The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Seth K. Niniadis
Fugitivo
El ataque al departamento de misterios no había salido como esperaban, no al menos desde mi punto de vista. Habían traído varias gemas, pero habían perdido a Delilah en el proceso, y no era solo por haber tenido que dejarla atrás antes de arriesgarnos a un combate que probablemente hubiéramos ganado por una ventaja numérica; sino porque eso habría roto todos los tratados que se habían conseguido hasta ahora y que impedía a Magnar volarnos en pedazos para acabar con el problema. Aún así, estar con Magnar en la presidencia, y en un convenio como el actual, era como estar nadando con tiburones en una jaula. Nunca llegas a estar del todo tranquilo.

Había tenido que tomar a Jared y llevarlo a casa cuando había sido consciente de que Delilah no iba a cruzar el armario. Eso lo había devastado. Nunca lo había visto de esa manera, y hasta ahora, estaba totalmente convencido de que conocía todas las facetas, malas y buenas, de mi propio hijo. No fue así. Estaba desquiciado. Tuve que sacarlo de allí antes de que dijera algo de lo que pudiera arrepentirse, y lo último que supe de aquella sala fue la voz de Hero escupiendo mil preguntas, y a Amber marchándose de la sala. Dejé las runas en manos de mi hermana pequeña y salí con Jared de allí. Una vez en casa, no quiso saber nada del mundo, ni de mi, ni de nadie, ni de qué íbamos a hacer para salvar a la chica; se encerró en su cuarto.

Tres segundos después estaba un patronus en mi casa, suplicándome, una vez más, por ayuda. Por lo general, esas palabras habían venido en otros contextos. No era para casi nadie desconocido que mi labor dentro del catorce había sido mayormente médica, y la mayoría de personas habría dado cualquier cosa por una mano extra en los momentos de paz; pero generalmente solo lo intentaban porque querían sacarme de casa, donde estaba malgastando mis días según el criterio de tanta gente que ya ni la podía contar. Sin embargo, esta vez estaba seguro de que la ayuda que estaban solicitando no era algo a lo que pudiera decir que no.

Al aparecerme dentro del centro médico todo era un caos. La gente iba de un lado para otro y en ocasiones, la gravedad de las heridas obligaba a varios médicos a estar junto a un paciente mientras otros se quedaban desatendidos. Agarro la camilla de Alice cuando la veo siendo empujada por una enfermera y la redirijo hacia una de las salas que veo vacías. — Trae pociones reabastecedoras de sangre, para quemaduras, y algo de díctamo. — No estaba seguro si tendrían todo eso, nunca me había acercado al centro médico para conocer la capacidad que poseía, pero no le dí importancia. La enfermera se marchó dejándonos a solas un rato, mientras utilizaba varios hechizos para ir eliminando la sangre y curando la piel herida. Fue un trabajo de bastante tiempo, y cuando Alice dio señales de estar recuperando la consciencia, la dejé inconsciente de nuevo. Estaba seguro de que sufriría menos así.

Cuando terminé con ella, tuve que atender a varios más. Algunos de ellos eran personas que solo esperaban cita antes de que el grupo del departamentos de misterio volviera. Tuve que encargarme de cosas tan dispares que durante un momento podía estar sacándole de la nariz algo a un bebé, que al otro intentando reanimar a alguien que había perdido el pulso por completo. Finalmente alguien llegaría a darme las gracias por el alivio de carga, a lo que ni siquiera sabría como responder. — ¿Como sigue Alice? — Pregunté. No me esperaba que siguiera dormida.

Había varios motivos por los que no quería volver a trabajar como médico, y el primero de ellos era haber olvidado todo lo que sabía. Esa tarde había demostrado que no, los conocimientos habían acudido a mi con facilidad, como si siempre hubieran estado ahí, o tuviera un almacén del cual recuperarlos fácilmente. La idea de que hubiera metido la pata con la dosis de poción para dormir de Alice, hizo caer toda la seguridad que tenía. — Iré a verla. Es raro, debería haber despertado ya. — Me alarmó esa idea. Aunque dormir un poco más no le viniera nada mal.

Cuando crucé la puerta de su cuarto, se estaba removiendo, y me abofeteó el alivio. — Creía que iba a tener que forzarte a despertar. — Fue mi saludo, aunque con un ligero toque de calma algo extraño dadas las circunstancias. — Bienvenida al mundo de los vivos. — Añadí, mientras me acercaba a la cama y sacaba del bolsillo de la bata una pequeña linterna con la que apunté a las retinas de la chica. Era algo que llevaba haciendo toda la tarde, especialmente con los pacientes que se habían golpeado la cabeza. — ¿Cómo te sientes? — Me senté en el borde de la cama al apagar la luz y metí la linterna dentro del bolsillo. — Dame una buena noticia.
Seth K. Niniadis
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Si voy a ser honesta, desde el momento en el que una de las aurores golpeó contra mí el hechizo que terminó por dejarme en la ventana del abismo, no he sido capaz a recuperar la consciencia durante mucho más que cinco minutos, incluidos aquellos en los que la voz de Arianne me apremió a atravesar el armario. Después de eso, todo lo que puedo recordar y que tampoco es muy difícil de entender, es puro caos. Sé que llega un momento en el que todos los que entramos en el ministerio regresamos a la seguridaad del nueve, o al menos eso es lo que pensaba, porque entre mis últimos segundos de lucidez puedo escuchar a Kendrick tendiendo un arrebato sobre Delilah. Me hubiera gustado poder cerciorarme de que estaba en lo cierto, pero la verdad es que no fue mucho después de eso, de asegurarme de que Colin sí había pasado, que me dejé llevar por la negrura a la que le estoy cogiendo tanto aprecio últimamente.

Por un momento, cuando abro los ojos en medio de otro caos dentro del propio nueve, obviamente medio drogada, creo que estoy soñando, porque juraría que reconozco esos ojos claros y no necesariamente por haberse pasado por el servicio médico en estos últimos meses. Así que sí, definitivamente me han drogado si estoy empezando a alucinar con que Seth ha decidido iluminarnos con su presencia y sabiduría, que hasta dolorida soy capaz a recriminarle que por qué ha tardado tanto en asentar la cabeza, cuando lo más probable es que mis murmullos ni siquiera se escuchen porque hasta despegar los labios para hablar se convierte en una tarea complicada. No transcurre mucho tiempo que mis párpados regresan a cerrarse por acto propio, sin que pueda hacer mucho esfuerzo para evitarlo. Tanto como se siente una sensación conocida, es conocido que también la detesto por su presunta comodidad; inconsciente ni los pensamientos tienen un espacio en mi cabeza.

Es una suerte que esa fracción de tiempo uno nunca la recuerde, porque cuando la iluminación me da de lleno en las pupilas y tengo que parpadear para no quedarme ciega, juraría que han podido pasar tan solo unas horas, como también una semana entera. El comentario de Seth me llega mucho más claro de lo que hubiera esperado, mientras me remuevo para tratar de sentarme. — ¿Tantas ganas tenías de volver que necesitabas dejarme en coma para no levantar sospechas? — bueno, puedo decir que al menos no he perdido mi sentido del humor en lo que al moreno se refiere. La expresión de mi cara refleja que no está la cosa para bromas, pero aun así me atrevo a esbozar una sonrisa, dejando en evidencia que solo estoy bromeando. — Como si una manada de centauros me hubiera pasado por encima, pero bien. ¿Cómo están los demás? ¿Están todos bien? — es la pregunta que más me preocupa y que no tardo en verbalizar en voz alta, la luz de su linterna impidiéndome que vea en su cara alguna clase de respuesta de antemano. — Hizo falta una crisis para que decidieras ponerte la bata, ¿huh?
Alice D. Whiteley
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Seth K. Niniadis
Fugitivo
Veo por tu humor que mi pregunta se responde sola. — Respondí, con una sonrisa de lado. Arleth siempre decía que si una persona tenía tiempo para quejarse, tan mal no estaba; y ese era un principio con el que yo me había manejado desde que tenía uso de razón. Así era como pillaba a Jared cuando quería fingir estar malito para no irse a clase, y cosas de ese estilo; además de por el hecho de que mentir no se le daba del todo bien, con esa forma en la que agachaba la cabeza y afinaba la voz, como si parte de sus mentiras fueran un intento de manipulación siendo adorable. — Si. Algunos ya están en casa. Otros bueno... con los interrogatorios de Hero. — De repente, al terminar la frase, me cayó un balde de agua fría. No era verdad que todos estuvieran bien, había olvidado a la persona que se había quedado atrás: Delilah. La siguiente broma no fue tan bien recibida por mi humor, que de repente se puso algo negro. Me limité a esbozar una sonrisa casi por cortesía y a mirar la nada, intentando no apartar la vista del todo de la cama. — Me rogaron que viniera — Aunque no sonó tan a broma. Casi de inmediato solté un suspiro. — Hacía falta una mano y no creo que en estas circunstancias pudiera haber dicho que no — Concluí. Sin embargo, no podía mentir, por mucho que quisiera, que no estaba de menos una tarde como esa.

Me incliné hacia atrás apoyando las manos en la cama y cruzando una pierna para poder mantener el equilibrio en el borde. Mientras tanto, hacía tiempo para contarle a Alice lo ocurrido. Lo cierto era que no sabía como iba a tomárselo, y no estaba seguro con exactitud lo que había pasado; otra persona podría haberlo hecho mejor que yo, pero en ese momento, seguir manteniendo la mentira de que todos estaban bien, me parecía una mierda. — No han vuelto todos. — No encontré una manera más suave de decirlo. — Delilah se ha quedado atrás. Pero era ella o una invasión de aurores e inefables, así que... — Quería decir que mejor una vida que dios sabe cuantas de civiles en el nueve, pero no podía. Ese no era mi estilo. Y había visto crecer a Delilah; decir eso habría sido completamente imprudente. — Suena mal que yo lo diga pero... así son las cosas ahora — Murmuré. Estábamos en guerra. En las guerras, siempre hay alguien que se queda atrás.
Seth K. Niniadis
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Alzo las cejas con la gracia de responder a su comentario, aunque no se trata de un gesto demasiado alentador si me pongo a pensar en las razones por las que estoy sentada en una camilla para empezar. — Entiendo, quizá sea mejor que vaya yo también. ¿Te han dicho algo de como es que acabaron las cosas? Las runas… — menciono, como si de repente me hubiera acordado de lo más importante que fuimos a hacer al ministerio. Le miro con el entrecejo algo fruncido, porque si mal no recuerdo Arianne me entregó la suya y no tengo la menor idea de a dónde fueron a parar. — Dime que no nos hicimos mierda por nada. — esta vez soy yo la que le pido una respuesta honesta, incluso cuando Seth no ha estado demasiado “activo”, por decirlo de alguna manera, dentro del consejo, sé que tiene una ligera idea de lo que fuimos a hacer allí.

Asiento con la cabeza, analizando en silencio el ruido que hay al otro lado de la habitación, pasos que recorren los pasillos a toda velocidad y que me hace pensar que obtener una respuesta negativa de Seth no hubiera resultado bien. — Bueno, si hizo falta que nos molieran a bombardas para que levantaras el culo del sofá, al menos algo ha merecido la pena… — aunque se puede ver que el intento de broma no cuadra mucho con el ambiente que se percibe en el lugar, sí esbozo una sonrisa estrecha en su dirección, antes de suspirar y regresar la vuelta al suelo, claro. — ¿Vas a querer volver después de esto? No nos hace falta una mano solo cuando nos da por ser suicidas, ¿sabes? Podríamos volver a ser “colegas” de trabajo, incluso cuando sé que te saco de quicio, — ladeo mis labios al mirarle — nos vendría de maravilla tu ayuda. No lo sé… piénsalo. — añado antes de que tenga prisa a decir que no, que no es mi intención ejercer ninguna clase de presión sobre él. Pero ya que estamos, no hay mal que por bien no venga y no pierdo nada por intentarlo.

Mi cara se borra de toda sonrisa cuando llega la declaración que, si bien he ignorado hasta ahora, una parte de mí la estaba esperando. — Mierda… — chasco la lengua, meneando la cabeza hacia un lado. Soy de aquellas que dicen que nuestros chicos son todavía demasiado jóvenes como para estar haciendo lo que hacen, Delilah todavía más siendo que esta era la primera vez que se sumerge en esta clase de misiones. Lo que más me sorprende, quizá, no es descubrir que no consiguió regresar a tiempo, sino la actitud que toma Seth al respecto. — Lo sé, pero eso no significa que no podría haberse evitado. ¿Has hablado con Kendrick? — porque si no ha ido a enterrarse bajo tierra ya, de seguro ya está cavando su propia tumba; sé que se tenían mucho aprecio. — Me cuesta hacer frente a que poco a poco estemos permitiendo que se lleven a los nuestros. — bufo, Ben y Ava son un tema completamente aparte.
Alice D. Whiteley
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