The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
No sé en qué estaba pensando cuando decidí encender la pantalla del televisor a la hora señalada para dar comienzo a los nuevos juegos. La respuesta la tengo ahí mismo si me paro a analizarlo, en que simplemente no estaba pensando. Fui una ingenua al decidir que no me afectaría porque no hay nada que pudiera hacer para cambiarlo, ya había hecho lo que estaba en mi mano, no que me hubiera llevado a alguna parte, pero al menos mi conciencia podía quedarse tranquila. Aunque no lo hiciera en lo absoluto. Ya no solo es que me sienta culpable por ello, sino que además me encuentro frustrada conmigo misma por sentirme de esa manera. Porque a sabiendas de deducir que Andrew tan solo me estaba utilizando para llegar a mi padre, soy lo suficientemente idiota como para creer que hay una mínima de posibilidad de que no fuera así. Sé que es porque me estoy aferrando a los recuerdos de la imagen que tenía de él, que no puede decirse que seamos las mismas personas que antaño, pero una parte de mí se niega a creer que el Drew que yo conocí es el mismo que a día de hoy persigue las ideas de Hermann.

Perseguía. Según muestra la televisión es el primero en caer sobre la arena del coliseo, mientras solo se pueden oír los vítores de las personas entre las gradas y su sangre se desparrama por el suelo. No llegan a apuntar a los rostros de las personas del palco presidencial antes de que apague la pantalla, pero estoy segura de que mi hermano se encuentra entre ellos, probablemente satisfecho. Con todo lo que ha pasado estos días, no es sólo culpa del embarazo que sea incapaz a mantener una cara serena por más de dos horas seguidas, los cambios de humor están siendo más frecuentes y se me está haciendo difícil el controlar mi estado de ánimo en lo que parece que solo recibo malas noticias. Estoy haciendo un gran esfuerzo porque no se me note en el cuerpo o en el rostro si vamos al caso, pero nunca nadie dijo que un embarazo fuera a ser un baño de rosas, y si se le suman los acontecimientos de los últimos días, doy gracias de siquiera poder mantener la mente despejada aunque sea por medio minuto.

No es el caso del día después a la competición, ignorante de que también es la fecha en que he quedado con Dave para que me muestre el resultado de las fotografías que tomó el día de nuestra boda. Tengo la consciencia de que está hablando a medida que paso de página para observar las imágenes que decoran un álbum elegante, bajo los últimos rayos de sol de la tarde en un amanecer cálido que podemos apreciar gracias a estar sentados en la mesa de madera del porche de la terraza y aprovechando que el verano ha dado a su fin en todos los lugares menos en el distrito cuatro, cuyas temperaturas calurosas siempre se extienden por algunos días más.  — Son maravillosas, Dave, muchas gracias por haber hecho esto y por... bueno, atender a la boda, sé que hacía tiempo que no tomabas la cámara. — de verdad lo agradezco, aunque la sonrisa que le dedico demuestra que tengo la mente en cualquier otro lado en lugar de las fotografías. Me vuelvo a volcar sobre las mismas, aún quedan un par de páginas y justo llego a toparme con una en la que aparezco con Hans. — Perdona, yo... no te he ofrecido nada para tomar, ¿quieres algo? — el tono de mi voz es pausado cuando giro la cabeza hacia él, como si no hubiera hecho esa reflexión desde que llegó ya hace un rato, cuando la realidad es más bien esa. Definitivamente, no estoy dando la mejor de mis actuaciones.
Phoebe M. Powell
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Invitado
Invitado
Reencuentro el sobre con las fotografías impresas de la boda de Phoebe unos días después de retirarlas, las olvidé en medio de todo lo que ha ocurrido. Esas caras sonrientes alrededor del altar se ven como una película que muestra una realidad alternativa a la que estamos viviendo, donde lo que ocupa pantalla es la barbarie de personas matándose entre sí. No pude verlo, tuve que apartar la mirada cuando vi a Jefferson balanceando su hacha para descargarla sobre la carne de su contrincante. No estaba en el apartamento, no podría haber mirado el espectáculo del Coliseo en la sala donde todas las mañanas saludo a Alecto. Fui a casa de mis padres, a encerrarme un rato en la habitación que ocupaba cuando vivía allí, lo seguí todo desde mi computadora portátil y la apagué cuando no pude seguir viéndolo. Había perdido a quien me había hecho parte de la Red Neopanem, quien también era el padre de mi mejor amigo, fue volver a sentir que los pedazos de por sí rotos de lo que me quedaban, seguían fragmentándose. Todo, todo rompiéndose. No sé si es el doble juego de todos los días o la costumbre a las pérdidas, me estoy insensibilizando a ellas.

Por eso es que días después, cuando encuentro un tiempo entre mis responsabilidades como secretario, me acerco a la casa de Phoebe en el distrito de las playas. A Moriarty le agrada el recorrido que hacemos un rato antes por la orilla, tendré que limpiar la arena de sus patas cuando volvamos al apartamento. Se queda sujeto a su correa fuera, echado sobre su panza y mirando fijamente el ir y venir de la marea con algún ladrido ocasional. Paso las páginas del álbum que le armé a Phoebe, haciendo algunos comentarios sobre la ceremonia en sí, mi opinión personal sobre algunas tomas que se me hicieron emotivas o graciosas. —Lamento como tu fotógrafo haber acabado colgando en el aire, traté de ser profesional hasta el último momento— bromeo, en referencia al inesperado capricho de mi jefe. —Gracias a ti por darme una razón como excusa para que vuelva a tomar la cámara— lo digo en serio, —y perdón si no son la calidad que te hubiera deseado para retratar este momento, tenemos la confianza para que puedas decirme que se ven un poco para la mierda…— digo con una sonrisa, porque pocas novias ven las fotografías de su boda reciente con esa cara suya, una sonrisa forzada que no da brillo a los ojos. —¿Estás bien, Phoebe? Te noto ida…— comento, mi mirada no es disimulada al estudiar los detalles de su rostro. —Si a ti tampoco te gustó verme con tu sobrina y estás preguntándome cómo echarme la bronca, tengo que aclararte que solo la trato como una hermana pequeña. ¿Por qué lo malinterpretan? Nos llevamos… ¿diez años? Phoebe, no pueden pensar en serio… eso— lo digo con recelo.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Me quedo fijándome en el perro recostado a unos metros de distancia, parece bastante más entretenido en el movimiento de las olas que en la conversación que está teniendo su dueño. No llego a decirle que por mí no hay problema en que lo suelte un rato, si es que la razón por la que lo ha dejado atado es por educación, quizás simplemente lo haya dejado así por miedo a que salga corriendo si lo libera. Mis pensamientos se interrumpen por sus palabras que me hacen regresar la mirada hacia mi amigo. — No venías sólo como fotógrafo, también venías como invitado, así que creo que debo ser yo la que te pida disculpas por el comportamiento de mi hermano. A veces… bueno, le gusta dramatizar. — la sonrisa que le demuestro pretende demostrar que solo estoy bromeando, pero mentiría si dijera que no apostaría por que se muestra algo triste. — No sabía que conocías a Georgia. — murmuro, bajando la vista hacia las fotografías para volver a pasar de página y recordando el escándalo que montó la mujer en los últimos momentos de la celebración, hasta que apareció una morena para recogerla y David se vio arrastrado por la situación de una manera que no hubiera esperado tratándose de Georgia.

¿Cómo? Para nada, Dave, me encantan las fotografías, no hubiera confiado en otra persona para que las hiciera. De veras que no es eso… — niego con la cabeza en un leve meneo que me lleva a buscar sus ojos, también con mi mano rozo su brazo para reforzar mi afirmación sobre las imágenes, y de paso le sonrío cálidamente aunque mi mente esté en otra parte. — Estoy bien, solo… bueno, pasaron muchas cosas desde que Charles y yo regresamos de la luna de miel y aún estoy en proceso de asimilarlo bien.bien, qué irónico si tenemos en cuenta que no hay forma de procesarlo de esa manera. Me ahorro el dar especificaciones con un suspiro largo después de tomar el aire templado por mi nariz y devolverlo a su ambiente por la boca, se me deshincha el pecho también con el movimiento y paso a recoger mis manos sobre mi regazo. Tomo una pausa antes de continuar al llamarme la atención el modo que tiene una ola grande de romper contra la arena. — ¿En ocasiones no sientes que es imposible que sucedan tantas cosas en una corta fracción de tiempo? Como si todo fuera parte de un mal sueño. — pregunto, más no busco una respuesta concreta. Yo solo sé que no estamos igual que hace semanas, cuando estaba parada frente a un altar y rodeada de personas a las que amo. — Me siento una persona completamente distinta a la que era hace unas semanas. ¿No sientes también que te esfuerzas por conseguir algo, y al final terminas por obtener el resultado contrario? — quizás esté proyectando de nuevo, que solo me pase a mí por esa tendencia que tengo a tratar de ayudar a todos los que una vez me ayudaron, pero cada vez es más insistente el pensamiento de que todo lo que hago, lo estoy haciendo mal, de que me estoy buscando el odio de las personas a las que quiero sin siquiera percatarme.

Creo que es la primera vez en la tarde que sí me sale el sonreír con naturalidad, pero es más una curva incrédula por sus palabras que otra cosa. Sin quererlo, paso a reírme por lo bajo y llego a sacudir un poco la cabeza en señal negativa, viendo que él parece muy preocupado por el tema. — Jamás se me hubiera pasado por la cabeza que estabas tratando de seducir a mi sobrina, Dave. Es más, en mi opinión se vio bastante tierno que la sacaras a bailar, no había mucha gente de su edad, tampoco sabía que os conocíais. — confieso, que al parecer hubo muchas más conexiones de las que hubiera pensado en el día de mi boda. — Pero… bueno, ya sabes cómo funcionan las imaginaciones de los padres, siendo tu jefe no tiene mucho sentido que estuvieras intentando ligar con su hija, si te voy a ser sincera. Tan solo estabais bailando. — le doy mi apoyo sincero, no creo que bailar tenga nada de malo, pero claro, a Hans le gusta verlo todo como un ataque personal.
Phoebe M. Powell
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Invitado
Invitado
A favor de tu hermano diré que… bueno, no sé si es a favor…— suelto una carcajada, me río como el estúpido que puedo ser en ocasiones, —colgarme del tobillo es de los tratos más amables que recibí de él. ¿Sabes cómo se pone cuando está a punto de sufrir un colapso de estrés? Phoebe, en serio, una vez tuve que meterme debajo del escritorio cuando salía del despacho para que no me vea. En esos momentos, hasta la maceta con helechos del rincón se mimetiza con la pared para que él siga de largo… tiene, bueno, sus momentos de pico de estrés que… nada—. No es por excusar a mi jefe, ni siquiera sé por qué lo hago, tendría que aprovechar este momento para descargar todas mis quejas del trabajo. Comenzar desde la tiranía de la taza de café hasta que es, honestamente, uno de los enemigos de las personas en el norte a las que apoyo. Tengo como para criticar al ministro Powell desde su mechón de la frente hasta sus tobillos, sin embargo no lo hago. No pregunten por qué, no lo hago. Con el tiempo, después de perder a Ferdia, luego la ausencia de Jeff y Kenny, ver a Kenny visitando a mi jefe como una persona totalmente distinta, y ver recientemente a Jeff morir en televisión, el asesinato mismo de mi mejor amigo… he llegado al punto en que ya no juzgo a las personas, sino a lo que está detrás. Es algo grande, inmenso, que me supera, que está mal y que con mínimos actos trato de remediar, porque no me gusta. —¿Georgia Ehrerenreich? ¿La dueña de The Guardian? Ese día me enteré que es la abuela de una amiga mía, creo que la debes conocer… está viviendo en tu viejo departamento, de hecho…— no pienso cuando lo digo, continuo en mi manera de hablar sin una vacilación: —yo estoy viviendo con ella—. Ah, para. Es cuando lo pongo en  voz alta que me doy cuenta como suena y en un aleteo desesperado de mis manos trato de arreglarlo. —¡No de esa manera! ¡Somos compañeros de piso!— se lo aclaro.  

A todo lo que dice luego trato de seguirle el hilo, cuando comienza por su boda puede saber dónde estamos ubicados en la conversación, es cuando avanza sobre eso de experimentar muchas cosas en un lapso muy corto de tiempo que me desoriento un poco, y antes de decirle que quizás todas las personas que comienzan a vivir la vida como matrimonio pueden sentirlo así, me muerdo la lengua para no pecar de tomarlo a la ligera como una generalidad, sino realmente tratar de comprender qué la inquieta. No es la primera vez que se abren estas preguntas que rozan lo existencialista entre nosotros y tengo que disimular una sonrisa por reconocer ese hábito en el que volvemos a caer, en cambio me acomodo mejor en el sillón prestándole toda mi atención a lo que dice y no dice. —Hmmm— medito mi respuesta, que no tiene por qué ser una respuesta concreta a sus dilemas, sino el punto de vista que yo puedo ofrecerle. —A mí lo que me ayuda mucho es pensar que… siempre se trata de una mitad y una mitad, de un cincuenta por ciento y otro cincuenta por ciento. Todo lo que yo pueda poner en mí, todo lo que pueda dar, siempre será solo una mitad, un cincuenta por ciento del todo. La otra mitad depende de muchas cosas… desde el destino, el azar, la economía o la política del país, la decisión que pueda tomar la otra persona.

»Eso me ayuda mucho a entender que las cosas nunca se darán como las espero, me ahorra muchas frustraciones, aunque no te niego que a veces hago algo e inconscientemente sigo esperando una respuesta determinada de esa persona, no responde así y me frustro. Trato de calmarme luego. Y siempre, al menos, pensar que de mi parte lo di todo. Que yo puse el cincuenta por ciento, ni un por ciento menos. Yo lo di todo. Si la otra mitad no se dio… tal vez, ¿no debía ser?
— sugiero. —Y a veces frustra, porque era lo que queríamos, aunque no debía ser. Es extraño, a veces es solo la vida diciéndote que tengas paciencia y aguantes la frustración, que después viene algo mucho mejor para ti. No sé cómo explicártelo…— lo pienso, tamborileo mis dedos sobre la rodilla para armar en mi mente alguna imagen que ayude a aclararme. Mientras trato de hallar algo, le quito importancia al percance con su sobrina, no quiero hacer de eso algo más grande de lo que es y devolver el levicorpus con rumores que terminen por ponerme en una situación complicada que explicar si esto se sobredimensionada. —Para que te hagas una idea, conozco a Meerah porque fue a tomar el té con mi hermana menor. Hacemos cosas para burlarnos de Chip que es tan celosa que se pone verde, pero es solo un juego… de niños, lo admito.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
No sé cómo se supone que me tiene que hacer sentir eso, siendo que Dave no tiene idea de lo que ocurrió con Hans, así que me limito a esbozar una mueca que pretende simular una risa hacia la aparente defensa que hace a su favor. Por evidencia, no me sale como me gustaría y tengo que recurrir a las palabras para que no se vuelva incómodo el pensamiento de mi hermano. — Si te sirve de consuelo, siempre ha sido así. Te daría algún consejo al respecto, pero creo que hasta a mí me cuesta tomarle el punto a Hans. — cuando éramos niños, solía alcanzar un nivel de perfeccionismo en el colegio que lo llevaba a ser admirado por todos sus profesores, no me sorprende escuchar que en el ministerio también trabaja en relación los estándares que se impuso en su infancia. Las personas, por mucho que lo queramos, hay ciertos aspectos en los que nunca se cambia. Sí me hace reír, al menos con algo más de soltura, el que trate de excusarse por la breve mención de su compañera. — No estaba pensando nada raro, ¿por qué te asusta tanto que la gente piense que… bueno, no sé, te interesas por alguien? Aunque en este caso se trate de tu compañera de piso, eres joven, apuesto y agradable, ¿por qué sería tan raro verte con una mujer? Quiero decir, no tiene nada de malo… — como si fuera un hombre, para el caso es lo mismo. Lo que me sorprende conocer es que su compañera sea la nieta de Georgia, e inmediatamente después me hace ligar un asunto con el otro y no me sorprendería llegar a conocer que fue ella quien insistió en conseguir ese departamento en específico. Se me hace extraño imaginar a David viviendo en esa casa, siendo que fue ahí donde nos conocimos.

Tomo lo que dice con un asentimiento de cabeza que, aunque no lleva a decir que coincido con absolutamente todo lo que va diciendo, sí expresa que lo estoy escuchando. Supongo que si lo viera todo desde mi cincuenta por ciento, ese que Dave sugiere, no le hubiera dado tantas vueltas a todo el asunto, pero por mucho que tenga sentido a su modo, pienso que tan solo se trata de una manera para hacer sentir mejor a uno mismo. — ¿Tú crees que es algo tan imparcial? Un cincuenta por ciento, suena demasiado equilibrado para mi gusto. En el sentido de que… ¿Si yo doy un cincuenta, ya está? ¿Es eso lo que me queda? — le pregunto, es quién ha formulado esta teoría a la que todavía soy capaz de sacarle ciertos fallos. — No lo sé, creo que no puedo conformarme con un cincuenta por ciento cuando se trata de las personas a las que quiero. ¿Y qué pasa si esa mitad que tú piensas que has dado al completo, para la otra persona se siente como si no hubieras hecho siquiera el esfuerzo? Puedes esperar a que tenga una reacción u otra distinta, pero si no están en la misma página… — llegados a este punto es complicado intentar darle mi punto de vista cuando nada de lo que estoy soltando tiene sentido, tiene que ver con que no puedo poner en palabras lo que pasó, pero tampoco puedo explicarme como corresponde si no soy honesta. — A lo que me refiero es que… y si mi cincuenta no es verdaderamente un cincuenta, y si yo creo que es un cincuenta pero en realidad no lo es a ojos de la otra persona, y si me equivoqué y no puedo arreglarlo porque esa persona me piensa como alguien irresponsable por haber dado mi cincuenta, sin que yo supiera que mi cincuenta iba a afectar de la manera en la que lo hizo… — soy consciente de que me he liado en mi intento de explicar las cosas, que las he enredado más y he terminado por repetir las mismas palabras, una detrás de otra, al tiempo que mi rostro se recubre de una sensación de malestar palpable a leguas de distancia. Con un suspiro, me desinflo, sacudo la cabeza cuando regreso mi barbilla casi a tocarse con mi pecho, en una disculpa bastante necesitada. — Lo lamento, eso fue demasiado demasiado incluso para mí. — que nunca fui especialmente buena en explicarme, pero esto alcanza otro nivel, supongo que se lo debo en parte al embarazo.

Cuando vuelvo la mirada hacia mi amigo, estoy tirando un poco de mis labios en otra mueca para nada agradable. — Discutí con Hans. — digo, como si no fuera ya obvio a estas alturas que mis comeduras de cabeza se deben a una pelea con alguien, pero le aclaro la persona por si todavía no se le pasó por su cabeza. — No es algo que pueda arreglar tan fácilmente, y para que te hagas una idea no creo que vuelva a hablarme por lo que reste de mi vida. — muevo una mano como si con eso pudiera acompañar la expresión de angustia del resto de mi cara. — Y no, no es un enfado cualquiera, no se le pasará solo porque soy su hermana, o era al menos, como sea… La cagué, tomé mi cincuenta por ciento y lo eché a perder por alguien que no lo merecía. Eso no lo sabía, no creas, soy ingenua, pero no tanto como para desperdiciar mi confianza con cualquiera, mi problema es que sigo viendo bondad cuando la propia experiencia me ha demostrado que no todas las personas son dignas de una segunda oportunidad. — yo, para ejemplificar, mi hermano no tomará esa decisión por propia voluntad y no estoy segura de quererla si no viene de él.
Phoebe M. Powell
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Puesto que conocemos a la misma persona, pero desde dos miradas distintas— meneo la cabeza, —creo que tengo que armarme mis propios consejos sobre cómo lidiar con mi jefe— agradezco de todas maneras su intención de poder darme una ayuda para aliviar el trato, ojalá pudiera ofrecerle lo mismo, que siendo lo estricto que es con sus empleados, dudo en querer incursionar sobre cómo será su trato con la familia. Claro que si Lara está viviendo con él y luego de conocerla por trabajar con mis padres, no parece que sea el tipo de mujer que se aguante a un remilgado insoportable, mala fama con la que mi jefe colabora por su cuenta. Lo bueno es que trabajar con un tipo así hace que vivir con Alecto sea casi una comedia de esas en que las mujeres llevan vestidos con lunares y cocinan pasteles, ok, no, quizás eso sea exagerar. Hago una mueca mental de solo imaginarlo. —Espera, Phoebe, espera— la detengo con mis palmas en alto, cuando estoy seguro de que no dirá nada más, busco mi teléfono en el bolsillo trasero de mi vaquero y lo desbloqueo para poder buscar la grabadora entre las aplicaciones. —¿Podrías volver a repetir la parte esa de que soy joven…? Lo voy a poner como tono de llamada— bromeo, más no sea para desviar el tema, que con su álbum de fotografías de la boda a mano no sé qué otros comentarios puedo llegar a recibir de su parte.

Guardo disimuladamente el teléfono cuando las matemáticas se imponen en la conversación, debe ser culpa de mi última charla con Johnson, ahora trato de explicar las relaciones con porcentajes. Procuro seguir esa lógica de los cincuenta por ciento que yo mismo propuse, por raro que suene, creo que entiendo lo que ella me está planteando como respuesta. Tengo dos opiniones. La primera es que parece ser de las personas que dan más de lo que deberían, lo que suele ser una gran virtud en cierta gente, pero también lo que más daño puede terminar haciéndoles a sí mismas. Y la segunda, es que si alguien no puede ver el esfuerzo descomunal que se hace, es un ciego que en realidad no se lo merece. Las personas que siempre dan de más, merecen recibir más. Pero eso no suele ser así, solo dan, dan. —Phoebe— la interrumpo, rogando en silencio que no aparezca su marido de la nada, cuando sostengo su cara con las manos para que me escuche. —Eres una persona increíblemente generosa y que nadie, nunca, te haga sentir mal por darlo todo de ti. Ningún error es irreparable cuando todo lo que hiciste fue dar a manos llenas— trato de calmarla.

Pronto entiendo el por qué de su angustia y se me escapa un «ah», al que no podrá seguir el consuelo fácil de que las peleas entre hermanos se arreglan pronto, porque el panorama que me describe me hace suponer que Phoebe, mínimamente, habrá echado sal en el café de Magnar Aminoff o algo así que la haga la persona non grata del país entero. Bromas aparte, no sé si quiero preguntar qué pasó. Hago lo que a mí me hace bien como consuelo cuando también me encuentro con algo que parece que no tiene solución y es envolver sus hombros con un brazo para acercarla. —Phoebe, ¿qué sería del mundo si no hubiera personas que siguen viendo la bondad en otras cuando todo apunta a que no lo merecen? Nunca sabes qué puede pasar, hay personas que solo necesitan eso. Alguien que crea. Alguien que crea que son buenas, para ser buenas. En este momento donde todo lo que hacemos es hablar de enemigos, se necesita poder ver al otro y ver algo bueno. Y bien, si eso hace que tus amigos o tu familia se aparte, lo lamento por ellos. Creo que todo habla de lo bueno que hay en tu corazón, que puedes verlo en otros, y lamento que renuncien a ello. Lo lamento por tu hermano. Digo, ¿no es algo hermoso? Que te quiera alguien que es capaz de tener un corazón así— froto su hombro en una caricia de consuelo y coloco mi mentón sobre su coronilla. —Y encima es joven, atractiva y agradable— me río por encima de su cabello. —Si tu marido aparece de pronto diremos que somos primos, ¿sí?
Anonymous
Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Hay algo en Dave que siempre he encontrado reconfortante, probablemente sea su capacidad para sacar siempre un comentario positivo, ya no tiene por qué ser necesariamente dirigido hacia algo en concreto, sino la simpleza y buena intención que tienen sus palabras que siempre llegan a hacerme sonreír. Cuando saca el teléfono del bolsillo no es otra excepción, eso que él pinta como una broma y que si no fuera porque sé que lo está haciendo a propósito, estaría dispuesta a grabarle ese mensaje si así consigo que una chica decente se fije en este hombre que reconozco como amigo. — Creo que estaría un poco fuera de lugar que me tuvieras como buzón de voz, ¿por qué no le pides a tu hermana? — continúo con la malicia, con una sonrisa que, a pesar de no acercarse siquiera al modo que tengo yo de sonreír, sí lleva consigo cierto de ese resquicio que estoy recuperando poco a poco. Con personas como Dave, es fácil dejarse llevar por pequeñeces como estas, aprendes a verlas como algo sumamente enriquecedor incluso cuando carecen de un mensaje valioso.

Mantengo la mirada fija sobre sus ojos claros al no poder hacer otra cosa cuando pasa a tomar mi rostro. Casi prefiero el abrazo así puedo esconder las lágrimas que se avecinan por mis ojos, porque la palabra irreparable me suena a una explicación perfecta sobre lo que será a partir de ahora la relación con mi hermano, y me entran más ganas de llorar por eso, aunque sea de forma silenciosa. Ni siquiera las palabras amables de Dave, que sé que vienen con toda la buena intención del mundo, son capaces a dejar el sentimiento de equivocación a un lado, cuando creo que el primer paso para dejar de sentirme mal debería ser el perdonarme a mí misma por haber cometido ese error. Sé que Hans no lo ve, ni lo verá nunca, el arrepentimiento con que cargo a las espaldas por ello. — Te lo agradezco de veras, Dave, pero… llega un momento en el que lo único que estoy haciendo es resultar en una amenaza para los que quiero, para mí misma también. — lo dejo morir ahí, no hay mucho más que comentar y desde luego no merezco que me lancen flores por lo que hice, inconscientemente, pero hice. Me separo barriendo parte del agua que se ha quedado adherido a mis mejillas con el dorso de una mano. — Lo siento, no hago otra cosa que llorar últimamente, es patético. Además de por el embarazo. — reconozco, soltando un suspiro al elevar los ojos hacia arriba con intención de pasar mis dedos también por el borde de las pestañas antes de recomponerme para mirarle, sonriendo apenas. — Se suponía que iba a ser un secreto, esa era la idea, hasta que… fuera seguro. Bueno, sigue siéndolo, si excluyes a las dos personas que lo saben. — de las cuales ya me arrepiento de decirlo. Una ni siquiera corrió por mi cuenta y no pude evitarlo, la otra sí la asumo como culpa, para el caso, ninguna de las reacciones fue la esperada por lo que se supone que tiene que ser el recibimiento de un bebé. Creo que por eso se lo digo, por el deseo de recibir la aprobación de aunque sea una sola persona.

Sí se eleva algo más mi pecho en una especie de hipo mezclado con la risa a la mención de mi marido, por el cual pongo una sonrisa más ancha. — Que no te asuste su tamaño, es más blando de lo que parece, y mucho más fácil de razonar que mi hermano. — añado, si es que le sirve para hacerse a la idea del contraste de personalidades que resultan Chuck y Hans puestos al lado. Con un suspiro apagado, cierro el álbum de fotografías con una mano en un gesto suave para no desarmar las páginas, me tardo unos segundos más en los que juego con la portada con mi dedo índice por el relieve hasta pararme en la figura de David. — ¿Cómo estás tú, Dave? ¿Te va todo bien? Además de compartir piso con la nieta de Georgia y tener que llevarle café a mi hermano por las mañanas, no te culparía por acabar exhausto después de todo eso. — la mezcla de personalidades, esa que reconozco como demasiado para cualquier persona normal, es lo que me lleva a tratar de bromear. Quizá se deba a que el mar se encuentra un poco revuelto, pero diría que no es lo único que anda revuelto estos días. Por eso mismo, le dedico un vistazo disimulado, pero general, a mi amigo en lo que se tarda en contestar.
Phoebe M. Powell
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Invitado
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¡No me arriesgaría a pedirle a mi hermana que me grabe nada que pueda pasar a la historia!— lo digo con una nota de auténtica alarma. Como nuestra madre le prohibió tener teléfono hasta los dieciséis, cuando agarra el mío es para hacer vivos en Wizzardface en momentos que busca avergonzarme y casi siempre tengo que salir corriendo detrás de ella para recuperar mi teléfono y mi dignidad. Esa es mi relación con Charlie, la única que tengo como parámetro para medir qué tan grave puede ser el problema entre Phoebe y su hermano. Quiero poder decirle que todo se soluciona, que a veces lo único que hace falta es que alguien más grande nos pegue un grito para que volvamos a nuestras sillas y nos comportemos el resto de la velada. Nunca agradecí tanto la diferencia de una década entre mi hermana como yo, para sentirme contento de que nuestras rencillas sean propias de niños, siempre seré mucho más viejo que ella para cualquier tipo de pelea y podré tomarle el pelo.

El caso de Phoebe me recuerda a otra relación distinta, algo en ella siempre me hizo pensar en la tía que no conocí, tal vez sea su don de la videncia y una proyección infantil. En este momento, como nunca antes, cuando la escucho distanciada con su hermano y me habla de ser una amenaza que lastima a su entorno, la veo como si estuviera a esa mujer que se volvió una sombra en mis fotografías de familia. Papá nunca volvió a saber de su hermana, tomaron caminos que los llevaron a lugares distintos, ella se volvió eso que de solo recordar lastimaba, si se quedaba tal vez el daño hubiera sido mayor. Paso saliva por mi garganta seca, me niego a pensar en Phoebe así, creo en todo lo que digo y que por triste que se vea, hay algo que sigue siendo brillante en ella.

¿Estás embarazada?— me tiembla la voz de la emoción, no la suelto porque no creo que pueda hacerlo, mi sonrisa se hace cada vez más ancha al buscar en sus ojos esa felicidad que espero al ver al saber que será madre. —¡Esto es un locura!— se me escapa una carcajada, —¡cuido de tu sobrina y también podré llevar a tu hijo conmigo!— lo veo, lo veo tan claro y no me importa lo patético que pueda ser si lo tomamos como mi vida laboral es cualquier cosa menos profesionales. —Les enseñaré a jugar al quidditch en la playa— lo digo tan serio pese a la sonrisa, es mi propósito en este mundo básicamente. Y me alegro, de verdad me alegro por ella al saber que el grandulón de su marido sea amable. Phoebe merece que alguien la quiera bien como para limpiar esa angustia en su mirada, que vuelva a brillarle todo el rostro de una felicidad inabarcable como en las fotografías de su boda. La envuelvo con mi cuerpo para un abrazo veloz, que en serio me preocupa que el gigante amable me agarre del cuello de la camiseta y me arroje al mar. —Estoy muy feliz por ti— susurro.

Y toda esa emoción que compartida podría llenar esta sala, se desinfla un poco cuando la atención se vuelca en mí. Quiero poder decirle tantas cosas a Phoebe, separo mis labios para encontrar en mí esas palabras que expliquen todos los dilemas emocionales con los que lidio estos días, semanas, para poner en voz alta todo lo que silencio al sostener mi rutina de ir al trabajo, volver al apartamento, de vez en cuando escaparme al norte para ver al resto de los chicos, volver al apartamento a tiempo para sacar al perro al parque. Recuerdo cuando ella me escuchaba desolado en la hamaca de mi casa, hablándole de la chica que amaba en ese momento y como perderla me llevó a perder la fe en todo, fue tan intenso en ese entonces, de eso quedan ecos que se van desvaneciendo. El dolor quedó allí, sellado en mí, para poder continuar. Ella me escuchó ese día, pero no me siento capaz de decirle que estoy engañando a su hermano para robar información de su oficina y compartirle con rebeldes, cuando tiene el álbum de su boda en manos y la noticia de su embaraza resuena en mis oídos. Tomo su mano para un apretón cariñoso. —Descuida, cada noche cuando saco a pasear al perro aprovecho para tomarme una cerveza y así puedo enfrentar el día siguiente— bromeo, pese a lo débil de mi hígado hay veces que al salir de la oficina necesito un whisky y luego termino llevándome un frapuccino de la cafetería de la esquina. —Vivir con otra persona es lo que menos me estresa siendo honesto—. ¿Por qué mi mente recrea el grito de “¡MEYER!” cuando encuentra trastes sucios en el lavado, más no sea una cuchara? —Es una chica que te agradaría— o tal vez no, —se llama Alecto y me pidió que hable contigo por si nos dabas un descuento— lo hizo. —Somos amigos y se siente bien tener un amigo otra vez, ya sabes, alguien que esté— murmuro, —en este mundo donde vamos, volvemos, estamos, no estamos, la gente se va todo el tiempo…— mi sonrisa vuelve a ensancharse. —Seré el mejor amigo de tu hijo, Phoebe. Siempre estaré para él o ella— lo bueno de mi tono al decirlo es que en verdad se escucha como una promesa que me encargaré de cumplir.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
¿Es tanta locura? Puede que sí, como le dije a Charlie en la luna de miel, no hubiera esperado quedarme embarazada tan pronto, no cuando recién nos estábamos casando y apenas habíamos tenido tiempo para disfrutarnos como exclusivamente marido y mujer, sin hijos de por medio. Lo cual contradice el pensamiento que atraviesa mi cabeza a gran velocidad, y es que no podría haber imaginado mi vida de forma diferente si me dieran la opción a regresar al pasado. — Gracias, es... abrumador, pero por sobre todas las cosas reconfortante. No te lo dije nunca, una vez estuve embarazada en el pasado, no llegué a dar a luz, solo me alegra el poder darle una vida diferente a este bebé, eso es todo lo que quiero para él, o ella. Tengo el cosquilleo interno de que será un niño. — añado, con una sonrisa algo más amplia que las anteriores que le he dedicado. Porque puedo ignorar lo que ocurrió hace años, lo que no puedo modificar, si eso significa que puedo traer otras visiones para mi hijo, como lo pueden ser Meyer enseñándole Quidditch cuando sea algo más grande junto a su prima, si es que se da el caso de que sí reciba un perdón, también puedo ver a su padre cargando con él en brazos o a mí misma sujetando su mano en sus primeros pasos. Creo que merece la pena, el dejar ciertas cosas atrás, si eso nos permite echarle una mirada al futuro, uno que no pinta mal por una vez en la vida.

Algo en ese apretón me produce una vibración diferente a la que pone en palabras, aunque no estoy muy segura de que quiera profundizar en ella si él mismo toma la posición de negarlo. Entiendo lo que dice, hubo un tiempo en el que residí sola en el capitolio, en ese mismo apartamento en el que David está viviendo ahora mismo y, aunque fue la época en la que Hans apareció de pronto en mi vida, siempre tuve la sensación de que había algo que no encajaba con aquel lugar, como que faltaba... algo, alguien. En ocasiones no importa tanto el lugar si te encuentras con la compañía correcta, es a la conclusión que he llegado después y antes de casarme. — Sabes que yo también estoy para ti, ¿verdad?  Que me haya casado y vaya a tener un hijo no significa que vaya a dejar toda mi otra vida de lado, espero poder ser para ti alguien en quién confíes si alguna vez tienes un problema, ¿sí? — esta vez soy yo la que posa la mano sobre sus nudillos, aprisionando por unos segundos sus dedos en los que aplico una suave presión, sonriendo. — Para eso están los amigos, ¿no? Que sé que estoy algo vieja para ti y no es como que ahora pueda tomarme una cerveza, pero puedo acompañarte a un bar y tomar un zumo si es que necesitas hablar, sobre lo que sea, incluso si lo que único que quieres hacer es quejarte sobre mi hermano. — ah, que en eso hasta podría acompañarle. — No sabes cuánto agradezco que digas eso, Dave, de verdad. — la sonrisa que remarco no es más cálida porque la suave brisa de septiembre me roba el protagonismo, pero lo digo en serio cuando pongo esos pensamientos en voz alta, agradecida de poder contar con él para cuando nazca este bebé.
Phoebe M. Powell
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Un «lo siento» se escapa torpemente de mi boca, su emoción pasa por encima de estas palabras y me devuelven la sonrisa. —¿Puedo?— pregunto, mostrándole la palma de mi mano que desde siempre se ha usado como comunicador con los bebés que se esconden dentro del vientre de sus madres. No importa en verdad lo que pueda pensar su marido, dudo que sea tan exagerado como su cuñado, en la boda se veía como un tipo amable, no creo que Phoebe haya podido elegir a un hombre de un carácter diferente. No se merece algo distinto a eso, a tener al lado a una persona que la trate bien y extienda alfombras por donde camine, todas las personas que han andado caminos tortuosos se lo merecen. —Hola, presentimiento de niño— llamo al bebé que no se si tendrá oídos para escucharme, mamá solía decir cuando esperaba a Charlie, que si sentía con el corazón mis palabras, ella lo entendería. —Tienes que crecer rápido y fuerte, ¿sí? Y salir de ahí, el mundo no es el mejor en estos momentos, pero el cielo por encima de las nubes siempre es azul, maravilloso, y te lo voy a mostrar— se lo prometo.

No puedo sacar de adentro lo que me inquieta sin sentir que cubro con una sombra la felicidad que Phoebe está encontrando en esta noticia, tiene sus propios conflictos con su hermano como para venir a decirle que lo estoy usando para acercar información a los rebeldes. Suena fatal cuando me lo planteo así, por eso mismo no se lo he dicho a nadie. Solo lo hago, no hablo de ello. Ni siquiera con Holly que la veo siempre en la oficina y sabe bien lo que hago, ella hace lo mismo. Simplemente no hablo, no puedo hacerlo. —Phoebe, me hace bien saber que simplemente estás. Hacemos muchas cosas seguros de que estamos haciendo lo correcto y aunque lo sean, todas las acciones repercuten tanto que a alguien dañan. Es bueno saber que hay un amigo o amiga que va a sostenernos de la mano y que espero que pueda verme a mí, no a mis acciones, si tengo que dar explicaciones…— me detengo, ¿qué estoy haciendo? Siendo tan ambiguo la preocuparé peor, su imaginación se irá por las ramas, ¡es vidente! ¡Ve cientos de tragedias en la vida! Y yo siendo ambiguo, dándole margen para que imagine lo peor, aunque no esté muy lejos de eso. Alguna vez sentí que podría contarle todo a Phoebe, lo que siento ahora es que no podría contarle cosas que siendo mi problema, se vuelvan un problema para ella. Porque quiero que sea feliz, así como la veo que es. —Solo estoy haciendo un mundo de nada, ¿sí? No me hagas caso, tanto trabajo en la oficina pone más drama en mi mente— bromeo y le doy un rápido abrazo. —Ya no tienes que preocuparte por mí, ¿de acuerdo? Hay otro niño que te necesita ahora— murmuro contra su cabello. No, definitivamente no quiero ser quien eche la más mínima sombra sobre la sonrisa de Phoebe que recién se va asomando al mundo.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Asiento con la cabeza, pasando a esbozar una sonrisa pequeña cuando escucho lo que tiene que decirle a lo que ahora no puede ser más que una uva como tamaño, que dudo mucho que siquiera tenga la capacidad para oír nada, pero es el simple hecho de que lo haga lo que me hace marcar esta curva con los labios. — Es lo que más miedo me da, de todo esto, el saber que dentro de unos meses estará aquí fuera, haciéndole frente a cosas que hoy ni siquiera yo soy capaz de contener. — explico, aunque me guardo el resto de pensamientos para mí. Cómo espero que una cosa tan pequeña como lo que será al nacer, crezca en un mundo tan grande, el mismo que me ha demostrado en numerosas ocasiones lo cruel y vil que puede llegar a ser. No lo negaré si me lo preguntan, el que voy a querer protegerlo de todo eso, no voy a permitir que nada ni nadie se interponga en el camino que tendrá que recorrer, porque yo voy a estar a su lado, lo tengo tan claro como que nunca dejaré que le hagan daño. Pero el cielo es azul la mayor parte del tiempo, tal y como dice Dave, mudarnos al distrito cuatro no ha resultado una decisión nefasta, no cuando desde aquí puedo comprobar que es así, que sí brilla el sol todos los días, aunque no lo veamos. Quiero poder darle a mi hijo o hija una vida donde las faltas y carencias no existan, que pueda mirar al futuro con nada más que brillo en los ojos, al pasado de la misma manera. Quiero que tenga todo lo que yo no tuve, todavía más si peco un poco de ambiciosa.

Aunque no sé hacia dónde pretende ir con todo esto, creo que entiendo lo que quiere decir, al menos hasta cierto momento, luego regresa sobre esas cosas que me hicieron dudar de si está todo bien y no estoy tan segura de siquiera pillar su intención. — Dave, sea lo que sea, quiero que tengas en cuenta que puedes contar conmigo para lo que sea, no importan las circunstancias. No deseo otra cosa que el poder serle de ayuda a un amigo. — es la promesa más honesta que puedo hacerle, porque de verdad que es el sentimiento con el que me rijo y he regido siempre, incluso cuando la vida no me lo ha devuelto de la mejor manera. Soy consciente de que no siempre obtengo lo que espero de una persona, y creo que en el fondo eso es lo que más me duele, no el rechazo, sino el pensamiento de que no importa todo lo que me esforcé por tratar de hacer las cosas bien, la respuesta que recibo no es la que mi cabeza se había imaginado. Es una de las cosas con las que siempre he tenido problema en interiorizar, la decepción del ser querido, es mucho más poderosa que cualquier sentimiento de enojo o enfado, porque eso termina por pasar, pero la decepción no, esa se queda ahí para siempre.

El abrazo sirve para deshacer ese hilo de pensamiento que soy capaz a convertir en toda una telaraña solo estando aquí sentada, acomodo mi mentón a su hombro por los segundos que dura el contacto, siendo incapaz a no reír por lo siguiente. — Siempre voy a preocuparme por ti, Dave, lo digo en serio, si planeas enseñarle Quidditch a mi hijo tendré que vigilar que no te golpee con la escoba en las narices por error. — bromeo, si llega a conocer a su prima también tendré que echarle un ojo, no vaya a ser que formen un complot en contra de David y termine con un ojo morado al final del día.
Phoebe M. Powell
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