The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio


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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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No hay muchos lugares en los que pueda coincidir con Phoebe, así que lo más seguro es siempre golpear a su puerta. Después de insistir con un par de llamados, llego a la conclusión de que está ignorándome, aprendida la lección después de aquella primera visita hace un tiempo, de que abrirme la puerta es abrir una entrada al pasado y a problemas que la persiguen también a esta nueva vida de flores y vestidos blancos que se empeña a vivir, ingenua como siempre ha sido a las mentiras bellas que recubren los males que nos van matando lentamente. Si bien tengo que reconocer, por mucho que me pase, que la fantasía de ensueño de Phoebe por ratos se ve real, tan real que perturba porque no conozco de algo así, y vuelve a punzarme el resentimiento hacia ella, también por tener esto. Por la vista de una boda en la playa, ese hombre que juré que era un bastardo y que la abandonaría, leyendo votos con promesas para toda la vida, la presencia de una familia que le dije muchas veces que se había olvidado de ella y que era la única que tenía para serle de apoyo, y una bebé, llenando sus brazos, la hija de su hermano que bien podría ser una estampa de su propia hija con unos años de demora. Phoebe tiene todo lo que quiso una vez y que yo decidí que era mejor que no tuviera, porque mis propias experiencias me enseñaron que no debía suceder. Y tal vez solo no debía suceder para mí.

Estoy poniendo distancia con su casa cuando la veo venir y mis pies se detienen uno al lado del otro, guardo mis manos en los bolsillos laterales del pantalón y aguardo. —He venido a felicitarte por tu boda— escupo, —no soy tan descarada como Georgia para presentarme en la ceremonia, esperé a que hubieras vuelto de tu luna de miel para una visita más adecuada— la sonrisa en mis labios al ensancharse se vuelve tirante, dura. —¿Estás feliz, Mae?— la pregunta sale de improviso, es la que importa al final de cuentas, por mucho que durara la conversación, lo que no creo, habríamos arribado a ella. Todo esto se trató de su propia, egoísta y mezquina felicidad todo el tiempo, de todo lo que ella podía tener dejando atrás lo que le recordaba a sus carencias y faltas, para poder enfundarse en un vestido caro y blanco de una supuesta inocencia que las dos la hemos llenado de sangre en alguna parte del norte, y así poder creerse sus mentiras de una vida ideal. —Cuando estábamos en el norte teníamos muy claro que el dinero era lo más importante, que el dinero sí compraba lo más importante. Y es cierto, en todo lugar, en el norte nos arrastramos por dos galeones, aquí veo lo fácil que ha sido que tu hermano ponga dinero para tu felicidad. No te lo tomes a mal, es solo una apreciación. No importan las maneras, sino que consigamos lo que queremos, ¿no? Así que he venido a felicitarte como corresponde— le muestro mis palmas en son de paz.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Lo reconozco, no están siendo los mejores días. Podría echarle la culpa al embarazo, a fin de cuentas es lo que llevo haciendo con todos los cambios de humor, de apetito y también con mis ganas incrementadas de ir al baño. Ni hablemos de que todavía no encuentro la forma de rebajar las nauseas y vivo prácticamente dentro del baño. Salir a dar paseos es lo único que mantiene mi cuerpo y mente algo más despejados, ahora que el verano está por terminar y la brisa empieza a ser más fresca, que antes el propio viento acalorado me daba ganas de vomitar. También me da tiempo a pensar, con lo mucho que ha pasado en tan poco espacio, necesito unas cuantas horas al día para tratar de poner en orden mis ideas. La primera de ellas siendo que todavía estoy dudosa de si seguir trabajando para el ministerio o buscarme otra cosa, dado que es oficial que Charles no piensa mudarse del cuatro y, aunque no lo pongo en palabras, lo hago silenciosamente cuando se lo agradezco por ponerse de mi parte.

Tengo demasiado cosas de las que preocuparme ahora mismo, como para tener que añadir a la lista lo que sea con lo que venga Rebecca esta vez. No la veo alejarse de mi casa lo suficientemente pronto como para darme la vuelta y no cruzármela, culpo a mis pensamientos por eso al ir concentrada dentro de mi cabeza, sin apenas prestar atención a lo que pasa a mi alrededor. Para cuando me cruzo con ella, es tarde para hacer como que no la he visto. Qué considerada, felicitarme por mi compromiso, le sonreiría si no fuera porque la conozco demasiado bien como para creer que en serio se alegra por mí. — ¿Es lo que quieres que te responda, que soy feliz? — la neutralidad con la que hablo casi hace parecer que me es indiferente su presencia, o es lo que quiero pensar para no alterar mi estado.

Respiro hondo, la última vez que estuve embarazada tenía un aspecto diferente, la de una mujer escuálida y ojos saltones que esperaba que lo que tenía con el que ahora es su marido sería suficiente para sacar ese bebé adelante. Por eso sospecho de su amabilidad, el recelo es palpable entre nosotras porque yo soy la encargada de usarlo como espacio entre nosotras. — Tienes unas ideas muy equivocadas si crees que mi felicidad se compra con algo tan corriente como el dinero. — digo, es evidente que me lo tomo a mal sin falta de su aclaración. — ¿Tú te consideras feliz? ¿Te consideraste feliz en el norte cada vez que tenías dinero? Porque yo no me podía sentir más miserable. — que nuestra única preocupación fuera el dinero deja bien en claro la clase de situación desesperada en la que vivíamos, no espero que a eso lo denomine felicidad. Tampoco teníamos los métodos más legales de conseguir un par de galeones y, si estaba feliz por tenerlos en mi bolsillo, no era por poder, sino por supervivencia. — Disculpa que no me crea que vienes a felicitarme por mi matrimonio, considerando que nunca tuviste un verdadero aprecio por mi esposo, no espero que eso haya cambiado solo porque viste que me he vestido de blanco. — no sé muy bien a quién pretende engañar con sus intenciones, pero está claro que esperaba que a mí.
Phoebe M. Powell
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Invitado
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Si, eso es lo que espero— respondo llanamente, —el hecho de que lo plantees como una pregunta bien puedo tomármelo como una respuesta en sí…— mascullo para dentro, lo suficientemente alto como para le lleguen algunas palabras. Debe ser que la felicidad nunca es plena como para que pueda ser expresada en un sencillo «si». Bien puede decirme que nada de esto es de mi incumbencia, nunca pensamos en términos de felicidad para medir la vida que era más bien subsistencia. Esta conversación se me hace irreal, todo este paisaje lo es, pertenecen a una vida a la que todavía no logro acostumbrarme. Hay días en los que despierto esperando encontrarme con la pared descascarada y sucia de humedad frente a mis ojos. No sé cómo ha hecho ella para mantener por fuera de su puerta a los fantasmas de todos los errores que cometimos, como para verse bien en esta que es su realidad como una bruja libre del distrito cuatro.

¿Esa será siempre tu actitud hacía mí?— pregunto sin vueltas, —¿cada paso que haga para acercarme se encontrará con tu desprecio? Cúlpame por todas las maneras en que traté de retenerte a mi lado donde creía con convencimiento real de que estarías segura y de echar pestes sobre un hombre que no tenía nada para ofrecerte en ese mismo pozo donde estábamos estancadas. ¿Acaso no te abandonó la vez anterior al ocurrir lo del bebé?— la interrogo, en ese entonces los hechos respaldaron las suposiciones bien hechas por mis instintos. —Y perdóname por… de la peor manera posible es cierto, ser un refugio para ti— saco estas palabras fuera de mi pecho con un sentimiento diferente al reproche que le mostré en mi visita anterior. No soy Georgia, no tengo intenciones solapadas al buscar un acercamiento, más que esta dañina y maldita costumbre de no poder soltar a las personas con las que alguna vez viví la esperanza de sentirme acompañada en mi soledad.

Nunca he podido actuar de una manera distinta a la que se comportaron conmigo, Mae. Somos reflejo de los males que sufrimos. No sé bien qué esperabas de mí en el norte, ¿qué fuera una madre? ¿qué fuera una hermana cariñosa? ¿Crees que conocí eso alguna vez?— se lo planteo, aunque nada de esto le importe en verdad, me he visto juzgada por sus ojos también en otros momentos. Es lo que todos hacen. Deciden por ti que vales menos que nada y que te usen es lo que te aporta algo de valor, indiferentemente de que eso mismo te haga sentir desprecio a tu propia piel. —No fui feliz, nunca fui feliz— contesto, le doy mi respuesta ya que ha querido saber. —Ni lo espero. Todo lo que he conocido en la vida ha sido una profunda angustia que no se me va. Y el único día en mi vida que creí que podía sentirme feliz, el único día en que así tendría que haber sido, lo único que sentí fui tristeza y fui incapaz de amar a la única persona que podría haberme amado toda la vida— esa es la franqueza que puedo ofrecerle con mis manos abiertas y expuestas a ella para que vea que no hay trucos. —Así que mi deseo de felicitarte es auténtico. ¿Siento envidia? Sí, no te lo voy a negar. Si te he visto siendo abandonada y perdiendo lo que poco que podrías haber tenido en tu miseria como me ocurrió a mí, como predije que te pasaría a ti, la diferencia es que ahora estás aquí… y lo tienes todo, ¿no? Así que te felicito, has ganado. No a mí, a la vida misma.
Anonymous
Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
No digo nada, tan solo la observo de arriba a abajo con disimulo como si de esa manera pudiera reconocer algo en su expresión corporal que me indique que está aquí por un motivo en específico. A veces con eso bastaba en el pasado para entender que alguna cosa había ido mal, que debíamos solucionar antes de que ese error nos comiera por dentro. Ahora no se siente muy diferente de aquello, a pesar de que las circunstancias sí han cambiado favorablemente para ambas. Si ella quiere tomárselo como felicidad, que así sea, para mí lo es, incluso cuando no se lo  detalle como haría con otra persona. Es cierto que mi actitud hacia ella también se ha visto modificada, tal vez porque desde esta distancia me he dado cuenta de que, en resumidas cuentas y como parece ser común hoy en día también, solo me estaba usando. — Te recuerdo que fuiste tú quién se presentó en mi casa hace ya un tiempo con una actitud parecida. — cuando se enteró de que mi nombre porta un Powell, digamos que desprecio fue lo primero que deduje de su expresión aquel día. — ¿Qué es lo que pretendes hacer? ¿Por qué quieres acercarte a mi vida, Rebecca? Es obvio que cada una tenemos nuestro propio camino que seguir ahora, tú puedes dirigir el tuyo como más te convenga, que yo haré lo mismo. — sueno algo mordaz cuando hablo, pero tengo suficientes problemas como para también cargar con otra persona resentida.

Escucharla hablar de esa manera, de todas formas, me hace entender que la Rebecca que yo conocí, no difiere en gran medida de la que tengo frente a mis ojos. El recelo de entonces hacia el hombre que amo sigue persistiendo incluso cuando hay más que demostraciones físicas de lo que sentimos. — Aquello fue diferente. — empiezo, regresa el tono forzado de mi voz, segura de que las cuerdas vocales ya se me han tensado de más para cuando prosigo. — Charles no me abandonó, nos distanciamos. Hay una diferencia entre abandonar por elección propia y conociendo las consecuencias, y utilizar la distancia como recurso para sobrellevar lo que entonces fue una experiencia dolorosa. — admito que no fue la mejor manera de lidiar con ello, ambos lo hacemos, pero en el momento haces cosas que no siempre están justificadas. En ocasiones, las situaciones son demasiado para el dolor humano, unas en las que no eres capaz de pensar con claridad, menos tratándose de la vida que llevábamos. Y no lo excuso con que hoy día esté embarazada, pero sí es el ejemplo que primero se me viene a la cabeza si pienso en las posibilidades de que mi marido me abandone. Esas las reconozco como nulas.

De repente no entiendo como pasa de una actitud a otra completamente distinta, una que me hace replantearme las palabras severas que he soltado con tal de hacerla ver que nuestros caminos son distintos, cuando una vez no lo fueron tanto. Solo por eso, mi cuerpo y en especial la tensión de mis hombros se relaja, tomando un poco de aire antes de expulsarlo. — No somos reflejo de los males que sufrimos, si fuera así, yo no estaría donde estoy en este momento. Pero para no serlo también debes creértelo tú misma, Becca, no puedes vivir el resto de tu vida pensando que lo que mereces no es más de lo que has tenido, así no llegarás a ninguna parte. — no sé por qué la aconsejo de esa forma, cuando es evidente que es una lección que ni yo misma he aprendido, pero que estoy tratando de hacerlo cada día, con las personas que, aunque estos días se hayan reducido a escasas, me quieren. Escuchar que nunca fue capaz a amar me da un pinchazo de remordimiento en el estómago por haber sido un tanto cruel con ella antes, me remuevo un poco en el sitio en consecuencia. — No le he ganado a la vida, estoy muy lejos de hacerlo, cometo errores a diario, confío en las personas equivocadas y la vida me demuestra que puedo regresar a dónde estuve una vez con el chasquido de dos dedos. Pero también aprendo, los golpes ayudan a rectificar, no puedes cambiar quién eres en el transcurso de un día, pero sí puedes poner un poco de tu parte cada día que pasa para evitar seguir por el camino de la amargura. — ese del que tanto habla, ese del que yo sé que todavía formo parte en algunas ocasiones porque tengo esa manía de aferrarme a lo que conozco, que no es mucho más que la desgracia. Es lo que estoy tratando de mejorar. — Tú también puedes ser feliz, Becca, si te lo propones como te propusiste muchas cosas antes, es lo mismo. Te aseguro que es mucho más reconfortante que el dinero. — ¿no lo escogí yo una vez, cuando antepuse mi relación con ella por el amor que sentía y siento hacia Charles? Suficiente como para criar un bebé con él, incluso cuando las condiciones en las que estábamos no eran las más favorables.
Phoebe M. Powell
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Invitado
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¿Cómo lo consigues?— se lo pregunto con la más honesta duda, mis ojos tratando de entenderla al encontrarse con los suyos. — ¿Cómo consigues que tu ingenuidad se mantenga intacta cuando lo has visto… todo?—. No la estoy juzgando, es algo que no logro comprender. —¿En serio crees en tus palabras? ¿Eres fiel a ellas, las vives? ¿O las dices porque te parece un discurso para dar a otros de lo bien que se escucha? Y así hacer que se enfrenten a su mierda sintiéndose en falta, porque tal como dices sí se puede vivir de una manera distinta… y si no lo hacemos, es porque elegimos esto…— meneo la cabeza al reírme con una única y hueca carcajada de burla hacía esta vida que es la mía, en la que el golpe de realidad para empujó al pozo y tuve que renunciar a la idea de salvadores, de la recompensa por los buenas acciones que tarda en llegar, pero se dice que llega, ella que dice que si aspiro a algo diferente a lo que tengo podría conseguirlo y tengo que parpadear al cielo un par de veces para aclararme la mirada que se va cargando de una humedad inoportuna.

El deseo de algo fuera de nuestro alcance puede ser la peor herida que nos causamos a nosotros mismos— le digo con toda resignación, —la esperanza de algo es una condena de martirio que nos imponemos. He perdido la fe en todas las cosas, menos en lo que puedo conseguir y tocar con mis manos, para poder vivir conmigo misma. No deseo más de lo que puedo alcanzar…— y he luchado con todas mis fuerzas, a sangre, a costa de otras vidas, por eso que está tan cerca de poder ser rozado con mis dedos y deseo. No he perdido el deseo en sí, lo reencuentro a veces. El día en el que Magnar Aminoff anunció que las bestias teníamos una posición asegurada en el Capitolio, por ejemplo. No lo esperaba, nunca llegué a desearlo por imposible, y entonces estaba ahí, al alcance. ¿Cómo no hundir mis uñas en esa oportunidad para aferrarme a ella?

Pero la felicidad, esa cosa tan esquiva, poco más que un mito… —La felicidad no es para mí— digo con toda serenidad. —Mae, hay sentimientos que para ser carne en una persona, necesitan de un alma que conserve… eso, tal vez cierta ingenuidad, como la que sigue siendo parte de ti… esa creencia fiel a las cosas buenas…— se lo explico, cuando en el pasado era una necesidad de mostrarle cómo era la vida para que el norte no se aprovechara de ella y lo hizo de todas maneras, y en el presente se vuelve algo absolutamente innecesario, aquí puede ser ingenua, puede creer finalmente en cosas buenas. —Hay otras, tan estropeadas, tan adoloridas, tan cansadas, que ya no sirven para recipiente de esos sentimientos. Asumir que es así, es lo que me ayuda a vivir cada día— callo por un momento, un segundo que se alarga al demorar mi mirada en ella. —Esta visita fue un error— pienso en voz alta. —Solo no puedo soportar que te hayas apartado de mí como si hubiera sido la persona que más daño te hizo, cuando dentro de todas las cosas que hice mal y también te las hice a ti, lo único que deseaba era que te mantuvieras con vida, a costa de lo que sea. Fue un error desde un principio, detenerme en tí, tendría que haber seguido de largo, ¿no?
Anonymous
Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Creo que la respuesta que tengo para darle no es la que le gustaría escuchar, pues lo cierto es que ni yo misma entiendo el mecanismo por el cual soy capaz a mirar el mundo con ingenuidad. No es lo normal, no es lógico que una persona que ha pasado por experiencias que la mayoría solo ven en películas tenga esta visión de la vida, cuando la verdad es que hay veces, lo reconozco, en que yo también pierdo un poco de fe en mi línea de pensamiento. No es lo que deseo decirle, tampoco es lo que va a afianzar mi postura, así que decido resguardarme en la otra cosa que siento. — Precisamente por todo lo que he visto, lo que me han hecho y lo que he hecho en consecuencia, es que quiero pensar que hay una buena intención en lo que resta. — vuelve a ser ingenuo por mi parte el creerlo así, como digo no tengo forma de explicarlo, es algo que me nace de dentro y me pesa también, porque por la misma inocencia he llegado a perder cosas que quiero. — Creo en mis palabras, aunque no las ponga en práctica todos los días. Soy fiel a esa idea porque es como deseo vivir esta nueva oportunidad que se me ha otorgado. — me da lástima que ella no pueda verlo de esta manera, que se aferre a esa idea de que solo se lo estoy diciendo porque es lo que alguien espera escuchar para sentirse mejor.

La miro, me tomo un momento en analizar el trasfondo de sus ojos antes de suspirar por este nuevo arrebato de confianza que no sé de dónde sale cuando pongo en palabras lo siguiente. — Estoy embarazada. — quiero esperar a su reacción antes de proseguir, pero termino adelantándome en caso de que la experiencia se repita. — No deseo para mi hijo otra cosa diferente a la que deseé para aquel que nunca tuve. No merece la vida que yo he tenido y si vivo aferrada a que lo único que merezco es aquello que me otorgaron sin darme la opción a escoger sobre mi futuro, ¿es eso lo que quiero enseñarle a este bebé? ¿que estamos condenados a vivir según las decisiones que tomaron otros por nosotros? — ahora sí que tomo un tiempo para que ella misma responda a esa pregunta, siendo que ha sido ella quién no termina de creérselo. — No sé si se trata de ser ingenuo o no, pero si ahora tienes la oportunidad de hacer algo mejor, ya sea para ti misma o para alguien más, no creo que debas desperdiciarla solo porque otros te dijeron que no llegarías a nada. — conozco de esas palabras, a mí también me las han lanzado como cuchillos, la diferencia es que yo estoy tratando de darles un sentido diferente y no dejando que me desangren como parece que ella está haciendo aunque crea sentirse pasada de todos esos males. Es lo que dice, no lo que hace, lo que me hace darme cuenta de que es más vulnerable de lo que quiere hacer ver.

Es triste que piense de ese modo, triste que pese a lo mucho que hemos pasado juntas, ambas tengamos pensamientos tan contradictorios. Nos parecemos más de lo que nosotras mismas somos capaces de reconocer, eso refleja perfectamente como, dependiendo de como lo tomes, el camino se puede extender hacia veredas muy diferentes. — ¿La felicidad no es para ti? — repito sus palabras con cierta incredulidad en la voz, hasta doy un paso en su dirección que me planta algo más cerca para que mi mirada pueda servir como escarmiento por siquiera decir algo parecido. — Entiendo, Rebecca, entiendo que creas que la felicidad no sea algo para ti. Has pasado por muchas cosas, más de las que cualquiera consideraría humanas, pero la primera que se está arrebatando la oportunidad de ver la vida diferente eres tú, tu misma. Nadie anda repartiendo felicidad como si fueran caramelos, sí, sé que no todo el mundo tiene las mismas facilidades, que no has sido feliz ni la mitad de tu vida, pero tienes una opción ahora, una que puedes tomar si dejas a un lado ese pensamiento de que no es para ti. Pues claro que es para ti, lo es para todo el que quiera tomarla. — mi propio convencimiento de que es así es lo que pretendo que llegue a ella en este nuevo ataque que me ha dado por hacerla ver lo que es desde mi punto de vista, hasta extiendo una mano con intención de atrapar su brazo y zarandearla a ver si así reacciona, pero se queda en eso, en un movimiento vago de mi brazo pese a la excitación de mis palabras.

No, espera... — ahora sí la tomo del brazo cuando por miedo a que se marche de ese modo, me aparece este nuevo sentimiento de culpabilidad por sus palabras. Retiro el contacto de mis dedos sobre su brazo, esperando que eso haya frenado el que quiera marcharse, así me da tiempo a pensar lo que decir a continuación. Me muerdo el labio inferior, mi mirada pasea por el suelo un momento antes de posarse sobre sus ojos nuevamente, con las cejas fruncidas en una línea que expresa mi lamento antes de que siquiera lo ponga en voz. — Escucha, Rebecca, yo nunca... Tienes que disculparme. — últimamente es todo lo que estoy esperando recibir de todo el mundo, al parecer. — Lamento que lo hayas visto de ese modo, yo no he sido de mucha ayuda para eso, ¿verdad? Lo cierto es que... cuando me marché del norte quise reconstruir mi vida aquí, empezar de cero, como nunca antes pude haberlo hecho. No esperaba volver a verte, y no es que no estuviera agradecida por todo lo que hiciste por mí, pero... necesitaba que esa parte de mi vida quedara atrás, ¿entiendes? Cuando apareciste, te consideré una amenaza porque pensé que vendrías a exigirme lo que habíamos compartido tiempo atrás. Ninguna está orgullosa de lo que hicimos en el norte, no quería que... bueno, no quería que con tu llegada trajeras aquello de lo que tanto me costó desprenderme. — fue una época dolorosa, de la que solo quería escapar y la ministra Leblanc se apareció con una solución que, a pesar de mostrarme reacia a tomarla al principio, fue lo que hizo que esté aquí para empezar. — No fue un error, si no fuera por ti probablemente seguiría viviendo entre basura o vendiendo mi cuerpo a extraños por una moneda. — esa fue la razón por la que acepté su cuidado en primer lugar, porque una experiencia con un hombre me hizo ver que prefería morir antes que dejarme usar como un juguete. — Lamento que hayas sentido que no lo valoro, lo hago. Pero yo también puedo ayudarte, si lo que necesitas es una amiga o... un nuevo comienzo. — puedo ayudarla a conseguirlo, como ella lo hizo para mí cuando no era más que un saco de huesos, ese fue uno de mis comienzos, este puede ser uno de los suyos.
Phoebe M. Powell
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Mi boca tiembla entre un gesto que no se decide si quiere ser una sonrisa amarga o una mueca, todo lo que dice cobra sentido cuando explica que el pensamiento que pregona es al que decide sujetarse para hacer frente a todo lo nuevo que vendrá a partir de lo que tiene ahora, que es mucho más de lo que hemos conocido nunca, y ciertamente, sigue siendo más de lo que yo tengo. Y es ahí donde radica la diferencia, yo elegí también cómo vivir esta oportunidad de volver a transitar por las calles bajo la luz del día y no tener que esconder mi cara entre sombras, hay días en los que despierto con cierto optimismo hacía lo que podría venir y quiero poder decirle que así como la vida pareciera que le ha devuelto lo que se le quitó –y yo colaboré-, a mí me sorprendió que de todas las cosas que perdí, con quien volví a tropezarme fue con una Mae. Si tuviera que ser honesta, de todas las cosas y de poder elegir, hubiera elegido otras. Pero no es algo sobre lo que tenga potestad, la vida se mueve en extrañas y tumultuosas ironías que algún día entenderemos.

Comprendo, con mayor claridad, que no debería estar aquí cuando le escucho decir que está embarazada. Quizá sí, tal vez debía escuchárselo decir. El frío que golpea mis venas por un segundo me dejan inmóvil como una estatua de granito que solo muestra un atisbo de vida al dar un paso hacia atrás, da lo mismo que me vaya rodeándola a ella o que me gire dándole la espalda para tomar una salida que me aleje de su casa. Rasgo la yema de mi pulgar con las uñas de los otros dedos al ir escuchando cada una de las cosas que dice, hay algo dentro de mí, intenso, feroz, que quiere rebelarse a sus palabras amables que surgen de una necesidad de creer en un mundo distinto al que conocimos, que nos obliga a interpretar estos papeles que no han sido hecho para nosotras en los que ella será madre y yo llevo puesto un uniforme que me vuelve alguien contrario a un criminal. Es la ironía más absurda, más bizarra. Todo lo que puedo hacer por tres segundos es mirar a Mae, ser capaz de ver como su cuerpo cambiará para traer un bebé a esta vida, y esta vez se impone con fuerza la imagen de un niño que crecerá en este casa para dar sus primeros pasos en la arena de la playa con su madre, que festejará un cumpleaños tras otro, crecerá para volverse alguien que jamás sabrá ni entenderá lo que no es dormir por las noches, por no tener dónde. —Basta— le pido, pese a lo bajo de mi tono se escucha lo suficiente como para interrumpir su vehemencia. —Basta, Mae. Si crees que la felicidad es algo que está ahí para ser tomado por quien quiera, tómalo. Tómalo tú.

Coloco mi mano sobre sus dedos para retirarlos, así no arruina su oportunidad de tantas cosas buenas por retenerme un segundo más, de pronto conmovida por unas palabras puestas en mi boca por necesidad mía y para nada beneficiosas para ella. Está viviendo la fantasía del niño que no tuvo en este, como compensación de aquel que perdió por mi culpa, me divido entre aceptar todo lo que deseaba poder escuchar de ella y admitirle que no lo merezco. No me arrepiento, eso es lo menos disculpará de enterarse. Sigo sin arrepentirme, hoy mismo que me dice que está embarazada, me reafirmo en la decisión que tomé en ese entonces. No era el momento, no era el lugar. No era la vida. Pero la suerte le dio esta, una segunda vida en una sola. —Mae, escúchame— me acerco a ella lo suficiente como para tomar su mejilla con mi mano y acariciar su pómulo con el pulgar como lo haría una hermana mayor, —las personas solo queremos y cuidamos a otras de la manera en que fuimos capaces de aprender a hacerlo, lamento que aun queriendo protegerte te hice víctima de todo lo que estaba mal en mí. Por eso, si quieres comenzar de nuevo y para que puedas tomar esa felicidad de la que hablas con tus manos, esta vez creo que lo mejor que puedo hacer por ti es seguir de largo y apartar mi mirada— acaricio su frente con mis labios y mis dedos se resbalan de la piel de su rostro para soltarla, rodeo su cuerpo al apartarnos.—Sigo siendo una persona que destruye todo lo que está a su alcance, siempre ha sido así, y ya destruí en una ocasión tu posibilidad de ser madre. Mantenme apartada de este bebé— se lo pido, la mínima distancia entre nosotras se ensancha con cada paso que doy para alejarme y poder desaparecerme antes de que haga alguna estupidez como exigirme que me quede un minuto más a su lado, aunque sea para devolverme su odio, me juro para mí que nunca volveré a pisar la casa de Phoebe Powell.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Conozco a Rebecca lo suficiente como para saber que no hay mucho que pueda decirle que la hará cambiar de opinión, siempre fue una mujer de opiniones fuertes, a la que era muy difícil sacarle una idea de la cabeza. No difiere mucho de la figura uniformada que tengo delante, que, pese a portar un símbolo de evidente mejora en relación a su posición anterior, no parece que tenga intenciones de modificar su conducta al respecto. Esta vez soy yo la que arruga el rostro al mostrarse tan reacia a tomar algo como lo que es, una segunda oportunidad, o entre tantas otras que pudimos haber tenido si las cosas se hubieran dado de una manera diferente. Es ella, nadie más que ella, la que se aferra a ese sentimiento de nostalgia tóxica por algo que nunca tuvo y que al parecer, ni siquiera ahora está dispuesta a tomar. Y quiero ayudarla, porque como ella, yo también estuve en sus mismos pies, aunque ella fuera quién me mostró lo siniestro y oscuro que puede ser el mundo, para que pudiera sobrevivir, yo puedo hacer lo mismo por ella, esta vez para que encuentre algo de luz en una vida que da por perdida. Las dos tuvimos nuestro golpe de suerte, una más tarde que la otra, es lo que nos tiene aquí paradas una frente a la otra, siendo que podría haber sido de otra forma si Magnar Aminoff no hubiera usurpado su lugar en el gobierno, si la ministra Leblanc no hubiera acudido al norte, ninguna de las dos estaríamos aquí. Eso demuestra una vez más, que nuestro camino lo han decidido otros, han tomado nuestra carta de la baraja y la han posicionado donde mejor les convenía. Esa conveniencia podría haber resultado en dos veredas diferentes, una que nos beneficie, o que nos lastime, mientras que yo estoy optando por verlo como la primera opción, ella parece aferrarse a lo último como si su vida dependiera de ello.

¿Por qué eres tan dura contigo misma…? — es lo único que se me permite susurrar antes de que vuelva a tomar la palabra al sostener mi mejilla con su mano. Me recorre una sensación extraña al recordar viejos tiempos, unos que quedaron enterrados hace mucho y bien haríamos las dos en mantenerlos así, que es donde deben permanecer para que no interrumpan con este presente, el que importa. Le he ofrecido mi ayuda, le he abierto mis brazos, tonta de mí por volver a tropezar con la misma piedra al mostrarme dispuesta a echarle una mano a una amiga del pasado, incluso cuando no tuvimos los mejores momentos. Claro que ella es más clara que Andrew, no se toma la molestia de aceptar mi propuesta, es una confesión honesta la que recibo, que la coloca a ella como la sombra negra de un lugar que ya por sí solo se encuentra en penumbras. No sé si lo que agradezco es su honestidad, al parecer es lo único estos días que puede mantenerme un poco cuerda y dentro de razón, pero tampoco me toma mucho rechazarla cuando antes de separarse declara una última cosa. — ¿Cómo…? — mis labios se mueven por instinto al vocalizar algo que no termino de formular, porque tampoco sé que es lo que quiero preguntar exactamente ahora que mi cerebro está empezando a acelerar a una velocidad que pronto contagia al resto de mi organismo. — Tú no… — es un ruego que también se corta en el aire cuando trato de seguirla con la mirada más que con los pies, ni siquiera creo que llegue a escucharlo porque el sonido cortante del viento al desaparecerse es lo único que recibo como respuesta.

Me sostengo el abdomen con una mano mientras que la otra sirve para camuflar lo que se parece a una respiración ahogada en un llanto que no dejo salir porque ni siquiera me ha dado tiempo a procesar lo que significa, lo que ha querido decir sin hacer uso de las palabras específicas. Mi cerebro se encarga de esa parte, de reestructurar el mensaje en algo legible, ignorando las emociones que comienzan a aflorar bajo mi piel. Y no sé por qué es que me sorprende, descubrir que el acto que acabó con el hijo que esperaba no formaba parte de un proceso natural, escogido por una entre tantas opciones de la naturaleza como algo que no estaba predeterminado a ser, cuando todo lo que ocurrió es que hubo una persona, que lo decidió por ella. Ya no solo por ella, decidió por sobre mí, se tomó la libertad de escoger su palabra antes que la mía propia, cuando no era Rebecca quién iba a ser madre. No es explicable el dolor que siento crecer en mi interior, allá donde dicen que se aloja el corazón, creo que hay algo que se estruja y produce que se me pare la respiración por unos segundos. Se sienten como minutos el tiempo que permanezco inmóvil, incapaz de mover un solo músculo, y probablemente lo sean, más que eso, horas, en las que solo puedo pensar en que una vez más, a alguien le pareció razonable determinar el rumbo que debe seguir mi vida, convirtiéndome ajena a mis propias decisiones, que para el resto no parecen ser más que un humo vago que apartar con una sacudida de la mano. Ahora mismo, me siento como el polvo, siento que solo estoy diseñada para que me barran a su antojo hasta terminar amontonada en una esquina. Quiero llorar, pero no me salen las lágrimas, creo que he agotado ese recurso hace días, también quiero gritar, no puedo porque resulta que tampoco tengo una voz por la que ser escuchada por mucho que trate de hacerme oír. Creo que ese es el punto cuando alguien decide por ti el volverte prescindible, al final, ni siquiera tu alma te pertenece, esa también te la arrebatan.
Phoebe M. Powell
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