The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Jolene W. Yorkey
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No he dormido muy bien en las últimas semanas. Agosto llega con temperaturas elevadas y pocas lluvias, lo que hace que muchos opinen que será un tiempo de sequía que solo complicará los ánimos de los ciudadanos ahora que la duda se ha sembrado, incluso cuando la mayoría no lo diga en voz alta. Para mí, significa un montón de pesadillas en noches calurosas, esas que me despiertan en medio de una asfixia que no sé si tiene que ver con el verano o con la horrible sensación de una sombra amenazante que me recuerda cómo es que terminé en este lugar. Me he descubriendo llorando, en la cama, en la ducha, en el inodoro, en la cocina. Es como si el pánico de veinte años hubiese aflorado hasta en la última célula, allí donde aún recuerdo a todos los que he perdido y que me dejaron sola, tan sola que solo me importa un gato gordo y la presencia esporádica de un esclavo que no conozco del todo y que alguna vez supo ser mi mejor amigo. He recorrido un largo camino como para descubrir que estoy sola, tan sola y asustada como esa niña que supe ser alguna vez y que se lanzó de lleno a un evento que acabó por eliminarla. No quiero ser ella, no cuando la familia que creí que había desaparecido tiene el tupé de decir que continúa allí, tratando de regresar. No puedo dejar de temblar.

Es una decisión precipitada, creo que es porque estoy de vacaciones y el tiempo extra hace que piense de más, o tal vez que deje de hacerlo. Cuando salgo de la ducha y me seco el cabello con una toalla que va quedando manchada poco a poco, no tengo idea de con quién voy a encontrarme en el espejo empañado. Tengo que limpiarlo para descubrir que la tintura ha cubierto los mechones rubios que todos han identificado conmigo durante años. Es rojizo, se siente diferente y me gusta, aunque sé que no es suficiente. He pasado mucho tiempo escondida dentro de mi casa, rumiando por los rincones. Y si todo el mundo tiene su opinión al respecto, yo también.

Todavía tengo el pelo húmedo cuando aparezco en el distrito uno y las escaleras de piedra que me llevan a la casa de mi abuela se sienten inmensas. Hay un peso extraño en mi estómago, como siempre que sabes que estás por vivir una de esas situaciones que no olvidarás por el resto de tu vida. Avanzo con lentitud hasta que llamo a la puerta, en espera de que algún esclavo me deje pasar; ni siquiera pienso en ese término cuando estoy avanzando por la sala, encontrándome con la figura de la mujer que vine a ver — Tú sabes muchas cosas — afirmo, parada en el marco de la habitación — Mi padre era el hombre que trabajaba para los Black y creí no tener que pensar en él ni en esa familia nunca más. Ya me han herido demasiado. Por eso mismo, necesito que me digas una cosa: ¿Sabes algo de Kendrick Black? — porque si hay alguien allí con esa carga genética que quiera fastidiarme, no lo dejaré hacerlo.
Jolene W. Yorkey
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Invitado
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Ramik me sigue escaleras abajo con la taza de té y escucha en silencio todo mi monólogo sobre cómo el arte se ha vuelto pura basura. —¡Contemporáneo le dicen!— me quejo a viva voz, que la casa es grande y la tengo para mí sola, así que puedo darme estos gustos de alzar mi tono todo lo que quiero. —¡Abstracto! ¡Palabrería para esconder la falta de talento real!— despotrico, tirando de las solapas de mi bata para cruzarlas por delante del camisón en mi mejor postura de enfadado, esa que tiene pocas interpretaciones cuando me planto delante de los directivos del diario y ninguna es amable. Significa que rodaran cabezas con un chasquido de dedos, cortar al menos una cada seis meses ayuda a mantener mi buen ánimo y la motivación del equipo. Hoy necesitaría que al menos fueran tres, hace semanas que no pongo un pie en ese edificio inmundo lleno de gente incapaz y miserable que no supo adelantarse al comunicado que un mugroso adolescente hizo, con todo el descaro de presentarse como un Black, a través de una radio de dos galeones y de esa manera nos vio a todos las caras de pasmarotes. —¡Hay que quemar toda esta basura! ¡No la voy a tener aquí ocupando lugar! Ramik, retira todos los cuadros y échalos a la piscina para prenderle fuego, que no quede ni una astilla— ordeno, como respuesta recibo su suave insistencia de que tome la pastilla que está en el borde del platillo y beba la infusión casi fría.

Mis nervios se están zambullendo en el té sedante cuando la voz de Jolene me devuelve a la realidad y la evocación de ese apellido que me ha tenido al borde del colapso, no logra afectarme en esta ocasión. Reacomodo un cojín a mi espalda para sentarme a gusto en el sillón individual que está delante de una chimenea apagada. —Escuché algunos rumores como que pasó por las manos de funcionarios del ministerio, así debió ser porque fueron quienes lo llevaron en esa estúpida entrevista que tuvieron con los terroristas en una mina y allí lo perdieron. ¿Te puedes creer la ineptitud de la gente, querida?— suelto un suspiro de hastío, menudos idiotas. Ramik, quien seguro fue quien abrió la puerta a mi nieta, porque es el único que tiene permitido en estos días mostrarme su cara, pasa por un costado del salón para ir bajando los cuadros que le pedí. —Te queda precioso el tono rojizo, por cierto. ¿Quieres un té?— ofrezco, cruzando mis piernas para relajarme contra el respaldo del sillón. —Puede que sea una mentira, un falso Black. Stephanie está más muerta que viva para estas fechas,— cierro mis ojos al descansar mi nuca en el tapiz mullido, —alguien viene a agitar a los marginados con un apellido viejo y no me extrañaría que sea solo una distracción para tener al bastardo de Jamie pierda el sueño. Son perros hambrientos de la calle, Jolene, peleándose por un poco de poder. Eso es lo que pasa cuando un delincuente se declara presidente, luego vienen los otros bastardos a ver que pueden arrebatar. Se ha perdido el respeto y lo que se necesita aquí es que vuelva el orden, limpiar la mugre, quemar lo que haya que quemar, y que se devuelva la sucesión a quien corresponde, basta de estos mugrosos con ínfulas — refunfuño.
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Jolene W. Yorkey
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Sí, me puedo creer la ineptitud de la gente. Estamos hablando de las mismas personas que en su momento dejaron escapar a Stephanie Black, incluso cuando todos a su alrededor parecían haber muerto y que no hicieron más que dejar que ese cáncer se extendiera por años, hasta explotarles en la cara. Lo demuestro con la cara de disgusto que dice todo por mí en lo que avanzo hasta tomar asiento en su sala, muy diferente a la mía, mucho más grande; me recuerda a la pomposidad de la isla de los vencedores, ese lugar asqueroso el cual fui prisionera a pesar de estar disfrazada de celebridad — Gracias. Y un té estaría bien — me paso una mano por el pelo que ella halaga — Necesitaba un cambio de imagen — no sé si ella podrá entenderlo, no fuimos cercanas cuando esa familia consumió lo que quedaba de mí. Alejarme de mi misma, aunque sea en algo tan tonto como en el pelo, es un paso personal.

No puedo evitar pensar que nos vendría bien a todos creer esas cosas. Que Stephanie esté muerta, que esa familia no exista, que todo es un montón de mentiras. Pero el mocoso existe, sabemos que está ahí, que por alguna razón se encuentra tan alto en la lista de los más buscados y que, para colmo, no hay registros de que la prometida de Orion Black haya estado siquiera en la boda que los mató a todos. La historia cuadra, pero eso no hace más que hacerme sentir una extraña sensación de asfixia — ¿A quién corresponde? Si nos guiamos por eso, los Niniadis fueron usurpadores y la sucesión debería ir a manos del Black que la reclama — me jalo el cabello con obvia frustración al intentar echarlo hacia atrás, me hundo tanto en el sofá que mi panza queda hacia arriba incluso cuando soy tan delgada que no tengo ni una mínima curva que beneficie a mi imagen — Pero prefiero tomar cianuro antes de que un Black vuelva a gobernar sobre NeoPanem. Prefiero a cualquier bastardo, antes que alguien con esa genética al mando — incluso si eso significa tener a gente como Anderson libre… Porque Andy también los ha sufrido, ¿no? ¿Qué clase de persona me convierte tener ese pensamiento?

— Entonces no tienes más data de él que se ha escapado del gobierno. Bueno, no es mucha, en su discurso habló de que lo torturaron — no sé cómo puedo ser tan poco empática con un chico, no debe estar lejos de la edad que yo tenía cuando me cambió la vida o cuando mi propia hermana murió. Busco con los ojos a su esclavo, nunca tan ansiosa por un té — ¿Crees que hay una posibilidad de que sea cierto? No hay información sobre Cordelia Collingwood después de la caída. Se esfumó, hay una enorme laguna allí donde se pudieron sembrar mentiras… o verdades — y tampoco podemos ir hasta el distrito catorce a buscar pruebas.
Jolene W. Yorkey
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Invitado
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Habrá muchas personas ineptas, mi suerte es tener a alguien que nada más escuchar que mi nieta pide un té, deja los cuadros que carga en sus brazos con un ruido seco al depositarlos en el suelo y se desaparece hacia la cocina. Necesito de otro para afrontar esta conversación con Jolene que me coloca al borde de la ansiedad. ¿A quién le corresponde? A quienes nos aseguren lo que tenemos, eso está más claro. A mí me fue bien todos los años que los Niniadis estuvieron ocupando puestos de poder en el ministerio, así que no deseo a alguien más. ¿Un Black? Sea un impostor o no, espero que al chico por creerse listo termine muerto, y Magnar Aminoff deberá conocer una o dos personas que puedan hacerse cargo del trabajo, que sirva de algo ese imbécil. —Si no quieres a un Black, entonces estás del lado de los usurpadores— afirmo, tan fuerte que creo que mi voz llena toda la sala, mis manos cerrándose alrededor de los brazos del sillón al inclinarme violentamente hacia adelante.

No nos pongamos a buscar representantes ideales o a confiarle nuestra suerte a quien no conocemos. El enemigo de tu enemigo es tu amigo, es ley— digo con rotundidad, estamos caminando sobre una cuerda tensa que está a punto de romperse y no estamos con tiempo como para barajar opciones, aunque mi elección ya la tomé hace mucho. —Yo no te enseñaré a ti cómo sobrevivir si fuiste quien estuvo en la Arena, pero si queremos impedir que un mocoso de los Black ocupe la silla que dejó Jamie, hay que darle a los magos una heredera Niniadis que les recuerde todo lo que esa familia hizo por nosotros— no daré vueltas, mis charlas de simpatía con Jolene no tienen cabida cuando lo que necesito es que sepa para qué exactamente la necesito. Resoplo con desprecio a la suerte de ese chico, que lo hayan torturado es lo de menos, ¿qué le harán a la chica Niniadis si la encuentran? La matarán, así sin más. Tocará entonces buscar a alguien que interprete ese papel, maldigo a la gente que conocí en el norte y no saben decirme si sigue viva o no, son todos cada vez más traicioneros. No se puede confiar en nadie, revoltosos, deseando una revolución. —¿Y si lo buscas?— propongo, recostando mi espalda en el sillón, —Creo que podría tener el lugar desde donde se hizo esa transmisión, conozco a una mujer que trabajó en una radio clandestina por años, ella puede llevarte si quieres. Búscalo a partir de ahí— digo y abro la palma de mi mano, —Y mátalo si tienes la oportunidad. Es todo lo que queda de esa familia, si el chico muere, no habrá ningún Black más.
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Jolene W. Yorkey
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La manera que tengo de hacer tronar la mandíbula deja bien en claro que ponerme del lado de los Niniadis no es precisamente lo que tenía en mente, incluso cuando sé que es la opción lógica. ¿No podemos reiniciar el país entero? ¿No puedo desaparecer, de la noche a la mañana, sin que me importe lo que pueda suceder en caso de que ese niño retome la línea que dejaron sus antepasados? Recordarme las razones por las cuales he regresado de Europa se vuelve cada vez más complicado y doloroso, quizá debería haberme quedado allí, evitarme los problemas que la sociedad supuestamente organizada me ha provocado. ¿Para qué regresar, cuando no quedaba nada de lo que estaba añorando? Y aquí estamos, frente a un calco del pasado que amenaza con destruir mi poca cordura.

¿Una heredera? ¿Estás diciendo que quieres que Hero Niniadis ocupe el lugar de su madre? — me sacudo la idea de que parece estar más que alterada, tengo que concentrarme en sonreírle con una mueca que parece casi hasta divertida con la idea — Es una niña y, si los rumores son ciertos, es una de las culpables por las cuales tenemos a Magnar en primer lugar. ¿No debería pasar por todo un proceso judicial para poder acceder al puesto? — que no me creo experta en política, pero dudo mucho que el gobierno quiera verse débil en un momento como este, teniendo que ver si procesan o no a una adolescente. Algo que todos los líderes de NeoPanem han tenido en común, independientemente de su ideología, es el orgullo.

Lo que no me espero es la resolución que tiene a continuación. Es fría, lo suficiente como para que mi corazón se detenga y mis ojos se mantengan fijos en su semblante, ignorando la taza de té que se ha acercado a mí y cuyo aroma se arrastra con su vapor. Creo que balbuceo pero no tengo idea de lo que quise decir, ocupo mis manos en hacerme con la infusión a pesar de no desviar la mirada — No he matado a nadie en años y me he prometido el no volver a hacerlo — ya he hecho demasiado, con cuchillos primero, con una varita después. Doy un sorbo, pero no puedo sentir el sabor y no es porque esté falto de azúcar — No me importa quien sea esa persona, no volveré a quitarle la vida a nadie, ni siquiera a un Black. ¿Quieres que te ayude a rastrearlo? Bien, aunque dudo poder hacer un mejor trabajo que los escuadrones del ministerio. Hace mucho tiempo que no estoy en el juego — me hice a un lado, me volví un mal chiste del pasado. Acomodo uno de mis mechones, echándolo detrás de la oreja — ¿Eso es lo que esperabas de mí? ¿Una aliada que limpie tu basura porque tú no puedes hacerlo? — alzo las cejas, retándola a que me lo niegue — Lamento decepcionarte, pero no soy esa persona hace unos dieciocho años. ¿No pensaste en contactar a tu amiga con el gobierno? — conociéndola, de seguro ya lo hizo. Doy otro sorbo — ¿De quién se trata, a todo esto?
Jolene W. Yorkey
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¿Una niña?— el tono de estupefacción en mi pregunta es tan marcado que siento mi cuerpo echarse hacia adelante, no me puedo creer que esa palabra salga de sus labios para calificar si una persona está hecha o no para un puesto. — Jolene, querida, ¿quieres por favor decirme cuántos años tenían muchos de los tributos seleccionados a los que se daba la orden de asesinar?— sigo, mucho más calmada, recuperando mi postura erguida contra la silla. No, no espero una respuesta. Continuo inmediatamente para que no tenga que hacerlo: —No hay niños en Neopanem, nunca ha nadie ha definido su edad para asumir los destinos que les ha tocado—. Hay quienes nos hemos mantenido toda la vida en el margen, que tomamos una posición en el borde del tablero a una edad tardía, y otros que nacieron o fueron arrojados a su centro sin que importara lo escaso de sus años.  

Nadie puede ser juzgado a partir de si es demasiado joven o no, ni condenarlo a muerte. Es el pensamiento que me tiene impasible en mi sillón cuando le pido que asesine al chico Black, tengo que tragarme un suspiro cuando me llega su negativa, esa vaga esperanza que tenía de que pudiera ser útil se desvanece. Tristemente sigue siendo de las personas que se quejan, pero no hacen nada para que las cosas se acomoden. —Si tu no haces nada, eres quien espera que otro limpie esa basura que te molesta— se lo señalo, puesto que no quiere a los Black en el sillón de poder y tampoco quiere ser quien lo evite. — Está bien, con que te arriesgues a rastrearlo serás de ayuda, otro podrá encargarse de lo que tú no quieres hacer— se lo digo abiertamente, tengo nombres a los que llamar, personas que conozco y que no necesitan más convencimiento que un par de galeones. No todos son idealistas en esta guerra, mercenarios sobran.

Podrías acercarte a los rebeldes como otra víctima más del sistema, ¿no? Decirles que también crees en todas esas promesas ingenuas del chico y que…— musito, froto mi frente con los dedos alisando las arrugas de preocupación y cierro mis párpados por unos segundos para resguardarme en la oscuridad detrás de mis ojos. —No, no me hagas caso. Tú verás qué haces y cómo lo haces, yo…  — suspiro con desgano, —no te diré qué hacer. Es una decisión que tienes que tomar por tu lado, si decides actuar del lado de quienes deseamos lo mismo que tú y es impedir que los Black recuperen su vieja posición. O si solo… esperas en tu casa, con tu gato, a ver cómo esto se resuelve…—. No sé para qué me pregunta de quién hablo si no es para animarse a salir de sus límites de comodidad, ¿tiene algún sentido guardarme el nombre de Wang? —Kennedy Wang alguna vez fue una periodista, ahora entrega información a cualquiera que le ofrezca dos galeones, así que no me sorprendería que también ande lamiendo zapatos del ministerio…— ella misma me dijo que a eso se dedica, — puedo ofrecerle tres galeones y te acompañaría— así de bajo creo que ha caído. —O puedo buscarte a alguien más, si en serio quieres rastrear al chico. Elige a tu gusto, Jolene— muevo mi mano en el aire al empezar a enumerar, —¿Alguien de seguridad nacional? ¿Alguien que conoce el sistema de rastreo de seguridad nacional? ¿Un sicario? ¿O una joven que conoce el norte mejor que nadie?— aguardo a que descarte todas las opciones mientras me sirvo de la bandeja de Ramik que se para entre nosotras para ofrecernos el té.
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Jolene W. Yorkey
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— Y aún así, sigo creyendo que arrebatar la infancia de las manos es una terrible idea — no tengo intenciones de sonar fría, pero lo hago. Es muy fácil decirlo desde su posición, sentada con sus arrugas en una casa inmensa y pulcra, habiendo sido capaz de vivir sus años que nadie le robó por simple juego de azar. Hay miles de nombres que podría enumerar, incluso puedo señalar a la lista de los más buscados, en la cual reluce el rostro de Benedict Franco, a quien conocí como a un niño menudo y pecoso cuya vida se fue torciendo hasta volverlo un criminal. ¿Qué sería de esas personas si nadie hubiera tocado sus primeros años? ¿Cómo podemos confiar en que una niña pueda liderar un país, cuando la están golpeando más allá de su edad y capacidad madurativa? Que algo sea común a simple vista, no significa que sea correcto.

No voy a negar que siento su ataque, hay una desagradable pesadez en mi pecho con su acusación y mis ojos se llenan de reproche — Tú no viste lo que yo he visto, Georgia — me despojo de cualquier título familiar para mascullar esas palabras con dureza, hasta noto mis dedos tensarse con algo de fuerza alrededor de la cerámica — Tú no recibiste un golpe en la cabeza que te dejó prácticamente muerta en una arena en la cual arañaste cada centímetro de vida que pudiste tomar. Tú no te metiste en los enrollos que yo busqué en busca de lo que creí correcto. Y lo que ha sucedido después… bueno, tú estabas muy cómoda formando tu vida de lujo en lo que yo enterraba viejas pesadillas en base a conseguir nuevas. Así que no me señales con tu dedo diciendo que no quiero hacer el trabajo sucio, cuando ya simplemente me he cansado de haberlo hecho por mucho tiempo — sé que ahora mismo todo parece indicar que tengo que hacer un último esfuerzo, pero no me siento lo suficientemente valiente como para hacerlo.

Obvio que ataca por el lado que me hace sentir culpable, tengo que mirar hacia cualquier otro lado de la habitación para masticar mis palabras y no gruñirle en reacción automática de defensa. Trabajar de encubierto es mandarme a mí misma al muere, ni siquiera soy un rostro completamente anónimo como para pasar desapercibida. Bebo un sorbo largo, trato de digerir tanto el té cómo las palabras que salen de su boca en lo que busco cierta lógica — ¿Kennedy Wang? ¿No estaba ella en la lista de traidores al sistema? — sé que no estoy mirando tanta televisión para evitarme más amarguras de las necesarias, pero no entiendo qué tanto me estoy perdiendo además de lo básico — Conozco el norte, pasé años allí y sé muy bien cómo esconderme. No necesito una guía, necesito a alguien que haga el trabajo sucio por mí — hubo un tiempo donde mi escaso tamaño y mi rapidez eran más que suficiente, ahora creo que me he oxidado — Pero dime una cosa. ¿Cómo es que una periodista tiene tanto poder como para iniciar una cacería contra alguien que el gobierno no puede encontrar? Y no me vengas con que crees en la causa, hay cientos de personas allá afuera que también lo hacen y esperan sentados, con o sin contactos. Así que vas a tener que ilustrarme sobre quién eres en realidad — porque seré rubia naturalmente, pero no tengo ni un pelo de tonta. Hace tiempo que he aprendido a desconfiar de todas las cosas que puedan generar una pregunta.
Jolene W. Yorkey
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Cierro mis dedos alrededor del brazo del sillón como si necesitara de un apoyo al encorvarme hacia adelante para que mi rostro se acerque a ella, los nudillos huesudos se remarcan por la presión y las venas azules se ven por debajo de una piel llena de manchas por la edad. Mi mirada hace mucho perdió su fuerza, el azul se ha transparentado hasta parecer un velo frágil y a nadie intimida, ni siquiera a un esclavo que si permanece a mi lado es por la comodidad en la que terminan asentándose todos los miserables con su suerte. También mi voz carece de su timbre imponente, es cascada como la de todos los ancianos, lo que pueda decirle llegara a ella como lo que es, la réplica vana de todos los que estamos más muertos que vivos, porque ya vivimos mucho y la muerte nos acecha cada mañana. —¿Y tú qué sabes de lo que yo he visto o vivido? Te fijas en el lugar en el que me encuentro hoy y haces tu juicio a partir de eso, me echas un discurso sobre tu vida, ¿pero no es eso lo que ya vienes haciendo? Repitiéndotela a ti misma, repitiéndosela a otros. Vuelves a ti misma y a todo lo malo que te he pasado, una y otra vez— murmuro, no levanto mi tono, le hablo como si estuviéramos en habitaciones distintas. —Todos tienen un maldito pasado, menos, igual o peor que el tuyo, y aun así se han encargado de seguir viviendo, Jolene— no hay más que eso. Se han convertido en ministros, en líderes rebeldes, encontraron en todo lo injusto y mezquino de la vida, una razón para actuar. Porque la vida sigue avanzando, no espera a nadie, y seré yo la que use bastón, pero creo que mi nieta es quien no puede caminar por sus propios pies.

Tal vez lo mejor de irte al norte o a donde sea, de sentarte a hablar con cualquiera en realidad, sea que empieces a conocer el pasado y las pesadillas de otras personas. Sé que estás herida y el dolor de tu herida te impide ver que todos tienen sus infiernos personales— relajo mi voz, en vez de sonar mordaz tengo toda la intención de brindarle una inesperada compasión de abuela que es real, tal vez el único sentimiento auténtico que experimento hacia alguien de mi propia sangre en todo este tiempo. —Si estuviera en mi poder elegir una única persona en todo Neopanem con quien puedas compartir tu pasado y que te comparta el suyo, haría posible que te encuentres de pura casualidad con este chico que se proclama un Black. Para que compruebes que en estos años que te inmovilizaron tus pesadillas, hubo gente fuera que nació, creció y tuvo el descaro de anunciar una revolución. ¿Cuál es su historia, Jolene? Esa es la pregunta, el motor que te hace cuestionarte todo y descubrir a las personas más allá de un apellido o una cara o una mansión— muevo mi mano para abarcar todo este espacio que nos rodea.

Y no sé, podría decirte que en eso radica mi poder como periodista— ladeo una sonrisa con desgano, falla al tratar de ser sarcástica. —Me intereso en conocer a la gente, la que sea, la más elitista del Capitolio y al bastardo más mugroso del norte—. Me siento a conversar con ellos, hablan desde su ego y evitan otros temas, entonces pregunto… pregunto dónde están rotos, en la mayoría de los casos no devuelven la pregunta. He llegado a conocerlas al punto de… desear que muchas desaparezcan y depositar mis esperanzas en los que recién llegan, porque estoy cansada. Muy cansada. ¿Por qué quiero que muera el chico Black? Porque estoy cansada, me voy a morir y el mundo es una mierda. —No soy nadie, Jolene. Con o sin contactos, con o sin poder. Pero tengo un deseo y al menos yo uso lo que tengo a mi alcance para hacerlo real. Si quieres a alguien más que haga el trabajo sucio, los hay. Siempre los hay. Podría ofrecerte a personas— tengo nombres asomando en mi lengua, no los menciono, me retraigo. —Pero, ¿por qué no las elegís tú? Abandona esa actitud de esperar y esperar, y busca. Busca entre la gente, busca, muévete, busca gente dañada, busca gente con una razón que los coloque en tu misma posición y que sea quien dispare. No hablo de manipular a nadie, solo de busques gente— la taza de té tiembla por la inestabilidad de mi mano al sujetarla para acercarla a mis labios y reafirmo el agarre para que no se note. —Te ves sola, muy sola, todo el tiempo. Busca gente que se parezca a ti. No soy yo, dentro de poco ya no estaré. Debes buscar, busca personas.
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Jolene W. Yorkey
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Creo que una de mis mayores cualidades es el poder mirar a la cara a las personas que se dedican a darme sopapos verbales. Casi creo que no respiro en lo cual Georgia descarga sus opiniones y enojos contra mí, en lo que yo solo puedo tensar la mandíbula y enderezar la espalda en lo que, espero, no sea el tiempo en el cual se me humedecen los ojos. He pasado años huyendo, lo sé muy bien. Veinte años para ser exacta. Y lo único que puedo hacer, por patético que sea, es llorar. ¿Por qué duele tanto, como si fuese el primer día? ¿Por qué me sigo viendo como esa niña? Todos tienen un pasado, es verdad, pero no todos son fuertes para sobrevivirlo — ¿Mi historia? — es la primera vez que abro la boca, hay cierto sarcasmo en la voz ahogada que busca no quebrarse en lo que creo que está por darme un tic — Mi historia es la de alguien que perdió todo por los Black, como muchos otros. Y lo poco que me quedaba, me lo arrebataron los Niniadis. Y aunque pasa el tiempo, aún los recuerdo. Y duele, aquí — me llevo una mano al pecho, segura de que mi rostro se ha puesto mucho más rosado, más no por vergüenza — Y no hay nada que pueda hacer con eso, salvo aceptar que jamás volverán — porque Andy es lo único que permanece real y ni siquiera es cercano. Es como un fantasma, algo que cubrió el pasado con un velo. Y Jeremy… ¿Cómo puedes dejar de querer a alguien que estuvo desde que tienes memoria, pero que se transformó tan pronto en un recuerdo?

Mis ojos se entornan por encima de la taza de té, sospecho de que sus aptitudes como periodista sean todo lo que tiene, pero le concedo el beneficio de la duda — Tu deseo me queda bien en claro — mascullo. Intento recordar las fotografías de ese niño, que siempre estuvo tan alto en la lista de criminales y ahora podemos comprender el por qué. Se ve inofensivo, pero así tan cara de pan como lo vemos, ha lanzado el fósforo que puso a arder todo el país. Un adolescente con todo el poder de NeoPanem en sus manos inexpertas, es tan peligroso que nada bueno puede salir de ello. Que diga lo que quiera, pero los Black tienden a correr hacia la locura, en especial cuando tocan el cielo con las manos y creen que son dioses sobre la tierra. Bebo un poco más lento porque me niego a decirle que tiene razón, porque estoy sola desde hace años. Ni siquiera he sido capaz de mantener una relación adulta por más tiempo del necesario, si es mucho más fácil follar con un desconocido del bar… si es que siquiera tienes ganas de algo así.

No sé si lo notaste, pero no soy muy buena haciendo sociales. Incluso la cita que me arreglaste con el hermanito del ministro fue tan desastrosa que no alcanzamos a la cena — el intento del humor es tan penoso que apenas sonrío y aparto la taza ya vacía, dejándola sobre la mesita — Iré al norte en el fin de semana, sola. Y veré con qué me encuentro. Un poco de trabajo de área no viene mal antes de empezar a trazar planes. Y en cuanto a tus contactos… — me sacudo el cabello, echando algunos mechones hacia atrás — Solo déjame una lista. Ya he estado por delante los planes de un gobierno en una ocasión, puedo hacerlo de nuevo — no estoy orgullosa de haber tirado abajo toda la seguridad de la casa de gobierno y es obvio que no lo hice sola, pero aún tengo a un amigo genio. Y bueno, unos cuantos años de experiencia como para saber rastrear.
Jolene W. Yorkey
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Me siento embargada por la pena hacia mi nieta cuando la veo a punto de quebrarse en llanto, lo malo de ese sentimiento es que se arrima peligrosamente a un cariño del que decidí prescindir hace mucho, si hubiera caído fácil en eso no me habría casado con el dueño de esta casa, lo hubiera salvado de tener a una mujer a su lado que todas las mañanas le daba un té que lo mantenía en esa eterna burbuja de enamoramiento. Pero esa es la ilusión que necesitamos en ocasiones, la de creer que queremos a alguien o que inspiramos ese sentimiento. No es hasta que vuelve a calmarse, recobrando su postura en el sillón y viéndola, creo, más determinada de lo que se ha mostrado en años, lo que es un progreso en su maldita apatía, que estiro mi mano para tomar la suya, mis dedos rugosos y manchados sujetándose a los suyos, de una piel tan suave, tan viva. Si he podido ser para los nietos de Gilbert una abuela a fin de asegurarme de su cariño y que no se me vayan en contra como sus arrogantes madres, puedo concederle lo mismo a la única joven con la que comparto sangre.

Es necesario, Jolene. Es necesario aceptar que algunas cosas no volverán. Para poder tomar las riendas de tu presente y trabajar sobre tu futuro— le hablo suavemente, mi pulgar acariciando su piel, como si ese fuera mi deseo real desde el fondo de mi corazón, cuando lo único que hay es… si algo de poder tengo para moverme en el tablero, lo voy a usar y es ella, aunque no pueda verlo. No creo que no pueda verlo, todo lo que puede ser. —Y me enteré lo de tu cita, supongo que los rumores de que el chico es gay son ciertos. Así que descuida, no fue cosa tuya— revolteo mi mano en el aire espantando ese pensamiento si es que lo tiene. ¿No son esas las cosas que dicen las abuelas? Si el muchacho pasó de ella, es gay. Lo pondría en una página del suplemento de cotilleos de The Guardian si es que alguien mínimamente supiera quien es Colin Weynart, pero ¿quién es? Un don nadie. No como Hans Powell, ese chico sí que vende. Y su imagen pública ahora mismo está un poco cubierta de mugre, quizás pueda convencerlo de una cita con mi nieta si encuentro la manera de mostrarlo conveniente.

Agarro su mano dándole vuelta la palma para poder mirar las líneas que ahí surcan, conozco de sus significados, he vivido pendiente del futuro y del que deseaba para mí, como para que mis tratos con videntes se volvieran frecuentes. Y como sus respuestas no solían gustarme, aprendí a resignificar lo que sus cartas decían, a tirar las mías sobre la mesa. —Tu dolor es único, tú sabrás cuan intenso es, qué tanto te ha roto y dónde, te pertenece y no habrá nunca otro igual por más que gente como yo te digamos que todos hemos pasado por episodios así. Pero si de algo puede servirte mirar a otros, es para que puedas entender que todos aprendemos del dolor y avanzamos, a algunos le cuesta más tiempo que otros dar ese primer paso que los aleja del dolor, hasta que lo dan. Pones un pie por delante del otro, avanzas, no miras hacia atrás, está prohibido mirar hacia atrás, está prohibido evocar las caras de las personas que estuvieron ahí y ya no están cuando estás avanzando, lo harás después, podrás evocar todo después. Cuando un pasado se solape con otro pasado, cuando una nueva herida te haya demostrado que tu piel se hizo más fuerte. Avanza, avanza, no importa si no ves el camino por las lágrimas al llorar por todo lo que dejas, tú avanza…— parpadeo por lo real que se me hace ese recuerdo de una mujer que abandonó su casa, pero debe ser una idea al aire, los recuerdos de otra mujer, estos días mi memoria me juega muchos trucos y no sé cuáles me pertenecen a mí y cuáles tomé prestado de las historias que me relataron otras personas. —Una vez leí una frase que decía: «El mundo no se detendrá a llorar tu dolor». No podemos pedirle al mundo que pare para que respete nuestro duelo, hay que recobrarse rápido, querida. Que somos mortales, nuestra vida es un suspiro para el mundo.
Anonymous
Jolene W. Yorkey
Mentor
No me espero ese contacto por parte de una mujer que no ha formado parte activa dentro de mi vida, pero extrañamente lo agradezco. En especial cuando viene la punzada de dolor frente a palabras que ya sabía que estaban allí, porque siempre he aceptado que el pasado quedó atrás y que nada de lo que pueda hacer, por mucho que me queje, hará que algunas cosas vuelvan. Los muertos son polvo, nosotros seguimos pedaleando. Solo asiento para darle la razón en eso, es demasiado pronto para abrirme sobre las cosas que no puedo hablar con nadie y la mención de Weynart es la mejor excusa para cambiar de tema — O solo estaba muy preocupado en su hija como para darle importancia a la cita. Tengo esa clase de suerte — me permito el bromear a pesar de los pocos ánimos, no es como si de verdad estuviera esperando algún resultado de esa cena, para variar.

Tengo el impulso de querer apartar la mano, volver a sentir que me pertenezco por completo, pero la dejo muerta en lo que escucho sus palabras como si fuera la primera vez que oigo a mi abuela con verdadera intención. No puedo reprocharla, no puedo decir que no tiene razón cuando conozco muy bien de lo que está hablando, porque mi vida entera se ha basado en seguir adelante incluso cuando la carga se va volviendo cada vez más pesada. Mi silencio se debe a que no tengo idea de quién es esta mujer, que no comprendo por qué se toma la molestia de consolar mis heridas y, a pesar del rostro cargado de melancolía, me fuerzo a sonreírle con los labios apretados. Le doy una palmada suave con la mano que tengo libre, allí justo sobre las nuestras que se unen y asiento vagamente — Gracias, abuela — es la primera vez en años que siento la familiaridad en mi voz, ni siquiera tengo a mi hermano para esa clase de tratos — Lamento mucho… absolutamente todo — lo que ha pasado, lo que pasará, la clase de vida que todos tenemos que enfrentar por culpa de situaciones que no siempre podemos controlar. Que nuestra familia no sea una familia, el no ser suficientemente fuerte como para hacer lo que ella me pide, al menos no por completo. Pero puedo entenderla, eso sí. Tal vez puedo no estar sola, por al menos un rato.

Aparto las manos para ponerme de pie sin mucha energía, pero pretendiendo tenerla cuando sacudo la cabeza para quitarme algunos cabellos de la cara — No puedo prometer que encontraré al chico, pero haré lo que esté en mis manos para que no se acerque siquiera al sillón presidencial — es una promesa firme, incluso cuando no tengo idea de por dónde comenzar — Aún tengo un truco bajo la manga o dos. Y sino… siempre puedo pedirle ayuda a Colin Weynart — bromeo. Que aún hay tiempo para el humor mientras el tablero se acomoda, las piezas toman su lugar y el juego está por comenzar. Siempre se reinicia, que eso lo sé bien.
Jolene W. Yorkey
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