OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Vamos, nadie puede decir que no estoy teniendo días difíciles porque todo en mi comportamiento es una muestra de lo molesta que ando con el mundo en general. Lo peor es que son cosas particulares que están sucediendo en mi vida personal lo que implica que me irrite todo mucho más que de costumbre, que sé que no soy precisamente un rayo de sol y tiendo a tener una actitud un tanto peculiar, pero llega a ser un problema cuando hasta yo misma me doy cuenta de ello. Soy consciente de que empiezo a caer en las mismas manías que cuando no era más que una cría, las cuales incluían aislarme en mi dormitorio, prescindir de la comida y refugiarme en mi mal humor hasta que se me pase. Por norma general me suele durar unos días, pero puedo masticar mi odio durante un par de semanas debido a lo que ocurrió con mi madre.
¿Lo peor? Lo peor es saber que la estoy dejando ganar, si es que se tratara de una competición por ver quién puede ser más zorra, más arrogante. Es lo que me tiene pidiendo a mis superiores, los que sí cuentan, no Rebecca, que por favor me pongan en guardia para la noche de Navidad, para el día después, también para nochevieja y todos los días festivos que se les puede ocurrir a la gente que sí tiene un motivo para celebrar en estas fiestas. Tenía por seguro que no acudiría a las cenas de mis padres, así que no hay problema en doblar turno si es que así me libro de tener que dar una excusa que todavía me deje más como una desagradable. Ni que me importe a estas alturas, se han ganado mi rencor a pulso. El caso es que no, al parecer no es solo mi actitud lo que denota mis humores, que el líder de mi escuadrón se cree que mi mal aspecto se debe todavía a secuelas de lo que pasó en el nueve.
Así que me tengo que resguardar en lo que más odio, convirtiéndome así en una hipócrita, sin pensarlo estoy empezando a coleccionar rasgos de mi maravillosa madre, y le miento a Dave diciéndole que sí, que ha sido muy mala suerte el que tenga que trabajar justamente en la fecha más mágica del año. Creo que es ron lo que me llevo a los labios ni bien sale por la puerta, después de esperar los segundos propios de bajar las escaleras no vaya a ser que vuelva y todavía se piense que bebo en el trabajo, la verdad es que estas últimas semanas no he estado dando la mejor de mis imágenes. De alguna manera acabo con la ventana del salón de par en par, sentada sobre una silla que acerqué con mis piernas recogidas para poder fumar sin dejar una peste en la habitación. Pero qué va, esa la sigo llevando yo encima así que no importa mucho que haga el esfuerzo. También saco una mano para apreciar los copos de nieve que caen sobre el asfalto de la calle, porque sí, no son suficientes los villancicos que escucho a través de las ventanas de otras casas, también tiene que nevar para que quede constancia de lo triste que es mi vida.
Matemáticamente calculé de forma precisa lo que tardaría David en llegar hasta su casa, proceder a sentarse, con lo charlatán que es estaría unas horas hablando con su familia sobre cosas banales de la vida, de modo que conociéndolo, la charleta podría extenderse hasta las cuatro de la mañana. ¿Entonces por qué narices aparece de vuelta apenas son las doce de la noche? Tengo que mirar el reloj un par de veces para darme cuenta de que no, que soy yo la que ha confundido las agujas y en realidad es la hora calculada correcta. Se viene una estampida muy rápida en lo que me bajo de la silla, chocándome en el proceso con la misma pata por la velocidad, que casi ni llego a darle otra calada al cigarro antes de tirarlo por la ventana. Perdónsilecayóaalguiendisfrazadodeenanocantandovillancicos. — ¿Tan deprisa se acabó la fiesta en casa de los Meyer? — trato de hablar con normalidad, lo consigo si no fuera porque trastabilleo con mi propio pie, pero me recompongo de manera excelente, colocando una de mis manos detrás mi cintura en una pose natural. — Me relegaron de mi puesto hace unas horas, ya sabes, que no había suficientes enanos que multar, cantaban bien. — digo, como si el que tengan dotes para el canto o no fuera la razón de ser castigados. De igual forma, ahora mismo solo puedo mantener la concentración en no moverme demasiado por las vueltas del lugar dentro de mi cabeza, como para preocuparme de soltar estupideces.
¿Lo peor? Lo peor es saber que la estoy dejando ganar, si es que se tratara de una competición por ver quién puede ser más zorra, más arrogante. Es lo que me tiene pidiendo a mis superiores, los que sí cuentan, no Rebecca, que por favor me pongan en guardia para la noche de Navidad, para el día después, también para nochevieja y todos los días festivos que se les puede ocurrir a la gente que sí tiene un motivo para celebrar en estas fiestas. Tenía por seguro que no acudiría a las cenas de mis padres, así que no hay problema en doblar turno si es que así me libro de tener que dar una excusa que todavía me deje más como una desagradable. Ni que me importe a estas alturas, se han ganado mi rencor a pulso. El caso es que no, al parecer no es solo mi actitud lo que denota mis humores, que el líder de mi escuadrón se cree que mi mal aspecto se debe todavía a secuelas de lo que pasó en el nueve.
Así que me tengo que resguardar en lo que más odio, convirtiéndome así en una hipócrita, sin pensarlo estoy empezando a coleccionar rasgos de mi maravillosa madre, y le miento a Dave diciéndole que sí, que ha sido muy mala suerte el que tenga que trabajar justamente en la fecha más mágica del año. Creo que es ron lo que me llevo a los labios ni bien sale por la puerta, después de esperar los segundos propios de bajar las escaleras no vaya a ser que vuelva y todavía se piense que bebo en el trabajo, la verdad es que estas últimas semanas no he estado dando la mejor de mis imágenes. De alguna manera acabo con la ventana del salón de par en par, sentada sobre una silla que acerqué con mis piernas recogidas para poder fumar sin dejar una peste en la habitación. Pero qué va, esa la sigo llevando yo encima así que no importa mucho que haga el esfuerzo. También saco una mano para apreciar los copos de nieve que caen sobre el asfalto de la calle, porque sí, no son suficientes los villancicos que escucho a través de las ventanas de otras casas, también tiene que nevar para que quede constancia de lo triste que es mi vida.
Matemáticamente calculé de forma precisa lo que tardaría David en llegar hasta su casa, proceder a sentarse, con lo charlatán que es estaría unas horas hablando con su familia sobre cosas banales de la vida, de modo que conociéndolo, la charleta podría extenderse hasta las cuatro de la mañana. ¿Entonces por qué narices aparece de vuelta apenas son las doce de la noche? Tengo que mirar el reloj un par de veces para darme cuenta de que no, que soy yo la que ha confundido las agujas y en realidad es la hora calculada correcta. Se viene una estampida muy rápida en lo que me bajo de la silla, chocándome en el proceso con la misma pata por la velocidad, que casi ni llego a darle otra calada al cigarro antes de tirarlo por la ventana. Perdónsilecayóaalguiendisfrazadodeenanocantandovillancicos. — ¿Tan deprisa se acabó la fiesta en casa de los Meyer? — trato de hablar con normalidad, lo consigo si no fuera porque trastabilleo con mi propio pie, pero me recompongo de manera excelente, colocando una de mis manos detrás mi cintura en una pose natural. — Me relegaron de mi puesto hace unas horas, ya sabes, que no había suficientes enanos que multar, cantaban bien. — digo, como si el que tengan dotes para el canto o no fuera la razón de ser castigados. De igual forma, ahora mismo solo puedo mantener la concentración en no moverme demasiado por las vueltas del lugar dentro de mi cabeza, como para preocuparme de soltar estupideces.
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Navidad es la peor fecha para sentir las ausencias, en todo momento de la cena busco sobre los platos de la mesa a las personas que solían sentarse del otro lado y a mi mejor amigo entendiendo sin hablar lo que le decía con solo mirarlo a los ojos. Es doloroso que el aniversario de su muerte sea tan cerca de esta festividad, de la mejor manera que podemos, llenamos el comedor de charla y mi hermana se encarga de superar a mi padre en cada chiste que hace. Nadie pudo desde hace años conseguir que se fuera a la cama en el horario que debería, se queda con nosotros hasta después de la medianoche y se queja porque le gusta quejarse de que la asfixie con un abrazo en el sillón, mientras nuestros padres cumplen ese clásico de desafinar un villancico, claro que papá solo se encarga de alargar las a en un falso coro y es sobre mamá que cae la mayor parte de la responsabilidad de tal masacre. ¿Por qué esta tortura todos los años? Sobre las ramas del árbol decorado quedan un montón de palomitas que les arrojamos entre abucheos.
Por lo menos traigo un regalo bajo el brazo cuando vuelvo al departamento, espero encontrármelo a oscuras porque no hacemos eso de dejar luces prendidas que derrochen energía, así que mi primera sorpresa se lleva encontrar que la luz principal de la sala sí lo está. No sé si es sorpresa, es algo más grande que eso lo que llena mi cara cuando veo a Alecto, en lo que podría casi jurar que el cuadro perfecto de decadencia en noche de Navidad. Cargo con el paquete hasta detenerme al comienzo de la alfombra, aun a unos buenos pasos de ella, mi rostro tan limpio de cualquier otra emoción que no sea incredulidad de verla aquí. —¿Te mandaron a casa por golpear a uno de esos enanos?— pregunto, siendo un comentario sutil, queda implícito entre nosotros su mal humor de estos días, que puedo adivinar de qué se trata, pero trato de no meterme más de lo que ya me meto en su vida y a veces cuando le robo shampoo si no está. —¿No te llamaron a trabajar, verdad?— soy un idiota, no la llamaron. Me dijo que lo hicieron, pero no era cierto. ¿Con quién iría a pasar Nochebuena? ¿Con su familia? ¿Cuál? Esa última es la pregunta cruel que hasta a mí me duele.
—Alec, me hubieras dicho— sueno duro al decirlo, creo que en estos días no ando con mucho ánimo para actuar como si nada pasara. —Hubieras venido conmigo, a mis padres no les molestaría— y no lo digo solo porque veo en sus caras como todavía las nuevas ausencias logran remover cosas viejas en ellos. —Eres mi amiga y eres bienvenida a la casa de mi familia siempre que quieras— suspiro con un poco de fastidio, no puedo creer que no me haya dicho nada. Camino hasta ella para recoger la botella de ron y se lo muestro, lo coloco delante de su nariz, levanto mis cejas haciendo una pregunta que no necesito formular, ni ella tampoco responder. ¿En serio? Ignoraré el resto y el olor que todavía queda flotando en el ambiente. —Me llevo esto y te traeré tu regalo, ¿qué caso tiene esperar hasta mañana?— hablo para mí, si estas a unas pocas horas de que amanezca. Arrastro mis pies hasta el dormitorio donde, como cabría esperar, el perro está durmiendo sobre la cama y así su dueña goza de toda impunidad para estar emborrachándose en la ventana. Bravo a los dos, me voy un par de horas de esta casa y todo se vuelve un descontrol, ¿cuándo se invirtieron los roles? Regreso a la sala con el ron y un paquete que se lo tiendo, es blanco, claro, igual que el suéter tejido que está dentro.
Por lo menos traigo un regalo bajo el brazo cuando vuelvo al departamento, espero encontrármelo a oscuras porque no hacemos eso de dejar luces prendidas que derrochen energía, así que mi primera sorpresa se lleva encontrar que la luz principal de la sala sí lo está. No sé si es sorpresa, es algo más grande que eso lo que llena mi cara cuando veo a Alecto, en lo que podría casi jurar que el cuadro perfecto de decadencia en noche de Navidad. Cargo con el paquete hasta detenerme al comienzo de la alfombra, aun a unos buenos pasos de ella, mi rostro tan limpio de cualquier otra emoción que no sea incredulidad de verla aquí. —¿Te mandaron a casa por golpear a uno de esos enanos?— pregunto, siendo un comentario sutil, queda implícito entre nosotros su mal humor de estos días, que puedo adivinar de qué se trata, pero trato de no meterme más de lo que ya me meto en su vida y a veces cuando le robo shampoo si no está. —¿No te llamaron a trabajar, verdad?— soy un idiota, no la llamaron. Me dijo que lo hicieron, pero no era cierto. ¿Con quién iría a pasar Nochebuena? ¿Con su familia? ¿Cuál? Esa última es la pregunta cruel que hasta a mí me duele.
—Alec, me hubieras dicho— sueno duro al decirlo, creo que en estos días no ando con mucho ánimo para actuar como si nada pasara. —Hubieras venido conmigo, a mis padres no les molestaría— y no lo digo solo porque veo en sus caras como todavía las nuevas ausencias logran remover cosas viejas en ellos. —Eres mi amiga y eres bienvenida a la casa de mi familia siempre que quieras— suspiro con un poco de fastidio, no puedo creer que no me haya dicho nada. Camino hasta ella para recoger la botella de ron y se lo muestro, lo coloco delante de su nariz, levanto mis cejas haciendo una pregunta que no necesito formular, ni ella tampoco responder. ¿En serio? Ignoraré el resto y el olor que todavía queda flotando en el ambiente. —Me llevo esto y te traeré tu regalo, ¿qué caso tiene esperar hasta mañana?— hablo para mí, si estas a unas pocas horas de que amanezca. Arrastro mis pies hasta el dormitorio donde, como cabría esperar, el perro está durmiendo sobre la cama y así su dueña goza de toda impunidad para estar emborrachándose en la ventana. Bravo a los dos, me voy un par de horas de esta casa y todo se vuelve un descontrol, ¿cuándo se invirtieron los roles? Regreso a la sala con el ron y un paquete que se lo tiendo, es blanco, claro, igual que el suéter tejido que está dentro.
¿Quién dijo nada de golpear a un enano? Que no es como que no me hayan entrado ganas de golpear cosas en los últimos días, pero he llegado a la conclusión de que ebria soy mucho más fácil de manejar que sin un mililitro de alcohol en el organismo, quizá por eso que suelo alejarme de las barras siempre que puedo. Pero creo que no habría encontrado otra forma de entretenerme en estas fechas horrorosas, plagadas de gente feliz y sí, enanos cantando por todas las esquinas. ¿Es un poco egoísta por mi parte el decir que me molesta su felicidad? Porque lo hace, me recuerda todo lo miserable que soy y lo mucho que me parezco a mi asquerosa madre por eso. — Alguien tenía que cuidar del perro… — respondo en defensa, a mi cabeza flotando en alcohol se le da mejor lo de inventar excusas que a mi yo sobria, que solo es capaz a decir que tenía que trabajar esta noche. Lo del perro hubiera sido mucho más convincente seguro, con esa cara de pena que pone, ¿cómo íbamos a dejarlo solo?
Obvio que Meyer tiene esa manía de creer que necesito de su caridad, a lo que respondo con un ruedo de ojos, una no muy buena idea cuando lo mismo hace que me tambalee en el sitio y necesite de apoyarme en la silla para mantenerme de pie. — Hubiera asustado a tu hermana, ya te dije que odio la Navidad, ¿no es así? Sería como… el bicho ese verde que sale en la televisión, ¿cómo se llamaba? — seguro él lo sabe, que han salido películas animadas y hasta creo que una en versión carne y hueso. Me quedo pensativa un momento en el sitio, balbuceando un ‘mmmm’ que deja claro que lo estoy pensando, hasta llevo un dedo al aire para cortarle de hablar en lo que se me ocurre qué era. — Grinch, soy como el Grinch. — afirmo con la cabeza, con los párpados entornados en lo que saboreo mi propia saliva en la boca, la mezcla de tabaco y alcohol no es realmente placentera, si voy a ser honesta. — Así que gracias por el ofrecimiento, pero no gracias, me la he pasado muy bien con… con las plantas y migo misma también. — llego al nivel de patetismo en que ni sé armar frases correctamente.
No sé que pretende cuando me enseña la botella, mis ojos se ponen bizcos por la cercanía e imito su comportamiento de alzar las cejas, como si no tuviera idea de lo que me está hablando. ¿Cuenta el puchero para considerarme inocente en esta historia? — No te pedí ningún regalo. — farfullo por lo bajo, dando los pasos que me separan del sofá para dejarme caer de cara a los cojines y así esconder mi rostro en la misma. Nada se compara con todo lo que da vueltas dentro de mi cabeza, mis pensamientos formando un remolino luminoso dentro de la negrura al cerrar los párpados, que me tienen creyendo si no estaré pensando en voz alta sin quererlo. Tengo que girarme sobre mi misma cuando David regresa, pasando a quedar tumbada sobre un lado. — ¿Que no te habías ido a dormir? — replico, pero no soy tan desagradecida, al menos no borracha, como para no interesarme por el paquete. — ¿Qué es? — pregunto como la niña que no soy solo para terminar tirando del envoltorio y descubrir un tejido blanco, blanco y suave que me lleva a pasar la mano por encima para diferenciar el tacto. — Qué suave… — lo llevo a mi mejilla también para comprobarlo, alargando el momento en el que tengo que tragarme mi ego y mirarle con la disculpa formándose en mis ojos. — ¿Es ahora que tengo que darte las gracias y decirte después que yo no te compré nada porque soy el ser más desagradable del planeta? — soy el Grinch, definitivamente soy el coso verde que roba regalos y molesta a sus vecinos. Me abrazo al jersey, apoyando la cabeza sobre él al regresar la misma sobre el sofá. — Gracias, Dave, tienes el corazón de un oso panda… no sé como no he conseguido patearte de mi vida también — creo que lo intenté varias veces, ¿no?
Obvio que Meyer tiene esa manía de creer que necesito de su caridad, a lo que respondo con un ruedo de ojos, una no muy buena idea cuando lo mismo hace que me tambalee en el sitio y necesite de apoyarme en la silla para mantenerme de pie. — Hubiera asustado a tu hermana, ya te dije que odio la Navidad, ¿no es así? Sería como… el bicho ese verde que sale en la televisión, ¿cómo se llamaba? — seguro él lo sabe, que han salido películas animadas y hasta creo que una en versión carne y hueso. Me quedo pensativa un momento en el sitio, balbuceando un ‘mmmm’ que deja claro que lo estoy pensando, hasta llevo un dedo al aire para cortarle de hablar en lo que se me ocurre qué era. — Grinch, soy como el Grinch. — afirmo con la cabeza, con los párpados entornados en lo que saboreo mi propia saliva en la boca, la mezcla de tabaco y alcohol no es realmente placentera, si voy a ser honesta. — Así que gracias por el ofrecimiento, pero no gracias, me la he pasado muy bien con… con las plantas y migo misma también. — llego al nivel de patetismo en que ni sé armar frases correctamente.
No sé que pretende cuando me enseña la botella, mis ojos se ponen bizcos por la cercanía e imito su comportamiento de alzar las cejas, como si no tuviera idea de lo que me está hablando. ¿Cuenta el puchero para considerarme inocente en esta historia? — No te pedí ningún regalo. — farfullo por lo bajo, dando los pasos que me separan del sofá para dejarme caer de cara a los cojines y así esconder mi rostro en la misma. Nada se compara con todo lo que da vueltas dentro de mi cabeza, mis pensamientos formando un remolino luminoso dentro de la negrura al cerrar los párpados, que me tienen creyendo si no estaré pensando en voz alta sin quererlo. Tengo que girarme sobre mi misma cuando David regresa, pasando a quedar tumbada sobre un lado. — ¿Que no te habías ido a dormir? — replico, pero no soy tan desagradecida, al menos no borracha, como para no interesarme por el paquete. — ¿Qué es? — pregunto como la niña que no soy solo para terminar tirando del envoltorio y descubrir un tejido blanco, blanco y suave que me lleva a pasar la mano por encima para diferenciar el tacto. — Qué suave… — lo llevo a mi mejilla también para comprobarlo, alargando el momento en el que tengo que tragarme mi ego y mirarle con la disculpa formándose en mis ojos. — ¿Es ahora que tengo que darte las gracias y decirte después que yo no te compré nada porque soy el ser más desagradable del planeta? — soy el Grinch, definitivamente soy el coso verde que roba regalos y molesta a sus vecinos. Me abrazo al jersey, apoyando la cabeza sobre él al regresar la misma sobre el sofá. — Gracias, Dave, tienes el corazón de un oso panda… no sé como no he conseguido patearte de mi vida también — creo que lo intenté varias veces, ¿no?
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Está lejos de verse como el Grinch, con un vistazo puedo darme cuenta que lo que está es borracha, no verde, borracha. —Mi miedo es que sea mi hermana quien te asuste a ti y no quieras volver a escuchar el apellido Meyer en la vida— contesto, casi que me arrepiento de haberle dicho así como si nada que podría haber venido a mi casa, no porque me falte intención, sino porque entiendo que haya podido sonar como algo que alguien dice por compromiso y con palabras tan banales que son fáciles de descartar, así como ella lo hace. También, estaría presionándola para pasar una fiesta como con personas con las que tal vez no se sentiría cómoda, ¿qué me hace creer que mi familia es una buena opción de lo que sea? Sus elecciones de donde estar tal día, a tal hora, incluso en Navidad, son algo que siento que respetar para evitar chocarme de nuevo con eso de que espero cosas diferentes de ella respecto a quien es. —No tenemos plantas—, ¿por qué siquiera lo digo?
Me pierdo unos minutos dentro mi habitación para no tener que profundizar en esta discrepancia de compañías navideñas y le entrego mi regalo como ofrenda, ahí tirada como está en el sillón, me acomodo en el borde al lado de sus pies, con la botella de ron aun en mi posesión. Hago un pacto conmigo mismo para no sonreír por su reacción al regalo, siendo honesto elegí algo lo más neutral posible entre los regalos navideños para que su respuesta fuera igual de neutral, así no pasábamos un momento incómodo, y también porque… —Supuse que no ibas comprarme ningún regalo, pero no se trata de eso. No estabas obligada a hacerlo, ni te hace el ser más desagradable del mundo que no lo hagas. Yo te doy uno porque quiero, es solo un suéter, un regalo de Navidad, nada en verdad trascendente...— digo, entornando un poco mis ojos para no darle importancia, lo que dice después solo consigue ponerme incómodo y es lo que evitaba a toda costa. —No es un halago por el que te pueda dar las gracias, generalmente mostrarle a alguien que es blando es una crítica. El primer consejo de supervivencia que me dio mi jefe cuando comencé a trabajar fue que no lo sea y en más de una ocasión, le he dado la razón.
Me ahorro la referencia a animales, de que el ministro me había pedido que me convierta en un tiburón para sobrevivir a la competitividad del ambiente, que ella me compare con un oso panda me coloca en la lista de especies a punto de extinguirse. Está demasiado borracha como para confundirla aún más, lo que hago es peor. Le devuelvo la botella de ron. —Toma— se lo ofrezco, —pero no lo bebas así que puedes manchar tu regalo—. Después de todo, ¿quién soy para impedirle que se amargue la madrugada de Navidad? Por lo menos estoy presente para echarle un ojo y que haga algo como prender fuego la sala o caerse por la ventana al maldecir enanos de villancicos. —Y no has logrado patearme de tu vida porque no tengo muchos otros lugares a los que ir— no es que haya ignorado esa parte, se la estoy respondiendo, —donde me sienta a gusto en estos días. Es bueno tener una cara a la que ver al final del día. Aunque estés metida en tus humores negros, yo en todas las cosas que no digo, es bueno… que al terminar el día, al menos esté alguien. Porque cuando estás en muchos lugares a la vez, con muchas personas, te surge esa duda, ¿sabes? ¿Quién está al final del día?— pregunto, soy patético, me estoy aprovechando de su estado de ebriedad para ser quien se desahoga.
Me pierdo unos minutos dentro mi habitación para no tener que profundizar en esta discrepancia de compañías navideñas y le entrego mi regalo como ofrenda, ahí tirada como está en el sillón, me acomodo en el borde al lado de sus pies, con la botella de ron aun en mi posesión. Hago un pacto conmigo mismo para no sonreír por su reacción al regalo, siendo honesto elegí algo lo más neutral posible entre los regalos navideños para que su respuesta fuera igual de neutral, así no pasábamos un momento incómodo, y también porque… —Supuse que no ibas comprarme ningún regalo, pero no se trata de eso. No estabas obligada a hacerlo, ni te hace el ser más desagradable del mundo que no lo hagas. Yo te doy uno porque quiero, es solo un suéter, un regalo de Navidad, nada en verdad trascendente...— digo, entornando un poco mis ojos para no darle importancia, lo que dice después solo consigue ponerme incómodo y es lo que evitaba a toda costa. —No es un halago por el que te pueda dar las gracias, generalmente mostrarle a alguien que es blando es una crítica. El primer consejo de supervivencia que me dio mi jefe cuando comencé a trabajar fue que no lo sea y en más de una ocasión, le he dado la razón.
Me ahorro la referencia a animales, de que el ministro me había pedido que me convierta en un tiburón para sobrevivir a la competitividad del ambiente, que ella me compare con un oso panda me coloca en la lista de especies a punto de extinguirse. Está demasiado borracha como para confundirla aún más, lo que hago es peor. Le devuelvo la botella de ron. —Toma— se lo ofrezco, —pero no lo bebas así que puedes manchar tu regalo—. Después de todo, ¿quién soy para impedirle que se amargue la madrugada de Navidad? Por lo menos estoy presente para echarle un ojo y que haga algo como prender fuego la sala o caerse por la ventana al maldecir enanos de villancicos. —Y no has logrado patearme de tu vida porque no tengo muchos otros lugares a los que ir— no es que haya ignorado esa parte, se la estoy respondiendo, —donde me sienta a gusto en estos días. Es bueno tener una cara a la que ver al final del día. Aunque estés metida en tus humores negros, yo en todas las cosas que no digo, es bueno… que al terminar el día, al menos esté alguien. Porque cuando estás en muchos lugares a la vez, con muchas personas, te surge esa duda, ¿sabes? ¿Quién está al final del día?— pregunto, soy patético, me estoy aprovechando de su estado de ebriedad para ser quien se desahoga.
— ¿No tenemos plantas? — me giro en el sofá de forma torpe e inocente por la sorpresa de la frase, topándome con que, efectivamente, no hay ningún ser que realice la fotosíntesis en esta casa, al menos no en el salón. — Vaya… error mío. — por alguna razón se me escapa una risa boba, la misma se disipa hasta que le miro con una mirada seria, quizás más bien de meditación. — Deberíamos comprar una planta, no debería ser mucho más difícil que cuidar de un perro, ¿no? Quizá un cactus. — propongo, esa clase de propuestas que no haría de estar sobria y de reconocer que yo en mí misma soy tan pesada de cargar como lo podría ser un cactus. Y no, no me estoy refiriendo precisamente a las espinas, sino más bien a que es un tipo de organismo que nunca se sabe cual es la medida justa de agua que hay que darle. Un poco más de la cuenta, y el pobre podría terminar ahogado. — Pensándolo mejor, creo que… contigo y con Mortymort es suficiente, ¿no te parece? — asiento con la cabeza, me estoy convenciendo a mí misma más que a él.
Me he quejado muchas veces y lo he puesto otras tantas en palabras, de que Meyer es un charlatán de primera. En otras circunstancias se lo hubiera recordado para que deje la cháchara y vaya al grano, pero borracha me encuentro observándole con ojos curiosos, de lado, sí, pero en un análisis profundo que me hace percatarme que en realidad no me molesta tanto que hable. Aprieto los labios, bajando la mirada hacia lo que me queda en frente que son sus manos. — Y yo que lo decía como un cumplido… — murmuro de forma triste, porque la verdad es que mi cabeza no está para tener estas charlas intensas hacia temas sobre los que ya hemos hablado.
Tengo que hacer uso de mis manos para reincorporarme ahora que ya había conseguido la posición adecuada en la que no todo forma parte de una atracción giratoria de feria, cuando Dave me ofrece la botella y mi cerebro decide que es una maravillosa resolución a mis problemas. Me acomodo subiendo las piernas a modo de indio en el sofá, dejando el jersey nuevo sobre una de mis piernas y le doy un trago excesivamente largo a la bebida, escuchándole a medias. Se me escapa una mueca irónica por lo que dice, tengo que preocuparme de no hipar justamente ahora. — Bueno, me alegra darte la bienvenida e introducirte en la excelente comunidad de los que no tienen otro lugar al que ir. — le paso la botella, como proceso de iniciación es necesario. — ¿Incluso aunque sea esta cara? — bromeo, llevando un dedo a mi cara y haciendo círculos frente a ella para señalar a lo que me refiero cuando dice de tener una cara a la que ver al final del día. Estoy haciendo gracia del asunto, cuando pasar a tener la botella de vuelta y darle otro trago me hace darme cuenta de lo triste que es en realidad todo esto. Por eso suelto un suspiro, depositando la cabeza sobre el respaldo del sofá que me lleva a mirar al techo. — Supongo que… no nos tenemos más que a nosotros mismos al final del día, ¿no? — llevo la cabeza hacia él, se lo pregunto porque parece mucho más seguro de todo esto que yo, cuando solía ser del revés.
Vuelvo la botella hacia mis labios en lo que aparto la botella para regresar a mi estado depresivo característico de esta noche. — Me he pasado toda esta vida asegurándome de que nadie me hiciera daño, levantando estos muros porque siempre he pensado que nadie nos protegerá cuando llegue el momento, nadie más que nosotros estará. Es el mismo pensamiento por el que se rige mi madre, al parecer, ni siquiera es capaz a mirarme y reconocerme por lo que soy, me repudia, es más miserable de lo que jamás pude llegar a imaginar. — se lo cuento porque de alguna manera es más fácil soltarlo ahora que no me arrepiento que mañana, donde sí lo haré. — No tiene a nadie, nadie que se preocupe por ella, nadie por el que regresar a casa. — se lo ha ganado a conciencia eso está claro, no es algo por lo que me vaya a dar pena, pero sí reconozco que se me escapa una lágrima rabiosa que no tardo en desechar con una mano. — Supongo que esa es otra de las cosas que tenemos en común. — es mi forma de decir, sin llegar a hacerlo, que tengo un miedo atroz a terminar como ella.
Me he quejado muchas veces y lo he puesto otras tantas en palabras, de que Meyer es un charlatán de primera. En otras circunstancias se lo hubiera recordado para que deje la cháchara y vaya al grano, pero borracha me encuentro observándole con ojos curiosos, de lado, sí, pero en un análisis profundo que me hace percatarme que en realidad no me molesta tanto que hable. Aprieto los labios, bajando la mirada hacia lo que me queda en frente que son sus manos. — Y yo que lo decía como un cumplido… — murmuro de forma triste, porque la verdad es que mi cabeza no está para tener estas charlas intensas hacia temas sobre los que ya hemos hablado.
Tengo que hacer uso de mis manos para reincorporarme ahora que ya había conseguido la posición adecuada en la que no todo forma parte de una atracción giratoria de feria, cuando Dave me ofrece la botella y mi cerebro decide que es una maravillosa resolución a mis problemas. Me acomodo subiendo las piernas a modo de indio en el sofá, dejando el jersey nuevo sobre una de mis piernas y le doy un trago excesivamente largo a la bebida, escuchándole a medias. Se me escapa una mueca irónica por lo que dice, tengo que preocuparme de no hipar justamente ahora. — Bueno, me alegra darte la bienvenida e introducirte en la excelente comunidad de los que no tienen otro lugar al que ir. — le paso la botella, como proceso de iniciación es necesario. — ¿Incluso aunque sea esta cara? — bromeo, llevando un dedo a mi cara y haciendo círculos frente a ella para señalar a lo que me refiero cuando dice de tener una cara a la que ver al final del día. Estoy haciendo gracia del asunto, cuando pasar a tener la botella de vuelta y darle otro trago me hace darme cuenta de lo triste que es en realidad todo esto. Por eso suelto un suspiro, depositando la cabeza sobre el respaldo del sofá que me lleva a mirar al techo. — Supongo que… no nos tenemos más que a nosotros mismos al final del día, ¿no? — llevo la cabeza hacia él, se lo pregunto porque parece mucho más seguro de todo esto que yo, cuando solía ser del revés.
Vuelvo la botella hacia mis labios en lo que aparto la botella para regresar a mi estado depresivo característico de esta noche. — Me he pasado toda esta vida asegurándome de que nadie me hiciera daño, levantando estos muros porque siempre he pensado que nadie nos protegerá cuando llegue el momento, nadie más que nosotros estará. Es el mismo pensamiento por el que se rige mi madre, al parecer, ni siquiera es capaz a mirarme y reconocerme por lo que soy, me repudia, es más miserable de lo que jamás pude llegar a imaginar. — se lo cuento porque de alguna manera es más fácil soltarlo ahora que no me arrepiento que mañana, donde sí lo haré. — No tiene a nadie, nadie que se preocupe por ella, nadie por el que regresar a casa. — se lo ha ganado a conciencia eso está claro, no es algo por lo que me vaya a dar pena, pero sí reconozco que se me escapa una lágrima rabiosa que no tardo en desechar con una mano. — Supongo que esa es otra de las cosas que tenemos en común. — es mi forma de decir, sin llegar a hacerlo, que tengo un miedo atroz a terminar como ella.
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De todas formas no se va a acordar mañana así que puedo permitirme ser un poco patético en mis lamentos personales que, en las horas más oscuras, se parecen bastante a sus pensamientos pesimistas de que al final todos estamos solos. Recuesto mi nuca contra el respaldo del sillón y controlo de soslayo que no se acabe toda la botella con ese trago largo que le da, meneo la cabeza cuando me lo ofrece, estoy a punto de explicárselo por qué que es solo otra anécdota más de las que cuento, cuando su voz que reemplaza a la mía en la habitación me hace callar. —Incluso con esa cara— contesto cuando es mi turno de responder. —Nunca fuiste una persona que se forzara a mostrarme una buena cara, siempre trataste de ser lo más honesta posible— o, no voy a decirlo, mostrarme la peor cara posible, eso sí que creo con toda intención de patearme fuera como bien lo dijo. Y a la larga creo que es lo mejor, cuando la gente solo conoce tu mejor cara, no saben qué hacer cuando le muestras que no siempre estás del mejor ánimo o con ganas de bromear. Por eso tampoco quiero que ella, borracha o no, se quede con eso de que soy el tipo que hace regalos por la vida y no le importa si no recibe nada a cambio. No es precisamente a ella a quien debería decirle, no a ella, que sí se espera algo a cambio y es tan simple, no tiene sentido. —Así parece, ¿podría ser peor, no?— ladeo mi rostro hacia ella al sonreír.
Hago lo que nos queda por hacer, prestarnos oídos para el lamento, que si se ha puesto en este estado durante Nochebuena no espero otra cosa que saber el por qué y no estoy muy errado en mis suposiciones iniciales. Sí tengo que hacer un esfuerzo por colocarme en su lugar y verlo todo como ella lo hace, cómo percibe a su madre biológica y es una mirada bastante dolorosa. Tengo que mirarla dos veces a ella, sorprendido de que por sobre el enojo que esperaba encontrar, estuviera más presente la lástima hacia esa mujer. Porque reconocer lo miserable que la otra persona puede ser en su soledad indica que sientes lástima, lo que no estoy de acuerdo es que lo use como reflejo. —¿Y qué soy yo? ¿Tu planta del rincón? Ya no hace falta que compres el cactus— bufo, aunque entiendo que ese no es el punto. Mi nombre por lo menos todavía lo recuerda bien, no como con el pobre de Mor. Un momento, ¿se acuerda? Puede que esté tan borracha que en serio me está tratando como una planta. —Tu madre hizo un montón de cosas que la colocaron donde está en este momento, por lo poco que conozco de su historia y es una larga lista de cosas que están mal, de haberse vinculado con personas equivocadas, puedo decir que no estás en el mismo camino que ella…— opino, es lo que puedo decir a partir de un vistazo rápido a cada una, si tengo que ahondar un poco… —Hay personas que nos hacen bien, Alec. Personas que vale conservar, no son todas, a veces son pocas, muy pocas, creo que se trata de poder reconocerlas. Tal vez tu madre— digo la palabra sin pensarlo, me arrepiento nada más decirlo—… esta mujer, se rodeó de las personas equivocadas o terminó sola, por no encontrar o no reconocer a estas personas. Contigo no tiene por qué ser así…— murmuro, me lo pienso dos veces cuando mi mano se mueve para alcanzar su hombro y al final acaba cayendo sobre mi rodilla. —Ni te juzgues tan duro, no te creas eso de que nadie podría aceptarte así como eres y tus empujones para que no traspasen tus muros. Precisamente así como eres puede que seas todo lo que necesita una persona y de alguna manera siempre la terminas encontrando.
Hago lo que nos queda por hacer, prestarnos oídos para el lamento, que si se ha puesto en este estado durante Nochebuena no espero otra cosa que saber el por qué y no estoy muy errado en mis suposiciones iniciales. Sí tengo que hacer un esfuerzo por colocarme en su lugar y verlo todo como ella lo hace, cómo percibe a su madre biológica y es una mirada bastante dolorosa. Tengo que mirarla dos veces a ella, sorprendido de que por sobre el enojo que esperaba encontrar, estuviera más presente la lástima hacia esa mujer. Porque reconocer lo miserable que la otra persona puede ser en su soledad indica que sientes lástima, lo que no estoy de acuerdo es que lo use como reflejo. —¿Y qué soy yo? ¿Tu planta del rincón? Ya no hace falta que compres el cactus— bufo, aunque entiendo que ese no es el punto. Mi nombre por lo menos todavía lo recuerda bien, no como con el pobre de Mor. Un momento, ¿se acuerda? Puede que esté tan borracha que en serio me está tratando como una planta. —Tu madre hizo un montón de cosas que la colocaron donde está en este momento, por lo poco que conozco de su historia y es una larga lista de cosas que están mal, de haberse vinculado con personas equivocadas, puedo decir que no estás en el mismo camino que ella…— opino, es lo que puedo decir a partir de un vistazo rápido a cada una, si tengo que ahondar un poco… —Hay personas que nos hacen bien, Alec. Personas que vale conservar, no son todas, a veces son pocas, muy pocas, creo que se trata de poder reconocerlas. Tal vez tu madre— digo la palabra sin pensarlo, me arrepiento nada más decirlo—… esta mujer, se rodeó de las personas equivocadas o terminó sola, por no encontrar o no reconocer a estas personas. Contigo no tiene por qué ser así…— murmuro, me lo pienso dos veces cuando mi mano se mueve para alcanzar su hombro y al final acaba cayendo sobre mi rodilla. —Ni te juzgues tan duro, no te creas eso de que nadie podría aceptarte así como eres y tus empujones para que no traspasen tus muros. Precisamente así como eres puede que seas todo lo que necesita una persona y de alguna manera siempre la terminas encontrando.
Mostrarme tal y como soy ha sido siempre mi forma de responder ante el mundo, y puedo decir con toda seguridad que no me ha traído de vuelta las mejores apreciaciones hacia mi persona. ¿Me importa? En lo absoluto, por eso me sorprende que en todo mi humor desagradable, contestaciones secas y cara de perro malhumorado, sea capaz a sacarle algo positivo a todo esto. Se gana una mueca de mi parte, no obstante, por lo que pienso después y que poco tardo en poner en una frase que cuela como alguien que habla en serio. — Igual, lamento que tenga que ser esta cara la que tengas que ver al final del día. — puedo llegar a torcer mis labios en una sonrisa sardónica. Y es que si tengo que ser honesta, soy consciente de que no he sido la mejor compañía las últimas semanas, que probablemente no fuera por lo que firmó hace ya meses atrás, y eso que fui bastante clara con esa aclaración al momento de venirse a vivir conmigo. No puede negar que he mejorado, el que vivamos con un perro lo demuestra, también que esté subida al sofá con los zapatos aun puestos. Mañana cuando se me pase la borrachera podré culparle de eso, estaré de resaca así que no importarán sus caras de indignación.
Me gustaría decirle que en realidad está adquiriendo más bien formato de saco de boxeo, con como me he comportado hacia él en este último tiempo, por eso he tratado de pasar el tiempo muerto en mi habitación en lugar de zonas comunes, pero su aproximación hacia el cactus me deja en una mejor posición, de modo que solo sonrío. Irónicamente, sí, pero lo hago. Al menos como por dos segundos antes de que comience con un discurso que me hace verlo como el primer defensor de una persona que no se merece ninguna clase de juicio, porque sus acciones hablan por sí solas. — ¿Es una manía que tenéis los abogados de tratar de justificar las acciones de una persona o es cosa mía? — esta vez soy yo la que bufa, llevándome el cristal a los labios como si pudiera escupir el resto de mi repentino mal humor dentro de la botella. Resoplo, descargando mis pulmones en un intento de no tomarla con él, sino con aquella mujer por la que toda esta conversación empezó. — Mi madre es una zorra que solo supo apartar a todo el mundo de su patética vida, no hay mucho más que decir al respecto. Puedes hablar de personas que hagan bien y todo lo que quieras, pero te puedo asegurar que ni ella las busca, ni las hubiera aceptado. Es triste, ¿no? Tiene la misma percepción sobre la vida que una bestia. — quizá sonó demasiado cruel, pero estoy lo suficientemente ebria como para que no me importe.
Él no puede comprenderlo, tiene una familia decente, una con la que puede pasar las navidades y regalarse cosas ridículas, contar historias junto al fuego y acurrucarse sobre el sofá. Sus padres no le mintieron acerca de prácticamente toda su existencia, las razones por las que está aquí y no en un distrito pobre donde ni siquiera tienen para comer. — Mi madre también dijo que me había hecho un favor, que me había librado de vivir lo que la partió a ella. — aunque lo digo como si me ofendiera, en mi cabeza el único papel que ella se ha adjudicado en todo esto es la de víctima, en el fondo me pregunto si no tendrá algo de razón. — ¿Tú lo crees? — no regreso la vista hacia a él, sino al jersey blanco que recarga sobre mi pierna, pasando una mano sobre la suave textura. — Porque lo he pensado y no imagino ningún escenario en el que una madre no se alegre de ver o sostener a su hijo. Por mucho que se respaldara en eso, sé que no soy más que una paria, una bastarda. — hermoso título al que me han rebajado.
Me gustaría decirle que en realidad está adquiriendo más bien formato de saco de boxeo, con como me he comportado hacia él en este último tiempo, por eso he tratado de pasar el tiempo muerto en mi habitación en lugar de zonas comunes, pero su aproximación hacia el cactus me deja en una mejor posición, de modo que solo sonrío. Irónicamente, sí, pero lo hago. Al menos como por dos segundos antes de que comience con un discurso que me hace verlo como el primer defensor de una persona que no se merece ninguna clase de juicio, porque sus acciones hablan por sí solas. — ¿Es una manía que tenéis los abogados de tratar de justificar las acciones de una persona o es cosa mía? — esta vez soy yo la que bufa, llevándome el cristal a los labios como si pudiera escupir el resto de mi repentino mal humor dentro de la botella. Resoplo, descargando mis pulmones en un intento de no tomarla con él, sino con aquella mujer por la que toda esta conversación empezó. — Mi madre es una zorra que solo supo apartar a todo el mundo de su patética vida, no hay mucho más que decir al respecto. Puedes hablar de personas que hagan bien y todo lo que quieras, pero te puedo asegurar que ni ella las busca, ni las hubiera aceptado. Es triste, ¿no? Tiene la misma percepción sobre la vida que una bestia. — quizá sonó demasiado cruel, pero estoy lo suficientemente ebria como para que no me importe.
Él no puede comprenderlo, tiene una familia decente, una con la que puede pasar las navidades y regalarse cosas ridículas, contar historias junto al fuego y acurrucarse sobre el sofá. Sus padres no le mintieron acerca de prácticamente toda su existencia, las razones por las que está aquí y no en un distrito pobre donde ni siquiera tienen para comer. — Mi madre también dijo que me había hecho un favor, que me había librado de vivir lo que la partió a ella. — aunque lo digo como si me ofendiera, en mi cabeza el único papel que ella se ha adjudicado en todo esto es la de víctima, en el fondo me pregunto si no tendrá algo de razón. — ¿Tú lo crees? — no regreso la vista hacia a él, sino al jersey blanco que recarga sobre mi pierna, pasando una mano sobre la suave textura. — Porque lo he pensado y no imagino ningún escenario en el que una madre no se alegre de ver o sostener a su hijo. Por mucho que se respaldara en eso, sé que no soy más que una paria, una bastarda. — hermoso título al que me han rebajado.
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—No es una manía de abogados— contesto con el tono vacío de una forzada indiferencia, cruzo mis brazos por delante de mi pecho al hundir mi espalda en el respaldo mullido del sillón. —Es una manía mía que espero quitármela— puedo darme cuenta de esto por buscar la manera de lo que sea que me diga, por pesimista que sea, de darle la vuelta para tirarle alguna mierda optimista que suena como la mala frase de una tarjeta navideña que alguien le tiró debajo de la puerta. Presiento que soy el idiota de los villancicos que se conseguirá un ojo morado en cualquiera de estas noches de fiestas. Todos se saben un villancico, pero al escucharlo al cabo de cinco, diez o veinte veces, a cualquiera le provoca ganas de salir a golpear enanos. Con el humor que se trae ella y no puedo decir que el mío sea el más acorde a una mañana de Navidad, por más que sea esta la fecha en la que estamos, presiento que acabaremos usando el ron para prenderle fuego a las plantas imaginarias.
—De acuerdo, echemos fuera todas las justificaciones— las descarto, descarto toda esa explicación que trata de estar con personas que te puedan aportar algo en la vida, de lo que podemos dar y tomar de otros, toda esa basura romántica con la que me convenzo de que nadie está realmente solo y que estamos para dar una mano a otros, porque nunca logras ver que tan hondo es el pozo que se hunden, y así en el pozo de alcohol en el que se encuentra ella, no sé si tender la mano o simplemente bajar a donde se encuentra. —Tu madre tomó una elección, no hay nada que se pueda hacer sobre eso. Ella ya eligió— decidió entre tantas cosas rechazar a su hija, como todos creo que si está sola es porque las consecuencias de nuestras decisiones llegan tarde o temprano, y que Alecto la vea como una bestia, bien, ¿cómo esperar que sea de otra manera? —Pero entre ella y tú todavía queda mucho trecho, lo único que digo es que no te veas como un reflejo de nada. Ella ya eligió cuando tuvo que elegir, que a ti te sirva para tus propias elecciones luego— noto que mi voz ha vuelto a tonarse dura, tengo mis dos segundos de duda de cómo seguir, porque no está el perro para mirarme con reproche y alentarme a que le dé palmaditas de consuelo, que en todo caso sería darle un abrazo porque alguna vez se me ocurrió que eso era lo que necesitaba y esta vez que, en serio, ella misma podría reconocerse de pena, no lo hago.
—Si una persona es capaz de hacer eso— lo digo lentamente, no por cautela de dar un juicio demasiado cruel, sino porque espero que no se pierda una palabra de lo que digo, —quiere decir que es una persona de mierda, y tu madre o no, que una persona de mierda no determine tu percepción de ti misma— que ya de por sí se tortura con todas sus propias manías, cuando fuera de este edificio, sobran las personas que se cagan en otras sin pensarlo dos veces. Trabajo en un departamento donde firmamos sentencias, tengo un vistazo cotidiano a esa realidad. No por las mismas cosas que hace el ministerio en sí, sino por lo que hace la gente, ella también debe saberlo, su trabajo es solo una instancia distinta a la mía para conocer el morbo, la injusticia y la violencia de la gente todos los días. —Alec, no eras ni una paria, ni una bastarda. Eras solo una bebé…— cierro mis ojos al saber que lo estoy haciendo otra vez, cantándole villancicos con la intención de que se sienta mejor, voy a terminar asesinado antes del amanecer. Suspiro con absoluto desgano, como no creo que pueda decir nada inteligente esta noche, pese a que soy el sobrio en esta habitación, paso un brazo por detrás de ella para abrazarla así puede recostar su cabeza y llorar con mocos sobre mi hombro si es que ya ha llegado a ese punto, con la palma de mi mano froto su brazo y me obligo a no preguntarme qué tan habitual se ha vuelto esto. —Sé que no compensa, también que es posible que no me creas, pero que ella no te haya sostenido… no quiere decir que otras personas tampoco lo hagamos. No compensa, lo sé. Pero puedes sacar todo fuera, también vomitar si lo necesitas— quizá, esa botella se ve peligrosamente casi vacía, —te sostengo.
—De acuerdo, echemos fuera todas las justificaciones— las descarto, descarto toda esa explicación que trata de estar con personas que te puedan aportar algo en la vida, de lo que podemos dar y tomar de otros, toda esa basura romántica con la que me convenzo de que nadie está realmente solo y que estamos para dar una mano a otros, porque nunca logras ver que tan hondo es el pozo que se hunden, y así en el pozo de alcohol en el que se encuentra ella, no sé si tender la mano o simplemente bajar a donde se encuentra. —Tu madre tomó una elección, no hay nada que se pueda hacer sobre eso. Ella ya eligió— decidió entre tantas cosas rechazar a su hija, como todos creo que si está sola es porque las consecuencias de nuestras decisiones llegan tarde o temprano, y que Alecto la vea como una bestia, bien, ¿cómo esperar que sea de otra manera? —Pero entre ella y tú todavía queda mucho trecho, lo único que digo es que no te veas como un reflejo de nada. Ella ya eligió cuando tuvo que elegir, que a ti te sirva para tus propias elecciones luego— noto que mi voz ha vuelto a tonarse dura, tengo mis dos segundos de duda de cómo seguir, porque no está el perro para mirarme con reproche y alentarme a que le dé palmaditas de consuelo, que en todo caso sería darle un abrazo porque alguna vez se me ocurrió que eso era lo que necesitaba y esta vez que, en serio, ella misma podría reconocerse de pena, no lo hago.
—Si una persona es capaz de hacer eso— lo digo lentamente, no por cautela de dar un juicio demasiado cruel, sino porque espero que no se pierda una palabra de lo que digo, —quiere decir que es una persona de mierda, y tu madre o no, que una persona de mierda no determine tu percepción de ti misma— que ya de por sí se tortura con todas sus propias manías, cuando fuera de este edificio, sobran las personas que se cagan en otras sin pensarlo dos veces. Trabajo en un departamento donde firmamos sentencias, tengo un vistazo cotidiano a esa realidad. No por las mismas cosas que hace el ministerio en sí, sino por lo que hace la gente, ella también debe saberlo, su trabajo es solo una instancia distinta a la mía para conocer el morbo, la injusticia y la violencia de la gente todos los días. —Alec, no eras ni una paria, ni una bastarda. Eras solo una bebé…— cierro mis ojos al saber que lo estoy haciendo otra vez, cantándole villancicos con la intención de que se sienta mejor, voy a terminar asesinado antes del amanecer. Suspiro con absoluto desgano, como no creo que pueda decir nada inteligente esta noche, pese a que soy el sobrio en esta habitación, paso un brazo por detrás de ella para abrazarla así puede recostar su cabeza y llorar con mocos sobre mi hombro si es que ya ha llegado a ese punto, con la palma de mi mano froto su brazo y me obligo a no preguntarme qué tan habitual se ha vuelto esto. —Sé que no compensa, también que es posible que no me creas, pero que ella no te haya sostenido… no quiere decir que otras personas tampoco lo hagamos. No compensa, lo sé. Pero puedes sacar todo fuera, también vomitar si lo necesitas— quizá, esa botella se ve peligrosamente casi vacía, —te sostengo.
Hoy en día, personas como Dave y yo tenemos la suerte de poder elegir. No siento lástima por aquellas que no pueden hacerlo, pues fueron ellas mismas las que cavaron su tumba cuando nos despojaron a los magos de cualquier dignidad, pero sí me hace pensar en lo fácil que es decir que tenemos derecho a elegir, cuando hay tantos factores que pueden influir en la toma de una decisión. Mi madre eligió, lo hizo por mí cuando no tenía edad para hacerlo, y aunque eso no es algo que pueda recriminarle, sí lo hago por los motivos por los cuales cedió mi vida a la de una pareja extraña que ni siquiera conocía. Así de fácil. Ni tuvo tiempo a pensarse que tenía una hija y prefirió tomar el dinero como recompensa. Pero no puedo ignorar que, independientemente de las elecciones que yo tome, hay un factor genético del que no puedo desprenderme, que puede llegar a pesar incluso más que cualquier libre elección. ¿O solo me estoy resignando a eso porque es la solución más fácil? Si cometo un error, es mucho más sencillo culpar a mi madre y su genética errada que a mi propio instinto. — Me pregunto qué clase de vagabundo es mi padre. — no me lo pregunto en realidad, no es algo que me quite el sueño por las noches, al menos no mucho más que otras cosas, ni siquiera sé si tengo interés en conocer de quién se trata. Probablemente no tengo una idea tan equivocada de su persona, será un tipo que decidió follarse a mi madre y la dejó preñada en el proceso.
Me encantaría golpear algo ahora mismo. La botella que tengo en la mano se siente demasiado tentadora, estoy dispuesta a hacerla añicos contra la pared, de no ser porque el sentimiento de embriaguez es mucho más fuerte y me lleva menos de un segundo terminar el interior de un trago. Quizá sea un buen momento para liberar tensiones con el cristal, total, ya perdió todo su valor. Ese bebé también lo perdió ese día, no hay consuelos que valgan, aunque aprecio el intento y la sonrisa, por fugaz que sea, lo demuestra. Paso a dejar la botella sin contenido en el suelo, por si acaso en serio me da por golpear algo con ella. — Me siento tan vacía a veces, es como si mi madre hubiera desbloqueado este nuevo miedo que ni sabía que tenía. Nunca he tenido problema para hacer lo que hago, pero desde entonces… me replanteo absolutamente todo. Quiero respuestas para las preguntas que no la tienen, quiero entenderla y a la vez lo único que deseo hacer es odiarla. — suelto un suspiro que además me coloca la cabeza sobre su hombro, paso a acomodarme sobre su cuerpo en una nueva sensación al no haber permitido a prácticamente nadie que se coloque tan cerca. Por problemas de espacio personal, nada que ver con problemas de confianza. — Te prometo que no vomitaré. — lo cual se asemeja bastante a un gracias que no consigo balbucear porque en mi más patético estado parezco el propio perro cuando paso a acurrucarme sobre su pecho, de alguna manera también consigo que mis brazos rodeen su cuerpo, no vaya a ser que sea yo aquí la única que necesite de apoyo físico además de emocional. Por una noche, creo que podemos permitirlo.
Me encantaría golpear algo ahora mismo. La botella que tengo en la mano se siente demasiado tentadora, estoy dispuesta a hacerla añicos contra la pared, de no ser porque el sentimiento de embriaguez es mucho más fuerte y me lleva menos de un segundo terminar el interior de un trago. Quizá sea un buen momento para liberar tensiones con el cristal, total, ya perdió todo su valor. Ese bebé también lo perdió ese día, no hay consuelos que valgan, aunque aprecio el intento y la sonrisa, por fugaz que sea, lo demuestra. Paso a dejar la botella sin contenido en el suelo, por si acaso en serio me da por golpear algo con ella. — Me siento tan vacía a veces, es como si mi madre hubiera desbloqueado este nuevo miedo que ni sabía que tenía. Nunca he tenido problema para hacer lo que hago, pero desde entonces… me replanteo absolutamente todo. Quiero respuestas para las preguntas que no la tienen, quiero entenderla y a la vez lo único que deseo hacer es odiarla. — suelto un suspiro que además me coloca la cabeza sobre su hombro, paso a acomodarme sobre su cuerpo en una nueva sensación al no haber permitido a prácticamente nadie que se coloque tan cerca. Por problemas de espacio personal, nada que ver con problemas de confianza. — Te prometo que no vomitaré. — lo cual se asemeja bastante a un gracias que no consigo balbucear porque en mi más patético estado parezco el propio perro cuando paso a acurrucarme sobre su pecho, de alguna manera también consigo que mis brazos rodeen su cuerpo, no vaya a ser que sea yo aquí la única que necesite de apoyo físico además de emocional. Por una noche, creo que podemos permitirlo.
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—¿De verdad quieres saberlo?— pregunto en un murmullo, —¿quieres que trate de averiguar quién es tu padre?—. Si puedo revisar archivos buscando otro tipo de información, puedo extender mi favor a ella rastreando información también sobre el hombre que pudo haber estado vinculado a su madre en el tiempo estimado de su concepción. Sus pensamientos deben ser un espejo de los míos, habrá una lista de nombres posibles si tenemos en cuenta a qué se dedicaba en el norte. —También… también podría averiguar a partir de una muestra de sangre, si coincides con la de alguien más en la base de datos del departamento de salud o de uno de los hospitales… tengo una amiga que podría hackear una base, no pienses mal, es una chica amable, vive a lo suyo, se dedica a los ordenadores y por eso sabe algo sobre hackear, no lo hace en realidad su trabajo… — pobre Mimi, pobre, es lo que se me ocurre. Después de tanta práctica siempre surgen alternativas de cómo conseguir la información que se quiere, no creo que Mimi se niegue si le digo que es algo personal, hace mucho perdimos la frontera entre lo que es y no es en lo que hacemos. —O también…— estrecho un poco más mi abrazo al colocar mi mejilla sobre su coronilla, porque creo que se viene un golpe a mi estómago, ahora que tiene las manos libres porque la botella fue descartada al piso. —Podrías preguntárselo a tu madre en otra ocasión.
Estoy preparado mentalmente si llega a vomitarme encima, lo que me inquieta es que pueda romper la botella y termine asesinado en este sillón por sugerir que vuelva a intentar una charla con esa mujer, cuando por lo poco que me contó y es más que suficiente, puedo entender que fue una discusión horrible. Paso mi otro brazo por delante de ella para rodearla y me acomodo un poco mejor así puedo envolverla de manera que quede escondida a todo lo que la está perturbando. —Eres la única en todo el edificio que tiene una planta de rincón con función de oso panda, ¿lo sabías?— bromeo al quitar un mechón de cabello que le tapa la cara. —Está bien hacerte preguntas, replanteártelo todo, todas las veces que hagan falta, hasta que puedas dar con las respuestas con las que puedas quedarte. Nadie pasa por la vida sabiendo las respuestas desde el principio, porque cambian todo el tiempo, también las preguntas cambian. Vivimos un montón de vidas dentro de una vida, un montón de etapas que se abren y se cierran, y en cada una… siempre hay algo nuevo que es valioso en esa etapa— lo admito para mí, estoy poniendo mucho cuidado en lo que digo, nada que parezca salido de una tarjeta, sino lo más sincero que tengo para ofrecerle que le sirva de consuelo. —Sentirse vacío tampoco está mal, es como cuando limpiamos el apartamento, ¿ok? Se sacan todas las cosas, se limpia, entonces decides qué volver a poner en su sitio y qué descartar. No estás vacía, ¿de acuerdo? Lo que pasa es que todos somos… un lugar, en el que elegimos qué dejar entrar y qué colocar, porque también cuando haces muchas preguntas, de las respuestas que recibes, tienes que decidir con cuáles quedarte y cuáles descartar— porque las verdades duelen, las mentiras son necesarias por mucha queja que haya sobre estas, los secretos a veces no buscan dañar a nadie, sino no causarlo, porque de todas las respuestas que recibimos también elegimos nuestra versión de cómo contarlas luego. —Y tu madre se merece que la odies, ¿no? Solo cuida hasta qué punto odiarla te hace más daño a ti que a ella— al acariciar su espalda me doy cuenta de algo que se me hace tan familiar, como esta conversación y el estar en el sillón abrazándola. —Lamento mucho que tus muros hayan explotado así, que te veas obligada a salir de ellos y te sientas desorientada. Pero perdernos a veces es necesario para encontrarnos, sentirnos vacíos para desechar cosas y recibir nuevas.
Estoy preparado mentalmente si llega a vomitarme encima, lo que me inquieta es que pueda romper la botella y termine asesinado en este sillón por sugerir que vuelva a intentar una charla con esa mujer, cuando por lo poco que me contó y es más que suficiente, puedo entender que fue una discusión horrible. Paso mi otro brazo por delante de ella para rodearla y me acomodo un poco mejor así puedo envolverla de manera que quede escondida a todo lo que la está perturbando. —Eres la única en todo el edificio que tiene una planta de rincón con función de oso panda, ¿lo sabías?— bromeo al quitar un mechón de cabello que le tapa la cara. —Está bien hacerte preguntas, replanteártelo todo, todas las veces que hagan falta, hasta que puedas dar con las respuestas con las que puedas quedarte. Nadie pasa por la vida sabiendo las respuestas desde el principio, porque cambian todo el tiempo, también las preguntas cambian. Vivimos un montón de vidas dentro de una vida, un montón de etapas que se abren y se cierran, y en cada una… siempre hay algo nuevo que es valioso en esa etapa— lo admito para mí, estoy poniendo mucho cuidado en lo que digo, nada que parezca salido de una tarjeta, sino lo más sincero que tengo para ofrecerle que le sirva de consuelo. —Sentirse vacío tampoco está mal, es como cuando limpiamos el apartamento, ¿ok? Se sacan todas las cosas, se limpia, entonces decides qué volver a poner en su sitio y qué descartar. No estás vacía, ¿de acuerdo? Lo que pasa es que todos somos… un lugar, en el que elegimos qué dejar entrar y qué colocar, porque también cuando haces muchas preguntas, de las respuestas que recibes, tienes que decidir con cuáles quedarte y cuáles descartar— porque las verdades duelen, las mentiras son necesarias por mucha queja que haya sobre estas, los secretos a veces no buscan dañar a nadie, sino no causarlo, porque de todas las respuestas que recibimos también elegimos nuestra versión de cómo contarlas luego. —Y tu madre se merece que la odies, ¿no? Solo cuida hasta qué punto odiarla te hace más daño a ti que a ella— al acariciar su espalda me doy cuenta de algo que se me hace tan familiar, como esta conversación y el estar en el sillón abrazándola. —Lamento mucho que tus muros hayan explotado así, que te veas obligada a salir de ellos y te sientas desorientada. Pero perdernos a veces es necesario para encontrarnos, sentirnos vacíos para desechar cosas y recibir nuevas.
— ¿De qué serviría? — bufo en una primera reacción a su pregunta sobre querer averiguar acerca de mi padre, y es que no he formulado abiertamente que desee conocerlo, sino que mi línea de pensamiento va más bien dirigida hacia qué clase de persona será. O quizá ya esté muerto, lo cual, viendo el panorama completo, es casi la mejor de entre todas las opciones. — Me causa curiosidad, eso es todo. No es como si fuera a hacer una diferencia que sepa quién es y desde luego tampoco va a beneficiarme en lo más mínimo. — sé que soy más brusca de lo que pretendo sonar en realidad, incluso cuando el alcohol en sangre de alguna manera me reduce a esta patética imagen de lamentos. — No creo que ni que personas como él se encuentren en el sistema. — es un reproche también hacia el susodicho, me deja meditándolo más tiempo del merece y es la razón por la que agradezco sus molestias con un breve gesto de mi cabeza. Algún día me preocuparé por esos amigos que tiene, hoy no.
Mi cabeza se eleva un poco en su dirección, despegándome de su pecho, solo para mirarle con la mejor expresión de ‘¿has perdido la cabeza?’ como respuesta, tengo que contenerme de no soltar un comentario mordaz por la sugerencia, porque en el fondo soy consciente de que Dave es completamente ajeno a esta situación, no debería tomar mi mal humor con él. Es por eso que regreso a acomodarme contra él, tratando de liberar la tensión que he acumulado en mi mandíbula y labios apretados. — ¿De verdad crees que volveré a cruzarme con ella en alguna ocasión? — por un momento lo pienso de verdad, luego me doy cuenta de que trabajamos en el mismo departamento y las ganas de golpear algo crecen de nuevo. Suspiro. — Ha dejado clara cuál es su postura en todo esto, ¿por qué la mía iba a ser diferente? No pienso buscarla, no forma parte de mi vida, nunca lo ha hecho y ha sido ella la que se ha asegurado de eso. En lo que a mí respecta, no es nadie para mí. — ni yo me lo creo, no sé por qué espero que él lo haga.
De alguna manera me atrevo a sonreír por la tontería del comentario, ese que empezó como resultado de mi vocabulario ahogado en alcohol y asiento, dándole la razón. — Pero también eres mucho más que una planta, o un oso panda. — no especifico a lo que me refiero, sabe que no soy la mejor con las palabras, al menos esas que incluyan hablar de sentimientos, y que va a tener que hacerse su propia idea de a lo que me refiero, porque tampoco voy a exponerme de semejante manera, no cuando ya de por sí estoy dando una imagen de mí misma de excesiva vulnerabilidad. Y lo peor de eso es que, así, con mi oído escuchando los latidos de su corazón a un ritmo acompasado, no se siente tan mal como hubiera esperado, hasta puedo decir que es reconfortante. — Yo solo lamento que hayas quedado en medio de los escombros, ¿sabes? Es una buena cosa que te siga teniendo aquí, conmigo, después de todo. — confieso. ¿Me acordaré mañana de estar diciendo estas palabras? No puedo saberlo, cuando soy experta en recordar lo mejor y lo peor de cada persona, de mí misma también, pero soy nueva en esto de los sentimientos.
Mi cabeza se eleva un poco en su dirección, despegándome de su pecho, solo para mirarle con la mejor expresión de ‘¿has perdido la cabeza?’ como respuesta, tengo que contenerme de no soltar un comentario mordaz por la sugerencia, porque en el fondo soy consciente de que Dave es completamente ajeno a esta situación, no debería tomar mi mal humor con él. Es por eso que regreso a acomodarme contra él, tratando de liberar la tensión que he acumulado en mi mandíbula y labios apretados. — ¿De verdad crees que volveré a cruzarme con ella en alguna ocasión? — por un momento lo pienso de verdad, luego me doy cuenta de que trabajamos en el mismo departamento y las ganas de golpear algo crecen de nuevo. Suspiro. — Ha dejado clara cuál es su postura en todo esto, ¿por qué la mía iba a ser diferente? No pienso buscarla, no forma parte de mi vida, nunca lo ha hecho y ha sido ella la que se ha asegurado de eso. En lo que a mí respecta, no es nadie para mí. — ni yo me lo creo, no sé por qué espero que él lo haga.
De alguna manera me atrevo a sonreír por la tontería del comentario, ese que empezó como resultado de mi vocabulario ahogado en alcohol y asiento, dándole la razón. — Pero también eres mucho más que una planta, o un oso panda. — no especifico a lo que me refiero, sabe que no soy la mejor con las palabras, al menos esas que incluyan hablar de sentimientos, y que va a tener que hacerse su propia idea de a lo que me refiero, porque tampoco voy a exponerme de semejante manera, no cuando ya de por sí estoy dando una imagen de mí misma de excesiva vulnerabilidad. Y lo peor de eso es que, así, con mi oído escuchando los latidos de su corazón a un ritmo acompasado, no se siente tan mal como hubiera esperado, hasta puedo decir que es reconfortante. — Yo solo lamento que hayas quedado en medio de los escombros, ¿sabes? Es una buena cosa que te siga teniendo aquí, conmigo, después de todo. — confieso. ¿Me acordaré mañana de estar diciendo estas palabras? No puedo saberlo, cuando soy experta en recordar lo mejor y lo peor de cada persona, de mí misma también, pero soy nueva en esto de los sentimientos.
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Puedo entender su rechazo a conocer la identidad de un hombre que hasta ahora ni siquiera era trascendente en su vida, porque no era una existencia de la que tuviera consciencia, sigue sin ser trascendente en tanto ella pueda seguir adelante cerrando todas las puertas a las dudas que le pueden surgir sobre quién es y quiénes son sus padres. Estaría seguro de que la ignorancia es su elección final -es una elección válida a fin de cuentas-, si no fuera porque lo dice en un estado al que se indujo por todos sus pensamientos referidos a su madre biológica. Es por ello que insisto en que trate de conversar con ella, es quien en última instancia, puede echar luces sobre la incertidumbre que se agolpa en su mente con toda la oscuridad que generalmente la incertidumbre trae consigo. —No te beneficia en nada, pero si es una pregunta sin respuesta a la que algún día quieras contestar, ella es la única que es tiene la posesión de la verdad— y estará en su poder compartirlo o no con Alecto, lo que me preocupa es que sé bien como las personas manipulan verdades y soy el primero en querer que esa mujer sea honesta con ella, sin embargo soy el primero también en saber que la gente miente.
¿Hacía donde la estoy enviando cuando pido que vaya hacia ella? Lo mejor que puede hacer es descartar mi consejo y lo mejor que yo puedo hacer es retenerla aquí, en una muy segura y temporal protección que nos da este sillón contra el mundo que nos espera afuera, en la que sus padres, ambas parejas de padres, se hacen parte de las sombras que esperan por nosotros entre todo lo que nos acecha. Y me sujeto a este momento en que todavía no soy eso para ella, en que puedo ser yo, siendo una planta o un oso panda, en que aún soy «alguien» y no me desterró al «nadie». Paso el nudo en mi garganta con esfuerzo, lo disimulo con una sonrisa que tira hacia arriba una de mis comisuras al contestar lo más simple que pasa por mi mente. —Lo sé— murmuro, me guardo lo que podría decir sobre esto, dentro del montón de cosas que no digo, muchas de estas se diluyen en la nada después de un tiempo y otras toman una forma que nadie puede describir, sentándose al lado nuestro en el sillón y solo vamos a dejarla ahí, sin mencionarla. Esta no es la ocasión en la que pueda poner yo las palabras que hacen falta, las reemplazo por otras que se me hacen más familiares, es lo conocido. —Todos merecemos poder hallar a alguien que esté cuando todo se reduce a escombros. No tiene mérito estar cuando esa persona se sostiene a sí misma como un edificio imbatible, todos necesitamos encontrar a alguien cuando nos hacemos pedazos… una cara, lo que sea… — susurro contra su pelo, metiéndome dentro de mis propios pensamientos. —Nadie merece estar solo, no cuando todo se está haciendo pedazos. Escuchar la voz de otra persona te puede ayudar a orientarte y salir de ahí, ¿no? Y si te quedas atrapada entre los escombros de todos tus muros que se van cayendo— suavizo el tono de mi voz para que no se tome como un ataque lo que digo, —yo estaré del otro lado llamándote para que puedas salir, ¿ok? Tal vez deban caer para que luego construyas otros, nadie dice que no lo hagas luego. Pero no quedes atrapada debajo de estos.
¿Hacía donde la estoy enviando cuando pido que vaya hacia ella? Lo mejor que puede hacer es descartar mi consejo y lo mejor que yo puedo hacer es retenerla aquí, en una muy segura y temporal protección que nos da este sillón contra el mundo que nos espera afuera, en la que sus padres, ambas parejas de padres, se hacen parte de las sombras que esperan por nosotros entre todo lo que nos acecha. Y me sujeto a este momento en que todavía no soy eso para ella, en que puedo ser yo, siendo una planta o un oso panda, en que aún soy «alguien» y no me desterró al «nadie». Paso el nudo en mi garganta con esfuerzo, lo disimulo con una sonrisa que tira hacia arriba una de mis comisuras al contestar lo más simple que pasa por mi mente. —Lo sé— murmuro, me guardo lo que podría decir sobre esto, dentro del montón de cosas que no digo, muchas de estas se diluyen en la nada después de un tiempo y otras toman una forma que nadie puede describir, sentándose al lado nuestro en el sillón y solo vamos a dejarla ahí, sin mencionarla. Esta no es la ocasión en la que pueda poner yo las palabras que hacen falta, las reemplazo por otras que se me hacen más familiares, es lo conocido. —Todos merecemos poder hallar a alguien que esté cuando todo se reduce a escombros. No tiene mérito estar cuando esa persona se sostiene a sí misma como un edificio imbatible, todos necesitamos encontrar a alguien cuando nos hacemos pedazos… una cara, lo que sea… — susurro contra su pelo, metiéndome dentro de mis propios pensamientos. —Nadie merece estar solo, no cuando todo se está haciendo pedazos. Escuchar la voz de otra persona te puede ayudar a orientarte y salir de ahí, ¿no? Y si te quedas atrapada entre los escombros de todos tus muros que se van cayendo— suavizo el tono de mi voz para que no se tome como un ataque lo que digo, —yo estaré del otro lado llamándote para que puedas salir, ¿ok? Tal vez deban caer para que luego construyas otros, nadie dice que no lo hagas luego. Pero no quedes atrapada debajo de estos.
Otra razón por la que el sentimiento de molestia hacia la mujer que me dio la vida se acrecienta es precisamente esa, el saber que todavía tiene poder sobre mí, que es la única persona que sabe con certeza quién es mi padre y que, como dice Dave, si alguna vez se me cruza el cable y voy por ahí pidiendo explicaciones, a la primera a la que debería ir a exigirlas sería a mi madre. Resoplo en silencio, sin decir nada al respecto, porque no creo que haya nada que decir, menos en estos momentos en los que no sé cuánta droga llevo encima. ¿Me lo diría? ¿O también ha tachado de su vida a esa persona que la dejó embarazada? Asumo que la odia, como lo hace conmigo también, porque de no ser por ese hombre yo no estaría aquí, su vida no se habría torcido y seguiría siendo pura mierda en algún distrito del norte, sola. — Lo pensaré. — afirmo, que ya es mucho más de lo que tenía pensado hacer esta noche, donde la botella en el suelo y las colillas de tabaco en el exterior de la ventana indican claramente hacia dónde iba dirigido mi entretenimiento.
Creo que, con los puntos aclarados, con mis propios muros hechos escombro en el suelo, puedo tener una oportunidad a avanzar, esta vez sin marionetas que tiren de los hilos que mueven mi vida, entre esas personas incluyo a mis padres, hasta que el rencor se me pase también a Georgia. Soy una persona rencorosa por naturaleza, es algo que no puedo evitar, capaz porque me cuesta perdonar, pero sé que es algo que, tarde o temprano, termino haciendo. Perdonar, pero no olvidar, es el mejor modo que he encontrado de seguir adelante. La primera ya me está costando, no habrá forma de que la segunda se cumpla. — Gracias, por estar incluso cuando me comporto como un verdadero Grinch, no es algo que te hubiera pedido jamás y lo haces de todas formas. — también me compró un regalo de Navidad, a pesar de no haberme mostrado como la persona más receptiva a recibir este tipo de detalles, puedo decir que sí es uno que aprecie. Me permito cerrar los ojos un momento, ese que se extiende cuando encuentro en el sonido que marca su corazón un ritmo que calma mi propia respiración, hasta que la misma se vuelve tan silenciosa que creo que me quedo dormida en esa posición. Será otra de las cosas por las cuales tenga que disculparme mañana, desde luego no es una preocupación que me mantenga despierta en el momento.
Creo que, con los puntos aclarados, con mis propios muros hechos escombro en el suelo, puedo tener una oportunidad a avanzar, esta vez sin marionetas que tiren de los hilos que mueven mi vida, entre esas personas incluyo a mis padres, hasta que el rencor se me pase también a Georgia. Soy una persona rencorosa por naturaleza, es algo que no puedo evitar, capaz porque me cuesta perdonar, pero sé que es algo que, tarde o temprano, termino haciendo. Perdonar, pero no olvidar, es el mejor modo que he encontrado de seguir adelante. La primera ya me está costando, no habrá forma de que la segunda se cumpla. — Gracias, por estar incluso cuando me comporto como un verdadero Grinch, no es algo que te hubiera pedido jamás y lo haces de todas formas. — también me compró un regalo de Navidad, a pesar de no haberme mostrado como la persona más receptiva a recibir este tipo de detalles, puedo decir que sí es uno que aprecie. Me permito cerrar los ojos un momento, ese que se extiende cuando encuentro en el sonido que marca su corazón un ritmo que calma mi propia respiración, hasta que la misma se vuelve tan silenciosa que creo que me quedo dormida en esa posición. Será otra de las cosas por las cuales tenga que disculparme mañana, desde luego no es una preocupación que me mantenga despierta en el momento.
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