OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
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El apartamento se encuentra sumido en un silencio poco acogedor cuando abro la puerta de casa, la única figura que aparece en el recibidor en cuestión de segundos es la bola peluda que se ha convertido en mi solitaria compañía durante este último mes, quizá algo más de un mes, un par de semanas más han podido pasar sin que haya tomado cuenta de ellas porque la verdad es que el invierno se está pasando a una velocidad sorprendente. Eso no quita que no sea una época helada, por eso agradezco el calor de la sala en lo que me quito el abrigo y procedo a acariciar la cabeza de Moriarty, demorándome detrás de sus orejas mientras él mueve su rabo con la felicidad de ver un rostro conocido. El único que ha visto en mucho tiempo, vaya. Me pregunto si todavía se acordará de que existió un tal David Meyer que también lo sacaba a pasar, le lanzaba el juguete mugroso lleno de mordidas o le daba chucherías cuando obedecía una orden tan simple como lo puede ser sentarse. Probablemente no, soy yo la que tiene que lidiar con el recuerdo de una persona que ni siquiera se molestó en dejar un mensaje.
No tengo ganas de preparar una cena laboriosa, en realidad, no tengo ganas de cenar siquiera, por lo que deshacerme de mis zapatos para después tirarme sobre el sofá es una solución muy sencilla a todos mis problemas. Viene siendo mi rutina diaria después del trabajo, ese que poco a poco me aburre más de lo que me gustaría admitir y me pregunto muchas veces si tiene siquiera sentido el seguir en un lugar en el que puedo ver perfectamente el rostro de mi madre. No me hace ningún favor el hacerlo, porque mirarla también supone recordar nuestra última conversación e inevitablemente tengo que hacerle frente a esa parte clave que he estado tratando de ignorar durante días. Lo ignoro porque no tengo la menor idea de lo que hacer con ello, es motivo también de la disminución de mi interés en absolutamente todo lo que me rodea. Si antes mi vida social era mínima, ahora es apenas existente.
Morirty decide que soy un buen colchón sobre el que acomodarse y parte de su cuerpo se aposenta sobre mi abdomen, sigue emocionado de poder encontrar compañía y hasta creo que se ha acostumbrado a esto de que sea solo yo y exclusivamente yo quien esté. Es irónico como de todas las cosas que hablamos Dave nunca haría, fue la primera que cumplió. Si se me escucha suspirar es precisamente porque me doy cuenta de que no puedo pasarme el resto de la tarde sintiendo lástima por mí misma, de manera que me levanto, hablándole al perro como si fuera a responderme cuando le pregunto si él también quiere cenar. Lo que no espero es que al cruzarme con la puerta se escuche el sonido de las llaves en la cerradura e inmediatamente después, una melena castaña aparece por el marco. Mi mirada de estupefacción no creo que sea suficiente para expresar la cara de tonta que se me ha quedado cuando le veo, tanto que por un momento soy incapaz a decir palabra. Moriarty no tiene la misma reacción que yo, él está maravillado con su presencia y corre a invitarlo a entrar con un movimiento de rabo acelerado y hasta algún ladrido de felicidad. Después se da cuenta de lo que debe estar pasando y regresa conmigo para esconderse detrás de mis piernas, ahora sí igual de confuso que yo. — Mira quién se decidió por aparecer. — ¿qué pasaron? ¿dos meses? La dureza en mi voz debe ser un reflejo de mi pensamiento, porque no cambio la expresión de molestia en mi rostro.
No tengo ganas de preparar una cena laboriosa, en realidad, no tengo ganas de cenar siquiera, por lo que deshacerme de mis zapatos para después tirarme sobre el sofá es una solución muy sencilla a todos mis problemas. Viene siendo mi rutina diaria después del trabajo, ese que poco a poco me aburre más de lo que me gustaría admitir y me pregunto muchas veces si tiene siquiera sentido el seguir en un lugar en el que puedo ver perfectamente el rostro de mi madre. No me hace ningún favor el hacerlo, porque mirarla también supone recordar nuestra última conversación e inevitablemente tengo que hacerle frente a esa parte clave que he estado tratando de ignorar durante días. Lo ignoro porque no tengo la menor idea de lo que hacer con ello, es motivo también de la disminución de mi interés en absolutamente todo lo que me rodea. Si antes mi vida social era mínima, ahora es apenas existente.
Morirty decide que soy un buen colchón sobre el que acomodarse y parte de su cuerpo se aposenta sobre mi abdomen, sigue emocionado de poder encontrar compañía y hasta creo que se ha acostumbrado a esto de que sea solo yo y exclusivamente yo quien esté. Es irónico como de todas las cosas que hablamos Dave nunca haría, fue la primera que cumplió. Si se me escucha suspirar es precisamente porque me doy cuenta de que no puedo pasarme el resto de la tarde sintiendo lástima por mí misma, de manera que me levanto, hablándole al perro como si fuera a responderme cuando le pregunto si él también quiere cenar. Lo que no espero es que al cruzarme con la puerta se escuche el sonido de las llaves en la cerradura e inmediatamente después, una melena castaña aparece por el marco. Mi mirada de estupefacción no creo que sea suficiente para expresar la cara de tonta que se me ha quedado cuando le veo, tanto que por un momento soy incapaz a decir palabra. Moriarty no tiene la misma reacción que yo, él está maravillado con su presencia y corre a invitarlo a entrar con un movimiento de rabo acelerado y hasta algún ladrido de felicidad. Después se da cuenta de lo que debe estar pasando y regresa conmigo para esconderse detrás de mis piernas, ahora sí igual de confuso que yo. — Mira quién se decidió por aparecer. — ¿qué pasaron? ¿dos meses? La dureza en mi voz debe ser un reflejo de mi pensamiento, porque no cambio la expresión de molestia en mi rostro.
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Logro dar con las llaves en mi bolsillo, es bueno descubrir que sigue encajando en la cerradura y esta se abre para dejarme pasar. La luz que puedo percibir del interior me hace dudar en el umbral, no es como si hubiera otro sitio al que pudiera ir, ni al que quiera ir. La casa de mis padres dejó de ser una opción como parada obligatoria para darme el necesario baño que me quite la mala cara con la barba de varios días y la apariencia de desahuciado, me tomará más tiempo aparecerme en su puerta y dar la debida señal de que sigo vivo. No siento que pueda hacer frente aun a todo lo que fue dicho o lo que sucedió ese día, tampoco creo que sea más fácil dar la cara ante quien tuvo que lidiar con mi silencio -en verdad, tengo que agradecerle que no haya cambiado la cerradura-. Se lo diré después de que me diga todo lo que tenga que decirme y si quiere arrojarme la colada, supongo que está en su derecho de hacerlo.
Sí, me espero lo peor, como toda persona que sabe que estuvo en falta, espero recibir mi castigo por ello. Del único una bienvenida cariñosa que me vendría bien es de Moriarty, pero no puedo quejarme de que hasta el perro se contenga y elija volver con quien sí lo cuidó este tiempo, como sabía que lo haría pese lo irónico de quien lo trajo y quién lo rechazó en un principio, se cumplió lo que sabía que iba a terminar pasando y es que el perro sí podría mantener la promesa de ser el amigo que Alecto pudiera necesitar. —¿Si digo que estuve salvando ballenas vas a golpearme?— pregunto, porque hacer una broma, por muy erróneo que sea, es lo que logro sacar de mi garganta, en vez de cualquiera de las razones que me llevaron a simplemente desaparecerme ese día y que no me importara nadie más que yo mismo.
Sigo parado a pocos pasos de la entrada, el apartamento se ve tan limpio como lo recuerdo y me esperaba, así que miro mis zapatillas sucias con culpa. —¿Sigue siendo mi habitación?— consulto, por las dudas, al quitarme las zapatillas y entreabrir la puerta para arrojarlas dentro, así al menos al avanzar hacia la cocina lo hago descalzo y sin dejar una huella de tierra con cada paso, cada uno lo doy con la incertidumbre de no saber qué hará ella, una parte de mí me dice que siendo tan racional como es, va a preguntarme qué fue lo que pasó, hay otra parte de mí que es la está gritando que corra, me dice que va a arrojarme lo que tenga más a mano. —Quiero que sepas que pensaba volver— aclaro de entrada, no es como pensaba encarar esto, pero comenzar por el final me parece lo más idóneo. —Me llevó más tiempo del que pensé, pero pensaba hacerlo— o no, hubo momentos en los que dudé que tuviera algún sentido volver, la vida de todos sigue de alguna manera y lo que sea que yo hiciera también podría hacerlo alguien más así que… ¿qué sentido tenía si estaba bien dónde estaba? Enojado y dándole la espalda a todos, un gran lugar, no hay dudas. —Gracias por no cambiar la cerradura— eso definitivamente iba al final de todo, ¿y en serio el perro no va a saludarme? ¿Por qué sigue mirándome desde detrás de las piernas de Alecto como si fueran un frente unido y yo el extraño?
Sí, me espero lo peor, como toda persona que sabe que estuvo en falta, espero recibir mi castigo por ello. Del único una bienvenida cariñosa que me vendría bien es de Moriarty, pero no puedo quejarme de que hasta el perro se contenga y elija volver con quien sí lo cuidó este tiempo, como sabía que lo haría pese lo irónico de quien lo trajo y quién lo rechazó en un principio, se cumplió lo que sabía que iba a terminar pasando y es que el perro sí podría mantener la promesa de ser el amigo que Alecto pudiera necesitar. —¿Si digo que estuve salvando ballenas vas a golpearme?— pregunto, porque hacer una broma, por muy erróneo que sea, es lo que logro sacar de mi garganta, en vez de cualquiera de las razones que me llevaron a simplemente desaparecerme ese día y que no me importara nadie más que yo mismo.
Sigo parado a pocos pasos de la entrada, el apartamento se ve tan limpio como lo recuerdo y me esperaba, así que miro mis zapatillas sucias con culpa. —¿Sigue siendo mi habitación?— consulto, por las dudas, al quitarme las zapatillas y entreabrir la puerta para arrojarlas dentro, así al menos al avanzar hacia la cocina lo hago descalzo y sin dejar una huella de tierra con cada paso, cada uno lo doy con la incertidumbre de no saber qué hará ella, una parte de mí me dice que siendo tan racional como es, va a preguntarme qué fue lo que pasó, hay otra parte de mí que es la está gritando que corra, me dice que va a arrojarme lo que tenga más a mano. —Quiero que sepas que pensaba volver— aclaro de entrada, no es como pensaba encarar esto, pero comenzar por el final me parece lo más idóneo. —Me llevó más tiempo del que pensé, pero pensaba hacerlo— o no, hubo momentos en los que dudé que tuviera algún sentido volver, la vida de todos sigue de alguna manera y lo que sea que yo hiciera también podría hacerlo alguien más así que… ¿qué sentido tenía si estaba bien dónde estaba? Enojado y dándole la espalda a todos, un gran lugar, no hay dudas. —Gracias por no cambiar la cerradura— eso definitivamente iba al final de todo, ¿y en serio el perro no va a saludarme? ¿Por qué sigue mirándome desde detrás de las piernas de Alecto como si fueran un frente unido y yo el extraño?
No es mueve un solo músculo de mi cara, tampoco del resto de mi cuerpo, cuando sigo manteniendo la vista fija sobre la figura de David, mis cejas ayudan a mis ojos a transmitir el enfado que siento acumulándose debajo de la piel. Hasta contengo el aliento y tengo que obligarme a respirar cuando en serio me entran ganas de golpearlo, más por ese comentario bromista que me saca todavía más de mis cabales, si es que me quedaba alguno para empezar. Pese a todo lo que siento, soy incapaz a moverme del sitio y mis labios apretados deben ser un reflejo de lo que se acumula en mi cabeza, porque de todos los pensamientos solo puedo escoger el que me grita que lo golpee o que le estampe la puerta en la cara y gritarle que regrese por donde ha venido. Porque si pude tener un millón de sentimientos de preocupación durante los primeros días de su ausencia, esa poco a poco se fue transformando en el rencor que guardo por todo este último tiempo, por cada una de las personas que dicen formar parte de mi vida y que irónicamente solo pertenecen a una historia que alimentan con sus propias mentiras. Pero por mucho reproche que quiera escupir, me doy cuenta de que lo que estoy ahora mismo es enfadada.
— No lo sé, compruébalo tú mismo. — lo hace, aunque solo sea para lanzar dentro sus zapatillas llenas de barro y mi mirada lo sigue como un radar esperando a que haga un movimiento en falso para poder chillar. No me muevo de mi lugar a pesar de que él se adentra en la cocina como si nada hubiera pasado, como si las semanas no hubieran transcurrido sin que él dejara rastro de vida, lo cual me hace enfadar más con su explicación divina. — Oh, qué considerado, ¿por qué no me dijiste cuando? Así quizás te hubiera podido hacer una tarta de bienvenida, colgar globos o algo, te hubiera recibido con una pancarta que diga “Gracias por avisar, pedazo de mierda” — bueno, creo que el odio que he masticado por mi madre en estos días y que me he conformado con tragar está empezando a salir a la luz, no necesariamente hacia la persona indicada, incluso cuando Meyer se lo tenga merecido, soy consciente de que no son las formas.
Me muerdo la mejilla interna, tengo que cruzarme de brazos para no sufrir la tentación de pegarle un puñetazo. — No pensé que volverías, cambiar la cerradura hubiera sido un gasto de dinero innecesario por alguien que ni siquiera tuvo la decencia de explicar por qué se fue. — cálmate, Alecto, por favor, que ya empieza a salir humo por tus orejas, explotarás si sigues así. En el mientras tanto, el perro no se ha movido de mi lugar, fiel a la única que ha permanecido a su lado todo este tiempo y que mira a Meyer como si fuera un completo extraño. Ojalá pudiera hacer lo mismo, así podría golpearlo sin sentir remordimiento después. — ¿No existen los teléfonos móviles allá donde te fuiste? Es para la próxima vez que te esfumes, saber si funcionan los mensajes de texto o si es mejor que utilice señales de humo. — porque eso es lo que hizo, se esfumó como el humo, sin dar una señal, ni escribir un mensaje, ¿de veras tanto costaba?
— No lo sé, compruébalo tú mismo. — lo hace, aunque solo sea para lanzar dentro sus zapatillas llenas de barro y mi mirada lo sigue como un radar esperando a que haga un movimiento en falso para poder chillar. No me muevo de mi lugar a pesar de que él se adentra en la cocina como si nada hubiera pasado, como si las semanas no hubieran transcurrido sin que él dejara rastro de vida, lo cual me hace enfadar más con su explicación divina. — Oh, qué considerado, ¿por qué no me dijiste cuando? Así quizás te hubiera podido hacer una tarta de bienvenida, colgar globos o algo, te hubiera recibido con una pancarta que diga “Gracias por avisar, pedazo de mierda” — bueno, creo que el odio que he masticado por mi madre en estos días y que me he conformado con tragar está empezando a salir a la luz, no necesariamente hacia la persona indicada, incluso cuando Meyer se lo tenga merecido, soy consciente de que no son las formas.
Me muerdo la mejilla interna, tengo que cruzarme de brazos para no sufrir la tentación de pegarle un puñetazo. — No pensé que volverías, cambiar la cerradura hubiera sido un gasto de dinero innecesario por alguien que ni siquiera tuvo la decencia de explicar por qué se fue. — cálmate, Alecto, por favor, que ya empieza a salir humo por tus orejas, explotarás si sigues así. En el mientras tanto, el perro no se ha movido de mi lugar, fiel a la única que ha permanecido a su lado todo este tiempo y que mira a Meyer como si fuera un completo extraño. Ojalá pudiera hacer lo mismo, así podría golpearlo sin sentir remordimiento después. — ¿No existen los teléfonos móviles allá donde te fuiste? Es para la próxima vez que te esfumes, saber si funcionan los mensajes de texto o si es mejor que utilice señales de humo. — porque eso es lo que hizo, se esfumó como el humo, sin dar una señal, ni escribir un mensaje, ¿de veras tanto costaba?
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Lo malo de que el golpe se demore en llegar, es que me lleva a pensar a mí que ella debe estar pensando en todas las maneras posibles de que el golpe duela aún más. Si me tirara algo por la cabeza esto acabaría pronto, la rabia fuera con un único movimiento, si en cambio conserva su enojo como algo que va mordiendo lento entre dientes y la rodea tal aura negra, cargada de una electricidad peligrosa si trato de acercarme para tenderle mi mano en señal de tregua de paz. Mis pies no se mueven ni un centímetro más de lo permitido cuando el reproche verbal llega, procuro sostenerle la mirada para no ser un cobarde que se esconde y excusa, llega un poco tarde esta actitud y no es más que para compensar mi falta. —Porque cuando estás en plan de mandar todo a la mierda, difícilmente encuentras el momento de mandar un mensaje a tu amiga para decirle que no se olvide de sacar al perro porque no vas a poder por una semana— lo digo con una calma que marca un contraste con el tono asesino de su voz, estoy pidiéndole tácitamente que no ceda a sus impulsos de matarme, y pare eso, yo mismo tengo que rebuscar algo de tranquilidad que me mantenga en mis maneras.
Es difícil conseguirlo porque su humor es casi tangible en el aire y logra traspasar la barrera frágil que puse para escudar mis propias emociones y poder volver, es el primer paso para poder vestirme con el jodido traje de todos los días, regresar a la persona que suelo ser, con su caos temperamental a resguardo bajo un carácter tranquilo que supe formar y mostrar a otros. Respiro hondo por la nariz al cerrar los ojos y me encuentro con el mismo nudo en la garganta de todas estas semanas cuando hace hincapié en el motivo no dicho de mi partida. —Me fui por una razón, pero irme era lo que necesitaba hacer. ¿Qué sentido tenía explicar las razones? Si una persona tiene el impulso de irse, simplemente se va. ¿Por qué demonios te iba a hacer pasar por toda esa charla de mierda de que necesitaba irme?— el tono conciliador que trato de dar a mi voz para explicarme suena forzado porque así es, sé que lo digo es insuficiente y un rodeo innecesario para la poca paciencia de Alecto.
Su sarcasmo es lo que me hace cruzar los brazos y acortar un par de pasos sin que me importe que eso le moleste o precisamente por eso. —Estabas preocupada, ¿es eso?— pregunto, la miro a la espera de que me responda, y por mucho que esto le enfade, tengo que decirlo y lo hago con la misma dureza que usa ella. —No tenías por qué, sé cuidar de mí y si algo llegara a pasarme sería responsabilidad mía. Luego podrías decir que me pasó por idiota y estaría bien, ¿ok?— no suena como una broma, ni intento que lo sea. Moriarty con su gruñido por lo bajo al notarme tan cerca no colabora con la situación, más bien parece que quiere hacer ver su propio descontento. —Si te preocupé, lo siento. Me hubiera gustado poder decir lo que sea antes de irme, quizás dentro unos años pueda manejarlo mejor. Pero era lo que necesitaba hacer en ese momento y no voy a disculparme por eso— soy claro en ello, puedo tener mis pies en el Capitolio, pero reconozco ante mí que me costó mucho traerlos hasta aquí, todavía me pesan las razones por las que me fui y estoy tratando de agarrarme a las que me mantienen en este lugar. —Y antes de que me digas que fui un amigo de mierda por irme y dejarte sola, quiero que puedas ver que estoy aquí— digo con mis dedos señalando el suelo de esta cocina, —no me tires encima tus complejos de no querer sentirte sola, porque sí tuve bien presente cuando me fui que te enojarías conmigo, pero que lo harías estupendamente estando sola porque es como mejor sabes estar— digo con un enfado que al sacarlo fuera, me doy cuenta que estaba ahí y también lo que digo después. —Porque en tu vida, me mueva a la izquierda o me mueva a la derecha, está mal. Si me voy, está mal. Pero si estoy, también está mal. Tengo una baldosa muy pequeña donde pararme en tu vida y ni siquiera se mantenerme ahí, me salgo todo el tiempo de las líneas— sueno exasperado. —Todo por estar dando vueltas a tu alrededor y al irme, ni siquiera sé si tiene caso volver, pero lo hago.
Es difícil conseguirlo porque su humor es casi tangible en el aire y logra traspasar la barrera frágil que puse para escudar mis propias emociones y poder volver, es el primer paso para poder vestirme con el jodido traje de todos los días, regresar a la persona que suelo ser, con su caos temperamental a resguardo bajo un carácter tranquilo que supe formar y mostrar a otros. Respiro hondo por la nariz al cerrar los ojos y me encuentro con el mismo nudo en la garganta de todas estas semanas cuando hace hincapié en el motivo no dicho de mi partida. —Me fui por una razón, pero irme era lo que necesitaba hacer. ¿Qué sentido tenía explicar las razones? Si una persona tiene el impulso de irse, simplemente se va. ¿Por qué demonios te iba a hacer pasar por toda esa charla de mierda de que necesitaba irme?— el tono conciliador que trato de dar a mi voz para explicarme suena forzado porque así es, sé que lo digo es insuficiente y un rodeo innecesario para la poca paciencia de Alecto.
Su sarcasmo es lo que me hace cruzar los brazos y acortar un par de pasos sin que me importe que eso le moleste o precisamente por eso. —Estabas preocupada, ¿es eso?— pregunto, la miro a la espera de que me responda, y por mucho que esto le enfade, tengo que decirlo y lo hago con la misma dureza que usa ella. —No tenías por qué, sé cuidar de mí y si algo llegara a pasarme sería responsabilidad mía. Luego podrías decir que me pasó por idiota y estaría bien, ¿ok?— no suena como una broma, ni intento que lo sea. Moriarty con su gruñido por lo bajo al notarme tan cerca no colabora con la situación, más bien parece que quiere hacer ver su propio descontento. —Si te preocupé, lo siento. Me hubiera gustado poder decir lo que sea antes de irme, quizás dentro unos años pueda manejarlo mejor. Pero era lo que necesitaba hacer en ese momento y no voy a disculparme por eso— soy claro en ello, puedo tener mis pies en el Capitolio, pero reconozco ante mí que me costó mucho traerlos hasta aquí, todavía me pesan las razones por las que me fui y estoy tratando de agarrarme a las que me mantienen en este lugar. —Y antes de que me digas que fui un amigo de mierda por irme y dejarte sola, quiero que puedas ver que estoy aquí— digo con mis dedos señalando el suelo de esta cocina, —no me tires encima tus complejos de no querer sentirte sola, porque sí tuve bien presente cuando me fui que te enojarías conmigo, pero que lo harías estupendamente estando sola porque es como mejor sabes estar— digo con un enfado que al sacarlo fuera, me doy cuenta que estaba ahí y también lo que digo después. —Porque en tu vida, me mueva a la izquierda o me mueva a la derecha, está mal. Si me voy, está mal. Pero si estoy, también está mal. Tengo una baldosa muy pequeña donde pararme en tu vida y ni siquiera se mantenerme ahí, me salgo todo el tiempo de las líneas— sueno exasperado. —Todo por estar dando vueltas a tu alrededor y al irme, ni siquiera sé si tiene caso volver, pero lo hago.
— Sabes que no me refiero a eso, ¡te esfumaste, David! Te fuiste de un momento para otro sin dar siquiera una explicación, y no, no te la estaba ni estoy pidiendo, me hubiera bastado con un un “hey, me largo por unos días” si es que verdaderamente pensabas regresar después de un tiempo. — ignoro la parte que dice querer mandarlo todo a la mierda, esa es una pregunta que me reservo para cuando se me pasen los humos y las ganas de gritarle todo lo que no he podido hacer por teléfono, porque ni siquiera me dio la oportunidad. — No necesitaba más que eso. — continuo con mi postura, dedicándole una mirada que lo recorre de arriba a abajo en busca de alguna otra pista que me indique dónde ha podido pasar este tiempo, pues su aspecto deja mucho que desear, si voy a ser honesta.
El resoplido que lanzo me mueve los pelos que caen a ambos lados de mi rostro al haberse escapado de la trenza que me cuelga por la espalda, pero estoy lejos de darle un respiro cuando vuelve sobre sus excusas. — ¿Y crees que yo te hubiera forzado a quedarte? — pregunto, alzando una ceja, nuevamente tengo que repetirme. — No quería una explicación de tus motivos, David, quería un aviso, es lo mínimo que se hace cuando convives con alguien. — bufo, porque la gente se preocupa, que alguien desaparezca de un día para otro es razón para hacerlo, casi llamo a las autoridades por el amor de Morgana, ¡y yo soy la autoridad! Algo en lo que dice después me hace cambiar completamente de postura, hasta dejo caer mis brazos a ambos lados de mi cuerpo. — Porque… no lo sé, ¿somos amigos? Aunque está claro que he malinterpretado todo, supongo que no estamos en la misma página y lo que yo siento por ti no es recíproco. — bueno, eso no sonó exactamente como yo quería, vamos a reformular. — No iba a ser quién te forzara a hacer nada, menos a quedarte si lo que necesitabas era marcharte, pero quizás, si me hubieras dejado, quizá te hubiera podido ayudar, eso es todo. — dejémoslo así.
Ni me doy cuenta de que mi humor se ha relajado porque no tarda en caldearse de nuevo cuando lo que dice a continuación me hace querer tragarme todas las palabras que he soltado, lo delata la forma que tengo de arrugar los labios y que me expone incluso cuando yo no puedo verme el rostro. La incredulidad es lo primero que expresan mis facciones, mis cejas moviéndose a la misma sincronía con la que habla mientras mi boca se mueve de manera que voy a reprochar sin llegar a hacerlo hasta que termina. — ¿Ahora de repente esto se trata de mí? No, perdona, no te voy a permitir que lo lleves a mi terreno cuando ni siquiera estamos discutiéndome a mí, ¿complejos de no querer sentirme sola? Eso ha sido un punto bajo hasta para ti, Meyer. — me ofende, pues claro que lo hace, el que utilice algo sobre lo que hemos conversado en más de una ocasión como forma de corregir sus errores, como si nada de ello fuera realmente importante. Pues a la mierda, no he llegado a confiar en su persona para que a la primera oportunidad empiece a recriminarme sobre lo que ya le advertí más de una vez. — ¿Ósea que ahora soy yo el problema? — el tono escéptico de mi voz es el de alguien que no puede creer lo que está escuchando, hasta me señalo con un dedo posado sobre sobre mi pecho. — Mira, David, haz lo que quieras, vuelve si es lo que deseas, márchate si lo prefieres, si tan pequeña es la baldosa sobre la que te sostienes cuando estás aquí. Yo solo estaba preocupada por ti y quería saber si estabas bien, no creo que eso sea tan grave. — y aunque podría discutirlo más, el movimiento que hacen mis hombros acompañado de mi cabeza, al encogerse de una manera que me hace mostrar muy diferente a mi postura habitual, suspiro. Hago un amago de hablar, moviendo mis labios, pero se queda en el aire y termino por sacudir el mismo con una mano, alejándome por el pasillo. Me cansé, me cansé de discutir y no llegar a ningún lado, me cansé de fingir y de ser el problema al que todos quieren señalar.
El resoplido que lanzo me mueve los pelos que caen a ambos lados de mi rostro al haberse escapado de la trenza que me cuelga por la espalda, pero estoy lejos de darle un respiro cuando vuelve sobre sus excusas. — ¿Y crees que yo te hubiera forzado a quedarte? — pregunto, alzando una ceja, nuevamente tengo que repetirme. — No quería una explicación de tus motivos, David, quería un aviso, es lo mínimo que se hace cuando convives con alguien. — bufo, porque la gente se preocupa, que alguien desaparezca de un día para otro es razón para hacerlo, casi llamo a las autoridades por el amor de Morgana, ¡y yo soy la autoridad! Algo en lo que dice después me hace cambiar completamente de postura, hasta dejo caer mis brazos a ambos lados de mi cuerpo. — Porque… no lo sé, ¿somos amigos? Aunque está claro que he malinterpretado todo, supongo que no estamos en la misma página y lo que yo siento por ti no es recíproco. — bueno, eso no sonó exactamente como yo quería, vamos a reformular. — No iba a ser quién te forzara a hacer nada, menos a quedarte si lo que necesitabas era marcharte, pero quizás, si me hubieras dejado, quizá te hubiera podido ayudar, eso es todo. — dejémoslo así.
Ni me doy cuenta de que mi humor se ha relajado porque no tarda en caldearse de nuevo cuando lo que dice a continuación me hace querer tragarme todas las palabras que he soltado, lo delata la forma que tengo de arrugar los labios y que me expone incluso cuando yo no puedo verme el rostro. La incredulidad es lo primero que expresan mis facciones, mis cejas moviéndose a la misma sincronía con la que habla mientras mi boca se mueve de manera que voy a reprochar sin llegar a hacerlo hasta que termina. — ¿Ahora de repente esto se trata de mí? No, perdona, no te voy a permitir que lo lleves a mi terreno cuando ni siquiera estamos discutiéndome a mí, ¿complejos de no querer sentirme sola? Eso ha sido un punto bajo hasta para ti, Meyer. — me ofende, pues claro que lo hace, el que utilice algo sobre lo que hemos conversado en más de una ocasión como forma de corregir sus errores, como si nada de ello fuera realmente importante. Pues a la mierda, no he llegado a confiar en su persona para que a la primera oportunidad empiece a recriminarme sobre lo que ya le advertí más de una vez. — ¿Ósea que ahora soy yo el problema? — el tono escéptico de mi voz es el de alguien que no puede creer lo que está escuchando, hasta me señalo con un dedo posado sobre sobre mi pecho. — Mira, David, haz lo que quieras, vuelve si es lo que deseas, márchate si lo prefieres, si tan pequeña es la baldosa sobre la que te sostienes cuando estás aquí. Yo solo estaba preocupada por ti y quería saber si estabas bien, no creo que eso sea tan grave. — y aunque podría discutirlo más, el movimiento que hacen mis hombros acompañado de mi cabeza, al encogerse de una manera que me hace mostrar muy diferente a mi postura habitual, suspiro. Hago un amago de hablar, moviendo mis labios, pero se queda en el aire y termino por sacudir el mismo con una mano, alejándome por el pasillo. Me cansé, me cansé de discutir y no llegar a ningún lado, me cansé de fingir y de ser el problema al que todos quieren señalar.
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Cuesta escuchar lo racional que puede ser otra persona sobre esos pequeños gestos que hubieran bastado para que un arrebato no tomara la forma de un drama, de esos que puedo armar en unos pocos minutos así como otra gente puede hacer un pudín. Cuesta porque no tengo más respuesta que una rabieta para explicarme, así que aprieto con tal fuerza la mandíbula que no me creo capaz de volver a hablar, y sin embargo lo hago, porque puedo darle respuestas bien pensadas si nos metemos en esto de hablarlo dejando fuera que me cegué en ese momento, soy capaz de verlo todo más nítido ahora, hubo cosas que en ese entonces también lo vi claro. —No, jamás, nunca me hubieras forzado a quedarme— digo en voz alta lo que tengo en mi cabeza desde que me fui, —por eso mismo, no hubiera podido venir a decirte que me iba, no quería que pareciera que… no quería sumirte en todo el drama de irme, que seas parte de eso, son cosas que están mal en mí y tengo que arreglarlas yo, no meter a alguien más en esa especie de vórtice…— murmuro, froto mi nuca al no poder hilar decentemente una oración con otra, en la más penosa, pero sincera excusa que tengo para ella.
Sacudo algunos mechones con mi mano al rodear mi cabeza al tratar de relajar el enfado que surge tan fácil, pero no es eso, sino lo que dice, lo que anula por dos minutos cualquier emoción, porque necesito de toda mi concentración para hilar de un modo decente cada oración que ella ha dicho con otra. No tengo la menor idea de cómo será sufrir un colapso mental y estoy casi seguro que es lo que estoy padeciendo ahora, porque soy el que sigue tratando de entender lo que ella ha dicho, mientras insiste en exponerlo todo de la manera más sensata posible ¡y quiero gritar! — ¡Sé que me hubieras ayudado! ¡Sé que hubiera venido, te habría contado todo, me habría calmado y al día siguiente estaría de vuelta en el ministerio trabajando para el ministro Powell!— lo hago, grito. —¡Y seguiría siendo una maldita bomba a punto de explotar cada día!—. Cosa que detesto ser, es lo malo de que meta demasiadas emociones donde no debería y que eso me lleve a puntos dramáticos en los que todo lo que me merezco recibir es un puñetazo por parte de Alec, si no es de ella, será de otra persona.
Pero no lo hace, quiero preguntarle con el mismo grado de frustración por qué no me golpea en respuesta al golpe bajo que yo acabo de darle y me llena de culpa cuando lo dice, porque en un momento parece estar buscando que diga una palabra en falso para mandarme al demonio y no es lo que hace, es ella la que se va al demonio y me deja en la pequeña baldosa de la que ya me salí, que ha quedado a tres baldosas de distancia. Y como ya estoy fuera, la sigo. Mis pies chocan con Moriarty que no sabe a dónde ir así que se adelanta a nosotros para ir a tumbarse al sillón. —Necesitaba irme para explotar lejos y que nadie resultara lastimado, ¡es eso! ¡de eso se trata! Necesitaba sacar mi mierda fuera, hacer mi rabieta de niño de cinco años, enojarme con el mundo— lo digo como una explicación de lo anterior, que llega tarde porque no sirve para excusar lo último que dije, se escucha como una mentira que me cuento a mí mismo si lo primero que hago al volver es ir contra ella y la lastimo. —Eso que dije sobre que te sientas sola… lo dije porque no dejaba de pensar en eso y me sentí en falta, a veces necesito un tiempo para trabajar lo que está mal en mí, y por más que eso significara estar en falta contigo por dejarte sola, lo hice para volver. A veces irse es necesario para poder volver…— suspiro profundo al decir esto último que carece totalmente de sentido, cruzo en un par de zancadas la distancia entre nosotros para rodearla contra mis brazos y estrecharla de manera que no sea tan sencillo darme un golpe que me aparte. —Perdón— susurro contra su pelo, —por todo. No sé cómo dejar de sentirme equivocado en cada cosa que tiene que ver contigo, eso era lo que quería decirte. Porque todo esto se trata de que quise ser alguien que hiciera bien las cosas y sigo sin poder lograr que así sea con los demás, y entonces si no puedo ser esa persona, quizá debería alejarme. Porque no encajo en lo que esa persona necesita, y hago esto, vuelvo aunque no encajo, porque no estoy listo para irme del todo, no quiero hacerlo. No son tus complejos, son los míos hablando— aplasto su cabello con la palma de mi mano al dejarla caer hasta su nuca, aflojando lo estrecho del abrazo. —Claro que eres mi amiga, aunque sí creo que estamos en distintas páginas y el sentimiento no sea el mismo porque somos demasiados diferentes como para poder coincidir.
Sacudo algunos mechones con mi mano al rodear mi cabeza al tratar de relajar el enfado que surge tan fácil, pero no es eso, sino lo que dice, lo que anula por dos minutos cualquier emoción, porque necesito de toda mi concentración para hilar de un modo decente cada oración que ella ha dicho con otra. No tengo la menor idea de cómo será sufrir un colapso mental y estoy casi seguro que es lo que estoy padeciendo ahora, porque soy el que sigue tratando de entender lo que ella ha dicho, mientras insiste en exponerlo todo de la manera más sensata posible ¡y quiero gritar! — ¡Sé que me hubieras ayudado! ¡Sé que hubiera venido, te habría contado todo, me habría calmado y al día siguiente estaría de vuelta en el ministerio trabajando para el ministro Powell!— lo hago, grito. —¡Y seguiría siendo una maldita bomba a punto de explotar cada día!—. Cosa que detesto ser, es lo malo de que meta demasiadas emociones donde no debería y que eso me lleve a puntos dramáticos en los que todo lo que me merezco recibir es un puñetazo por parte de Alec, si no es de ella, será de otra persona.
Pero no lo hace, quiero preguntarle con el mismo grado de frustración por qué no me golpea en respuesta al golpe bajo que yo acabo de darle y me llena de culpa cuando lo dice, porque en un momento parece estar buscando que diga una palabra en falso para mandarme al demonio y no es lo que hace, es ella la que se va al demonio y me deja en la pequeña baldosa de la que ya me salí, que ha quedado a tres baldosas de distancia. Y como ya estoy fuera, la sigo. Mis pies chocan con Moriarty que no sabe a dónde ir así que se adelanta a nosotros para ir a tumbarse al sillón. —Necesitaba irme para explotar lejos y que nadie resultara lastimado, ¡es eso! ¡de eso se trata! Necesitaba sacar mi mierda fuera, hacer mi rabieta de niño de cinco años, enojarme con el mundo— lo digo como una explicación de lo anterior, que llega tarde porque no sirve para excusar lo último que dije, se escucha como una mentira que me cuento a mí mismo si lo primero que hago al volver es ir contra ella y la lastimo. —Eso que dije sobre que te sientas sola… lo dije porque no dejaba de pensar en eso y me sentí en falta, a veces necesito un tiempo para trabajar lo que está mal en mí, y por más que eso significara estar en falta contigo por dejarte sola, lo hice para volver. A veces irse es necesario para poder volver…— suspiro profundo al decir esto último que carece totalmente de sentido, cruzo en un par de zancadas la distancia entre nosotros para rodearla contra mis brazos y estrecharla de manera que no sea tan sencillo darme un golpe que me aparte. —Perdón— susurro contra su pelo, —por todo. No sé cómo dejar de sentirme equivocado en cada cosa que tiene que ver contigo, eso era lo que quería decirte. Porque todo esto se trata de que quise ser alguien que hiciera bien las cosas y sigo sin poder lograr que así sea con los demás, y entonces si no puedo ser esa persona, quizá debería alejarme. Porque no encajo en lo que esa persona necesita, y hago esto, vuelvo aunque no encajo, porque no estoy listo para irme del todo, no quiero hacerlo. No son tus complejos, son los míos hablando— aplasto su cabello con la palma de mi mano al dejarla caer hasta su nuca, aflojando lo estrecho del abrazo. —Claro que eres mi amiga, aunque sí creo que estamos en distintas páginas y el sentimiento no sea el mismo porque somos demasiados diferentes como para poder coincidir.
Me es difícil mantener la mirada sobre su figura cuando todo lo que sale por sus labios son explicaciones que no llevan a ninguna parte, eso me hace pensar que es exactamente lo que pretende conseguir con la seguidilla de excusas que suelta. No está entre mis planes discutir sobre lo que es evidente no tiene que ver conmigo, en otras circunstancias, no, en otra época, me la hubiera traído al fresco lo que hiciera con su vida, pero es irritante el modo en que estos últimos meses han hecho que aprecie la relación que tenemos como para simplemente dejarlo ir. — ¿Arreglar el qué? ¿De qué estás hablando? No hay nada que “esté mal” contigo, solo trabajas en una oficina… — pongo los datos sobre la mesa, no estoy equivocada al decirlo, que como mucho puede estresarse llevándole el café al ministro Powell al mismo tiempo que carga con un montón de papeles… ¿no? No quiero sonar impertinente, pero si tengo que ser honesta, y en todo lo que él lo ha sido conmigo, no me cuadran estos arrebatos suyos de personalidad distópica, que nada tienen que ver con quién es como persona, o como quién se ha mostrado ante mí, al menos.
— Ósea, que no te gusta tu trabajo. — lo digo tal como suena, como si fuera una obviedad tan simple de solucionar como de entregar un papel con su firma de renuncia. — Porque sabes que si no te gusta siempre puedes hacer otra c… — no llego a terminar la frase porque sus gritos me recuerdan que no se trata de su empleo, si no de otros motivos más importantes si han conseguido que Dave, precisamente Dave, a quién tomo como referencia para explicar lo que significa la paciencia, pierda completamente los estribos. — ¡Pues cuéntamelo! ¡No sé qué te ocurre, Dave! ¡Desapareces de un día para otro y luego regresas… ¿diciendo que te sientes como una bomba a punto de explotar? — por si no fuera suficiente expresarlo con todo mi rostro, no entiendo nada. — No tienes que explicarme nada si no quieres, es tu vida, pero no puedes esperar que comprenda tus razones cuando lo único que tienes para decir es excusarte con que necesitabas irte. — que, por si no lo aclaré, está perfectamente bien, ni sé por qué me molesta que no me haya dicho cuando está bien claro que formamos parte de dos mundos completamente distintos.
Es a la conclusión a la que pretendo llegar cuando me alejo con la intención de encerrarme en mi dormitorio hasta que sea la mañana siguiente y podamos fingir que ambos tenemos cosas que hacer, cuando se acerca y mi primera reacción ante el tacto es querer golpearlo. No lo hago a pesar de que mantengo mis brazos sujetos bajo mi pecho, mi mandíbula sigue tensa incluso cuando su voz en comparación se siente más suave que hace unos minutos. Y estoy enfadada, pero una parte de mí no puede evitar soltar lo siguiente: — ¿Qué mierda tienes en la cabeza que te hace sentir así? — porque vamos, si a mí lo que me sobra es el orgullo, a Dave lo que al parecer le hace en falta es un poco de autoestima. — No sé con quién te andas juntando para creer que necesitas ser algo específico para alguien, pero te puedo asegurar que esos no son tus amigos. — debe de ser su novia, ¿siguen saliendo? Qué sé yo, jamás volvió a mencionarla desde que se mudó al departamento. Me separo de su cuerpo, aun con los brazos recogidos, para apoyarme sobre la pared del pasillo, pasando parte de mi peso sobre ella, en el mientras tanto mis ojos se pasean por su rostro. — Somos quienes somos por una razón, Dave, no tienes que cambiar por nadie, ni encajar con lo que pidan de ti, no vivimos para satisfacer las necesidades de los demás, por muy buena persona que seas, no es así. Acabarás consumiéndote si te guías por lo que la gente espera de ti, o de lo que seas para ellos, si dejas de guiarte por quién eres tú para convertirte en un muñeco de promesas falsas. — porque sé que David es esencialmente eso, una buena persona, que estaría dispuesto a hacer lo que fuera por alguien que probablemente ni se lo merezca. Con un suspiro que me remueve parte del cabello que cae por mi rostro, le observo. — ¿Vas a contarme qué mierda te ocurre o tengo que golpearte para que entres en razón? — él sabe de sobra que no bromeo cuando digo lo último, que soy bien capaz de hacerlo si se me cruza el cable, y esos no los tengo bien enchufados estos días.
— Ósea, que no te gusta tu trabajo. — lo digo tal como suena, como si fuera una obviedad tan simple de solucionar como de entregar un papel con su firma de renuncia. — Porque sabes que si no te gusta siempre puedes hacer otra c… — no llego a terminar la frase porque sus gritos me recuerdan que no se trata de su empleo, si no de otros motivos más importantes si han conseguido que Dave, precisamente Dave, a quién tomo como referencia para explicar lo que significa la paciencia, pierda completamente los estribos. — ¡Pues cuéntamelo! ¡No sé qué te ocurre, Dave! ¡Desapareces de un día para otro y luego regresas… ¿diciendo que te sientes como una bomba a punto de explotar? — por si no fuera suficiente expresarlo con todo mi rostro, no entiendo nada. — No tienes que explicarme nada si no quieres, es tu vida, pero no puedes esperar que comprenda tus razones cuando lo único que tienes para decir es excusarte con que necesitabas irte. — que, por si no lo aclaré, está perfectamente bien, ni sé por qué me molesta que no me haya dicho cuando está bien claro que formamos parte de dos mundos completamente distintos.
Es a la conclusión a la que pretendo llegar cuando me alejo con la intención de encerrarme en mi dormitorio hasta que sea la mañana siguiente y podamos fingir que ambos tenemos cosas que hacer, cuando se acerca y mi primera reacción ante el tacto es querer golpearlo. No lo hago a pesar de que mantengo mis brazos sujetos bajo mi pecho, mi mandíbula sigue tensa incluso cuando su voz en comparación se siente más suave que hace unos minutos. Y estoy enfadada, pero una parte de mí no puede evitar soltar lo siguiente: — ¿Qué mierda tienes en la cabeza que te hace sentir así? — porque vamos, si a mí lo que me sobra es el orgullo, a Dave lo que al parecer le hace en falta es un poco de autoestima. — No sé con quién te andas juntando para creer que necesitas ser algo específico para alguien, pero te puedo asegurar que esos no son tus amigos. — debe de ser su novia, ¿siguen saliendo? Qué sé yo, jamás volvió a mencionarla desde que se mudó al departamento. Me separo de su cuerpo, aun con los brazos recogidos, para apoyarme sobre la pared del pasillo, pasando parte de mi peso sobre ella, en el mientras tanto mis ojos se pasean por su rostro. — Somos quienes somos por una razón, Dave, no tienes que cambiar por nadie, ni encajar con lo que pidan de ti, no vivimos para satisfacer las necesidades de los demás, por muy buena persona que seas, no es así. Acabarás consumiéndote si te guías por lo que la gente espera de ti, o de lo que seas para ellos, si dejas de guiarte por quién eres tú para convertirte en un muñeco de promesas falsas. — porque sé que David es esencialmente eso, una buena persona, que estaría dispuesto a hacer lo que fuera por alguien que probablemente ni se lo merezca. Con un suspiro que me remueve parte del cabello que cae por mi rostro, le observo. — ¿Vas a contarme qué mierda te ocurre o tengo que golpearte para que entres en razón? — él sabe de sobra que no bromeo cuando digo lo último, que soy bien capaz de hacerlo si se me cruza el cable, y esos no los tengo bien enchufados estos días.
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Pregunta equivocada… o no, tal vez es la pregunta indicada. Quizá todo está en mi cabeza, pese a que abrazarla sea lo que me reconforta como para poder tranquilizar mi mente y poder pensar una segunda vez lo que estoy a punto de decir, salvándome de decir otra tontería que da vueltas sobre lo mismo sin aclarar nada. Mi carcajada se pierde en el aire al oírle. —Por alguna extraña razón, que mandes a la mierda a mis amigos me conmueve un poco…— murmuro, no espero que lo escuche o si lo oye, que tenga una respuesta a ese comentario banal. Mis ojos siguen fijos en su postura cuando se recarga contra la pared y hago lo mismo, coloco las manos a mi espalda, escondiéndolas, es lo que puedo ocultar de su vista para concentrar allí mi frustración. Si no digo nada es porque no hay modo que pueda contradecir lo que me aconseja por mi propio bien y que me vendría bien recordar de ahora en más, sabiendo que fracasaré en algún otro momento, con otras personas… no tiene que ver con ellos, es mi drama mental. —No suelo tener claro quién soy, así que es difícil tomar eso como salvavidas— es lo que alcanzo a contestar, la única aclaración que me permito para demostrar mi imposibilidad de detener huracanes cuando presiento que estos van a arrasarme. —Trato de descubrirlo, de entenderlo con todo lo que he vivido y las personas que he encontrado, y sigue siendo confuso a veces…— me guardo para mí la infantil expresión de preguntarle si a veces no siente que hemos nacido en el mundo equivocado.
Suelto otro suspiro al hacer que mi espalda resbale por la pared, me siento sobre el suelo del pasillo con las piernas dobladas así puedo apoyar los brazos sobre las rodillas. Rasco mi mentón con la mirada puesta en el piso, mis cejas al curvarse muestran mi cautela al preguntarle: —¿Te acuerdas cuando te dije que había sido amigos de rebeldes alguna vez?—. Detesto hacer esto de acomodar el discurso de mi verdad de una manera en la que quiero evitar su rechazo a toda costa, cuando siendo justo con ella, es quien me lo podría demostrar con toda razón. —Sigo siéndolo, colaboro con ellos a veces, trabajar en la oficina ayuda…— y lo estoy haciendo, estoy omitiendo el nombre de Kendrick, estoy bordeando esto todo lo que puedo. Un atisbo de valentía debe quedar en mí como para que alce mi barbilla para mirarla a la cara. —Y seguiré haciéndolo. No por ellos, no por cumplir expectativas y tratar de ser la persona que otros esperan que sea, sino porque eso es lo que hago. Muchas cosas en el ministerio están mal y siempre que crea que algo está mal voy a colocarme en la vereda opuesta— es lo que le dije a Phoebe, mi propia voz queda resonando en mi oído, tengo que cerrar los ojos por un segundo. —O hasta que todo esto deje de importarme y me de lo mismo lo que cada persona haga con la mierda que le toca, cuando me supere la mía…— lo digo con abatimiento, el final predecible a las luchas que no llevan a ningún lado. —Pero me siento un hipócrita con todos mis amigos, la verdad es que me gusta demasiado estar de este lado, no he pensado irme al distrito nueve con ellos— confieso, mis ojos evitan encontrarse con los suyos hasta que lo hago. No podría decir que siento que este es el lugar al que pertenezco aunque me mueva entre lados, si bien en este momento lo siento así, tal vez mañana esté en cualquier otro sitio. —¿Qué tan irónico es que entre todas las cosas que creo que están mal de este lado, también está todo lo que me hace bien?— susurro, rodeo mis rodillas con las manos y tengo que pasar el nudo en mi garganta al preguntar lo que queda, con toda la calma posible para que no tenga que ser una despedida difícil y puesto que he le dicho lo que quería saber, también del golpe que merezco podemos prescindir. — ¿Quieres que me vaya?
Suelto otro suspiro al hacer que mi espalda resbale por la pared, me siento sobre el suelo del pasillo con las piernas dobladas así puedo apoyar los brazos sobre las rodillas. Rasco mi mentón con la mirada puesta en el piso, mis cejas al curvarse muestran mi cautela al preguntarle: —¿Te acuerdas cuando te dije que había sido amigos de rebeldes alguna vez?—. Detesto hacer esto de acomodar el discurso de mi verdad de una manera en la que quiero evitar su rechazo a toda costa, cuando siendo justo con ella, es quien me lo podría demostrar con toda razón. —Sigo siéndolo, colaboro con ellos a veces, trabajar en la oficina ayuda…— y lo estoy haciendo, estoy omitiendo el nombre de Kendrick, estoy bordeando esto todo lo que puedo. Un atisbo de valentía debe quedar en mí como para que alce mi barbilla para mirarla a la cara. —Y seguiré haciéndolo. No por ellos, no por cumplir expectativas y tratar de ser la persona que otros esperan que sea, sino porque eso es lo que hago. Muchas cosas en el ministerio están mal y siempre que crea que algo está mal voy a colocarme en la vereda opuesta— es lo que le dije a Phoebe, mi propia voz queda resonando en mi oído, tengo que cerrar los ojos por un segundo. —O hasta que todo esto deje de importarme y me de lo mismo lo que cada persona haga con la mierda que le toca, cuando me supere la mía…— lo digo con abatimiento, el final predecible a las luchas que no llevan a ningún lado. —Pero me siento un hipócrita con todos mis amigos, la verdad es que me gusta demasiado estar de este lado, no he pensado irme al distrito nueve con ellos— confieso, mis ojos evitan encontrarse con los suyos hasta que lo hago. No podría decir que siento que este es el lugar al que pertenezco aunque me mueva entre lados, si bien en este momento lo siento así, tal vez mañana esté en cualquier otro sitio. —¿Qué tan irónico es que entre todas las cosas que creo que están mal de este lado, también está todo lo que me hace bien?— susurro, rodeo mis rodillas con las manos y tengo que pasar el nudo en mi garganta al preguntar lo que queda, con toda la calma posible para que no tenga que ser una despedida difícil y puesto que he le dicho lo que quería saber, también del golpe que merezco podemos prescindir. — ¿Quieres que me vaya?
— No tienes por qué tenerlo claro hoy, tienes veinticuatro años, nadie espera que sepas quién eres a esta altura todavía, no deberías sentirte mal por eso. — aclaro, como si fuera un consejo que yo misma debería aplicar también a mi rutina diaria. Yo sí puedo decir que hubo un tiempo en el que estaba segura de quién era, de lo que quería en la vida incluso cuando no incluyera una visión extremadamente lejana. Con el presente me valía y eso es, definitivamente, algo que echo en falta sentir. Porque ahora todo ha cambiado. No tengo una jodida idea de quién soy, de donde provengo no son más que mentiras, las verdades me las soltaron como puños y no estoy en el punto en el que pueda aceptarlas todavía; quizá es por eso que me guardo las últimas revelaciones para mí, no tengo intención alguna de ponerme con novedades precisamente esta noche, que yo se suponía que estaba enfadada. — Y seguirá siendo confuso, es parte de ello, los humanos no venimos con manual de instrucciones. — muy a mi pesar, quién me conoce sabe que me hubiera estudiado esos si de verdad supiera que tienen una oportunidad de funcionar.
Lo observo deslizarse por la pared hasta quedar sentado en el suelo, mis ojos le siguen en intención de acompañarle, pero no lo hago hasta que comienza a hablar y tengo que asentir con la cabeza ante su pregunta, porque todavía la recuerdo, no ha pasado tanto tiempo como para que olvide nuestras conversaciones. Olvidar es una de esas cosas que me cuesta hacer, perdonar, al parecer, también es una de ellas. Con el tiempo lo hago. No me quedo indiferente con lo que me suelta, si acaso me hago más pequeña en mi lugar, incluso cuando puedo sentir el ardor bajo mi piel y mi corazón latir con más fuerza, puede que de estupefacción. Lo prefiero antes que la decepción. — ¿Por qué me dices esto, David? — no sé si es consciente del ahogo en mi voz cuando intento expresarla en el ambiente, la misma se disipa tan rápido como salió. — Eres consciente de que con esta confesión, mi deber es entregarte a las autoridades, ¿verdad? ¿Eres consciente de eso? — no puedo evitarlo, me pongo de pie a una velocidad vertiginosa, y mis brazos me acompañan al cruzarse sobre mi pecho, remarcando mi postura. Esa que, por si no queda claro, no es de enfado, es de pura incomprensión humana y, por qué no decirlo, decepción. Se me hace un sentimiento conocido estos días, meses. — ¿Qué tan importante era decirme esto? ¿Para qué necesitabas decirlo? — la misma persona que hace poco le recriminó a su madre no haber hecho o dicho ciertas cosas, es la misma que ahora le está recriminando a otra persona el haberlo hecho. Supongo que la diferencia está en que ya sabía que mi madre era un rata, pero David es mi amigo. O eso creía al menos.
Ahora no estoy tan segura de eso. Me quedo observándole con el entrecejo fruncido, un lienzo propio de los pensamientos que van y vienen de mi cabeza disparados de un lado a otro sin nadie que les ponga un freno. Abro la boca para hablar, pero no salen palabras de ellas, meneo la cabeza y me trago el suspiro que estoy por escupir, pero nada. — ¿Que si quiero que te vayas? — por querer me gustaría golpearlo, si voy a hablar con sinceridad. — No. Quiero que me digas qué se supone que tengo que hacer, qué es lo que quieres que haga, qué hago contigo. — se va, me miente a la cara, a diario, ¿todo por...? No lo entiendo, la verdad es que no lo entiendo. — Dímelo, necesito una respuesta, necesito saber qué hacer ahora. — es todo lo que voy a darle, una oportunidad a que se explique, mejor de lo que ha hecho ahora, una razón por la que haberme abierto a él no se sienta como una pérdida absoluta de tiempo y sentimientos.
Lo observo deslizarse por la pared hasta quedar sentado en el suelo, mis ojos le siguen en intención de acompañarle, pero no lo hago hasta que comienza a hablar y tengo que asentir con la cabeza ante su pregunta, porque todavía la recuerdo, no ha pasado tanto tiempo como para que olvide nuestras conversaciones. Olvidar es una de esas cosas que me cuesta hacer, perdonar, al parecer, también es una de ellas. Con el tiempo lo hago. No me quedo indiferente con lo que me suelta, si acaso me hago más pequeña en mi lugar, incluso cuando puedo sentir el ardor bajo mi piel y mi corazón latir con más fuerza, puede que de estupefacción. Lo prefiero antes que la decepción. — ¿Por qué me dices esto, David? — no sé si es consciente del ahogo en mi voz cuando intento expresarla en el ambiente, la misma se disipa tan rápido como salió. — Eres consciente de que con esta confesión, mi deber es entregarte a las autoridades, ¿verdad? ¿Eres consciente de eso? — no puedo evitarlo, me pongo de pie a una velocidad vertiginosa, y mis brazos me acompañan al cruzarse sobre mi pecho, remarcando mi postura. Esa que, por si no queda claro, no es de enfado, es de pura incomprensión humana y, por qué no decirlo, decepción. Se me hace un sentimiento conocido estos días, meses. — ¿Qué tan importante era decirme esto? ¿Para qué necesitabas decirlo? — la misma persona que hace poco le recriminó a su madre no haber hecho o dicho ciertas cosas, es la misma que ahora le está recriminando a otra persona el haberlo hecho. Supongo que la diferencia está en que ya sabía que mi madre era un rata, pero David es mi amigo. O eso creía al menos.
Ahora no estoy tan segura de eso. Me quedo observándole con el entrecejo fruncido, un lienzo propio de los pensamientos que van y vienen de mi cabeza disparados de un lado a otro sin nadie que les ponga un freno. Abro la boca para hablar, pero no salen palabras de ellas, meneo la cabeza y me trago el suspiro que estoy por escupir, pero nada. — ¿Que si quiero que te vayas? — por querer me gustaría golpearlo, si voy a hablar con sinceridad. — No. Quiero que me digas qué se supone que tengo que hacer, qué es lo que quieres que haga, qué hago contigo. — se va, me miente a la cara, a diario, ¿todo por...? No lo entiendo, la verdad es que no lo entiendo. — Dímelo, necesito una respuesta, necesito saber qué hacer ahora. — es todo lo que voy a darle, una oportunidad a que se explique, mejor de lo que ha hecho ahora, una razón por la que haberme abierto a él no se sienta como una pérdida absoluta de tiempo y sentimientos.
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¿Qué me hizo creer alguna vez que terminar la escuela, trabajar en el ministerio o patear sin rumbo por el norte me iba a hacer saber lo que tenía que hacer con mi vida como si la respuesta fuera un paquete que se entrega en un momento puntual? Cuando más estable es todo, cuanto más firme es el suelo sobre el que piso, cuando cada quien parece estar en el lugar que le corresponde en mi vida, mis prioridades parecen estar claras o al menos está claro lo que sé que haré, renunciando al intento de convencerme de que podría actuar distinto. Cuando lo siento así, es que al segundo siguiente todo gira vertiginosamente, son mis propias palabras las que me hacen virar brusco, encontrándome en una incertidumbre que me regalo a mí mismo porque ese parece ser el estado natural al que necesito volver. —Pierdo todas las esperanzas cuando eres quien dice, de todas las personas, que esto es y seguirá siendo confuso— murmuro, no creo conocer a alguien que tenga su norte tan fijo como lo tiene Alecto, es una chica que sabe a dónde va y te romperá la nariz si te metes en su camino.
Quizá que rompa la mía es lo que pueda darme la nueva perspectiva que necesito y da la impresión de que es lo busco que haga cuando sigo hablando, diciendo todo lo que desde el minuto en que me permitió vivir en este departamento, sabía que no querría escuchar. Alguna vez pensé que si las cosas se ponían complicadas, podría decirle que me había conseguido otro lugar o que haría un retiro espiritual, lo complicado tiene muchas maneras de ser y a veces es lo que retiene en un lugar hasta que alguien diga las palabras que no puedes convertir en hechos por tu propia cuenta, como irte. —Pero no lo harás— digo, no hay arrogancia en mi tono. —Te lo he dicho porque sé que no me entregarás. Tengo un cupón que firmaste por el cual me debes un favor y también…— me rindo, mis hombros caen sin más, la miro inspirando hondo. —Porque eres mi amiga— suelto con el aire que venía guardando, y estoy esperando que con un único movimiento me demuestre lo contrario, por el cual vea aparecerse aurores de la nada para llevarme, porque es lo que debe hacer. Es lo correcto. —Los dos lo único que tratamos, con todas nuestras fuerzas, es hacer lo correcto. ¿Por qué es tan complicado?— susurro.
Y no, no soy quien tiene las respuestas, ¡ella es quien la tiene! Por cobarde que sea de mi parte cederle a ella los honores de decir que ya no somos amigos. Si solo me dice que me vaya ella estará haciendo lo que se supone que debe hacer y yo me iré, como debe ser. Seríamos pésimos actores de teatro, el guión está claro y permanezco sentado buscando, si no es la respuesta a todo, por lo menos que sea la verdad de cómo me siento en este instante. —No me entregues, dame la oportunidad de intentarlo, de tratar de mejorar lo que creo que está mal y ser parte de las personas que algún día harán una justicia distinta por haber podido ver más allá del Capitolio y luego de tantas muertes sin sentido…— caigo en la vehemencia al hablar. —Dejaré que seas la primera que me diga a la cara que soy un idiota cuando, de tantas veces que me frustre, termine por rendirme. Pero hoy todavía no quiero rendirme con esto— musito, mis ojos buscan los suyos para rogarle por esa oportunidad. —No hay bandos. No hay un ellos y nosotros, pensarlo así me hace sentir dividido y es entonces cuando pierdo de vista a dónde pretendo llegar. No quiero sentir que estoy caminando sobre ninguna línea al medio, quiero que sea un camino que me pertenezca a mí. Y si tengo que ser honesto, quiero que estés en él…— presiono mis labios hasta formar una línea, es mi modo de obligarme a callar y detenerme en los segundos que hacen falta para pensar lo que diré a continuación: —Mucha gente cercana a mí se mantiene en un terreno neutral y luego está otra gente que va hacia un extremo, al que quizá hubiera ido por culpa de mi temperamento de no conocerte. Te paraste en mi camino marcando una dirección opuesta a la que iba y creo que fue lo mejor que me pasó. Porque entonces dejó de tratarse de ser neutral o de extremos, sino poder ver existen muchos puntos desde los cuales ver la vida, muchos… ¿Algo de lo que digo tiene algún sentido para ti?— me interrumpo a mí mismo. —Decir simplemente que te necesito suena pésimo.
Quizá que rompa la mía es lo que pueda darme la nueva perspectiva que necesito y da la impresión de que es lo busco que haga cuando sigo hablando, diciendo todo lo que desde el minuto en que me permitió vivir en este departamento, sabía que no querría escuchar. Alguna vez pensé que si las cosas se ponían complicadas, podría decirle que me había conseguido otro lugar o que haría un retiro espiritual, lo complicado tiene muchas maneras de ser y a veces es lo que retiene en un lugar hasta que alguien diga las palabras que no puedes convertir en hechos por tu propia cuenta, como irte. —Pero no lo harás— digo, no hay arrogancia en mi tono. —Te lo he dicho porque sé que no me entregarás. Tengo un cupón que firmaste por el cual me debes un favor y también…— me rindo, mis hombros caen sin más, la miro inspirando hondo. —Porque eres mi amiga— suelto con el aire que venía guardando, y estoy esperando que con un único movimiento me demuestre lo contrario, por el cual vea aparecerse aurores de la nada para llevarme, porque es lo que debe hacer. Es lo correcto. —Los dos lo único que tratamos, con todas nuestras fuerzas, es hacer lo correcto. ¿Por qué es tan complicado?— susurro.
Y no, no soy quien tiene las respuestas, ¡ella es quien la tiene! Por cobarde que sea de mi parte cederle a ella los honores de decir que ya no somos amigos. Si solo me dice que me vaya ella estará haciendo lo que se supone que debe hacer y yo me iré, como debe ser. Seríamos pésimos actores de teatro, el guión está claro y permanezco sentado buscando, si no es la respuesta a todo, por lo menos que sea la verdad de cómo me siento en este instante. —No me entregues, dame la oportunidad de intentarlo, de tratar de mejorar lo que creo que está mal y ser parte de las personas que algún día harán una justicia distinta por haber podido ver más allá del Capitolio y luego de tantas muertes sin sentido…— caigo en la vehemencia al hablar. —Dejaré que seas la primera que me diga a la cara que soy un idiota cuando, de tantas veces que me frustre, termine por rendirme. Pero hoy todavía no quiero rendirme con esto— musito, mis ojos buscan los suyos para rogarle por esa oportunidad. —No hay bandos. No hay un ellos y nosotros, pensarlo así me hace sentir dividido y es entonces cuando pierdo de vista a dónde pretendo llegar. No quiero sentir que estoy caminando sobre ninguna línea al medio, quiero que sea un camino que me pertenezca a mí. Y si tengo que ser honesto, quiero que estés en él…— presiono mis labios hasta formar una línea, es mi modo de obligarme a callar y detenerme en los segundos que hacen falta para pensar lo que diré a continuación: —Mucha gente cercana a mí se mantiene en un terreno neutral y luego está otra gente que va hacia un extremo, al que quizá hubiera ido por culpa de mi temperamento de no conocerte. Te paraste en mi camino marcando una dirección opuesta a la que iba y creo que fue lo mejor que me pasó. Porque entonces dejó de tratarse de ser neutral o de extremos, sino poder ver existen muchos puntos desde los cuales ver la vida, muchos… ¿Algo de lo que digo tiene algún sentido para ti?— me interrumpo a mí mismo. —Decir simplemente que te necesito suena pésimo.
A pesar de las circunstancias, me atrevo a asomar una sonrisa amarga por la ironía de que sea él quien diga eso, cuando sé a ciencia cierta que no puede tener más razón en lo que dice. — Si me hubieras cazado en cualquier otro momento de mi vida no, no te daría esa respuesta, pero no soy la misma persona que conociste cuando aceptaste a vivir en este apartamento. — no sé si es un recordatorio para él, de a lo que firmó cuando se instauró aquí, o si es más bien una manera de ponernos en situación. Probablemente no sea el momento, es por esa razón por la que callo en vez de decírselo, si es que seguimos parados en el mismo lugar para cuando me sienta con la seguridad como para contárselo, pero muy a mi desgracia también siento un pequeño pinchazo al tener que contenerme de explicar mi último encuentro con mi madre. — Tengo novedades. — murmuro en un acto de debilidad, desde luego que no es el momento.
Una de las cosas que más me repatean es cuando la gente me dice lo que tengo que hacer, normalmente estas mismas personas se llevan una contestación de mi parte, y es evidente que estoy hablando fuera del ámbito laboral, pero cuando es Dave quien lo dice tengo que morderme la lengua y tensar la mandíbula. — No, no lo haré, pero no porque tengas un cupón con mi firma. — reafirmo su postura, aunque ignoro el decirle que ese papel no valdría nada frente a un juez y él como abogado debería saberlo mejor que nadie. Aun así, mis labios continúan prensándose uno contra otro, como si todavía me estuviera replanteando el qué hacer con él. — No lo haré porque, antes de saber que me mentías, te tenía aprecio, lo sigo teniendo y te considero mi amigo, pero me cuesta creer que un amigo sería capaz de hacer algo así. — se lo digo como si hubiera matado a alguien él mismo con sus propias manos, como si hubiera cometido el peor de los crímenes cuando, si me conoce bien, sabe que lo peor de todo esto es lo decepcionada que me siento con él. — Creía que éramos honestos el uno con el otro, pero está claro que esa parte solo me ha correspondido a mí todo este tiempo. — porque así como clamo la verdad, también sé que esta duele cuando es dicha, y esa es mi verdad ante todo, tanto que me pienso dos veces si en serio tengo algo que contarle sobre lo que ha estado ocurriendo con mi vida.
Me está pidiendo demasiado, no sé si es consciente de eso, quizá es que tengo la cabeza demasiado cuadrada para estas cosas, que ir contra ese pensamiento es lo que muchos usarían para ir en mi propia contra. Porque eso es lo que dicen de gente como yo, que no podemos ver más de nuestro propio ego y sí, no es esta vez que puedo utilizar a Rebecca y culparla de haber salido así, porque si bien la genética pisa fuerte, sigo respetando las creencias en las que me criaron. — ¿Esto se trata de ti o se trata de ellos? — porque hablando de caminos se cruzó con el mío y se me hace complicado el pensar que dos personas tan distintas hayan terminado por hacerse un hueco en la vida del otro. Tengo la mirada apartada, me fuerzo a mantenerla así para que no pueda presenciar la debilidad en mi rostro cuando murmura esas palabras. Nunca me ha hecho falta el compromiso de nadie más, soy como mi madre en ese aspecto que nos une al compartir la soledad como la única forma de que nadie nos haga daño. Mi problema es que lo cumplí a rajatabla por demasiado tiempo. — Si suena tan pésimo no hace falta que lo digas, solo demuéstralo. — persona de pocas palabras lo he sido siempre, pero tengo que decir que sacar esas me cuesta incluso por encima de tener que montar todo un discurso. — Joder, Dave, no sabes cuánto me gustaría poder golpearte ahora mismo, lo deseo tanto que me encojo conmigo misma por no poder hacerlo, y eso es tu culpa. Porque tú decidiste entrar en mi vida como este secretario de cuarta que hace café por las mañanas y usa mi champú cuando sabe que no debería, te marchas, regresas con esta personalidad de perro dolido que encima me ha mentido por todo este tiempo y lo único que quiero hacer es golpearte. Y aun así, es todo lo que no puedo hacer.
Una de las cosas que más me repatean es cuando la gente me dice lo que tengo que hacer, normalmente estas mismas personas se llevan una contestación de mi parte, y es evidente que estoy hablando fuera del ámbito laboral, pero cuando es Dave quien lo dice tengo que morderme la lengua y tensar la mandíbula. — No, no lo haré, pero no porque tengas un cupón con mi firma. — reafirmo su postura, aunque ignoro el decirle que ese papel no valdría nada frente a un juez y él como abogado debería saberlo mejor que nadie. Aun así, mis labios continúan prensándose uno contra otro, como si todavía me estuviera replanteando el qué hacer con él. — No lo haré porque, antes de saber que me mentías, te tenía aprecio, lo sigo teniendo y te considero mi amigo, pero me cuesta creer que un amigo sería capaz de hacer algo así. — se lo digo como si hubiera matado a alguien él mismo con sus propias manos, como si hubiera cometido el peor de los crímenes cuando, si me conoce bien, sabe que lo peor de todo esto es lo decepcionada que me siento con él. — Creía que éramos honestos el uno con el otro, pero está claro que esa parte solo me ha correspondido a mí todo este tiempo. — porque así como clamo la verdad, también sé que esta duele cuando es dicha, y esa es mi verdad ante todo, tanto que me pienso dos veces si en serio tengo algo que contarle sobre lo que ha estado ocurriendo con mi vida.
Me está pidiendo demasiado, no sé si es consciente de eso, quizá es que tengo la cabeza demasiado cuadrada para estas cosas, que ir contra ese pensamiento es lo que muchos usarían para ir en mi propia contra. Porque eso es lo que dicen de gente como yo, que no podemos ver más de nuestro propio ego y sí, no es esta vez que puedo utilizar a Rebecca y culparla de haber salido así, porque si bien la genética pisa fuerte, sigo respetando las creencias en las que me criaron. — ¿Esto se trata de ti o se trata de ellos? — porque hablando de caminos se cruzó con el mío y se me hace complicado el pensar que dos personas tan distintas hayan terminado por hacerse un hueco en la vida del otro. Tengo la mirada apartada, me fuerzo a mantenerla así para que no pueda presenciar la debilidad en mi rostro cuando murmura esas palabras. Nunca me ha hecho falta el compromiso de nadie más, soy como mi madre en ese aspecto que nos une al compartir la soledad como la única forma de que nadie nos haga daño. Mi problema es que lo cumplí a rajatabla por demasiado tiempo. — Si suena tan pésimo no hace falta que lo digas, solo demuéstralo. — persona de pocas palabras lo he sido siempre, pero tengo que decir que sacar esas me cuesta incluso por encima de tener que montar todo un discurso. — Joder, Dave, no sabes cuánto me gustaría poder golpearte ahora mismo, lo deseo tanto que me encojo conmigo misma por no poder hacerlo, y eso es tu culpa. Porque tú decidiste entrar en mi vida como este secretario de cuarta que hace café por las mañanas y usa mi champú cuando sabe que no debería, te marchas, regresas con esta personalidad de perro dolido que encima me ha mentido por todo este tiempo y lo único que quiero hacer es golpearte. Y aun así, es todo lo que no puedo hacer.
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He observado a la distancia de un pasillo, como la chica que conocí fue cambiando y no diría que para ser alguien distinta, transformándose, sino descubriendo partes de sí misma que tuvo que ir dando forma. Me he familiarizado tanto con sus rasgos que la miro también de una manera distinta a la del principio, aunque el departamento estuviera a oscuras, podría verla, así de consciente me he vuelto a ella. Así como hay quienes pasan por tu vida, hay otros que te atraviesan de pleno, que pueda decirme que somos amigos pese a lo que fue una mentira desde el inicio me da la confirmación de que no es indiferente a mi suerte. —Perdón— musito, llevo las manos al sostener mi pecho. —No tengo más que decirte que espero que me perdones— es todo, no más excusas por mi falta de honestidad. Siento es que lo que es tengo para decir porque a veces se trata de solo una palabra que tiene que ser dicha y no quedarse en el aire, así que la coloco por delante de un montón de cosas por decir que se van desparramando fuera de mi boca y que quizá no son tan claras como unas pocas palabras con las que realmente le hablas a la otra persona, tratas de llegar a ella, pidiéndole perdón o diciéndole que la necesitas.
—Esta vez quiero que se trate de mí…— contesto, mis ojos cerrados para poder decírmelo a mí mismo, que entreabro para mirar su rostro y entender el enigma más difícil y más fácil que coloca en mis manos como si se trata de un cubo de rubik. —¿Cómo demuestras algo así?— la única manera que se me ocurre no es algo que me atreva a hacer en estas circunstancias en que se pone en dilema si me voy o me quedo, hasta que por sí sola declara que es incapaz de golpearme por mucho que lo merezca y entonces me ayudo de la pared para poder pararme así con un único paso puedo estar frente a ella, mis brazos envuelven sus hombros al acercarla en un abrazo. —Gracias, Alec— susurro con su oído cerca, —eres la mejor amiga que podría haber pedido y que merezco— lo digo de verdad, inesperadamente es quien está actuando de una manera que no hubiera creído posible al conocerla y aun sintiéndose dolida, decepcionada por lo que hice, no me rechaza. —Gracias por no golpearme— murmuro, cuando lo que estoy agradeciendo es que en el momento en que podría haber demostrado que ser la persona que no esperaba que fuera, a ella también la alejaría, lo que hace es quedarse parada en el mismo pasillo. —No quiero sonar pretencioso, pero tomaré el que no me golpees como que te has dado cuenta que también me necesitas— por si las dudas, lo digo manteniendo el abrazo así puedo mirar a la pared al decirlo. —Aunque te haya mentido y te cueste creer lo que pueda decirte de ahora en más, quiero que sepas que puedes decirme todo lo que necesites, siempre fui honesto al escucharte— por raro que suene esa frase. —¿Habías dicho que tenías novedades?
—Esta vez quiero que se trate de mí…— contesto, mis ojos cerrados para poder decírmelo a mí mismo, que entreabro para mirar su rostro y entender el enigma más difícil y más fácil que coloca en mis manos como si se trata de un cubo de rubik. —¿Cómo demuestras algo así?— la única manera que se me ocurre no es algo que me atreva a hacer en estas circunstancias en que se pone en dilema si me voy o me quedo, hasta que por sí sola declara que es incapaz de golpearme por mucho que lo merezca y entonces me ayudo de la pared para poder pararme así con un único paso puedo estar frente a ella, mis brazos envuelven sus hombros al acercarla en un abrazo. —Gracias, Alec— susurro con su oído cerca, —eres la mejor amiga que podría haber pedido y que merezco— lo digo de verdad, inesperadamente es quien está actuando de una manera que no hubiera creído posible al conocerla y aun sintiéndose dolida, decepcionada por lo que hice, no me rechaza. —Gracias por no golpearme— murmuro, cuando lo que estoy agradeciendo es que en el momento en que podría haber demostrado que ser la persona que no esperaba que fuera, a ella también la alejaría, lo que hace es quedarse parada en el mismo pasillo. —No quiero sonar pretencioso, pero tomaré el que no me golpees como que te has dado cuenta que también me necesitas— por si las dudas, lo digo manteniendo el abrazo así puedo mirar a la pared al decirlo. —Aunque te haya mentido y te cueste creer lo que pueda decirte de ahora en más, quiero que sepas que puedes decirme todo lo que necesites, siempre fui honesto al escucharte— por raro que suene esa frase. —¿Habías dicho que tenías novedades?
Si hubiera sido cualquier otra persona, probablemente se hubiera llevado una reacción diferente. Georgia mismamente está para corroborar ese hecho, mi madre también podría ser una de las personas a las que el perdón va a tardar en llegarle, si es que lo hace. Quizá es una actitud un tanto hipócrita teniendo en cuenta que de todo he obtenido mentiras, por alguna razón no tomo las de David como un acto dirigido exclusivamente a hacerme daño, me tomo sus palabras como sinceras, incluso cuando lo hago a regañadientes y se puede ver en cómo aprieto los labios en una línea fina que no declara mucha convicción. — Tendrás que hacer algo más que pedirme una disculpa si pretendes que todo vuelva a ser como antes. — le advierto aun así, hasta yo misma me sorprendo de que pueda haber alguna forma en la que todo regrese a su lugar, que sigamos siendo los mismos cuando es evidente que su partida lo ha cambiado, como a mí me han cambiado los hechos desafortunados con los que me he ido topando en el camino.
— No cometiendo los mismos errores. — es mi única respuesta a su pregunta, no voy a explayarme en una contestación que debería haber asumido por su cuenta, pues no seré yo la que le explique que eso tiene que venir de dentro, cuando no esperaba que yo misma fuera una persona capaz de pensar de manera tan sentimental sobre algo. En lo que a sentimientos se refiere, soy más bien un lienzo en blanco que últimamente parece que un bote de pintura ha sido desparramado sobre él, así es como me siento internamente desde hace meses, cada golpe es un nuevo balde de color que me salpica. — Estoy lejos de ser la mejor amiga que podrías haber pedido, sé un poco más espabilado la próxima vez que pidas por una compañera de piso. — intento bromear, aunque no me sale de la forma que quiero y me obligo a aclarar: — No te estoy echando, tranquilo. — acomodo mi cabeza a su hombro en un abrazo que no esperaba dadas las circunstancias y que no quiero decir que se sale del tono de conversación de hace unos minutos, pero siendo Dave no me puedo tomar su gesto de otra manera, una posición que extrañamente hemos ido adoptando más de seguido, y eso teniendo en cuenta que no soy una fanática de los abrazos.
Y eso es lo que quería y necesitaba escuchar, que en la propia ignorancia de los hechos, sus intenciones nunca fueron las de dañarme, aunque a estas alturas estoy por creer que nadie en mi vida las tiene y que simplemente son las situaciones las que se dan así. Pero no, estoy lejos de perdonar la actitud de mi madre, mis otros padres parecen haber desistido con una hija que esperaba fuera suya para siempre y mi abuela es otro tema que podemos dejar de lado. Definitivamente, no estoy como para añadir a mi padre biológico al cuadro todavía. — Olvídalo, no es importante. — termino por decir tras un incómodo silencio que por poco no delata mi posición de estar pensando una respuesta que darle. Por hoy, es mejor así, la mención de Hermann Richter no tiene que estropear todo esto, no todavía.
— No cometiendo los mismos errores. — es mi única respuesta a su pregunta, no voy a explayarme en una contestación que debería haber asumido por su cuenta, pues no seré yo la que le explique que eso tiene que venir de dentro, cuando no esperaba que yo misma fuera una persona capaz de pensar de manera tan sentimental sobre algo. En lo que a sentimientos se refiere, soy más bien un lienzo en blanco que últimamente parece que un bote de pintura ha sido desparramado sobre él, así es como me siento internamente desde hace meses, cada golpe es un nuevo balde de color que me salpica. — Estoy lejos de ser la mejor amiga que podrías haber pedido, sé un poco más espabilado la próxima vez que pidas por una compañera de piso. — intento bromear, aunque no me sale de la forma que quiero y me obligo a aclarar: — No te estoy echando, tranquilo. — acomodo mi cabeza a su hombro en un abrazo que no esperaba dadas las circunstancias y que no quiero decir que se sale del tono de conversación de hace unos minutos, pero siendo Dave no me puedo tomar su gesto de otra manera, una posición que extrañamente hemos ido adoptando más de seguido, y eso teniendo en cuenta que no soy una fanática de los abrazos.
Y eso es lo que quería y necesitaba escuchar, que en la propia ignorancia de los hechos, sus intenciones nunca fueron las de dañarme, aunque a estas alturas estoy por creer que nadie en mi vida las tiene y que simplemente son las situaciones las que se dan así. Pero no, estoy lejos de perdonar la actitud de mi madre, mis otros padres parecen haber desistido con una hija que esperaba fuera suya para siempre y mi abuela es otro tema que podemos dejar de lado. Definitivamente, no estoy como para añadir a mi padre biológico al cuadro todavía. — Olvídalo, no es importante. — termino por decir tras un incómodo silencio que por poco no delata mi posición de estar pensando una respuesta que darle. Por hoy, es mejor así, la mención de Hermann Richter no tiene que estropear todo esto, no todavía.
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—Lo sé— musito, tengo en claro que el perdón se pide y a partir de ahí se debe dar pruebas a la otra persona de por qué uno merece el perdón, no se me ocurre que más aparte de lo que venía haciendo porque no creo que nada de lo hacíamos por el otro estaba mal, no estuvo allí el error, sino que venía de antes, lo traía yo. Y es por eso que con toda sinceridad puedo decirle, sin que me tiemble la voz, convencido de mis propias palabras como de pocas cosas, luego de circunstancias en las que una mentira y una verdad parecían ser las dos caras de todo lo que hacía. —Si te pido perdón es, en serio, porque no tengo intención de mantener o repetir ese error— suspiro, de haber conservado el secreto creo que por mi propia cuenta hubiera buscado la salida de este departamento y pese a lo firme que se muestra en no aceptar mi perdón de buenas a primeras, agradezco que me conceda el momento en que pueda darle cumplidos que luego hace a un lado, porque he elegido la manera más sensiblera de hacerle ver que pese a toda su coraza, está haciendo por mí algo que no me arriesgaría en la vida a pedirle a nadie y tal vez hace diez minutos, ni en sueños se me hubiera ocurrido pedírselo a ella.
El alivio que puedo llegar a sentir por haber aclarado todo, se cubre de la preocupación por lo complicado que esto puede tornarse de involucrarla, tengo y tenía la sospecha antes de irme de que yo mismo tenía que apartarme un poco y lo que no tengo idea es que tanto eso me aleja de lo que quiero conseguir, por eso todo hubiera sido más fácil si era ella quien decidiera que me fuera, y aunque fuera lo más fácil, no creo que hubiera sido lo correcto, ni era lo que en verdad quería. —Gracias, me queda obtener la otra mitad del permiso de quedarme por parte de Mor— digo, y no muestro prisa por conseguirlo, sigo abrazándola para que todo vaya acomodándose en el lugar que debe ser, cansado luego de correr a prisa para alcanzar al mundo en sus muchas vueltas, si me detengo por unos minutos puede ser que el mundo aminore, todo lo que es grande acomodándose a nosotros tan pequeños y todos los pasillos donde estemos de pie se cubren de una nueva luz.
—¿Te das cuenta que este es nuestro extraño punto en común en los dispares que podamos ser?— susurro, por equivocado que pudiera ser pedirle un abrazo cuando ella tenía más a arrojarme cosas, sea terapéutico o no, se ha vuelto algo necesario para sostenerme sobre mis pies. Con mis dedos quito algunos mechones al buscar su rostro con la mirada. —¿Segura que no es nada importante?— presiento que si lo mencionó es porque debe ser algo relevante, y quizá sea que necesita un descanso luego de mi llegada montando drama como para continuar con los que pudieron traerles otras personas, no conozco a nadie tan segura del sitio en el que está parada y a la vez se ve sacudida por todos los vaivenes que provocan a su alrededor. —Por todo, creo que te has ganado que me quede hasta la madrugada escuchando todas las cosas sin importancia que tengas por decir— se lo ofrezco, para que no sean otras las palabras que puedan salir de mi boca, tan claro como lo tengo al dejar un beso cerca de la coronilla de su cabello y cierro los ojos para obligarme al silencio, porque desde que llegué he dicho muchas cosas que demuestran mis errores y no quiero decir algo que se vuelva un error entre nosotros. Pero contra todo lo que dice que no es el momento, bajo mi rostro para poder hablarle con nuestros ojos casi a la misma altura y mis dedos quietos sobre su mandíbula. —¿Puedo intentar algo?— pregunto. —Si crees que mejor no, voy a ir a saludar al perro— por las dudas lo digo así sabe que también es un momento que se puede solo dejar pasar.
El alivio que puedo llegar a sentir por haber aclarado todo, se cubre de la preocupación por lo complicado que esto puede tornarse de involucrarla, tengo y tenía la sospecha antes de irme de que yo mismo tenía que apartarme un poco y lo que no tengo idea es que tanto eso me aleja de lo que quiero conseguir, por eso todo hubiera sido más fácil si era ella quien decidiera que me fuera, y aunque fuera lo más fácil, no creo que hubiera sido lo correcto, ni era lo que en verdad quería. —Gracias, me queda obtener la otra mitad del permiso de quedarme por parte de Mor— digo, y no muestro prisa por conseguirlo, sigo abrazándola para que todo vaya acomodándose en el lugar que debe ser, cansado luego de correr a prisa para alcanzar al mundo en sus muchas vueltas, si me detengo por unos minutos puede ser que el mundo aminore, todo lo que es grande acomodándose a nosotros tan pequeños y todos los pasillos donde estemos de pie se cubren de una nueva luz.
—¿Te das cuenta que este es nuestro extraño punto en común en los dispares que podamos ser?— susurro, por equivocado que pudiera ser pedirle un abrazo cuando ella tenía más a arrojarme cosas, sea terapéutico o no, se ha vuelto algo necesario para sostenerme sobre mis pies. Con mis dedos quito algunos mechones al buscar su rostro con la mirada. —¿Segura que no es nada importante?— presiento que si lo mencionó es porque debe ser algo relevante, y quizá sea que necesita un descanso luego de mi llegada montando drama como para continuar con los que pudieron traerles otras personas, no conozco a nadie tan segura del sitio en el que está parada y a la vez se ve sacudida por todos los vaivenes que provocan a su alrededor. —Por todo, creo que te has ganado que me quede hasta la madrugada escuchando todas las cosas sin importancia que tengas por decir— se lo ofrezco, para que no sean otras las palabras que puedan salir de mi boca, tan claro como lo tengo al dejar un beso cerca de la coronilla de su cabello y cierro los ojos para obligarme al silencio, porque desde que llegué he dicho muchas cosas que demuestran mis errores y no quiero decir algo que se vuelva un error entre nosotros. Pero contra todo lo que dice que no es el momento, bajo mi rostro para poder hablarle con nuestros ojos casi a la misma altura y mis dedos quietos sobre su mandíbula. —¿Puedo intentar algo?— pregunto. —Si crees que mejor no, voy a ir a saludar al perro— por las dudas lo digo así sabe que también es un momento que se puede solo dejar pasar.
Y espero que sea así, no soy de las personas que dan segundas oportunidades, en la vida tienes una única oportunidad, ¿la jodiste? Mala suerte, se ha terminado, pero es este caso en concreto que se trata de una excepción a la regla y que soy yo misma la que está dando el paso de cortar por medio de todas las normas que he ido imponiendo con el tiempo. Quizá sea para mejor, quizá de esta forma pueda adquirir una visión nueva que no me obligue a darme cabezazos contra la pared en busca de una solución. — Temo que con el perro vas a tener que esforzarte un poco más. — murmuro, con la intención de teñir el comentario de una broma que no deja de tener parte de verdad, en parte porque el mismo animal no entiende de la forma en que podemos hacerlo nosotros como es que su dueño ha aparecido después de lo que se han debido de sentir como meses para él. Estoy segura de que Moriarty, muy en el fondo y debajo de esa actitud de reproche que traía consigo cuando lo vio aparecer, en realidad se alegra de que el más risueño de sus acompañantes haya regresado. Pronto dejará de usar mi cama para dormir para irse a la de Dave, lo cual estoy por considerar una mini traición que me hace plantearme seriamente el permitir que el moreno se quede en la casa. Y quién iba a decir que todas nuestras disputas al final las terminamos por resolver siempre a través del perro.
— No me des motivos para querer golpearte de nuevo, Meyer... — sigo diciendo en respuesta a su punto en común del que yo también he tomado cuenta, la manera que tengo de rodar los ojos y dejar asomar una sonrisa no me molesta en lo absoluto porque gracias a la posición en la que estamos él ni siquiera puedo percibirlo. — ¿Cuándo no he estado segura de algo? — le aseguro a pesar de que no considero que sea una nimiedad que pueda dejar de lado, obviemos la parte en la que digo estar segura de todo cuando la realidad es que esa palabra he pasado a utilizarla más bien poco en los últimos meses. Irónico que la seguridad sea algo que he buscado proteger y a día de hoy me encuentro en ese momento en el que me es indiferente, es lo que ocurre cuando no tienes idea de como manejar una situación, que terminas olvidándote de como te hacía sentir en un principio. Me cuesta reconocer que era esto todo que le llevaba necesitando desde que se marchó, que de no tener unos muros sobre los que sostenerme me había hecho a la idea de que pudieran serlo él y, al no encontrarlo cerca, todo volvió a venirse abajo en cuestión de minutos. No me doy cuenta de que nuestras miradas se enfrentan hasta que lo tengo demasiado cerca como para siquiera pedir un poco de espacio personal, tampoco estoy segura de querer pedirlo y que pase mis ojos por el resto de las facciones de su rostro sin decir absolutamente nada funciona como una respuesta a eso mismo. — Puedes — soy consciente de que lo digo con la intención de añadir una condición, pero a estas alturas me he quedado sin condiciones y, si va a pasar algo, prefiero que lo sea sin ellas.
— No me des motivos para querer golpearte de nuevo, Meyer... — sigo diciendo en respuesta a su punto en común del que yo también he tomado cuenta, la manera que tengo de rodar los ojos y dejar asomar una sonrisa no me molesta en lo absoluto porque gracias a la posición en la que estamos él ni siquiera puedo percibirlo. — ¿Cuándo no he estado segura de algo? — le aseguro a pesar de que no considero que sea una nimiedad que pueda dejar de lado, obviemos la parte en la que digo estar segura de todo cuando la realidad es que esa palabra he pasado a utilizarla más bien poco en los últimos meses. Irónico que la seguridad sea algo que he buscado proteger y a día de hoy me encuentro en ese momento en el que me es indiferente, es lo que ocurre cuando no tienes idea de como manejar una situación, que terminas olvidándote de como te hacía sentir en un principio. Me cuesta reconocer que era esto todo que le llevaba necesitando desde que se marchó, que de no tener unos muros sobre los que sostenerme me había hecho a la idea de que pudieran serlo él y, al no encontrarlo cerca, todo volvió a venirse abajo en cuestión de minutos. No me doy cuenta de que nuestras miradas se enfrentan hasta que lo tengo demasiado cerca como para siquiera pedir un poco de espacio personal, tampoco estoy segura de querer pedirlo y que pase mis ojos por el resto de las facciones de su rostro sin decir absolutamente nada funciona como una respuesta a eso mismo. — Puedes — soy consciente de que lo digo con la intención de añadir una condición, pero a estas alturas me he quedado sin condiciones y, si va a pasar algo, prefiero que lo sea sin ellas.
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Pese a la advertencia, estoy dándole todos los motivos para que pueda golpearme si así lo quiere, desde el más irrelevante al más exagerado, pasando por el clásico de haber confundido el momento, la intención y lo que fuera, pero esa sensación de que los momentos solo van pasando y seguirán pasando la conozco, quiero sujetar este y preguntar a tener la duda de lo que podría haber sido, lo que estoy buscando es una respuesta para mí y esta vez creo tenerla por adelantado. Mis ojos se sostienen a los suyos como si eso fuera todo lo que tengo pensado hacer, bien podría decirle que se trataba de eso y huir con el perro diciendo que es la hora de sacarlo a pasear, llevarlo con el pelo suelto sin correa. Huiría si no fuera porque tengo un permiso extraordinario que no sé si volveré a conseguir y porque he visto dónde estaré en el minuto siguiente, en este mismo pasillo, mi boca bajando sobre su boca. Esa mínima distancia que queda entre ambos se llena del aire que estaba conteniendo y mis dedos inmóviles logran deslizarse por su garganta para acercarla, acaricio sus labios al rozarlos.
Tanteo el beso mientras cierro mi mente a todos los pensamientos que vienen en estampida, eso me hace absolutamente consciente a cómo se siente y a lo que sabe, busco un poco más en ella cuando me muevo un paso para que su espalda encuentre la pared y con ese apoyo para ambos poder ir sobre sus labios más allá de un toque superficial. Mis latidos van marcando la prisa ansiosa con la que exploro su boca, mis manos se van perdiendo en su cabello y desearía que todos los pasillos, todas las habitaciones, de todo el mundo, quedaran de pronto a oscuras como lo está mi mente, así mis sentidos pueden quedar atados a este contacto que no abandono, insisto hasta que mi pecho me pide aire y lo siento presionando contra el suyo. Se desvanece el roce al tomar una respiración, mis dedos siguen reteniendo mechones de su pelo y los voy soltando lentamente. Necesito de unos segundos de gracia para poder hallar mi voz. —Solo era esto— tanto esfuerzo para decir estas pocas palabras, tengo el presentimiento de que si llego a añadir otra, se convertirá en el comentario equivocado.
Tanteo el beso mientras cierro mi mente a todos los pensamientos que vienen en estampida, eso me hace absolutamente consciente a cómo se siente y a lo que sabe, busco un poco más en ella cuando me muevo un paso para que su espalda encuentre la pared y con ese apoyo para ambos poder ir sobre sus labios más allá de un toque superficial. Mis latidos van marcando la prisa ansiosa con la que exploro su boca, mis manos se van perdiendo en su cabello y desearía que todos los pasillos, todas las habitaciones, de todo el mundo, quedaran de pronto a oscuras como lo está mi mente, así mis sentidos pueden quedar atados a este contacto que no abandono, insisto hasta que mi pecho me pide aire y lo siento presionando contra el suyo. Se desvanece el roce al tomar una respiración, mis dedos siguen reteniendo mechones de su pelo y los voy soltando lentamente. Necesito de unos segundos de gracia para poder hallar mi voz. —Solo era esto— tanto esfuerzo para decir estas pocas palabras, tengo el presentimiento de que si llego a añadir otra, se convertirá en el comentario equivocado.
Lo reconozco, no soy precisamente la persona más receptiva y si acaso lo que me han hecho estos meses es volverme todavía más reacia a cualquier expresión de… ni siquiera sé como llamarlo, ¿de acuerdo? Esto no son la clase de cosas a las que estoy acostumbrada a recibir y probablemente se puede percibir en el hecho de que esté a punto de apartarlo de un golpe por siquiera tomarse el atrevimiento de acercarse, ignoremos que hace como dos segundos esta misma persona fue la que aceptó. Ha habido tantas cosas que he mandado a la mierda en este último tiempo, que se me hace bastante fácil hacerlo también con mi actitud, esa que dejo a un lado para poder apreciar el momento desde el punto de vista de una chica que no tiene su mundo patas arriba. Puede que suene egoísta, que suene y que lo sea, el que me esté aprovechando de la sensación que recorre mi cuerpo cuando saboreo sus labios en respuesta a sus caricias. He probado sustancias adictivas antes, como el alcohol y el tabaco, la verdad es que ninguna ha conseguido el efecto que tiene besarle, ninguna de esas adicciones es tan potente como esta al posar una de mis manos sobre su pecho para rodear su nuca con la otra. Por los segundos que dura el contacto, incluso cuando me esté quedando sin aire, se siente bien el poder ignorar todos los sentimientos que me han estado atacando de forma constante.
No me gusta la vulnerabilidad, pero por encima de ella, sentirme miserable es algo que detesto todavía con más fuerza. Por eso cuando se separa, y yo hago lo mismo, apartando mis manos de su cuerpo, detesto que todos esos sentimientos vuelvan a aparecer. — Bien — respondo, me echo hacia atrás un mechón de pelo que se me ha metido en la cara, apenas le dedico un vistazo, pero aun así se puede ver que estoy, de alguna manera, molesta. — Si solo era eso... — soy consciente de que el tono de mi voz suena incentivo, si tuviera que explicar como me siento probablemente no fuera capaz a entenderme ni yo misma, ¿cómo pretendo que lo haga otra persona? Pero también... ¿a quién pretendo engañar? Soy una persona egoísta por naturaleza, no es sorpresa que en uno de mis arrebatos de egoísmo sea yo quien pase a tomar su rostro con mis manos para acercar mi boca a la suya y retomar el contacto, impulsándolo un poco hacia atrás en un movimiento que desde fuera se vería torpe. Me da exactamente lo mismo, porque mientras mis labios recorren los suyos y mis manos se deslizan por su cuello, por esos momentos se siente como que todavía no estoy vacía, que aun hay cosas que pueden hacerme sentir algo.
No me gusta la vulnerabilidad, pero por encima de ella, sentirme miserable es algo que detesto todavía con más fuerza. Por eso cuando se separa, y yo hago lo mismo, apartando mis manos de su cuerpo, detesto que todos esos sentimientos vuelvan a aparecer. — Bien — respondo, me echo hacia atrás un mechón de pelo que se me ha metido en la cara, apenas le dedico un vistazo, pero aun así se puede ver que estoy, de alguna manera, molesta. — Si solo era eso... — soy consciente de que el tono de mi voz suena incentivo, si tuviera que explicar como me siento probablemente no fuera capaz a entenderme ni yo misma, ¿cómo pretendo que lo haga otra persona? Pero también... ¿a quién pretendo engañar? Soy una persona egoísta por naturaleza, no es sorpresa que en uno de mis arrebatos de egoísmo sea yo quien pase a tomar su rostro con mis manos para acercar mi boca a la suya y retomar el contacto, impulsándolo un poco hacia atrás en un movimiento que desde fuera se vería torpe. Me da exactamente lo mismo, porque mientras mis labios recorren los suyos y mis manos se deslizan por su cuello, por esos momentos se siente como que todavía no estoy vacía, que aun hay cosas que pueden hacerme sentir algo.
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—Solo eso— murmuro, ¿qué hago repitiendo como un imbécil lo que ya dije? Es un acto a la defensiva al apartarme de lo que parece haberla molestado, puedo colocar mis manos en alto para indicarle que no pienso traspasar el límite de lo que era un intento de entender algo que por su cuenta ya cruzó otros. Cuando quiero dar un paso hacia atrás mi pie espera caer en un vacío que no encuentro, lo que creo que debe ser un impulso de mi parte desobedeciendo a la orden de mi mente de retirarme, es su agarre que me devuelve a su boca. Y me deshago de la cautela de no saber si es correcto o incorrecto, si respondo a su beso con la misma necesidad de no pensar en nada que nos saque de esta tregua con todo lo que nos inquieta durante el día. Procuro ahogarme en cada respiración suya que logro atrapar, porque es ahí donde no me alcanzan todas las preocupaciones que me arrojaron lejos y así puedo quedarme con ella, sin tantas palabras dichas en sentidos que se desencuentran, con la única intención clara de seguir sosteniéndome a algo que me permite recuperar la dirección de lo que hago y saber dónde estoy de pie.
No creo tener que preguntar cuando mis manos bajan por su espalda para impulsarla a que me rodee con sus piernas y mi boca continúa buscando lo último de una avidez que no cesa, sino que se acrecienta con cada caricia que en la prisa trata de abarcar más de lo que puede, esa imposibilidad es la que tiene a mi corazón dando golpes furiosos dentro de mi pecho. Camino a ciegas hacia la primera puerta abierta y doy las gracias a mi sentido de la orientación o a la suerte por no haber entrado al baño, mis pies no se encuentran con nada que me indique lo contrario. Me tiro sobre el colchón cuando mis piernas chocan con el borde de la cama y reacomodo su peso sobre mi cuerpo, con mis manos sabiendo el camino mejor que mis ojos en la poca luz que entra en finas líneas por las persianas, van subiendo por su torso al ir haciendo más lento cada beso en el que se encuentran nuestros labios. Mis dedos se enredan en su pelo al separarme para tratar de enfocar su mirada y si me cuesta hablar no es por estar asustado de lo que pueda decirme, sino de lo yo pueda hacer. —¿Buen momento para decir que no soy de los que creen que haya que parar en cierto punto para no arruinar amistades?— pregunto con voz ronca. —Siempre se me ha hecho que parar no salva nada, lo hace peor— fingir que nada pasó, tapar el sol con un dedo o esconder un hipogrifo debajo de una alfombra, son negaciones que nunca convencen a nadie, como si hiciera falta agregar algo más a la lista de cosas que no se pueden mencionar. —Tampoco hace falta avanzar, nos podemos quedar en este punto… todo el tiempo que haga falta. Solo no avances sobre algo de lo que luego te echarás hacia atrás— digo, así su conocida seguridad sobre las cosas que hace no entra en cuestionamientos más tarde, —porque yo no lo haré.
No creo tener que preguntar cuando mis manos bajan por su espalda para impulsarla a que me rodee con sus piernas y mi boca continúa buscando lo último de una avidez que no cesa, sino que se acrecienta con cada caricia que en la prisa trata de abarcar más de lo que puede, esa imposibilidad es la que tiene a mi corazón dando golpes furiosos dentro de mi pecho. Camino a ciegas hacia la primera puerta abierta y doy las gracias a mi sentido de la orientación o a la suerte por no haber entrado al baño, mis pies no se encuentran con nada que me indique lo contrario. Me tiro sobre el colchón cuando mis piernas chocan con el borde de la cama y reacomodo su peso sobre mi cuerpo, con mis manos sabiendo el camino mejor que mis ojos en la poca luz que entra en finas líneas por las persianas, van subiendo por su torso al ir haciendo más lento cada beso en el que se encuentran nuestros labios. Mis dedos se enredan en su pelo al separarme para tratar de enfocar su mirada y si me cuesta hablar no es por estar asustado de lo que pueda decirme, sino de lo yo pueda hacer. —¿Buen momento para decir que no soy de los que creen que haya que parar en cierto punto para no arruinar amistades?— pregunto con voz ronca. —Siempre se me ha hecho que parar no salva nada, lo hace peor— fingir que nada pasó, tapar el sol con un dedo o esconder un hipogrifo debajo de una alfombra, son negaciones que nunca convencen a nadie, como si hiciera falta agregar algo más a la lista de cosas que no se pueden mencionar. —Tampoco hace falta avanzar, nos podemos quedar en este punto… todo el tiempo que haga falta. Solo no avances sobre algo de lo que luego te echarás hacia atrás— digo, así su conocida seguridad sobre las cosas que hace no entra en cuestionamientos más tarde, —porque yo no lo haré.
No puedo decir que no soy consciente de lo que estamos haciendo, no solo porque eso haría que perdiera su sentido, y siendo que últimamente todo lo hace, creo que es lo que todavía lo hace más llamativo y satisfactorio; pero porque también me jacto de hacerme dueña de mis propias acciones, incluso cuando muchas de ellas no son dignas de devoción o de orgullo. La aceptación se la llevan mis labios y el resto de mi cuerpo cuando se acercan para buscar su calor, por razones comprensibles ese ha ido en aumento en los últimos segundos, si acaso no fueron minutos, pero apenas me importa y ni lo tengo en cuenta cuando me tengo que despegar de su boca para poder alcanzar a tomar algo de aire. Y así como pronto dejo de cargar de mi propio peso al separar los pies del suelo y rodear su cintura con mis piernas, también hago caso de como nos mueve para cambiar de escenario.
Tengo que reacomodar mi peso al posar una mano sobre el colchón a un lado de su cabeza, que todavía puedo caer en la torpeza por los movimientos acelerados, eso también cuenta para los golpes de mi corazón dentro de mi pecho. Si no fuera porque sus palabras interrumpen en mitad del que sería silencio si no fuera por nuestras respiraciones, probablemente seguiría descubriendo cada parte de su cuerpo, pero como persona de palabra tengo que torcer un poco las cejas al separarme y curvar un poco mis labios. — Por Morgana, David, de todo tienes que hacer un discurso de abogado, ¿huh? — es mi única respuesta a todo su dilema existencial de posibles arrepentimientos o de dar marchar atrás cuando creo que ha quedado claro que ninguna de esas opciones es posible. Supongo que no podría ser de una manera diferente, viniendo del chico que sirve café como trabajo y guarda secretos como hobbie. El instinto me lleva de nuevo a sus labios para hacerlo callar al instante, ignorando que pueda dejarle con las palabras en la boca si es que tiene algo más para decir. Por el modo que tienen mis manos de tirar de su camiseta hasta conseguir apartarla, queda evidente que yo no tengo nada que añadir, pero que él es libre de hacerlo si así lo siente.
Tengo que reacomodar mi peso al posar una mano sobre el colchón a un lado de su cabeza, que todavía puedo caer en la torpeza por los movimientos acelerados, eso también cuenta para los golpes de mi corazón dentro de mi pecho. Si no fuera porque sus palabras interrumpen en mitad del que sería silencio si no fuera por nuestras respiraciones, probablemente seguiría descubriendo cada parte de su cuerpo, pero como persona de palabra tengo que torcer un poco las cejas al separarme y curvar un poco mis labios. — Por Morgana, David, de todo tienes que hacer un discurso de abogado, ¿huh? — es mi única respuesta a todo su dilema existencial de posibles arrepentimientos o de dar marchar atrás cuando creo que ha quedado claro que ninguna de esas opciones es posible. Supongo que no podría ser de una manera diferente, viniendo del chico que sirve café como trabajo y guarda secretos como hobbie. El instinto me lleva de nuevo a sus labios para hacerlo callar al instante, ignorando que pueda dejarle con las palabras en la boca si es que tiene algo más para decir. Por el modo que tienen mis manos de tirar de su camiseta hasta conseguir apartarla, queda evidente que yo no tengo nada que añadir, pero que él es libre de hacerlo si así lo siente.
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Debe ser eso, la mitad de mis problemas se debe a que me comporto como un abogado en los distintos escenarios de mi vida, por donde mire es una excusa fácil para explicar los enredos en los que yo solo me meto y siendo sincero conmigo mismo, no creo que nada de lo que acabo de decir tenga que ver con mi trabajo, aunque “exponer los términos” o “prevención de daños” son parte de la jerga y, maldita sea, eso le da la razón. No tiene caso que la contradiga así que dejo que vuelva a besarme mientras colaboro para que su camiseta se una a la mía en el suelo. Mis manos se detienen a los lados de su rostro para sostenerla a centímetros de mi boca. —Estoy saliendo de algunos dramas mentales, entiende si no quiero que este sea uno nuevo— exhalo todo el aire contenido en un único suspiro que le pide comprensión. —Ten piedad de mi— ruego en el tono más susurrado y lastimero que puedo, el departamento no es tan grande si quedo atrapado con la incertidumbre de no saber si dar un paso a la derecha o la izquierda entre estas paredes, como viene sucediendo en mi vida en general.
En tanto procuro encaminar mis acciones hacia una dirección más clara, tengo que confiar en que ella sigue sabiendo hacia dónde va y en esto al menos, pese a todas las contradicciones de nuestras personalidades, no tengo que preguntarme mañana si fue otro paso al vacío. No quiero que lo sea, no creo que ella tampoco quiera que esto sea rozar la nada, como aire entre nuestros dedos. Sino que se vea respondida esa necesidad de sentir, sentir a lo largo de la piel, que habrá alguien que estará para impedir que caigamos en esos pozos que nos hacen insensibles a todos, en lo que todo deja de importar, usando a la frustración por todas las cosas que no dependen de nosotros para alentar a la ansiedad con la que recorremos el cuerpo del otro. Lo relega todo a un espacio sobre el cual podremos volver luego, cuando me canse de besarla, lo que no parece que vaya a pasar pronto, o cuando toque volver a abrir los ojos a un día que no será diferente a los anteriores, pero que puede seguir quedándose del otro lado de la puerta sin importunar. Me abrazo a ella para que el aquí y el ahora se imponga a todo lo que pasó, a todas las personas que pasaron, y a lo confuso de todo lo que vendrá, tan confuso para mí que la sostengo contra mi pecho para que al cerrar los ojos y encontrarme con una oscuridad vacía, tan consciente de su respiración como del silencio que han dejado otras respiraciones que se extinguieron, puedo seguir sintiéndola.
En tanto procuro encaminar mis acciones hacia una dirección más clara, tengo que confiar en que ella sigue sabiendo hacia dónde va y en esto al menos, pese a todas las contradicciones de nuestras personalidades, no tengo que preguntarme mañana si fue otro paso al vacío. No quiero que lo sea, no creo que ella tampoco quiera que esto sea rozar la nada, como aire entre nuestros dedos. Sino que se vea respondida esa necesidad de sentir, sentir a lo largo de la piel, que habrá alguien que estará para impedir que caigamos en esos pozos que nos hacen insensibles a todos, en lo que todo deja de importar, usando a la frustración por todas las cosas que no dependen de nosotros para alentar a la ansiedad con la que recorremos el cuerpo del otro. Lo relega todo a un espacio sobre el cual podremos volver luego, cuando me canse de besarla, lo que no parece que vaya a pasar pronto, o cuando toque volver a abrir los ojos a un día que no será diferente a los anteriores, pero que puede seguir quedándose del otro lado de la puerta sin importunar. Me abrazo a ella para que el aquí y el ahora se imponga a todo lo que pasó, a todas las personas que pasaron, y a lo confuso de todo lo que vendrá, tan confuso para mí que la sostengo contra mi pecho para que al cerrar los ojos y encontrarme con una oscuridad vacía, tan consciente de su respiración como del silencio que han dejado otras respiraciones que se extinguieron, puedo seguir sintiéndola.
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