VERANO de 247521 de Junio — 20 de Septiembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Hace frío en las calles, me pregunto si es por el interminable invierno o porque esta ciudad me pone los pelos de punta. Hace dos semanas que he iniciado este empleo, pero hoy es la primera vez que saldré a la calle a realizar una patrulla, justo para el horario del atardecer; demasiado temprano para los dementores, muy tarde para los aurores novatos. Mentiría si no dijese que lo que más me pone nervioso es el saber que tendré que enfrentarme a las personas como una cara visible en este bando, cuando durante años me he dedicado a estar en la vereda de enfrente. No reconozco el nombre que han colocado junto al mío en la ficha y me limito a esperar a mi compañera en el hall del ministerio, con los brazos cruzados en lo que me mantengo apoyado contra una de las columnas. Es algo gracioso ver como este enorme cardumen de peces ministeriales tiende a esquivarme de manera casi que involuntaria, lo cual me afectaría si no fuese porque recuerdo muy bien quienes son la mayoría de ellos y lo que están defendiendo. He visto a Holly, pero por su seguridad no la he saludado y sospecho que ella ha tenido la misma lógica que yo. Es mejor evitar los problemas.
Cuando veo aparecer a la señorita Guerrero, tengo que bufar con fuerza porque la reconozco, solo que no recordaba haber oído su nombre y si lo hice, es obvio que lo eliminé de mi memoria. Es irónico que sea con ella, cuando ha pasado como un año de nuestro encuentro en el bosque y ahora estamos aquí, siendo compañeros forzados — Estoy seguro de que debes estar encantada con todo esto — ironizo, sin ánimos de pelear en verdad — A nadie le gusta patrullar con los nuevos — en especial, con aquellos que solían ser tus enemigos. Me separo de la pared y acomodo mi postura, así no me clavo la pistola en un costado — ¿Vamos? Te sigo. Creo que te toca marcar el camino — por el modo que le hablo, creo que queda en evidencia que ninguno esta aquí para hacer sociales.
Cuando veo aparecer a la señorita Guerrero, tengo que bufar con fuerza porque la reconozco, solo que no recordaba haber oído su nombre y si lo hice, es obvio que lo eliminé de mi memoria. Es irónico que sea con ella, cuando ha pasado como un año de nuestro encuentro en el bosque y ahora estamos aquí, siendo compañeros forzados — Estoy seguro de que debes estar encantada con todo esto — ironizo, sin ánimos de pelear en verdad — A nadie le gusta patrullar con los nuevos — en especial, con aquellos que solían ser tus enemigos. Me separo de la pared y acomodo mi postura, así no me clavo la pistola en un costado — ¿Vamos? Te sigo. Creo que te toca marcar el camino — por el modo que le hablo, creo que queda en evidencia que ninguno esta aquí para hacer sociales.
Las guardias a esta hora nunca han sido mis favoritas. Porque están en una especie de limbo extraño. Es la hora a la que la gente comienza a apresurarse por la calle, la hora a la que puedes adivinar si alguien está yendo muy lejos o muy cerca por la velocidad de sus pasos y la preocupación en su mirada. Y no les culpo. A nadie le gusta la posibilidad de darse de bruces con uno de esos dementores, cuando es su hora y les dejan salir para que recorran las calles de la ciudad en busca de gente lo suficientemente inconsciente como para saltarse las ordenes de conducta del Ministerio.
Consulto el nombre de la persona con la que me toca hacer guardia y levanto ambas ambas cejas con una mezcla de sorpresa y desaprobación cuando veo el nombre escrito al lado del mío. Porque todavía recuerdo cómo, hace cosa de un año, Santi y yo atrapamos a este hombre tras un combate nada agradecido en el que perdí mucha sangre y muchas ganas de salir de casa en días. Pero si ahora está aquí, a mí me toca callar y seguir órdenes, y eso es lo que voy a hacer. A eso me comprometí, al fin y al cabo, cuando tomé este puesto en el escuadrón.
Así que bajo las escaleras a paso ligero en dirección al hall del Ministerio, y le veo enseguida. Aunque, para ser justos, es bastante difícil no verle. Estoy pensando algo que decirle, pero él se dirige a mí antes de que pueda abrir la boca. Y es obvio que me recuerda. Bueno, yo tampoco olvidaría a alguien que me hubiera dejado KO a golpes de roca —¿Encantada? Por supuesto. No podría imaginar un plan mejor que reencontrarme con alguien que decoró mi pierna con una bonita cicatriz de bala— le dedico una sonrisa sarcástica, pero sin más. Si tenemos que ser compañeros en el escuadrón, mejor no remover heridas del pasado. Así que me limito a asentir brevemente con la cabeza cuando dice que me toca marcar el camino y empiezo a andar hacia el exterior del edificio, mientras le extiendo una mano. Una especie, supongo, de ofrecimiento de paz —Soy Valerie. Guerrero. Como presentación oficial— digo, simplemente, esperando que me responda al saludo.
Consulto el nombre de la persona con la que me toca hacer guardia y levanto ambas ambas cejas con una mezcla de sorpresa y desaprobación cuando veo el nombre escrito al lado del mío. Porque todavía recuerdo cómo, hace cosa de un año, Santi y yo atrapamos a este hombre tras un combate nada agradecido en el que perdí mucha sangre y muchas ganas de salir de casa en días. Pero si ahora está aquí, a mí me toca callar y seguir órdenes, y eso es lo que voy a hacer. A eso me comprometí, al fin y al cabo, cuando tomé este puesto en el escuadrón.
Así que bajo las escaleras a paso ligero en dirección al hall del Ministerio, y le veo enseguida. Aunque, para ser justos, es bastante difícil no verle. Estoy pensando algo que decirle, pero él se dirige a mí antes de que pueda abrir la boca. Y es obvio que me recuerda. Bueno, yo tampoco olvidaría a alguien que me hubiera dejado KO a golpes de roca —¿Encantada? Por supuesto. No podría imaginar un plan mejor que reencontrarme con alguien que decoró mi pierna con una bonita cicatriz de bala— le dedico una sonrisa sarcástica, pero sin más. Si tenemos que ser compañeros en el escuadrón, mejor no remover heridas del pasado. Así que me limito a asentir brevemente con la cabeza cuando dice que me toca marcar el camino y empiezo a andar hacia el exterior del edificio, mientras le extiendo una mano. Una especie, supongo, de ofrecimiento de paz —Soy Valerie. Guerrero. Como presentación oficial— digo, simplemente, esperando que me responda al saludo.
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Chasqueo la lengua, fingiendo por un momento el recordar un enfrentamiento que está trayendo a colación como si no hubiese terminado en prisión por su culpa. Es irónico, si eso jamás hubiese ocurrido yo no estaría acá, presa de una carta que tuve que jugar para salvar lo que quedaba de mi familia — Yo tampoco la saqué gratis — le recuerdo, con una sonrisa de medio lado que no es precisamente la más cálida — Pero bien, me alegro de saber que al menos le he dejado un recuerdo a alguien que apenas y conozco — que no me pondré en víctima quejica, pero creo que es el karma. ¿O van a decirme los del ministerio que ellos no se encargan de hacer cosas peores? Algunas partes de mi cuerpo podrían dejarlo en evidencia.
La sigo, que si reprocho esto se volverá más tedioso de lo que ya es y lo único en lo que puedo pensar es en estar de regreso en casa, en una cama demasiado enorme pero a la cual ya me estoy acostumbrando, gracias a que son esos momentos en el día en el cual no tengo que andar poniendo mejor cara y puedo omitir toda la mierda que me persigue en esta nueva rutina. El frío del exterior hace que acomode mi abrigo, busco asegurar el calor en mi cuello y aún estoy estirando el mentón para acomodar la prenda, cuando me percato de su mano. Sé que tiene buenas intenciones, pero la experiencia es la que me hace dudar. Ella es la clase de persona que está aquí por decisión propia, que aceptó las normas de esta sociedad cuando decidió formar parte de ella y bueno… no diré que no he pasado años esquivando a personas así. No estoy seguro de siquiera querer conocerla a fondo. Fuerzo la sonrisa escueta y le doy un apretón — Benedict Franco, pero asumo que eso ya lo sabías. Al menos que se te dé el dispararle a las personas en el bosque solo porque sí.
El contacto no dura mucho. Escondo la mano en uno de los bolsillos en los que pretendo buscar algo que no existe porque no cargo con nada en él y, en vista de que mis piernas son más largas que las suyas, me acoplo a su paso — ¿Encuentras siquiera entretenimiento en esto? — pregunto, más que nada por mera curiosidad. Es obvio que yo no, sino no estaría sacando conversación — Me refiero a patrullar. Es simplemente caminar y esperar a que alguien cometa una infracción. Ayer me tocó con este sujeto… ¿Perkins, puede ser? — por la manera en la cual coloco dos dedos sobre mi nariz, le indico que estoy hablando de alguien con perfil de tucán — Le robó el balón a unos chicos inventándose un par de normas solo porque no tenía nada mejor que hacer. Me pareció bastante estúpido — arrugo el rostro, que no es la única actitud reprochable que he visto estos días.
La sigo, que si reprocho esto se volverá más tedioso de lo que ya es y lo único en lo que puedo pensar es en estar de regreso en casa, en una cama demasiado enorme pero a la cual ya me estoy acostumbrando, gracias a que son esos momentos en el día en el cual no tengo que andar poniendo mejor cara y puedo omitir toda la mierda que me persigue en esta nueva rutina. El frío del exterior hace que acomode mi abrigo, busco asegurar el calor en mi cuello y aún estoy estirando el mentón para acomodar la prenda, cuando me percato de su mano. Sé que tiene buenas intenciones, pero la experiencia es la que me hace dudar. Ella es la clase de persona que está aquí por decisión propia, que aceptó las normas de esta sociedad cuando decidió formar parte de ella y bueno… no diré que no he pasado años esquivando a personas así. No estoy seguro de siquiera querer conocerla a fondo. Fuerzo la sonrisa escueta y le doy un apretón — Benedict Franco, pero asumo que eso ya lo sabías. Al menos que se te dé el dispararle a las personas en el bosque solo porque sí.
El contacto no dura mucho. Escondo la mano en uno de los bolsillos en los que pretendo buscar algo que no existe porque no cargo con nada en él y, en vista de que mis piernas son más largas que las suyas, me acoplo a su paso — ¿Encuentras siquiera entretenimiento en esto? — pregunto, más que nada por mera curiosidad. Es obvio que yo no, sino no estaría sacando conversación — Me refiero a patrullar. Es simplemente caminar y esperar a que alguien cometa una infracción. Ayer me tocó con este sujeto… ¿Perkins, puede ser? — por la manera en la cual coloco dos dedos sobre mi nariz, le indico que estoy hablando de alguien con perfil de tucán — Le robó el balón a unos chicos inventándose un par de normas solo porque no tenía nada mejor que hacer. Me pareció bastante estúpido — arrugo el rostro, que no es la única actitud reprochable que he visto estos días.
Le dedico una sonrisa burlona cuando me dice que se alegra de haber dejado dicho recuerdo en una desconocida —Un recuerdo duradero. Puedes estar más que satisfecho— respondo. Pero no hay acidez alguna en mi tono. Fue algo que pasó, que sucedió en un momento donde las cosas eran distintas. Al fin y al cabo, ahora él forma parte de todo esto, ¿no? Estamos patrullando juntos, los cambios de bando son habituales en situaciones de tensión, y el suyo no sé si fue forzado tras la detención o qué pasó, tampoco es mi trabajo preguntar, pero la conclusión es que ahora, al parecer, es uno de los nuestros. Y no seré yo quien cuestione esa decisión. Pese a los balazos.
No tengo claro si todo esto es un ofrecimiento de paz o una simple formalidad, pero él acepta mi gesto y encajamos las manos en esta forzada presentación oficial —Lo sabía, sí. No tengo el hábito de atacar sin razón— le concedo, soltando su mano para mantener el paso firme y dirigirme hacia la calle, donde nos toca patrullar hasta que nos hagan el relevo. Sinceramente, no es que me haga especial ilusión. Pero toca hacer un esfuerzo por mantenerse profesional y todas esas cosas, así que callaré y apechugaré con todo esto.
Lo que esperaba que fuera (por lo menos en su inicio) una guardia silenciosa se ve truncado por su siguiente pregunta. Levanto ambas cejas, mirándole —¿Me estás preguntando si encuentro entretenimiento en vagar por las calles vigilando nada en concreto en horas en las que podría estar ya bañada, en mi sofá, cenando algo caliente y relajándome?— digo, con ironía, pero sin mal tono —. No es mi parte favorita del trabajo. Y menos a estas horas. Pero si es necesario, se hace— y procedo a hacer una pequeña mueca para referirme a Perkins —Perkins es inútil. Se le ha subido el poder a la cabeza y no se da cuenta que es casi el último eslabón de la cadena de poder. Igual que lo somos tú y yo, supongo. Las guardias con él son tediosas y tienes que morderte la lengua cada dos por tres— me encojo de hombros. A mi ese hombre me fatiga mentalmente. No puedo lidiar con ese tipo de gente —Siempre puedes recurrir a hablar con Hasselbach. Pedirle que no te ponga en más guardias con él— comento, paseando la vista por las calles que se supone que tenemos que vigilar.
No tengo claro si todo esto es un ofrecimiento de paz o una simple formalidad, pero él acepta mi gesto y encajamos las manos en esta forzada presentación oficial —Lo sabía, sí. No tengo el hábito de atacar sin razón— le concedo, soltando su mano para mantener el paso firme y dirigirme hacia la calle, donde nos toca patrullar hasta que nos hagan el relevo. Sinceramente, no es que me haga especial ilusión. Pero toca hacer un esfuerzo por mantenerse profesional y todas esas cosas, así que callaré y apechugaré con todo esto.
Lo que esperaba que fuera (por lo menos en su inicio) una guardia silenciosa se ve truncado por su siguiente pregunta. Levanto ambas cejas, mirándole —¿Me estás preguntando si encuentro entretenimiento en vagar por las calles vigilando nada en concreto en horas en las que podría estar ya bañada, en mi sofá, cenando algo caliente y relajándome?— digo, con ironía, pero sin mal tono —. No es mi parte favorita del trabajo. Y menos a estas horas. Pero si es necesario, se hace— y procedo a hacer una pequeña mueca para referirme a Perkins —Perkins es inútil. Se le ha subido el poder a la cabeza y no se da cuenta que es casi el último eslabón de la cadena de poder. Igual que lo somos tú y yo, supongo. Las guardias con él son tediosas y tienes que morderte la lengua cada dos por tres— me encojo de hombros. A mi ese hombre me fatiga mentalmente. No puedo lidiar con ese tipo de gente —Siempre puedes recurrir a hablar con Hasselbach. Pedirle que no te ponga en más guardias con él— comento, paseando la vista por las calles que se supone que tenemos que vigilar.
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Por la manera en la que curvo mi boca en una sonrisa cargada de sarcasmo, dejo bien en claro que hasta yo sé muy bien que acabo de preguntar una tremenda estupidez — Sobre gustos no hay nada escrito, dicen por ahí — que algunas personas verán esta parte del empleo como el ser un holgazán y cobrar por ello, mucho más sencillo que salir a pelear en el campo de batalla contra… mi gente. Aquellos que he tenido que dejar atrás y que, espero de verdad, no tener que enfrentarlos llegado el momento. Sé que le hice una petición exclusiva a Amber, una que le rogaba el matarme en caso de que nos topemos como enemigos, pero algo me dice que mi amiga será incapaz de realizar una acción como esa. No tengo la más mínima idea de cómo se darán las cosas de hoy en más, pero por tedioso que sea esto, creo que lo prefiero a tener que cometer horrores ante los cuales aún no me siento listo y dudo conseguirlo alguna vez.
Al menos, mi compañera de desgracia en el día de la fecha parece opinar similar a mí y me doy cuenta de que, con suerte, no tendré que lidiar con un episodio de muestra de poder innecesario en el día de hoy — Hasselbach no parece la clase de persona que tomaría las quejas de mi parte por algo tan estúpido como una guardia — a decir verdad, hay algo en ella que me produce una mala sensación en las tripas y todavía no descubro qué es. No, no tiene nada que ver que toda ella me recuerde que estoy aquí bajo sus condiciones, sino que hay algo más.
Las noches del Capitolio siempre me han resultado demasiado ostentosas, en especial en esta zona tan céntrica. Es muy fácil perderse en la cantidad de luces y bares, invitando a desperdiciar un montón de galeones mientras la noche se acerca y las personas abandonan sus trabajos para perderse en el mundo del ocio. Resoplo en cuanto pasamos entre las sillas, aún vacías, de uno de los puestos que se encuentra preparándose para sus clientes. Es uno de los carteles el que provoca que me detenga — ¿Quieres que compre una botella de cerveza para hacer esto más llevadero? — ah, sí, mi clásico amor por romper las normas. Me encojo de hombros, que nadie puede decirme que soporte esta situación sin alcohol de por medio — Nos dijeron que patrullemos, no que no tengamos las manos vacías al hacerlo — en otras palabras… jódete, Ministerio de Magia.
Al menos, mi compañera de desgracia en el día de la fecha parece opinar similar a mí y me doy cuenta de que, con suerte, no tendré que lidiar con un episodio de muestra de poder innecesario en el día de hoy — Hasselbach no parece la clase de persona que tomaría las quejas de mi parte por algo tan estúpido como una guardia — a decir verdad, hay algo en ella que me produce una mala sensación en las tripas y todavía no descubro qué es. No, no tiene nada que ver que toda ella me recuerde que estoy aquí bajo sus condiciones, sino que hay algo más.
Las noches del Capitolio siempre me han resultado demasiado ostentosas, en especial en esta zona tan céntrica. Es muy fácil perderse en la cantidad de luces y bares, invitando a desperdiciar un montón de galeones mientras la noche se acerca y las personas abandonan sus trabajos para perderse en el mundo del ocio. Resoplo en cuanto pasamos entre las sillas, aún vacías, de uno de los puestos que se encuentra preparándose para sus clientes. Es uno de los carteles el que provoca que me detenga — ¿Quieres que compre una botella de cerveza para hacer esto más llevadero? — ah, sí, mi clásico amor por romper las normas. Me encojo de hombros, que nadie puede decirme que soporte esta situación sin alcohol de por medio — Nos dijeron que patrullemos, no que no tengamos las manos vacías al hacerlo — en otras palabras… jódete, Ministerio de Magia.
Sonrío cuando hace ese comentario sobre nuestra jefe de escuadrón y me encojo de hombros. Porque yo tampoco creo que tenga mucho la cabeza puesta en atender quejas de las patrullas por las calles. Pero tal vez si va escuchando quejas varias de la misma persona llega a la conclusión de que (Perkins, en este caso) es un inútil integral y no hace bien alguno velando por la seguridad ciudadana y por la paz en las calles del país —No... Realmente no es esa clase de persona. Pero bueno, si algún día, en un ambiente más relajado y distendido, lo quieres dejar caer... A más de uno le gustaría poder dejar de patrullar con ese personaje— digo, sin más, refiriéndome al licántropo con complejo de superioridad.
Vuelvo a encogerme de hombros. Realmente lo que pase con ese tipo no es el tema más interesante del mundo para mí. No me cae especialmente bien, pero creo que una parte de mí tiene tan claro que va a terminar mal que me da bastante igual. Nos abrimos paso entre los locales que preparan las terrazas y para las cenas y copas de sus clientes. Me ha costado más de un año acostumbrarme a la vida que hay en el Capitolio y, aún así, siento que hay cosas que todavía se me escapan. Como si, inevitablemente, siguiera tratando de mantener una distancia entre "esa gente" que ha vivido aquí durante tanto tiempo y la gente como yo, que hemos llegado buscando un hueco en el que encajar tras el cambio de gobierno.
Levanto la cabeza hacia el hombre cuando escucho su propuesta y le dirijo una sonrisa ladeada —¿Quieres beber estando de servicio?— me río, divertida con su actitud. Vaya, si terminará por caerme medio bien y todo, pese al balazo, las peleas, la roca en la cabeza y todo lo que vino después —Si invitas tú... No veo por qué no— le concedo. Porque bueno, no sería yo si renunciara a un trago. Aunque estemos trabajando. Nadie nos dirá nada por esto... Y, aunque nos lo dijeran, siempre podemos tener un pequeño momento como Perkins, dejar que se nos suba el poder a la cabeza y aclarar que, como somos la autoridad, podemos hacer lo que queramos. ¿Será así como funciona la cabeza de nuestro poco querido compañero? —Ve. Te espero aquí— le hago un gesto con la mano para que entre, y la otra mano la escondo en el bolsillo de la túnica para buscar si llevo algo de tabaco encima.
Vuelvo a encogerme de hombros. Realmente lo que pase con ese tipo no es el tema más interesante del mundo para mí. No me cae especialmente bien, pero creo que una parte de mí tiene tan claro que va a terminar mal que me da bastante igual. Nos abrimos paso entre los locales que preparan las terrazas y para las cenas y copas de sus clientes. Me ha costado más de un año acostumbrarme a la vida que hay en el Capitolio y, aún así, siento que hay cosas que todavía se me escapan. Como si, inevitablemente, siguiera tratando de mantener una distancia entre "esa gente" que ha vivido aquí durante tanto tiempo y la gente como yo, que hemos llegado buscando un hueco en el que encajar tras el cambio de gobierno.
Levanto la cabeza hacia el hombre cuando escucho su propuesta y le dirijo una sonrisa ladeada —¿Quieres beber estando de servicio?— me río, divertida con su actitud. Vaya, si terminará por caerme medio bien y todo, pese al balazo, las peleas, la roca en la cabeza y todo lo que vino después —Si invitas tú... No veo por qué no— le concedo. Porque bueno, no sería yo si renunciara a un trago. Aunque estemos trabajando. Nadie nos dirá nada por esto... Y, aunque nos lo dijeran, siempre podemos tener un pequeño momento como Perkins, dejar que se nos suba el poder a la cabeza y aclarar que, como somos la autoridad, podemos hacer lo que queramos. ¿Será así como funciona la cabeza de nuestro poco querido compañero? —Ve. Te espero aquí— le hago un gesto con la mano para que entre, y la otra mano la escondo en el bolsillo de la túnica para buscar si llevo algo de tabaco encima.
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No debería olvidar que esto no es el distrito catorce, ahí donde podía colar cervezas en los puestos de vigilancia sin tener un verdadero miedo a que me atrapen. Hay algo en todo esto que tengo bien en claro y es que me están utilizando como imagen y propaganda en contra de los ideales de mi gente, así que no van a despedirme por beber una cerveza que absolutamente nadie puede comprobar. ¿Que van a hacer? ¿Dejarme sin empleo, cuando es el único motivo por el cual me mantienen con ellos y dar pie a iniciar un conflicto con el nueve al romper el trato? Pst, que la chupen. Obvio que lo único que le enseño a mi compañera es un encogimiento de hombros — Yo no te delato si tú no me delatas — respondo con simpleza. No me demoro demasiado, en cuanto tengo una respuesta positiva de su parte le alzo un pulgar y me adentro al bar, cuya barra se encuentra bastante cerca de la puerta, abierta de par en par. Se siente extraño el moverse nuevamente en esta clase de sitios, pero sospecho que serán los únicos lugares en los cuales pueda sentirme distendido y… mierda, seré mi padre en sus peores años.
Para cuando vuelvo a salir, la mueca que pretende ser una sonrisa es bastante forzada. Llevo conmigo dos latas largas, una de las cuales tiendo en su dirección — Jamás creí que acabaría bebiendo con la persona que me envió a prisión y usando dinero de mi propio bolsillo — más por la parte de que no estoy acostumbrado a contar con galeones, pero ese es otro tema. Es fácil el volver a avanzar, porque las personas se apartan muy rápidamente de aquellos que poseemos uniformes y placas. Para cuando bebo, la cerveza me sabe más amarga de lo normal — Así que… Valerie Guerrero — pronuncio su nombre arrastrando las erres — ¿Siempre quisiste dedicarte a la seguridad o eres de las personas que están haciendo esto por supervivencia? Creo que ni hace falta aclarar cuál es mi caso — uno que, irónicamente, se ha dado por su culpa.
Para cuando vuelvo a salir, la mueca que pretende ser una sonrisa es bastante forzada. Llevo conmigo dos latas largas, una de las cuales tiendo en su dirección — Jamás creí que acabaría bebiendo con la persona que me envió a prisión y usando dinero de mi propio bolsillo — más por la parte de que no estoy acostumbrado a contar con galeones, pero ese es otro tema. Es fácil el volver a avanzar, porque las personas se apartan muy rápidamente de aquellos que poseemos uniformes y placas. Para cuando bebo, la cerveza me sabe más amarga de lo normal — Así que… Valerie Guerrero — pronuncio su nombre arrastrando las erres — ¿Siempre quisiste dedicarte a la seguridad o eres de las personas que están haciendo esto por supervivencia? Creo que ni hace falta aclarar cuál es mi caso — uno que, irónicamente, se ha dado por su culpa.
Logro encontrar un cigarrillo en mis bolsillos y lo coloco detrás de mi oreja cuando le veo salir con las dos latas. Agarro la que me ofrece y sonrío, con una mezcla de acidez y diversión, cuando escucho sus palabras. No vamos a negar que la situación es más que rara, pero, ¿qué no es raro últimamente? Me rasco la nuca, sin borrar esa expresión de mi rostro, y procedo a abrir mi lata con un gesto ágil —No te lamentes. La próxima vez invitaré yo— digo, antes de dar un trago a la bebida, e ignorando la parte de su intervención que dejaba claro que, en parte, ha terminado aquí por mi culpa. Pero eso ya está hecho, y nada que podamos hacer ahora va a cambiarlo, así que mejor dejarlo a un lado y disfrutar de la cerveza en la medida de lo que se pueda.
La forma en la que pronuncia mi nombre me hace sonreír de lado, porque pese a estar lejos todavía de la pronunciación correcta, hay algo en sus erres que la hacen más acertada que muchos otros intentos que he oído por aquí. Su pregunta me deja pensativa durante unos instantes, a decir verdad, pero termino negando levemente con la cabeza —¿La verdad? Te diría que ni una cosa ni la otra— me encojo de hombros y me tomo unos segundos para darle un trago a la lata de cerveza —. Nací aquí. Crecí en las Colonias, mi familia tuvo que huir. Luego volví con mi hermano. Teníamos un bar en el norte que nos permitía sobrevivir. Pero bueno, que tampoco nos tenían mucha estima. Ni nosotros a ellos— aclaro. Teníamos un bar, y teníamos buenos amigos, pero también había un gran número de gente que ni se planteaba entrar, que pintaba las paredes de nuestro local por las noches con insultos, que nos quería fuera de ahí. Había pocos derechos para gente como nosotros —Pero luego subió Aminoff al poder. Y de repente teníamos la posibilidad de vivir, en vez de sobrevivir. Si alguien te permite defender tus derechos... Agarras esa oportunidad— concluyo. No me quise dedicar a la defensa. Esto era una oportunidad, y la agarré. Porque aspiro a, en algún momento de mi vida, volver a tener la tranquilidad que se respiraba cuando estábamos al otro lado del océano. Antes de las guerras, de la muerte, de todo. Nadie me puede culpar por ello, ¿no?
La forma en la que pronuncia mi nombre me hace sonreír de lado, porque pese a estar lejos todavía de la pronunciación correcta, hay algo en sus erres que la hacen más acertada que muchos otros intentos que he oído por aquí. Su pregunta me deja pensativa durante unos instantes, a decir verdad, pero termino negando levemente con la cabeza —¿La verdad? Te diría que ni una cosa ni la otra— me encojo de hombros y me tomo unos segundos para darle un trago a la lata de cerveza —. Nací aquí. Crecí en las Colonias, mi familia tuvo que huir. Luego volví con mi hermano. Teníamos un bar en el norte que nos permitía sobrevivir. Pero bueno, que tampoco nos tenían mucha estima. Ni nosotros a ellos— aclaro. Teníamos un bar, y teníamos buenos amigos, pero también había un gran número de gente que ni se planteaba entrar, que pintaba las paredes de nuestro local por las noches con insultos, que nos quería fuera de ahí. Había pocos derechos para gente como nosotros —Pero luego subió Aminoff al poder. Y de repente teníamos la posibilidad de vivir, en vez de sobrevivir. Si alguien te permite defender tus derechos... Agarras esa oportunidad— concluyo. No me quise dedicar a la defensa. Esto era una oportunidad, y la agarré. Porque aspiro a, en algún momento de mi vida, volver a tener la tranquilidad que se respiraba cuando estábamos al otro lado del océano. Antes de las guerras, de la muerte, de todo. Nadie me puede culpar por ello, ¿no?
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Si hay algo que nos dejó el gobierno de Jamie Niniadis y todo lo que ha venido con él, es la cantidad de historias diferentes que se pasean entre nosotros en forma de memorias. No todos hemos tenido la misma experiencia, eso siempre ha quedado bien en claro. La escucho con la atención puesta en su voz, a pesar de que pongo mis ojos en la lata que me cuesta un segundo abrir antes de darle un trago. Hace frío, pero aún así su temperatura fresca no me fastidia en lo absoluto. Hay algo en todo lo que dice que me hace sonreír con sorna, meneando la cabeza en lo que me relamo las gotas de los labios — Magnar Aminoff, el salvador de los pobres renegados del norte — no la voy a culpar por la vida que tuvo y hasta puedo comprender por qué se encuentra aquí. Si te estás muriendo de hambre, lo lógico es correr hacia la persona que te está dando la oportunidad de comer. No todos se fijan en el precio que tienen que pagar por ello, aquí te hacen creer que estás dando tu alma — Nunca me he sentido dentro de un grupo aceptado por el gobierno de NeoPanem, así que discúlpame si no puedo compartir tu sentimiento.
A pesar de que mis palabras son amables, el nudo de mi garganta no se afloja ni aunque vuelvo a beber. Me detengo al llegar a una esquina, vacía en comparación a la que se luce en la vereda de enfrente mantengo allí los ojos, fingiendo el estar muy interesado en el ir y venir de personas que en realidad no estoy viendo. Nadie está haciendo nada malo, solo viven sus vidas sin importarles que existen personas allá afuera que no tienen la misma suerte que ellos — No estoy aquí por puro gusto, supongo que eso ya lo sabes. Lo único que hice fue aceptar trabajar para Aminoff a cambio de una vida — nada en realidad heroico, más bien suicida. Frunzo un poco la nariz — Porque sigo pensando que lo único que se hace aquí es reprimir a las personas, en base de dar derechos falsos a otras. Magnar necesitaba ampliar su carta para poder ganar, supongo que aprendió de los errores de su madre. Ni él ni Jamie serán santos de mi devoción, ningún líder lo es. Es todo conveniencia y astucia y nosotros somos quienes hacen el trabajo sucio por ellos.
A pesar de que mis palabras son amables, el nudo de mi garganta no se afloja ni aunque vuelvo a beber. Me detengo al llegar a una esquina, vacía en comparación a la que se luce en la vereda de enfrente mantengo allí los ojos, fingiendo el estar muy interesado en el ir y venir de personas que en realidad no estoy viendo. Nadie está haciendo nada malo, solo viven sus vidas sin importarles que existen personas allá afuera que no tienen la misma suerte que ellos — No estoy aquí por puro gusto, supongo que eso ya lo sabes. Lo único que hice fue aceptar trabajar para Aminoff a cambio de una vida — nada en realidad heroico, más bien suicida. Frunzo un poco la nariz — Porque sigo pensando que lo único que se hace aquí es reprimir a las personas, en base de dar derechos falsos a otras. Magnar necesitaba ampliar su carta para poder ganar, supongo que aprendió de los errores de su madre. Ni él ni Jamie serán santos de mi devoción, ningún líder lo es. Es todo conveniencia y astucia y nosotros somos quienes hacen el trabajo sucio por ellos.
Su tonillo de superioridad moral me molesta. Porque tal vez él no lo piensa, pero yo lo percibo así. Cómo habla de Aminoff, cómo dice eso de "salvador". Doy un trago a mi cerveza y le miro de reojo cuando comenta que nunca se ha sentido dentro de un grupo aceptado por el gobierno —Ya. Cada uno sobrevive como puede. Y ahora, aunque no te sientas dentro de ningún grupo de esos que dices... Bueno. En el fondo lo estás. Sino no estarías aquí, ¿no?— y le doy otro trago a la bebida, más corto esta vez, centrándome en cómo su sabor amargo desciende por mi garganta. La cerveza que servíamos en el bar con Diego era mil veces mejor que esta, de eso no me cabe ninguna duda. Pero bueno. Peor sería estarse enfrentando a esta tediosa guardia sin nada con lo que empinar el codo.
Escucho su discurso político, escucho cómo habla de los líderes políticos, de lo malos que son, de cómo solamente juegan con los derechos para ganar afinidad en el pueblo. Cuando termina de hablar sonrío, ácida, sin apartar la mirada de la gente que está andando —Está claro que ningún líder hace las cosas del todo bien. Pero, ¿crees que tú en su lugar lo harías mejor? ¿Que no caerías en los mismos errores?— porque el poder no solamente corrompe, el poder ciega. No sé si Aminoff intenta hacer lo correcto o no, pero sé que yo en su lugar, si persiguiera el bienestar de los ciudadanos, también caería en ciertos errores, en creer que hago cosas por el bien común que, en el fondo, están jodiendo a mucha otra gente. Doy otro trago a la lata y respiro, dejando que el aire frío entre por mi cuerpo y me despierte un poco más —¿Cuánto hace que te transformaron, Franco?— pregunto, entonces, desviando finalmente mi mirada hacia él —Porque es muy noble este pensamiento crítico hacia el liderazgo, pero cuando llevas veinte años siendo loba, has tenido que huir de infinidad de sitios distintos por ello y te has dejado la piel en intentar buscar algo digno para ti y tu familia, apoyarás cualquier cosa que te permite un techo bajo el que dormir y poner un plato caliente en la mesa— me encojo de hombros —Sé que es egoísta, pero luchar por lo que está bien nos queda grande. Y es agotador. Luchar por lo que nos va bien es asequible... Y funciona— termino, encogiéndome de hombros. Yo me cansé hace tiempo de lo primero y tiré la toalla. Y, desde que llegamos al Capitolio, lo segundo está funcionando lo suficientemente bien. Así que me agarraré a ello mientras pueda.
Escucho su discurso político, escucho cómo habla de los líderes políticos, de lo malos que son, de cómo solamente juegan con los derechos para ganar afinidad en el pueblo. Cuando termina de hablar sonrío, ácida, sin apartar la mirada de la gente que está andando —Está claro que ningún líder hace las cosas del todo bien. Pero, ¿crees que tú en su lugar lo harías mejor? ¿Que no caerías en los mismos errores?— porque el poder no solamente corrompe, el poder ciega. No sé si Aminoff intenta hacer lo correcto o no, pero sé que yo en su lugar, si persiguiera el bienestar de los ciudadanos, también caería en ciertos errores, en creer que hago cosas por el bien común que, en el fondo, están jodiendo a mucha otra gente. Doy otro trago a la lata y respiro, dejando que el aire frío entre por mi cuerpo y me despierte un poco más —¿Cuánto hace que te transformaron, Franco?— pregunto, entonces, desviando finalmente mi mirada hacia él —Porque es muy noble este pensamiento crítico hacia el liderazgo, pero cuando llevas veinte años siendo loba, has tenido que huir de infinidad de sitios distintos por ello y te has dejado la piel en intentar buscar algo digno para ti y tu familia, apoyarás cualquier cosa que te permite un techo bajo el que dormir y poner un plato caliente en la mesa— me encojo de hombros —Sé que es egoísta, pero luchar por lo que está bien nos queda grande. Y es agotador. Luchar por lo que nos va bien es asequible... Y funciona— termino, encogiéndome de hombros. Yo me cansé hace tiempo de lo primero y tiré la toalla. Y, desde que llegamos al Capitolio, lo segundo está funcionando lo suficientemente bien. Así que me agarraré a ello mientras pueda.
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— Una cosa son los errores, otra cosa son los crímenes camuflados como justicia — tengo que decirlo y ella no tiene la culpa, pero estoy hasta las bolas de las justificaciones de los opresores, que su bien común no parece aplicarse a las personas que ellos no consideran dignas de su perdón o protección. Sé que el catorce o, en su defecto, el nueve no son ideas perfectas, pero al menos no tenemos personas chupando el alma de otras para dejar en claro nuestros ideales. Lo que me toma por sorpresa es el camino que decide tomar con su excusa, una que hasta comprendo en un punto, pero que no comparto. Tengo que parpadear un par de veces y tengo que reprimir una risa cínica, esa que curva vagamente mis labios en lo que me termino la lata de un tirón. Mantengo la bebida dentro de mi boca, degustando su sabor con las mejillas infladas hasta que trago con fuerza — Me transformaron a los quince años — cerca de las dos décadas, pero aún no llegamos ahí — En un sitio en el cual sobreviví de puro milagro, porque estábamos escondidos del gobierno de Niniadis y mi cuerpo no aceptaba una maldición mágica al ser… Ah, sí, muggle — arqueo una ceja en su dirección, aprieto la lata y esta se arruga con un sonido metálico bajo mis dedos — Hablas de que no tengo idea de lo que sufriste y, posiblemente, no lo hago. Pero yo sufrí el gobierno de los Black, sufrí sus juegos, sufrí el tener que escapar por no tener magia en mis venas y he visto cosas horribles, quizá tantas como tú. Me esclavizaron, mataron a mi familia… y muchos de los que quedan siguen siendo empujados de este sistema que tanto defiendes.
Acabo de doblar la lata entre mis manos, el tono de mi voz disminuye a pesar de la claridad de mis palabras — Todos tenemos la opción de elegir el camino sencillo y el camino correcto y eso es lo que nos diferencia. Tú puedes tener tu techo y tu comida caliente, pero allá afuera hay personas que siguen siendo tan miserables como tú lo eras antes de que a alguien se le ocurriese salvar a tu sector de la población bajo ideas de limpieza y conservación mágica — es muy fácil aceptar a Magnar Aminoff cuando solo ves la imagen pública, la del hombre carismático preocupado por su pueblo y aceptador de sus errores — No vale la pena si salvaste tu condena social a costa de otros. Si tú puedes vivir con eso… adelante, pero yo he preferido seguir otra ruta. Ya he cargado demasiada mierda de políticos en mis manos como para querer seguir jugando este juego. La única razón por la cual soporto esto, es porque mi servicio mantiene con vida a alguien que me importa. Pero… ¿Vender mi alma por un plato de fideos? — lanzo la lata contra el cesto de basura más cercano, la oigo rebotar hasta que el chasquido me indica que la mezcla de magia y tecnología se ha encargado de evaporarlo — Jamás.
Acabo de doblar la lata entre mis manos, el tono de mi voz disminuye a pesar de la claridad de mis palabras — Todos tenemos la opción de elegir el camino sencillo y el camino correcto y eso es lo que nos diferencia. Tú puedes tener tu techo y tu comida caliente, pero allá afuera hay personas que siguen siendo tan miserables como tú lo eras antes de que a alguien se le ocurriese salvar a tu sector de la población bajo ideas de limpieza y conservación mágica — es muy fácil aceptar a Magnar Aminoff cuando solo ves la imagen pública, la del hombre carismático preocupado por su pueblo y aceptador de sus errores — No vale la pena si salvaste tu condena social a costa de otros. Si tú puedes vivir con eso… adelante, pero yo he preferido seguir otra ruta. Ya he cargado demasiada mierda de políticos en mis manos como para querer seguir jugando este juego. La única razón por la cual soporto esto, es porque mi servicio mantiene con vida a alguien que me importa. Pero… ¿Vender mi alma por un plato de fideos? — lanzo la lata contra el cesto de basura más cercano, la oigo rebotar hasta que el chasquido me indica que la mezcla de magia y tecnología se ha encargado de evaporarlo — Jamás.
Miro cómo se deshace de su lata y sigo andando, con la lentitud típica de estas rondas de vigilancia sin destino ni recorrido marcados, permitiéndome arrastrar los pies por las aceras asfaltadas del Capitolio. Pensando en las palabras del hombre que patrulla a mi lado, reflexionando en un largo silencio que me permito mantener. Nos transformaron a la misma edad. La mierda por la que tuvo que pasar él fue muy distinta a la mierda por la que tuve que pasar yo... Pero fue mierda, al fin y al cabo. Y esto ya no nos lo quitará nadie. Jamás.
—A mí me transformaron a los quince, también. Mi hermano. Y desde que atacaron las Colonias, nuestra vida fue un infierno. Hasta hace unos meses, cuando tuvimos la oportunidad de encontrar algo de calma aquí— digo, con un tono más pausado que el de antes, tras terminarme la cerveza yo también. Doblo mis dedos alrededor de la lata, haciendo que se encoja sobre ella misma, y la dejo caer dentro de una de las basuras que se distribuyen por las calles del Capitolio —Tu discurso político es admirable, Franco, se te ve muy convencido. A mí, sin embargo, me queda muy, muy lejos— digo, sin mucha emoción en mi tono —Porque partes del hecho de que tu forma de pensar es la buena, de que lo que tú defiendes es lo correcto. En un mundo con tantos grises, me parece incluso infantil— declaro, firme —. Dices que tu servicio aquí mantiene con vida a alguien que te importa. Que por eso lo haces. No te veo tan lejos de mi situación, entonces. Mi presencia en el escuadrón también es para mantener con vida a mis seres queridos. Para evitar que tengamos que volver a una situación nefasta y deprimente— me encojo de hombros.
Es muy fácil ver a los malos muy malos y a los buenos muy buenos. Y es todavía más fácil creer que los buenos muy buenos son los de tu bando. Pero eso nunca es así —Créeme, si hubiera la posibilidad de políticas inclusivas que dieran paz a todo el mundo, yo sería la primera de la fila. Pero la historia nos ha enseñado que eso nunca pasa. Que siempre salen unos perdiendo más que otros. Y, puestos a defender, defenderé al bando que haga que los míos salgan perdiendo menos— digo, sin más —Y los míos son mi hermano. Mis amigos cercanos. Los demás lobos del escuadrón— y los defenderé a capa y espada, a mordiscos si hace falta. Mi lealtad no va hacia los altos mandos ni hacia las leyes instauradas sin preguntar al pueblo. Mi lealtad va hacia mis compañeros, mis iguales. Y eso, en el mundo de la política, es lo único que tengo claro al cien por cien.
—A mí me transformaron a los quince, también. Mi hermano. Y desde que atacaron las Colonias, nuestra vida fue un infierno. Hasta hace unos meses, cuando tuvimos la oportunidad de encontrar algo de calma aquí— digo, con un tono más pausado que el de antes, tras terminarme la cerveza yo también. Doblo mis dedos alrededor de la lata, haciendo que se encoja sobre ella misma, y la dejo caer dentro de una de las basuras que se distribuyen por las calles del Capitolio —Tu discurso político es admirable, Franco, se te ve muy convencido. A mí, sin embargo, me queda muy, muy lejos— digo, sin mucha emoción en mi tono —Porque partes del hecho de que tu forma de pensar es la buena, de que lo que tú defiendes es lo correcto. En un mundo con tantos grises, me parece incluso infantil— declaro, firme —. Dices que tu servicio aquí mantiene con vida a alguien que te importa. Que por eso lo haces. No te veo tan lejos de mi situación, entonces. Mi presencia en el escuadrón también es para mantener con vida a mis seres queridos. Para evitar que tengamos que volver a una situación nefasta y deprimente— me encojo de hombros.
Es muy fácil ver a los malos muy malos y a los buenos muy buenos. Y es todavía más fácil creer que los buenos muy buenos son los de tu bando. Pero eso nunca es así —Créeme, si hubiera la posibilidad de políticas inclusivas que dieran paz a todo el mundo, yo sería la primera de la fila. Pero la historia nos ha enseñado que eso nunca pasa. Que siempre salen unos perdiendo más que otros. Y, puestos a defender, defenderé al bando que haga que los míos salgan perdiendo menos— digo, sin más —Y los míos son mi hermano. Mis amigos cercanos. Los demás lobos del escuadrón— y los defenderé a capa y espada, a mordiscos si hace falta. Mi lealtad no va hacia los altos mandos ni hacia las leyes instauradas sin preguntar al pueblo. Mi lealtad va hacia mis compañeros, mis iguales. Y eso, en el mundo de la política, es lo único que tengo claro al cien por cien.
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Infantil. Me le río, breve y con sorna, porque no puedo evitar pensar que todas estas personas son cobardes. Está bien, comprendo al ciudadano promedio, incluso a los funcionarios del ministerio que se esconden detrás de un escritorio para hacer funcionar un país y alimentar a su familia en el proceso. ¿Pero qué hay de los soldados? Hablo de esas personas que se pavonean por los pasillos del departamento de defensa burlándose de las personas a las cuales humillan, como lo hace nuestro querido compañero ladrón de pelotas. He visto aurores cometer delitos mucho más graves en el norte en su abuso de poder, apuntando con sus varitas a niños que tienen mucho más coraje que ellos. Si ves que algo está mal, simplemente lo rechazas, no lo alimentas — No estamos en la misma situación, cuando tú haces todo esto convencida de que Magnar te ha tendido la mano para sacarte del pozo. ¿Y sabes qué? Posiblemente lo ha hecho — le concedo — Pero en el mientras tanto, aún hay esclavos, aún hay personas que son rechazadas y tú los señalas como criminales. Sí, tú. Porque estás dentro de las filas que defienden al gobierno, que apoyan lo que un dictador está haciendo mientras condenas a otro a la misma mierda que tú ya viviste. Un pasado cargado de basura no limpia las manos de nadie, no cuando eres tú quien las sigue manchando.
Mis ojos la miran con obvia confusión, no sé si me está viendo la cara de idiota o vivió abajo de una roca por meses; que yo sepa, hay un distrito entero y enorme allá afuera que hoy anda agitando la bandera de la igualdad y ellos… nosotros, estamos trabajando bajo las órdenes de luchar contra ellos — Puedo comprender que quieras que tu familia no tenga problemas y hasta lo acepto — aclaro — Pero no me vengas a decir que crees en la igualdad, cuando la posibilidad está ahí y solo basta el estirar la mano para tomarla. Las cosas como son… Gente como tú, escoge la comodidad y el asiento seguro. Otros, simplemente, no queremos conformarnos y ciertas situaciones simplemente nos empujan hasta acabar… aquí — le doy una palmada en el hombro antes de seguir mi camino, sin ánimos de pelear. Pero no soportaré que las personas me digan que no existen chances, no cuando por años he vivido bajo el ala de la única opción que he encontrado para ser libre.
Mis ojos la miran con obvia confusión, no sé si me está viendo la cara de idiota o vivió abajo de una roca por meses; que yo sepa, hay un distrito entero y enorme allá afuera que hoy anda agitando la bandera de la igualdad y ellos… nosotros, estamos trabajando bajo las órdenes de luchar contra ellos — Puedo comprender que quieras que tu familia no tenga problemas y hasta lo acepto — aclaro — Pero no me vengas a decir que crees en la igualdad, cuando la posibilidad está ahí y solo basta el estirar la mano para tomarla. Las cosas como son… Gente como tú, escoge la comodidad y el asiento seguro. Otros, simplemente, no queremos conformarnos y ciertas situaciones simplemente nos empujan hasta acabar… aquí — le doy una palmada en el hombro antes de seguir mi camino, sin ánimos de pelear. Pero no soportaré que las personas me digan que no existen chances, no cuando por años he vivido bajo el ala de la única opción que he encontrado para ser libre.
—Oh, ¿me responsabilizas de la situación? ¿Por qué no vas a Hasselbach y le cuentas tu visión sobre todo esto, a ver qué opina ella?— le miro, sin mucha ilusión en los ojos. No me parece demasiado lícito su discurso, en algunas partes. No si se dedica a culpabilizarme. Sí, tal vez soy parte del mecanismo de funcionamiento del mandato de Aminoff porque me siento amparada y protegida por sus leyes. Pero yo, como individuo, no tengo la culpa de todo esto, ¿no?. Recuerdo lo que decía mamá durante la época en las Colonias, cómo hablaba de que las revoluciones siempre se hacen desde abajo, desde el pueblo. Cómo estudiaba historia con ella y me contaba cómo los obreros o aquellos con menos poder habían logrado revueltas y golpes para luchar por sus derechos. Por el cambio. Me fascinaba aprender sobre todo eso. Recuerdo también cómo estudiábamos las guerras. Los bandos. Las líneas entre "buenos" y "malos" siempre estaban divididas, difuminadas. Y la verdad es que siempre salían perdiendo los mismos: aquellos alejados de las cúpulas de poder. Porque sí, la revolución se hacía de abajo hacia arriba, pero la guerra siempre de arriba hacia abajo: liderada por los de arriba, llevada a cabo por los de abajo. Y yo soy perfectamente consciente de dónde estoy en esa escala.
Hay algo en toda esta conversación que me está tensando. Que me está poniendo de muy mal humor. Y con esta palmada en la espalda que me acaba de dar, mi enfado se ha multiplicado por diez. Ando hacia donde está él, alcanzándole —Los que están ahí fuera tendiendo la mano, como tú dices, son pocos. Demasiado pocos. Agarrar esa mano es un suicidio. Y no me vengas diciendo que es porque todo el mundo piensa esto y entonces nadie toma la oportunidad, porque no es así. Hay demasiado miedo a revivir demasiado dolor, y esa "oportunidad"— digo, enfatizando mis palabras haciendo el gesto de las comillas con los dedos —no lo es realmente. No en la situación que vivimos ahora mismo— porque lo vivo como una amenaza, casi. Y siento miedo a que puedan girarse las cosas, a que los humanos vuelvan a tomar el control y lo hagan tan mal como lo han hecho siempre. Miedo a saber que, en posición de poder, jamás van a aceptar a magos. Y menos a gente como yo. Y no quiero volver a pasar por eso.
Sigo andando, con algo removiéndose dentro de mí. Enfado, sí. En parte por su tonito de superioridad moral por creerse mejor que los demás, más noble, más todo. O tal vez es solo la percepción que estoy teniendo de él, porque por su culpa le estoy dando muchas vueltas a todo ahora mismo. Porque trozos de conversaciones con mi madre están volviendo a mi cabeza como dolorosos flashes. Realmente hubo un punto en mi vida en el que estuve muy interesada por la política. Pero lo dejé de lado para centrarme en sobrevivir. Y me parece muy irónico que ambas cosas no puedan ir de la mano.
Hay algo en toda esta conversación que me está tensando. Que me está poniendo de muy mal humor. Y con esta palmada en la espalda que me acaba de dar, mi enfado se ha multiplicado por diez. Ando hacia donde está él, alcanzándole —Los que están ahí fuera tendiendo la mano, como tú dices, son pocos. Demasiado pocos. Agarrar esa mano es un suicidio. Y no me vengas diciendo que es porque todo el mundo piensa esto y entonces nadie toma la oportunidad, porque no es así. Hay demasiado miedo a revivir demasiado dolor, y esa "oportunidad"— digo, enfatizando mis palabras haciendo el gesto de las comillas con los dedos —no lo es realmente. No en la situación que vivimos ahora mismo— porque lo vivo como una amenaza, casi. Y siento miedo a que puedan girarse las cosas, a que los humanos vuelvan a tomar el control y lo hagan tan mal como lo han hecho siempre. Miedo a saber que, en posición de poder, jamás van a aceptar a magos. Y menos a gente como yo. Y no quiero volver a pasar por eso.
Sigo andando, con algo removiéndose dentro de mí. Enfado, sí. En parte por su tonito de superioridad moral por creerse mejor que los demás, más noble, más todo. O tal vez es solo la percepción que estoy teniendo de él, porque por su culpa le estoy dando muchas vueltas a todo ahora mismo. Porque trozos de conversaciones con mi madre están volviendo a mi cabeza como dolorosos flashes. Realmente hubo un punto en mi vida en el que estuve muy interesada por la política. Pero lo dejé de lado para centrarme en sobrevivir. Y me parece muy irónico que ambas cosas no puedan ir de la mano.
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