OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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De haber podido lo hubiera hablado con un sanador, en vez de eso tenía que conformarme con un hombre de mercancías dudosas que me explicaba el efecto de distintas pociones que tenía cargadas en dosis pequeñas dentro de filtros que medían lo mismo que mi dedo pulgar, actuaban sobre la mente afectando ciertas partes cuyos nombres trataba de memorizar con esfuerzos para no confundirme luego, aunque las etiquetas solían ser claras sobre lo que cabía esperar de beberlas. Estaba metido en algo que me sobrepasaba, eso era un hecho innegable, y como todas las veces en las que me comprometía a hacer algo, por más de que la otra persona no tuviera una esperanza real de que fuera posible, lo hacía. Tenía eso de aceptar ciertas cosas o yo mismo tomarlas como un deber sobre el que no pensaba demasiado, lo asumía así. Y por eso llevaba varios días pasando de una tienda a otra, negociando con algunos vendedores para ver si conseguían algo que se acercara más a lo que buscaba, con la única respuesta de que difícilmente lo que haya olvidado con magia, pueda volver a recordarse. Difícil, por no decir imposible. Para algunos de ellos, la nada era un espacio real y ahí se habían ido esos recuerdos.
Puesto que yo mismo era una persona que seguía soñando con memorias remotas del pasado, me costaba pensar que se pudiera lastimar así a la mente dejándole huecos vacíos y de que no hubiera quedado algún eco de esos recuerdos en otros, entre los que se pudiera recuperar. Lo cierto era que nunca me había cuestionado demasiado cómo funcionaban nuestras mentes, las explicaciones científicas eran tarea de Annie y si buscaba alguna crítica a mi psiquis solía encontrarla en mi hermana, cuyo diagnóstico se limitaba a que era un cabeza dura. Únicamente en el último año había platicado tanto con las voces de mi consciencia hasta el punto de lo insano, fuera de eso, no solía meterme en estos enredos tan complicados, me precio de ser alguien que trata de verlo todo de la manera más simple. Pero no estoy seguro de si fue el filtro que me hicieron oler hace unos minutos o mi propia mente que está viendo la oportunidad de jugar conmigo ya que ando en estas, que van tres veces que cruzo la vista con el rostro de una mujer que juro no haber en la vida y sin embargo, hasta creo poder dar con su nombre si fuerzo a mi memoria. Tomo una de las calles paralelas por la que la he visto perderse para rodear una esquina que nos hace encontrarnos en un callejón estrecho y la retengo con un agarre de su codo. —Yo te conozco— susurro, mas confundido de lo que pueda sentirse ella. —¿De dónde?
Puesto que yo mismo era una persona que seguía soñando con memorias remotas del pasado, me costaba pensar que se pudiera lastimar así a la mente dejándole huecos vacíos y de que no hubiera quedado algún eco de esos recuerdos en otros, entre los que se pudiera recuperar. Lo cierto era que nunca me había cuestionado demasiado cómo funcionaban nuestras mentes, las explicaciones científicas eran tarea de Annie y si buscaba alguna crítica a mi psiquis solía encontrarla en mi hermana, cuyo diagnóstico se limitaba a que era un cabeza dura. Únicamente en el último año había platicado tanto con las voces de mi consciencia hasta el punto de lo insano, fuera de eso, no solía meterme en estos enredos tan complicados, me precio de ser alguien que trata de verlo todo de la manera más simple. Pero no estoy seguro de si fue el filtro que me hicieron oler hace unos minutos o mi propia mente que está viendo la oportunidad de jugar conmigo ya que ando en estas, que van tres veces que cruzo la vista con el rostro de una mujer que juro no haber en la vida y sin embargo, hasta creo poder dar con su nombre si fuerzo a mi memoria. Tomo una de las calles paralelas por la que la he visto perderse para rodear una esquina que nos hace encontrarnos en un callejón estrecho y la retengo con un agarre de su codo. —Yo te conozco— susurro, mas confundido de lo que pueda sentirse ella. —¿De dónde?
Pasearme por el distrito doce se ha vuelto casi terapéutico en el último tiempo. Aún no es ilegal, nadie puede decirme absolutamente nada por venir hasta estos pagos, en especial con una excusa tan personal como la mía. En mi día libre, no he hecho otra cosa que pasar horas sentada en el césped de los lindes legales del bosque, allí en los cuales solía ver los pies gordos de mi bebé corriendo de un lado al otro, siendo un completo ignorante de lo que habría sido la vida para él si hubiera tenido la oportunidad de vivirla. Es actos egoístas, hay veces en las cuales me pregunto si no es mejor así. Condenar a un niño con la sangre de personas como Jamie Niniadis o Magnar Aminoff a crecer en este mundo es demasiado cruel, por mucho que yo pueda desear el tenerlo conmigo todos los días. Jamás voy a estar realmente en paz con toda esta situación, pero al menos he llegado al punto en el cual puedo hablar con él, contarle cómo se ve el mundo hoy, sin quebrarme en mil pedazos. Y eso es todo. No deseo visitar a los míos. No tengo los ánimos como para hacerlo.
Me encuentro con que mi única misión, tras curarme un poco la necesidad de ser la madre de Seamus, es pasarme por el mercado a recolectar algunas piezas que solo puedo conseguir aquí, en especial si el gobierno va a estar tan insistente con la creación de chucherías para sus aurores. Estoy pagando una pólvora de fuerte color violeta que sirve para la creación de ciertas bombas, cuando puedo sentir unos ojos sobre mi nuca. Por alguna razón, me ponen la piel de gallina. Mi cuerpo me habla de la incomodidad, me remuevo en mi sitio en lo que froto mis hombros y, tras forzar una sonrisa a la buena mujer que me ha hecho la venta, coloco mi compra dentro de mi pequeña mochila y aprieto el paso. Apenas y miro sobre mi hombro, creo reconocer cierta postura que hace mucho tiempo no he visto cara a cara, pero no tengo intenciones de averiguarlo. Aprieto el paso, busco salir de aquí como una rata escapista, cuando el tirón en mi codo hace que me gire de lleno, encontrándome con los ojos llamativos de Colin Weynart.
Sacudo mi brazo, arqueando una de mis cejas — La seguridad de este distrito debe estar peor de lo que pensaba si usted puede pasearse por ahí a sus anchas, señor Weynart. Su fotografía en la lista de enemigos públicos no le favorece — le recuerdo con cierta ponzoña en mi voz. Sé que el norte no es el sitio de las personas más fieles al gobierno, pero yo no quiero jugar esa carta, no aquí, no con él, no después de tanto tiempo. Miro por encima de su hombro, que lo último que necesito ahora es que mis planes se vayan a la mierda porque este sujeto tiene menos cuidado que los rebeldes que se metieron en el ministerio con bombos y platillos — Debe estar confundido, de verdad. El único lugar en el cual pudo haberme visto es en el Capitolio. Trabajo perfeccionando armas… pero me gustaría no tener que hablar de ello en un lugar como este — mascullo, tratando de hablar entre dientes. Doy un paso hacia atrás, mis manos se aferran a las tiras de mi mochila para reprimir la energía de mis nervios — Ahora, si me disculpa… Si usted no me ha visto aquí, yo no lo he visto a usted.
Me encuentro con que mi única misión, tras curarme un poco la necesidad de ser la madre de Seamus, es pasarme por el mercado a recolectar algunas piezas que solo puedo conseguir aquí, en especial si el gobierno va a estar tan insistente con la creación de chucherías para sus aurores. Estoy pagando una pólvora de fuerte color violeta que sirve para la creación de ciertas bombas, cuando puedo sentir unos ojos sobre mi nuca. Por alguna razón, me ponen la piel de gallina. Mi cuerpo me habla de la incomodidad, me remuevo en mi sitio en lo que froto mis hombros y, tras forzar una sonrisa a la buena mujer que me ha hecho la venta, coloco mi compra dentro de mi pequeña mochila y aprieto el paso. Apenas y miro sobre mi hombro, creo reconocer cierta postura que hace mucho tiempo no he visto cara a cara, pero no tengo intenciones de averiguarlo. Aprieto el paso, busco salir de aquí como una rata escapista, cuando el tirón en mi codo hace que me gire de lleno, encontrándome con los ojos llamativos de Colin Weynart.
Sacudo mi brazo, arqueando una de mis cejas — La seguridad de este distrito debe estar peor de lo que pensaba si usted puede pasearse por ahí a sus anchas, señor Weynart. Su fotografía en la lista de enemigos públicos no le favorece — le recuerdo con cierta ponzoña en mi voz. Sé que el norte no es el sitio de las personas más fieles al gobierno, pero yo no quiero jugar esa carta, no aquí, no con él, no después de tanto tiempo. Miro por encima de su hombro, que lo último que necesito ahora es que mis planes se vayan a la mierda porque este sujeto tiene menos cuidado que los rebeldes que se metieron en el ministerio con bombos y platillos — Debe estar confundido, de verdad. El único lugar en el cual pudo haberme visto es en el Capitolio. Trabajo perfeccionando armas… pero me gustaría no tener que hablar de ello en un lugar como este — mascullo, tratando de hablar entre dientes. Doy un paso hacia atrás, mis manos se aferran a las tiras de mi mochila para reprimir la energía de mis nervios — Ahora, si me disculpa… Si usted no me ha visto aquí, yo no lo he visto a usted.
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—¿Todavía quedan dudas de lo pésima que es la seguridad en un mercado abiertamente ilegal?— pregunto. Por lo que alcancé a escuchar, mi hermano no continúa en el cargo de ministro, lo que me alivia en cierto sentido y no por motivos egoístas, sino por saber que estará con su familia lejos del ojo de la tormenta. Si alguien más asume el puesto, dudo que este sitio vaya a ser requisado por nadie, que se mantenga también es a conveniencia de los visitantes del Capitolio y algún que otro funcionario. —La fama que quiere darnos el gobierno no quita que sigo teniendo rasgos bastantes comunes, paso más desapercibido de lo que cree— digo secamente, en especial si es en sitios donde es la otra persona la que tiende a apartar primero la mirada, a todos nos viene bien fingir que somos ciegos. Aflojo un poco la presión de mis dedos alrededor de su codo, sin llegar a soltarla, que en estas calles todos saben también correr o desaparecerse en un parpadeo.
—No creo haberla visto en el Capitolio— la contradigo de inmediato, hago un esfuerzo mental al tratar de recordar si he visto su rostro de pasada en la base de seguridad cuando todavía trabajaba allí como cazador y si participó de alguna de las pruebas de armas que nos facilitaban, si acaso ese dato ayuda a la asociación de su cara con algún episodio. No lo repito, ya que quiere tenerlo en reserva en este distrito.—¿Trabajó con mi hermano Riorden?— es lo único que se me ocurre, si la vi alguna vez con él, debió ser entonces que fijé su cara e insisto en repasar sus rasgos para obtener alguna pista. Difícilmente pueda dejarlo pasar, las dudas de cualquier tipo se quedan importunando mi mente y hasta que no les encuentro una respuesta no encuentro sosiego, como me conozco no la dejo ir así como si nada. —¿Por qué me sonaría familiar la cara de una mujer que se dedica a las armas si estoy seguro de nunca haberla visto en la base?— me pregunto en voz alta, lo obvio de coincidir por el trabajo no parece ser, así que debo estar abordando la duda desde el lugar y las personas incorrectas. — Fue hace muchos años, ¿no? Nos vimos una vez, Xing nos presentó… eres…— lo dejo inconcluso porque no logro recordar el nombre, presiono la palma de mi mano libre contra mi sien por el esfuerzo que hago de dar claridad a mi mente, debe ser el hecho de que desde que me fui del Capitolio todo lo que tenga que ver con la madre de Hanna vuelve para importunar como un «te lo dije» que llega tarde.
—No creo haberla visto en el Capitolio— la contradigo de inmediato, hago un esfuerzo mental al tratar de recordar si he visto su rostro de pasada en la base de seguridad cuando todavía trabajaba allí como cazador y si participó de alguna de las pruebas de armas que nos facilitaban, si acaso ese dato ayuda a la asociación de su cara con algún episodio. No lo repito, ya que quiere tenerlo en reserva en este distrito.—¿Trabajó con mi hermano Riorden?— es lo único que se me ocurre, si la vi alguna vez con él, debió ser entonces que fijé su cara e insisto en repasar sus rasgos para obtener alguna pista. Difícilmente pueda dejarlo pasar, las dudas de cualquier tipo se quedan importunando mi mente y hasta que no les encuentro una respuesta no encuentro sosiego, como me conozco no la dejo ir así como si nada. —¿Por qué me sonaría familiar la cara de una mujer que se dedica a las armas si estoy seguro de nunca haberla visto en la base?— me pregunto en voz alta, lo obvio de coincidir por el trabajo no parece ser, así que debo estar abordando la duda desde el lugar y las personas incorrectas. — Fue hace muchos años, ¿no? Nos vimos una vez, Xing nos presentó… eres…— lo dejo inconcluso porque no logro recordar el nombre, presiono la palma de mi mano libre contra mi sien por el esfuerzo que hago de dar claridad a mi mente, debe ser el hecho de que desde que me fui del Capitolio todo lo que tenga que ver con la madre de Hanna vuelve para importunar como un «te lo dije» que llega tarde.
Por favor, no puedo creer que la estupidez del gobierno me esté pasando factura, es como un juego de mal gusto que viene en mano de la incompetencia que tienen algunos para cerrar un mercado que, todos sabemos, no es del todo legal. No sé mucho de los Weynart, pero puedo decir que ser cabeza dura parece venir con el apellido y, aunque lo hago lo más disimulado que puedo, el movimiento de mi brazo deja en evidencia de que busco alejarme de él. No me gusta que la gente me toque sin mi permiso, obviemos esa parte, esto tiene más que ver con el verme acorralada por una persona que se creyó, por alguna razón, que tiene derecho a poner sus manos sucias sobre mí — No, su hermano y yo no tenemos contacto directo, si eso es lo que me pregunta. Aunque a veces me paso por la base… — desde hace no tanto tiempo, pero ese es otro tema.
Y resoplo, que este tipo me la va a joder y, con solo mirar sobre su hombro, puedo ver como que nuestra conversación no pasa disimulada. Hay gente que para la oreja en este terreno, como también existen aquellos que oyen por casualidad y no tienen problemas en atraer a los aurores, en busca de una recompensa o dos. Si tengo que ser sincera, apenas y presto atención a lo que me está diciendo, sino a mis propios pensamientos que buscan el modo de salir de aquí — ¿Xing? — me hago la que me suena ese nombre, pero cuando lo pregunto es más bien una duda molestia que un recuerdo agradable — Por todos los cielos… Ven aquí… — en mi desgano, tiro de su ropa para que camine conmigo, alejándonos rápidamente de las rutas principales del mercado para colarnos por uno de los callejones sucios donde se apila la basura. Con suerte, solo nos oirán las ratas.
Este sujeto es alto, pero eso no impide que, cuando lo suelto, mis manos se colocan en posición de jarra y alzo el mentón con toda la actitud que poseo para poder estar a su altura o, al menos, intentarlo — En primer lugar, deberías saber que estás siendo completamente descuidado. No solo hay aurores haciendo rondas, sino que ha habido incluso casos de ministros metiéndose entre la mugre del norte, con total de sacar información. ¿Sabías que Powell se lleva muy bien con el comerciante de pócimas? — arqueo mis cejas, porque lo único que puedo ver de todos estos personajes es que son una panda de ignorantes que no tiene ni idea de cómo moverse por estas calles ni con quienes se pueden mostrar — Tómalo como un consejo gratis, que ahora mismo me estoy perdiendo de una enorme suma de dinero por no entregarte. Por otro lado… ¿Xing…? La recuerdo, muy vagamente. Ha pasado tiempo, se dijeron algunas cosas, pero en el norte todos hablan — le lanzo un vistazo de pies a cabeza, escondo una mano en los bolsillos y rozo mi varita, solo por si las dudas — Nos cruzamos un par de veces, pero han pasado años. A nadie le importa ya que un Weynart se haya revolcado con una roñosa del norte — que así siempre nos catalogaron, así siempre su familia nos ha apuntado con el dedo, incluso cuando los Weynart provienen de la mierda de Europa.
Y resoplo, que este tipo me la va a joder y, con solo mirar sobre su hombro, puedo ver como que nuestra conversación no pasa disimulada. Hay gente que para la oreja en este terreno, como también existen aquellos que oyen por casualidad y no tienen problemas en atraer a los aurores, en busca de una recompensa o dos. Si tengo que ser sincera, apenas y presto atención a lo que me está diciendo, sino a mis propios pensamientos que buscan el modo de salir de aquí — ¿Xing? — me hago la que me suena ese nombre, pero cuando lo pregunto es más bien una duda molestia que un recuerdo agradable — Por todos los cielos… Ven aquí… — en mi desgano, tiro de su ropa para que camine conmigo, alejándonos rápidamente de las rutas principales del mercado para colarnos por uno de los callejones sucios donde se apila la basura. Con suerte, solo nos oirán las ratas.
Este sujeto es alto, pero eso no impide que, cuando lo suelto, mis manos se colocan en posición de jarra y alzo el mentón con toda la actitud que poseo para poder estar a su altura o, al menos, intentarlo — En primer lugar, deberías saber que estás siendo completamente descuidado. No solo hay aurores haciendo rondas, sino que ha habido incluso casos de ministros metiéndose entre la mugre del norte, con total de sacar información. ¿Sabías que Powell se lleva muy bien con el comerciante de pócimas? — arqueo mis cejas, porque lo único que puedo ver de todos estos personajes es que son una panda de ignorantes que no tiene ni idea de cómo moverse por estas calles ni con quienes se pueden mostrar — Tómalo como un consejo gratis, que ahora mismo me estoy perdiendo de una enorme suma de dinero por no entregarte. Por otro lado… ¿Xing…? La recuerdo, muy vagamente. Ha pasado tiempo, se dijeron algunas cosas, pero en el norte todos hablan — le lanzo un vistazo de pies a cabeza, escondo una mano en los bolsillos y rozo mi varita, solo por si las dudas — Nos cruzamos un par de veces, pero han pasado años. A nadie le importa ya que un Weynart se haya revolcado con una roñosa del norte — que así siempre nos catalogaron, así siempre su familia nos ha apuntado con el dedo, incluso cuando los Weynart provienen de la mierda de Europa.
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Por su tono queda evidente que el nombre es conocido para ella, desconozco en qué términos podrían haber terminado ambas, porque desconozco casi todo lo que haya tenido que ver con la madre de Hanna una vez que decidió que los distritos respetables no eran para ella, que tenía más afinidad con los repudiados y en donde encaja en su círculo de conocidos, una mujer que dice estar viviendo en el Capitolio es algo que mi memoria no logra aún darle un sentido. Debe ser en algún sitio que no se puede mencionar si para continuar la conversación tenemos que meternos en un callejón sucio, por una necesidad de ella de resguardarse de lo que puedan escuchar otros, no queda dudas de que yo soy bastante descuidado en mi estatus de enemigo público por andar por ahí. Aliso mi ropa por reflejo al verme liberado de su agarre y me quedo callado cuando me increpa, espero a que acabe con su pregunta para responderle yo. —Y tú eres muy cautelosa para ser alguien que podría llamar a esos aurores, ¿por qué alguien del Capitolio sabría que Powell también merodea por estos lados? Claramente— digo, hago lo mismo que ella, la repaso de pies a cabeza, —alguien que también tiene negocios con la mugre del norte, ¿no?— por eso está aquí en primer lugar, carga con una mochila, alguna vez la habré visto con Xing y también tiene información sobre los asuntos ilegales de los ministros, no creo estar haciendo más que sumar los tantos a la vista. A mí pueden incluirme en una lista de enemigos del Estado, pero ignoraba que el ministro Powell fuera amigo de un traficante. —Aprecio el gesto de que no me hayas entregado, no creas que no lo hago— lo digo con calma, —eso mismo me hace estar seguro de que nos conocemos y si no estás gritando pidiendo ayuda es porque sabes que no haré nada malo— sí hay gente que se cambia de vereda si nos ve a cualquiera de nosotros andar por ahí, con ese descuido que ella me señala.
Siento el cosquilleo nervioso en la piel de mis brazos por la mención a Xing, como se está volviendo costumbre cuando se me ocurre invocar el nombre de la madre muerta de mi hija. Se dice que a los difuntos hay que dejarlos descansar en paz, ella también lo merece luego de una breve vida en la que fue de un lado al otro, de rebeldes a suicidas, estoy casi seguro de que no encontraré nada que me guste si me pongo a remover la tierra en la que dejó huellas tras sus huidas. —¿Qué cosas?— que no vayan a gustarme no quiere decir que no vaya a preguntar, no si tengo la oportunidad de encontrar a alguien para quien su nombre va unido a una cara y una historia de la que me vi expulsada muy pronto. —No fue así— aclaro, mi voz se endurece al decirlo. —No fue tan tórrido como los rumores que pueda haber de ministros o funcionarios que hayan pagado mujeres del norte— no escuché nada de Powell y el pocionista, pero sí que hubo otros chismes que salpicaban a más de un empleado del ministerio o los mismos aurores, nombres de mujeres y uno en particular que en su momento escupí con saña, de lo que me he arrepentido luego. —Teníamos algo que ella decidió romper para venir tras sus amigos del norte, sin decirme que estaba esperando a mi hija, sino quizás… quizás las cosas podrían haber sido distintas— susurro, molesta dar espacio a esa posibilidad, porque dejó de ser una en el momento en que cada uno siguió por su lado. —Y tú eras uno de esos amigos del norte, ¿no?
Siento el cosquilleo nervioso en la piel de mis brazos por la mención a Xing, como se está volviendo costumbre cuando se me ocurre invocar el nombre de la madre muerta de mi hija. Se dice que a los difuntos hay que dejarlos descansar en paz, ella también lo merece luego de una breve vida en la que fue de un lado al otro, de rebeldes a suicidas, estoy casi seguro de que no encontraré nada que me guste si me pongo a remover la tierra en la que dejó huellas tras sus huidas. —¿Qué cosas?— que no vayan a gustarme no quiere decir que no vaya a preguntar, no si tengo la oportunidad de encontrar a alguien para quien su nombre va unido a una cara y una historia de la que me vi expulsada muy pronto. —No fue así— aclaro, mi voz se endurece al decirlo. —No fue tan tórrido como los rumores que pueda haber de ministros o funcionarios que hayan pagado mujeres del norte— no escuché nada de Powell y el pocionista, pero sí que hubo otros chismes que salpicaban a más de un empleado del ministerio o los mismos aurores, nombres de mujeres y uno en particular que en su momento escupí con saña, de lo que me he arrepentido luego. —Teníamos algo que ella decidió romper para venir tras sus amigos del norte, sin decirme que estaba esperando a mi hija, sino quizás… quizás las cosas podrían haber sido distintas— susurro, molesta dar espacio a esa posibilidad, porque dejó de ser una en el momento en que cada uno siguió por su lado. —Y tú eras uno de esos amigos del norte, ¿no?
Me río con la sequedad de una persona que está siendo acusada cruelmente y hasta me llevo una mano al pecho — Soy hija de muggles, señorito Weynart. Mi problema con el gobierno de Niniadis se basaba en que ellos creían que yo no me merecía estar en la élite y me patearon a sobrevivir en este terreno — llevándose a mis padres con ellos, ese es otro de mis asuntos pendientes con los poderosos, pero es otro tema que no voy a discutir con él. A mi manera, Magnar me ha dado lo que yo necesito para joderle la vida, lo cual es una de esas hermosas ironías casi poéticas — Como ya he dicho, los rumores corren rápido. Si viviste el tiempo suficiente en el norte, sabes cómo funcionan las cosas, no importa quién seas — dejemos de lado que conocer los rumores era parte de mi trabajo para no verme metida en problemas. Por favor, hasta el hermano de este sujeto hizo tratos con la mafia con tal de que le solucionen problemas que para los políticos eran demasiado complicados. ¿O esa parte era muy delicada para el pobrecito?
Descarto sus palabras con un gruñido vago y una sacudida de la mano — ¿Qué podrías hacerme? Te proclamaste contra el gobierno bajo la moral de los rebeldes y ya sabes lo que dicen por ahí de los que viven en el nueve… Les encanta jugar a la ética correcta y a las manos limpias — hasta puchereo como si me dieran ternura, aunque acabo rompiendo el gesto en una sonrisa ladina que me dura un momento, porque la conversación sigue sobre terrenos que apenas y recuerdo, porque ha pasado tiempo y yo he tenido otras cosas por las cuales preocuparme. Mordisqueo mi labio inferior en un gesto nervioso y, solo por si las dudas, vuelvo a mirar alrededor en busca de alguna oreja indiscreta — Tú también eras uno de esos amigos en el norte… ¿O esa parte jamás te la aclararon? — suelto, aunque mi voz baja unas cuantas octavas hasta volverse un murmullo. Sus ojos son tan grandes como los míos, es fácil verse reflejada en ellos — ¿Cuál es la historia que conoces, Weynart? ¿Que siempre fuiste un niño bien del Capitolio al cual le insertaron una hija? Porque que yo recuerde, tu cara se movía por el norte tanto como la mía, hasta que ella creyó que sería muy sencillo que los descubran. La gente hace cosas muy estúpidas por amor — suspiro con dramatismo, que no tengo bien en claro qué tipo de relación tenían o si siquiera fue algo en verdad romántico, pero quitarle peso a la situación hace que sea más fácil el escupirlo.
Descarto sus palabras con un gruñido vago y una sacudida de la mano — ¿Qué podrías hacerme? Te proclamaste contra el gobierno bajo la moral de los rebeldes y ya sabes lo que dicen por ahí de los que viven en el nueve… Les encanta jugar a la ética correcta y a las manos limpias — hasta puchereo como si me dieran ternura, aunque acabo rompiendo el gesto en una sonrisa ladina que me dura un momento, porque la conversación sigue sobre terrenos que apenas y recuerdo, porque ha pasado tiempo y yo he tenido otras cosas por las cuales preocuparme. Mordisqueo mi labio inferior en un gesto nervioso y, solo por si las dudas, vuelvo a mirar alrededor en busca de alguna oreja indiscreta — Tú también eras uno de esos amigos en el norte… ¿O esa parte jamás te la aclararon? — suelto, aunque mi voz baja unas cuantas octavas hasta volverse un murmullo. Sus ojos son tan grandes como los míos, es fácil verse reflejada en ellos — ¿Cuál es la historia que conoces, Weynart? ¿Que siempre fuiste un niño bien del Capitolio al cual le insertaron una hija? Porque que yo recuerde, tu cara se movía por el norte tanto como la mía, hasta que ella creyó que sería muy sencillo que los descubran. La gente hace cosas muy estúpidas por amor — suspiro con dramatismo, que no tengo bien en claro qué tipo de relación tenían o si siquiera fue algo en verdad romántico, pero quitarle peso a la situación hace que sea más fácil el escupirlo.
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La elite a la que pertenecíamos todos lo que llevamos el apellido Weynart, por mérito de miembros de la familia como Riorden que quemaron sus manos por los Niniadis, la burla está en el ser reconocido por mi apellido y no es uno que vaya a negar solo para librarme de chistes irónicos, todos recorrimos largos caminos para estar donde estamos, ¿no? Ella misma dice ser parte del Capitolio ahora, asumo que beneficiada por el cambio de gobierno, al parecer el destino se define con monedas arrojadas al aire que nos colocan de un lado o en el otro. Dudo de su respuesta que lo reduce todo a rumores, es la salida fácil para más de uno, sobre todo en estos lugares donde lo que se pudo escuchar de voces anónimas, permite que se creen mitos a partir de un chisme.
Paso del comentario de su parte hacia las “manos limpias” de las personas del distrito nueve con una mirada fulminante en respuesta al mohín que hace, si yo también tengo que hacer suposiciones… —Y la gente que ensucia sus propias manos con mierda, solo mierda sabe arrojar a otros—. No me corresponde a mí hacer discursos políticos de ningún tipo porque, en primer lugar, no es la razón por la que me haya acercado a ella, sus opiniones sobre Magnar, Niniadis o los rebeldes me dan lo mismo, mis preguntas van hacia una persona puntual cuya simpatía creo conocer bien hacia qué lado iba, aunque el resto sea un vacío negro en mi historia al no saber hasta qué punto y con quienes llegó a involucrarse Xing. —No es cierto— tengo un deja vú al decir estas palabras, —eso es mentira— murmuro, desconcertado de lo familiar que suena esta respuesta en mis oídos, que así me advierte de no cometer el mismo error de negar algo solo porque no lo quiero escuchar.
No recuerdo haber ido detrás de Xing cuando me dijo que se marchaba, no lo hice y me arrepentí de ello cuando conocí a Hanna, de haberla seguido podríamos haber encontrado un lugar que no nos colocara ni de un lado, ni del otro. —Nunca estuve en el norte— insisto, por mucho que lo intento, todo lo que recuerdo es el momento en el que Xing se quedaba de pie en medio de la sala viendo como era yo quien le decía que no había razones para seguir juntos, que cada quien podía seguir su camino y ojalá si hubiera sabido que había una, entonces no viviría desencontrándome con Hanna. —¿De qué demonios estás hablando?— no lo digo como si no la creyera, sino para conseguir una explicación que sea la respuesta a una pregunta que desconozco.
Paso del comentario de su parte hacia las “manos limpias” de las personas del distrito nueve con una mirada fulminante en respuesta al mohín que hace, si yo también tengo que hacer suposiciones… —Y la gente que ensucia sus propias manos con mierda, solo mierda sabe arrojar a otros—. No me corresponde a mí hacer discursos políticos de ningún tipo porque, en primer lugar, no es la razón por la que me haya acercado a ella, sus opiniones sobre Magnar, Niniadis o los rebeldes me dan lo mismo, mis preguntas van hacia una persona puntual cuya simpatía creo conocer bien hacia qué lado iba, aunque el resto sea un vacío negro en mi historia al no saber hasta qué punto y con quienes llegó a involucrarse Xing. —No es cierto— tengo un deja vú al decir estas palabras, —eso es mentira— murmuro, desconcertado de lo familiar que suena esta respuesta en mis oídos, que así me advierte de no cometer el mismo error de negar algo solo porque no lo quiero escuchar.
No recuerdo haber ido detrás de Xing cuando me dijo que se marchaba, no lo hice y me arrepentí de ello cuando conocí a Hanna, de haberla seguido podríamos haber encontrado un lugar que no nos colocara ni de un lado, ni del otro. —Nunca estuve en el norte— insisto, por mucho que lo intento, todo lo que recuerdo es el momento en el que Xing se quedaba de pie en medio de la sala viendo como era yo quien le decía que no había razones para seguir juntos, que cada quien podía seguir su camino y ojalá si hubiera sabido que había una, entonces no viviría desencontrándome con Hanna. —¿De qué demonios estás hablando?— no lo digo como si no la creyera, sino para conseguir una explicación que sea la respuesta a una pregunta que desconozco.
Se me escapan las cejas hacia arriba, no muy segura de si sentirme insultada o verlo como el análisis de un Weynart con moral cuestionable, que no le hizo mucha falta el darle la espalda a su familia. Veamos, a mí me importa poco y nada la cantidad de magos que trabajen para Magnar porque, en lo que a mí respecta, ese sujeto no se lo merece. Eso no quita que este hombre no parece ser confiable para cualquier movimiento, pero ese es otro tema — ¿Por qué te mentiría? — pregunto con un encogimiento de hombros, en vista de que su acusación parece salida de la galera — No gano nada mintiéndote. Es más, si fuera por mí, esta conversación no estaría teniendo lugar. ¿O te olvidas de que me estoy jugando el cuello por hablar contigo? — si un auror apareciera, a la mierda todo. Tendría que poseer una suerte que no tengo para no terminar siendo juzgada en el Wizengamot y ahí, todo a la mierda.
Levanto las manos con exasperación y las dejo caer a mis costados, que este sujeto tiene de terco lo que tiene de alto — Usemos la lógica — insisto, aunque es obvio que no estoy siendo la persona más paciente al tomar una buena cantidad de aire, esa que me tensa los hombros por un momento — Tú sabes que me conoces, pero te niegas a aceptar la explicación que te doy, cuando no hay otra y a mí, simplemente, no me interesas — ¿De qué me serviría? Su persona solamente significa “problemas” — Nos movemos en un mundo donde lo imposible solamente sirve para denominar a los cobardes, así que solo ten la cabeza abierta. Tú conoces estas calles, estos rostros, solamente los tienes… Ocultos en algún rincón de tu mente — levanto las manos, atajándome — No sé quién los puso ahí, ella jamás me dio explicaciones y yo tampoco las pedí. Solo sé que tú y Xing frecuentaban los mismos sitios que yo y, un día, se volvió demasiado arriesgado. Y tú sabes que es verdad. En el fondo, lo tienes bien en claro, porque no hay otra explicación lógica a todo lo que se te confunde en la cabeza. ¿O me equivoco? — no tengo otra manera de ayudarlo y de verdad espero que no tenga intenciones de volver esto un mayor interrogatorio. No cuando hay información que yo no puedo darle y lo mejor que podemos hacer ambos, ahora mismo, es desaparecer.
Levanto las manos con exasperación y las dejo caer a mis costados, que este sujeto tiene de terco lo que tiene de alto — Usemos la lógica — insisto, aunque es obvio que no estoy siendo la persona más paciente al tomar una buena cantidad de aire, esa que me tensa los hombros por un momento — Tú sabes que me conoces, pero te niegas a aceptar la explicación que te doy, cuando no hay otra y a mí, simplemente, no me interesas — ¿De qué me serviría? Su persona solamente significa “problemas” — Nos movemos en un mundo donde lo imposible solamente sirve para denominar a los cobardes, así que solo ten la cabeza abierta. Tú conoces estas calles, estos rostros, solamente los tienes… Ocultos en algún rincón de tu mente — levanto las manos, atajándome — No sé quién los puso ahí, ella jamás me dio explicaciones y yo tampoco las pedí. Solo sé que tú y Xing frecuentaban los mismos sitios que yo y, un día, se volvió demasiado arriesgado. Y tú sabes que es verdad. En el fondo, lo tienes bien en claro, porque no hay otra explicación lógica a todo lo que se te confunde en la cabeza. ¿O me equivoco? — no tengo otra manera de ayudarlo y de verdad espero que no tenga intenciones de volver esto un mayor interrogatorio. No cuando hay información que yo no puedo darle y lo mejor que podemos hacer ambos, ahora mismo, es desaparecer.
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Tengo que darle la razón en eso de que no tiene motivos para mentirme, salvo que sea de las personas que son retorcidas por gusto, en todo caso es mi mente la que peca de retorcida por estar buscándole intenciones escondidas a lo que sea que sale de la boca de alguien, que de lo único que tiene la culpa es de un mal presentimiento de mi parte. —Dejaré que me ataques con tu varita si escuchamos que algún auror se acerca— ofrezco como compensación por estar reteniéndole entre muros que espero no dejen salir nuestras voces, tampoco me tomo tan a la ligera que me atrapen, así que agradecería si en el caso de usar un depulso, consigue lanzarme a la otra punta del callejón. Es terquedad lo que me sigue trayendo al mercado negro, lejos de conseguir lo que quiero, hace que me cruce con personas que me desconciertan, ¿qué falta? ¿Otra adivina lanzándome una maldición? Escuchar lo que dice no es muy diferente a aquella vez en que otra mujer puso en su boca hechos sobre los que no tenía ninguna certeza.
No tiene caso que apele a la lógica, ni a que abra mi mente a las explicaciones que pueda darme, porque nada tiene sentido allí, lo tiene si hago caso a algo más instintivo que me asegura que está diciendo la verdad. Es cierto que hay algo que viene tirando de mí hacia estos distritos, que todos estos años en el Capitolio se sentían como si alguien hubiera montado un escenario para mí de cosas familiares, pero no había paso que no diera que no me tropezara con una pared que me tenía atrapado y me descubría como alguien fuera de lugar, incluso cuando estaba con Hanna, también se sentía como si a ella la hubieran colocado dentro de algo que no era donde debíamos estar. —No lo recuerdo— lo digo sabiendo bien que la falta de recuerdos, no quiere decir que algo o alguien no haya existido. Lo malo es que había empezado a creer que estábamos en paz con mi mente, esto consigue que vuelva la paranoia de mis propios pensamientos.
—Xing estaba con los rebeldes, me dijiste que trabajas con armas… ¿eso es lo que hacíamos?— me arriesgo a preguntarlo. —¿También formaba parte de eso?— la confirmación que busco es innecesaria. Barro el abatimiento de mi cara con una mano y fijo los ojos en los ladrillos de la pared que está detrás de su espalda. —No era algo que tenía que pasar— murmuro, —sino algo que ya pasó—. Procuro memorizar sus rasgos cuando mi mirada vuelve a su rostro, así no solo me quedo con la sensación de familiaridad, sino que puedo definirla luego. —¿Sigues trabajando con esas personas? ¿Podría buscarlas yo?—. Entre los recuerdos que escarbo de mis últimas conversaciones con Xing no recuerdo nombres puntuales, solo la mención a los distritos más alejados del control del ministerio, sonaba como un grupo de marginados por propia voluntad porque no compartían la política de Niniadis. Es descabellado pensar que me podría haber dejado convencer por aquello en lo que creía como una fanática, a menos que… me dijera lo del embarazo, cierro los ojos por la punzada de un dolor de cabeza que se hace sentir. —¿Cómo te llamas?—, necesito ponerle un nombre a las caras. —No hace falta que me digas tu nombre de verdad, es solo para poder identificarte si vuelvo a verte.
No tiene caso que apele a la lógica, ni a que abra mi mente a las explicaciones que pueda darme, porque nada tiene sentido allí, lo tiene si hago caso a algo más instintivo que me asegura que está diciendo la verdad. Es cierto que hay algo que viene tirando de mí hacia estos distritos, que todos estos años en el Capitolio se sentían como si alguien hubiera montado un escenario para mí de cosas familiares, pero no había paso que no diera que no me tropezara con una pared que me tenía atrapado y me descubría como alguien fuera de lugar, incluso cuando estaba con Hanna, también se sentía como si a ella la hubieran colocado dentro de algo que no era donde debíamos estar. —No lo recuerdo— lo digo sabiendo bien que la falta de recuerdos, no quiere decir que algo o alguien no haya existido. Lo malo es que había empezado a creer que estábamos en paz con mi mente, esto consigue que vuelva la paranoia de mis propios pensamientos.
—Xing estaba con los rebeldes, me dijiste que trabajas con armas… ¿eso es lo que hacíamos?— me arriesgo a preguntarlo. —¿También formaba parte de eso?— la confirmación que busco es innecesaria. Barro el abatimiento de mi cara con una mano y fijo los ojos en los ladrillos de la pared que está detrás de su espalda. —No era algo que tenía que pasar— murmuro, —sino algo que ya pasó—. Procuro memorizar sus rasgos cuando mi mirada vuelve a su rostro, así no solo me quedo con la sensación de familiaridad, sino que puedo definirla luego. —¿Sigues trabajando con esas personas? ¿Podría buscarlas yo?—. Entre los recuerdos que escarbo de mis últimas conversaciones con Xing no recuerdo nombres puntuales, solo la mención a los distritos más alejados del control del ministerio, sonaba como un grupo de marginados por propia voluntad porque no compartían la política de Niniadis. Es descabellado pensar que me podría haber dejado convencer por aquello en lo que creía como una fanática, a menos que… me dijera lo del embarazo, cierro los ojos por la punzada de un dolor de cabeza que se hace sentir. —¿Cómo te llamas?—, necesito ponerle un nombre a las caras. —No hace falta que me digas tu nombre de verdad, es solo para poder identificarte si vuelvo a verte.
Una parte de mí siente pena por él, porque sé que debe ser complicado el armarse una idea aproximada de lo que ha sucedido cuando nada a tu alrededor para tener sentido. Levanto mis manos en señal de paz para que no se alarme, pero doy algunos pasos hacia él hasta poner mis manos sobre sus hombros en busca de cierto grado de tranquilidad que dudo poder darle — Los negocios aquí no se limitan solo a un área. Cuanto más puedas ayudar, más te tomarán en serio. No siempre hay armas para trabajar… — la vida en el norte no tiene tanta organización como el ministerio, pero siempre encontrábamos el modo de ser de ayuda más allá de nuestras especialidades. Entorno mi mirada, que no sé muy bien qué es lo que quiere decir con esas palabras. Nunca fui buena comprendiendo a las personas de su índole social.
Me río sin querer desearlo y le doy una palmadita amistosa en aquellos hombros que suelto — No es información que pueda darte. ¿Cómo sé que puedo confiar en ti? Hasta donde sé, te mueves con enemigos, con esos idealistas de más allá del norte. Si sigo viva hoy en día, no es porque sea tonta — aún así, levanto una de mis cejas con una mirada que busca analizarlo — Esas personas no son posibles de encontrar, no si ellos no te encuentran primero. Y hoy no estoy muy cerca de ellos — mentira, pero tengo prioridades, él no es una. Lo lamento mucho por Xing, por cualquier amistad que pudimos haber tenido, pesa en el alma. Pero… ¿Qué hay de mí? ¿Qué hay de todo lo que pude conseguir? Colin estuvo aquí alguna vez, pero la gente cambia, todos lo hacemos.
— Thea — no es mentira ni tampoco verdad. Nadie me llama de esa manera, pero es un apodo totalmente factible — Si así lo quieres, Colin, te daré mi número y dejaré que pienses bien qué es lo que quieres hacer, pero no puedo prometerte que te gustará todo lo que oigas. A su vez… Necesito alguna garantía de que no acabarás jodiéndome — precaución, nada personal — Tu apellido es aliado al gobierno y tu fotografía en la lista negra te coloca junto a los Black, así que… ¿Quién eres en realidad?
Me río sin querer desearlo y le doy una palmadita amistosa en aquellos hombros que suelto — No es información que pueda darte. ¿Cómo sé que puedo confiar en ti? Hasta donde sé, te mueves con enemigos, con esos idealistas de más allá del norte. Si sigo viva hoy en día, no es porque sea tonta — aún así, levanto una de mis cejas con una mirada que busca analizarlo — Esas personas no son posibles de encontrar, no si ellos no te encuentran primero. Y hoy no estoy muy cerca de ellos — mentira, pero tengo prioridades, él no es una. Lo lamento mucho por Xing, por cualquier amistad que pudimos haber tenido, pesa en el alma. Pero… ¿Qué hay de mí? ¿Qué hay de todo lo que pude conseguir? Colin estuvo aquí alguna vez, pero la gente cambia, todos lo hacemos.
— Thea — no es mentira ni tampoco verdad. Nadie me llama de esa manera, pero es un apodo totalmente factible — Si así lo quieres, Colin, te daré mi número y dejaré que pienses bien qué es lo que quieres hacer, pero no puedo prometerte que te gustará todo lo que oigas. A su vez… Necesito alguna garantía de que no acabarás jodiéndome — precaución, nada personal — Tu apellido es aliado al gobierno y tu fotografía en la lista negra te coloca junto a los Black, así que… ¿Quién eres en realidad?
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Recelo de sus manos al acercarse por si piensa tomar mi ofrecimiento de golpearme sin necesidad de que aparezcan los aurores, pero no me aparto cuando lo único que hace es conseguir que le sostenga la mirada por el peso de ese contacto. — No sé qué más podría haber hecho— la contradigo, —pelear y usar armas es todo lo que me enseñaron, lo que hago—. Fui el menor de tres hermanos, pronto se notó por comparaciones entre Liriel y yo a quien se le daba mejor pensar de modo inteligente, quien podía trepar más alto y no llorar cuando se caía, para luego volver a treparse. Las primeras peleas con Riorden iban en serio. Me hablaron de la guerra de la que sería parte cuando todavía estaba en otro continente, me dijeron que también era mi guerra y que debía pelear por los míos. Fue todo lo que hice estos últimos diez años, pelear en nombre de un ministerio que le asegura a mi familia un lugar en Neopanem. Me enseñaron que debía pelear por los míos, nunca hubiera ido detrás de Xing a no ser que ella se hubiera convertido en mi familia. Ahora puedo decir que estoy peleando por mí.
—Estas entre los rebeldes, pero consideras a los «idealistas» del catorce como tus enemigos— la miro fijamente, —estás con una fracción extremista— y eso quiere decir, que Xing también lo estaba, posiblemente yo también. Tal vez eran otras personas antes, incluso los del catorce son nuevos como una fracción que combate al ministerio, aunque Niniadis siempre le tuvo un odio personal. No me sorprendería que otros grupos hubieran mutado al volverse esta guerra más abierta y violenta desde que Magnar asumió. Me relajo visiblemente cuando dice que ya no forma parte del frente que alguna vez formaron con Xing, aunque me inquieta que deje sobreentendido que siguen actuando. ¿Qué conseguiría al ir detrás de los pasos de Xing? Hanna está con mi hermano, lo que considero como la mejor garantía de que nada va a pasarle, mejor de la que yo pudiera darle incluso. Podría simplemente dejar ir todo lo que tenga que ver con su madre, pero no puedo. Nunca me fue bien cuando le di la espalda a lo que me llamaba, nunca.
Me basta con el nombre que me da, no es uno que se pueda olvidar fácil. —Escuchar algo que no me gusta es algo a lo que llegué a acostumbrarme— en más de un encuentro se sintió como que alguien me diera de golpes contra una pared, sirvió para que saliera de la terquedad de creer que lo que hacía era lo correcto por no cuestionármelo y empezar a hacerlo, más que conseguir respuestas, animarme a hacer las preguntas. Esta vez no dudo de ir detrás de lo que es un gran interrogante. —¿Qué necesitas de garantía? Te la daré, no pienso joderte— lo repito. Pienso en cómo contestar a lo que me pregunta, ser un Weynart fue lo que me definió toda mi vida, pelear para proteger a mi familia y al ministerio, no obstante me encuentro ahora del otro lado. —Alguien que quiere paz— me apropio de las palabras que me dijeron y me hicieron darme cuenta que era lo que yo también quería, —para dejar de pelear. Y que esa paz signifique que la mujer que amo pueda ser libre, aquí, donde sea, en cualquier lugar. Pero no soy uno de los idealistas del nueve— aclaro, —soy un soldado, pelear es lo que hago.
—Estas entre los rebeldes, pero consideras a los «idealistas» del catorce como tus enemigos— la miro fijamente, —estás con una fracción extremista— y eso quiere decir, que Xing también lo estaba, posiblemente yo también. Tal vez eran otras personas antes, incluso los del catorce son nuevos como una fracción que combate al ministerio, aunque Niniadis siempre le tuvo un odio personal. No me sorprendería que otros grupos hubieran mutado al volverse esta guerra más abierta y violenta desde que Magnar asumió. Me relajo visiblemente cuando dice que ya no forma parte del frente que alguna vez formaron con Xing, aunque me inquieta que deje sobreentendido que siguen actuando. ¿Qué conseguiría al ir detrás de los pasos de Xing? Hanna está con mi hermano, lo que considero como la mejor garantía de que nada va a pasarle, mejor de la que yo pudiera darle incluso. Podría simplemente dejar ir todo lo que tenga que ver con su madre, pero no puedo. Nunca me fue bien cuando le di la espalda a lo que me llamaba, nunca.
Me basta con el nombre que me da, no es uno que se pueda olvidar fácil. —Escuchar algo que no me gusta es algo a lo que llegué a acostumbrarme— en más de un encuentro se sintió como que alguien me diera de golpes contra una pared, sirvió para que saliera de la terquedad de creer que lo que hacía era lo correcto por no cuestionármelo y empezar a hacerlo, más que conseguir respuestas, animarme a hacer las preguntas. Esta vez no dudo de ir detrás de lo que es un gran interrogante. —¿Qué necesitas de garantía? Te la daré, no pienso joderte— lo repito. Pienso en cómo contestar a lo que me pregunta, ser un Weynart fue lo que me definió toda mi vida, pelear para proteger a mi familia y al ministerio, no obstante me encuentro ahora del otro lado. —Alguien que quiere paz— me apropio de las palabras que me dijeron y me hicieron darme cuenta que era lo que yo también quería, —para dejar de pelear. Y que esa paz signifique que la mujer que amo pueda ser libre, aquí, donde sea, en cualquier lugar. Pero no soy uno de los idealistas del nueve— aclaro, —soy un soldado, pelear es lo que hago.
— ¿No todas las fracciones lo son? — inquiero, aunque es más bien una pregunta retórica — Incluso las personas con quienes te encuentras, esos que dicen que quieren paz para todo el mundo… ¿No tienen acciones extremas al momento de atacar a sus enemigos? Porque todo el mundo es pacifista de la boca para afuera, en un tablero donde no hay buenos o malos, solo opiniones diferentes — porque no importan las razones, sino los medios y eso parece que Kendrick Black todavía no lo tiene bien en claro. Lo mido con los ojos, porque todo el mundo siempre se hace el que puede soportar los golpes de honestidad y acaban sintiéndose estafados con tan solo un par de palabras.
No estoy acostumbrada a que las cosas se me sirvan en bandeja. He vivido una vida más que complicada y, por horrible que sea el pensarlo de esta manera, los tiempos en los cuales Magnar pasaba tiempo conmigo servían como excusa para tener una mejor comida, por mucha falta de calidez que pudiese significar. Puedo oír el murmullo de Hermann en mi oído, el abusar de este pequeño contacto como es debido y tengo que morderme el interior de la mejilla para no caer en la tentación. Tenemos infiltrados en todas partes, pero siento que Colin está tan desesperado que es hasta sencillo — Querer paz te hace un idealista, Colin… — susurro, casi que hasta con dulzura. Se me curvan los labios en una media sonrisa — Vivimos en un mundo que no hace más que destruirse a sí mismo. No te juzgo, todos tenemos esa ilusión, todos queremos despertarnos un día y que todos los problemas se hayan calmado. No somos tan diferentes… No importa de dónde vengamos, siempre vamos a velar por los nuestros — él por la mujer que ama, yo por los padres que quiero recuperar. Y por el hijo al que quiero vengar, pero eso es otro tema.
No me va a gustar lo que voy a hacer, porque es un abuso y lo sé, pero en la vida hay que ser cuidadoso. Tomo un largo suspiro y bajo la voz — No te pediré mucho, de verdad. Lo que voy a pedirte es una tontería insignificante — me encojo de hombros en lo que me giro, buscando un papel sucio y viejo en el cual acabo por escribir mi número con mi varita — Solo quiero que me traigas un pelo de la cabeza de Black, eso es todo.Prometo no hacerle ningún vudú al niño ni nada que ponga en riesgo su vida — al menos, no yo. Le tiendo el papelito — Solo llámame cuando lo tengas. Si no vas a cumplir, no lo hagas. Es mi voto de silencio.
No estoy acostumbrada a que las cosas se me sirvan en bandeja. He vivido una vida más que complicada y, por horrible que sea el pensarlo de esta manera, los tiempos en los cuales Magnar pasaba tiempo conmigo servían como excusa para tener una mejor comida, por mucha falta de calidez que pudiese significar. Puedo oír el murmullo de Hermann en mi oído, el abusar de este pequeño contacto como es debido y tengo que morderme el interior de la mejilla para no caer en la tentación. Tenemos infiltrados en todas partes, pero siento que Colin está tan desesperado que es hasta sencillo — Querer paz te hace un idealista, Colin… — susurro, casi que hasta con dulzura. Se me curvan los labios en una media sonrisa — Vivimos en un mundo que no hace más que destruirse a sí mismo. No te juzgo, todos tenemos esa ilusión, todos queremos despertarnos un día y que todos los problemas se hayan calmado. No somos tan diferentes… No importa de dónde vengamos, siempre vamos a velar por los nuestros — él por la mujer que ama, yo por los padres que quiero recuperar. Y por el hijo al que quiero vengar, pero eso es otro tema.
No me va a gustar lo que voy a hacer, porque es un abuso y lo sé, pero en la vida hay que ser cuidadoso. Tomo un largo suspiro y bajo la voz — No te pediré mucho, de verdad. Lo que voy a pedirte es una tontería insignificante — me encojo de hombros en lo que me giro, buscando un papel sucio y viejo en el cual acabo por escribir mi número con mi varita — Solo quiero que me traigas un pelo de la cabeza de Black, eso es todo.Prometo no hacerle ningún vudú al niño ni nada que ponga en riesgo su vida — al menos, no yo. Le tiendo el papelito — Solo llámame cuando lo tengas. Si no vas a cumplir, no lo hagas. Es mi voto de silencio.
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—Es diferente, hablamos de fracciones que se mueven con distintas banderas— digo, así como alguna vez creí que los rebeldes del catorce eran mis enemigos, no hay nada que tenga más claro en el presente de que el único bando que se libra de los extremismos son las personas del nueve. Ellos tienen un consejo de personas que conozco y en cuyas intenciones creo, como Alice, Arianne, Amber y Dressler, sosteniendo la espalda de un chico que trata de desandar el camino hecho por quienes lo precedieron. No puedo decir lo mismo de los otros bandos, tienen psicópatas como líderes. —No, yo no creo que un día simplemente voy a despertar y ver que todo esto se acabó, sé que llevará tiempo y muchas batallas…— la contradigo, como ella lo hace al decidir que soy un idealista, cuando yo no uso a la paz como un discurso de nada, ni ante nadie. —Pero es cierto que sigo haciéndolo por ciertas personas, no por el mundo— murmuro, a los que no llamaré «míos» porque así lo sentía con mi familia, mis hermanos y sus familias seguirán siendo los míos, mi hija siendo mía, pero las personas con las que estoy ahora no son los míos, son las personas al lado de las cuales me paro.
Así que recibo el papel que me tiende con el garabato de un par de números, pestañeo al enfocar mi mirada en su rostro al oír la condición que me pide y sostengo el papel sucio entre mis dedos al colocarlo entre nosotros. —¿Un insignificante cabello de Kendrick Black?— pregunto, golpeo el papel con las puntas de mis dedos para que vuele al aire y caiga al suelo. —Toda garantía que quieras que tenga que ver conmigo, nunca meteré a alguien más en asuntos que solo me involucran a mí. Mucho menos…— susurro al dar un paso hacia ella para remarcar la diferencia de estaturas, —mucho menos esperes que te traiga un pelo o el aire que haya soltado Kendrick Black— le dejo en claro, el chico está casi primero en la lista de buscados y lidera el distrito nueve como si fuera a cometer la estupidez de dar lo que sea que tenga que ver con él a una desconocida. —Gracias por la charla y los recuerdos, seguiré buscando respuestas por mi cuenta— que tienen que ver conmigo, de ninguna manera tienen que ver con las personas de mi presente, y entre fantasmas y personas de carne y hueso que están luchando, mi elección es fácil. Si alguien se va a meter en mis problemas, de antes o de ahora, soy solo yo. —Si no hay nada más que decir…— me despido, y porque no creo que sea un riesgo real, al cabo de unos pasos hacia atrás, me doy la vuelta para salir del callejón.
Así que recibo el papel que me tiende con el garabato de un par de números, pestañeo al enfocar mi mirada en su rostro al oír la condición que me pide y sostengo el papel sucio entre mis dedos al colocarlo entre nosotros. —¿Un insignificante cabello de Kendrick Black?— pregunto, golpeo el papel con las puntas de mis dedos para que vuele al aire y caiga al suelo. —Toda garantía que quieras que tenga que ver conmigo, nunca meteré a alguien más en asuntos que solo me involucran a mí. Mucho menos…— susurro al dar un paso hacia ella para remarcar la diferencia de estaturas, —mucho menos esperes que te traiga un pelo o el aire que haya soltado Kendrick Black— le dejo en claro, el chico está casi primero en la lista de buscados y lidera el distrito nueve como si fuera a cometer la estupidez de dar lo que sea que tenga que ver con él a una desconocida. —Gracias por la charla y los recuerdos, seguiré buscando respuestas por mi cuenta— que tienen que ver conmigo, de ninguna manera tienen que ver con las personas de mi presente, y entre fantasmas y personas de carne y hueso que están luchando, mi elección es fácil. Si alguien se va a meter en mis problemas, de antes o de ahora, soy solo yo. —Si no hay nada más que decir…— me despido, y porque no creo que sea un riesgo real, al cabo de unos pasos hacia atrás, me doy la vuelta para salir del callejón.
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