The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Invitado
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Pateo con fuerza la lata que se cruza en medio de mi andar por el callejón, así descargo parte de la rabia que me tiene maldiciendo entre dientes. Tengo la cabeza cubierta por la gorra de la sudadera y hundida entre mis hombros, enfurruñada como lo puede estar alguien que acaba de mandar al diablo a un idiota que cree que estoy para limpiar sus mierdas. Mi vuelta desde el mercado del distrito doce se hace largo hasta llegar al cinco, me agarra una llovizna a mitad de camino que pone a todos mis rizos en revolución, y no, no siento pena de dejar al imbécil tirado donde lo dejé, que él fue el primero en querer tirarse a morir y perder la consciencia con sus drogas. Tengo bastante con mis cosas como para ocuparme de las malas decisiones de alguien más.

Me empapo entera al tener que cruzar una calle desierta, corro hacia el siguiente callejón que veo, siguiendo una ruta de atajos que conozco y me recargo contra un umbral que me cubre medio cuerpo a esperar que la lluvia mengüe. Echo mi cabeza hacia atrás al soltar un suspiro, la asquerosa humedad de estos días terminó en esta tormenta pasajera que hará de mañana un día aún más húmedo. Y mis rulos lo detestan, yo los detesto a ellos, quiero cortarlos a todos, quedarme rapada. Entonces será mi hermano quien crea que estoy metido en drogas, maldición. Las nubes siguen cubriendo los edificios como una gran capa gris, pero la pausa me da la oportunidad para echar a correr otra vez. Lo haría si no fuera porque no parezco ser la única que lo esperaba. Mi mirada se fija en la figura que sale del edificio de enfrente, por instinto la sigo, en vez de acecharla para comprobar si estoy en lo cierto al creer conocerla, la pregunta sale de mis labios a bocajarro. —¿Tía Arianne?
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Las lluvias de verano eran las más temperamentales del año. También las más admirables. Retiró las desgastadas cortinas de la ventana y se dejó caer sobre el borde de la cama, mirando fijamente en dirección al exterior, concretamente al oscuro cielo que cubría el cielo del distrito cinco desde bien entrada la mañana. Solo podía desencadenar en dos cosas: un bochorno que consiguiera derretir las zapatillas o una tormenta que tratara de limpiar el contaminado ambiente. Y por ello aprovechó el momento para vestir una fina chaqueta con capucha y salir a las desiertas calles del distrito. Las revueltas eran cada vez más constantes, la tensión del Coliseo se palpaba, y nadie quería ser atrapado y lanzado a los leones para diversión del Gobierno. Porque nadie más podía estar de acuerdo con la decisión tomada, o al menos quería pensar que no volverían tan atrás en el tiempo para volver a cometer los mismos errores nuevamente.

Apenas tuvo tiempo de salir cuando la lluvia arreció. Encharcando las calles y haciendo huir a los pobres desgraciados que se habían permitido salir al exterior. Apoyó la espalda contra el umbral de los pisos, con la cabeza inclinada hacia atrás para fijar la mirada en los nubarrones que descargaban sin tregua. Extendió una mano al frente, dejando que la lluvia la mojara hasta que cesó; empujándose entonces a salir a la par que acomodar la capucha sobre sobre su cabeza. No esperándose ser nombrada, mucho menos como ‘tía’. Era tía, pero reconocía las voces que la llamaban de aquel modo. Aun así no pudo evitar volverse y encontrarse con la joven de rizados cabellos que captó su atención. Y a punto estuvo de negar, para variar, ser a quién nombraba hasta que su ceño su frunció con confusión. — No eres Chloe, ¿eres…? — ¿Cuántos años hacía? Sus pies se alinearon, manteniendo la mirada fija en ella, como si parpadear pudiera hacerla desaparecer.
Arianne L. Brawn
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Invitado
Invitado
Agatha— contesto, dándole ese nombre que necesita para reconocer mi cara. La palma de mi mano me cosquillea para sujetarla del brazo, si logro tocarla podré convencerme de que esto no es uno de esos sueños en que me veo buscando a mi madre hasta dar con ella, solo para despertar y descubrir que estamos con mis hermanos echados en una casa que ni siquiera es la que compartíamos como una familia. —Mamá…— tartamudeo, mi cuerpo inmóvil con la ropa húmeda enfriándome por debajo de la piel, ese mismo horrible escalofrío al sospechar de su muerte, vuelve a tirar de mis entrañas como un peligroso presentimiento.

Entonces me muevo un paso demasiado rápido, mis manos se cierran alrededor de los brazos de la mujer con cierta brusquedad y la sacudo sin darme cuenta, mis ojos desesperados por una certeza que necesito escuchar de su boca. — ¿Dónde está mi madre, tía Arianne? ¿Dónde está?— pregunto, como si fuera a decirme un lugar, como si fuera a mentirme en la cara sobre que toda esa sangre en su casa fue un accidente del que ambas sobrevivieron, porque sí ella está aquí ¡mi madre también debe estarlo! —¿Está contigo? ¿Dónde estaban?— insisto, me niego a asumir la verdad que Kyle dejo caer en mis oídos, que nuestra madre está muerta. —¡¿Por qué estás aquí?! ¡¿Y por qué mi madre no está aquí?!— grito histérica, soltándola de golpe, mi cuerpo se echa hacía atrás y trastabillo. Cubro mi cara con un brazo para frenar el llanto que enrojece mis ojos, todo lo que quiero es que una vez que lo baje, esta mujer que se supone que es la hermana de mi madre adoptiva solo desaparezca. Y que todo esto sea uno más de esos locos sueños de mi mente que me hacen ver lo mucho que sigo extrañando a Astrid.
Anonymous
Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Una sola palabra, un nombre, hizo que las piezas encajaran en un instante. Agatha. No podía decir que estaba contenta de verla, tampoco que la despreciara. Al menos aquel no era el sentimiento que predominaba en su interior hasta que la joven se acercó hasta ella aprisionando sus brazos con brusquedad. Habría tenido tiempo de empujarla hacia atrás, de retirarse hacia un lado o ser ella quien dominara el agarre, pero el mero hecho de haber mencionado a su madre consiguió que se quedara completamente inmóvil. Como si se tratara de un pequeño animal que acababa de ser cegado por una luz demasiado potente e inesperada.

Sus manos se convirtieron en puños cuando fue zarandeada, tratando de mantener bajo control aquello que se revolvía en su interior y quemaba su piel, ansiosa por dejarse ver con un fuerte empujón. No tenía un buen recuerdo de la última vez que vió a su hermana. ¿Por qué? No solo por el hecho de que muriera ante sus ojos, sino porque ella fue la razón por la que discutieron, porque era la razón por lo que se habían convertido en personas fuera del sistema. — ¿Has terminado? — preguntó tras todos sus gritos histéricos que seguían zarandeándola en el lugar. Colocó las manos sobre las contrarias, siguiendo el movimiento que la soltara de una vez por todas. — ¿Por qué yo estoy aquí? Por qué lo estás tú. — sus ojos se fijaron en ella, importándole realmente poco la elección de palabras que realizaría, su dolerían o no, solo dejando que otro llevara las riendas. — Deja de gritarme o recriminarme cosas que son tu culpa. ¡Eres la única culpable de todo lo que le ha pasado tanto a ella como a mis sobrinos! ¿Te crees con el derecho de preguntarme algo? ¿De tratar de hacerme la culpable del hecho de que ella ya no esté y yo sí? Eres la causante. — pronunció con frialdad, dejando que una mueca de desagrado apareciera en sus labios, no inmutándose incluso cuando la llovizna comenzó a caer nuevamente sobre ellas.

Le importaba poco que fuera joven, que ni siquiera fuera directamente su culpa. En su cabeza siempre había estado aquel pensamiento, aquel sentimiento que la empujaba a repudiarla y culparla del hecho de que sus sobrinos no hubieran podido disfrutar de la seguridad de una casa por las ideas descabelladas de su madre.
Arianne L. Brawn
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Invitado
Invitado
Mi culpa. Mis dedos la sueltan como si acabara de tocar hierro sacado del fuego, me arden las palmas así como los ojos cuando lo dice. No, no es mi culpa. No puede ser mi culpa. Mamá fue a buscar a nuestra tía para que nos ayude con lo de Kyle, no fue culpa de nadie. Fue culpa de un montón de cosas y de personas que nada tienen que ver con nosotros, ¡no fue mi culpa! ¡No lo fue! Camino hacia atrás, mis pies no encuentran el suelo, ha desaparecido para mí, mi mirada se llena de lágrimas y comienzan a correr en picada por mi cara, estrellándose a la nada cuando cruzan mi mandíbula. —Ella estaba contigo…— ni siquiera le estaba echando la culpa, fue la última persona que estuvo con Astrid y no entiendo por qué, en vez de ver a mi madre volver al distrito, me encuentro con ella.

Me escondo detrás los brazos, presiono mis parpados contra la piel de estos, empapándolos con mi llanto y entonces grito, saliendo de detrás de esto. —¡NO FUE MI CULPA!—. Necesito creerlo, necesito decirme a mí misma que todas las tragedias que sufrimos no tienen que ver con esa decisión de hace años de venirnos al norte para que pudiera ser parte de su familia, ¡porque éramos una familia! Seguimos siéndolo, quiero a mis hermanos como para dar mi vida por ellos, como nuestros padres una vez decidieron que mi vida también valía el costo de las suyas y lloro, grito, porque sé que todo es mi culpa. —¡No lo entiendes! ¡Tú no sabes nada! ¡Te quedas sentada en tu sillón de jueza y mandas a quemar gente! ¡Eres responsable de que gente como Astrid, Kyle o yo tengamos esta vida de mierda! Mientras TÚ… no has conocido otra cosa que una comodidad de años, tu maldita vida en el Capitolio. No sé qué estás haciendo aquí, pero…— odio lo que estoy a punto de decir, no lo diría si pudiera pensarlo, si lo hago es porque ha subido a mis labios por su cuenta. —Ojalá te vean y te quemen en la plaza de este distrito.
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Sabía que sus palabras dolían, habían dolido en un millón de ocasiones, pero estaba acostumbrada a ser aquella voz que destacaba para hacer sufrir a los demás; para dictar decisiones que no quería pero debía adoptar. Hacía oídos sordos a llantos ajenos, sabiéndose inútil para disminuirlos o hacerlos desaparecer, sus palabras siempre acababan desembocando en más lágrimas y, por ello, guardó silencio durante demasiado tiempo. Manteniéndose aislada y alejada de todo contacto humano para no seguir siendo aquella voz incluso cuando no tenía la obligación de ello. Y puede que por ello se mantuviera inmóvil, estática, cuando las palabras brotaron de sus labios y provocaron la tan conocida reacción en la persona que tenía frente a ella. Solo que, en aquella ocasión, no había estado obligada, podía haberse callado, pero lo cierto es que quería hacerlo.

Desquitarse con otra persona era lo más bajo que se podía caer. Y allí estaba ella, siguiendo en camino para caer cada vez más y más bajo. Monitorizada por un temperamento que se había abierto paso sin miramiento alguno. Nunca estuvo interesada en los pensamientos ajenos, pero habría pasado por saber los que discurrían por su mente en aquel instante, mientras lloraba por sus palabras. Quizás solo era la causa, el objeto del problema, pero no la verdadera causante. Aun con esos pensamientos sentía la neblina que anulaba por completo algún tipo de raciocinio existente. — ¿Habría sido diferente si en vez de ser yo quien ocupara ese asiento lo hubiera hecho otro? Habrían seguido siendo perseguidas, condenadas, quemadas, colgadas, encerradas, torturadas — habló sin escatimar en detalles de qué se suponía que pasaba cuando alguien era condenado. —. Yo decidí cerrar los ojos y cuidar a lo que quedaba de mi familia, al igual que muchos humanos hicieron antes que yo. — cortó. No sabía las circunstancias, no sabía razones, pero se creía con el poder de juzgar a los demás y hacer comentarios sobre sus vidas. Y quizás debió sorprenderse o actuar como si tal cosa hubiera pasado pero, en su lugar, permaneció como si nada. — Resulta que ya trataron de quemarme viva, y fue precisamente en unos Juegos organizados por… ¿humanos? Sí, creo recordar que lo fueron. — contestó con frialdad, arrastrando las palabras. No odiaba a los humanos, ¿cómo iba a hacerlo? Todos se habían visto atropellados por las circunstancias y unos gobiernos que no habían sabido como buscar el bienestar común de todos sus habitantes. — De acuerdo, vayamos juntas. Con suerte nos queman en la misma pira porque somos familia. — volvió a hablar, acortando la distancia entre ambas para tomarla por la muñeca, haciéndolo con más brusquedad y fuerza de la pensada, y tirando de ella tras de sí. En cualquier dirección y sentido, solo queriendo atravesar las calles de aquel apestoso distrito a la espera de que cayera al noche y la magia hiciera el resto.
Arianne L. Brawn
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Invitado
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¿Esa es la excusa que te cuentas para justificar tus mierdas?— la espeto, me parece la más trillada de todas, tan banal que raya en lo mezquino y la malicia real. Con sus palabras me está diciendo que no le importa lo que puede pasarle a otros, sino lo hace ella, lo haría alguien más, así que no tiene problemas con su conciencia por las noches. No sé, no tengo idea de qué es lo que realmente pasa por la cabeza de la hermana de Astrid, no la conozco. Solo sé que mi madre la quería, que Kyle la quiere por ser su madrina, a mí solo me demuestra su peor cara, no le puedo sonreír como respuesta. Nadie por fuera de mi familia ha conseguido una sonrisa de mi parte, todo lo que hago es patalear y escupir en la cara a los que me tratan de menos, no haré excepciones con ella. —Tu manera de cuidar deja mucho que desear…— mascullo.

Déjame decirte algo de lo que tal vez no te has dado cuenta— me impongo cuando habla de sus benditos juegos, esos de los que todos los que han estado antes que nosotros hablan. —Estamos en el año 2469, todos tus malditos recuerdos de traumas pertenecen a un pasado que quedó atrás. ¡Vive el jodido presente!—. Es lo que yo hago, a lo que me condenaron. A vivir contando cada uno de mis días y tener que sentirme agradecida de poder contarlo en una habitación, por pobre que sea, en vez de hacerlo en una celda sucia de un mercado que ahora ni siquiera existe. —Yo no tengo por qué ser culpada por algo que no hice, sino que lo hicieron personas antes que yo— lo digo con los ojos turbulentos de llanto reprimido, sacando por fuera de mi garganta ese resentimiento hacia todo lo que me condenó cuando tenía menos de diez años, hacia el mundo mismo.

Tiro de mi brazo cuando me arrastra con ella, no quiero ir, está loca. Es la maldita hermana loca de Astrid, la que mi hermano dijo que una vez fue al catorce y que podíamos confiar en su apoyo a los rebeldes, y sin embargo, me odia, me detesta por ser humana. Es solo alguien más que mira para sí y lo que considera injusto, no a las injusticias todas. —¡SUÉLTAME! ¡¿A dónde me llevas?!— grito furiosa, por debajo late el miedo frío de que esté buscando a quien entregarme. Planto mis pies en el suelo, me resisto a ir con ella. Alzo el brazo cuya muñeca sujeta para el suyo quede al alcance de mis dientes y la muerdo con mis dientes hundiéndose profundamente en su carne. —¡QUÉ ME SUELTES!
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Sí, aquella era la excusa que usaba para tratar de contener toda la mierda bien guardada dentro de los armarios; mantenerla lo más lejos posible de ella, tratando de no seguir manchándose con la misma pero acabando zampada hasta las rodillas cuando se encontraba con alguien y la mencionaba. También tenía derecho a tener una excusa. ¿Cuál era la que usaban los demás cuando mandaban a magos a unos juegos? ¿Cuál cuando miraban hacia otro lado, aliviados, cuando se llevaban a los hijos de otras familias y no a los suyos? — No puedo controlar los actos de los demás. — contestó, cortante a sus palabras sobre cuidar a los demás. Si hubiera sabido antes lo que su hermana y cuñado habían planeado se habría plantado allí para evitarlo. Muchas familias trataban a los humanos como algo más, no eran libres pero, ¿acaso así lo eran? Teniendo que esconderse para no ser atrapados por loa aurores, decorando con sus caras las paredes de los distritos.

Y solo tomó aire, una profunda bocanada que no terminó de oxigenar sus ideas, mucho menos de calmar a la veela que berreaba en alguna parte de su cerebro con la intención de salir por completo de su cautiverio. Suficiente le había costado mantenerla allí como para perder el control con una niña que parecía no querer ver las circunstancias desde todos los ángulos. Rió con sarcasmo. Era fácil hablar de los juegos, de las personas que allí hubieron estado; incluso de culparlos por acabar con la vida de otros de su misma raza. Pero no lo era tanto entender lo que habían sido, mucho menos cuando no se había escuchado ni su eco. No se revolcaría más tiempo en aquello, hacía tiempo que lo había encerrado en el cajón del pasado, y no pretendía sacarlo a relucir, o tratar de explicárselo a ella. — Yo no tengo por qué ser culpada por algo sobre lo que no tenía, ni tengo, poder de decisión alguno — habló, cambiando el sujeto de la oración. —. Si crees que disfruté viendo cómo se llevaban a personas que conocía desde niña solo por ser humanos, estás equivocada. Si crees que entré en el Wizengamot para mantenerme a salvo, estás equivocada. No sabes nada pero te crees mejor, ¿por qué? ¿Por qué has estado viviendo aquí? ¿Por eso? — Soltó un bufido, molesta, no perdiendo más tiempo antes de apresar su muñeca y tirar de ella por las calles del distrito.

Uno de los beneficios de su nueva condición era aquella fuerza que no sabía de donde surgía pero siempre estaba presente, tanto como para poder arrastrarla tras de sí sin problema alguno, resistiendo sus palabras y su pataleta. Hasta que la mordió, entonces sus pies cesaron y se giraron hacia ella, soltándola y no pensando hasta que su mano acabó golpeando la mejilla contraria. — También habría tratado de ocuparme de ti si Astrid no hubiera actuado de forma precipitada. Las cosas siempre acaban cayendo por su propio peso, y este es un sistema que tarde o temprano lo hará porque ya no tiene donde sostenerse. — su voz se alzó, las palabras retumbaron dentro de sus oídos. — Hay miles de personas ahí fuera siendo egoístas, ¿por qué no nos está permitido serlo a nosotros también? ¿Por qué tenemos que aguantarlo todo? Nadie va a dar nada por nosotros, solo van a beneficiarse de lo que sea que salga de aquí. — sintiendo la débil tensión que se apoderaba de su estómago y ascendía por su garganta, tratando de instaurarse en cada milímetro de su cuerpo. Solo era una niña estúpida que pensaba que vivir en el Gobierno era todo de color de rosa, que las cosas eran sencillas por no ser perseguidos. Al menos no lo era directamente, pero tenían tantos ojos sobre ellos que, en ocasiones, daba mucho más miedo que vivir entre ladrones y repudiados.
Arianne L. Brawn
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Invitado
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¡Yo no me creo mejor que nadie!— grito, no sé de dónde saca eso, de su propia soberbia supongo. —No han hecho más que decirme que estoy en lo más bajo de todo desde que tengo memoria—. Y cuando eso es todo lo que escuchas, también cuando eres una niña con una libertad como derecho que no alcanzas a valorar hasta que la pierdes, de cada persona que pisaba el mugroso apartamento que compartía con una hermana que no he vuelto a ver, no hay otro pensamiento posible en tu mente que se imponga a esa idea fija de que eres nadie, de que estás por debajo del polvo de los zapatos de cualquier persona. Ella, ella no hace más que seguir alzando su tono de voz, tan propio de alguien que por años se ha mantenido en un estrado. No tiene caso que mienta diciendo que su vida fue un calvario, si tenía una maldita cama en la que dormir todas las noches, partiendo de eso, tenía más que cualquiera de los muertos de hambre que hay por aquí. No hay manera de que me convenzan que sábanas de seda pueden ser incómodas. Ha estado viviendo en el lado bueno de la vida, todos estos años en los que Astrid estuvo en el norte tratando de mantener vivos y alimentados a sus hijos, luego de perder y recuperar a los mellizos. No es mi familia, no le debo el cariño que le mostró mi madre o le muestra mi hermano.

No hay solidaridad en mí hacia esta mujer despechada con su suerte, no cuando su palma impacta contra mi rostro y la piel entera me escuece. El asombro anula el dolor por unos segundos, entonces lo siento, el ardor en toda la mejilla. La miro sin poder creérmelo, pese a mi mordida violenta, ha reaccionado con la misma agresividad. —¿A qué te refieres con ocuparte de mí? ¿Me habrías devuelto al mercado para que Astrid no nos trajera aquí?— se me llenan los ojos de lágrimas, voy a echarle la culpa a la bofetada que recibí de ella. —¡Pues lo hubieras hecho! ¡Ojalá lo hubieras hecho! ¡Ojalá hubieras impedido que mamá y papá vinieran aquí! Entonces nada, nada malo le hubiera pasado a ninguno— lloro al decirlo, froto bruscamente mi nariz con la mano para tratar de limpiar mi expresión patética. No la escucho, no entiendo que quiere decirme, de pronto habla sobre injusticias y ser egoístas, sobre que hay personas que se aprovechan. —Astrid lo dio todo por mí— susurro, mi voz quebrada. —Así que no hagas del mundo y de las personas un espejo de tu propia mierda interna. Si eres una egoísta, no te justifiques diciendo que así son todos. Porque no lo son, tu hermana no lo fue. Aunque en estos momentos… no, no pareces su hermana— se lo señalo, no sé si le importa. —Espero que este sistema injusto caiga y también, sinceramente, si tenemos que caer todos los egoístas o los nos beneficiamos de la generosidad de una persona que luego sufrió por eso,  espero que lo hagamos. A dónde sea que eso nos lleve, supongo que nos veremos ahí—. Porque admito mi propia culpa, la de que toda la familia Overstrand haya sido desgraciada, sé que me merezco y espero, pagar mi culpa.
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Había pasado mucho tiempo desde que alzó su mano contra otra persona; incluso trató de negociar con Richards cuando Astrid fue a su casa en busca de ayuda. Quizás si no hubiera tratado de solucionar el problema con palabras las cosas habrían sido diferentes; puede que ambas aún estuvieran vivas. Mas su cerebro dejó de calibrar tras las preguntas contrarias. La diestra de la veela se relajó, acabando por golpearla en el costado cuando cayó a plomo; sus azules ojos permanecieron fijos en Agatha y sus lágrimas mientras hablaba. Solo había tenido dieciséis años cuando todo el sistema se derrumbó sobre sí mismo, cuando la situación cambió por completo para las personas con sangre mágica y los que no; las nuevas normas asustaron a todos, así que fueron estrictos en el cumplimiento de las mismas, temerosos a enfrentarse a un sistema nuevo que no conocían ni sabían cómo los trataría. Pero ella estuvo semanas tratando de encontrar a Derian, Benedict y Jean, ¿para qué? Bueno, quizás no podría cambiar la situación por completo pero si tratar de darle algo de… dignidad a lo que estaba ocurriendo. Jean siempre hizo lo que quiso en su casa, incluso compraba lo que le daba la gana con su dinero, y ella siempre trató de hacerlo sentir como si todo aquello pudiera transformarse en algo normal.

Y puede que, quizás, aquellas preguntas le hubieran dolido más que su mordida. — Habría tratado de cuidaros a los tres — mientras ellos buscaban una utopía que no sabían, si quiera, si existía. —. Sé que para ti no habría sido lo mismo que para Kyle o Chloe, pero os habría tratado de mantener seguros hasta que… las cosas hubieran cambiado. No me habría importado dejaros ir en el caso de que hubieran encontrado el catorce, haberos ahorrado todo ese camino en el que los mellizos se quedaron atrás. — habló con más calma de la que realmente sentía, rebajando su tono de voz a algo más estable. Sí, no podía evitar pensar que ella era el detonante, la razón por lo que su hermana y su cuñado decidieron dejar todo para buscar su seguridad y libertad. Una que no era más que una fantasía. Permaneció con la mirada fija en ella, no hablando ni exteriorizando ninguna reacción a sus palabras. Astrid y ella siempre habían sido muy diferentes; habían tenido vidas diferentes y habían sido tratadas de formas diferentes, por lo que no parecerse a ella era algo que no le importaba demasiado. Aunque era cierto que ambas habían sido egoístas en los últimos años; quizás no tanto para ellas mismas, pero lo habían sido. — Si tengo que ser juzgada por ello, que así sea. Antes tenía algo que perder. Ahora no. Así que con gusto veré como este sistema se dobla sobre sí mismo aunque me atrape en él. — Las razones por las que había llegado hasta allí distaban de ser políticas, de a favor o en contra, pero en el transcurso del último año había llegado a la conclusión de que ya no le importaba ser tragada por la caída del mismo.
Arianne L. Brawn
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Invitado
Invitado
Doblo mis rodillas para sentarme sobre mis talones, así escondo mi cara al continuar llorando, la maraña de rulos ayuda a esconder mi patetismo. Prefiero pensarlo como patetismo para no reconocerlo como es, el dolor real de saberme la responsable de que los Overstrand hayan dejado de ser una familia, cuando fue todo lo que quisieron darme. Mis hermanos menores están a su suerte, trato de cuidarlos lo mejor que puedo, pero no somos buenos en esto y cometemos errores bobos, estamos tratando de vivir en el norte con todos los peligros de saber que tanto Kyle como yo si somos encontrados, no nos espera ningún tipo de clemencia. Estamos condenados, no creo que hayamos vivido lo suficiente como para cargar con un castigo así que solo está esperando una fecha para que se cumpla, ese día podría ser mañana y me aterra, tiemblo de pies a cabeza por el miedo a que sea mañana el día en que este andar a través de distritos buscando un lugar donde estar, sea un viaje interrumpido hacia un destino que nunca fue real. Porque el distrito 14 que creíamos una ilusión, era real para otras personas, nunca para nosotros, como si de primeras estuviéramos excluidos de esa paz posible. Estoy tan asustada de lo que puede pasar, tan cansada de andar, que todo cae sobre mí y no puedo hacer más que llorar.

Por más que lo diga, no puedo resignarme tan fácil a que acabaremos pagando culpas, no puedo mostrar esa actitud suya de total aceptación sin que el dolor no me atreviese, porque en el fondo sigo sintiendo que no lo merezco, que me hubiera gustado que todo fuera una manera distinta y no escuchar la frase de que nunca seré igual a Kyle y Chloe, porque si los quiero como hermanos, ¿qué nos hace tan distintos? No debería ser así, tendría que poder ser su hermana mayor sin tanto peso encima de elecciones que no tomamos nosotros, crecimos en un mundo hecho para lastimarnos y lo ha hecho, muy profundamente. —Vete— le pido con un hilo de voz, —por favor, vete, déjame sola— ruego, no quiero seguir llorando delante de ella, quiero que siga su camino como siempre lo ha hecho y ser invisible para ella también, como lo he sido siempre, porque es lo que me mantiene viva y libre. Una libertad también invisible, no real. —¡VETE!— grito, para que se gire, me de la espalda  y pueda ser solo yo otra vez, ahogándome en mí misma.
Anonymous
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