VERANO de 247521 de Junio — 20 de Septiembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Las molestas punzadas de las sienes me sacan de esa placentera isla en la que dos muchachos mucho más robustos que Ramik me abanican con hojas de palma mientras bebo la misma piña colada que probé en la boda de Phoebe, estúpida Phoebe, todo es su culpa. Mi estado lamentable es su culpa, ella, trayendo sus burdas costumbres de albedrío en una boda tan elegante como la que podría haber tenido, con invitados tan distinguidos, esto es lo que pasa por acercarse demasiado a los del norte, te influencian de una manera inconsciente para que caigas en sus vulgares vicios de alcohol y descontrol. Ah, trato de que mi memoria recuerde si alguien me acompaño a casa, si mis recuerdos no son tan errados fue ese muchacho, Helmuth. Ay, Georgia, por todos los cielos, no estás para estas emociones baratas de una noche, eres una mujer con clase en el presente. No puedes andar en escapadas con hombres que encima tiene pareja, esto sólo me traerá problemas con LeBlanc. Parpadeo para acostumbrarme a la visión de esta habitación que no conozco, en una cama impecable así como todo el mobiliario. Con dificultad me apoyo con una mano en el borde y saco mis piernas fuera de las sábanas para que mis pies toquen el suelo. Encuentro mis zapatos para volverá colocarnos, mi sombrero no sé dónde me lo han dejado, veo el saco amarillo en el perchero, pero prescindo de colocármelo hasta que no me encuentre con el dueño de este lugar.
Camino tambaleante hasta la puerta con mi mano ayudándose de la pared para avanzar por el pasillo y la sala no me queda lejos, puedo ver que está vacía, casi creo que me encuentro sola si no fuera porque escucho ruidos al otro lado de una puerta cerrada y a mí nadie me pilla distraída, así que exijo saber quiénes viven aquí. Grito con un chillido agudo cuando me encuentro con un muchacho en bóxer que se agarra su camisa de la cama para colocársela delante del pecho en su intento por cubrirse y se ve tan asustado como yo, creo que también ha gritado, no lo sé, presiento que me dará un infarto. Tomo respiraciones por la boca cuando me giro para caminar como pueda hacia el sillón que tengo más cerca y con una mano sobre mi pecho que palpita a todo lo que da, descubro a Alecto bajo el marco de la puerta de la entrada, volviendo quien sabe de dónde. —¡ALECTO! ¡El chico que limpia la piscina se ha metido a la casa! ¡Y anda todo desvergonzado pavoneándose por ahí!— grito en mi ataque de histeria, me olvido de la necesidad del bastón cuando en unos pasos estoy sobre ella, sacudiéndola de los brazos. —¡LLAMA A LOS AURORES! ¡No! ¡Tú eres auror! ¡Ay, Alecto! ¡Ya le dije a tu padre que no contrate gente del nueve, están más cerca de los salvajes del norte que de la gente civilizada del Capitolio! ¡Ya sé! ¡Llamemos a los cazadores y que se lleven al salvaje!— me están fallando los pulmones a causa del alboroto, comienzo con las largas inhalaciones de aire por la boca. —Ay, Alecto, creo que me va a dar un infarto… me duele el pecho, querido, me duele el pecho… ¡y la cabeza! ¡Mierda lo que me duele la cabeza!— aprieto mis párpados por el sufrimiento de la resaca.
Camino tambaleante hasta la puerta con mi mano ayudándose de la pared para avanzar por el pasillo y la sala no me queda lejos, puedo ver que está vacía, casi creo que me encuentro sola si no fuera porque escucho ruidos al otro lado de una puerta cerrada y a mí nadie me pilla distraída, así que exijo saber quiénes viven aquí. Grito con un chillido agudo cuando me encuentro con un muchacho en bóxer que se agarra su camisa de la cama para colocársela delante del pecho en su intento por cubrirse y se ve tan asustado como yo, creo que también ha gritado, no lo sé, presiento que me dará un infarto. Tomo respiraciones por la boca cuando me giro para caminar como pueda hacia el sillón que tengo más cerca y con una mano sobre mi pecho que palpita a todo lo que da, descubro a Alecto bajo el marco de la puerta de la entrada, volviendo quien sabe de dónde. —¡ALECTO! ¡El chico que limpia la piscina se ha metido a la casa! ¡Y anda todo desvergonzado pavoneándose por ahí!— grito en mi ataque de histeria, me olvido de la necesidad del bastón cuando en unos pasos estoy sobre ella, sacudiéndola de los brazos. —¡LLAMA A LOS AURORES! ¡No! ¡Tú eres auror! ¡Ay, Alecto! ¡Ya le dije a tu padre que no contrate gente del nueve, están más cerca de los salvajes del norte que de la gente civilizada del Capitolio! ¡Ya sé! ¡Llamemos a los cazadores y que se lleven al salvaje!— me están fallando los pulmones a causa del alboroto, comienzo con las largas inhalaciones de aire por la boca. —Ay, Alecto, creo que me va a dar un infarto… me duele el pecho, querido, me duele el pecho… ¡y la cabeza! ¡Mierda lo que me duele la cabeza!— aprieto mis párpados por el sufrimiento de la resaca.
Empiezo a sospechar, que el mundo tiene una forma extraña de ponerme en ridículo cada vez que se da la oportunidad. Porque una cosa es tener que convivir con Meyer, de cuyas peculiaridades ya ni siquiera hago el esfuerzo por entender, y simplemente dejo que me arrastre en la marea de la cual se compone su personalidad. Pero otra muy diferente es tener que lidiar con las desvergüenzas de mi abuela. Si tuviera que definirla en una sola palabra, hasta ayer la que hubiera utilizado sería una como elegancia, o sofisticada, pero eso ha pasado a ser otra historia cuando un auror conocido que aparentemente ayer a la noche estaba formando parte del comité de seguridad de la boda de Phoebe Powell, me avisa de que es Georgia la que requiere de asistencia. Por como sonaba el asunto, qué sé yo, se me ocurrió pensar que quizás se había salido un poco de control el lugar y necesitaban de más seguridad, en ningún momento se me pasó por la cabeza que mi abuela se emborracharía hasta el punto de tener que apartarla de los brazos del ministro de salud.
Claro que tuve que aguantarme la vergüenza e ir a pedirle ayuda a Dave, lo cual no es algo que yo haga a menudo, el pedir ayuda, digo, pero esta situación no es una que hubiera podido cumplir por mi cuenta. Cualquiera que conozca a Georgia sabe que no es una mujer fácil de dominar, ebria, sospeché que mucho menos. En efecto fue así, que ni siquiera pareció reconocerme cuando llegué a buscarla, escondiendo la cara de los familiares presentes en la fiesta del bochorno que fue tener que sacarla a rastras, con un cubata en la mano. No quise saberlo, no quise hacer más preguntas de las necesarias, las cuales incluían que cuánto había bebido, y hay que tener en cuenta que es una anciana, que el hecho de que me diga que solo una copa no cuadra con el aspecto de vagabunda con el que terminó la noche. Lo que sí esperaba era un poco más de decencia de su parte, Georgia Ehrenreich, borracha como una cuba en la boda de la hija de un terrorista. Ni sé como se le ha ocurrido acudir a una cosa así. Supongo que los cotilleos fueron los que la atrajeron a semejante espectáculo, como una adolescente de colegio, ¡esta abuela!
Vengo de la farmacia, que de seguro le hará falta algo que la libere del dolor de cabeza característico de la resaca, cuando después de haber pasado una noche procurando que no se muera o ahogue en alcohol, decidí que en cualquier caso, David estaba en casa. Ni sé por qué me sorprendo cuando al abrir la puerta de casa en mi regreso, me encuentro a mi abuela gritando como una loca, y si no fuera porque no tenemos estricta unión de sangre, diría que mi dramatismo lo heredé de ella. — Abuela, es el chico con el que vivo, no el que limpia la piscina, te lo dije ayer, ¿no lo recuerdas? Os presenté. — sí, mi comentario es malicioso cuando le pregunto si no lo recuerda, porque estoy muy enojada con ella. No tarda mucho en hacer un acto de toda esta escena que está montando, me lleva a rodar los ojos en mi camino a que no se caiga hacia atrás por las bocanadas exageradas de aire. — No te está dando un infarto, se llama resaca, abuela, es la consecuencia de haber bebido hasta ponerte como los cirineos. — otra pullita. La tomo por un brazo y la llevo hasta el salón, procurando que no se siente en el suelo al depositarla en el sillón más cercano. Para cuando la siento, ya no puedo aguantarme las ganas. — ¡Abuela! ¡Por favor, qué verguenza! ¿Cómo has…? Una mujer de tu altura, borracha como una cuba, ¿es que acaso has querido perder todo tu honor en una noche entre bárbaros? — muevo mis manos en aspavientos tan exagerados como ella hace unos minutos, mi cabeza se balancea también al unísono, hasta que me doy la oportunidad de pararme con los brazos en jarra. — Qué poca decencia, abuela… y lo que va a pensar la prensa… — si no fuera porque ella controla todo el chiringuito, me preocuparía más, pero mi cara sigue siendo de profunda decepción.
Claro que tuve que aguantarme la vergüenza e ir a pedirle ayuda a Dave, lo cual no es algo que yo haga a menudo, el pedir ayuda, digo, pero esta situación no es una que hubiera podido cumplir por mi cuenta. Cualquiera que conozca a Georgia sabe que no es una mujer fácil de dominar, ebria, sospeché que mucho menos. En efecto fue así, que ni siquiera pareció reconocerme cuando llegué a buscarla, escondiendo la cara de los familiares presentes en la fiesta del bochorno que fue tener que sacarla a rastras, con un cubata en la mano. No quise saberlo, no quise hacer más preguntas de las necesarias, las cuales incluían que cuánto había bebido, y hay que tener en cuenta que es una anciana, que el hecho de que me diga que solo una copa no cuadra con el aspecto de vagabunda con el que terminó la noche. Lo que sí esperaba era un poco más de decencia de su parte, Georgia Ehrenreich, borracha como una cuba en la boda de la hija de un terrorista. Ni sé como se le ha ocurrido acudir a una cosa así. Supongo que los cotilleos fueron los que la atrajeron a semejante espectáculo, como una adolescente de colegio, ¡esta abuela!
Vengo de la farmacia, que de seguro le hará falta algo que la libere del dolor de cabeza característico de la resaca, cuando después de haber pasado una noche procurando que no se muera o ahogue en alcohol, decidí que en cualquier caso, David estaba en casa. Ni sé por qué me sorprendo cuando al abrir la puerta de casa en mi regreso, me encuentro a mi abuela gritando como una loca, y si no fuera porque no tenemos estricta unión de sangre, diría que mi dramatismo lo heredé de ella. — Abuela, es el chico con el que vivo, no el que limpia la piscina, te lo dije ayer, ¿no lo recuerdas? Os presenté. — sí, mi comentario es malicioso cuando le pregunto si no lo recuerda, porque estoy muy enojada con ella. No tarda mucho en hacer un acto de toda esta escena que está montando, me lleva a rodar los ojos en mi camino a que no se caiga hacia atrás por las bocanadas exageradas de aire. — No te está dando un infarto, se llama resaca, abuela, es la consecuencia de haber bebido hasta ponerte como los cirineos. — otra pullita. La tomo por un brazo y la llevo hasta el salón, procurando que no se siente en el suelo al depositarla en el sillón más cercano. Para cuando la siento, ya no puedo aguantarme las ganas. — ¡Abuela! ¡Por favor, qué verguenza! ¿Cómo has…? Una mujer de tu altura, borracha como una cuba, ¿es que acaso has querido perder todo tu honor en una noche entre bárbaros? — muevo mis manos en aspavientos tan exagerados como ella hace unos minutos, mi cabeza se balancea también al unísono, hasta que me doy la oportunidad de pararme con los brazos en jarra. — Qué poca decencia, abuela… y lo que va a pensar la prensa… — si no fuera porque ella controla todo el chiringuito, me preocuparía más, pero mi cara sigue siendo de profunda decepción.
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—¿VIVES CON UN CHICO? ¿SIN CASARTE?— tengo que abanicarme con violencia la cara para quitarme este calor que me sube por el escándalo de saber que la muchacha anda en esas, ¡tan joven! ¡tan rica! ¡tan sofisticada! Manteniendo a un vago en su casa cuando se mata de sol a sol trabajando en la seguridad de este estúpido país. ¡Mi Alecto! —¡Y CÓMO SE LLAMA! Lo voy a buscar, ¡te voy a averiguar hasta de qué color era el calzón de su tatarabuelo!— grito, que no voy a dejar que la niña se junte con ¡quién sabe! Un descendiente de un troll, un enano… ¡o peor! ¡un muggle! No he visto crecer a esta niña bajo mis ojos para que luego ande con un mocoso que ni siquiera tiene buenos abdominales, si por lo poco que vi es más flaco que una escoba, y que mal gusto, ¡por favor, Alecto! Siempre consideré que tenía mejor gusto con las cosas.
A la que le cae la bronca encima es a mí, me echo un paso hacia atrás cuando los reclamos de mi nieta hacia mi conducta me hacen sentir en falta, hasta las mejillas se me sonrojan de la vergüenza auténtica. ¡Y no se me sonrojan desde los veinte años! Palpo la piel de mi cara con las manos, sintiendo el calor del bochorno, trato de que mi falta no me condene a sus ojos, arrastrándome hasta su sillón para recostarme sobre este, mi cabeza sobre el brazo del mueble. —¡Basta, Alecto! ¡Basta! ¡Bastante tengo con lo que dirá la prensa y la sociedad toda sobre mi desliz! ¿No puedes estar de mi lado en esto? ¡Siempre es así! De Nicholas Helmuth y sus artimañas para engatusarme no dirán nada, en cambio… ¡claro! ¡De mí se dirán pestes!— finjo un sollozo al llevar el dorso de mi mano a la frente. —¡Bastante sufrimiento cargo por mi cuenta! ¡Y también me castigas con tu hostilidad!— presiono el puente de mi nariz con los dedos como si tratara de contener las lágrimas.
Mal momento para que el muchacho este salga de una de las habitaciones para decir que se irá por un rato así nos da espacio para que podamos hablar a solas, arrugo mi nariz como para hacerle saber que bien puede irse y no volver. —Puedo oler esa pobreza desde aquí, ¿a qué se dedica tu novio, querida?— pregunto, recomponiendo en el sillón. Cuando me enderezo lo suficiente como para quedar sentada al borde, tiendo mi brazo hacia ella para alcanzar su mano. —Cariño, yo a ese chico lo conozco— digo, lo recuerdo de pronto. —Y no es mi intención crear discordias en tu relación, créeme cuando te digo que lo vi a los besuqueos con la hija del ministro Powell. ¡Es un pervertido, Alecto! ¿Sabes cuantos años tiene ese niña? ¡Trece! ¿Te parece? Ese muchacho no te conviene— muevo mi cabeza en negación, ¡si es que tanto quejarme de que Phoebe acabe con un don nadie, hará que se repita la desgracia en mi familia! Y no saqué a esta muchacha de las manos de una madre desgraciada, para que termine así. —Y yo siempre he querido lo mejor para ti, siempre. Si llegaste a la familia casi al mismo tiempo que yo, ¿lo recuerdas? Acababa de casarme con tu abuelo, tus padres querían tanto tener un hijo, se dio como una coincidencia que nos hizo felices a todos— porque eso era lo que necesita para poder asentarme en mi lugar como esposa al lado de Gilbert, demostrarle a sus hijas que les convenía tenerme a favor, no en contra. Y hacer que me deban deudas, ¿será hora de que esa deuda se la traspase a mis nietos? —Alecto, querida, no te enfades conmigo por mi falta. Yo jamás podría enfadarme contigo. De todos mis nietos, el vínculo que nos une a nosotras es el más especial de todos…
A la que le cae la bronca encima es a mí, me echo un paso hacia atrás cuando los reclamos de mi nieta hacia mi conducta me hacen sentir en falta, hasta las mejillas se me sonrojan de la vergüenza auténtica. ¡Y no se me sonrojan desde los veinte años! Palpo la piel de mi cara con las manos, sintiendo el calor del bochorno, trato de que mi falta no me condene a sus ojos, arrastrándome hasta su sillón para recostarme sobre este, mi cabeza sobre el brazo del mueble. —¡Basta, Alecto! ¡Basta! ¡Bastante tengo con lo que dirá la prensa y la sociedad toda sobre mi desliz! ¿No puedes estar de mi lado en esto? ¡Siempre es así! De Nicholas Helmuth y sus artimañas para engatusarme no dirán nada, en cambio… ¡claro! ¡De mí se dirán pestes!— finjo un sollozo al llevar el dorso de mi mano a la frente. —¡Bastante sufrimiento cargo por mi cuenta! ¡Y también me castigas con tu hostilidad!— presiono el puente de mi nariz con los dedos como si tratara de contener las lágrimas.
Mal momento para que el muchacho este salga de una de las habitaciones para decir que se irá por un rato así nos da espacio para que podamos hablar a solas, arrugo mi nariz como para hacerle saber que bien puede irse y no volver. —Puedo oler esa pobreza desde aquí, ¿a qué se dedica tu novio, querida?— pregunto, recomponiendo en el sillón. Cuando me enderezo lo suficiente como para quedar sentada al borde, tiendo mi brazo hacia ella para alcanzar su mano. —Cariño, yo a ese chico lo conozco— digo, lo recuerdo de pronto. —Y no es mi intención crear discordias en tu relación, créeme cuando te digo que lo vi a los besuqueos con la hija del ministro Powell. ¡Es un pervertido, Alecto! ¿Sabes cuantos años tiene ese niña? ¡Trece! ¿Te parece? Ese muchacho no te conviene— muevo mi cabeza en negación, ¡si es que tanto quejarme de que Phoebe acabe con un don nadie, hará que se repita la desgracia en mi familia! Y no saqué a esta muchacha de las manos de una madre desgraciada, para que termine así. —Y yo siempre he querido lo mejor para ti, siempre. Si llegaste a la familia casi al mismo tiempo que yo, ¿lo recuerdas? Acababa de casarme con tu abuelo, tus padres querían tanto tener un hijo, se dio como una coincidencia que nos hizo felices a todos— porque eso era lo que necesita para poder asentarme en mi lugar como esposa al lado de Gilbert, demostrarle a sus hijas que les convenía tenerme a favor, no en contra. Y hacer que me deban deudas, ¿será hora de que esa deuda se la traspase a mis nietos? —Alecto, querida, no te enfades conmigo por mi falta. Yo jamás podría enfadarme contigo. De todos mis nietos, el vínculo que nos une a nosotras es el más especial de todos…
— ¡Abuela, por favor! ¡Que no estamos en el siglo equivocado! Vivir con un chico no requiere de un año de compromiso por el medio, es… — ¿cómo le explico a mi abuela que es más fácil convivir con un hombre de lo que hubiera esperado? Sí, sé que me quejo más de lo normal, pero es prácticamente por deporte y estoy por jurar que es muchísimo más sencillo engatusar a David para hacer lo que le pido que de haber tenido una mujer por compañera de piso. Las mujeres tienden a ser más… bueno, más como mi abuela. Es evidente que yo no me incluyo en ese lote, yo sé donde están los límites. — Es Dave. David, como sea. — hace tiempo que me acostumbré a llamarlo por su diminutivo, solo cuando tengo que echarle la bronca utilizo su nombre completo. Algo que hasta ahora no había pensado pero que me hace recordar a su madre. — No necesito saber de qué color… — empiezo, pero siendo que va a ser un intento inútil de mantener a mi abuela fuera de los asuntos familiares de los Meyer, tengo que conformarme con un suspiro que me lleva a colocar una mano en la frente, negando con la cabeza.
Y es que así, en esta posición dramática y con esa actuación exagerada, lo cierto es que no sé como existen personas capaces de tomarla en serio, y creo que debe ser por sus métodos e influencias por los que consiguen que la gente trabaje para ella. Porque sino, la verdad que no lo entiendo. ¿Se puede ser más melodramática? — ¿Tu desliz? Abuela, eso fue más que un desliz, fue que volcaste todo el cuenco de ponche sobre tu estómago y después te fuiste a buscar pretendientes y el ministro Helmuth fue el primero que encontraste. — la corrijo. ¡Dios nos salve de que no haya ido por otro más joven, o lo que se hubiera montado ayer noche! Ya puedo verla yendo a perseguir borracha al ministro de justicia, que Georgia cuando quiere puede llegar a ser muy persuasiva. No hago otra cosa que rodar los ojos por sus dramas. — Está bien, abuela, está bien, pero tú también tienes que reconocer que podrías haber tenido un poco más de decencia. — le reprocho, a pesar de que con otro resoplido termino con mis quejas hacia su persona, al menos por un rato.
Mi cabeza se gira en dirección a los pasos que se escuchan desde el pasillo, que Meyer aparezca no arregla mucho las cosas, pero le agradezco con un gesto de cabeza que haya tenido la ocurrencia de salir un rato. Casi estoy por pedirle que se lleve también al perro, no vaya a ser que escape de su habitación y a mi abuela le dé un infarto por haber metido también a un segundo ser vivo con pelo. — No es mi novio, abuela. De hecho, Dave tiene novia. — hago la aclaración, aunque para ser alguien con quien llevo viviendo meses, no tengo ni la menor idea de como se ve la chica, o su nombre siquiera. Tampoco es algo por lo que me haya preocupado. — Trabaja en el ministerio, como abogado, o… algo así. Por eso veo un poco incoherente que haya tratado de seducir a la hija del ministro, abuela. Probablemente se te nubló la vista con tanto ponche y viste cosas dónde no las había. — no es como si mi abuela no tuviera afán por exagerar sus noticias con tal de atraer más público a su prensa. Llevo la mirada hacia mi abuela, esa que he mantenido en el espacio vacío del pasillo donde David última vez fue visto hace unos minutos. Me cruzo de brazos en lo que parece un gesto aún enojado, pero el mover mis cejas hacia arriba en exasperación lo hace sentir más como una incredulidad. — Claro, porque soy la única de todos tus nietos que estaría dispuesta a recogerte de entre los brazos de un hombre al que acabas de avergonzar. — digo, no muy segura de a qué viene esta charla familiar. Por un momento, casi se me olvida lo que cargo en la bolsita pequeña de plástico. — ¿Quieres agua? Ayuda para la resaca, también te traje unas pastillas para la cabeza. — balanceo un poco la bolsa para que lo vea. ¿Ven? También soy la única nieta que cuidaría de su abuela resacosa.
Y es que así, en esta posición dramática y con esa actuación exagerada, lo cierto es que no sé como existen personas capaces de tomarla en serio, y creo que debe ser por sus métodos e influencias por los que consiguen que la gente trabaje para ella. Porque sino, la verdad que no lo entiendo. ¿Se puede ser más melodramática? — ¿Tu desliz? Abuela, eso fue más que un desliz, fue que volcaste todo el cuenco de ponche sobre tu estómago y después te fuiste a buscar pretendientes y el ministro Helmuth fue el primero que encontraste. — la corrijo. ¡Dios nos salve de que no haya ido por otro más joven, o lo que se hubiera montado ayer noche! Ya puedo verla yendo a perseguir borracha al ministro de justicia, que Georgia cuando quiere puede llegar a ser muy persuasiva. No hago otra cosa que rodar los ojos por sus dramas. — Está bien, abuela, está bien, pero tú también tienes que reconocer que podrías haber tenido un poco más de decencia. — le reprocho, a pesar de que con otro resoplido termino con mis quejas hacia su persona, al menos por un rato.
Mi cabeza se gira en dirección a los pasos que se escuchan desde el pasillo, que Meyer aparezca no arregla mucho las cosas, pero le agradezco con un gesto de cabeza que haya tenido la ocurrencia de salir un rato. Casi estoy por pedirle que se lleve también al perro, no vaya a ser que escape de su habitación y a mi abuela le dé un infarto por haber metido también a un segundo ser vivo con pelo. — No es mi novio, abuela. De hecho, Dave tiene novia. — hago la aclaración, aunque para ser alguien con quien llevo viviendo meses, no tengo ni la menor idea de como se ve la chica, o su nombre siquiera. Tampoco es algo por lo que me haya preocupado. — Trabaja en el ministerio, como abogado, o… algo así. Por eso veo un poco incoherente que haya tratado de seducir a la hija del ministro, abuela. Probablemente se te nubló la vista con tanto ponche y viste cosas dónde no las había. — no es como si mi abuela no tuviera afán por exagerar sus noticias con tal de atraer más público a su prensa. Llevo la mirada hacia mi abuela, esa que he mantenido en el espacio vacío del pasillo donde David última vez fue visto hace unos minutos. Me cruzo de brazos en lo que parece un gesto aún enojado, pero el mover mis cejas hacia arriba en exasperación lo hace sentir más como una incredulidad. — Claro, porque soy la única de todos tus nietos que estaría dispuesta a recogerte de entre los brazos de un hombre al que acabas de avergonzar. — digo, no muy segura de a qué viene esta charla familiar. Por un momento, casi se me olvida lo que cargo en la bolsita pequeña de plástico. — ¿Quieres agua? Ayuda para la resaca, también te traje unas pastillas para la cabeza. — balanceo un poco la bolsa para que lo vea. ¿Ven? También soy la única nieta que cuidaría de su abuela resacosa.
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Ay, qué vergüenza, lo que dirán de mí las chicas de yoga cuando le lleguen los chismes de mi desgracia, esa con la que mi nieta no deja de acusarme. Vuelve y revuelve este sentimiento de bochorno que siento. Desde que me casé esta ultima vez, me encargué de que mi conducta sea intachable, que no se supiera nada de lo que podría darme mala fama. ¡Y décadas después cometo esta tontería! Llamaré al director del diario apenas tenga un teléfono al alcance de la mano para pedirle que invente una pandemia que ocupe los titulares y que vuelva a abrir esa encuesta en el suplemento de chimentos sobre qué ministro es el más caliente del verano, con fotos viejas que un no-diremos-quien hace dos años nos vendió. Más recientes no hemos podido conseguir del ministro de justicia, no por él, sino porque la aparición de sus hijas nos traería más problemas millonarios por demanda que ventas. Eso bastará para dirigir las conversaciones hacia otras personas, nadie hablará así del papelón que me hizo pasar el ministro Helmuth. —Soy la personificación de la decencia, por favor, Alecto— me ofende, aliso las arrugas de mi ropa para así recomponer un poco mi imagen a sus ojos tan, tan juzgadores. ¡Esta niña! ¿De dónde habrá sacado esas mañas de andar criticando? ¿Será de mí? ¡¿Está usando mis armas contra mí?! Que peligro de muchacha.
—Trae esas pastillas— le pido con mi palma abierta hacia arriba para que las coloque allí, me las echo a la garganta y tomo un sorbo del agua para hacerlas correr. Suspiro, no por la resaca, cuando coloco el vaso lleno hasta la mitad en mi rodilla. —Alec, es diferente entre tú y yo que con el resto de tus primos…— insisto, —de todos prefiero que seas tú quien vaya a rescatarme de mis vergüenzas. Tú…— respiro por la boca, es cierto que tengo por ella una afinidad especial, fue la bebé que recogí con mis manos para llevarla conmigo a una vida mejor, como para que me sea indiferente su suerte. Lo que pueda decirle tendría que haberle dicho hace mucho tiempo, así que no me demoro más. No está ese muchacho chismoso con la oreja detrás de la cerradura, así que puedo hablar con ella con tranquilidad. —¿Nunca te preguntaste de dónde has sacado esos ojos o ese modo que tienes de apretar los labios que es un gesto tan tuyo y sin embargo… cuando te veo, creo ver a otra persona? Con un padre tan feo como el tuyo, con esas orejas grandes y labios finos, y tu madre… que, pobrecita, con la genética de tu abuela Hipólita no tenía chances de salir más bonita de lo que es con muchas pócimas para el rostro encima… — chasqueo la lengua. —Cuando te ves distinta a ellos, ¿qué te dices para explicártelo?
—Trae esas pastillas— le pido con mi palma abierta hacia arriba para que las coloque allí, me las echo a la garganta y tomo un sorbo del agua para hacerlas correr. Suspiro, no por la resaca, cuando coloco el vaso lleno hasta la mitad en mi rodilla. —Alec, es diferente entre tú y yo que con el resto de tus primos…— insisto, —de todos prefiero que seas tú quien vaya a rescatarme de mis vergüenzas. Tú…— respiro por la boca, es cierto que tengo por ella una afinidad especial, fue la bebé que recogí con mis manos para llevarla conmigo a una vida mejor, como para que me sea indiferente su suerte. Lo que pueda decirle tendría que haberle dicho hace mucho tiempo, así que no me demoro más. No está ese muchacho chismoso con la oreja detrás de la cerradura, así que puedo hablar con ella con tranquilidad. —¿Nunca te preguntaste de dónde has sacado esos ojos o ese modo que tienes de apretar los labios que es un gesto tan tuyo y sin embargo… cuando te veo, creo ver a otra persona? Con un padre tan feo como el tuyo, con esas orejas grandes y labios finos, y tu madre… que, pobrecita, con la genética de tu abuela Hipólita no tenía chances de salir más bonita de lo que es con muchas pócimas para el rostro encima… — chasqueo la lengua. —Cuando te ves distinta a ellos, ¿qué te dices para explicártelo?
Ignoro que me esté tratando como a su esclavo Ramik cuando me pide de esa forma tan brusca las pastillas y me apresuro a sacarlas de la caja que las contienen para colocar sobre su palma dos, que con más probablemente acabe viendo unicornios o ministros en ropa interior, si vamos al caso. Estoy por tenderle el agua también, pero es ella quien tiene la maña suficiente como para incorporarse y tengo que agradecer que de esa forma se asemeje un poco más a quien suele ser por costumbre. A pesar de que no recuerdo que lo haya puesto en palabras con anterioridad, no me es difícil pensar que entre ella y yo hay un vínculo especial. Después de todo y como ya ha dicho, llegó a la familia de mi abuelo al mismo tiempo que mi madre se quedó embarazada de mí, me ha visto prácticamente crecer y convertirme en la mujer que soy ahora y, aunque quizá sería pecar de avaricia, me gusta poder tener a mi abuela para mí en ese aspecto. Sí, no importa que me haya avergonzado toda la noche anterior por un par de copas, si dejamos ese pequeño detalle a un lado, le tengo un aprecio que no podría adjudicar a cualquier otro.
Lo que no espero es que el árbol genealógico de mi familia salga a colación, ya demasiado complicado por sí solo, como para que ande insinuando historias. — ¿Qué tanto te preocupa eso ahora? — digo, si todavía está recuperándose de su debut de ayer, lo que debería estar es durmiendo. — ¡Abuela! — me quejo, tirando de mis brazos para que caigan a ambos lados y dejen de estar cruzados. Que soy consciente de que Georgia no tiene pelos en la lengua, pero vamos... ¡que son mis padres! — Papá no tiene las orejas tan grandes... Es solo un efecto de que se haya dejado el pelo más corto estos últimos meses. Y mamá no es fea. — no tengo la relación más estrecha con mis padres porque soy... bueno, yo, pero tanto como para no defenderlos frente a los insultos de mi abuela... No llego a ser tan insensible. — Yo que sé, abuela, la genética es caprichosa. Seguro hubo un tatarabuelo con ojos azules, no es tan extraño que los genes se salten una o dos generaciones. — es biología básica, no tengo problema en aclarárselo si es que no se lo enseñaron en el colegio en su día. — Apretar los labios no es tan complicado, el abuelo lo hacía todo el tiempo. — vuelvo sobre el tema, dejándome caer sobre el sillón de al lado, con mis manos sobre ambos reposa brazos, hasta que la miro. — No me digo nada, porque no hay nada que decir, abuela. ¿Qué es lo que estás insinuando? ¿O es que todavía estás borracha? — lo cual, ahora que lo pienso mejor, parece una opción bastante probable.
Lo que no espero es que el árbol genealógico de mi familia salga a colación, ya demasiado complicado por sí solo, como para que ande insinuando historias. — ¿Qué tanto te preocupa eso ahora? — digo, si todavía está recuperándose de su debut de ayer, lo que debería estar es durmiendo. — ¡Abuela! — me quejo, tirando de mis brazos para que caigan a ambos lados y dejen de estar cruzados. Que soy consciente de que Georgia no tiene pelos en la lengua, pero vamos... ¡que son mis padres! — Papá no tiene las orejas tan grandes... Es solo un efecto de que se haya dejado el pelo más corto estos últimos meses. Y mamá no es fea. — no tengo la relación más estrecha con mis padres porque soy... bueno, yo, pero tanto como para no defenderlos frente a los insultos de mi abuela... No llego a ser tan insensible. — Yo que sé, abuela, la genética es caprichosa. Seguro hubo un tatarabuelo con ojos azules, no es tan extraño que los genes se salten una o dos generaciones. — es biología básica, no tengo problema en aclarárselo si es que no se lo enseñaron en el colegio en su día. — Apretar los labios no es tan complicado, el abuelo lo hacía todo el tiempo. — vuelvo sobre el tema, dejándome caer sobre el sillón de al lado, con mis manos sobre ambos reposa brazos, hasta que la miro. — No me digo nada, porque no hay nada que decir, abuela. ¿Qué es lo que estás insinuando? ¿O es que todavía estás borracha? — lo cual, ahora que lo pienso mejor, parece una opción bastante probable.
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Oh, lo sé. Ellos nunca se lo dirían. Han tomado posesión de Alecto como su hija como de todas esas cosas caras que tienen y de las que presumen, si es que la niña les ha salido exquisita. Sabía que por herencia de su madre al menos sería una bebé agradable a la vista, que no por mi propia crueldad, sino en opinión a la de otros, puedo decir que un bebé sea lindo o feo también determina el cariño o el rechazo de sus padres adoptivos. No llegué a conocer a su madre siendo joven, la vi como una mujer maltrecha por la vida, mirando a Alecto es que puedo imaginar cómo se vería si su vida hubiera sido distinta. Lo bueno de todo esto, que no se diga de mí que en el fondo de mis entrañas no anida el altruismo, es que la niña sí logro tener una vida distinta y es lo que todos debemos sentirnos conformes. Además, no puedo confiar, nunca confíe, en los parientes de mi difunto marido, menos en los nietos herederos. Ella es mi seguro, la niña elegida por mí, que me debe a mí. Puedo dormir tranquila por las noches si me consuelo pensando que la tengo a ella como resguardo de la fortuna que heredé de Gilbert, no me la quitaría. Me debe tanto que puedo estar tranquila de contar con su cariño y lealtad hasta el último día, solo me queda asegurarme que así sea.
El suspiro dramático de mis labios lo secundo con mis manos buscando las suyas para poder estrecharlas. —No es el alcohol hablando por mí, si acaso dándome la valentía para poner en palabras lo que tus padres han demorado tanto en decirte, cuando tienes toda la edad y todo el derecho de conocer tu historia, también aquella breve parte en la que no nos conocías a nosotros…—. Lamento que se haya sentado en otro sillón porque necesito del apoyabrazos del mío para colocar los codos y no cansarme al sostener su mano. —No creo que no lo hayas sospechado o imaginado a veces…— se lo digo con vueltas, como deben contarse estos relatos. —Hace casi veinticinco años, una mujer a la que conocía tuvo una bebé a la que decidió dar al nacer. Me compadecí tanto de la niña, a la cual su madre no podía criar por las condiciones en las que vivía y la castigaba con rechazo por culpas que no eran de ella. ¿Qué culpa podía tener una bebé tan adorable de ojos azules, Alecto? Ninguno, no hubiera sido justo para ella tampoco que se quedara viviendo en ese lugar lamentable donde se morían de hambre. Así que me traje a la niña conmigo y se la ofrecí a tus padres… ellos que tanto querían tener una hija…— lo hago sonar más romántico de lo que es, en su momento fue más como una transacción de una niña con una madre que no la quería y un matrimonio que todo lo resolvía poniendo dinero arriba de la mesa. No me lo ofrecieron, no lo necesitaba por haberme casado con Gilbert. Pero desde ese día, mi hijastra se lo pensó dos veces antes de verbalizarme su desprecio y las veces que la necesité se puso de mi lado en oposición a sus hermanas, todas ellas, en la gloria con sus padres y ojalá se queden ahí. —La vida se encarga siempre de colocarnos en los lugares donde debemos estar, lo mío fue una mano de ayuda a la vida. Lo hice y no me arrepiento, nunca me arrepentiría, de que gracias a mí, tengas todo lo que tuviste y pudieras ser feliz.
El suspiro dramático de mis labios lo secundo con mis manos buscando las suyas para poder estrecharlas. —No es el alcohol hablando por mí, si acaso dándome la valentía para poner en palabras lo que tus padres han demorado tanto en decirte, cuando tienes toda la edad y todo el derecho de conocer tu historia, también aquella breve parte en la que no nos conocías a nosotros…—. Lamento que se haya sentado en otro sillón porque necesito del apoyabrazos del mío para colocar los codos y no cansarme al sostener su mano. —No creo que no lo hayas sospechado o imaginado a veces…— se lo digo con vueltas, como deben contarse estos relatos. —Hace casi veinticinco años, una mujer a la que conocía tuvo una bebé a la que decidió dar al nacer. Me compadecí tanto de la niña, a la cual su madre no podía criar por las condiciones en las que vivía y la castigaba con rechazo por culpas que no eran de ella. ¿Qué culpa podía tener una bebé tan adorable de ojos azules, Alecto? Ninguno, no hubiera sido justo para ella tampoco que se quedara viviendo en ese lugar lamentable donde se morían de hambre. Así que me traje a la niña conmigo y se la ofrecí a tus padres… ellos que tanto querían tener una hija…— lo hago sonar más romántico de lo que es, en su momento fue más como una transacción de una niña con una madre que no la quería y un matrimonio que todo lo resolvía poniendo dinero arriba de la mesa. No me lo ofrecieron, no lo necesitaba por haberme casado con Gilbert. Pero desde ese día, mi hijastra se lo pensó dos veces antes de verbalizarme su desprecio y las veces que la necesité se puso de mi lado en oposición a sus hermanas, todas ellas, en la gloria con sus padres y ojalá se queden ahí. —La vida se encarga siempre de colocarnos en los lugares donde debemos estar, lo mío fue una mano de ayuda a la vida. Lo hice y no me arrepiento, nunca me arrepentiría, de que gracias a mí, tengas todo lo que tuviste y pudieras ser feliz.
En ocasiones como estas es que creo que la edad está empezando a afectar a la capacidad mental de mi abuela, que ni con sus suspiros dramáticos es capaz de serenar mi expresión en la más profunda confusión que soy capaz de mostrar en todo mi rostro. No me impide el que tome mis manos para que aparte la mirada de sus ojos, aunque sí le hago el favor de reacomodarme en el sillón con la espalda erguida en lugar de apoyada, acercándome a ella. — ¿De qué narices estás hablando, abuela? — formulo como primer pensamiento ante una sarta de palabras que poco me liberan de retener el resto de preguntas que se asoman por mi cabeza. Entre ellas, la de qué clase de drogas duras está consumiendo esta mujer, ¿las encontró en el dormitorio de Dave anoche y yo ni siquiera me enteré? — ¿Sospechar? Sobre qué es que tendría que... — es otra pregunta que se queda en el aire cuando ella no me da mucha más opción a decir otras cosas, y me siento un poco estúpida al solo poder esperar a que termine de hablar ella.
Claro que no son más que estupideces y locuras las que salen por sus labios, unas que no tengo la paciencia ni la idea como para soportar, y por ello mismo me obligo a apartar el contacto de nuestras manos para regresar a mi posición inicial, una que además se traduce como de defensa por el lenguaje corporal de mis gestos. — ¿Pero qué estás diciendo? — no me considero una persona con poca inteligencia, pero me cuesta creer que mi abuela esté insinuando que, de alguna manera completamente irracional, mis padres no sean mis padres. — Te estás dando cuenta de lo que estás diciendo, ¿verdad? No tiene ningún sentido, mi partida de nacimiento dice que nací en el distrito cuatro, mis padres son Theodore Lancaster y Ginebra Ehrenreich, tu hijastra. ¿A qué viene todo esto, si puede saberse? — ¿es que ha perdido todo el sentido del juicio? Esta mujer a la que yo admiro, que he admirado durante una larga parte de mi vida, sentada en el sofá de mi casa... ¿diciéndome que soy hija de una fulana pobre que deduzco tuvo un desliz con un hombre cualquiera? ¡Por favor!
Una sensación extraña que me recorre todo el cuerpo me obliga a ponerme de pie, no pudiendo permanecer quieta por mucho más tiempo, empiezo a caminar de un lado a otro de la sala. Trato, por todos los medios existentes, de ponerle un poco de lógica a lo que está diciendo, pero por mucho que lo intente, termino cayendo en la obvia conclusión de que me está mintiendo, y no es algo que tarde mucho en recriminarle, de la forma más directa posible. — ¿Por qué me mientes, abuela? ¿Qué es lo que ganas con esto? — me freno en seco para girarme hacia ella, con mis brazos recogidos sobre mi pecho, creo que no es necesario mencionar lo enojada que estoy ahora mismo.
Claro que no son más que estupideces y locuras las que salen por sus labios, unas que no tengo la paciencia ni la idea como para soportar, y por ello mismo me obligo a apartar el contacto de nuestras manos para regresar a mi posición inicial, una que además se traduce como de defensa por el lenguaje corporal de mis gestos. — ¿Pero qué estás diciendo? — no me considero una persona con poca inteligencia, pero me cuesta creer que mi abuela esté insinuando que, de alguna manera completamente irracional, mis padres no sean mis padres. — Te estás dando cuenta de lo que estás diciendo, ¿verdad? No tiene ningún sentido, mi partida de nacimiento dice que nací en el distrito cuatro, mis padres son Theodore Lancaster y Ginebra Ehrenreich, tu hijastra. ¿A qué viene todo esto, si puede saberse? — ¿es que ha perdido todo el sentido del juicio? Esta mujer a la que yo admiro, que he admirado durante una larga parte de mi vida, sentada en el sofá de mi casa... ¿diciéndome que soy hija de una fulana pobre que deduzco tuvo un desliz con un hombre cualquiera? ¡Por favor!
Una sensación extraña que me recorre todo el cuerpo me obliga a ponerme de pie, no pudiendo permanecer quieta por mucho más tiempo, empiezo a caminar de un lado a otro de la sala. Trato, por todos los medios existentes, de ponerle un poco de lógica a lo que está diciendo, pero por mucho que lo intente, termino cayendo en la obvia conclusión de que me está mintiendo, y no es algo que tarde mucho en recriminarle, de la forma más directa posible. — ¿Por qué me mientes, abuela? ¿Qué es lo que ganas con esto? — me freno en seco para girarme hacia ella, con mis brazos recogidos sobre mi pecho, creo que no es necesario mencionar lo enojada que estoy ahora mismo.
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—Las partidas de nacimiento también se falsifican, Alecto— hablo con dureza y en un tono alto porque si duda de mi palabra, tengo que demostrarle que no soy la que miente, sino que el mundo en el que vivimos está hecho a base de mentiras. Me encargo, días tras días, que haya mentiras impresas en papel en el desayuno de cada ciudadano de Neopanem. Trabajo con mentiras y me ofusca que pese a su inteligencia demostrada en altas calificaciones de las que me enorgullecí en su momento, sea tan crédula como para no ver lo que para mí es evidente, que nada nunca es lo que parece. —Si tu madre biológica te abandonaba en un orfanato, tu lotería de padres bien podría haber sido otra. Necesitamos arreglar ese trámite a tu conveniencia, con los padres que ya te habían elegido, mi hijastra y su esposo, tomando la decisión de registrarte como hija suya— se lo explico, parte por parte, para que pueda ir asimilándolo. Es negación, eso es lo que interpreto en sus palabras y en su postura, es la reacción a negarse a lo que es tan claro. —Tu madre biológica rechazó todo derecho sobre ti, hasta el registrarte. Nada, no hay nada, que te vincule a esa mujer.
Y aunque no era mi intención primera revelarle el nombre de esta mujer, puesto que no serán ni Theodore ni Ginebra los que avalen mi verdad porque no les conviene, tengo que hacerlo. —Pero ella te lo dirá. La conozco, ella podrá decirte mirándote a los ojos que te tuvo y te rechazó— porque es así, una perra en el fondo que tiene sangre fría corriendo por sus venas, en algún momento o lugar de la vida perdió su corazón, no es más que bestia peleando cada día por su supervivencia dentro de la piel de una mujer. —Ella te confirmará mis palabras, pero no hará falta. Porque nada más mirarla a los ojos te darás cuenta de quién es. Todo ese parecido que no existe entre tus padres adoptivos y tú, que justificas tan pobremente, la encontrarás en ella. Tus ojos son los de ella, Alecto— mi voz tiembla con esa emoción intensa que pretende convencerla. —No hace falta que la busques demasiado lejos, yo creo que la habrás visto más de una vez. Pero la próxima vez que la veas, mírala bien…— insisto, será su decisión y lo bueno de esta, es que aunque decida que no quiere saber, el encuentro es inevitable, la duda misma hará que se fije en esa mujer y tenga la respuesta que yo quiero que sea capaz de ver. —Rebecca Hasselbach fue la mujer que ni siquiera fue capaz de cargarte en sus brazos y te puso en los míos. Y yo, nadie más que yo, creyó que había una esperanza en ti aunque hayas nacido de una mujer que en ese entonces era una criminal más del norte y tu padre seguramente uno de esos bastardos. Yo lo creí, yo lo hice posible. Y eres exquisita, Alecto. Una criatura encantadora salvada de esa miseria— tiendo mi mano para acariciar su mejilla con mi dedos como si su piel fuera fina y sensible a desvanecerse si la rozo.
Y aunque no era mi intención primera revelarle el nombre de esta mujer, puesto que no serán ni Theodore ni Ginebra los que avalen mi verdad porque no les conviene, tengo que hacerlo. —Pero ella te lo dirá. La conozco, ella podrá decirte mirándote a los ojos que te tuvo y te rechazó— porque es así, una perra en el fondo que tiene sangre fría corriendo por sus venas, en algún momento o lugar de la vida perdió su corazón, no es más que bestia peleando cada día por su supervivencia dentro de la piel de una mujer. —Ella te confirmará mis palabras, pero no hará falta. Porque nada más mirarla a los ojos te darás cuenta de quién es. Todo ese parecido que no existe entre tus padres adoptivos y tú, que justificas tan pobremente, la encontrarás en ella. Tus ojos son los de ella, Alecto— mi voz tiembla con esa emoción intensa que pretende convencerla. —No hace falta que la busques demasiado lejos, yo creo que la habrás visto más de una vez. Pero la próxima vez que la veas, mírala bien…— insisto, será su decisión y lo bueno de esta, es que aunque decida que no quiere saber, el encuentro es inevitable, la duda misma hará que se fije en esa mujer y tenga la respuesta que yo quiero que sea capaz de ver. —Rebecca Hasselbach fue la mujer que ni siquiera fue capaz de cargarte en sus brazos y te puso en los míos. Y yo, nadie más que yo, creyó que había una esperanza en ti aunque hayas nacido de una mujer que en ese entonces era una criminal más del norte y tu padre seguramente uno de esos bastardos. Yo lo creí, yo lo hice posible. Y eres exquisita, Alecto. Una criatura encantadora salvada de esa miseria— tiendo mi mano para acariciar su mejilla con mi dedos como si su piel fuera fina y sensible a desvanecerse si la rozo.
Me muerdo el labio inferior por ese sentimiento ya no tan repentino de enojo, tratando de ocultar en mis facciones que no estoy dolida por un engaño que al parecer, suma años. Niego con la cabeza, es el mismo pensamiento de negación que acude a mi cabeza ante sus palabras, porque no puede soltarme algo así, como si nada, de un día para otro y todavía esperar que me lo crea. ¿Porque cómo espera que asuma esta historia que se ha montado sobre mi vida, cuando parece ser que he vivido engañada en ella todos estos años? Siento que es una broma, que debe serlo, porque hace unos minutos tan solo estaba yendo a comprar pastillas para mi abuela, quién se emborracha en fiestas ajenas y escribe en diarios como carrera, cuando ahora resulta que mis padres no son verdaderamente mis padres, que simplemente me compraron como se compra una cesta de fruta en un supermercado cualquiera. No sé qué es lo que me duele más, si asimilar que la sangre que me pertenece no es para nada mía, o escuchar que ni siquiera mi madre me quería. Porque es cierto, ¿no? Todo cuadra si dejo el resentimiento, el enfado, las ganas de no creérmelo a un lado, si lo dejo todo y pienso que tiene sentido que nunca vi fotografías de mi madre embarazada, que mi físico no es más que un reflejo de la madre que ni un nombre quiso darme.
Tengo que tomar aire por la nariz y también por la boca, siento que estoy haciendo un esfuerzo enorme por contener un llanto que en algún momento aparecerá, aunque me sienta reacia a dejarlo salir frente a la persona que ha formado parte de este engaño. Ese que termina en cuanto tengo en mi poder el nombre de la mujer que me dio a luz, y hay un escalofrío que me recorre todo el cuerpo, desde mis pies hasta mi cabeza, también es la sensación de aguantar una reacción que nada tiene que ver con mi persona. Porque yo no soy alguien que llore, no me considero una persona débil que derroche lágrimas por nimiedades, pero tampoco creo que esto se trate de un mero detalle que mis padres decidieron ocultar porque no era importante. Claro que es importante, claro que merecía saber la verdad, lo que más merecía es conocer quién me dio la vida y no vivir engañada formando parte de una realidad ilusa que tan solo era real para ellos. — No. — aparto su mano de un manotazo que no sé si lleva la fuerza que quería, de repente siento mis músculos mucho más débiles de lo que acostumbran a ser. — No tienes derecho a decirme esto y esperar que te alabe en consecuencia, por salvarme de los brazos de una madre que ni siquiera tuvo el valor de quererme por un segundo. — lo digo con la misma crudeza que ella ha usado para tener las agallas de soltarme esto como quién recita el resumen del episodio semanal de una telenovela. Con ello me aparto también, ahora sí no puedo resistir que alguna lágrima salga disparada dirección abajo por mis mejillas. Las derrocho del mismo manotazo que he usado para separarme, porque no voy a permitir que todavía me vea llorar por su traición. — ¿Por qué? Solo quiero saber por qué, por qué ahora y no hace diez años, cuando deberías haberlo hecho. Tú y los que se hacen pasar por mis padres, dejasteis que viviera en una mentira toda mi vida, ni siquiera… — me llevo el dorso de un mano a los labios, apretando los párpados tan fuerte que veo luz dentro de la negrura de mis ojos cerrados. — Toda mi vida resguardándome en quién soy para respaldar mis decisiones, y resulta que eso también me lo arrebatasteis. — es lo que más me pesa, ni mi madre, ni la sangre, me duele que ni siquiera soy quién digo ser, y no por cuenta propia.
Tengo que tomar aire por la nariz y también por la boca, siento que estoy haciendo un esfuerzo enorme por contener un llanto que en algún momento aparecerá, aunque me sienta reacia a dejarlo salir frente a la persona que ha formado parte de este engaño. Ese que termina en cuanto tengo en mi poder el nombre de la mujer que me dio a luz, y hay un escalofrío que me recorre todo el cuerpo, desde mis pies hasta mi cabeza, también es la sensación de aguantar una reacción que nada tiene que ver con mi persona. Porque yo no soy alguien que llore, no me considero una persona débil que derroche lágrimas por nimiedades, pero tampoco creo que esto se trate de un mero detalle que mis padres decidieron ocultar porque no era importante. Claro que es importante, claro que merecía saber la verdad, lo que más merecía es conocer quién me dio la vida y no vivir engañada formando parte de una realidad ilusa que tan solo era real para ellos. — No. — aparto su mano de un manotazo que no sé si lleva la fuerza que quería, de repente siento mis músculos mucho más débiles de lo que acostumbran a ser. — No tienes derecho a decirme esto y esperar que te alabe en consecuencia, por salvarme de los brazos de una madre que ni siquiera tuvo el valor de quererme por un segundo. — lo digo con la misma crudeza que ella ha usado para tener las agallas de soltarme esto como quién recita el resumen del episodio semanal de una telenovela. Con ello me aparto también, ahora sí no puedo resistir que alguna lágrima salga disparada dirección abajo por mis mejillas. Las derrocho del mismo manotazo que he usado para separarme, porque no voy a permitir que todavía me vea llorar por su traición. — ¿Por qué? Solo quiero saber por qué, por qué ahora y no hace diez años, cuando deberías haberlo hecho. Tú y los que se hacen pasar por mis padres, dejasteis que viviera en una mentira toda mi vida, ni siquiera… — me llevo el dorso de un mano a los labios, apretando los párpados tan fuerte que veo luz dentro de la negrura de mis ojos cerrados. — Toda mi vida resguardándome en quién soy para respaldar mis decisiones, y resulta que eso también me lo arrebatasteis. — es lo que más me pesa, ni mi madre, ni la sangre, me duele que ni siquiera soy quién digo ser, y no por cuenta propia.
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Tengo todo el derecho en exigir de su parte que me agradezca de por vida el que la haya librado de criarse en el norte, sujeta a las piernas de una mujer que asesinaba por dos galeones y por menos se revolcaba con quien viera en ella más que el estropicio de ser humano que siempre fue, tras la mordida no hizo más que caer más hondo en su desgracia. Llevo una mano a mi pecho al sentir la punzada de auténtica pena por ver llorar a la niña que creció en un mundo que abrí para ella, con tantas paredes suaves forradas en seda, muros que impedían ver más allá de donde estaba, apartando su mirada de ese lugar donde nació y si acaso volviera a este, sería con la repulsión a todos esos malvivientes. Lo lamento tanto por ella, mi orgullo personal en esta familia de codiciosos como lo fueron las hijas de Gilbert. —Hoy es un buen día como cualquier otro para no seguir atrasando una verdad que también creo que se te tenía que decir hace mucho— me pongo de pie cuando junto fuerzas en mis brazos, —porque a fin de cuentas trabajo con la verdad, defiendo la verdad. Y la verdad, siempre, encuentra la luz para mostrarse— recito el discurso de mi difunto marido con el énfasis que me aprendí de memoria para que cada sílaba sea dicha con el tono debido, a fin de sonar convincente.
—Pero las mentiras son necesarias en ocasiones, sobre todo cuando se trata de salvar a una niña de un destino que a veces le viene heredado también en el carácter, ese que no hay que alentar. ¿Qué habrías hecho de saber esto cuando todavía eras una niña influenciable o una adolescente confundida? Toda tu, tu identidad, tu carácter, se han formado en base a la educación que te hemos dado en nuestra familia— suena bien decir «nuestra familia», a pesar de las divisiones que recalcamos todo el tiempo. — ¿Cómo te habrías formado de vivir con la sombra de saber que tu madre era una puta repudiada del norte? Si una mentira salva, siempre debe ser agradecida— fin de la cuestión. —Lo sabes ahora, lo suficientemente adulta como para que eso no te pese, sabiendo bien cuál es tu lugar en todo esto— y quien la puso ahí. —Echemosle la culpa al alcohol, también a Nicholas Helmuth, a quien quieras. Es cierto que no debería habértelo dicho así…— refunfuño, empiezo a moverme por la sala tanteando la pared con mi mano así tengo de dónde apoyarme al buscar el dormitorio donde supongo que habrán quedado mis cosas. ¡Mi sombrero! ¡No pienso irme sin mi sombrero! Es exclusivo, es de Cior, ¿falta decir más?
—Soy una vieja a la que una mala noche le hace decir muchas estupideces, y lo único que voy a decirte y espero que me tomes en serio…— que luego no se diga que todo lo que he hecho en la vida estuvo movido por motivos interesados, nadie es absolutamente malo, ni absolutamente bueno, entre todo lo que pude hacer hecho mal, luego de más de veinte años de haber tomado a una bebé como quien recibe un paquete y lo entrega con la misma frialdad, puedo decir que estoy muy orgullosa de ver en quién se ha convertido la hija de una mujer tan perdida como lo fue su madre biológica. —Es que todo lo hice por tu bien y me alegro que así haya sido. No quiero quitarte más de tu tiempo y abusar de tu hospitalidad, ¿podrías llamar a Ramik? Comprendo que necesites un rato para estar sola antes de ir a conversar con tus padres— con pasos lentos llego hasta la puerta de la habitación por la que me pierdo a la espera de que llegue el chofer.
—Pero las mentiras son necesarias en ocasiones, sobre todo cuando se trata de salvar a una niña de un destino que a veces le viene heredado también en el carácter, ese que no hay que alentar. ¿Qué habrías hecho de saber esto cuando todavía eras una niña influenciable o una adolescente confundida? Toda tu, tu identidad, tu carácter, se han formado en base a la educación que te hemos dado en nuestra familia— suena bien decir «nuestra familia», a pesar de las divisiones que recalcamos todo el tiempo. — ¿Cómo te habrías formado de vivir con la sombra de saber que tu madre era una puta repudiada del norte? Si una mentira salva, siempre debe ser agradecida— fin de la cuestión. —Lo sabes ahora, lo suficientemente adulta como para que eso no te pese, sabiendo bien cuál es tu lugar en todo esto— y quien la puso ahí. —Echemosle la culpa al alcohol, también a Nicholas Helmuth, a quien quieras. Es cierto que no debería habértelo dicho así…— refunfuño, empiezo a moverme por la sala tanteando la pared con mi mano así tengo de dónde apoyarme al buscar el dormitorio donde supongo que habrán quedado mis cosas. ¡Mi sombrero! ¡No pienso irme sin mi sombrero! Es exclusivo, es de Cior, ¿falta decir más?
—Soy una vieja a la que una mala noche le hace decir muchas estupideces, y lo único que voy a decirte y espero que me tomes en serio…— que luego no se diga que todo lo que he hecho en la vida estuvo movido por motivos interesados, nadie es absolutamente malo, ni absolutamente bueno, entre todo lo que pude hacer hecho mal, luego de más de veinte años de haber tomado a una bebé como quien recibe un paquete y lo entrega con la misma frialdad, puedo decir que estoy muy orgullosa de ver en quién se ha convertido la hija de una mujer tan perdida como lo fue su madre biológica. —Es que todo lo hice por tu bien y me alegro que así haya sido. No quiero quitarte más de tu tiempo y abusar de tu hospitalidad, ¿podrías llamar a Ramik? Comprendo que necesites un rato para estar sola antes de ir a conversar con tus padres— con pasos lentos llego hasta la puerta de la habitación por la que me pierdo a la espera de que llegue el chofer.
Para defender la verdad, sola y exclusivamente la verdad, se ha tomado mucho tiempo para sacarla a la luz, ese es el primer pensamiento que se me viene a la cabeza, independientemente de sus buenas intenciones y comportamiento desinteresado. Me gustaría preguntarle por qué, por qué acepto a llevarme con ella cuando seguro había otras alternativas, qué es lo que la liga a esta mujer que ella trata como paria. Una discriminada, pero que aun así se tomó el tiempo y esfuerzo para ayudar, ¿sería por interés? Mi verdad es que, cuanto más empiezo a formar esta nueva idea sobre mi vida dentro de mi cabeza, menos ganas tengo de preguntar al respecto. ¿Qué me asegura que no me está mintiendo una vez más? ¿Quién me dice que no vaya a salirme con más invenciones por puro entretenimiento? Ahora mismo, no puedo mirarla y ver en ella a mi abuela, solo veo el rostro de una mujer anciana que ha visto mucho en la vida, que ha investigado y analizado personas con el único fin de descubrir sus secretos más profundos y publicarlos para que todo el mundo pueda leerlos, dejándolos desnudos, vulnerables a sus propios recuerdos. Pues bien, nadie diría que esa misma persona es la primera en guardar un secreto por más tiempo del que se debería.
El silencio por mi parte es un recordatorio de que algo va mal, algo va muy mal si yo, que suelo tener comentarios para todo, no soy capaz a soltar un sonido. Las palabras 'puta repudiada del norte' se me quedan grabadas en el cerebro nada más las dice, con semejante desprecio que me cuesta creer que esa misma mujer y yo llevemos la misma sangre. La sangre, esa en la que siempre me he regodeado porque la posición que ocupa mi familia en la sociedad me ha dado el poder como para hacerlo, solo para enterarme que no poseo nada de eso y que no es más que un título que me han dado por la cara. — Todo lo que soy, no es más que una mentira, una gran y desmedida montaña de patrañas que tú y mis padres decidieron era buena idea seguir alimentando. — nunca se han preocupado por mi educación, simplemente se han preocupado de dar una buena imagen de familia, la estampa de una familia perfecta para que la sociedad misma se crea sus mentiras. Lo consiguieron tan bien que hasta yo misma me las creí. No digo más, ella tampoco, salgo disparada de la casa mucho antes de que pueda llamar a su esclavo para que vaya a recogerla. Necesito estar sola para pensar, aclarar mis ideas y pensamientos antes de que empiecen a acelerarse sobre una reflexión de la que no tengo un plan a cómo solucionar. Porque siento que han cortado de cuajo todo lo que me mantenía segura dentro de mi burbuja, dentro de esas paredes de las que Dave tanto se queja por deporte, y me han lanzado a un vacío limbo del que no conozco nada sobre quién soy. A partir de este momento, desconozco si todo lo que soy es fruto de la mentira, o si precisamente he vivido aferrada a ellas para que algún día pudiéramos llegar a este punto y explotar.
El silencio por mi parte es un recordatorio de que algo va mal, algo va muy mal si yo, que suelo tener comentarios para todo, no soy capaz a soltar un sonido. Las palabras 'puta repudiada del norte' se me quedan grabadas en el cerebro nada más las dice, con semejante desprecio que me cuesta creer que esa misma mujer y yo llevemos la misma sangre. La sangre, esa en la que siempre me he regodeado porque la posición que ocupa mi familia en la sociedad me ha dado el poder como para hacerlo, solo para enterarme que no poseo nada de eso y que no es más que un título que me han dado por la cara. — Todo lo que soy, no es más que una mentira, una gran y desmedida montaña de patrañas que tú y mis padres decidieron era buena idea seguir alimentando. — nunca se han preocupado por mi educación, simplemente se han preocupado de dar una buena imagen de familia, la estampa de una familia perfecta para que la sociedad misma se crea sus mentiras. Lo consiguieron tan bien que hasta yo misma me las creí. No digo más, ella tampoco, salgo disparada de la casa mucho antes de que pueda llamar a su esclavo para que vaya a recogerla. Necesito estar sola para pensar, aclarar mis ideas y pensamientos antes de que empiecen a acelerarse sobre una reflexión de la que no tengo un plan a cómo solucionar. Porque siento que han cortado de cuajo todo lo que me mantenía segura dentro de mi burbuja, dentro de esas paredes de las que Dave tanto se queja por deporte, y me han lanzado a un vacío limbo del que no conozco nada sobre quién soy. A partir de este momento, desconozco si todo lo que soy es fruto de la mentira, o si precisamente he vivido aferrada a ellas para que algún día pudiéramos llegar a este punto y explotar.
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