The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio


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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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James G. Byrne
Fugitivo
El silencio que hay en la fábrica es insoportable y comienza a hacer que extrañe el ruido constante de este lugar repleto de personas. Verlos a todos pendientes de la única televisión que decora el espacio en común me pone de los nervios, tampoco tengo tanta confianza como para acercarme demasiado y pretender serles un modo de consuelo cuando ni yo me siento una persona firme en este momento. Veo el rostro de Kendrick Black cargado de consternación, junto al de un Benedict Franco parece no querer poner los ojos de la pantalla. Y ni hablemos de Hero Niniadis, a quien jamás vi tan callada y que jamás imaginé encontrar en un sitio como este. Es extraño poder tener a estas personas adelante, siempre vistas como figuras fantasmales que se pronunciaban como una amenaza a los intocables del gobierno. Estando aquí, puedo ver que son sólo individuos con las mismas necesidades que los demás, más torpes y menos serios de lo que uno puede esperar. Black incluso me preguntó si me gustaban los videojuegos en cuanto me conoció, como si la guerra fuera algo por lo que preocuparse en otro momento. Y entonces lo vi: al fin de cuentas, muchos aquí son solo críos que no tienen a dónde ir.

Pero ahora sí se siente el veneno. Todos los rostros aquí dicen que yo tengo razón, que no soy el único que se da cuenta que esto está mal. Me quedo alejado en uno de los rincones, abrazado a mis rodillas sin querer demostrar emoción alguna en cuanto Drew sale en pantalla, por qué no sé cómo sentirme. El problema se encuentra en cuanto es su sangre la que se desparrama antes que la de ningún otro y sé de inmediato que no podré soportarlo más. No me importa lo que digan ni enseñar alguna especie de respeto por el resto, me pongo de pie y salgo del espacio compartido para subir las primeras escaleras que encuentro. Con cada paso que doy, más me apresuro.

Acabo entrando a una habitación cargada de cajas dando un empujón tan grande a la puerta que la hago rebotar, saliendo disparado hacia una de las ventanas abiertas, por la cual entra algo de aire. Tengo que dar gracias a eso, porque siento que se me cierra la garganta y no puedo respirar. Lo intento, una y otra vez, pero no consigo sentir nada hasta que el nudo se deshace en un llanto furioso, que me raspa la garganta y cada parte de mi cuerpo que no sabía que tenía. Esto es mi culpa y no pude hacer nada. Esto es mi culpa y Andrew está muerto. Siento las arcadas, pero nada sale de mí. Mis manos se aferran al alféizar con ciertos temblores, pero me mantengo de pie. No se siente real, no puede serlo.

Solo cuando me obligo a respirar consigo el moverme, enderezo mi espalda y me giro para poder recargarme contra una de las paredes. Entonces me doy cuenta de que no estoy solo, porque una muchacha rubia se encuentra en la puerta, posiblemente solo pasaba por allí. Creo que se llama Synnove, solo recuerdo el haberla visto muy cerca de Black y de la chica con rulos que está bastante bien. Una cosa más para anotar: parece que los líderes revolucionarios también tienen cosas simples como novias — ¿Qué? — sé que sueno descortés, no es que me importe mucho ahora. Me limpio la nariz con el dorso de la mano, sin molestarme en ocultar lo obvio — ¿También necesitas salir de allí? — no puedo culparla, los que se quedan tienen demasiado estómago.
James G. Byrne
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Cuando en la pantalla se muestra el rostro de cada uno de los tributos, vuelvo a escuchar algo sobre que uno de ellos fue fundador de la red clandestina de radio que tuvo como último escondite esta fábrica que se ha convertido en albergue, el que usamos como punto en común para los que vienen del catorce y los que quedan de esa radio. Soy de las pocas que pertenecen a un grupo ni al otro y sigo sin ser el caso más extraño, ese puesto creo que se lo lleva Hero Niniadis, sentada cerca. Tomo la mano de Ken cuando la transmisión comienza y la voy soltando lentamente cuando se hace un retrato fijo de cada competidor con la cámara, recuerdo a Paul como un viejo amigo de mi padre, no esperaba que reencontrarme con su rostro y poder reconocerlo se diera de esta manera. Sin embargo, la razón por la que rompo el contacto con los dedos de Ken y cierro mis manos alrededor de mis rodillas buscando una estabilidad que frene el mareo repentino, es la cara de Zachary que está ocupando toda la pantalla.

Creo que voy a vomitar así que contengo el malestar con un par de respiraciones, mis ojos se mantienen fijos en la pelea con  la chica que tiene un rifle como arma, tengo la idea absurda de que si aparto la mirada sería como abandonarlo a su suerte, que si mantengo mi mirada en él, lo mantengo seguro. El desangre del hombre que ha matado Jeff me impresiona, pero es el disparo que resuena fuertemente en mis oídos, como si hubiera ocurrido en este mismo salón y no en otro lugar, lo que provoca que la bilis me suba por la garganta y tenga que salir corriendo para vomitar al atravesar la primera puerta que encuentro. La cierro a mi espalda, me escondo detrás, saco de mi estómago toda la culpa y el terror de lo que acabo de ver. Nadie va a culparme, creo que el show es muy fuerte para todos y se sabe que no he vivido la misma experiencia de guerra que la mayoría, lo único que espero es que nadie me siga. Por eso, cuando todo lo que queda es la sensación de arcadas, huyo del sitio donde me vieron venir hacia el atajo que tengo más a mano para meterme por un pasillo que me saque de la vista de cualquiera. Estoy llorando a desconsuelo, con mis manos tratando de contener el caudal que cae por mi rostro hasta mi barbilla y de ahí a mi cuello.

Empujo con ambas manos la puerta que encuentro, me cuesta hallar fuerza en mí porque todo lo que quiero hacer es tenderme en la cama a llorar con la almohada amortiguando el sonido de mis sollozos, que en esta fábrica se sienten incorrectos. Extraño mi cama, mi habitación blanca, mi casa en el Capitolio. No me animo a desaparecerme, ni siquiera para volver al monoambiente. No me animo a buscar a Mimi. Doblo mis rodillas para sentarme contra la puerta y usarlas como apoyo para mi frente, rompiéndome en lo que creo que es mi soledad. Y no lo es, es lo que me incomoda de la fábrica, hay mucha gente y no puedes llorar a solas. —Lo siento, no sabía…— tartamudeo, no sabía que había alguien. Muevo mi cabeza en un asentimiento brusco cuando me pregunta si tampoco podía estar con los demás. No lo conozco, llegó hace poco, con Agatha que lo presentó como su primo apenas he cruzado unas palabras, lo único en lo que puedo pensar en este momento es que si son familia, también es muggle. También es humano. También es esclavo. Y entonces un sollozo fuerte sale de mi garganta, tengo que refrenarlo con mis brazos cruzando por delante de mi rostro, no creo que pueda detenerlo, las lágrimas siguen cayendo cuando bajo los brazos y lo miro. —Lo siento, lo siento. Por todo, por esto, por el Coliseo, por el mercado, lo siento.
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James G. Byrne
Fugitivo
No pensé en qué debería consolar a nadie el día de hoy, aún no tengo confianza con las personas de este lugar y tiendo a ser más silencioso de lo que jamás he sido. Pero me encuentro aquí, con el arma desarmada y sin ver una escapatoria, junto a una muchacha que llora tanto que temo que se quede sin pulmones. Por un momento, me digo a mí mismo que tengo suficiente con mi poca desgracia, que no soy el indicado para hablar con nadie, que ella tiene personas que la conocen mejor y sabrán qué decir. Pero no puedo ignorarla cuando su voz sigue flotando en el aire, vomitando un montón de disculpas a las cuales no les encuentro sentido porque vienen de la mano de una persona que está aquí y no en ese Coliseo infernal. Lo único que podría hacer en ese caso es reprocharles el no haber actuado antes, pero eso sería hipócrita. Yo también llegué tarde.

Hey, hey... — me despego de la pared para caminar hacia ella, dudo un segundo antes de ponerme en cuclillas frente a su cabellera plateada y la tomo con cuidado de las muñecas, pidiendo permiso en la lentitud de mis gestos — Synnove... ¿No es así? — es un nombre muy particular como para olvidarlo. Tengo que parpadear para que las lágrimas que me cubren la visión caigan — No puedes culparte por la mierda de otras personas. Los que hicieron esto estaban muy cómodos sentados en el palco, no escondiéndose para no terminar en esa arena — creo que eso es lo que más me envenena. Detrás de la angustia, se asoma la ira. La creencia de que las injusticias han llegado a su límite.

Me han enseñado que el contacto con los magos debe ser breve o inexistente, ese es el chip que me obliga a apartar mis manos para limpiarme el rostro con ellas — ¿Tú también... ? ¿Perdiste a alguien? — no los perdimos, es una muy mala elección de palabras. Nos los quitaron de las manos y los rompieron, seguros de que tenían ese derecho a decidir sobre la vida de alguien más. Mi mirada baja, seguro de que vuelvo a tomar el color escarlata del llanto contenido. Solo atino a palmear una de sus rodillas, eso es todo lo que tengo para darle.
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No logro encontrar su nombre en mi memoria en este momento en que mi mente todo lo que puede hacer, es repetir sin cesar las escenas vistas en la televisión y toda la sangre de Zachary desbordándose fuera de la pantalla para descubrirla también en mis manos, creo verla a través de las lágrimas, como una gran mancha que desaparece cuando sus manos entran en contacto con mis muñecas. Veo mis manos pálidas, frías, tiemblan. Sorbo por la nariz para controlar el llanto que rompe mi voz cuando trato de sacarla de mi garganta. —Es mi culpa, es mi culpa. No lo entiendes, estaba ahí por mi culpa…— me suelto del agarre de sus dedos para poder presionar las palmas sobre mis párpados, barro todo las lágrimas con brusquedad, no me creo en el derecho de poder llorar arrepentimientos y es todo lo que me queda por hacer.

Trago fuerte el nudo de angustia que estrangula mi garganta para poder responderle, mi cabeza golpea contra la pared al levantar mis ojos al techo así no tengo que mirarlo a los ojos, no puedo decírselo si tengo que sostenerle la mirada, porque él también podría ser tributo de ese coliseo y tenerlo frente a mí es sal sobre la herida, es el peor recordatorio posible de Zachary. —Era el esclavo de mi familia— lo digo, digo la palabra «esclavo» con la franqueza que necesito como una bofetada para mí misma, como todo lo que digo después, con la única intención de hacerme daño. —Y pedí que lo devolvieran al mercado, así que es mi culpa que haya estado en ese Coliseo hoy. Es todo mi culpa, porque mis padres me hicieron caso, porque fui… cruel. Porque no me importó, porque no quería que me importe lo que pudiera pasarle, porque no creí que fuera a morir— hablo con una histeria frenética, tapo mis oídos con las manos al sentir que mi pecho vuelve a sacudirse de temblores por los sollozos. —Y yo lo siento tanto, en verdad lo siento tanto. Perdóname, por favor, perdóname— cierro mis brazos alrededor de mi cabeza, mi voz se escucha de todas maneras al gritar dentro de mi coraza. —¡No quería que muriera! ¡No lo quería en el coliseo! ¡No quería nada de esto! ¡Yo lo quería y eso estaba mal! Perdón, perdón
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James G. Byrne
Fugitivo
No, no lo entiendo. No me entra en la cabeza que alguien que se encuentre aquí, con ese aspecto tan compungido, pueda tener siquiera la culpa de algo así. Lo único que puedo hacer ahora mismo es quedarme con sus lágrimas, le doy su espacio para llorar y ni me molesto de ser un consuelo, porque tengo mi propia mierda brotando adentro que solo evita estallar por ella, por el delicado ambiente que se instaló en esta habitación. Empieza a tomar forma gracias a una confesión que no estaba esperando, que provoca que me eche hacia atrás con lentitud hasta sentarme, apoyando la espalda contra una de las paredes en lo que dejo caer las manos por encima de mis rodillas. Me muerdo la lengua, la mastico, intento decirme que lo suyo no fue intencional, que el egoísmo de los magos a veces es culpa de la ignorancia misma. ¿Qué edad tiene ella, de todos modos? Momento, eso no es excusa. No soy mucho mayor y jamás condenaría a nadie al mercado. Y aún así…

¿Lo enviaste de regreso porque estabas enamorada de él? — intento no sonar tan sorprendido, se me hace que fallo en el intento. ¿Eso lo hace peor o más comprensible? ¿Cómo sería el amar a alguien a quien no puedes siquiera tocar sin que te condenen? No lo sé, jamás me he enamorado ni sentido algo similar, así que solo puedo hacer suposiciones. Me demoro, compenetrado en limpiarme las mejillas — Mira, no sé cómo fue tu historia con él, pero ellos escogieron a quién enviar a la arena y no tú. Pudo haber sido cualquiera… ¿O no? — me atrevo a mirarla, endureciendo un poco la mirada al preguntarle sin la necesidad de hablar si no fue ella quien lo sugirió como tributo — No tienes que culparte a ti misma por eso cuando fue puro azar y si lo querías… bueno, yo jamás te hubiera perdonado si me regresabas al mercado, pero supongo que él habrá entendido — o no, vaya a saber cómo fue la cosa.

Si te sirve de consuelo… — tengo que tragar algo de saliva, con cierta dificultad. Rasco mi garganta como si de ese modo pudiera conseguir quitarme la mala sensación — Mi amigo… Andrew, murió por mi culpa. Y fui solo yo, no tengo otra persona a quién culpar — ¿A Gaspard? ¿A quien lo dejó entrar en la isla? ¿A Celestine? — Si yo hubiera sido más rápido… si tan solo supiera mentir mejor… si… — opciones hay miles, pero ya no tienen sentido alguno, ya se ha ido. Me relamo los labios, que saben salados gracias a las lágrimas que se han patinado — Y yo no hice nada para ayudarlo, solo seguí su historia como él me lo pidió y sobreviví cual cobarde — porque si yo hubiera dicho que también pensaba seguirlo, quizá ahora los dos estaríamos muertos. Al menos no cargaría con la culpa.
James G. Byrne
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No contesto a su pregunta, nunca lo admití en voz alta salvo a contadas personas y no quiero escuchar que tan grotesco suena decir que estaba enamorada, cuando en la televisión seguro están repasando la escena de su asesinato. Esto es una mala película, la peor de todas. La vida misma. No tengo manera de hacer pasar esto por una historia de la que haya algo bueno que rescatar, supe que fue un error por egoísmo caprichoso de mi parte cuando pedí que lo echaran, lo que no podía imaginar es que acabaría así. —Pensé que pasaría a ser el esclavo de otra familia— me disculpo, como disculpa es terrible para dárselas a alguien que ha estado en el mercado y sirviendo a familias de magos, vuelvo a sentir la arcada de puro asco hacía mi misma.

Quererlo estaba mal, nos ponía en peligro a los dos, sabes que es así. Mis padres se estaban dando cuenta de que estaba enamorada  y en ese entonces pensé que ellos mismos lo entregarían. No había forma de que terminara bien, ¿qué podía hacer entonces?— le pregunto, yo lo sigo viendo como un callejón que no tiene salida. —Simplemente no dejas de querer a una persona de un día para el otro porque te dices que no es la correcta. Es algo que solo crece, crece y sigue creciendo. Y se vuelve algo tan grande que no puedes seguir conteniendo…— limpio con las manos esas lágrimas que quedan pendiendo de mis pestañas.
Me atraviesa la garganta otro gemido de angustia al recibir de sus labios lo que creo que el mismo Zachary me diría. Nunca me perdonó, no podría perdonarme algo así. Porque él no lo buscaba, no creo que alguna vez haya tenido más valor que la de ser la hija de una familia de magos que le daban comida y un techo, podíamos hablar a veces y en muchas ocasiones me abusé de su compañía para hablarle de todo para lo que mis padres no tenían oídos, porque mi padre por años no me regaló más que indiferencia por culpa de sus mentiras y mi madre estaba demasiado lastimada por su engaño como para ver que había alguien que la necesitaba por fuera del dolor que la estaba consumiendo. —No creo que lo haya hecho, no me mientas para hacerme sentir bien. Porque yo no me perdono, no creo que pueda hacerlo nunca— rechazo su amabilidad, no creo merecérmela en estos momentos. —¿Qué hay para entender de que una persona que dice quererte te devuelva a un lugar de mierda, cuando ni siquiera querías ese cariño? Si alguien que te odia hace eso, bien. Si quieres a alguien, no tienes excusa por tratarla como mierda y decidir por tu propia cuenta que es lo mejor…— uso mis brazos sobre las rodillas como almohada donde puedo descansar mi frente.

La mirada que vuelvo a alzar hacia él muestra mi desasosiego, mi voz es tan aguda al contestarle que sale como un chillido. —¡No me sirve de consuelo que me digas eso!— exclamo, todo lo contrario, hace que regresen las ganas intensas de llorar hasta inundar toda la habitación con mis penas y las ajenas, con las de todo el mundo. Por mi culpa y la que dice tener. —No es tu culpa, no lo ves, no es culpa de ustedes. Es culpa de… todo. No deberías ser esclavo, tu amigo tampoco debía, ni Zachary… si el mundo fuera distinto— mi voz se pierde, se quiebra en ese punto y no puedo recuperarla, tengo que tragar saliva para que salga, forzando un poco a mi pecho que se siente abrazado hasta el dolor por un montón de cuerdas. —Lo siento— es la frase que se repite una y otra vez en mi cabeza, no da cabida a otras, —lo siento por ti, por tu amigo. Por estar llorando por lo que hice mal y que ustedes lo sufran. Yo… lo siento. No sé, no sé qué puedo hacer…— me recuerdo a mi propia madre, que lastimada no podía ver más allá de sí misma, yo nunca quise ser alguien así. Pero me cuesta demasiado, demasiado, encontrar algo en mí que pueda darle, unas pocas palabras que le sirvan, no encuentro nada. —¿Sabes qué me gustaría poder hacer en este momento? Algo que nunca pude hacer…— me pongo de pie ayudándome con mi mano sobre la puerta y camino la corta distancia hasta poder arrodillarme a su lado, me siento sobre mis tobillos al inclinar medio cuerpo hacia él para abrazarlo por encima de sus hombros. —Lo siento— murmuro al sorber por la nariz. —Me hubiera gustado poder decirle a Zach que lo sentía.
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James G. Byrne
Fugitivo
La verdad es que creo que no puedo hacer otra cosa que dejar que se culpe a sí misma, le dé mil vueltas al asunto y acabe por darse cuenta de que no puede hacer nada para cambiarlo, así que no la interrumpo en lo que parece ser un montón de palabras atropelladas y deprimentes. Solo asiento, aún cuando no tengo idea de lo que es sentir de esa manera y solo puedo tratar de imaginarlo, sumando la desesperación de ser algo tan incorrecto. ¿Será como cuando temía que me vieran hablando con Meerah, pero peor? Para colmo, parece que mi intento de consuelo no sirve de nada y hago un mohín, que si no quiere mis palabras no se las daré. ¿Para qué me grita, entonces? — Estás siendo muy egocéntrica — intento sonar muy calmo, hasta arqueo una ceja en su dirección — No tienes por qué hacer esto sobre ti. Te estás empeñando en echarte una culpa que probablemente ni ha pasado por su mente. ¿Y qué bien te hace eso? ¿O tú lo lanzaste a la arena? No puedes torturarte por algo que sentiste hace… ¿Cuánto? — porque si tan enamorada estaba de este tipo hace poco, no comprendo por qué anda con Kendrick, así que le puedo dar su tiempo de duelo.

Creo que en cualquier momento va a aturdirme si sigue pegando chillidos y mis ojos van en dirección a la puerta, preguntándome cuánto tiempo tardarán en darse cuenta de que no estamos con el resto — No me dices nada que ya no sepa — sin querer ser grosero, le sonrío con cierta ironía — He pasado toda mi vida pensando que es muy injusto el no tener nada solo porque alguien más lo decidió de esa manera, pero he aprendido a vivir con ello. Tú no tienes que hacer nada… o tal vez sí. Dejar de llorar por cosas que no entiendes es el primer paso, el segundo ya lo hiciste. Estás aquí… ¿No? Y eso es mucho más de lo que otros pueden decir. Estás entera y estás peleando por lo que es correcto — o mirando televisión mientras otros debaten cómo avanzar, pero creo que puede entender mi punto. Hoy podemos llorar y odiarnos a nosotros mismos, pero no podemos quedarnos en ese mismo punto para siempre o nada cambiará. Es lo mejor que he aprendido de Drew.

Tengo que ser sincero, por un momento creo que ha enloquecido y me apego a la pared con el miedo de que me tome de reemplazo de su amor fallido. Porque sí, se acerca y temo que se le ocurra besarme, así que mis ojos la siguen con algo de pánico entre lágrimas hasta que, por fin, lo único que hace es abrazarme en un gesto que me mantiene tieso en mi sitio, temiendo incluso respirar. ¿Qué se supone que se hace en estos casos? Es una bruja extraña que me apacharra. Me resigno y le doy unas palmaditas en el hombro, el cual acabo apretando con suavidad — ¿Y por qué no se lo escribes? — me siento demasiado infantil, pero es lo único que tengo — Puedes escribirle una carta y luego quemarla, como para estar en paz contigo misma. Y ya luego podrás seguir adelante, pero no puedes cargar para siempre con esta herida — con mucho cuidado, me las arreglo para poder enfrentarla y mirar sus ojos, demasiado claros en una piel tan blanca — He aprendido que las cicatrices quedan, pero las heridas sanan. Con el paso del tiempo, nos vamos llenando de ellas, pero es lo que al final nos dice que estuvimos vivos.
James G. Byrne
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No es bueno consolando, está claro. No sé si llorar o volver a pedir disculpas por esto de ser una egocéntrica, son las dos únicas cosas que he estado haciendo todo el rato. Me limpio la nariz con el dorso de mi mano para tratar de calmarme, me lo pone difícil porque a su manera está ofreciéndome un salvavidas para salir de la culpa y dudo en tomarlo, lo veo todo demasiado negro como para reconocer que hice cosas buenas que me trajeron aquí, desprenderme de la culpa ya que no tuve la intención real de hacerle daño a nadie. Y aunque él no sea Zachary, no llego a ese punto de cegarme tanto, pedirle perdón por lo que hemos hecho los magos por no hacer nada, en complicidad silenciosa a quienes instalaron esta esclavitud y sacrificios para sostener un poder que, al final del todo, siempre pertenece a un único tirano. Si respondo con la necesidad de un abrazo es porque, entre todas las cosas y las palabras que se pueden decir, la falta de abrazos dados en el momento que debían ser, hizo que los vuelva el gesto al que acudo para sentir verdadero consuelo. Él también está sufriendo la pérdida de su amigo y encontró un poco de sí que compartir conmigo para hacerme sentir mejor, a su modo, extraño modo.

No tengo ganas de escribir una carta, puedes decirme que si la quemo el viento se llevará las palabras a donde sea que esté, siento que es tarde para hacerlo y otra vez injusto,— desprendo mis brazos para sentarme a una corta distancia de donde está, vuelvo a usar las rodillas como escudo para mi pecho que sigue sintiéndose como si estuviera hecho pedazos, —es injusto para los que ya no están que esperemos a que mueran para decirle lo que queríamos decirle, por eso las cosas se deben decir y hacer cuando es el momento. Y…— meneo la cabeza, con mis dedos retiro los mechones mojados para colocarlos detrás de mis orejas, —solo necesito tiempo. Las heridas siempre sanan, pero se necesita de tiempo. Y llorar, perdón por llorar tanto, es que si no lloro ahora la angustia podría ir matándome por dentro— susurro, —lo he visto y no quiero algo así.

Mis ojos están llenos de disculpa cuando me fijo en su rostro. —Eres el primo de Agatha y Kyle, ¿verdad? No recuerdo tu nombre— tengo que admitirlo con pena, es incómodo estar en una conversación en la que desconozco como referirme a él y me parece mal esperar a preguntarle luego a Mimi, por descortés que sea, prefiero que sea él quien me lo diga. —Lamento mucho lo de tu amigo— esta vez lo digo con voz más serena, mis dedos enredándose entre sí. —Fue horrible, todo fue horrible. Y si tu amigo estuvo ahí por cosas que no dependían de ti, porque sabemos que los esclavos en el Capitolio no pueden decidir sobre el destino de nadie, ni el suyo, pero tú ahora estás aquí y vas a luchar para que todo eso cambie, ¿no? Estás vivo, estás aquí y puedes cambiar tu destino, el de un montón de otras personas. Me gusta creer que todas las personas tenemos una razón de ser… y estás aquí, escapaste, eres libre, por algo debe ser.
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James G. Byrne
Fugitivo
Es lo único que te queda, no puedes cambiar el pasado — es tan simple como eso, nadie puede. No podemos ir hacia atrás y abrazar un poco más a esa persona que ya no está, decirles que no hagan lo que acabará por condenarlos, confesar amores prohibidos o cambiar el curso de su futuro. Tenemos que aprender a vivir con nuestra propia mierda, esa que nos puede asfixiar al menos que la dejemos ir y si ella dice que solo necesita tiempo, pues es su elección — Tú te conoces mejor que yo. Si crees que es lo que te ayudará a sanar… pues tómalo, yo solo puedo decirte lo que se ve desde afuera y lo que yo haría en tu lugar — que ahora que lo pienso, escribirle una carta a Andrew se sentirá estúpido cada vez que me acuerde exactamente lo que sucedió. La diferencia es que yo no tengo que confesar perdones, sino arreglar lo que él no pudo hacer. Tal vez, es así como se suponía que debía ser.

No me sorprende que no sepa mi nombre, estoy acostumbrado a que sea un dato que los demás olvidan. Solo asiento, sin más detalles sobre mis supuestos primos para no meter la pata — James. No te sientas culpable, es demasiado común como para pasar desapercibido. Creo que el abuelo de tu novio se llamaba así — he oído sobre James Black, el presidente todopoderoso que murió envenenado en la boda de su hija junto al resto de su familia y los ministros de ese entonces. Debería haber usado ese modus operandi en alguna de las tantas galas que presencié este año, estuve un poco lento. No puedo saborear esa fantasía porque ella me trae a la realidad, tengo que juguetear con mis dedos para no mirar su cara. Es demasiado rubia, me distrae y eso que yo no soy la piel trigueña personificada. Y no quiero que mis ojos rojos me delaten, a pesar de que no tengo nada que ocultar.

Vine aquí porque quería ayudarlo — confieso — Creí que sería lo correcto, porque quedarme en la isla ministerial sin mover un dedo me habría conducido al mismo resultado. Sé que no había modo… nada de lo que haga lo traerá de regreso — es algo que tengo que reconocer desde ahora, cuando su muerte aún me parece un mal chiste. Me limpio la nariz, sin ningún disimulo esta vez — No sé si esto tiene una razón, si su muerte tiene una. Solo sé que no voy a regresar y que haré lo que él hubiera dicho que es lo correcto. Y si existe un destino, pues… de alguna manera terminé aquí, con ustedes. Ahora mismo, son la única esperanza que me queda — porque entre la cantidad de basura que me he topado, hay cierta decencia que rescatar, en medio de la mugre del norte. Mis ojos se mueven hacia ella, se me escapa una sonrisa furtiva — Gracias por el abrazo. No recuerdo la última vez que una bruja lo hizo — admito en un murmullo vago, no es como si las pocas amistades mágicas que he tenido fuesen algo de lo que pudiera alardear. Un abrazo es mejor que nada.
James G. Byrne
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Invitado
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Debo estar lo suficientemente recuperada de mi llanto, que a lo borde de sus palabras como una verdad que le pertenece, contesto con la mía. —Así como las heridas de las personas no son iguales, pese a que parezca que lloramos por una misma causa, también son distintas las maneras de sanar. Tomaré mi tiempo para dedicárselas a las mías y espero que puedas encontrar lo que a ti también te consuele— digo, mi nariz enrojecida en la punta se alza con un poco de arrogancia, si me siento un poco atacada por lo que dice, debe ser que ya me siento mejor como para percibir a los otros. Y todas formas, no tengo intención de pelear por nada, mi comentario se debe a que puedo interpretar que estamos hablándonos con franqueza, si lloramos frente al otro creo que podemos hacer esto de arrojarnos una que otra palabra filosa.

De pronto tengo el pensamiento de que podría agradarle a Mimi, hay algo en su manera de hablar que le podría gustar a mi amiga que tampoco tiene pelos en la lengua para las cosas que se deben decir. No sé si a Ken, creo más bien que podrían chocar con sus opiniones sobre las cosas. Pensarlo y que lo mencione me devuelve a la realidad presente en la que Zachary lo acaparó todo por unos minutos, como si el tiempo no hubiera pasado y mi mente estuviera repleta de pensamientos sobre él, como suele pasar la primera vez que te enamoras de alguien. —Lo quiero, ¿sabes? No me gustaría que pienses que…— estoy justificándome aunque no me lo haya pedido, de hecho no creo que sea algo que le interese oír, lo hago por si las dudas, nunca se sabe a quién puede comentarle esta charla que tuvimos. No lo conozco lo suficiente como para decir que quedará entre nosotros. —No me gustaría que pienses en esto como algo sin sentido, el que tenga novio y esté llorando por alguien que quise— me enredo con la lengua al querer explicarme, —también lo quiero, aunque sean de modos distintos…— apago mi voz para no continuar con aclaraciones que lo confunden todo. —Entonces… eres James, prometo no volver a olvidarlo…— cambio de tema, me siento mal por haberlo hecho antes.

Escucho lo que me cuenta de su amigo, lo hago con los labios bien sellados, así no lo interrumpo con nuevos sollozos o comentarios de lamento propio. Decir lo que dice en voz alta creeré siempre que es más una necesidad de uno mismo, de lo que pueda afectar a alguien más. En la muerte de su amigo, por mal que suene, encuentra la motivación para involucrarse de lleno y  luchar por esto, de las cosas malas siguen surgiendo cosas buenas. —Me alegra que estés con nosotros, James. Somos cada vez más, eso me hace sentir que somos cada vez más fuertes. Y seremos más, más fuertes, hasta que podamos imponernos— y que todo eso que esperamos que pueda ser mejor, se cumpla. —¿Cuántos años tienes?— pregunto por curiosidad, el futuro nos pertenece por ser los más jóvenes y depende de nosotros las nuevas maneras de ser en el mundo. —Y no soy buena con los abrazos, no aprendí a darlos hasta hace poco. Pero se me hace algo especial, recibir o dar un abrazo es como si una persona viniera y recogiera todos tus pedazos para volver a colocarlos en su sitio al estrecharte. Se siente bien, sigo pensando que es el mejor consuelo que se pueda dar y tal vez el mejor y más grande gesto, más que tomar a alguien de la mano o un beso que tienen que ver con lo romántico. Un abrazo siempre te hace llegar a la otra persona, la sientes.
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James G. Byrne
Fugitivo
No sé por qué, pero la manera que tiene de aclararme sobre sus sentimientos acerca de Kendrick se gana una mirada curiosa de mi parte, hasta que no puedo evitar sonreír un poco con cierta gracia — No me importa — sé que suena un poco violento, así que busco explicarme casi de inmediato — Lo que tú sientas por uno o por otro no es un tema que me corresponde, aunque… bueno, si quieres mi opinión, yo me preguntaría por qué intento sonar convincente con respecto al tema cuando jamás te lo he cuestionado — vaya, creo que acabo de pinchar en nombre de la discordia entre dos personas de este lugar cuando he llegado hace pocos días. Soy pésimo para relacionarme, esa es mi excusa — Espero que no lo olvides. Podría ofenderme — es claro que no estoy hablando en serio, el modo que tengo de mover mis cejas lo delata.

Sin ofender, pero de verdad creo que necesitan que llegue más gente. Este lugar podría ser una base excelente si consiguieran hacerlo funcionar como tal — es enorme y no van a decirme que no pueden llegar a las personas, está más que claro que sí. Sé que es un riesgo enorme, pero con el tiempo será necesario el abrirse para ser más que un puñado de personas escondidas tras un mensaje. Creo en eso, en que el cambio puede empezar desde abajo y que un puñado de individuos puede hacer la diferencia, si ésta comienza a crecer — Veintiuno. Bueno, estoy cerca de los veintidós, pero eso no importa. ¿Qué hay de ti? Luces como alguien muy joven que ha decidido que esconderse con revolucionarios es mejor que tener una carrera — aunque intento sonar bromista, no estoy seguro de poder conseguir el efecto deseado.

Si yo me creía charlatán, hay que ver cómo Synnove puede abrir la boca. La diferencia se encuentra en que ella habla bonito, hace sonar mis estupideces como una postal de buenos deseos y sospecho por un momento que debe ser escritora o poeta. La miro con ojos escrutadores, esos que se preguntan qué hace una chica como ella en un lugar como este, que parece demasiado trágico para su postal — En un mundo lleno de gente dispuesto a destruirlo, es bueno toparse con aquellos que buscan colocar las piezas donde pertenecen — es un poco diferente a lo que estoy acostumbrado. Apoyo mi mentón en una de mis rodillas, aprovechando la postura para analizar sus facciones con una mirada que no parpadea demasiado — Si tenías un esclavo, no naciste aquí, solo cambiaste de opinión y decidiste que el sistema estaba mal. ¿Me equivoco? — solo estoy adivinando — Me recuerdas a alguien. También era rubia, debe ser cosa del cabello — muevo mis hombros con un poco de desgano, le resto importancia en lo que intento no irme hacia asuntos más amargos — A veces me gustaría que todos los magos sean así. Otras, solo pienso que no necesitamos de su compasión. Es difícil no estar furioso con ustedes después de todo lo que ha pasado y espero que no lo tomes a mal, pero es muy difícil confiar cuando te ofrecen una mano. Supongo que uno termina reaccionando como un animal herido y estar aquí… es demasiado abrumador — porque no son solo magos, sino toda una manada de diferentes especies, unidas por un solo propósito. Espero no equivocarme al querer creer que todos deseamos lo mismo.
James G. Byrne
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Si, definitivamente, se llevaría bien con Mimi. Esa manera que tiene de leer entrelíneas para hacer que uno se cuestione lo que daba por seguro, es una treta que le he visto usar bien a mi amiga más de una vez y me da curiosidad quien de los dos lograría embaucar a quien hasta encerrar al otro en un callejón verbal sin salida. Tengo cuidado de hablar sobre Ken con él, no en este momento, en que me siento con la piel a carne viva, expuesta. En un momento como este en que lo que debería hacer es ir a buscarlo para abrazarlo, en cambio me quedo hablando con quien hasta hace veinte minutos era un extraño con un rostro que vi dos o tres veces. —No soy tan cruel— es todo lo que contesto a su intento de bromear sobre su nombre, dudo que se me pase ahora que he podido fijarlo en mi mente, aunque se me suelen dar mejor las caras. La suya no es rara, es particular. Deben ser los pómulos flacos, tiene un semblante de un actor de tragedias. Me guardo el comentario porque bien podría decirme que los esclavos no conocen otra cosa, ¿no es la verdad? ¿No acabo de verlo?

Lamentablemente, que me lo digas a mí no tiene sentido. Es algo que deberías hablar con los mayores o el mismo Ken— meneo mi cabeza, —yo no sé nada de guerra. Estoy aquí para ayudar con lo que pueda, no sé sobre estrategias— aclaro, el que me haya reconocido como novia de Ken no me hace la persona indicada para recibir opiniones sobre la organización de las revueltas, desconozco de esa cuestión. No es algo que tenga que ver con ser joven, en lo personal considero que la mayoría de las personas que están en esta fábrica, menores que yo algunos, tienen más nociones de guerra que yo. Depende todo del sitio en el que cada uno creció, a los desafíos que se enfrentó. Me toma desprevenida que su edad sea similar a la mía, le daba un poco menos, creo que por lo delgado. — Tengo veinte y estudiaba leyes, es cierto. Pero no es como si valiera de algo hacer carrera por cómo están las cosas…— apunto, es la única justificación que doy de por qué estoy aquí y no allá. El contraste de nuestras vidas es tangible, pese a que estamos ahora en el mismo sitio.

Me quedo momentáneamente en silencio tratando de interpretar si sus palabras son… ¿un halago? Tiene algo en su manera de hablar que resulta chocante, con lo que creo poder lidiar más fácil que con ese asomo casi tímido de decir algo amable sobre mí. A eso no sé cómo responder, así que me quedo callada. Ese resumen que hace de mi vida me devuelve a la impresión de que es alguien que se hace su propia idea de las cosas, y como generalmente acierta, supongo que muy fácil cae en creer que tiene la razón. —Las decisiones de las personas suelen ser un poco más complejas, no te despiertas un día decidiendo que el negro es blanco…— acoto, y si hace predicciones sobre mis actos, supongo que tengo derecho a preguntar sobre lo que deja a medio decir. —¿A quién? Tal vez la conozco—. Muy posiblemente, la conozco. Solía pasar mucho tiempo revisando Wizzardface cuando vivía en el Capitolio, era parte de los pasatiempos que tenía, en el presente he perdido todo interés en ver fotografías perfectas cuando por fuera de la ventana del apartamento de Mimi hay muchas otras cosas para ver. Escucho lo que dice luego, espero a que acabe para intervenir. —¿No es así desde siempre? Venimos por historia de una continua guerra que no solo deja ganadores en el poder y perdedores desterrados, también deja gente lastimada. La gente por lo general, no actúa ni desde la razón, ni desde el corazón, sino a partir de las heridas con las que se carga…— creo que es la afirmación con la más puedo hacer carne en este momento, en que mi mente y mi corazón no tienen aún una respuesta para darme sobre cómo reaccionar a la muerte de Zachary, el dolor se impone a toda conclusión, no puedo sentir otra cosa que no sea la herida, incapaz de encontrarle lógica o remedio, solo está ahí, punzando. —No dejes que esto te abrume, también me arriesgo como tú al decir que has pasado por mucho al llegar aquí. ¿Necesitaste valentía, no? Tendrás que echar mano a mucha valentía en tus bolsillos, no solo para luchar, especialmente para confiar en los que pelearán a tu lado. Confiar es lo que más valentía requiere. Y si llegaste aquí no creo que seas cobarde.
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James G. Byrne
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No, la verdad no lo creo — me río con desgano, le doy la razón en aquello de que su carrera hoy en día no vale la pena. ¿De qué sirven las leyes, si no hacen más que arrastrarnos hasta el fondo del océano? Nos torturan, nos marcan como algo que no tiene valor y solo defienden a unos pocos. No quiero imaginar lo que debe ser una de esas clases y, aunque tengo la tentación de hacerle la pregunta, no lo hago. Creo que ahora mismo no podría soportar las arcadas, porque solo puedo imaginar a un montón de jóvenes de espalda recta recitando en contra de nosotros, aprendiendo lo que está bien y lo que está mal en base a un puñado de idiotas. Como ella dice a continuación, no lo decides… te lo inculcan. Creo que se lo digo cuando tuerzo la boca hacia un lado y prefiero el silencio. Sé que puedo ser bocota, pero también he aprendido de los magos; no les gusta que los insulten en toda la cara, por ejemplo.

Sacudo la cabeza en un intento de quitarle importancia, a pesar de que paso la lengua por mis dientes delanteros al tratar de contener una vaga sonrisa — La hija del vecino de mi ama, no es importante. Solo una princesa en un castillo de cristal roto — lo digo con lentitud, arrastrando las palabras al tratar de darles un significado. Cuando los vidrios se rompen, puedes ver del otro lado, esa parte fea y podrida que no refleja tu rostro. Creo que es algo que nos pasa a todos en algún momento de nuestras vidas, incluso cuando perteneces a la podredumbre. Me parece que esa es la razón por la cual asiento con la cabeza, decido darle la razón en todo hasta que mis ojos vuelven a ella con una risa entre dientes — Oh, fui un cobarde mucho tiempo — aseguro — La clase de cobarde que se queja y dice que hará algo, pero lo dice sentado mientras ve que los demás luchan por él. Y si me preguntaban por qué no hacía nada, yo contestaba que era un esclavo que no tenía posibilidades porque ahí afuera no había nada para mí. Mentirse a uno mismo es el mejor medio de defensa personal, solo no nos damos cuenta de cuánto mal nos hace — es como haber despertado de un largo sueño, el poder mirar hacia atrás y reprocharme a mí mismo lo que he hecho y lo que no.

Paso las manos por mi nuca, donde presiono un poco al juguetear con algunos de mis mechones entre mis dedos — He encontrado el camino correcto en base a la desgracia y es una gran ironía, pero creo que todos llegamos a ese punto donde estamos tan abajo que solo nos queda subir. Es bueno saber que aquí al menos no tienes que subir solo — somos solo un puñado, pero hay que ver lo que eso puede hacer.
James G. Byrne
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Se algo sobre princesas atrapadas en castillos de cristal, ¿es eso lo que ves parecida en ambas?— pregunto, ¿cuántos años tengo para estos cuentos? ¿doce? Por eso luego la gente no me toma en serio, en mi defensa diré que él comenzó. —Y también sobre chicos que se meten por los muros a hablarles de cómo es el mundo afuera…—. ¿Estoy proyectando? Si, definitivamente lo estoy haciendo, con toda la intención. —El Capitolio y sus alrededores están llenos de torres de perfección, vengo de esos lugares— y estoy casi segura, de que conozco a su princesa. Si se reserva el nombre, no tengo por qué presionarlo. —La cuestión con estas princesas es que son ellas las que tienen la llave colgada de su cuello y las que tienen decidir cuándo se sienten listas para salir, entonces…— lo miro con el apoyo de mi codo sobre la rodilla, así puedo acomodar la barbilla en la palma de mi mano. —Entonces esta chica que no es tan importante… ¿te gusta?— pregunto, bien puede decirme que no y quitamos el sesgo romántico a toda la cuestión, en lo personal, no creo que te acuerdes de la hija del vecino solo porque sí.

Nunca he creído que estas cosas aparentemente banales tengan que quedar por fuera de la vida que estamos llevando, no es algo que en realidad se pueda excluir tan fácil, creo que con Ken somos el mejor ejemplo de que mientras se está desarrollando una guerra, los sentimientos siguen su propio curso, ese que de pronto se ve afectado por consecuencias de esa guerra, es cierto. Porque una cosa no quita a la otra, no están apartadas en burbujas que le impiden tocarse. Lo banal y lo trascendental se cruza todo el tiempo, y al final, ¿qué es lo banal y qué es lo trascendental? Por egoísta que sea, no puedo pensar en otra cosa que la muerte de Zach me importa más que nada en este momento, hace años no sé nada sobre él y de pronto hoy estoy sufriéndolo. Pasamos de los males del mundo a los males del corazón en nada, he visto a mi padre sufriendo por el mundo y salvando niños, he visto a mi madre sufriéndolo a él, tendida en su cama llorando en su angustia privada.

»Por infantil que suene lo que voy a decir, no eres muy diferente a esa princesa atrapada en el castillo de cristal, ¿te das cuenta? Dices que eras cobarde, que por eso no salías de donde estabas, que te mentías a ti mismo. ¿No será que todos estamos atrapados en una torre personal hasta que estamos listos para tirar de la manija y salir? O tal vez no estamos listos… tal vez no se trate de ser cobardes o valientes, sino que somos ambas cosas a la vez, todo el tiempo… Tal vez todo esto se trate de romper, siempre de romper lo que nos está manteniendo atrapados en un sitio, en una creencia o en un modo de actuar…— murmuro, mi tono va cobrando intensidad con cada cosa que digo, hablándome a mí misma al pensar en que estoy aquí, en esta fábrica, entre rebeldes, en el norte y por un momento, por un muy fugaz momento, hablar de eso logra dejar la muerte de Zach en un segundo plano. —Nunca estamos solos, James. Salvo que elegimos estar así. Siempre, siempre que pidas ayuda, habrá alguien… siempre habrá alguien que va a ofrecértela. Siempre, nunca será quien esperas, ni vendrá de donde imaginas. Pero si gritas al universo pidiendo ayuda, alguien, siempre, te responderá— confío en esto.
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James G. Byrne
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Conozco el Capitolio del cual me está hablando, no solo lo he vivido sino también sufrido. Estoy muy concentrado en darle la razón y en ordenar mentalmente mis comparaciones, cuando su pregunta final me desconcerta totalmente y parpadeo al girar el rostro hacia ella — ¿Qué? — suelto, hasta que no puedo contenerme y se me escapa una carcajada — Yo no… Ella es muy joven para mí. Nunca podría… — revoleo un poco los ojos, la simple idea se me hace demasiado extraña como para poder formularla en mi cabeza y acabo torciendo mi rostro en una mueca de asco — Somos solo algo así como amigos, eso es todo — la clase de amigos que nadie debería ver juntos para no hacer un escándalo y que, siendo honesto, no sé hasta qué punto es en realidad una amistad. Cruzamos la línea de la intolerancia a una compañía aceptable, hasta que fue ella quien se despidió y se preocupó por mí a un último momento. Estoy algo distraído rascando la mejilla donde aún puedo sentir su beso cuando decido contestar su primera pregunta — Creo que ambas son personas que se toparon con que existían otros mundos diferentes y están tratando de incorporarlo al suyo con lo que tienen a mano. Tú fuiste más rápida — tal vez lo vio antes, es más grande, tendría sentido. Ya, tengo que dejar de analizar a Meerah cuando ni siquiera está presente como para contarle el descubrimiento psicológico que pude haber hecho o no sobre ella.

Creo que he seguido todo su hilo de pensamiento, no estoy muy seguro y, por un segundo, me parece que debo verme demasiado aturdido como para fingir ser alguien inteligente — Supongo que tienes razón. Uno no puede ser valiente todo el tiempo… para dar ese paso debes tener miedo — por el modo que voy formulando las palabras, dejo en evidencia que estoy haciéndome la idea. Tengo el impulso de decirle que se equivoca, que la ayuda no siempre está a la mano pero no lo hago, puesto que me recuerdo que estoy aquí. En una fábrica, llena de personas que están tan perdidas como yo y que me aceptaron sin reproches, que decidieron que había un cuarto para mí y hasta se ofrecieron a enseñarme a disparar cuando informé que no servía para mucho pero que deseaba ayudar. Al final, le enseño una sonrisa genuina, esa que se asoma en un rostro lleno de rastros de lágrimas que lo han pintado de rosa — Espero que seas buena siguiendo tus propios consejos, porque creo que tú misma acabas de responder tus miedos.

Me remuevo hasta poder ponerme de pie, decidido a que me vendría bien el lavarme la cara, beber algo y recostarme, ahora que tengo el tiempo para hacerlo. Le tiendo una mano en un ofrecimiento a ayudarle a ponerse de pie, a sabiendas de que es lo mínimo que puedo hacer — Tienes un futuro prometedor, Synnove. El mundo necesita más rubias de castillos de cristal rotos que estudien leyes y quieran escuchar a los esclavos.
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