No es papá con quien tenga problema, es mamá y su personalidad que es capaz de poner a cualquiera de cabeza, incluida a mí que por costumbre suelo ir a mi bola. De manera que en los últimos días en los que mi hermano mayor ha estado en la casa, organizando sus cajas y con nuestra madre pegada a su cuello para ayudarle con la mudanza, como loca del control que es, yo me he limitado a mirarle por encima del hombro, apenas intercambiando palabras más allá de no, no son buenos días, perro traidor. Lo de perro lo omito cuando está mamá delante, por supuesto. Así hasta que de un día para otro sus cosas ya estaban recogidas y tuve que tragarme el orgullo para agarrarme de su cintura en un intento de obligarlo a quedarse en la casa. También hubo llantos dramáticos por mi parte, del tipo no me dejes sola con la loca de la colinaaaaaaa, luego tuve que recompensar a mamá haciéndole cupcakes por la expresión, pero como sea, tampoco funcionó para que se quedara.
Pero mi lucha todavía no ha acabado, y es por eso que, exactamente a las diez de la noche, a una hora del toque de queda, según el reloj digital de mi muñeca, golpeo el timbre de la nueva vivienda de mi hermano. Una vez, dos, trescuatrocincoseissiete, pierdo la cuenta hasta que la cabeza rubia de Luka aparece por la puerta. — No te preocupes por mí, he conseguido provisiones, ni siquiera te voy a molestar, hasta he traído cereales para el desayuno. Eso sí, tendrás que dejarme un cepillo de dientes, tengo entendido que mamá te metió dos, sino tres. El tercero puede usarlo Milo. — todo eso lo digo en lo que me hago pasar por debajo de su brazo, con mi saco de dormir bajo el brazo y una mochila a mi espalda que poco me tardo en abrir al posarla en el suelo y dejar escapar la cabeza del perro por el agujero. — Así, muy bien, tumba, Milo. — le digo cuando extiendo el saco de dormir en el suelo, pero no me hace caso porque la casa es extraña y de por sí seguro ya está olisqueando para ver donde se encuentra Verde.


— Tendríamos que comprarnos un elfo, Verde — anunció alargando el brazo hasta tomar el teléfono. Apoyó ambos codos sobre la barra, tomándolo con ambas manos en los que subía y bajaba por las publicaciones de las redes sociales. — Tienes quien te hace la comida, yo no — lo acusó entonces con una media sonrisa en los labios, parándose de tanto en tanto en algunas fotos de compañeras que habían empezado a trabajar en el Ministerio y presumían de sus empleos de secretarias bien vestidas. Arrugó los labios, divertido, con las imágenes. Mas la misma no duró demasiado puesto que un incesante ruido le taladró la cabeza como… una docena de veces seguidas, al menos así le sonó. — Callahan — masculló con enfado, porque era la única de sus ‘conocidos’ que sabía dónde quedaba su apartamento, al menos hasta que terminara de arreglarlo todo y diera una fiesta en el mismo. — ¿Quién es el insuf — quiso preguntar, quedándose la pregunta a medias cuando hubo abierto la puerta y se coló bajo su brazo una enana de cabellos dorados. Una que hablaba más de lo que hubo hablado las dos últimas semanas. La mano del rubio permaneció en la puerta, sosteniéndola incluso cuando ya hubo entrado, girándose en redondo hacia ella cuando nadie más apareció al otro lado del pasillo. — ¿Has venido sola hasta aquí? — fue toda su respuesta inicial. Que no se había ido lejos, pero era tarde y le extrañaba que su madre le hubiera permitido irse sola, de noche y… con un saco, cereales y el perro metido en la mochila. Porque allí estaba Milo también.
Cerró la puerta, observando como su hermana se acomodaba con rapidez. — Ya me estás molestando — dijo avanzando hasta Verde y tomándolo antes de que se le ocurriera bajar y tuviera un nuevo encuentro con Milo. — Esos cepillos de dientes con para mis invitados, tú acabas de colarte en mi apartamento… con un saco de dormir. ¿Te has escapado de casa? — Que la entendía, vivir en aquella casa de locos era para perder la cabeza, pero tendría que joderse y esperar a tener la edad adecuada, como hizo él. — ¿Has decidido volver a hablarme o has venido a llamarme perro traidor? Porque mi orgullo tenía casi olvidado que me llamaste así durante una semana — habló en lo que se acercaba hasta ella.


Milo decide que es una buena oportunidad para ir a husmear el resto de habitaciones, así que lo veo mover su rabo con la nariz pegada al suelo en lo que se da un paseo por el pasillo principal. Por suerte aún no ha visto que Verde se encuentra entre las manos de mi hermano, así que por el momento no me tengo que preocupar de que se le salte encima como un acosador de camaleones. Ignoro por completo las acusaciones de mi hermano para centrarme en lo que es importante. — Pero yo soy una invitada, ¡no seas egoísta! — me quejo, de no ser así tendría que cederme uno de sus cepillos, aunque solo sea por amabilidad. — Si no me conformo con que compartas un poco de tu pasta de dientes, puedo lavármelos con el dedo por esta noche e ir mañana a comprar uno a la tienda de la esquina. Quizá esté abierta ahora... — vaya por dios, no hubiera esperado tener que usar dinero de mis ahorros para comprar un cepillo de dientes porque mi hermano es tan tacaño que se niega a ofrecerme uno.
Con una de mis manos me saco la chaqueta de encima y también la sudadera que me he puesto encima del pijama, que los pantalones del mismo ya los tengo puestos y solo necesito quitarme las botas de cordones y suela gruesa para descubrir mis calcetines. — Pero si no molesto, ni siquiera notarás que estoy aquí. — aseguro, alisando la tela del saco de dormir solo para proceder a meterme. Me giro sobre mí misma para poder mirar a mi hermano, apoyándome sobre uno de mis codos. — Eso fue el sentimiento de traición hablando, no me lo tengas en cuenta... ahora está todo bien, siempre y cuando me dejes vivir aquí claro. — pongo mis condiciones sobre la mesa, que de esto algo bueno tengo que sacar, aunque hay un pensamiento extra que me viene molestando dentro de mi cabeza... — ¿O es que tienes novia? ¿Es eso por lo que te has marchado de casa, como Lexie? — ya veo como se me aparece un pequeño puchero en los labios, a pesar de que lo interiorizo más para mí que para él. ¿Por qué la gente se empeña en tener novios y novias? Prffff, qué pereza.


— Tú no me molestas, quien vendrá cuando sepa que te has fugado es quien me va a molestar — contestó automáticamente. ¿Una pequeñísima debilidad del rubio? Bueno, acababa de meterse dentro de un saco de dormir extendido en el suelo de su comedor. — Kit… — se rascó la barbilla, dejando a Verde sobre el sofá y acuclillándose cerca de su hermana. — sabes que no puedes quedarte aquí — habló lo evidente, sentándose en el suelo y clavándose el teléfono que aún mantenía en el bolsillo trasero de sus pantalones. — tienes que controlar a Lex para que no se ahogue con su propia perfección, te dejé esa tarea —. Era complicado hacerla entrar en razón, tampoco iba a patear fuera de su casa a su hermana menor, pero tenía que conocer el límite que existía en ese momento. — Además, nunca te escapaste para ir a casa de Lex, ¿qué pasa contigo? Deberías dejar de hacer tan evidente que soy tu favorito — se burló. La diferencia era clara, pero disfrutaba con ello.
Tomó teléfono y buscó entre los contactos el de una pizzería cercana. Por sus palabras ella ya había cenado, pero el rubio había llegado hacía escasos minutos. Apoyó la espalda contra la mesa baja, con el teléfono pegado a la oreja en lo que pedía. — No has cenado judías, espinacas o algo de eso, ¿verdad? — le preguntó colocando la mano sobre el micro y dirigiéndose a su hermana.


Me acomodo un poco sobre el saco, tirando de la parte que voy a usar como manta, que el suelo está frío en este invierno que parece durar años. — ¿Te refieres a mamá, verdad? No hay nada de qué preocuparse, lo tengo todo controlado, le dije que había explotado una de mis pociones y que si no quería morir de olor fétido, no entrara en mi cuarto por las próximas veinticuatro horas. Inteligente, ¿eh? — sonrío, asintiendo al unísono de manera que me estoy alabando a mí misma por mi cerebro. Me pregunto cuánto tiempo pasará hasta mi madre no aguante las ganas de meter su nariz dentro de ese desastre para tratar de arreglarlo, que todos sabemos que puede darle algo si no lo tiene todo bajo control. Por eso también coloqué un hechizo en la puerta para mantenerla entretenida por al menos durante unas cuantas horas. — Pues porque Lex iba a casarse, ¿lo recuerdas? No era plan de colarme en medio de su luna de miel pre boda. — no tengo hermano favorito porque soy bastante justa en ese aspecto, sí que cada uno tiene su propios aspectos llamativos que me pueden divertir más o menos.
Como si pudiera oler lo que anda pidiendo desde aquí, levanto un poco la barbilla para acercarme en su dirección, justo en el momento en el que escucho las patas de Milo acercarse hasta tumbarse sobre mis piernas. Se ve que tras su inspección, ha aprobado el lugar. — No, odio las espinacas. ¿Por qué? ¿Vas a pedir pizza? Si lo dices por mí, me gusta la de pepperoni, gracias. — que creo que no lo decía por mí, pero qué va, estoy creciendo y tengo hambre, esto puede ser la re cena. No hace falta decir más, mi mano acaricia la cabeza del perro, también detrás de sus orejas. — Y no has contestado a mi pregunta, ¿sí tienes novia? — esta vez lo afirmo, en búsqueda de una pregunta más congruente.


Alzó la mirada del teléfono en dirección a su hermana. — No demasiado en realidad. Eres muy ingenua si crees que dejará que una habitación huela así. No me extrañaría que ahora mismo esté abriendo la puerta y esté o histérica, o histérica mientras rebusca entre tus cosas — negó nuevamente con la cabeza, estirando las piernas y regresando la atención al teléfono, marcando el correcto y llevándoselo a la oreja. Siempre creyó que lo de su hermana era más una fachada que otra cosa pero no hizo comentario alguno, a la espera de que su llamada fuera tomada pero antes insinuándole a Kitty si había cenado. — De pepperoni entonces — comentó a su interlocutor, colgando una vez hubo hecho el pedido y dejando el teléfono a un lado. Se volvió apenas un ápice, cerciorándose de que Verde seguía en su sitio en lo que Milo se acomodaba con su hermana. Se desordenó el cabello con la diestra, dejándola apoyada en el cuello por la insistente pregunta. — Puede que en unos días lleve a alguien a casa — contestó. Porque un par de días atrás le ganó una apuesta a cierta veela que tendría que acompañarlo a una interesante cena que ya le había informado. ¿Cómo reaccionarían al saber la naturaleza de la joven? Eso era lo más divertido del asunto.
Se inclinó al frente, acariciando la cabeza de Milo que descansaba sobre las piernas de su hermana. — ¿Mañana no tienes clase? — preguntó. Porque no era viernes ni fin de semana y la enana al día siguiente tendría que ir, no se iba a librar por haberse colado en su apartamento.


— He puesto encantamientos en casi todos mis cajones personales, ¿sabes? Mamá no se atrevería a hurgar entre ellos, sabe que se lo tengo prohibido, y sino, habrá una sorpresa para ella esperándola si sigue insistiendo. — digo, hasta se me escapa un tonito de orgullo por haber sido capaz a convertir mi habitación en una especie de jaula tramposa para que mi madre no tenga permitido meter su nariz en mis asuntos privados. No quiero volver a verla histérica perdida porque se encontró una pecera llena de renacuajos al fondo de mi armario de ropa, ¿se pueden creer que descarada? — Ooohhhh, ¿de veras? ¿Puedo saber cómo se llama? — me remuevo un poco en el sitio para poder sentarme sin molestar a Milo, a pesar de que apenas despego la vista de mi hermano. ¿Quién lo diría? ¡Luka con novia! — Tengo clase, sí, ¿acaso es un problema? La parada de trasladores queda un poco más lejos desde aquí, ¡pero no pasa nada! No me importa madrugar, eso sí, vas a tener que dejarme unos pantalones, ¿todavía tienes el uniforme del colegio o ya lo tiraste? Porque entre los cereales y los premios de Milo, se me olvidó meter ropa para mí. — la desventaja de haber venido ya con el pijama puesto… Aparecer así por clase me ganaría una amonestación seguro.


Su madre había parecido perdido parte de sus habilidades… o quizás solo estaba cansada y prefería cerrar los ojos a determinadas cosas, siempre que no dañaran la imagen de la familia frente a los demás. Se levantó del suelo. — Bajo su techo ella pone las prohibiciones, enana. — Sólo era confiada, pero estaba seguro de que su madre lo tenía todo controlado, incluso los teléfonos toqueteaba, y por aquella razón él tenía uno de respaldo para todas las cosas importantes. Negó divertido, encaminándose hacia la cocina y rebuscando en el frigorífico hasta encontrar un refresco. — Ya la conocerás. — ¿No seas mala? ¿Demasiado directa? Eran peticiones obvias si llevara realmente a casa a alguien en quien estuviera interesado y no por venganza por entrometerse en su apartamento.
Retiró la anilla y bebió directamente de la lata. — No iba a traer conmigo cosas tan inútiles como los pantalones del Royal, sin contar con que irías pisándolos. — dijo cuando hubo tragado y apoyado la lata sobre la barra. Si la mandaba a casa se ganaría su odio, si no lo hacía su madre entraría en cólera cuando supiera que se había escapado y le tocaría algún tipo de charla que prefería no tener que seguir sufriendo. Con ninguna de las opciones sacaba algo bueno para sí mismo. — Eres pésima en esto de fugarte de casa. — fue lo que dijo antes de escuchar el timbre de la puerta. Tomó su cartera en el camino y fue hasta la misma para encontrarse con el repartidor. — Así que no vuelvas a hacerlo, o al menos avísame para que vaya a recogerte con alguna escusa. — advirtió ya que su hermana podría haberse encontrado con cualquier loco teniendo en cuenta la situación. Cerró la puerta y volvió hasta el comedor, colocando la pizza sobre la mesa y abriéndola de par en par. Tomó un trozo que se llevó a la boca aunque aún estuviera demasiado caliente.


— Bajo su techo, bajo su techo… ¡también es mi techo! Si no, que no me hubiera tenido. — bufo, que si solo nuestra madre va a poder poner las condiciones en la casa, esto pronto se va a convertir en una dictadura, si es que no lo es ya. Y encima me he quedado sola, ¡sola! No, sola no, que voy a vivir aquí, eso está más que hecho. — Mmmm… así que prefieres hacerte el misterioso, muy bien, ¿qué te parece si yo hago preguntas y tú solo tienes que responder con un sí o con un no? — es una propuesta que hago mientras me salgo del saco, Milo apenas se inmuta y se remueve para poder ponerse más cómodo ahora que tiene toda la manta para él. — ¿Eeeeees… mayor que tú? — de todas las preguntas que podría haber escogido, tuve que escoger la menos interesante.
Tomo asiento en una de las sillas altas, apoyando los codos para poder observar bien a mi hermano. Sí, mi cara también está pidiéndole algo para beber, ya me colé en su casa, ¿tengo que también usurpar su nevera? — Bueno… quizá por el recuerdo, que sé yo, entonces tendré que ir en pijama a la escuela, ¡espera! Puedo decirle a una amiga que me lleve uno suyo, así me cambio en los baños, ¿me dejas tu teléfono? — extiendo la mano, que ya se sabe que yo no uso móvil. — Tsss, solo fueron un par de detallitos. — detallitos menores, nada que no se pueda solucionar, ¿vieron? Un par de llamadas telefónicas y más tarde… problema resuelto. Los adultos se ahogan en un vaso de agua. — Está bien, ¿también te tengo que avisar ahora que voy a vivir aquí o como va? — con cuidado de no quemarme tomo uno un trozo de la pizza caliente y soplo un poco antes de mordisquearla con los dientes.


Bebió del refresco, observando a la menor desde la parte superior de la lata. La apoyó a un lado, dejando las manos sobre el perfil de la encimera con la mirada en ella. Al menos no estaba todo perdido y la enana se parecía un poquito a él; queriendo saltarse todas las normas de casa y quejándose sobre las mismas, poniendo barreras para tapar aquello que sabía que su madre no apoyaría. Se rascó la barbilla con la diestra. Golpeteó con el pulgar su mentón y siseó. ¿Era mayor o menor que él? Definitivamente era menor aunque tratara de hacerse la adulta con la cabeza bien amueblada. — No. — fue lo único que pronunció, sonando seguro de sus palabras aunque no lo supiera realmente. — ¿Por qué sientes curiosidad? No es como si fuera la primera. — acabó por acompañar sus palabras en lo que se sentaba en otro de los taburetes, encontrándose con la expresión y acabando por levantarse para entregarle un refresco también a ella.
Tomó un trozo de pizza y masticó un bocado con la boca medio abierta por lo caliente que estaba. — Tu único amigo es Brian, no trates de engañarme. — balbuceó dejando la pizza a un lado de la caja y quitando un par de trozos de peperoni que puso encima del trozo de Kitty. — No borres la llamada — dijo en lo que tomaba el teléfono y lo desbloqueaba antes de entregárselo con la aplicación del marcador directamente en la pantalla. —, o dile que guarde el contacto para llamarme cuando llegues a clase mañana. —. Espera, ¿se estaba convirtiendo en Alexa? Tuvo que beber de su refresco para no ahogarse. Pero teniendo a Kitty allí no era fácil no ahogarse cuando lo interrumpía. — Primero, solo hay una cama. — tomó de nuevo su trozo y lo mordió, masticando con algo más de calma. — Y segundo, no vas a vivir aquí, tendrás que esperarte a cumplir la edad suficiente como para poder huir de casa. — mostró una fraternal sonrisa que poco tardó en convertirse en una burlona. — Ahora puedes tener mi habitación como trastero o laboratorio secreto, las mujeres solo sabéis quejaros. — chasqueó la lengua.


— Pero sí es la primera vez que te mudas de casa por una chica. — apunto inteligentemente, lo cual creo que, en parte, me estoy inventando. — ¿Es guapa? — otra pregunta que malgasto con tonterías, digo, por normal general todas las chicas que he visto con Luka, tienen esa característica. Con el trozo de pizza en la mano, me acerco la esquina para devorar un buen cacho en lo que se me ocurre algo más interesante. — ¿De qué la conoces? — me doy cuenta de que me salto mi propia norma de responder con monosílabos, pero si lo digo convencida puede que hasta ni se dé cuenta.
— Tengo más amigos que Brian. — replico, con un ruedo de ojos, y se lo voy a demostrar, mismamente tomando el teléfono que me entrega para hacer una llamada rápida a Gwen, una de mis muchas amigas. Lo remarco en mi cabeza, pero en realidad tendría que estar diciéndoselo a mi hermano. — ¿Quién eres, mamá? — me mofo, tendiéndole el aparato una vez he terminado de hablar con quien me llevará un uniforme para mañana. — Tranquilo, si no apareciera por clase, mamá sería la primera en enterarse y después procedería a llamar al pelotón de búsqueda. — bromeo, sí, pero no estoy tan segura de que no sea algo que haría mamá en caso de recibir una notificación de mi profesor diciendo que no he aparecido por la clase. — ¡Y por qué crees que he traído mi saco! Puedo dormir en el suelo unos días, luego te usaré el sofá porque estoy creciendo y no es bueno para mi espalda, aunque leí en una revista que dormir en el suelo es en realidad muy beneficioso... — bueno, que me estoy saliendo de tema, ¡no se vale! — ¿Peeeeeero por queeeeeeeeé? Eres un aguafiestas, te vas a aburrir aquí tú solo todo el día, y cuando regreses a casa, clamando mi perdón, te dejaré que duermas con Milo en su cama perruna como venganza, porque habré convertido tu cuarto en un inventario. — afirmo, ya le robo de a poco cosas a nuestra tía Sigrid de vez en cuando, mi armario es testigo de ello.


Mordisqueó el trozo de pizza que aún sostenía en la mano, sintiendo como Verde subía por su pierna lentamente hasta acabar tratando de ascender por su cuerpo y colocarse sobre el hombro. El animal tenía una obsesión con cualquier cosa que el rubio comiera, y siempre se encaramaba en él cuando comía fuere lo que fuere. Quiso hacer un aspaviento con la mano, queriendo alejarlo un poco mientras el mismo agarraba partes de su camiseta en un intento de seguir subiendo por su ropa; pero el gesto quedó solo en un pensamiento. — Extremadamente guapa. Muchos dirían que irresistible. — contestó con cierta ironía en sus palabras, una que su hermana no entendería hasta el día que la conociera. Acercó la mano libre al reptil y lo ayudó a llegar hasta su hombro, deslizando el índice por la rasposa espalda del mismo cuando lo hubo dejado allí. — Puedes llamar a su puerta cuando te vayas, quizás te recibe en su casa y todo. — arqueó ambas cejas y volvió a morder el trozo, masticando con rapidez y volviendo a tomar el último para agarrar el refresco.
— Vale, vale. — asintió con la cabeza con la bebida aún contra los labios y una sonrisa divertida en los labios, manteniendo la mirada en la enana mientras hablaba por teléfono con una de sus supuestas amigas. — Creo que tu padre se enteraría antes que mamá, recuérdalo. — puntualizó en lo que se levantaba del suelo sacudiéndose las manos contra los pantalones de trabajo y estiraba los brazos hacia arriba con total tranquilidad. Siendo testigo del drama de Kitty desde aquella posición, asintiendo con la cabeza, dándole la razón como a los locos. — ¿Quién te crees que soy? No te puedo dejar durmiendo en la suelo. Eso me dejaría como un mal hermano mayor. — puso los ojos en blanco y se desordenó el cabello a sí mismo, rascándose la parte posterior de la cabeza en el proceso. — Tengo muchas cosas que hacer, no es como si estuviera demasiado tiempo aquí, así que no tendré tiempo de extrañar tu preciada presencia. Así que creo que rechazaré tu propuesta de dormir con Milo. — puntualizó —, y espero que no sea un inventario de esas cosas frikis que coleccionas. — se burló entonces de ella, inclinándose en su dirección y tomándola sobre el hombro que aún tenía libre. Llevándola como un saco de patatas hasta la habitación donde la dejó sobre la cama sin demasiado cuidado. — Duerme aquí, yo iré al sofá esta noche. Pero mañana te acompañaré hasta el colegio y luego dejaré a Milo en casa sin que nadie se dé cuenta de que antes no estaba. — habló mientras se alejaba de ella, y señaló al perro con un dedo antes de que el mismo se subiera también a la cama junto a su dueña, y él abandonara la habitación entrecerrando la puerta tras de sí. Porque era un desastre, pero era su pequeño desastre.


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