es más que arrepentimiento, incluso cuando las cosas se fueron acomodando por sí solas — No hablemos de momentos perdidos, Phoebe. No cuando los dos sabemos que tenemos una enorme colección de ellos.

Tomo la seguridad con la que habla como una promesa, me aferro a la idea de que mi hermana no va a volverse loca con el correr de los meses y confío, de alguna manera, que todo esto va a salir bien. Que llegará un momento en nuestra existencia, larga como puede ser las de los magos, en el que miraremos hacia atrás y podremos ver esto como una anécdota, como las historias que acaban decorando a una familia y que solamente la hizo más fuerte. Le echo un vistazo a Hayden, me pregunto cuándo es que sucedió que nuestra familia creció tanto que hay una generación de varios integrantes después de la nuestra. Confío en que ellos podrán hablar de nuestras historias, espero que con una sonrisa — Eso espero — le aseguro. Por primera vez en la tarde, le sonrío de manera algo más sincera — Y yo no fallaré a la promesa del estanque, así que… Iré a preparar ese café — que aún queda mucho por hacer y el sol todavía no se ha ocultado.
Hans M. Powell
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