TEMAS
—¿No volverás al Capitolio, verdad?— se lo pregunto, solo para escuchar su «no». Mi madre me dijo al irse que no me preocupara por Simon, mi padre confía en que podrá estar por su cuenta y no soy quien para dar una opinión al respecto, lo que nadie me dijo es que pasaría con la mascota de la familia. Doy por hecho que al asentarnos en este distrito, su presencia es una que no puede faltar y puesto que están con la organización de un Consejo, no puede andar por ahí. Salvo quizás, que algunos vayan a buscar a Ava, y es una resolución que día a día estoy esperando que la anuncien, una vez que las cosas aquí estén calmas. ¿Lo harán, no? ¿Irán por ella? Amber y Ben pueden hacerlo, no hace falta que vaya Ken, pero Ava... Con lo inquieto que es Ken, dudo que se quede aquí sentado y no termine por ir alguna noche a la Base de Seguridad a hacer explotar alguna pared. —Es la primera vez desde que nos conocemos que estamos en un mismo lugar y no hace falta que te escondas, ¿te das cuenta?— cambio de tema, me incorporo en la cama hasta quedar sentada.
—Hay un montón de cosas que podremos hacer ahora, ¿te acuerdas cuando en mi cuarto me decías qué cosas te gustaría hacer como un chico normal?— mi sonrisa se ensancha, sigue sin ser uno, lo bueno es que con este cambio de distrito, no tiene que ir con capuchas y gorras a ninguna parte. —Tendrías que lanzar un primer decreto de todas las cosas que te gustaría hacer— bromeo, falseando otra vez mi voz para darle todo el tono protocolar que no creo que tengan sus sesiones tampoco. Bajo mis pies al suelo que con el pasar de las semanas el frío se siente hasta en las baldosas y voy a aprisa hasta donde dejé tirada mi mochila de cuero con el cuaderno de bocetos. Agarro uno de los lápices, cualquiera, antes de volver a la cama donde me siento con el cuaderno abierto entre mis piernas cruzadas. —A este lo llamaremos el Decreto Synnove de todas las cosas que te gustaría hacer conmigo y yo pensaré otras— propongo con el lápiz en alto y comienzo a dibujar la D cuando choca con el papel limpio. —¿Con qué te gustaría empezar?— le pregunto, así tengo unos minutos para decidir qué me gustaría hacer en este tiempo que tenemos por delante, golpeteo mi barbilla con el lápiz al meditarlo.

— Por supuesto que no — ¿Dónde me quedaría, ahora que los Lackberg se han marchado sin siquiera despedirse de mí? No hay razones para seguir siendo un perro de la capital, cuando tengo todo un distrito gigante para moverme a mis anchas — Me necesitan aquí, hay demasiadas cosas que hacer — tantas que de solo pensarlas me agarra fatiga y el enorme estrés de saber que no tengo la menor idea de cómo hacerlo. ¿Ven por qué dije desde el primer momento que no estoy hecho para esto? Ya me olvidé los nombres de la mitad de las personas que han venido a verme estos días y eso que se supone que debería estar siendo de ayuda para ellos, ni mencionemos las preocupaciones personales. Ya estoy empezando a paniquear internamente y tengo miedo de que se me note, así que doy las gracias a que ella lleve la conversación por otro camino — Lo he pensado — confieso con una sonrisa que se va ampliando — ¿Ahora es cuando debo empezar a llevarte flores cada vez que te invite a hacer algo conmigo? — es una broma, pero me pregunto qué clase de noviazgo será el que le gustará ahora que las cosas se normalizaron un poco. Bueno, tampoco tanto, que la vida real no se parece a nada en las películas y la gente no te halaba ni te respeta cuando llegas a salvar un distrito. Más bien, estoy seguro de que aquellos que no vinieron a hablar con nosotros nos esquivan la mirada y hasta cruzan de vereda, lo cual es un poco incómodo. Supongo que será cosa de que se acostumbren.
Me obligo a sentarme en lo que ella se baja de la cama y doy un par de saltos-rebote con mi culo hasta acomodarme mejor, apoyando la espalda contra la cabecera — Tendré que iniciar una nueva lista, si algunas ya me las olvidé y otras pude cumplirlas — mis cejas se mueven con la picardía de la broma y aprovecho que regresa para poder plantar un beso en su mejilla a modo de risa. Asomo la cabeza para poder ver qué es lo que escribe, pero en vista de que no avanza demasiado levanto la mirada una vez más hacia ella en lo que se sigue explicando — ¿Podemos ir al cine? — suena a un deseo demasiado profundo, pero creo que sería una enorme ironía el pasar tantas noches viendo películas y no ir nunca a disfrutar de una pantalla grande — También tenemos un zoológico de criaturas mágicas. ¡Y quiero mostrarte los campos! Son inmensos, deberíamos organizar un picnic. ¿Y qué te parece el ir a beber algo… como una malteada? — apoyo mi pie descalzo sobre el colchón así puedo abrazarme a mi rodilla — ¿Qué piensas hacer ahora que puedes estudiar o trabajar aquí dentro? — preguno por mera curiosidad, que no es como que hemos tenido mucho tiempo para conversar en estos días.
Muevo el lápiz hacia él al mostrarle mi sonrisa satisfecha por haber cumplido con ciertos puntos al encargarme bien de su lista. —De nada— modulo con lentitud para cerrar un agradecimiento que no salió de sus labios y que lo tomaré de todas formas. Pensar que había un montón de cosas que se le ocurría por contrastar su vida con la de los chicos del Capitolio, para que luego de unos meses terminara en un sitio como este. Siempre moviéndose en extremos, nunca en un punto de normalidad. En este distrito por lo menos puede andar por calle e ir a lugares como ¡un cine! Me emociono al saltar en la cama, mi cuaderno bien sujeto en mis brazos, para ir hacia donde está sentado. —¡UN CINE, KEN! ¡Podrás ir a un cine! Y miras las películas en una pantalla gigante, comer palomitas, sentarte… ¿crees que podrías estar sentado por horas? Se apagan las luces y si la película no es buena, podría darte sueño…— lo prevengo, que soy quien mejor conoce de esto y es mi deber decírselo.
Creo que un zoológico sería más raro para mí que para él. En casa no teníamos ni un pez. ¡Ni un pez! Así que me apresuro en apuntarlo debajo del garabato rápido donde se lee «Decreto Synnove». Cine. Zoológico. —¿Podemos ir al campo de noche? Podemos hacer un picnic a la tarde y quedarnos hasta la noche. Nunca hice eso de quedarme mirando las estrellas, y no es lo mismo que en la terraza, tú me entiendes, es… quedarte en medio de la nada solo mirando las estrellas— así que también me lo apunto sacándole rapidez al lápiz y tengo que reírme cuando sugiere lo de tomar algo. —Ken, en serio— debo parar de escribir por un momento, mi mirada puesta en él y la carcajada atrapada en mi garganta que se ve en mis ojos. —Tantas películas te han convertido en un novio de película.
Con una mano muevo su hombro para que no se encorve y lo empujo hacia el respaldo de la cama así puedo sentarme con mi espalda recostada contra su pecho, el cuaderno sobre mi regazo para ir anotando las cosas que se me ocurren a mí. —¿Podremos estudiar? ¿En el Prince?— le pregunto con la vista puesta en la lista. Podría habérselo preguntado a Mimi, creo que estuve demasiado entusiasmada con mover y remodelar todo en la casa de mi abuela como para plantearme siquiera la idea de volver a estudiar. —Lo que haré será…— hablo con un tono distraído, es que no necesito pensarlo demasiado, —arreglar la casa, seguir aprendiendo de Alice porque he visto lo necesario que es, no puede ser que haya hechizos básicos de sanación que no conozco, y si podemos estudiar… volvería a estudiar leyes, supongo—. Marco un punto en mi lista. —¿Quieres que te lea lo que escribí?— pregunto ladeando un poco mi cabeza, aunque no alcanzo a verlo más que de refilón. —Haré un retrato tuyo en esta casa de esos… ¿los viste alguna vez? De los aristócratas de antes con sus capas y camisas con hilos de oro, todo muy ostentoso— me río.

Y puede que Syv sí lo ha tenido todo, pero es encantador que su entusiasmo pueda compartirse con el mío, que ella sabe lo que todos han pasado como para sentirlo en carne propia. Es como si las líneas invisibles que nos separaban empezaran a evaporarse, poco a poco, aunque sea en un territorio limitado — Eso depende… ¿Cuántas películas puedes ver en un cine por día? — pregunto, noto que jamás me he ido a los detalles de cómo funcionan esos lugares, quizá porque pensaba que no iba a poder utilizarlos — Esto es todo tu culpa, no pensé que iba a gustarme tanto el cine hasta que empecé a usar tu catálogo de películas en la tele. ¿Cómo podría dormirme? — si aún no conoce los grados de excitación que puedo alcanzar cuando descubro algo nuevo, me parece que no ha estado prestando atención. Al menos lo anota en lo que yo intento imaginar lo que me está pidiendo, seguro de poder conseguir al menos un día que pueda regalarle por completo. ¿Es tan malo? Si alguien me lo reprocha, siempre puedo jugar la carta de que me lo merezco… ¿No? Que entre todo lo que ha cambiado en estos días, Syv es una de las pocas cosas que continúan siendo como antes — Deberíamos llevar una buena cantidad de comida y bebida. Podemos organizarlo para uno de estos días, antes de que comience el invierno y todo se llene de nieve — que todo muy lindo con el color blanco, pero no creo que ninguno aquí quiera morir congelado. No me espero el comentario que me hace sonreír y, acto seguido, arqueo una ceja en una actitud altanera propia de las estrellas de cine — Bueno, también soy apuesto y encantador… — engrueso la voz para acompañar la pantomima, hasta que me quiebro en una risa que me regresa al tono habitual y meneo la cabeza — Solo quiero hacer cosas nuevas y eres mi mejor compañía para ellas — que me perdonen mis amigos.
Me veo empujado hacia atrás una vez más y me acomodo para que ella se sienta cómoda al usarme de almohada, así que paso un brazo por detrás de ella así puedo rodarla por la cintura, con la mejilla apoyada contra su cabeza — Los estudiantes del Prince tienen todo el derecho a seguir sus estudios, sí. Estamos trabajando en las medidas de seguridad para que eso no sea un problema — explico — Pero también queremos… bueno, crear una escuela aquí así los muggles y los magos que quieran unirse puedan estudiar juntos — sé que suena delirante, pero en vista de cómo estamos funcionando, parece que puede hacerse realidad más temprano que tarde. Sus planes tienen sentido, no solo por la parte de continuar sus estudios sino también el buscar seguir los pasos de Alice. Las leyes y la salud son algo que siempre tendremos que tener a nuestro favor, en especial si consideramos que continuamos siendo una minoría con pocas cosas a nuestro favor — Si es lo que deseas, ve por ello — es todo lo que puedo esperar de ella. Con un asentimiento de la cabeza me dispongo a escuchar su lista de tareas a cumplir entre los dos, pero que me salga con otra cosa me distrae lo suficiente como para levantar la cabeza con expresión confundida hasta que me rompo en una risa — ¿Qué? — ladeo la cabeza en su dirección — ¿Para que los historiadores me vean como alguien más serio? No estaría mal. Podremos enviarle una copia a Magnar — bromeo y acerco mi rostro al suyo, rozando mi nariz contra la suya — Me gustaría tanto que papá pudiera ver esto — me lamento, tan de repente que hasta yo mismo busco una explicación que sé que tengo dentro — Hablo de Echo, no de Orion. Estaría como loco tratando de mantener todo en orden y seguro me hubiera regañado en más de una ocasión. Le hubieras agradado — me sonrío, que a veces es sorprendente el saber que puedo recordarlos, a pesar de que ahora mismo se sientan como un sueño demasiado lejano.
—Puedes ver todas las películas siempre y cuando no se te caigan los ojos y sigas teniendo dinero— le contesto con una carcajada a medias, y así como yo me río de él, también podría reírse de mí por no tener en cuenta que estamos entrando en los días más fríos del año y lo que haremos en el campo será pescarnos una pulmonía. —Vi en un documental que con abrigo y bolsas térmicas se pueden hacer acampadas en invierno. ¿Y qué hay de malo con la nieve? ¿No te gustaría ir algún día a los polos? Ahí solo hay nieve, todo un desierto blanco— y al decirlo pienso en mis padres, que no tengo idea de en qué punto de su trayecto estarán. Aparto ese pensamiento para volver a la broma, me giro hacia él así puedo echarle un vistazo de la cintura a los ojos. —No estás mal— concuerdo con él sin caer en halagos que no parece necesitar y pierdo un poco la socarronería por lo honesto de sus palabras. —Por algo nos hicimos amigos, ¿no? Contigo siempre vivo un montón de cosas nuevas— desde el día uno, llegar a mi vida como mi mascota marcó un hito.
En la comodidad de mi posición, pregunto sin verlo. —¿Una tercera escuela?— supongo que las autoridades del Prince podrían poner reparos si se quiere incluir a los muggles entre sus alumnos, que ya no serán esclavos y esa es una segunda gran conquista sobre este distrito. —Yo iría a tu nueva escuela— le aseguro, dudo que tenga toda la estructura de materias y especialidades que el Royal y el Prince, pero seguir la carrera de leyes está un poco atrás en mis prioridades y acompañar el cambio que exigimos en cuanto a derechos creo que es algo que se hace más con el ejemplo que con papeles. Para hacer algo que ocupe mi tiempo y sirva a los demás puedo continuar con las prácticas de Alice, dibujar sigue siendo algo exclusivo de mi tiempo libre y ese se lo puedo dar a Ken. —Tendremos que buscarte ropa de gala, ¿sabes si tienen algún ático por aquí donde puedan guardar esas cosas? ¿O el alcalde dejó cosas en su guardarropas?— consulto, no puedo creer que en serio esté aceptando, no sé por qué soy quien no puede creerlo. Sujeto su mejilla cuando se acerca para darle un beso rápido, la mención a alguien que ya no está me hace pensar en todos los que no hace mucho nos acompañaban y también se fueron. —¿En serio le hubiera agradado? ¿No te habría dicho que te buscaste a la chica más rara del Capitolio? Rara o no, ¡una chica del Capitolio! ¿Se puede ver lo imprudente de eso?— bromeo para que no se ponga triste por la ausencia de su padre, de las muertes en la alcaldía todavía se hablan y también la falta de Ava se siente. —¿Cómo era tu padre?— le pregunto. —Así sabré si nos hubiéramos llevado bien. ¿Te pareces a él?— y sé que es su padre adoptivo, pero mi hermano mismo es un buen ejemplo de cómo los adoptivos tienen una influencia mucho más fuerte que la genética.

No me esperaba esa declaración. La miro como si no estuviera teniendo en cuenta algunos datos fundamentales, como por ejemplo… — No tendremos un gran alcance en un principio. Quiero decir… muchos muggles no tuvieron jamás educación y tendremos que ver quienes estarían dispuestos a dar clases. Pero sería un honor tenerte allí, si es lo que tú decides — le sonrío, porque no creo que existan palabras que demuestren mi agradecimiento a una muestra de fe tan grande y tan simple a la vez. Es bueno que al menos existan magos que prediquen con el ejemplo de lo que queremos hacer, hacen que las cosas sean un poquititito más fáciles — Aún así, estaba pensando… tendrás que mantenerte de alguna manera. ¿No quieres ayudar a Arianne con la investigación y redacción de nuevas leyes? Tienes una base, podrías ser su asistente, si te interesa — me encojo de hombros, dudo mucho que ella hubiera considerado seguir por ese lado, pero si quiere ayudar siempre está la opción de hacerlo.
No me esperaba que lo del retrato fuese tan inmediato, las dudas de lo que ha quedado atrás gracias a la huída del alcalde me dejan sin responder en lo que recibo un beso que devuelvo con torpeza — Bueno, no me creería en primer lugar que estoy saliendo con alguien del Capitolio, pero creo que lo pasaría — aunque de seguro me molestaría diciendo que esperaba que termine con Lilah, pero creo que ese no es un comentario que le dices a la chica que te gusta. Me toma aún más por sorpresa esa pregunta, porque creo que en otros tiempos podría haberla respondido mucho más rápido. Hoy apoyo la cabeza contra la cama, con la mirada perdida en algún punto que en realidad no veo en lo que trato de recordar sus mañas, esas que tenía por montones — Echo era… era la clase de persona que se hizo cargo de todos los que no tenían padre. Creo que se pasó la mitad del tiempo cuidando del resto y la otra mitad reprimiendo a Ben y Seth cada vez que tenía que sacarlos de problemas — me sonrío, parte de esas historias no las recuerdo bien, pero eran anécdotas clásicas en el catorce, como el robo de la vaca Bessie — Se encargaba de entrenarnos y siempre fue especialmente estricto conmigo, decía que tenía mucha capacidad, aunque solía decir también que no sabía si yo era valiente o estúpido o ambas cosas. Hablábamos muchísimo, le gustaban los animales. Cuando era niño hacíamos fogatas en el jardín y nos contábamos historias, de esas que inventábamos en el momento para entretenernos. Fue el mejor padre que pude haber tenido — y sé que no nos hubiera dejado de haber podido evitarlo. Aún es difícil recordar nuestra despedida que se siente incompleta, porque lo único que hice fue gritarle mientras él me obligaba a marchar, creyendo que tendríamos otra oportunidad — Cuando todos empezaron a aparecer creí que él podría haber sobrevivido, pero… ya he aceptado que no es una opción — al menos, no una muy probable.
Me muerdo el interior de la mejilla, esa que siento tensa junto a toda mi mandíbula al tener que contener vaya a saber qué emoción que me trepa por la garganta. Conservo mi dignidad moviendo mi brazo para dejar de abrazarla y le doy la espalda al ponerme de pie, en dirección al guardarropas. Le doy un suave empujón para abrir la puerta corrediza, no es demasiado grande pero aún me quedan algunas cosas que revisar — Jamás he usado un traje — confieso en lo que doy un paso dentro, mis dedos rozan algunas chaquetas y tironeo de lo que parece ser un conjunto color vino. Me asomo, enseñándoselo — ¿Este te gusta o prefieres otro? Hay negro y azul, aunque no puedo confirmar que vayan a quedarme bien — empezando con que ese sujeto no era muy alto pero sí lo creo más rechoncho que yo y, además, sospecho que el corte de gala se verá ridículo en mí.
Se me daba bien eso de enseñarle cosas, cuando dice lo de buscar gente que enseñe, casi que me ofrezco para dar clases a los más chicos. Colaborando con Jolene en el instituto de arte aprendí a tratar con niños. Si me callo es porque lo que me sugiere después me obliga a pensarlo con seriedad. ¿Qué harás, Synnove Lackberg? ¿Simplemente continuarás leyes hasta terminar para luego archivarlo en un cajón para olvidarlo todo o le darás algún provecho? ¿Continuar con leyes o mi vida de bohemia aprendiendo sobre sanación y amar al otro con Alice y Beverly? Difícil elecciones, si trato de hacerlo apenas si tendré tiempo libre, pero… no es como si estuviera haciendo grandes cosas y he pasado unas semanas de mirar el techo. No he dormido antes por terminar mis deberes, nada fuera de lo normal. —¿Crees que Arianne aceptaría? ¿O tengo que pedirle a Ben que me la presente y pida por mí?—. “Ella es Synnove, sabe leyes y le enseñé a usar una ballesta”, la palabra de Ben debe tener algún peso, ¿no? No puede ser un tipo tan grande y que su palabra no tenga peso, sería la ironía. Concentración, Syv. —La verdad es que me gustaría mucho poder ser secretaria de Arianne, aunque…— me giro hacia él, —quiero seguir aprendiendo con Alice. Así que…— recupero mi lista de cosas por hacer. —Todos los domingos tendremos una salida, por si las dudas, no nos vemos el resto de la semana. Sea ir al cine, al zoológico, al campo… ¿te gustaría ir a patinar en el hielo también?
Esto vuelve a ser raro, ¿en serio tengo un novio para ir a patinar? ¿Cuándo… pasó… esto? —¿Tu papa reaccionaría igual que mi mamá?— inquiero, que a mi madre también le pareció imposible que pudiera fijarme en alguien que no haya nacido, crecido y tenga todos sus registros asentados en el Capitolio, como si no hubiera un mundo después de los edificios de ese distrito… y bien, el mundo es muy grande. Es tan grande que a veces hay dos personas en extremos opuestos que se parecen, porque hay cosas que me dice de Echo que me recuerdan un poco a mi padre, esa calidez y generosidad de abrazar a varios niños huérfanos. Y también que no se parecen en nada, como Ken y yo. Pensarnos en vidas paralelas todo este tiempo es tan raro, RARO una vez más. ¿Será así toda la vida? ¿Encontrarme con personas que habrán pasado por tantas cosas en lugares remotos que nada tienen que ver conmigo y que cuando coincidamos parezca que estaba fijado que así debía ser, porque hay tanto por aprender del otro?
»Si te sirve de algún tipo de consuelo— digo cuando lo siento moverse, —la muerte no aleja a las personas. Hace que algunas, como tu padre, al desprenderse de su cuerpo y ser espíritu, puedan estar en todo momento contigo. Te acompaña a todas partes, se asegura de que cumplas con lo que te enseñó y honras a su memoria cada vez que lo haces— le explico mi manera de ver esto. —Se vuelven espíritus de luz que puedes invocar siempre que estés en una batalla con fantasmas y demonios internos, ellos vendrán a ayudarte—. Me reacomodo en la cama para quedar con la panza contra la sábana y el mentón apoyado entre mis brazos cruzados, así puedo verlo entrar al guardarropa y salir con una opción de traje que me hace arrugar un poco la nariz. —Por mucho que me desagrade el color, tengo que admitir que te quedaría bien. Me cuesta imaginar cómo te quedaría un traje más clásico sea negro o azul, no, aguarda…— pido, uso una mano para apoyarme en el colchón y la otra para llevarla a mi pecho. —Ya lo imaginé— suspiro. —Ni lo intentes, es demasiado para mi pobre corazón. Te confieso que estaba pensando en trajes más… ¿sabes de las pinturas que te hablo, no? Esas donde tenían camisas y capas pesadas, con mucho bordado, mucho vuelo, y se veían cargados de medallas— otra sonrisa va tirando de mis labios y tengo que fingir un suspiro teatral. — A falta de recursos, tendremos que conformarnos con la típica pintura de highlander…— bromeo, que no puede estar tomando en serio lo de la pintura, bueno sí, lo digo en serio, pero es para reírnos un rato.

Tengo que recordarme cómo fue la reacción de Amalie para poder compararla con lo que recuerdo de Echo, acabo meneando la cabeza con énfasis — Se sorprendería, pero no lo reprocharía. Echo era guardaespaldas de los Black… siempre tuvo en claro que de dónde vienes no define hacia donde vas — por la historia que pude ir recolectando en estos meses, fue él quien ayudó a Stephanie a escapar y se vio abandonado a su suerte, para pasar a cuidar no solo de los Ballard sino también de mi madre. ¿Cómo cuidas de un grupo tan diverso, al cual se sumaron los Franco y los Dawson, si no eres una persona abierta de mente? ¿Cómo consigues que todos sobrevivan en paz durante tanto tiempo? Y cuando salimos a la vida nos topamos con personas como Synnove, que no estaban esperándote pero aún así toman tu mano. Incluso al darle la espalda me sonrío, porque siempre he pensado que los consuelos sobre la muerte son una manera de hacernos sentir mejor, pero aún así… — Me gusta creer que al menos está orgulloso de mí. Sé que no hay manera de preguntarle, pero entre todas las cosas mal que he hecho, creo que algunas le hubieran gustado — lo que acaba de suceder en el nueve es algo por lo cual habría festejado antes de ponerse a trabajar, estoy seguro.
Tengo miedo, por el segundo que le durá esa expresión, que el traje sea una cosa horrible, hasta que me hace suspirar con fuerza en una vaga sonrisa — ¿Es verdad que a las chicas les gusta ver hombres en traje? — la oigo en lo que me concentro en el espejo de cuerpo entero de la esquina, delante del cual me paro para poder colocarme el conjunto por delante del cuerpo, tratando de imaginar cómo se vería. Asiento para darle a entender que sé de lo que me habla, aunque estoy más concentrado en mi reflejo — Los he visto en películas, pero creo que para eso deberías viajar en el tiempo o asaltar el vestuario de un teatro — lanzo las prendas sobre uno de los sillones y paso a quitarme la camiseta, la cual acaba sobre el suelo en lo que empiezo a ponerme la camisa. La tela se siente rara, para qué mentir — ¿Y cómo sería ese tipo de pintura? — tengo que chequear más de una vez que me estoy abotonando bien esta cosa, hasta que creo que se encuentra cómo debe y puedo pasar a los pantalones.
Para cuando estoy pasando un brazo por el saco, la imagen en el espejo me parece extraña, como una persona que se parece a mí pero que no tiene nada que ver conmigo. Acomodo las solapas de un tirón, meto la camisa dentro del pantalón como he visto que hacen los sujetos que usan estas cosas (y sí, tengo que tirar más del cinto para que nada se suelte) y, para cuando me hago con la corbata, no estoy seguro de cómo se pone. Por eso es que me giro hacia ella y se la enseño — ¿Podrías…? — pregunto, que ya suficiente con que pude ponerme todo por mi cuenta y no hacerlo del revés — ¿Qué opinas? ¿Crees que así la gente me tomaría un poco más en serio al hablar por televisión? — que la gente del gobierno siempre se muestra impoluta y, por lo que he visto, los Black eran igual de elegantes. Tal vez es hora de adoptar al menos una de sus costumbres, de vez en cuando — Es un poco incómodo y me siento ridículo. En tu cuadro podrías añadir algo genial como una capa, para hacer que el sufrimiento valga la pena.
Eso que me dice sobre que de dónde venimos no define a donde vamos, me lleva a meditar en silencio lo que una vez le dije a Alice cuando me preguntó a donde iba yo, que en realidad siempre hay un lugar al que volvemos, no lo pongo en voz alta y en cambio lo escucho hablar de su padre un poco más, a lo último solo puedo sonreírle. No creo que nadie sienta otra cosa que no sea orgullo por su logro de quedarse con el distrito nueve. Como cuando mirábamos películas en mi habitación y me tiraba en la cama, con la misma atención lo veo moverse entre las perchas con trajes. —Depende— contesto, tengo que buscar una almohada para tener a qué rodear con mis brazos y aplastar con mi barbilla, —las camisas remarcan los brazos y algunos sacos de traje destacan los hombros, algunos pantalones también ayudan a… bueno, de vez en cuando es agradable ver a un chico con traje. Pero no es una ley universal que el traje sea lo que más gusta, cada quien tiene su estilo y personalmente, no podría verte todos los días con uno…— la sonrisa saliéndose de mi boca lo deja en claro, no podría tomarlo con seriedad si cada día lo veo luciendo un saco de etiqueta. —A mí me gusta el Ken de siempre— digo, la duda es si será siempre así. Estamos comenzando algo nuevo en este lugar, creo que todavía es pronto para saber cuánto eso va a cambiarnos y en especial, a él.
—¿Asaltarías un teatro conmigo?— se lo propongo como si fuera un plan que podría llevarse a cabo, si bien no es más que un chiste. Lo mismo que la pintura de la que le hablo. —Para esa vas a tener que dejar de abotonarte la camisa— me río, hundo aún más mi mentón en la almohada y con un movimiento de mi mano le indico que continúe con la tarea. —También podemos intentar una de libertarios, si te colocas un pantalón ajustado y una camisa blanca entreabierta, y te conseguimos una bandera roja… podría dibujarte en lo alto de la escalera de esta mansión…— son ideas que solo imaginarlas me dan mucho material, realizarlas serían otra cuestión. No me veo haciendo un retrato real y auténtico de Ken, eso me echa más presión que diseñar una caricatura de quien podría ser y mandársela a Magnar. El tono vino del traje en serio hace su parte colaborando con una imagen bastante excéntrica de él. —¿Quieres que te ayude ajustándolo a tu talla?— me ofrezco, que creo haber dejado la varita por ahí. Saco mis piernas de la cama cuando me pide ayuda con otra cosa y tengo que ser honesta. —No tengo idea de cómo se hace esto— admito cuando me coloco delante de él para tomar los extremos de la tela, lo hago pasar por detrás de su nuca y trato de que quede por debajo del cuello de la camisa. Bien, ¿ahora cómo sigue? —Si yo te viera aparecer con un traje en televisión luego de todo lo que pasó, me preguntaría si no estás tratando de ser un político más y si en el fondo no lo eres…— verdad, bruta verdad, se la ofrezco mientras hago un nudo que ata la tela y sonrío al ver que eso está lejos de parecer el nudo de una corbata. —Creo que te tomaran en serio siempre que hablas con honestidad y fuerza, no van a mirar cómo estás vestido— se lo dejo en claro, que Magnar Aminoff es un buen ejemplo de un tipo al que le queda bien el traje, pero eso no hace a un buen gobernante. ¿No estaba de traje cuando peleábamos con él?

— Asaltaría hasta un banco contigo — aunque intento que suene a una broma ridícula, tengo la sensación de que he sonado demasiado cursi y agradezco tener la excusa para mirar hacia abajo en lo que comenta que tengo que dejar de abotonarme la camisa — Lo que describes suena a una película rosa de época. Me falta el pelo en pecho para poder lucir una imagen así. ¿Te parece el dibujarlo con marcador? — que si ser lampiño me vale las burlas de mis tíos, voy a hacerlo yo mismo por mi propia cuenta — ¿Crees que podrías? Aunque ten cuidado de no ajustar demasiado los pantalones — no puedo creer esto, de verdad. Cuando nos conocimos no sospeché ni la mitad de las cosas que acabaron sucediendo, pero estar jugando a ponerme un traje en una casona con ella estaba posiblemente en esa lista de “nunca, jamás”. Le cedo el poder de la corbata sin importarme que ella parezca tener menos idea que yo, solo me dejo hacer en lo que aprovecho a seguir su expresión ahora que la tengo de frente — No lo sé, Syv. Tú no estuviste en ese despacho. Ellos solo… — resoplo con obvia frustración en lo que paso mi peso de una pierna a la otra, alzando un poco el mentón para que ella pueda trabajar tranquila — Me trataron de bastardo, de niño, de oportunista y ambicioso. Jamás supe lo que las personas piensan de mí, al menos no cara a cara. ¿Cómo se supone que gobierne, si así es como me ven? — no espero la aceptación de todo el mundo, pero me cuesta creer que allá afuera exista un mínimo de respeto.
No puedo evitar ladear la cabeza, fijándome en el reflejo del espejo de alguien cuyo cuerpo no cubre todos los espacios de este traje. Prenso mis labios, dejando caer un poco los hombros — Tal vez tienen razón y debería estar jugando juegos de estrategia. Nunca, jamás, me sentí tan inseguro como ese día y siento que debería aprender a jugar su juego si pretendo ganarlo, pero se siente terriblemente mal — como rebajarme a un nivel sucio e injusto, porque ninguno de ellos será amable en el futuro. Mordisqueo mis labios en lo que bajo la mirada, seguro de lo que diré a continuación me hará sonar como el mocoso que ellos dicen que soy — El auror que Ben asesinó fue el que me torturó cuando estuve en prisión — confieso en un murmullo apenas audible — Y tenerlo de nuevo adelante me hizo sentir minúsculo y lleno de miedo. Cuando tenía que mantener la compostura, no pude hacer más que enojarme porque por dentro quería salir corriendo. Me siento estúpido.
Aliso el frente de la camisa con mis manos cuando escucho como fue su conversación en el interior del despacho del alcalde, mientras el resto esperábamos fuera. —¿Me estás diciendo que vas a tomar la opinión de los generales de Magnar como si fuera la opinión de todos?— inquiero. —Lo que ellos te digan no es lo que piensan todos, Ken. Magnar va a elegir para que ocupen esos lugares a gente que piense como él, no esperes hallar un rebelde entre ellos— es mi punto de vista de esto, hago un repaso rápido de quienes estuvieron en esa sala ese día. ¿Aurores? ¿Ministros? ¿La líder del escuadrón de licántropos? Fue ella con quien peleó. —Creo que si quieres marcar una diferencia, no deberías intentar parecerte a ellos, mucho menos en apariencia y como alguien que tiene mucho conocimiento sobre el mundo visual, una imagen dice mucho, ¿sabes? Si te ves como ellos, te creerán uno de ellos. ¿Eso quieres?— listo la corbata, con su nudo simple y horroroso.
Coloco mis manos en su cuello cuando busco que me mire, apartándolo de ese espejo que lo hace criticarse tan duro desde la percepción de los lamebotas de Magnar. —Que nunca lo que puedan decir otros te diga quién eres, ¿de acuerdo? Y mientras recuerdes por qué estás haciendo esto, eso es lo que terminará por mostrarse ante todos. ¿Recuerdas por qué estás haciendo esto, no?— se lo pregunto esperando que me lo diga, es necesario ponerlo en voz alta y escucharlo con los propios oídos para no olvidarlo. Rodeo sus brazos con los míos para estrecharlo al saber lo del auror, tomo mis muñecas con las manos para encerrarlo dentro del abrazo. —Ellos son gigantes, Ken. Y tú eres muy pequeño y estás lleno de miedo, pero lo mismo luchas. Eres la persona más valiente que conozco, serás mucho más grande que ellos algún día— hablo con mi mejilla contra su pecho. Alzo un poco mi barbilla así puedo verlo al continuar: —Y nunca juegues su juego, ¿de acuerdo? No estás aquí para jugarlo, sino para cambiar las reglas. ¿Bien?

Bajo mi mirada y no estoy seguro de que así deba verse una corbata, pero no digo nada al respecto. Me encuentro obligado a levantar los ojos hacia los suyos y supongo que esa es la respuesta a mi duda anterior, paso mis brazos por su cintura hasta que uno mis propias manos en su espalda baja — Porque es lo correcto. Porque es el mejor camino para que todos puedan vivir sin tener que esconderse y dejen de pasar cosas terribles — no se lo digo, pero también me recuerdo que es imposible conseguirlo sin hacer sacrificios o mancharse las manos. Ellos atacan y nosotros también. Que me llame pequeño me hace sonreír con desgano, incluso cuando entiendo lo que quiere decir; yo no seré quien le diga que espero que no se equivoque, que sino sonaré muy fatalista — Bien — contesto con una seguridad que no siento y tengo que girar la cabeza para mirarla —No sé qué haría sin ti, Syv. Eres mucho mejor que la voz de mi consciencia, a veces creo que me volvería loco o no podría avanzar — me he acostumbrado no solo a su compañía, sino también a su apoyo. No tenerla sospecho que sería como andar a ciegas por un tiempo.
Solo la suelto porque tomo su rostro cuidadosamente entre mis manos, acercándonos lo suficiente como para que mis labios besen los suyos una vez. Y otra más, porque se puede — Entonces... ¿No te gusto con traje? — intento recuperar parte de la diversión con una media sonrisa sobre su boca y me giro, soltandola para verme en el espejo. Acomodo el saco por pura inercia y me paro un poco más derecho, pero sigue viéndose raro — Creo que la esposa del alcalde dejó unos varios vestidos atrás. ¿Quieres probarte alguno? — en lo que lo sugiero, la emoción me gana y me alejo para regresar al guardarropa, donde empiezo a pasar perchas — Podemos ser una pareja de aristócratas que van a la ópera y usan binoculares. ¿Qué dices, mon cheri? — le enseño uno plateado repleto de lentejuelas que me hace mover las cejas con falsa seducción —¿Un poco de caviar, etiqueta y risas forzadas? Quizá después nos podemos meter mano en una limusina mientras bebemos champagne — porque si puedo disfrazarme como ellos, también puedo burlarme.
—Para que puedan dejar de esconderse y ya no tengan que pasar cosas terribles— repito con él, —para que nadie tenga que esconderse y deba pasar cosas terribles, que eso sea siempre lo que te guíe, ¿de acuerdo? Todos necesitamos de estrellas que nos marquen el norte cuando estamos perdidos en mitad de la ruta, las razones por la que haces lo que haces que sean tus estrellas y nunca te vas a perder— acaricio su mandíbula con mis pulgares a ambos lados de su rostro. Siempre es mejor tener motivos como guías que a personas, porque en las batallas todo se vuelve confuso, desaparecen o mueren, él lo sabe mejor que yo que recién estoy experimentando lo que es echar de menos a una persona que apenas conocía y que me hacía sentir parte de algo, que con su ausencia me hace sentir que estamos en un cuadro incompleto, no importa como lo pinte, hay huecos que no pueden cubrir. Y teniendo esto presente, no debería sonreír como lo hago al oírle y no debería decirle lo que le digo. —Te dije que iba a estar, ¿no? Estaré para ti siempre que necesites hablar de esto o un consejo—, como si fuera una línea memorizada, continuo: —también para hacerte ver que estás siendo un idiota si hace falta.
Devuelvo mis manos a su cuello para acercarlo cuando se inclina a besarme y respondo con una caricia más lenta a sus labios. Muerdo los míos cuando se aparta y tengo que negar con la cabeza para hacerle saber que si es por mí, descartamos los trajes. La sonrisa se curva entre mis dientes al escuchar su idea, otra carcajada sale de mí sin que pueda contenerla. —No voy a…— comienzo a decir a punto de reírme a pleno, me callo y ruedo los ojos al ver que se ha metido en la tarea de buscar alguno. Creo que nuestra lista oficial de cosas por hacer compite con otra en la que están apuntadas las ideas de asaltar un teatro, robar un banco, ir a la ópera y también pasear en limusina. Tomo la percha de sus manos para colocar el vestido delante de mi cuerpo y comprobar mi imagen en el espejo. —¿Y en algún momento de la noche bailaremos un vals? Si vamos a lucir tan elegantes, tenemos que bailar un vals— me río con esto. Sigo sosteniendo la percha con el vestido cuando rodeo su cintura con un brazo y coloco mi mejilla en su hombro al mirarlo, me quedo tan callada con mis ojos puestos en él, que tengo que preguntar lo que está en mi mente antes de que empiece a creer que le estoy viendo algo raro en la cara. —¿Qué te gustaría que te dijera en vez de decirte «te amo» cada vez que quiero decirlo?—. Y golpeo su pecho con la percha para que la sostenga. —Toma, me ayudarás a colocármelo, lleva cierre en la espalda.

Lo positivo de todo esto es que, a pesar de que estamos asustados a más no poder muy dentro de nosotros, aún podemos hacer las tonterías necesarias como para que esta habitación se llene de risas. Le dejo el vestido y doy un paso hacia atrás como si de esa manera pudiera admirar como se luce en ella, a pesar de que gran parte de mi atención está puesta en su rostro — Deberás enseñarme, pero jamás podría decirle que no a un baile con tan bella dama — pomposo y todo, intento que no me traicione la risa hasta que lo hace, se me escapa entre los labios haciendo que tenga que cubrirme con el dorso del brazo para no escupir hacia cualquier lado. En mi tontera me dejo agarrar, paso una mano por su cintura en lo que intento volver a acercarme con un beso que roza su mejilla y que no desciende porque sus palabras me dejan pensando — ¿Qué tiene de malo decirlo cada vez que quieres hacerlo? — inquiero en curioso — Me gusta que lo digas, pero si crees que no es suficiente o demasiado original… solo di lo primero que se te ocurra. O siempre puedes pellizcarme, a ver si se siente real que me ames — en respuesta a eso le muerdo cariñosamente el pómulo, en una tonta parodia al perro que supe ser en su casa. Hasta suelto un ladrido bobo por lo bajo que me hace reír.
Me encuentro pronto con el vestido en la mano y en lo que ella se quita la ropa, yo puedo echarle un vistazo; en verdad no se ve muy cómodo, hasta prefiero el traje — Syv… ¿Alguna vez fuiste a un baile escolar o eso es cosa de las películas? — creo que nunca se lo pregunté. Mis dedos parecen demasiado grandes para un cierre tan pequeño, tengo que apartarle con sumo cuidado el cabello del camino para que no se enganche y tironeo, poco a poco, hasta que logro subirlo — Ya — beso su nuca con cuidado antes de peinarla hacia atrás, tomo su mano en lo que espero que vuelva a enfrentarme y mis nudillos empujan sus dedos en un intento de enroscarlos. Tengo que lanzarle una mirada apreciativa, no puedo evitarlo — Al contrario de lo que tú opinas de mí, luces hermosa. Aunque jamás me quejaré de la Syv de todos los días — me guío por lo que he visto y no por lo que sé, en lo que paso una mano por su cintura y la otra la aferro contra mí. Aunque por un momento parece que inflo el pecho con intenciones de hacerlo formal, pronto tiro nuestros torsos hacia un lado y nos hago avanzar a saltos largos, girando en círculos. La habitación me da vueltas, sí, en lo que intento tararear un ritmo falso entre risas hasta que tropiezo con mis propios pies y tengo que detenerme, sosteniéndome de ella.
Me ocupo de quitarme la camiseta por encima de la cabeza y le contesto con la tela enredada en mis brazos amortiguando un poco mi voz. —La verdad que es no— contesto, —he ido algunas fiestas que se organizaron en el colegio y también a salidas con compañeros, no puntualmente a bailes de escuela de esas que vimos en las películas—. Como no creo que el vestido se luzca si llevo puesto los vaqueros, también me desahogo de ellos pateándolos a un lado y recupero el vestido para pasármelo por arriba, dándole la espalda así puede encargarse del cierre casi invisible. Cuando siento el cosquilleo en mi nuca, tengo que decirlo. —Nos parecemos a mi papá y a mi mamá— lo siento, nadie quiere evocar a sus padres cuando está dentro de un guardarropa con su novio sin título de tal, pero no estamos por esas razones obvias. Sino como un reflejo extravagante de lo que podríamos ser si nos busco en el espejo. —¿Lo dices en serio? ¿Qué hay de que a los chicos le gustan las rubias altas con tacones?— pregunto, solo para devolverle la pregunta estereotipada de hace un rato. Le echo los brazos al cuello cuando nos hace girar en la habitación y tengo que esconder mi cara contra su hombro para no marearme. Dejo un beso en su garganta al recuperar la estabilidad bajo mis pies, allí donde lo siento temblar al reírse y me uno a él. —¿Eso fue un vals de mentiritas?— supongo que una cosa de la lista ya la podamos tachar, queda lo del teatro y el banco.
Retengo su mano cuando camino hacia atrás hasta chocar con el borde de la cama y tiro de él para que se deje caer sobre el colchón, así puedo colocar mi oído sobre su pecho. Estamos arrugando la ropa así y no creo que tenga importancia, ¿es parte del juego, no? —¿Por qué preguntaste lo del baile de escuela? ¿Te gustaría ir a uno conmigo?— bromeo y me incorporo para que pueda ver que la sonrisa me llega hasta los ojos. Levanto mi dedo índice entre ambos para agitarlo delante de tu nariz. —¡Sé lo estás pensando antes de que lo pienses!— canto. —Si hay una nueva escuela y ambos vamos a esta, ¿quieres que vaya contigo a un baile, verdad?—. Mi imaginación ya no corre, hace saltos en largo, se ha pasado un par de distritos con el impulso. ¿Esto donde lo ubico? ¿En la lista de cosas posibles debajo de hacer una acampada o en las fantasías que incluyen ir a una ópera? —Tendré que pensarlo, te daré mi respuesta luego—, que para eso tenemos tiempo. Lo abrazo por la cintura para volver a acomodarme sobre su pecho, nadie puede culparme de que lo use para mi comodidad si lo tengo a disposición y podría retenerlo por horas. —Nunca imagine que saldría con un chico como tú— digo de pronto, —con una mansión así— exagero mi tono antes de quebrarlo en una carcajada. —Me refiero a que… siempre pensé que si tenía un novio, sería alguien con quien haría todas las cosas de la lista de posibles, no con alguien con quien también pudiera armar una lista de imposibles y verlos cumplirse. Ahora entiendo— aliso su camisa con mis dedos mientras voy hilando mis pensamientos, —por qué hay gente que no olvida a su primer amor. Eres mi primer amor de verdad, ¿sabes? El de verdad. Cuándo seamos viejitos y si nos volvemos a encontrar, ¿podrías invitarme a un vals de verdad?— pregunto con mi barbilla entre dos botones al alzar mi mirada.

La caída sobre la cama me toma con la guardia baja y en los segundos que intento apoyar mis codos para poder mirarla, ella ya se ha acomodado y me doy por vencido, estirando los brazos en completa rendición. Hasta respiro lento, no sea cosa que le moleste — No lo sé — confieso con la vista en el dosel — Me gusta escuchar tus historias escolares, son muy diferentes a las mías — de por sí creo que no cuentan como tal, solo éramos un grupo al cual juntaban para educar en materias básicas para que no seamos un montón de burros inadaptados. A ver, Jared y yo compartíamos la misma clase, eso lo dice todo — ¿Pero qué dices? Si se nota que eres tú la que quiere ir a un baile conmigo y hacer cosas como ponerse una flor en la muñeca y esas tonterías — le contradigo con una risa cortando mi voz palabra a palabra. Bufo, lo que hace temblar algunos de sus cabellos en lo que levanto una mano que acaba por acariciar cuidadosamente el camino de su columna — La estaré esperando, entonces — se lo cedo, que se lo ha ganado.
Planeo quedarme en silencio, pero es obvio que ella no lo hace y se me apaga un poco la sonrisa, más no por un mal motivo, sino porque mis facciones se relajan. Hay una linda sensación en mi estómago, un cosquilleo que me daría vergüenza explicarle a mis amigos — Me gustaría no tener que volver a encontrarte cuando seamos viejos… — susurro, creo que no estoy seguro de querer que ella me oiga — Porque eso significaría que en algún punto del camino nos perdimos — ¿Estoy siendo un iluso? Sí, obvio, pero nadie quiere pensar en finales cuando te encuentras jugando con ropa elegante y bailando tonterías en un cuarto nuevo, no cuando eres feliz y todo parece infinito — Pero prometo invitarte un vals por cada etapa de nuestras vidas, así cuando seamos viejos te demostraré que fui mejorando y pude aprender de una buena vez — podríamos tener un trato, juntarnos cada diez años y tener un baile. Nos veríamos envejecer y podríamos reír de ello, pero eso no se lo digo, no le tengo tanta fe a mi futuro. Puedo entender entonces su petición de suplantar los “te amo”, pero porque ahora mismo no parecen ser suficiente. Encuentro la solución en darle un cariñoso pellizco en la cintura, ladeando la cabeza hasta torcer el cuello así puedo mirarla — Quiero darte algo — tengo que empujarla para poder moverme, así me recuesto sobre mi costado en lo que me quito el anillo viejo que llevo en uno de mis dedos hace demasiado tiempo. Ella lo reconocerá, es lo único que tengo de mis padres — Antes de que lo rechaces, quiero aclararte que no es un regalo, sino un préstamo. Quiero que lo tengas contigo, así si un día tenemos que estar en puntos separados, tendrás la necesidad de devolvérmelo. Y luego, cuando yo lo tenga conmigo, alguna vez tendré que dártelo al surgir la necesidad. Y sería lo que nos una, hasta que seamos viejos — como lo hizo con mi familia y ella es lo más parecido a una que he encontrado cuando salí al mundo real.
Me sonrío al sentir el pellizco por saber lo que significa, lo tomo como que todo está dicho y podemos apuntar un vals a futuro en nuestra lista de imposibles que algún día se cumplirán. Así que cuando dice que tiene algo para darme, retiro mis brazos por creer que se tiene que levantar a buscarlo, quizá en una de las mesitas a los lados de la cama o en el mismo guardarropa. No me espero que sea algo que ya tiene consigo. No me creo que es lo que estoy viendo que es. Tomo el anillo entre mis dedos para sentir el peso que lo hace real y en vez de rechazarlo a pleno por saber que se trata de una herencia de los Black, espero a que termine de hablar. —Sería poder llevarte conmigo a donde sea que vaya, tal vez lo necesite— ladeo mi rostro hacia él para encontrarme de cerca con su mirada, —si algún día voy al norte— podría faltar años para que eso suceda. —Podría necesitarlo para ir todo lo lejos que tenga que llegar, luego volvería a buscarte para devolvértelo, así que me parece bien…— acepto. —Te lo devolveré, lo prometo—, guardo el anillo dentro de la palma de mi mano y me muevo para que mi boca pueda alcanzar la suya. —Y podrás dármelo otra vez, si quieres. ¿Seguro que hasta que seamos viejos? ¿No querrás dárselo a alguien más?— pregunto por si las dudas, —¿Y si lo pierdo?— también cabe preguntar, todavía falta la peor. —¿Y si muero y no llego a vieja? Si muero, ¿podrías prestármelo de todas formas? También lo necesitaría para irme lejos, prometo devolvértelo aunque tarde un poco más, espero que te tardes mucho si eso pasa…— murmuro en un tono más bajo. —Prometo cuidarlo, no lo dejaré caer— le muestro mi puño cerrado en el que tengo atrapado el anillo, entonces lo abro para dejarlo a la vista y colocarlo en mi dedo anular con el miedo de que sea demasiado delgado, no me queda ajustado, tampoco cae. —Ya está— exclamo, — ahora tendré algo tuyo y podrás llegar a mí— como si fuera un camino invisible hecho solo para nosotros dos. Vuelvo a cruzar un brazo por su cintura, no cumplo con el amago de pellizcarlo. —Te amo, Kendrick Black— se siente como algo que tengo que decirlo, sin palabras suplentes o pellizcos, así también si lo memoriza con mi voz le será más fácil encontrar el camino hasta donde sea que esté.

|
|