The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Primeros de abril, 2447




Cuando Hans dijo esta mañana al ingresar en la escuela que tendría que volver sola a casa para cuando terminara la jornada, no me imaginé que sería por tener una cita con una niña. Obvio que eso no me lo contó y tuve que averiguarlo por mi cuenta, en el poco tiempo libre entre el recreo y el almuerzo, apenas me bastó echar un vistazo para encontrarme con mi hermano hablando con la susodicha. Admito que me siento un poco engañada de que no sea Julie Bemis la afortunada, aunque ahora que me pongo a pensarlo dos veces, quizá debería alegrarme por ella de que no se ande besuqueando con Hans. ¿Alguna vez besó a una niña? Si es así seguro que no me lo contaría, pero apuesto mi coletero que no es así, si todo lo que ocupa la cabeza de Hans son libros y aun siquiera me sorprende que se haya encontrado una novia.

De igual forma, me hace sentirme más mayor y que puedo con responsabilidades, porque no es la primera vez que Hans no me deja encargarme de algo con su excusa de que soy demasiado enana para hacer ciertas cosas. Al parecer, cuando se trata de su vida amorosa, soy perfectamente capaz de llevarme a casa sin perderme por el camino. El mismo lo tengo memorizado desde hace ya tiempo, desde que mamá ya no está y solo estamos nosotros para recorrerlo cada día de la semana, puesto que papá dejó claro que no iba a hacerse cargo de ello y la idea de mantener a una niñera lleva tiempo sin aparecer en la poca conversación que tenemos en las cenas los días que regresa antes del trabajo. Esos puedo contarlos con los dedos de una mano, y está mal admitirlo porque mis compañeras hablan muy bien de sus papás, pero yo no comparto lo mismo y a veces me da vergüenza reconocerlo. ¿Pero cómo podría?

Por eso me es extraño ver la figura de papá abajo de las escaleras de la entrada principal del colegio, apartado, no como el resto de mamás que se dedican a charlar entre ellas mientras veo como mis amigas corren hacia ellas. Yo me quedo atrás hasta que el resto de alumnos saliendo me empujan y me veo obligada a continuar el paso, amarrando las orejas de Pelusa con una mano mientras con la otra me acomodo una de las tiras de mi mochila rosa al hombro. Quizá haya cambiado de opinión, tal vez que esté aquí significa que todo volverá a ser como antes, que ocupará el lugar que dejó Penny y nos vendrá a recoger a la escuela, también habrá sandwiches esperando en la cocina. No suena mucho como papá, si voy a ser sincera, pero no puedo evitar acercarme con cierta confianza de que será así. — ¿Papá? — me acerco, aumentando un poco el ritmo al dar una carrera pequeña. — ¿Qué estás haciendo aquí? — soy consciente de que no le gusta que sea preguntona, me lo ha recordado varias veces y quizá no de las mejores formas, pero no puedo evitar preguntarlo cuando ya tengo que estirar la cabeza para poder mirarle a la cara. — Si vamos a casa, Hans no está… se fue con esa niña a merendar. — estiro la mano a la espera de que la tome como hacia mamá.
Phoebe M. Powell
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Hermann M. Richter
Fugitivo
Mis nudillos se aferran con fuerza contra el volante hasta el punto en el que se tornan blancos y mi mandíbula duele por el constante rechinar de mis dientes. Lo he pensado una y otra vez, he dado vueltas al asunto y he tratado de disuadirme a mí mismo. No lo consigo, no puedo conseguir quitarme el pensamiento de la cabeza, no cuando es una idea que se instala y va haciendo mella hasta que es lo único en lo que puedo pensar. Respiro, una vez, dos veces, retengo el aire y lo suelto en un suspiro largo que golpea al aire con la fuerza de un relincho. Ya no hace frío a estas alturas del año, pero estoy seguro de que la sangre misma es la que me hiela por dentro. Y quema, de tan fría quema.

Bajar del auto y esperar a que mi hija salga del colegio no es el problema, el problema se me presenta cuando la veo aparecer, tan parecida a su madre que su sola presencia se siente como una patada en medio del estómago. ¿Qué es lo que he hecho mal? Siempre me había jactado de ser bueno tomando decisiones, mi carrera se había basado enteramente en mi buen juicio y sin embargo… Y sin embargo un error, un error amenazaba con destruír todo lo que había tardado años en construír y atentaba contra la vida de mi hijo. ¿No lo era ella también? Lo dudaba, Phoebe tendría mis colores, pero de pies a cabeza lo único que podía pensar al verla era en su madre. Su madre y sus mentiras, sus engaños y su sangre. Esa sangre maldita que se había encargado de contaminar algo tan preciado como lo podía ser un hijo. Pero no, Phoebe no era lo que decía ser, era un fenómeno al igual que Penélope y quería engañarme también. ¿Esconderían esas mejillas rosadas a una futura criminal en potencia? No podía quedarme a averiguarlo, no podía dejar que sus acciones contaminaran todo lo que podía obtener su hermano, no podía dejar que su falta de control sobre sí misma nos dañaran como familia, no después de lo que había hecho Penny.

No contesto de inmediato a sus preguntas pero sí tomo su mano, envolviendo esos pequeños dedos contra mi palma mucho más grande que la suya y tratando de ignorar la punzada en el pecho que trata de frenarme. Ya es tarde para eso, había aprendido que el corazón y los impulsos solo llevaban a desgracias; había que ser cuidadoso y decidir con la mente. Y yo era experto en ser más que minucioso - Lo sé, dijo algo de que vendría tarde, así que pensé que podíamos dar un paseo. ¿Cómo te ha ido en el colegio Phee? Hace mucho que no hablamos. - Le abro la puerta del lado del copiloto y la ayudo a subir antes de dar la vuelta y entrar por la puerta del conductor. La llave ya había quedado puesta, así que me estiro para colocarle el cinturón y sonrío. Es cierto que llevo tiempo sin dirigirle la palabra, pero ya no me dejaré engañar. Hasta hace unos meses atrás había creído que esa pequeña niña era la luz de mis ojos; que iluso que había sido…
Hermann M. Richter
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Sonrío como reflejo cuando acepta tomar mi mano e inconscientemente mi mente vaga entre mis recuerdos para tratar de recordar cuando fue la última vez que envolvió mis dedos con los suyos. Como era de esperar, son demasiado lejanos y tengo que usar todas mis fuerzas para patear a un lado la imagen de mamá sosteniendo mi otra mano, en un juego tonto de elevarme cada dos pasos como método para hacerme reír. No es un entretenimiento que pueda funcionar exclusivamente con una persona, pero yo me conformo con esto de que se siente un poco más normal que el resto de días. Hasta puedo girar la cabeza hacia mis compañeras ya con sus padres y pensar que no nos vemos muy diferentes de lo que ellos expresan, incluso cuando soy consciente de que la sonrisa de mi padre se siente algo fría en comparación.

Probablemente solo se trate de mi imaginación, que la llegada de la primavera me ha dejado colocándome calcetines hasta mis rodillas en vez de medias y puedo sentir el frescor recorriéndome las piernas debajo de la falda de mi uniforme. Papá solo tendrá frío, eso es todo, desde luego lo que pienso cuando pasamos a acercarnos al aparcamiento y me sorprende el hecho de que haya traído el coche. — ¿A dónde vamos? — que no voy a quejarme de que venga a buscarme en auto, pero no voy a negar que el recorrido hasta casa no es tan extenso y se puede prescindir de él sin ningún problema. Se me ocurre que no iremos a casa, después de todo. — ¿Vamos a ver a la abuela? Porque hace mucho que no vamos y la última vez se la vio bastante triste... ¡Seguro el gato se alegra de vernos! — exclamo bastante entusiasmada con la idea, ignorando el hecho de que nuestras últimas visitas a la abuela Prudence fueron cuando mamá murió, porque no es tema para sacar cuando parece que todo va bien. Digo, estoy hablando y a papá todavía no se le ha aparecido la mueca en la cara.

Me suelto de su mano cuando con su ayuda me acomodo en el asiento delantero, una parte interna de mí sonríe porque suele ser Hans quien se sienta en este lugar por costumbre y no me importaría acostumbrarme a ser la que pase a tomar ese puesto. Apoyo mi cabeza sobre el respaldo, que no llego siquiera a acomodar mi cabeza en su lugar, mientras dejo la mochila entre mis pies y a Pelusa sobre mi regazo después de colocarme el cinturón, asomándome por la ventana. — ¿Un paseo en coche? — tanto frío no hace, creo. Y es que me extrañan todas estas molestias por parte de papá, pero si hay algo en mi cabeza que lo piensa desde luego no lo declara en mi cara, porque un paseo suena demasiado bien como para amargarlo con pensamientos inoportunos. Si esto es lo que viene con su cambio, no voy a ser quién se queje. — Hoy hemos estado recitando un poema en la primera clase, hablaba sobre muchas cosas, pero la mitad no me acuerdo, capaz puedo buscarlo entre mis libros cuando lleguemos a casa, ¿te gustaría escucharlo? — no es algo que hubiera siquiera ofrecido de no ser porque realmente parece de mejor humor, pero tampoco me freno en mi relato ahora que mi voz tampoco resulta una molestia para sus oídos. — También hicimos algunas cuentas, estaban algo complicadas porque empiezan a ser con más de dos números y creo que... creo que le pediré ayuda a Hans con eso para mañana. — tanteo primero, hasta que mi cabeza se gira lentamente hacia él y mi boca se abre mucho antes de que un hilillo de voz aparezca. — O... ¿tú quieres ayudarme? — porque me sé que otras padres ayudan a sus hijos, pero en mi caso suelo tomar la ayuda de mi hermano por obvias razones que evito mencionar en el momento.
Phoebe M. Powell
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Hermann M. Richter
Fugitivo
- Es una sorpresa. La abuela no se siente muy bien últimamente así que no querrás que vayamos a molestarla, ¿o sí? - Era verdad, Prudence era una señora mayor y es gracias a ese estado de letargia que puedo llevar a cabo mis acciones sin temor a alguna represalia. La mujer había tenido sus épocas, y cuando los niños eran apenas unos bebés nada le gustaba más que pasar tiempo con ellos. Desde la muerte de Penny que la anciana apenas y se acordaba de su nombre, mucho menos se acordaría que tenía nietos. No, no planeaba que fuésemos a visitarla, nada más lejos que eso.

La observo de reojo en lo que vuelvo a encender el motor del coche, y aprieto con suavidad el pedal para darle gas al motor. Reviso los espejos con la parsimonia que siempre tengo al manejar y estiro mi brazo para colocarme el cinturón yo. - Sabes que no me gusta que te asomes por la ventana. Es peligroso. - La advertencia sale por rutina más que por práctica, pero a su vez, no me gustaría que mis planes se viesen frustrados porque en algún control me parasen el coche a causa de su irresponsabilidad. No quería que el trayecto se convirtiese en una eterna pelea para que se quedase quieta así que espero que se entretenga con la charla sino con su peluche. ¿No tendría algún juego dentro de la mochila?

Al parecer no, pero en lo que hago que el coche comience a andar ya se ha entretenido con su propia charla. ¿Lo hace a propósito? No sé hasta dónde puedan llegar sus poderes y no me sorprendería que quiera alegar a mi compasión si es que sabe lo que estoy por hacer. Sabía que había brujos capaces de leer la mente, pero no sabía si esa capacidad se extendía a todos los de su raza. ¿Qué tanto poder necesitaban ejercer sobre nosotros? El solo pensar que Phoebe llevaba mi sangre y la contaminaba… - Quizá mañana. Leer en el auto terminará haciendo que te marees y que tengamos que volver a casa. - Le aseguro. - Ya luego si termino el trabajo del día podré ayudarte con las cuentas y verás que todo es más de lo mismo. No hace falta que molestes a tu hermano, él tiene que concentrarse en su educación - ¿Lo habría distraído mucho en este tiempo? Hans me lo agradecería luego, no necesitaba ocupar su tiempo en una niña que solo buscaba llamar la atención. Todavía no podía creer el tiempo que me había llevado el notar que su madre y ella tenían esa maldita manía. Disfrazaban detrás de palabras bonitas y ojos cálidos lo que no querían hacer por su cuenta. Tanta manipulación, tanta mentira…

- Creo que está puesta la lista de canciones de tu hermano, ¿querrías elegir que escuchar? Es un camino algo largo. - Señalo el estéreo del auto sabiendo que, como toda niña jamás podría resistirse a los botones, o a tocar cosas de su hermano. - ¿Ya sabes volver sola del supermercado hasta casa? - Consulto con algo de duda, tanteando hasta qué punto tengo que llegar más adelante, procurando avanzar casi en el límite mismo de la velocidad máxima permitida y mirando por los espejos que todo marche como se debe. Llegar a la ruta principal es cuestión de minutos nada más y pese a que es un camino que no he hecho demasiadas veces, no es difícil seguir las indicaciones que nos llevan al norte.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Oooh, una sorpresa. ¡Quizá sea una fiesta de cumpleaños sorpresa! Desde que mamá se fue, nuestros cumpleaños no han sido los mismos, no me extrañaría que si papá está tan de buen humor, querría compensárnoslo. Hasta puedo olvidarme de que es abril y nadie en nuestra familia cumple años este mes. — ¿Qué le pasa a la abuela, papá? — aprovecho que está respondiendo a mis preguntas para hacerle esas que Hans no quiere contestarme o que si lo hace, es de forma evasiva. Porque nadie me ha explicado por qué desde que Penny no está apenas le hemos hecho visitas, cuando solía ser bastante común que nos trajera galletas y nos dejara jugar con el gato, y lo único que mi hermano puede decir al respecto es que papá no quiere que la veamos. Pero ahora que está aquí y Hans no, nadie me quita de ser lo más preguntona que se pueda.

Murmuro algo parecido a una disculpa entre dientes, regresando a mi asiento con el mohín en mis labios en lo que trato de excusar mis acciones. — Es que se ve muy bonito fuera, ¿verdad? No puedo esperar a que sea verano otra vez, así podremos ir a la piscina y comer helado, aunque Hans dice que cualquier época es válida para tomar helado, ¿tú qué crees? Pelusa tiene muchas ganas de tomar té en el jardín. — explico jugueteando con las orejas de la coneja con mis dedos, tan charlatana como acostumbro a ser, aunque no suele darse en presencia de mi padre. Solo de pensar en todas las cosas que podremos hacer cuando la temperatura empiece a subir, me dan ganas de volver a asomarme a la ventana.

Me conformo con plantar la vista en el espejo delantero del coche y observar como nos cruzamos con los que conducen en dirección contraria en lo que papá toma las curvas para salir de la ciudad. Si acaso me parece extraño no digo nada al respecto, tal vez vayamos a un centro comercial a las afueras. — Pero… — comienzo mi queja con un murmullo que no tardo en acallar al pensar en todas las veces que se mostró molesto por empezar una frase con un ‘pero’. — Siempre tienes que trabajar. — no entiendo muy bien por qué eso de repente me parece tan mal, cuando siempre ando deseando que vuelva más tarde para no tener que soportarlo en casa. Supongo que es porque ahora que sí parece dispuesto a ayudar, aparece con la excusa de que tiene que trabajar. — Pero a Hans le gusta ayudarme con los deberes. — bueno, no sé si le gusta o no, pero no le molesto como mi padre dice que hago. ¿Qué sabrá él? Si nunca está en casa.

A ver… — me muevo en el asiento, subiendo una pierna al doblar la rodilla para sentarme sobre ella y estirar los dedos en dirección a la radio. Aprieto un botón cualquiera a ver que pasa, que no suelo ser yo la que maneja estas cosas y me sorprendo cuando un ruido estruendoso resuena por los altavoces del coche. — Esa no. — cambio por otra un poco más calmada, creo que la he escuchado un par de veces así que a mí me sirve. No puedo evitar girar la cabeza hacia atrás para mirar por el otro espejo en lo que dejamos de ver las casas grandes, mi ceño se frunce cuando dejamos de lado los carteles que indican las direcciones que se pueden tomar a partir de este camino. — No… — respondo a su pregunta, aún ligeramente confusa en lo que regreso a poner la vista al frente. — Solo si Hans me acompaña. — lo cual ya no estaría volviendo sola, así que no creo que cuente. — Aunque sé volver desde la escuela, también del parque de los patos, ¿viste? Ese que queda cerca de casa. Había pensado en parar de camino para darles algo de pan uno de estos días, ahora que hace mejor tiempo. — y... bueno cerca cerca no queda, es el camino largo que solemos tomar cuando no nos apetece llegar a casa con su presencia, pero eso no se lo digo.
Phoebe M. Powell
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Hermann M. Richter
Fugitivo
No puedo, creo que va a volverme loco como siga hablando con esa vocecita incesante. ¿No me había torturado lo suficiente ya? ¿Es que no veía en lo que me habían convertido ella y su madre? Todo estaba bien, nuestra vida no era perfecta, pero era lo más cercano a la perfección que podríamos llegar a tener jamás. Pero no, tenía que tener esa sangre maldita que ponía en riesgo todas las cosas por las que había trabajado. Años de sudor, de sangre y de paciencia… ¿Es que no sentía ningún tipo de remordimientos al haberme engañado? Había amado cada segundo de su diminuta persona desde el momento en que había nacido. Desde su pequeña nariz hasta el más pequeño de los dedos de sus pies. ¿Qué les había hecho para pagarme de esa forma?

No conocían la piedad, solo eran unas harpías que buscaban burlarse de mí, derrumbar todo lo que había construido y si podían, arrastrarían a mi hijo también. ¿No me lo estaba demostrando la pequeña bruja al hablar de sus gustos como si no estuviera siendo una piedra en su zapato? - Sabes que tengo que trabajar para mantener todo. La piscina, el helado… Todo cuesta y no podemos darnos ciertos lujos a menos de que me esfuerce. - Como siempre lo he hecho. Trabajar y trabajar para mantener una ilusión de perfección que no existía. A la mierda todo, era claro que la imagen que había podido construir se había ido al caño desde lo de Penny, así que si no iba a caer en gracia, sí me haría respetar.

- Dije que iba a ayudarte, así que luego veremos cuando me hago el tiempo para hacerlo. - En este momento me estaba ayudando a mí mismo, a Hans. Tenía que poner orden y para arreglar o curar algunas cosas, primero había que deshacerse de lo que estaba mal.

Respiro con fuerza y aprieto el volante con ambas manos para no callarla de un golpe directo en la boca. Necesitaba que se decidiera por una canción, o cualquier cosa que la mantuviese… No lo sé. Necesitaba cualquier cosa que me recordara que era la peor de las harpías y no esa niña a la que había criado, a la que había amado con todo mi ser antes de ser apuñalado por la espalda. ¿Cómo se podía seguir sintiendo cualquier cosa por alguien así? - Aún hace frío para que andes paseando por el lago. Además de que todavía no es demasiado seguro, y no querrías caer, ¿verdad? - Si fuera por mí, me solucionaría muchos problemas cayendo dentro y perdiéndose, pero siempre había gente en ese lugar, y una caída significaría llamar mucho la atención. Cosa que claramente no quería. Tampoco me faltaban ganas de ir a dispararle a ese par de patos, pero el parque no era zona de caza… - ¿Quieres jugar a cualquier cosa? Tal vez taparte los ojos, contar hasta cincuenta, y luego lo primero que veas tengo que adivinarlo, ¿te parece?. ¿Sabes contar hasta cincuenta?
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
No es noticia nueva el que papá haga un discurso de por qué se la pasa trabajando las veinticuatro horas del día, si es que el día tuviera más horas también las usaría para encerrarse en el despacho, pero algo en cómo lo dice me hace apretujarme en mi sitio, aferrándome con los dedos al borde del asiento como si de repente me hubiera asaltado el miedo de salir disparada de mi lugar. Es una buena cosa que lleve el cinturón puesto, después de todo. — Oh, ya sé... como cuando la profesora dice que tenemos que esforzarnos en la tarea. Entiendo. — ¿lo hago de verdad o es solo un intento bobo de hacer que utilice un tono más amable? Si es que la voz de papá, nada tiene que ver con la de mamá... y eso teniendo en cuenta que estoy empezando a olvidar como se escuchaba su dulce voz. — ¿Sabes? En la clase nos ponen pegatinas en los deberes cuando lo hacemos bien, también sellos, a veces... pero no brillan como los stickers de estrellitas. Yo tengo varias, ¿sabías? Luego puedo mostrártelas, si quieres. — no pierdo nada en intentarlo, ¿no? Y no quiero decirlo, pero es que a veces es molesto cuando papá solo tiene ojos para Hans, como alaba sus logros y alza el mentón con orgullo cuando yo tengo que recibir... bueno, la misma cara que pongo yo cuando sirven verduras en el colegio.

Aun así me conformo con asentir con la cabeza ante su aceptación de ayudarme, que es mucho más de lo que he recibido en meses de su parte y lo considero un avance. Al menos no me está gritando. — ¿Lo dices por el agua? ¡Pero si ya sé nadar sin manguitos! — se lo recuerdo casi con cierta gracia acumulándose en mi voz, aunque no me atrevo a reírme, sí que es cierto que ruedo los ojos. — Además... no tiene pinta de ser tan profundo, seguro que hago pie y todo, ¿has visto lo mucho que he crecido en estas semanas? — se lo pregunto en serio, que creo que me ha mirado como tres veces en lo que llevamos de mes y eso considerándome generosa. — Soy... como la segunda niña más alta de toooda la clase. — ¡já! Ahí va otro logro por el que debería sentirse orgulloso, creo. También dicen que el segundo es el primero en perder, pero bah... estoy segura de que Hans también ha perdido algún certamen de esos. Tendré que comprobar su estantería de trofeos y cintitas a ver si pone alguna de al mejor perdedor.

La charla que doy es suficiente como para mantenerme distraída y no mirar tanto a la carretera, esa que se va volviendo larga y con menos curvas cada minuto que pasa. No es hasta que propone jugar a algo que dirijo la mirada hacia él, con cierto recelo por la propuesta que hace mucho, cuando digo mucho es mucho, tiempo que no escucho salir de sus labios. — Claro que sé contar hasta cincuenta... te dije que ya estoy aprendiendo a multiplicar. — pues sí que es verdad que cuando abro la boca deja de escucharme, ¿por qué siquiera lo intento? — Pero está bien. Uno, dos, tres, cuatro... — con un suspiro me tapo los ojos con las manos, cuento en voz alta para que vea que en serio sé contar hasta cincuenta, lo próximo es que me trate de idiota. Para cuando termino la cuenta, me destapo los ojos y me cuesta un rato enfocar debido a los rayos de luz. Me distraigo de la finalidad del juego porque algo en los carteles que pasamos me hace dudar un segundo, el suficiente tiempo como para que plantee mis inseguridades en voz alta. — Papá... ¿a dónde estamos yendo? Si es por la sorpresa... la verdad es que no me gustan mucho. — confieso, me importa un pimiento su opinión cuando regreso a apoyar una mano sobre el borde de la ventana para asomarme y ver las casitas que vamos dejando atrás.
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Hermann M. Richter
Fugitivo
No puedo mirar en su dirección, no puedo dejar que me engatuse con sus palabras y con esa mirada que ha sabido heredar de su madre. No si quiero seguir a cabo con lo que he pleaneado. Porque lo sé, sé que tiene un poder que poco tiene que ver con la magia, y es mi culpa. Siempre ha sido mi culpa. ¿En qué momento me he vuelto tan blando como para permitir que tantas personas se acerquen a mí? ¿Es que no veía que me hacía mal? Con sus pegatinas, sus brillantinas, sus malditos ojos… esos que eran peor de los de cualquier cachorro y que antes me hacían decirle que sí sin importar qué es lo que pidiese.

¿Qué tan cobarde de mi parte era el no decirle lo que le esperaba? La sorpresa, el silencio o todo el secretismo no eran por el simple hecho de cubrir mis pasos. Era porque sabía, que en el momento en el que la niña supiese la verdad, solo le bastaría una palabra de súplica para tenerme abrazado a ella pidiéndole perdón. Y no puedo permitirme eso, no cuando conozco la naturaleza de su raza. No cuando conozco la escoria que son simplemente por el hecho de existir. Uno no se quedaba con el perro que te muerde la mano cuando le das de comer, se lo educa o se lo sacrifica. Y tras ocho años de haberla educado… - Si tienes suerte, tal vez llegues a ser tan alta como tu hermano. Penny no era necesariamente bajita, pero creo que has heredado mi altura. - Le sonrío sin mirarla y agrego. - Otro día tal vez, con menos frío y alguien supervisándote por si acaso.

Fijo la vista en el camino, y solo la bajo cuando tengo que corroborar el tablero para disminuir un poco la velocidad. No quería que me frenaran en el camino, pero necesitaba llegar ya. No podía conmigo mismo dentro de este auto. A estas alturas sería yo quien se tirase al costado del camino, seguro de que ya no me afectaría nada de ella. Como cuando me explica que básicamente me he comportado como un idiota estos meses,  ignorando algo tan sencillo como su programa escolar. No podía… Mira pequeña… - No, no podía hacerlo. - No lo tomes como una sorpresa. Tu hermano necesitaba concentrarse un tiempo y llevaba tiempo sin hablar contigo… Me he portado terrible lo sé, y te diría que lo lamento, pero estoy demasiado cansado como para siquiera pensar en eso con tranquilidad. ¿No te sucede? Eso de querer que todo el mundo frene por unos minutos, o tal vez volver el tiempo atrás. - No creo que lo comprenda, no tiene la edad para hacerlo. No puede mirarme y ver en mi rostro nada que no sea su padre. Un padre terrible, uno que ni siquiera ha podido cuidarse de ella.

Pues sabía que mi rostro pronto cambiaría, sabía yo sería la causa de todas sus pesadillas a partir de ahora, pero tenía que entender, tal vez en algún momento lo haría, que ella ya era la causa de todas las mías. El reflejo de todos y cada uno de mis fallos y de mis debilidades. Y eso… no era algo que me pudiese permitir. Necesitaba paz, y con ella cerca jamás podría volver a obtenerla.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Estoy más que acostumbrada a que mi padre ignore la mitad de lo que digo, tan acostumbrada que me he limitado a no hablar más de lo necesario en las cenas que compartimos, y eso me limita a llevarme la comida del plato directa a mi boca hasta que se acaba terminando y así poder irme, pero hay algo realmente extraño en su modo de mantener la vista frente a la carretera e ignorarme por completo. Siento una pequeña punzada en el estómago cuando menciona a mamá, lo que me hace colocar un puchero en mi rostro a pesar de que el hecho de llegar a hacer algo o ser algo más parecida a mi hermano mayor debería emocionarme. A papá tampoco le gusta que hablemos sobre Penny, está terminantemente prohibido, así que me sorprende siquiera que él sea quien se encargue de romper sus propias normas. Supongo que puede porque es adulto, ¿no?

Heredé muchas cosas de ti, ¿verdad, papá? — el pelo, los ojos, en el colegio hablamos sobre la genética, aunque es demasiado complicada como para que yo la entienda y me he quedado con los conceptos básicos que se resumen en ver las semejanzas que tengo con mis padres. Pero sí hay una cosa de la que nunca hablamos y es el hecho de que mamá supiera hacer magia, otra palabra que está prohibida usar delante de papá. Ya se lo he dicho un millón de veces a Hans, el que no entiendo cual es la razón por la que no le gusta la magia, cuando tiene que ser de las cosas más guays que nos ha pasado desde que metimos a Clotilde en la piscina. Pobre, eso fue idea mía, antes de entender que el agua de la piscina lleva mucho cloro. Creo que por eso la pobre tortuga se quedó un poco boba.

No puedo evitarlo, mi cara tiene que ser un reflejo de lo que pienso y es que no me puedo creer que se esté... ¿disculpando? Para. No llega a hacerlo, dice que está demasiado cansado como para hacerlo. Típico de papá. — No importa... — intento restarle importancia, a su comportamiento, a sus gritos, a las tortas que a veces me han caído, a su mal humor... es obvio que no me sale bien. Tampoco puedo frenar esta vez los pensamientos que acuden a mi mente cuando habla de parar el tiempo, de querer regresar al pasado. — Claro, quiero que mamá vuelva a estar con nosotros, que nos recoja de la escuela y prepare sandwiches de mermelada. También que cante mientras cocina o está concentrada cosiendo. — ya no le estoy mirando para cuando enumero todas las cosas que empiezo a recordar de nuestra madre, si sigo estoy segura de que me echaré a llorar y no quiero hacerlo, porque entonces papá se enfadará o Hans me llamará una llorica. Lo que me sale hacer es mucho peor que ponerme a llorar. — Le hiciste una cosa muy fea a mamá. — le acuso, porque no soy capaz a frenar mis palabras así como tampoco las imágenes de él golpeando a Penny, esas nunca se van a borrar.
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Fugitivo
- Me habría gustado que pudieses haber heredado incluso más. - Mi sangre no había sido lo suficientemente fuerte con ella y se había contaminado con el peor de los genes. No era como Hans, ella no tendría la oportunidad de ser normal jamás en su vida. - Al menos… ¿Eres una niña fuerte, verdad? - Necesitaría esa fuerza para poder afrontar la vida de ahora en más. Las mías se habían perdido en esos meses y era yo el que las necesitaba en estos momentos.

Tengo que aferrarme con fuerza el volante y trabar la mandíbula mientras fijo la vista al frente. Cuando hablaba de volver el tiempo atrás yo también me refería a las escenas que describe, pero su forma de hacerlo, con una inocencia que no debería poseer… Me es imposible el no pensar en aquellos momentos que me habían sido robados, en la mentira en la que me había visto envuelto toda la vida. Quiero volver el tiempo todavía más atrás. A una época en la que elegir a mi compañera de vida hubiese sido más a consciencia, o al menos con la verdad puesta sobre la mesa.

- Y tu madre me ha hecho una cosa muy fea a mí. - Mi voz sale mucho más seca y cortante de lo que deseo. Pero no puedo ya disimular. No cuando se toma el atrevimiento de acusarme como si fuese yo el que tiene la culpa de todo lo que le ha pasado a esta familia. - ¿Sabes cuánto tiempo estuvimos juntos? Prácticamente toda la vida. Toda una vida en la que me ha mentido a la cara como si no supiera lo que hago para vivir, lo que valoro, lo que me importa… Admito que no me he comportado como debía, pero ella… - Inspiro con fuerza y me recuerdo que no puedo darme el lujo de descargarme con ella. - Sé lo que piensas, pero lo de tu madre fue un accidente. No… - Rechino la dentadura y me fuerzo a volver mi vista hacia ella. Es una equivocación, lo sé en el momento en el que sus ojos se posan en los míos y puedo reconocerme en muchas de sus facciones.

¿De verdad soy capaz?... No es el momento para cuestionarme. - En tu opinión, ¿qué es lo que deseas que haga? La bruja eres tú, no tengo poderes para volver el tiempo atrás, tampoco para traerla de vuelta a la vida. ¿Tu sí? ¿Acaso tu magia es capaz de esas cosas? - No me siento perder los estribos, pero puedo saborear el veneno férrico de mi voz raspar contra mis dientes. - No me acuses con tanta simpleza cuando ella podría haber hecho peores cosas prácticamente sin moverse de su lugar.
Hermann M. Richter
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
A lo que quiere hacer referencia con ese comentario lo desconozco, para mí ya nos parecemos lo suficiente como para no desear hacerlo en otros aspectos más allá de lo físico. ¿Su trabajo? A - bu - rri - do, no entiendo como Hans puede encontrarle lo interesante a pasarse horas y horas detrás de un escritorio, capaz solo lo está fingiendo para mantener a papá contento, que es básicamente lo único a lo que nos dedicamos estos días aunque mis esfuerzos nunca den el resultado esperado. — Pues claro. — respondo con obviedad, no hay ni un ápice de duda en mi voz, pues tengo bien presente que soy mucho más fuerte que cualquier niña de mi clase. De entre los niños no estoy tan segura, digamos que la fuerza no es mi fuerte en la clase de gimnasia.

Pongo los labios en un puchero cuando contraataca en su defensa, estoy más bien frunciéndolos porque es típico de papá echarle la culpa a otro, nunca le he visto adueñarse de sus propios errores, no como yo, al menos, que sé de sobra cuando se me olvida apagar la televisión o recoger mis muñecos. Me dedico a escuchar sus excusas con la vista fija en su figura, pasando mis ojos del volante a él y de él al volante en un vaivén que deja bien en claro que no estoy entendiendo ni la mitad de lo que dice. Bueno, eso tampoco es ninguna novedad... — Porque a veces mentir está bien, está bien si no va con intención de dañar a nadie. — escupo, muy bajo por cierto, no estoy segura de que esa fuera la conclusión a la que llegamos mis compañeros de clase un día, si fue algo que dijo Hans o la propia mamá cuando todavía estaba viva. — ¡No, no fue un accidente! ¡Por los accidentes te disculpas y tú...! ¡Tú dejaste que se muriera! — como yo me disculpé aquel día que rompí una de sus placas de cristal con Hans, eso sí fue sin querer, ¡no esto! — Tú... ¡ni siquiera le diste un abrazo a la abuela! ¡Y la abuela estaba llorando mucho! — sí, lo recuerdo del funeral porque todos estaban llorando mucho, menos papá claro, debe ser por su norma de no llorar a la que se atiene desde... probablemente desde que nació. Insensible. — ¡Te comportaste como un abusón! Y los abusones solo se merecen comer... — pienso en las acelgas del comedor del colegio, o en sus espinacas de aspecto cochambroso, pero ninguna de esas cosas sale por mi boca de manera automática. — mierda. — me da igual que le acabe de decir a mi padre que se coma mierda, se lo tiene bien merecido. ¿No que hay que atenerse a las consecuencias de lo que hacemos? Pues eso.

A su pregunta, esa que no esperaba que me hiciera, me quedo con un poco de cara de boba, hasta abro la boca para contestar y no hay palabra que salga de ella hasta pasada un buen rato. — No... no lo sé. — respondo honesta, quedando más aún como si no entendiera de lo que me está hablando. Me apunto mentalmente preguntarle a Hans si se pueden hacer tales cosas como revivir a los muertos con magia, aunque, supongo, si se pudiera ya lo habríamos intentado. — ¡Eres un mentiroso! Un mentiroso embustero! — en mi berrinche ni siquiera se me ocurre hablar con propiedad más allá de gritarle lo primero que se me pasa por la cabeza, lo que siento más profundo desde hace meses. — ¡Mamá era buena! ¡Jamás hubiera hecho algo así! ¡Solo tú! ¡Eres un.... un...! ¡Un monstruo! — un monstruo come mierda. No puedo evitarlo, estoy tan enfadada ahora mismo que poco me importan las precauciones de mi hermano sobre que no diga nada indebido delante de nuestro padre. ¿Él no está aquí para frenarme, no es así?
Phoebe M. Powell
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Hermann M. Richter
Fugitivo
Siempre supe que estaba en sintonía con mi mente. Mi forma de pensar, las palabras que podía pronunciar, las formas en las que decidía actuar. Dejando de lado algunos momentos en los que podía llegar a perder el juicio, casi todo lo meditaba y lo pensaba con detenimiento antes de llevarlo a cabo. Lo que no sabía y en verdad no podía imaginar, era la forma en la que podía ser consciente de mi cuerpo. La form en que la sangre se calentaba dentro de mis venas, los latidos palpitando contra mis oídos, mi vista y la concentración que tenía que mantener para que no se nublase y me oscureciera el camino delante.

No puedo, tengo que apretar los dientes con fuerza para mantener la calma, pero al final me resulta imposible y me desvío en el primer camino que encuentro. Es tarde y no hay más luces que las del auto así que para cuando apago el motor, es solo la leve iluminación de dentro la que me permite ver a la que se supone que era mi hija. Su insolencia, su determinación, esa furia… puedo reconocerme en ella dentro de esas actitudes y aún así, aún así es algo que no pienso permitirle. Es algo que no pienso permitirle.

El dorso de mi mano se mueve con rapidez, y aprovechando que mira en mi dirección no me es difícil atravesar su rostro de un golpe rápido y cortante. - ¿Quieres llamarme monstruo? Adelante, ¿quieres decirme mentiroso? no voy a detenerte. Incluso puede que lo sea, tal vez sea un monstruo que se merezca comer mierda, pero tú eres un engendro que jamás podrá luchar contra su naturaleza. Tu madre fue una embustera, y aunque yo no fui quien la mató creéme, hay veces en las que me hubiese gustado serlo. - Desabrocho mi cinturón y fuerzo el suyo a hacer lo mismo. No he llegado a destino, supongo que luego tendré que ver cómo cierro el arreglo con las personas que iban a acogerla, pero la criatura que tengo delante me ha demostrado que no se merece ni un ápice de mi piedad. ¿Quiere llamarme monstruo? Pues bien, lo sería. - No voy a perder el tiempo contigo, no voy a permitir que tu existencia manche mi vida o la de tu hermano. - Bajo del auto con rapidez y lo rodeo por delante hasta llegar a su puerta. - ¡Baja! - No espero a que lo hago y tironeo de su brazo hasta que se encuentra fuera. Empujo la mochila contra su cuerpo y antes de darle oportunidad cierro la puerta nuevamente. - Tal vez me merezca comer mierda, pero espero que tú también aprendas a hacerlo porque de mí no vas a obtener nada más. - La observo, trato de encontrar en ella algo que me haga arrepentirme, pero lo único que tengo delante de mis ojos es a una niña malagradecida que debería estar rogándome sobre sus rodillas en lugar de insultar todo lo que soy. Las acciones tienen consecuencias y le tocaría aprender esa lección de la manera difícil.
Hermann M. Richter
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Desconozco si lo que llega primero es el sonido del golpe o el dolor que se acumula de manera rápida en mi mejilla en forma de quemazón, el mismo que amenaza con que se me salten las lágrimas por la impresión. Como si fuera a servir de algo una de mis manos se dirige hacia allí para calmar la sensación, escondiéndome tras mi cabello al apartar la mirada hacia el lado contrario. Es entonces que me doy cuenta que el coche se ha parado y de que fuera está mucho más oscuro de lo que estaba hace apenas unos minutos, ¿o fueron horas? He visto a papá enfadado muchas veces, de verdad que muchas, pero esto está a un nivel muy superior de lo que estoy acostumbrada. Ignoro la mitad de lo que dice, para empezar porque ni siquiera tengo una idea de lo que significa la palabra engendro y algo me dice que tampoco es algo que quiera preguntarle a mi hermano en el futuro. Sí me ofende que hable de esa manera con respecto a nuestra madre y se lo puntuaría si no fuera porque las ganas de ponerme a llorar se acrecientan con cada palabra.

Las mismas se esfuman cuando lo veo bajarse del coche. — ¿Qué…? — mis ojos lo siguen por el exterior hasta mi puerta y lo observo espantada cuando la abre. ¿Acaso está loco? No pienso bajarme del coche, está oscuro y ni siquiera se escuchan los grillos. — ¡No! — pongo los pies sobre el asiento al aferrarme al cabecero en el intento de apartarme de su persona, ¿pero qué hace? — ¡Me estás haciendo daño! — chillo cuando siento como tira de mi brazo y trato de ejercer fuerza en la dirección contraria. Pedirle que me suelte es algo que no llego a hacer hasta que lo hace él mismo y la brusquedad al sacarme del coche hace que mis pies se resbalen y pierda el equilibrio, cayendo sobre el suelo con mis rodillas. No me paro a comprobar el raspón que siento arder porque el golpe de mi mochila me desplaza torpemente hacia atrás unos pasos, esa que ni me molesto en tomar al sostener al conejo contra mi pecho.

Hace frío, la típica brisa de primavera que siempre hace refrescar las noches, pero no es esa la razón por la que estoy temblando, sino porque estoy verdaderamente asustada. — Perdón, papá, fue sin querer, no volveré a decir nada de eso, de verdad, lo prometo, ¿po… podemos irnos a casa ahora? — estoy segura de que si miro hacia atrás voy a poder ver dos ojos rojos entre la maleza, es probable que por eso no se escuche a ningún insecto, a saber lo que puede llegar a haber suelto por ahí. — Me portaré bien a partir de ahora, ya lo verás, seré como Hans — ¿no lo he hecho hasta ahora? ¿no he sido como mi hermano todo este tiempo? Siempre me esfuerzo por sacar las mejores notas tal como hace él, hacemos lo mismo e incluso ni le molesto cuando está trabajando en su despacho, no es mi problema que no sea nunca suficiente. — Quiero volver a casa, papá — o al menos, estar dentro del coche, y eso es a lo que voy cuando doy unos pasos en dirección a la puerta.
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Hermann M. Richter
Fugitivo
Sé que delante mío tengo a la niña a la que he criado durante los últimos años de mi vida, puedo reconocerme en algunas de sus facciones y tengo un sinfín de recuerdos que deberían avalar que Phoebe es de hecho mi hija. ¿La verdad? soy consciente de esas cosas, pero apartarlas me es mucho más sencillo de lo que hubiera imaginado. Supongo que, cuando uno tiene una astilla clavada en la piel no llora cuando la tiene que sacar, ya vería luego qué tan hundida estaba y qué tanto acababa doliendo al final.

- ¿Sin querer? Sin querer uno tira algo, lo que dijiste lo hiciste a conciencia, y cuando uno hace algo, se tiene que hacer cargo de sus actos. - ¿Es que no había aprendido nada en todos estos años? No había sido el padre más presente de la historia, pero creí que los valores en los que creía eran bien claros dentro de mi casa. - Puedes jurar no decir nada más al respecto, pero eso no hará que dejes de pensarlo. Había sido completamente sincera, había querido decir todas y cada una de las cosas que dijo, se le notaba en la mirada.

Sus promesas se sienten vacías, su intención a volverse mejor es solo producto de saber que obró mal. Y no, no dejaré que se salga con la suya, que pueda engañar con algo más que sus palabras y que aprenda a desarrollar su magia bajo mi techo. No, me negaba a seguir siendo un títere al que podía manejar. - No podrías ser como tu hermano jamás. - Le aseguro, sabiendo que su sangre no se lo permitía. ¿Que tan irónico era que siendo hermanos fuesen tan diferentes? - Tal vez en otro momento lo hubiese permitido, pero tú sola perdiste la única oportunidad que estaba dispuesto a darte. No diré que lo lamento porque en verdad no lo hago, así que espero que de verdad demuestres que eres mi hija y puedas sobrevivir por tu cuenta. De mí no recibirás nada más. - No la miro, no le permito seguirme. Me muevo con rapidez y rodeo el auto en un par de zancadas. Son segundos los que me toma llegar hasta el asiento del conductor y poner el auto en marcha. Para cuando lo logro, comienzo a hacer mi camino en reversa tratando de hacer oídos sordos mientras veo su figura haciéndose pequeña a medida que retrocedo.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Hacerse cargos de sus actos es una frase tan típica de papá que ni siquiera me sorprende que la utilice en su defensa y en su lugar me muerdo el interior de la mejilla, bajando la mirada hacia mis pies de manera inconsciente, pensando en todas las cosas que dice, que no puedo evitar sentir que todo esto es una exageración de su parte. Los niños somos niños, decimos tonterías, pero no siempre van en serio, incluso cuando reconozco que lo de verlo como un monstruo es algo que ya le he dicho a mi hermano con anterioridad, que mi falla esta vez ha estado en gritárselo a la persona que no debería escucharlo jamás. Odio admitirlo, pero tiene razón, mi opinión sobre él no cambiará a no ser que haya una modificación en su conducta, que a juzgar por el momento de ahora, no tiene pinta de que vaya a tener lugar.

Levanto la mirada cuando alza la voz de nuevo, esa frase me llega tan profundo que me hace pensar en todas las veces que he formado parte de la sombra de mi hermano porque mi padre estaba tan ocupado alabando sus logros, que mis esfuerzos siempre pasan desapercibidos. Mi padre no es la mejor persona del universo, al menos para mí, está lejos de serlo, pero de todas maneras tengo que admitir que incluso siendo así, siempre he buscado su aprobación. Sobra decir que esa nunca la recibo y es Hans quien se lleva toda la admiración y orgullo de un padre que se supone debería mirar por los dos. He llegado a pensar que me odia, pero mi hermano una vez hace mucho tiempo me dijo que una persona no puede dejar de querer a alguien tan deprisa, no me resultaría fácil creer que papá se ha llevado el premio récord de eso, porque de verdad que desde el incidente me he sentido como un insecto a su alrededor.

No entiendo mucho de lo que dice después, si vamos a ser claros, la mitad del tiempo no le entiendo, pero esto debe de ser cosa de que no comprendo lo que hacemos aquí en primer lugar, cuando es tarde y está oscuro, no veo la sorpresa que mencionó al principio y mañana hay escuela. — ¿Papá…? — mantengo mi ceño fruncido. Me asusta como habla, porque no veo una conexión en todo ello, solo que mis ojos le siguen hasta que se sube al coche y por inercia doy unos pasos para hacer lo mismo. Me confunde que el motor se encienda y dé marcha atrás, si no fuera porque reacciono con rapidez, creo que me habría pisado un pie con las ruedas. Con los brazos alrededor del cuerpo del peluche, observo como el coche se va alejando y las luces del mismo se mezclan con la oscuridad de la noche. — No te preocupes, Pelusa, enseguida regresa, solo va a dar la vuelta e iremos a casa. Ahora volverá. — decírselo me tranquiliza, de alguna manera murmurarlo en voz alta se percibe más real, la aseguración que necesito para no sentir la negrura acumulándose tras mi espalda. Lo que no sabía y tardaría días en comprender, parada al borde de esta misma carretera a su espera, es que no volvería, que jamás lo haría.
Phoebe M. Powell
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