The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio


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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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James G. Byrne
Fugitivo
He juntado hambre y mugre en estas dos semanas, pero tampoco voy a quejarme. Llegar al norte no ha sido difícil, el problema fue el conseguir un sitio donde esconderme. El mercado negro fue la mejor excusa para alguien con mis permisos en el bolsillo, pero no soy tan estúpido como para creer que nadie preguntaría si me ven tirado en el suelo. He conseguido un callejón oscuro lleno de basura así que, supongo, debo oler a porquería y, suerte para mí, el distrito doce no es famoso por sus perfumerías. He usado mudas de ropa para no vestir el uniforme de esclavo, del cual luzco nomas el pantalón, así que es mucho más sencillo pasar desapercibido. Nadie se fija en alguien sucio, flacucho y despeinado en un sitio como éste.

Pero lo peor no es la incomodidad, ni la inseguridad, ni siquiera el no tener idea de lo que estoy haciendo porque jamás he estado solo en un sitio como este; es el saber que la fecha del Coliseo se encuentra a la vuelta de la esquina y seguir con las manos desnudas, sin ayuda, sin una opción verdadera. ¿Y si todo esto ha sido para nada? ¿Y si solo voy a dar tumbos hasta que me capturen, descubriéndome como un esclavo extraviado de la isla ministerial y castigándome por ello? La frustración es lo que me mantiene inquieto, no tengo con quien ser orgulloso así que no voy a negar que lloro, en especial por las noches, aunque intento hacerlo en silencio para que nadie venga a fastidiar mi intento de seguridad. Oigo rumores de encuentros para algunos levantamientos, pero no tengo nada… hasta este miércoles en la noche.

Fue información de borrachos, así que no estoy seguro de tener una pista verdadera. Falta poco para el toque de queda, así que las pocas figuras que se pasean por las calles lo hacen con un paso apresurado y casi que furtivo. Por lo que he podido entender, este intento de “junta” se llevará a cabo en un depósito trasero del mercado negro, pero cuando llego y me encuentro con que el sitio está colmado de las personas que buscan algo de última hora, no estoy seguro de haber obtenido la información adecuada. Estiro el cuello, tratando de divisar algo entre los mechones que cubren mi visión y que tampoco busco apartar para disimular mis facciones, pero no encuentro ningún indicio de hacia dónde debo ir. Pedir indicaciones es estúpido y arriesgado. Si tuviera algo más de tiempo…

Alguien choca mi brazo al pasar junto a mí en uno de los pasillos más angostos, estoy acostumbrado a la falta de modales así que no espero una disculpa, aunque instintivamente me volteo al frotar mi codo. La muchacha ni siquiera se ha volteado a verme, probablemente llevada por la clientela que busca terminar todo antes del cierre, pero hay algo en sus rulos que me resulta familiar; quizá demasiado familiar… — ¡Hey! — tengo que esquivar a una anciana rechoncha que está tratando de venderle ojos de sapo a un sujeto con pata de palo, apretando el paso hasta tomar la muñeca de la chica. Espero no equivocarme, porque ese atrevimiento puede valerme un golpe en las bolas, así que tiro de ella para que me mire — Te recordaba con mejores modales… Agatha — y aunque sueno irritado, acabo enseñando una sonrisa sincera por primera vez desde que me marché de la isla.
James G. Byrne
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Invitado
Invitado
Patearía a un par solo por hacerme perder el tiempo de esta manera, me salgo del grupo que se formó con unos pocos que están a la espera de algo que no parece que vaya a pasar y le echo una mirada fulminante al idiota que me dijo que venga, así lo detengo de cualquier intento por convencerme que me quedé. Ya me harté, no voy a esperar a que ningún andrajoso con ínfulas de rey se digne a aparecer. Me suelto con brusquedad de la mano que trata de retenerme y ni siquiera miro atrás, guardo mis manos en los bolsillos para refrenar el impulso de enseñarle con mis dedos a dónde se puede ir. Una bruja se enfada cuando paso entre ella y su cliente, interrumpiendo el encantamiento que está usando para persuadirlo a comprar huevos de lagartija supongo, y es tan grosera que no me molesto en pedirle disculpas, más bien le devuelve el mismo tono con otro comentario.

Tiempo que estoy aquí, es tiempo que pierdo de vista a mis hermanos. ¿Y para qué? Porque soy lo soberanamente estúpida como para que los rumores sobre el Coliseo me inquieten más de lo que pueda parecer que afecta a otros, eso es lo que suele pasar cuando eres una “humana” moviéndote entre gente que no lo es, ellos no tienen pesadillas con un maldito coliseo porque tu buena suerte se acabó y finalmente te atraparon tras años de estar tachada como fugitiva. Me muevo en el mercado con una gorra en estos días, la que rebusco en el bolsillo de mi chaqueta, hasta he considerado cortarme tantos rizos innecesarios, no sé quién podría llegar a reconocerme así.

Estoy tan fastidiada por esta última hora de exponerme como idiota, que tiro de quien sea que trato de detenerme otra vez y le echo una mirada para que se mantenga a raya. Es un flacucho, alto, con los mismos rulos de Kyle, tan maltrecho que seguro es de los que consumen mandrágoras en este mercado. Tomaré el hecho de que me reconozca como que debe ser uno de ellos, seguro amigo del imbécil con el que tenía a cargar a veces. A mí también se me hace familiar, así que debe ser. —Nunca tuve mejores modales así que te debes estar confundiendo. No sé de donde sacaste mi nombre, así que mantente lejos, acosador— alzo mi palma para marcarle una distancia que espero que no traspase si no quiere que los dedos de esta misma mano se metan en sus ojos.
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James G. Byrne
Fugitivo
No tomo nada de esto demasiado personal, si aún recuerdo su nombre es porque muy pocas personas fueron amables conmigo a lo largo de la vida, en especial aquellos extraños que ves en una sola ocasión, una que tampoco es muy fácil de olvidar. No me considero una persona inolvidable, asumo que los años cambiaron algunos rasgos y lo único que puedo regalarle es una sonrisa divertida, a pesar de que mis manos se alzan para ponerse lejos de su alcance, demostrando que le regalo su espacio personal. Al menos, que se reconozca bajo ese nombre me da la señal que necesito para saber que no estoy alucinando, que ya sé que no estoy teniendo mucho contacto humano estos días, pero creo que no he llegado a ese punto. Todavía.

Tal vez los años no fueron demasiado amables conmigo, pero creo que no ha pasado tanto tiempo — ¿O sí? ¿Cuánto fue, cinco, seis años? Llevo una mano a mi flequillo para echarlo hacia atrás, me tomo la libertad de descubrir mi rostro en un intento de que me reconozca en ese adolescente lloroso y cargado de barro que alguna vez se entretuvo con sus historias… las cuales ahora mismo no recuerdo. De ella solo tengo la imagen de un montón de rulos, un dulce que ya no sé cuál era y un auto que olía a humedad — Soy Jim — apuesto a que eso tampoco le dice nada, no poseo un nombre demasiado original si partimos de base — ¿Jim, del basurero? Llevaba el cabello más corto entonces — y un par de malas experiencias menos en los hombros.

Dejo caer los rizos en lo que un sujeto con olor a cloaca pasa por mi lado, chocándome con su robusto cuerpo de manera que me tambaleo. Lo único que veo de él cuando intento echarle una mirada fulminante es un poncho horrendo que se balancea hasta perderse de vista — Este Jim — tironeo con cuidado de la pulsera de tela que llevo en estos días, robada amablemente de un puesto ambulante. Al menos, eso me permite cubrir la cicatriz que me califica como un muggle a los ojos de los demás — Y sé que no debe importarte ni me debes nada, pero necesito un poco de ayuda y eres la única persona aquí de la cual sé el nombre. Creo que eso al menos es mejor que no tener nada — que me llame descarado si quiere, pero hay otras cosas importantes por las cuales preocuparme.
James G. Byrne
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Invitado
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Mis cejas se van uniendo en el centro hasta formar una única y ceñuda línea que lo juzga de pies a cabeza, ¿en qué distrito me lo encontré? ¿Alguna vez me vendió algo? Mi gesto se va relajando cuando me da ese nombre que no tiene un gran significado detrás, tan casual como Tom o John, todos son Tom y John por aquí. Lo habré escuchado muchas otras veces, de los labios de otros chicos, es la asociación que hago entre su nombre y los rulos que siguen llenándole la cabeza de piojos lo que va abriendo un espacio en mi memoria para que se cuele un recuerdo de hace unos buenos años. He visto muchas personas en estado lamentable, durmiendo entre bolsas basuras o comiendo de estas, como para que un recuerdo se me quede más permanente que el otro, pero nunca he hecho la vista gorda tampoco. De alguna forma esas caras se quedan en mi mente.

La marca de la m en su piel me deja claro de quien se trata. Es Jim, el de la lluvia en el vertedero y los moretones, no memoricé sus rasgos, sus moretones que los afeaban sí, será por eso que no lo reconocí tan fácil. —No, mira…— me rasco la nariz con la uña para simular que puede importarme menos su suerte. —No tengo idea de quién eres y el último sujeto que se me acercó apelando a mi lado samaritano, luego me robó la lata de arvejas que llevaba. Te ves simpático, pero en estas tretas ya no caigo. Lo siento, amigo, estás por tu cuenta— vuelvo a levantar mis manos para mostrarle mi distancia. Y entonces desarmo mi pose con una sonrisa que me llena la cara, con un movimiento rápido rodeo sus hombros con mis brazos para estrecharlo. —¡Hey! ¿No te lo creíste, verdad?— suelto una carcajada a su espalda, pobre chico. —¡Jim! ¡Claro que me acuerdo! ¿No tienes ningún hueso fracturado, verdad? Porque creo que acabo de romper otro— lo suelto del apretujón violento y palmeo sus hombros con mis manos, comprobando lo alto que se ha puesto, tanto que nuestros rulos rivalizan para ver a quien da unos centímetros más de altura.

»Sin los moretones me costó reconocerte, si hasta te ves guapo. Sucio, pero guapo— lo tomo de la barbilla para inspeccionarlo, así lo fastidio como lo hago con mi hermano. —Un poco de jabón, que por aquí no hay, y… ¿por qué sigues llevando esa maraña en tu cabeza? Deja de cultivar piojos— me mofo. —¿Estás buscando un lugar donde quedarte dices? Te acabas de conseguir a la mejor agente inmobiliaria del norte, conozco un par de terrazas donde te podrás tirar a dormir al lado de los tanques vacíos. Cuando llueve se llenan de agua y tienes tu jacuzzi privado, ¿te interesa?— choco su hombro con mi puño así lo insto a seguirme, que ya empecé a caminar para sacarnos de este sitio apestoso. Espero a que estemos varios metros lejos de cualquier oído que pueda pillar nuestra conversación y lo agarro del lóbulo de la oreja para tirar de él, mi dedo índice chocando con su nariz. —Es la última vez que muestras tu cicatriz, ¿de acuerdo? No dudo de que en este lugar haya más gente que la tenga, fugitivos hay muchos en estos días, y solo los idiotas andan diciendo que lo son— lo suelto así no lloriquea.
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James G. Byrne
Fugitivo
Sufro ese breve ataque cardíaco relacionado con la angustia cuando me veo congelado frente a su rechazo, ese que estoy dispuesto a reprochar con palabras que no acaban de salir de mi boca, puesto que sólo consigo balbucear algunas vocales sin sentido. Lo que interrumpe mi discurso mental de cómo convencerla es ese abrazo que me hace sonar algunos huesos, por lo que los brazos me quedan pegados al cuerpo en lo que intento largar algo de aire a causa del alivio — No eres tan buena actriz… — mentira, sí me lo creí, creo que lo delato al sonreírle con algo de culpa. Verme liberado me permite el frotar uno de mis brazos, meneando la cabeza — Aunque no lo parezca, soy un chico fuerte — la muestra de musculatura de mis bíceps es penosa, aunque mantengo la postura hasta dejar caer el brazo para darle un amistoso empujoncito en el hombro con dos de mis dedos — Así que no, estoy perfectamente sano — dentro de lo que cabe.

Su inspección me hace brotar una risa entre dientes, la cercanía me permite ser quien analice su rostro con un poco más de disimulo. Puedo recordar sus facciones, van tomando forma en mi memoria ahora que vuelvo a tenerla delante — Pst. Te sorprendería lo rompecorazones que he llegado a ser — exagero, pasando una mano por mi cabello — No podría eliminar uno de mis mejores atributos, incluso si tuviera piojos… que no los tengo. Ya me he encargado de ello — mentira, la ministra Leblanc lo hizo y no puedo prometer que en estos días no me haya agarrado otra cosa, pero ella no tiene por qué saberlo. He perdido muchas cosas a lo largo de mi vida, como para también renunciar a mi orgullo.

Yo… — no llego a decirle absolutamente nada respecto a jacuzzis y terrazas, ella ya está guiándome lejos del centro del mercado y tengo que voltear la cabeza para fijarme en que nadie nos preste verdadera atención. No acabo de alcanzarla, que el tirón en mi oreja me quita la dignidad con un “aaauch” y me pongo bizco para enfocar su dedo en mi nariz — Ya, ya, no volveré a hacerlo. Solo necesitaba refrescar tu memoria… — me libero con una sacudida, llevo una mano a mi lóbulo y le doy una vaga caricia para quitarme la sensación — No he dicho que estoy buscando un sitio para dormir, no precisamente. Verás, yo… — me muerdo la lengua en cuanto un grupo de ebrios pasa muy cerca de nosotros, apestando a mierda en medio de sus carcajadas limpias. Sé que no les interesamos, pero aún así me adentro un poco en la oscuridad para bajar la voz. No conozco demasiado a Agatha, pero viendo mi panorama, tampoco tengo demasiadas opciones. Saltar a la piscina será — Escapé, de la isla ministerial. Mi mejor amigo, él… el Coliseo… — resoplo cual equino y cierro los ojos con fuerza, a sabiendas de que debe sonar como una estupidez — Sé que no puedo sacarlo de ahí, pero vine aquí para hacer algo, lo que sea. Y oí que en el mercado solían organizar reuniones clandestinas de revueltas y yo… bueno, no sé dónde empezar. ¡Y ya sé que es una locura! — me atajo, abriendo mis ojos con cierto tono de advertencia — Solo… dime si sabes dónde puedo empezar y no tendrás que preocuparte por mí ni nada de eso. Puedo defenderme mejor que antes.
James G. Byrne
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Invitado
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¿Perfectamente sano? No lo digas tan alto, lo normal aquí es tener una o dos pestes— bromeo con una mueca vacía de diversión en mi cara, lo triste es que no estoy mintiendo. La gente en el norte se muere. De hambre, de frío, de enfermedades. No hay buena comida, no hay un techo para todos, los medicamentos son un lujo caro. Ser un esclavo sigue siendo una mierda haya o no medicamentos en la alacena, entiendo sin hacer preguntas que Jim se ha unido a la ola de fugitivos que está avanzando sobre estos distritos silenciosamente, como todos anda persiguiendo rumores que lo llevan al tipo este que habla de acabar con el castigo de esta maldita M que llevamos en la piel. Suena tentador a veces seguir ese llamado, incluso cuando duermo en un mismo espacio con magos, nadie que no sea otro esclavo o un fugitivo que sabe, en este momento más que nunca con el Coliseo como noticia de la que todos hablan, que ser atrapado le significará su fin. Por eso encontrarme con Jim, saberlo fugitivo, me hace inmediatamente cercana a él, sin todas esas barreras que muestro a otros y solo bajan en confianza. —¿Qué corazones has roto por ahí? ¿Los de la licuadora y la tostadora?— me río de él dejándole saber que no le creo, es demasiado flaco y la ropa que habrá sacado de alguna bolsa tirada tampoco le favorece.

Dejando de lado las bromas que puedo hacer, que nunca he sabido encontrar el tono serio en mis desgracias, creo que lo de andar burlona por la vida es solo otra manera de mostrar mi rebeldía a las circunstancias, tengo que centrarme en lo que me dice y con su oreja a salvo de mi agarre, podemos tener una charla en la que no estoy a un movimiento de volver a mofarme de él. Tiro de su codo para guiarlo por un pasaje estrecho entre dos paredes, así tomamos un atajo que nos lleva a otro espacio del galpón y finalmente vemos la salida cerca. —Lo del Coliseo es lo peor, no solo nos tratan como animales, también nos usan para sus morbosos sacrificios. Es gente de mierda, llena de pura mierda — escupo, molesta, tanto que quiero agarrar lo que sea y romperlo contra el suelo. Lo que hago es guardar mis manos en los bolsillos delanteros de mi pantalón.—Imaginé que te habías escapada, tu pinta no es la de alguien que anda paseo. Y me alegro que lo hayas hecho— esto lo digo casi que con orgullo hacía el chico que conocí terriblemente lastimado por un amo abusador y que al final de la tarde decidió que lo mejor era volver a esa casa donde lo molieron a golpes. —Hay un montón de rumores sobre revueltas, tal vez no sea lo que buscas, pero yo conozco a un par de chicos que están metidos en eso. La mayoría son magos, esa es la verdad. Pero ellos tampoco quieren el Coliseo, ellos quieren... — me giro hacía él al detenerme y golpeo su pecho con el dorso de mi mano. —Que personas como tú y yo seamos libres—. Decirlo, inconscientemente, sigue marcando una distancia entre nosotros y ellos. Muggles y magos. No me doy cuenta, sigo hablando. —Jim, por favor, no voy a dejarte en la nada después de que por fin te escápaste. En serio creí que solo querías un lugar para dormir. Si lo que quieres es... esto, buscar gente que se sienta como tú, tengo que presentarte a los chicos. Diré que eres mi primo, ¿no te molesta? Los rulos nos hacen parecidos— sonrio.
Anonymous
James G. Byrne
Fugitivo
Puedo soportar el insulto a mi físico, en gran parte porque he pasado toda mi vida escuchando cosas peores y mi autoestima es algo que tuve que trabajar por mi cuenta para que nadie me la pisotee. Me concentro en seguir sus pasos sin llevarme nada puesto, que algo que sobra aquí son las ratas y los residuos, por no hablar de los vagabundos que tienden a ocupar los sitios oscuros para tener dónde dormir o esperar a robarle a alguien — Ni que lo digas — me muerdo la punta de la lengua, me ahorro los insultos que podría soltar contra ese grupo inhumano de personas que han decidido que una masacre televisiva es la mejor manera de intimidar al resto; tan viejo como la vida misma — Aunque no lo parezca… a mí también me alegra haberlo hecho — la vida en la isla tenía sus comodidades, pero aquí al menos tengo una oportunidad. Una que no sé si Andrew va a llegar a conseguir una vez más.

Le doy una suave patada a una lata aplastada y vacía que, aparentemente, solía tener garbanzos. Agatha tiene toda mi atención gracias a esa confesión, alzo los ojos hacia ella en lo que se detiene tan repentinamente que tengo que detenerme para no chocar su cuerpo, aunque su mano es la que me golpea el pecho. Arqueo una ceja, no muy seguro de haber comprendido lo que quiere decir, pero tomo mi primera sospecha — Hablas de los que buscan igualdad y no los que siguen a Richter. ¿Son los seguidores de Black? — intento no sonar muy acusador, no tengo nada en contra de Kendrick salvo el creer que lo que él predica es un mundo demasiado perfecto como para ser real. Hay resentimiento, odio y dolor en ambos lados para acabar tomándonos de la mano, pero tengo que admitir que es una mejor opción a la realidad actual.

No sé muy bien qué es lo que me consterna hasta que reconozco que jamás me había sucedido que alguien a quien solo vi una vez, se preocupara tanto por mí. Al menos, lo suficiente como para ofrecerme un espacio dentro de su… ¿Familia? — ¿No sería un problema? — pregunto, tengo que mirar sobre mi hombro para asegurarme de que estamos completamente solos antes de dar un paso hacia ella para poder bajar la voz — Agatha, si crees que esta gente, estos “chicos”, pueden ayudarme… No quiero ser un problema. Pero si lo que quieren es pelear… no soy un soldado, pero haré lo que sea por… bueno, hacer algo — valga la redundancia. Doy unos pasos para rodearla, pasando por su lado hasta voltearme y volver a enfrentarla, en lo que me froto el mentón en un gesto pensativo — ¿Confías en ellos? ¿En que son honestos con lo que predican y no son solo un montón de estúpidas mentiras? — que de esos hemos tenido demasiados con el correr de la historia.
James G. Byrne
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Invitado
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Asiento con mi cabeza, me guardo el decirle que el mismísimo Black está entre esos chicos. No es más que un chico parecido a Kyle, se me hace difícil verlo como un  líder revolucionario y no obstante quiere ser uno. Confío más en el buen juicio de mi hermano, que en mis instintos a veces suicidas, por eso sigo en la fábrica con ellos. Menos cuando hago escapadas como esta por oír de esclavos que están buscando organizarse, al final me alegro de que no sean más que habladurías, así puedo regresar a dónde están mis hermanos sin haber caído en el error de ir detrás de un par de kamikazes.

Estás solo, Jim. No voy a hacer simplemente la vista gorda— lo digo en un tono que pretende imponerse. Es solo un muchacho, como todos los demás, somos varios, uno más no hará la diferencia. —Si digo que eres mi primo de sangre nos ahorramos el tener que dar muchas explicaciones y todo eso del período de confianza para que te hagan un lugar— que encima de ser muggles, esclavo fugitivo, tener un Coliseo respirandote en la nuca, si encima tienes que ganarte el derecho de piso es una mierda. Decido por los dos, se viene conmigo.

Y tampoco creo que tengamos espacio para dudas de su parte, la otra opción que tiene es nada. Si viene conmigo al menos estará en compañía y con gente que no va a entregarlo. Coloco una mano en su hombro para tranquilizarlo con un apretón. —Los conozco y son la esperanza más real que tengo ahora mismo, el resto son solo rumores que nunca llevan a ningún lado. No sé dónde está Ritcher, no sé si quiero ir hacia él. Este chico Black es real, lo ví, hablé con él, es una buena persona y todos ellos quieren cosas buenas. Puedes confiar en ellos, son lo más real que tenemos para nosotros, Jim— le aseguro. Suelto su hombro para sacudir los rulos sobre su frente. —Andando, tenemos mucho camino por delante. ¿Cuándo fue la última vez que comiste? ¿Hace cuánto andas vagando? Dime que antes de escapar le rompiste la nariz al bastardo de tu amo— al decirlo le hecho un vistazo a sus brazos como escarbadientes y suspiro.—En serio estás muy flaco— me preocupo.
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James G. Byrne
Fugitivo
Hago un mohín, asumo que no tengo cómo reprochar su lógica, Agatha es la experta en este lugar y yo solo me estoy acoplando a lo que ella dice que es lo correcto. Si tengo que ser su primo para evitar problemas, lo seré. Si tengo que ir con ella a su lugar lleno de rebeldes para sentirme útil y no morir en el intento, lo haré. Me entusiasma un poco, tengo que admitirlo; hasta hace un rato no tenía absolutamente nada y ahora poseo una pequeña esperanza de cumplir una parte de mi promesa personal. Sé que no es suficiente para salvar a Andrew, pero es lo mejor que tengo y lo considero un récord. ¿Hace cuánto tiempo que el gobierno va detrás de ellos y no les ha visto ni un pelo?

Su apretón se siente demasiado real para la falta de contacto que he tenido en estos días, me centro en oírla con la extraña sensación de sentir todo esto demasiado irreal. Sé que estas personas existen, he visto las noticias y escuchado sus anuncios, pero hay un éxtasis desconocido en saber que son reales, que tienen una forma física en el mundo que se encuentra al alcance de tu mano. Supongo que esto es lo que debe sentirse al conocer a alguien famoso de la televisión, sin la presión de saber que estás uniéndote a una causa que posiblemente te cueste la vida. Me obligo a sonreírle, con los labios fruncidos — Supongo que solo desconfiaba de que sea tan bueno como para ser real, pero si tú crees en ellos… — me encojo de hombros, que va. Mis esperanzas tampoco son tan altas, si es obvio que estoy desesperado. ¿Qué es bueno, qué es malo? Son todos conceptos tan subjetivos que todos estamos caminando sobre líneas delgadas, por no decir invisibles.

La sonrisa es más sincera por culpa de la sacudida en mi cabello, esa que me invita a seguir el camino que ella quiera marcar desde aquí — ¿Tan mal crees que me veo? Jamás he sido demasiado robusto — aunque intento tomármelo con humor, sé muy bien que jamás he sido una persona con demasiada carne en sus huesos. No sé si es por mala alimentación al crecer o simple genética — Me marché de la isla hace… ¿Unas dos semanas? — lo dudo, pero no le doy importancia — Me traje algo de comida, así que pude comer al menos lo básico en estos días, aunque lo he estado racionando. No golpeé a nadie, no es como si hubiera querido ser obvio, yo solo… abusé de mis mandados y me marché — así de simple. No le contaré de mi última despedida, creo que eso no es algo que deba tocarse, pero algo me dice que Meerah Powell no me delató. Mordisqueo el interior de mi mejilla, tratando de no sentir cierta culpa al respecto — Las cosas cambiaron desde que nos conocimos. Aquel amo… bueno, me regresó al mercado, sobreviví de milagro — creo que ni hace falta aclarar por qué — Y estuve allí durante algunos años, hasta terminar en la casa de la ministra Leblanc. Por egoísta que suene, creo que la captura de Andrew fue lo que necesitaba para darme cuenta que tenía que salir de allí. Y aquí estoy — no es una historia apasionante, sí un poco deprimente. Le doy un suave golpecito en el hombro de manera amistosa — ¿Y que hay de ti? ¿Cómo terminaste uniéndote a las filas de Kendrick Black y su prole? Puedes decir que te juntas con celebridades — bromeo, tal vez así todo esto suena menos noble y puedo sentirme menos ansioso.
James G. Byrne
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Invitado
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Creo en lo que es real, lo que puedo ver y escuchar. Los fantasmas los dejo en los cuentos— esos no van a venir a quitarme ninguna cadena, son pura niebla, por mucho que los evoque para hacer un mal cuento que espante, en esto de ser una fugitiva que tiene que vivir corriendo y escondiéndose, se necesita suelos firmes y reales sobre los que andar. Puedo decir que eso es lo que me convenció de unirme a un grupo muy variopinto de criminales y repudiados, squibs y magos, un par de humanos. Escuchar a alguien que nos insta a pelear por algo demasiado bueno como para ser real y que todos digan que lo harán, es más de lo que se encuentra en las esquinas sucias del mercado o de los otros distritos, le echo una mirada despectiva a lo que estamos dejando atrás. Rumores de reuniones clandestinas, gente que nunca se pone de acuerdo, violencia sin sentido como respuesta a toda la mierda violenta que recibimos porque sí.

No es como si dieran pasteles en el mercado, no te estoy culpando de estar flaco— se lo aclaro, que no quiero que se sienta mal por eso, en el norte no se come mucho mejor y mi propio cuerpo sigue siendo un montón de huesos que saltan por debajo de mi piel, que la comida que se consigue siempre es para más de uno. —Dos semanas y sigues vivo, ¡bien hecho!— lo palmeo en el hombro como una felicitación sincera, habrán sido dos semanas fatales a la deriva. Si toda su vida se la pasó sirviendo, no tiene manera de saber cómo son las cosas por aquí y me alegro de que nadie le haya robado lo poco que tenía mientras dormía. Silbo al saber que sirvió para nada más, ni nada menos, que una de las ministras. —¿Viviste en una de esas mansiones?— pregunto por curiosidad, —¿Cuántos baños tenía?— esto también es interés infantil. Mierda, que asco, ya es feo limpiar un baño, si tenía dos o tres más habrá sido horrible. —¿Andrew… qué?— me he perdido un poco en su relato apresurado de hechos por estar pensando en baños.

Escondo mis manos en los bolsillos de mi vaquero al ir hablando mientras el mercado va quedando atrás, mis zancadas son largas para que le echemos prisa, quiero volver a la fábrica si no es antes de la medianoche, tal vez mañana. Si tenemos suerte podremos cruzarnos con el tren. —Por mi hermano— contesto, —mi hermano los conocía y lo seguí. Lo reconocerás apenas lo veas, tiene mis mismos rulos— bromeo, conservo la sonrisa al agregar: — Por las dudas, para que no metas la pata como mi primo, te aclaro que es mi hermano adoptivo. Nuestros padres nos trajeron al norte porque me querían como una hija, no como una esclava—. No creo habérselo contado esto, nunca lo hago. Pero si conoce a Kyle, si va a estar entre nosotros, tiene que saberlo. —Fue suerte, que gente así me encontrara. Y a veces lo siento como una gran injusticia— le echo un vistazo, —de mí hacía todos los demás. Me siento en falta.
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James G. Byrne
Fugitivo
No puedo culparla, creo que todos los que carecemos de bienes personales sentimos curiosidad por el mundo de los ricos y sus comodidades, esas que no tienen nada que ver con el mundo gris y sucio del norte. Después de haber pasado un largo tiempo entre los ministros, solo he aprendido dos cosas: que el oro sí brilla, pero también apesta — Cinco, pero no era tan terrible. Pasaba mucho tiempo trabajando en el jardín o haciendo mandados, los elfos son más rápidos con la limpieza. Al menos, la ministra Leblanc jamás me levantó la mano — y eso, sabiendo las cosas que los dos tenemos en claro, es mucho decir. En cuanto me percato de ese detalle, me doy un suave golpe en la frente con la palma de la mano — Andrew. Mi amigo. Te dije que… — no quiero repetirlo, pero creo que ya digo demasiado con la manera que tengo de fruncir los labios. Nombres presentados, solo necesito una solución.

Hermano de rulos, adoptivo, bien; es fácil de recordar. Doy algunos pasos más largos para poder ir a su ritmo y agradezco de que mis piernas no sean cortas, porque sino ya hubiera quedado atrás. No tengo idea de hacia dónde estamos yendo exactamente, pero el toque de queda se encuentra cada vez más cerca y ninguno aquí tiene exactamente los medios para luchar contra un dementor. No quiero decir alguna vez que estuve tan cerca de los revolucionarios como para morir a los cinco minutos — Creo recordar que tu caso era diferente al de los demás — no me acuerdo lo que me dijo con exactitud, pero con su refresco de memoria puedo hacerme la idea — No es tu culpa, solo tuviste suerte, más que el resto. Es bueno saber que de los pocos magos decentes que quedan, tú te topaste con aquellos que quisieron darte una vida mejor que la servidumbre. Te acabas acostumbrando… — admito — pero siempre tendrás la duda de si podrías hacer algo más de tu vida o no. El saber qué se siente saber que manejas tu propia suerte — algo que nadie en este distrito puede comprender. Cuando eres despreciado por la sociedad, los caminos se acortan.

Me detengo en cuanto llegamos a lo que parece ser el cruce de las vías, pero la estación no está a la vista. Si mal no recuerdo, estamos a una distancia corta, aunque no sé muy bien qué es lo que haremos ahora. Desde aquí, se puede ver uno de los puentes, bajo el cual se apilan los vagabundos que recogen sus cosas para buscar dónde pasar la noche lejos de las criaturas — Tan pintoresco — comento con sarcasmo, antes de girarme hacia ella — Tuve amigos magos, pero no tardaron en dejarme en claro dónde está mi lugar — no quiero poner excepciones ni explicaciones. Agatha ha logrado, en cinco minutos, darme algo más que disgustos — Así que… ¿Tomaremos el tren hacia ese lugar o iremos caminando? Al menos que me digas que la revolución se forma debajo de un puente… — lo cual tampoco me sorprendería. He oído muchas cosas, dudo que estemos yendo hacia una base cargada de tecnología. Sea lo que sea, es mejor que lo que dejo atrás.
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Es triste, si lo pienso, que me alegre saber que la ministra nunca le pegó. Cuando esas son las cosas que te quedan por alegrarte dentro de todo lo que está mal, es triste. No me da más detalles sobre ese tal Andrew, no hace falta, le ofrezco otro apretón de consuelo en su hombro, he perdido la cuenta de cuantas veces lo hecho en el último rato y lo único que me preocupa es que termine con un moretón. —Lo lamento— es lo que queda por decir, es una mierda que lo poco que tenemos como humanos, sea a otros esclavos como amigos y que también los perdamos. —Y no sé qué pueda tener eso de egoísta, apuesto a que tu amigo, así como yo, se alegraría de saber que por fin te animaste a saltar el muro, poniendo tu vida en riesgo y puedas estar aquí. No tendremos cinco baños por estos lares, pero la libertad huele mejor, ¿no? Bueno, no, hay callejones bastante apestosos, pero es nuestra mierda y en comparación con la de otros, huele a rosas— saco una carcajada vacía de alguna parte de mí, el humor rancio que me contamina por dentro.

Falsa libertad, si tenemos que buscar palabras que le hagan justicia a nuestra condición. Estamos condenados desde el principio hasta el final del día, vagando por ahí a nuestras anchas, a un paso equivocado de que nos atrapen y no, no hay mercado al que devolvernos, sino una maldita arena donde nuestra muerte será diversión. —Fue suerte, una en un millón, y de todas formas, sabiendo que estoy mejor que la mayoría de los esclavos humanos, no terminó bien, ¿sabes?— pateo un poco de tierra al decirlo, no quiero hablar de la muerte de Astrid, eso no. No puedo sacarlo de mi garganta. No quiero hablar de cuando perdimos a mis hermanos. No quiero hablar de cómo todo se fue al demonio por mi culpa. —Eran magos con buenas intenciones, lástima que el mundo trate para la mierda a las personas con buenas intenciones— escupo con enfado, —ahora solo estamos mis hermanos menores y yo—. Eso también lo notará nada más llegar a la fábrica, los padres que decidieron por nosotros, los que asumieron el riesgo de jugarse por mí, ya no están. —Al final de todo, haya servido o no en una casa como esclava, en realidad nunca tuve más oportunidades que nadie. La marca que nos hicieron sigue decidiendo sobre nuestro destino…

Y es como esta vía que lleva en varias direcciones, pero no podemos tomar ninguna. Porque el tren ya pasó. Nos dejó aquí. Resoplo con fuerza, algunos mechones sobre mi coronilla se sacuden y despeino otros con mi mano al pensar en lo que haremos. —Después de dos semanas durmiendo por ahí, no te molestará otra noche más, supongo— esto me pasa por andar sola, tengo que recorrer distancias, es mi mala costumbre de andar vagando por donde quiera, en parte rebeldía por saber que mi libertad es falsa. Y en esta ocasión, no iba a pedir a nadie que me acompañara a escuchar a otro loco que esté planeando meter un ataúd con ratas mutantes en el ministerio. Muggles, debemos compensar la falta de recursos mágicos, con ideas creativas. —Vamos, si estamos dentro de un grupo es menos probable que te moleste un dementor, creo que huyen del mal olor de tantos vagabundos— lo aliento a avanzar conmigo hacia debajo del puente para que no se quede mirando las vías. —Mañana iremos con el resto— se lo prometo, no es que esté planeando distraerlo, dejarlo dormido y fugarme. Le dije que lo llevaría conmigo. Palpo mis bolsillos buscando algún resto de comida que me haya quedado, sino las noches se hacen largas. Lo bueno es que el verano todavía se siente y no pasaremos frío por más que estemos cerca del agua. El olor, en serio, me golpea nada más acercarme a los cartones y mantas raídas que ya tienen dueños. Sujeto a Jim de la muñeca para cruzar sin molestar a nadie y avanzar hacia la otra punta, donde nos podemos sentar más cerca de la orilla, que también huele apestoso. No quiero pensar en cuantos han meado por aquí cuando me echo sobre los guijarros secos.

»Siempre he tenido claro que aunque mi familia me aceptó como una de ellos, no era igual. Nunca lo sería. Los magos, por buenas intenciones que tengan, nunca cambiarán lo que somos. No es bueno que nosotros lo olvidemos tampoco, independientemente de cómo te traten. Seamos honestos, Jim. Aunque ellos quieran darnos un lugar, nos toca a nosotros recordar cuál sigue siendo o sino… te pasa como a mí y vives en una ilusión que cuando te pasa factura cobra caro y con intereses— digo, doblo una de mis rodillas para apoyar mi codo y apoyar el lío de rulos en la palma de la mano. —Aunque peleemos juntos, en realidad las batallas son distintas, no estamos peleando desde un mismo lugar. Hay gente que odia la esclavitud, ¿no? Es un hecho, mago, brujas, squibs, están en contra. Pero si pelean por esa injusticia lo hacen desde un lugar casi de héroes del pueblo oprimido, no es lo mismo que cuando peleas por se trata tu maldita jodida libertad. Por eso… no me sorprende que hayas tenido amigos que te decepcionaron, ellos en realidad no lo entienden. Pueden imaginarlo, pero no entienden.
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Abro la boca, pero la cierro de inmediato sin decir ni una sola palabra. Tomo lo que me dice como que las cosas no han salido bien, que sus hermanos y ella sean lo único que queda de esa familia me dice que o bien todos murieron o fueron abandonados y, a decir verdad, no sé cuál es la peor opción entre ambas — Lamento oír eso — es lo único que puedo decirle, cuando sé bien que no sirve de absolutamente nada. Las disculpas vacías jamás son un consuelo, ella misma dice una de las razones principales. ¿Qué sentido tiene todo esto, cuando al final de cuentas somos un grupo marginado, sin verdaderas oportunidades? ¿Y qué cambia el dar una caricia, cuando antes te dieron un golpe? El dolor está allí, ya se ha formado un moretón.

Por ilusión que me hiciera dormir en una cama (¿tienen camas?), sé que no es momento de ponerme quisquilloso y solo me encojo de hombros para dar a entender que no voy a quejarme. Lo que sí me hace vacilar es el que se encamine directamente hacia los vagabundos, esa clase de sujetos que he estado tratando de evitar estos días porque sospechaba mucho de sus intenciones frente a los más jóvenes e inexpertos — ¿Los dementores no nos harán nada si no estamos dentro de una casa? — tal vez tiene razón y ni se molesten en pasar por aquí, al fin de cuentas esta gente no tiene a dónde ir y sigue con vida. Me dejo guiar y hago lo posible para no respirar, dando pequeñas inhalaciones como si de esa manera el olor dejara de quemarme la nariz. Creo que soy muy obvio, porque se me escapa un jadeo cuando tomamos asiento y me abrazo a mis rodillas como si mi propio perfume, que no es el mejor, fuese la única salvación.

Y puede que no esté muy errado. El agua que pasa frente a nosotros se siente como un sonido de ambiente y puedo olvidarme por un momento que, si miro hacia atrás, la imagen será totalmente desalentadora. Al menos, sus palabras no lo son. Me atrevo a mirarla entre mis rulos, tan parecidos a los suyos ahora que lo ha dejado en evidencia. No sé por qué, pero lo que me dice me duele, se siente como una desilusión sobre algo que ya no debería existir. ¿No he asumido hace tiempo que estoy solo, no importa lo que pude haber creído hace tiempo? ¿No supe que gente como Lara no valían la pena? Le doy la razón con un asentimiento de la cabeza, tan quedo que se delata mi estado de ánimo y me obligo a clavar los ojos en el agua. Ya casi ni se siente el olor — Creo que tenemos que conformarnos con no tener que hacer nada de esto solos, no importa de quién venga la ayuda. Sabemos que tenemos las de perder — incluso con algunos magos y squibs de nuestro lado, para qué mentirnos. Magnar Aminoff tiene muchos más medios que nosotros para una batalla, incluyendo ejércitos y criaturas. Tomo algo de aire y lo largo tan fuerte que creo que acabo por perder los últimos diez kilos que me quedan — Gracias por entenderlo. Creo que no hablaba de esto con nadie desde hace una eternidad — mejor dicho, desde mis charlas con Drew. Cuando la miro, lo que le regalo es una sonrisa — Cuando nadie más lo entiende, solo nos queda en apoyarnos los unos a los otros y sostenernos hasta que la tormenta pase. Tengo fe en que sucederá, me gusta pensar que la gente está empezando a cansarse — los levantamientos son una señal de ello, solo tenemos que sobrevivirlo. Esa es la parte difícil.
James G. Byrne
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Lo bueno de saber que llevas las de perder— digo y no es que esté pecando de un optimismo que también me negaron cuando una cosa tras otra, llevó a este estado de permanente desgracia. —Es que no tienes nada, absolutamente nada. Lo tienes todo embargado. Entonces, ¿qué? Hay que arriesgarse, porque la nada ya la conoces, todo es a lo que podrías aspirar y si no lo alcanzas, lo que consigues es un puñado de algo al menos— le comparto mi filosofía, muy adecuada a esta situación penosa de estar respirando mierda bajo un puente, porque es el sitio donde nos toca dormir esta noche, como lo habremos hecho en otras, como seguramente también volveremos a hacerlo luego. —Solo quiero algo, pequeño, propio, que sea mío. Absolutamente mío— lo explico con toda la codicia en mi tono de la que no me avergüenzo, que no estoy pidiendo millones ni mansiones, sino algo que no logro precisar qué podría ser.

Siempre que quieras hablar de algo, tengo buenos oídos para escuchar y consejos cuestionables si te interesan— ofrezco. Le doy un codazo suave en su costilla al oír su agradecimiento y un poco de eso que tampoco llega a ser optimismo en sus labios, se parece un poco sin serlo. —Suenas a un chico con su maleta cargadas de esperanzas que llega al norte— bromeo, —te falta la gorrita de maquinista— no sé si entenderá la referencia, lo leí en una de esas novelas que solía robarme de casas abandonadas, donde la gente habrá salido a prisa o fue apresada por aurores, dejando todas sus cosas regadas. Son mis sitios favoritos, no hay dudas. No importa mucho la historia real de esos lugares, sino lo que puedas llegar a imaginar que paso ahí.

La gente comienza a cansarse—  le doy la razón con un asentimiento de mi barbilla, —el problema es que eso por si solo nunca fue suficiente para que saquen sus pistolas del cajón o extiendan banderas. No hay pueblos que se rebelen, lo que hay son un par o más de locos suicidas que los agitan— pienso en esto en voz alta, —y no todos pueden serlo. Si yo fuera una loca suicida, dejarían que me suicidara— tuerzo mi sonrisa. —Nos toca apoyarnos, seguir al montón, algo saldrá de esto. ¿Te acuerdas cuando te dije que formaría mi propio ejército de muertos?— o algo así, no lo recuerdo bien, el comentario viene a mi como un fogonazo en la mente que se apaga en la nada. —Lo único que quiero es poder ir a pelear y sobrevivir entre el montón— es todo, nada más que eso.
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