VERANO de 247521 de Junio — 20 de Septiembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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El silencio en la sala es abrumador, así como lo es en toda la casa. Compruebo la hora en el reloj que envuelve mi muñeca, todavía falta una para ir a buscar a Simon y un par más para que Ivar salga de la oficina. Doy unos primeros pasos hacia el interior, limpiando todo el espacio con mi mirada. Recojo con mi varita los estuches de videojuegos que han quedado sobre la mesa baja de la sala y los coloco alineados como deberían estar en una de las repisas, una bolsa vacía de papas que ha quedado como basura en la sala también desaparece. Me encargo de recolocar un libro de aritmomancia con mi mano, así hago un repaso de los otros ejemplares y compruebo que sigan su orden alfabético. Es la misma rutina que cumplo a solas, salvo por el perro que debe estar en algún lugar de la casa si no es en el cuarto ahora vacío de Synnove o la mismísima cama de Simon, dejé de molestarme por el pelo que pudiera dejar en las sábanas.
Saco de la cartera un nuevo estuche que acomodo al lado de los otros videojuegos de Simon y me siento en uno de los sillones para frotar mi tobillo lastimado por los tacones. Espero a que el perro aparezca, claro que no lo hace. No importa que lo llame con un chasquido de los dedos. Me niego a gritar «perro» en medio de la sala, nunca me ha gustado gritar, ni siquiera cuando tenía razones válidas para hacerlo. ¿Para qué tener un perro si no viene a saludar? Y eso que invierto parte de mi tiempo entre semana para enseñarle algunos trucos que los perros inteligentes deberían saber, ¡y es un border collie! Averigüé que bien entrenados pueden llegar a ser los perros más diestros, inteligentes hasta en su forma de mirar. Pero el nuestro tiene cara de despistado casi siempre, simpático, un tanto torpe. Lo veo aparecer por el pasillo que lleva a las habitaciones y sonrío. —Ven aquí, perro— llamo, dando unos golpecitos en la rodilla para atraerlo.
Tomo todo mi cabello rojizo con las manos para sujetarlo en un rodete bajo que me queda a la altura de la nuca, en todo momento tengo mi mirada puesta en él, en cómo se mueve y balancea su cola peluda. Lo miraba con curiosidad apenas llegó, desde hace un tiempo que lo observo con un interés más abierto. —Ven— vuelvo a llamarlo con mi mano extendida, en señal de que puedo rascarles las orejas como vi que Synnove hacía mientras miraban películas en la sala. Porque ambos las miraban, nunca vi un perro tan atento a una pantalla, aunque no debería decir que me sorprende. No me creía ni por un momento que Ivar trajera a un perro cualquiera de la calla a vivir con nosotros, ni que llevara a ese mismo perro a rastrear al norte como única compañía y que mis hijos asumieran un comportamiento tan extraño. Esta es mi casa, presumo que es el espacio de mi control. —¿Dónde te encontró Ivar, perro?— comienzo con el interrogatorio, —¿En un orfanato? ¿En el norte? ¿Eres un mago hijo de humanos? ¿O un mago que debe esconderse? ¿Cuántos años tienes? ¿Dieciocho? ¿Veinte? No, no creo que seas mucho mayor si eres uno de los niños protegidos de Ivar, pero no puedes ser tan menor si ya sabes cómo convertirte en animago…— lo pienso, pero no obtendré respuestas de mi marido al menos, estuve esperando meses a que cumpliera su promesa de ser honesto y no lo ha hecho, así que esto debe ser grave. Aunque lamento que crea que pueda haber algo que sea tan grave, que no podré entenderlo. —Si eres parte de esta familia, necesito saber de qué debo protegerte a ti, como sé de qué debo cuidar a Ivar, a Simon… y bueno, a Synnove que ya no está, de todas maneras velo por ella…
Saco de la cartera un nuevo estuche que acomodo al lado de los otros videojuegos de Simon y me siento en uno de los sillones para frotar mi tobillo lastimado por los tacones. Espero a que el perro aparezca, claro que no lo hace. No importa que lo llame con un chasquido de los dedos. Me niego a gritar «perro» en medio de la sala, nunca me ha gustado gritar, ni siquiera cuando tenía razones válidas para hacerlo. ¿Para qué tener un perro si no viene a saludar? Y eso que invierto parte de mi tiempo entre semana para enseñarle algunos trucos que los perros inteligentes deberían saber, ¡y es un border collie! Averigüé que bien entrenados pueden llegar a ser los perros más diestros, inteligentes hasta en su forma de mirar. Pero el nuestro tiene cara de despistado casi siempre, simpático, un tanto torpe. Lo veo aparecer por el pasillo que lleva a las habitaciones y sonrío. —Ven aquí, perro— llamo, dando unos golpecitos en la rodilla para atraerlo.
Tomo todo mi cabello rojizo con las manos para sujetarlo en un rodete bajo que me queda a la altura de la nuca, en todo momento tengo mi mirada puesta en él, en cómo se mueve y balancea su cola peluda. Lo miraba con curiosidad apenas llegó, desde hace un tiempo que lo observo con un interés más abierto. —Ven— vuelvo a llamarlo con mi mano extendida, en señal de que puedo rascarles las orejas como vi que Synnove hacía mientras miraban películas en la sala. Porque ambos las miraban, nunca vi un perro tan atento a una pantalla, aunque no debería decir que me sorprende. No me creía ni por un momento que Ivar trajera a un perro cualquiera de la calla a vivir con nosotros, ni que llevara a ese mismo perro a rastrear al norte como única compañía y que mis hijos asumieran un comportamiento tan extraño. Esta es mi casa, presumo que es el espacio de mi control. —¿Dónde te encontró Ivar, perro?— comienzo con el interrogatorio, —¿En un orfanato? ¿En el norte? ¿Eres un mago hijo de humanos? ¿O un mago que debe esconderse? ¿Cuántos años tienes? ¿Dieciocho? ¿Veinte? No, no creo que seas mucho mayor si eres uno de los niños protegidos de Ivar, pero no puedes ser tan menor si ya sabes cómo convertirte en animago…— lo pienso, pero no obtendré respuestas de mi marido al menos, estuve esperando meses a que cumpliera su promesa de ser honesto y no lo ha hecho, así que esto debe ser grave. Aunque lamento que crea que pueda haber algo que sea tan grave, que no podré entenderlo. —Si eres parte de esta familia, necesito saber de qué debo protegerte a ti, como sé de qué debo cuidar a Ivar, a Simon… y bueno, a Synnove que ya no está, de todas maneras velo por ella…
Los días en casa se han tornado extraños desde que Synnove se marchó. He estado durmiendo en su cuarto ahora que hay una cama para mí solo y, como nadie me molesta, me paso mucho de mi tiempo allí, cómodo y fresco en comparación al resto de la casa. Es un buen modo de descansar cuando no estoy vagando por el norte o buscando información en internet que pueda ser de ayuda, aunque a estas alturas siento que no tiene sentido el seguir leyendo si no vamos a poner en marcha algún plan de acción. Tal vez estoy pecando de ansioso, pero últimamente me siento impaciente e inútil, cuando sé muy bien que las cosas llevan tiempo y que debería simplemente quedarme quieto y esperar. ¡Y ese es justamente el problema!
Estoy bostezando por culpa de mi agotamiento mental cuando oigo la voz de Amalie llamándome de esa manera tan poco original que tienen en esta casa. De verdad, ya estoy empezando a preguntarme qué le costaba a Simon ponerme un apodo más creativo, que por poco me siento un mueble en este sitio. Me desperezo todo lo largo que soy como animal, me bajo de la cama y me sacudo, haciendo que mis orejas choquen entre sí. No me toma demasiado el encontrarla, su figura es fácil de divisar entre todo lo blanco y me ocupo de parecer el perro simpático que he sido durante todo este tiempo, movimiento de rabo y todo. No es como si la matriarca de los Lackberg me caiga especialmente mal, pero hay algo de ella que me causa cierto repelús. No por ella como persona, sino porque he visto las grabaciones del atentado y sé que sus manos no están limpias. ¿Puedo juzgarla cuando ambos lados estaban bajo fuego? No. Y aquí estamos todos, bajo un mismo techo, siendo una de las familias más extrañas que pudo haberse topado en mi camino.
Las caricias llegan de esa manera que me he acostumbrado y hasta acaban por relajarme, pero todo efecto se va a la mierda cuando las palabras dejan su boca. Siento como me voy haciendo pequeño poco a poco, hasta que termino en el suelo con las patas peludas cubriéndome los ojos y el hocico, hasta creo que he bajado las orejas. Sé que debo hacerme el idiota, jugar al perro desentendido, pero puedo comprender lo que viene. Es una madre preocupada, eso es todo, eso es lo que me está pidiendo. Y yo… he abusado demasiado de esto, tarde o temprano se sabrá, porque los dos chicos de esta casa están metidos en la misma porquería que yo. Aún tengo el corazón encogido cuando me transformo, encontrándome sentado en el suelo a los pies de la persona que he tratado de engañar por meses. Tengo los brazos alrededor de las rodillas y estoy seguro de que solo verme la cara responde a todas sus preguntas — Ivar solo hizo lo que creyó correcto — explico rápidamente, en el tono más arrepentido posible — Lamento mucho todo esto — ya he perdido la cuenta de la cantidad de veces que me he disculpado en todo este tiempo y las personas que se lo han merecido.
Estoy bostezando por culpa de mi agotamiento mental cuando oigo la voz de Amalie llamándome de esa manera tan poco original que tienen en esta casa. De verdad, ya estoy empezando a preguntarme qué le costaba a Simon ponerme un apodo más creativo, que por poco me siento un mueble en este sitio. Me desperezo todo lo largo que soy como animal, me bajo de la cama y me sacudo, haciendo que mis orejas choquen entre sí. No me toma demasiado el encontrarla, su figura es fácil de divisar entre todo lo blanco y me ocupo de parecer el perro simpático que he sido durante todo este tiempo, movimiento de rabo y todo. No es como si la matriarca de los Lackberg me caiga especialmente mal, pero hay algo de ella que me causa cierto repelús. No por ella como persona, sino porque he visto las grabaciones del atentado y sé que sus manos no están limpias. ¿Puedo juzgarla cuando ambos lados estaban bajo fuego? No. Y aquí estamos todos, bajo un mismo techo, siendo una de las familias más extrañas que pudo haberse topado en mi camino.
Las caricias llegan de esa manera que me he acostumbrado y hasta acaban por relajarme, pero todo efecto se va a la mierda cuando las palabras dejan su boca. Siento como me voy haciendo pequeño poco a poco, hasta que termino en el suelo con las patas peludas cubriéndome los ojos y el hocico, hasta creo que he bajado las orejas. Sé que debo hacerme el idiota, jugar al perro desentendido, pero puedo comprender lo que viene. Es una madre preocupada, eso es todo, eso es lo que me está pidiendo. Y yo… he abusado demasiado de esto, tarde o temprano se sabrá, porque los dos chicos de esta casa están metidos en la misma porquería que yo. Aún tengo el corazón encogido cuando me transformo, encontrándome sentado en el suelo a los pies de la persona que he tratado de engañar por meses. Tengo los brazos alrededor de las rodillas y estoy seguro de que solo verme la cara responde a todas sus preguntas — Ivar solo hizo lo que creyó correcto — explico rápidamente, en el tono más arrepentido posible — Lamento mucho todo esto — ya he perdido la cuenta de la cantidad de veces que me he disculpado en todo este tiempo y las personas que se lo han merecido.
Tengo al menos la mitad de las respuestas que quiero cuando reconozco su rostro, me contengo para no tomarlo de la barbilla y poder inspeccionar mejor sus facciones para tener la certeza de que no me equivoco, pero me parece que el contacto sería un poco más invasivo que obligarlo de por sí a abandonar su fachada segura como mascota. Todo lo que hago es suspirar con desgano, tras todos estos meses de fingir que me creía el engaño es lo que queda por hacer. —Kendrick Duane, ¿no?— pregunto, es el nombre que corona los carteles en los que aparece su cara. Uno de los chicos que tengo entendido que crecieron escondidos en el distrito 14, el sitio que por años se dijo que escondía criminales. Me froto la frente con una mano para tratar de ver todo esto desde una perspectiva distinta a la que asumí por años, cuando creía que tanto Ivar como yo estábamos de acuerdo en que lo mejor para criar a nuestra hija, era apoyar a un ministerio que nos había dado derechos como magos y brujas, y al parecer a quien hemos dado un escondite es a uno de sus criminales más buscados.
Desde hace un par de meses que trato de verlo desde el sitio en que lo hace Ivar y puedo llegar a entenderlo, aunque no practicarlo como lo hace él. —Lo conozco lo suficiente como para saber que sus intenciones siempre serán las de ayudar a quien cree que lo necesita— asiento con mi mentón, dándole la razón en ese sentido y no me presto a juzgar porque he tenido meses para darle vueltas a esto. —Pero yo no soy como mi marido— considero que es mejor dejar aclarado ese punto, no sea que mañana me lleguen también gatos y puffkeins. —No ofrezco mi ayuda a ojos ciegos, al primero que vea desvalido en la acera— creo que en los meses que me vio entrar, moverme y salir de esta casa se habrá hecho un juicio de mí, y puedo decir que yo he hecho lo mismo con él. —Me preocupo por los míos— reconozco, y con un movimiento en el aire de mi mano lo señalo.
—No tengo ninguna intención de entregarte, eres parte de esta familia mientras vivas bajo este techo. Si así lo decidió Ivar, no lo traicionaré. Pero necesito…— me inclino hacia adelante, cruzo mis brazos sobre mis rodillas. Sé que puedo ser todo lo intimidante que Ivar jamás lo será, aunque no es mi intención hacer que el muchacho se asuste tanto que termine por huir. Tiene bastantes enemigos en el ministerio, yo no lo soy. —Tienes que prometerme… no, no será una orden, será una petición— me corrijo al reprimir otro suspiro. —Te pido que cuides de mis hijos, ¿sí?— hablo en un tono sereno, distinto al estricto que se me ha escuchado muchas veces. —No he podido evitar que tomen direcciones que los alejan de casa, y no me creo que sean indiferentes a tu suerte, así que cuida de ellos si eligen un rumbo que se tuerce hacia tu propio camino…— musito, esperando que lo entienda o que mis palabras cobren sentido para él si algún día debe cumplirse. —¿Cuántos años tienes? Pareces joven para ser animago y sé de pocos estudiantes del Royal que consiguieron una transformación tan temprana. Te habrán dado una buena educación mágica— supongo, no será del todo mentira que en ese distrito escondido los formaban como soldados para dar un golpe al ministerio, como lo hicieron en su momento al atacar después de que explotaran las bombas. —Provengo de una familia de muggles, Simon también como supongo que sabes, y siempre va a llamarme la atención que haya personas que demuestren talento e inteligencia cuando parecieran tenerlo todo en contra— le explico, aunque no viene al caso.
Desde hace un par de meses que trato de verlo desde el sitio en que lo hace Ivar y puedo llegar a entenderlo, aunque no practicarlo como lo hace él. —Lo conozco lo suficiente como para saber que sus intenciones siempre serán las de ayudar a quien cree que lo necesita— asiento con mi mentón, dándole la razón en ese sentido y no me presto a juzgar porque he tenido meses para darle vueltas a esto. —Pero yo no soy como mi marido— considero que es mejor dejar aclarado ese punto, no sea que mañana me lleguen también gatos y puffkeins. —No ofrezco mi ayuda a ojos ciegos, al primero que vea desvalido en la acera— creo que en los meses que me vio entrar, moverme y salir de esta casa se habrá hecho un juicio de mí, y puedo decir que yo he hecho lo mismo con él. —Me preocupo por los míos— reconozco, y con un movimiento en el aire de mi mano lo señalo.
—No tengo ninguna intención de entregarte, eres parte de esta familia mientras vivas bajo este techo. Si así lo decidió Ivar, no lo traicionaré. Pero necesito…— me inclino hacia adelante, cruzo mis brazos sobre mis rodillas. Sé que puedo ser todo lo intimidante que Ivar jamás lo será, aunque no es mi intención hacer que el muchacho se asuste tanto que termine por huir. Tiene bastantes enemigos en el ministerio, yo no lo soy. —Tienes que prometerme… no, no será una orden, será una petición— me corrijo al reprimir otro suspiro. —Te pido que cuides de mis hijos, ¿sí?— hablo en un tono sereno, distinto al estricto que se me ha escuchado muchas veces. —No he podido evitar que tomen direcciones que los alejan de casa, y no me creo que sean indiferentes a tu suerte, así que cuida de ellos si eligen un rumbo que se tuerce hacia tu propio camino…— musito, esperando que lo entienda o que mis palabras cobren sentido para él si algún día debe cumplirse. —¿Cuántos años tienes? Pareces joven para ser animago y sé de pocos estudiantes del Royal que consiguieron una transformación tan temprana. Te habrán dado una buena educación mágica— supongo, no será del todo mentira que en ese distrito escondido los formaban como soldados para dar un golpe al ministerio, como lo hicieron en su momento al atacar después de que explotaran las bombas. —Provengo de una familia de muggles, Simon también como supongo que sabes, y siempre va a llamarme la atención que haya personas que demuestren talento e inteligencia cuando parecieran tenerlo todo en contra— le explico, aunque no viene al caso.
A pesar de que tengo la intención de decirle que se equivoca con mi apellido, se lo dejo pasar, al menos por ahora; ya es suficientemente bueno que no se ha puesto a gritar como una loca y, de alguna manera, comprendo que Amalie conoce a su marido lo suficiente como para no esperar menos de él. Me lo confirma en un momento, ni hace falta que me diga que no es como su marido porque lo sé muy bien, la he visto moverse por este lugar de una manera muy diferente al señor Lackberg. No esperaba su ayuda, pero con el corazón en la garganta puedo decir que no va a entregarme, que estoy seguro en esta casa como lo he estado desde el primer día en el que llegué, con un apoyo que no esperaba tener — Puedo entenderlo, de verdad. Yo también me preocupo por los míos — una categoría en la cual su familia ha empezado a formar parte. A veces creo que estamos divididos en dos grupos, “ellos y nosotros”. Aquí, todos me han demostrado valer la pena.
No puedo decírselo sin quedar como un llorón, pero que diga que soy parte de esta familia hace que sienta un nudo cálido en la garganta que se parece mucho a la emoción. Supongo que los Lackberg son los más parecido a un hogar familiar que he tenido desde que salí del catorce, con sus reglas, sus papeles y su dinámica. Se lo demuestro en la atención que le pongo a sus palabras y, sí, se me cae la cara de la culpa en petición de esa promesa — Jamás quise que sus hijos se metan en problemas, señora Lackberg. Ellos solo han decidido — es la pura verdad, no siento que podría haberlos obligado a seguirme ni mucho menos. A su manera, son más parecidos a Ivar de lo que se puede ver a simple vista, genética aparte — Yo… le prometo que haré lo que pueda para que estén a salvo. Lo que sea — creo que sueno un poco desesperado, pero no importa. No es solo por ella, sino por mí; ya he perdido demasiado como para poder soportar perder a alguien más, inclusive a ellos.
En esta ocasión, me sonrío vagamente con una tímida arrogancia — Tengo dieciséis y no, en el catorce la educación mágica era bastante simple. Intentaron darme todo lo que podían, lecciones y una educación sin una base firme, pero… ha servido. Me han ayudado a convertirme, no podría haberlo hecho solo — a mí pesar, eso es verdad. Me apoyo en el suelo y me impulso con las yemas de mis dedos hasta que puedo ponerme de pie, no estoy acostumbrado a verla desde arriba. Me la hacía más alta, para qué mentir — Creo que ese es el problema. Nos juzgan en base a un código genético, no por lo que somos. Syv y Simon parecen saberlo muy bien — no puedo evitar que no se note el tinte ligeramente orgulloso de mi voz. Lo dudo un momento, pero al final… — Me crió Echo Duane, pero no es mi padre — no sé si sabe de él, además de la lista de buscados antes de que lo dieran por muerto. Era un agente de la paz reconocido, pero no tengo idea qué información maneja ella sobre las épocas donde mi familia estaba al mando — Soy Kendrick Black, creí que eso tenías que saberlo. Tus hijos lo hacen. Y por supuesto, Ivar también.
No puedo decírselo sin quedar como un llorón, pero que diga que soy parte de esta familia hace que sienta un nudo cálido en la garganta que se parece mucho a la emoción. Supongo que los Lackberg son los más parecido a un hogar familiar que he tenido desde que salí del catorce, con sus reglas, sus papeles y su dinámica. Se lo demuestro en la atención que le pongo a sus palabras y, sí, se me cae la cara de la culpa en petición de esa promesa — Jamás quise que sus hijos se metan en problemas, señora Lackberg. Ellos solo han decidido — es la pura verdad, no siento que podría haberlos obligado a seguirme ni mucho menos. A su manera, son más parecidos a Ivar de lo que se puede ver a simple vista, genética aparte — Yo… le prometo que haré lo que pueda para que estén a salvo. Lo que sea — creo que sueno un poco desesperado, pero no importa. No es solo por ella, sino por mí; ya he perdido demasiado como para poder soportar perder a alguien más, inclusive a ellos.
En esta ocasión, me sonrío vagamente con una tímida arrogancia — Tengo dieciséis y no, en el catorce la educación mágica era bastante simple. Intentaron darme todo lo que podían, lecciones y una educación sin una base firme, pero… ha servido. Me han ayudado a convertirme, no podría haberlo hecho solo — a mí pesar, eso es verdad. Me apoyo en el suelo y me impulso con las yemas de mis dedos hasta que puedo ponerme de pie, no estoy acostumbrado a verla desde arriba. Me la hacía más alta, para qué mentir — Creo que ese es el problema. Nos juzgan en base a un código genético, no por lo que somos. Syv y Simon parecen saberlo muy bien — no puedo evitar que no se note el tinte ligeramente orgulloso de mi voz. Lo dudo un momento, pero al final… — Me crió Echo Duane, pero no es mi padre — no sé si sabe de él, además de la lista de buscados antes de que lo dieran por muerto. Era un agente de la paz reconocido, pero no tengo idea qué información maneja ella sobre las épocas donde mi familia estaba al mando — Soy Kendrick Black, creí que eso tenías que saberlo. Tus hijos lo hacen. Y por supuesto, Ivar también.
Preocuparnos por los nuestros es lo que hacemos todos al final del día, y esbozo una sonrisa de simpatía hacia el chico cuando dice que me entiende, es difícil poder encajar en mi mente que un adolescente me diga que pueda entenderme cuando creo que le llevo dos o tres décadas de más. No sé si es realmente así. Porque si no lo considerara parte de esta casa y de esta familia en la que cada vez quedamos menos miembros, lo entregaría de ser un peligro para quienes considero «los míos». Pero respeto la decisión de Ivar aunque me falten las razones de por qué lo decidió así, me baso en lo que pude observar por meses y en los cambios que se fueron generando en mis hijos, por erráticos que hayan sido algunos resultados, pude entenderlos. Me había dicho que si había una segunda oportunidad para mi familia, la tomaría y no pondría mis propias expectativas por delante.
Así que lo libero de creer que tiene responsabilidad sobre los problemas en los que mis hijos puedan meterse. —No puedes evitar nunca que otra persona pise en falso o vaya por el camino equivocado cuando está convencida, pero si eres quien camina al lado puedes ser lo cuide o incluso lo ayude a levantarse si hace falta…— es el modo en que encuentro para seguir explicándoselo, —eso es lo que te pido, harán cosas por su propia cuenta, pero si está a tu alcance ayudarlos, hazlo. Sobre todo con Simon que es menor, se ve inteligente y más adulto, pero no es más que un chico en el fondo…— al decirlo mi mirada se detiene en él, —y tú también eres un chico en el fondo. Los adultos muchas veces fallamos en cuidarlos, sobre todo en estos tiempos, así que recuerda… el mayor siempre protege al menor— ojalá esta familia no fuera tan desorganizada, y esta petición pudiera hacerla a alguno de los hermanos mayores de Simon, de todos es Synnove la única a mi alcance para recordárselo.
Asimilo lo que fue su crianza con la mía propia, esa larga época de mi vida comprendida entre la infancia y la adolescencia aprendí mucho, pero casi nada sobre la magia. Son conocimientos que me sirven hasta el día de hoy en mi trabajo, porque me formé como científica, podría haber ejercido de una manera u otra, a lo que vuelvo es al mismo punto de siempre y es que pareciera ser que con todo contra, es cuando las personas desarrollan las habilidades que demuestran su verdadera fuerza e inteligencia. Pese a mi reticencia inicial, me alegra saber que en serio tengo la mascota más inteligente del Capitolio, hay un mínimo orgullo en poder decir que todos en esta casa son inteligentes y poder verlo como un cuadro. Y es curioso que sea quien me habla del código genético, que esté a punto de darle la razón sobre eso, acabo de decirle que crecí en una familia de muggles en el gobierno anterior, para al final escuchar que su identidad es otra.
Mi silencio es pesado al caer sobre nosotros en la sala, cuando decido terminarlo es para un comentario al pasar. —Eso no lo sabía y también pensaba que esa familia ya se había extinguido— reconozco, entre todas las cosas que pude unir por mi cuenta. Y espero que a Ivar le falten varias horas para volver, así me da tiempo a calmarme para no estar exigiéndole una explicación. —Supongo que es por eso que estás aquí, es como un programa de protección, escondes tu identidad y… nadie te encuentra para poder asesinarte— digo, no creo estar parándome en ningún extremo. Es mucho el tiempo que tengo un sitio en el ministerio como para conocer el ir y venir. Recorro con mi mirada las paredes de mi sala, cada uno de los muebles y trato de no pensar en lo que podría ocurrir si algún día irrumpe un escuadrón de aurores. —Creo que nadie sospecharía de un perro dentro de una familia de magos del Capitolio, ¿pero es lo que quieres? ¿Pasar como perro gran parte de tu vida porque es lo que te mantiene seguro?— y por un momento dejo de lado el contexto político en el que estamos, el que me haya dicho que es un Black, porque me frustra que un chico con habilidades no pueda llegar más lejos que la puerta de esta casa, porque si sale se le tiene que poner correa.
Así que lo libero de creer que tiene responsabilidad sobre los problemas en los que mis hijos puedan meterse. —No puedes evitar nunca que otra persona pise en falso o vaya por el camino equivocado cuando está convencida, pero si eres quien camina al lado puedes ser lo cuide o incluso lo ayude a levantarse si hace falta…— es el modo en que encuentro para seguir explicándoselo, —eso es lo que te pido, harán cosas por su propia cuenta, pero si está a tu alcance ayudarlos, hazlo. Sobre todo con Simon que es menor, se ve inteligente y más adulto, pero no es más que un chico en el fondo…— al decirlo mi mirada se detiene en él, —y tú también eres un chico en el fondo. Los adultos muchas veces fallamos en cuidarlos, sobre todo en estos tiempos, así que recuerda… el mayor siempre protege al menor— ojalá esta familia no fuera tan desorganizada, y esta petición pudiera hacerla a alguno de los hermanos mayores de Simon, de todos es Synnove la única a mi alcance para recordárselo.
Asimilo lo que fue su crianza con la mía propia, esa larga época de mi vida comprendida entre la infancia y la adolescencia aprendí mucho, pero casi nada sobre la magia. Son conocimientos que me sirven hasta el día de hoy en mi trabajo, porque me formé como científica, podría haber ejercido de una manera u otra, a lo que vuelvo es al mismo punto de siempre y es que pareciera ser que con todo contra, es cuando las personas desarrollan las habilidades que demuestran su verdadera fuerza e inteligencia. Pese a mi reticencia inicial, me alegra saber que en serio tengo la mascota más inteligente del Capitolio, hay un mínimo orgullo en poder decir que todos en esta casa son inteligentes y poder verlo como un cuadro. Y es curioso que sea quien me habla del código genético, que esté a punto de darle la razón sobre eso, acabo de decirle que crecí en una familia de muggles en el gobierno anterior, para al final escuchar que su identidad es otra.
Mi silencio es pesado al caer sobre nosotros en la sala, cuando decido terminarlo es para un comentario al pasar. —Eso no lo sabía y también pensaba que esa familia ya se había extinguido— reconozco, entre todas las cosas que pude unir por mi cuenta. Y espero que a Ivar le falten varias horas para volver, así me da tiempo a calmarme para no estar exigiéndole una explicación. —Supongo que es por eso que estás aquí, es como un programa de protección, escondes tu identidad y… nadie te encuentra para poder asesinarte— digo, no creo estar parándome en ningún extremo. Es mucho el tiempo que tengo un sitio en el ministerio como para conocer el ir y venir. Recorro con mi mirada las paredes de mi sala, cada uno de los muebles y trato de no pensar en lo que podría ocurrir si algún día irrumpe un escuadrón de aurores. —Creo que nadie sospecharía de un perro dentro de una familia de magos del Capitolio, ¿pero es lo que quieres? ¿Pasar como perro gran parte de tu vida porque es lo que te mantiene seguro?— y por un momento dejo de lado el contexto político en el que estamos, el que me haya dicho que es un Black, porque me frustra que un chico con habilidades no pueda llegar más lejos que la puerta de esta casa, porque si sale se le tiene que poner correa.
El mayor protege al menor.
Supongo que esa fue una norma errada en el resto de mi vida. Me han enseñado que todos debemos cuidarnos entre todos, no importa lo grande o pequeño que seas. Una mano amiga siempre debe ser bien recibida, tanto como uno debe ofrecerla cuando alguien más la necesita. ¿No era esa la ley que manejábamos en el catorce? ¿No fue la que arruinó todo cuando la rompimos al rechazar a Arianne Brawn? Pero ahora hay otras cosas en riesgo, gente como Simon o Synnove no deberían estar en medio de una revolución y, no obstante, han quedado atrapados en ella. Es egoísta el apreciar su apoyo, el sentirme reconfortado por su compañía, cuando en el fondo sé que estoy casi tan asustado como su madre — Tengo buena memoria — me golpeteo un costado de la cien y le sonrío a modo de promesa, no es como que voy a olvidar a sus hijos en medio de todo el caos. Ya lo dijimos, en cierto modo somos familia.
Lo que sí temo es su reacción, el que alguien más me señale con el dedo por un apellido que me han regalado y que, poco a poco, empiezo a hacer mío. Me cae como un balde de agua tibia el que lo tome mucho mejor de lo que esperaba, doy algunos pasos hacia atrás presa del alivio y con un suspiro me dejo caer pesadamente en el sofá, tratando de asimilar la aceptación con más calma — Ellos creen que en el norte será más fácil encontrarme. No hay razones para pensar que vendrán a inspeccionar a las mascotas de los funcionarios. ¿O de verdad pensarían que yo podría volverme animago? Creen que soy un mocoso analfabeta — creo que el gran error del gobierno ha sido el subestimarnos. Siempre han pensado que nos sobrepasan en inteligencia y capacidad, por eso mismo no tienen idea de dónde encontrarnos. Me gusta pensar que su arrogancia alguna vez se les volverá en contra.
Ahora, es su pregunta lo que me apaga un poco. Por un lado, porque sé que esa es mi única opción si las cosas no cambian; por otro, porque sé muy bien que ese no es el camino que he escogido — Seré un perro mientras viva aquí y no tenga otra opción para mantenerme con vida — explico con mucha lentitud, junto mis manos y las froto lentamente entre sí — Pero hay una resistencia, señora Lackberg. No tenemos intenciones de callarnos por mucho tiempo más. Ellos nos han declarado la guerra, así que no hay más opción que responder. No puedo hacer mucho, pero si aún hay gente que está dispuesta a escuchar sin importar mi apellido… — creo que es un poco obvio, me encojo de hombros porque no hace falta aclarar lo que estoy buscando. Lo que en verdad me preocupa es su reacción a lo siguiente — Usted sabe entonces que Simon y Syv han elegido un bando, ¿verdad? — porque a todos nos llega. Ese momento en el cual decidimos qué ruta caminaremos, qué manos sostendremos y, al final, con quienes moriremos. De eso se trata todo esto.
Supongo que esa fue una norma errada en el resto de mi vida. Me han enseñado que todos debemos cuidarnos entre todos, no importa lo grande o pequeño que seas. Una mano amiga siempre debe ser bien recibida, tanto como uno debe ofrecerla cuando alguien más la necesita. ¿No era esa la ley que manejábamos en el catorce? ¿No fue la que arruinó todo cuando la rompimos al rechazar a Arianne Brawn? Pero ahora hay otras cosas en riesgo, gente como Simon o Synnove no deberían estar en medio de una revolución y, no obstante, han quedado atrapados en ella. Es egoísta el apreciar su apoyo, el sentirme reconfortado por su compañía, cuando en el fondo sé que estoy casi tan asustado como su madre — Tengo buena memoria — me golpeteo un costado de la cien y le sonrío a modo de promesa, no es como que voy a olvidar a sus hijos en medio de todo el caos. Ya lo dijimos, en cierto modo somos familia.
Lo que sí temo es su reacción, el que alguien más me señale con el dedo por un apellido que me han regalado y que, poco a poco, empiezo a hacer mío. Me cae como un balde de agua tibia el que lo tome mucho mejor de lo que esperaba, doy algunos pasos hacia atrás presa del alivio y con un suspiro me dejo caer pesadamente en el sofá, tratando de asimilar la aceptación con más calma — Ellos creen que en el norte será más fácil encontrarme. No hay razones para pensar que vendrán a inspeccionar a las mascotas de los funcionarios. ¿O de verdad pensarían que yo podría volverme animago? Creen que soy un mocoso analfabeta — creo que el gran error del gobierno ha sido el subestimarnos. Siempre han pensado que nos sobrepasan en inteligencia y capacidad, por eso mismo no tienen idea de dónde encontrarnos. Me gusta pensar que su arrogancia alguna vez se les volverá en contra.
Ahora, es su pregunta lo que me apaga un poco. Por un lado, porque sé que esa es mi única opción si las cosas no cambian; por otro, porque sé muy bien que ese no es el camino que he escogido — Seré un perro mientras viva aquí y no tenga otra opción para mantenerme con vida — explico con mucha lentitud, junto mis manos y las froto lentamente entre sí — Pero hay una resistencia, señora Lackberg. No tenemos intenciones de callarnos por mucho tiempo más. Ellos nos han declarado la guerra, así que no hay más opción que responder. No puedo hacer mucho, pero si aún hay gente que está dispuesta a escuchar sin importar mi apellido… — creo que es un poco obvio, me encojo de hombros porque no hace falta aclarar lo que estoy buscando. Lo que en verdad me preocupa es su reacción a lo siguiente — Usted sabe entonces que Simon y Syv han elegido un bando, ¿verdad? — porque a todos nos llega. Ese momento en el cual decidimos qué ruta caminaremos, qué manos sostendremos y, al final, con quienes moriremos. De eso se trata todo esto.
Nadie vendría a requisar nuestra casa, a menos que las actividades solapadas de Ivar comenzaran a saberse entre rumores del ministerio, no sé cuántas personas dentro lo apoyan o cuanto confía en sí mismo y en sus habilidades como para arriesgarse tanto de traer a un chico con el apellido Black a vivir con nosotros. Puedo apreciar lo inteligente que es tenerlo donde no lo buscaran, en mi opinión sería aún mejor si se encontrara en una familia libre de toda sospecho o que no conozca su secreto, los secretos cuando son de más de dos personas deja de serlo y es un riesgo. Pero nadie me ha pedido mi opinión, así que simplemente lo acepto por como es y así como se lo dije en un principio, ahora sé de qué tengo que cuidarlo, qué personas debo evitar y ser el contrapeso en el ministerio para equilibrar lo que Ivar hace, encargarme de que la familia Lackberg siga sin ser blanco de rumores, aunque implica ocultar donde se encuentra viviendo Synnove en estos momentos.
Muevo con mi pulgar de la mano derecho la alianza alrededor de mi dedo anular, como reacción al escuchar lo que me cuenta sobre una resistencia que no debería sorprenderme que exista a estas alturas, lo que me pone nerviosa es saber lo que implica que salga de sus labios. Ivar está al tanto, seguramente mis hijos también. Muchas veces sentí que estaba sosteniendo más de lo que podía y debía, que mis manos eran de cristal cuando trataba de tener en alto todo el peso de esta casa. —No lo sabía— musito, —el interés que demuestran por el norte debería haberme ayudado a darme cuenta—, después de todo Simon pasó casi un mes por ahí y Synnove lo eligió como lugar para mudarse, cuando podría haber elegido cualquiera de los otros distritos si lo que quería era simplemente vivir sola.
—Aprecio que me lo cuentes, aunque no espero que lo hagas más que en esta ocasión. La verdad es que cuanto menos sé, seré de más ayuda para ustedes, trabajo en el ministerio al final de cuentas y…— aprieto mis labios, lo veo complejo de explicar y me decanto por lo más simple. —Es peligroso estar ahí dentro en estos tiempos paranoicos, me basta con resguardar los secretos de mi familia y conocer otros acaba con la poca cautela—, en simples palabras lo que quiero decirle es que estar en el epicentro de todo, no es lo más prudente que me den información, cuando no tengo las mismas barreras que mi esposo para poder separar cada aspecto de su vida como si fueran compartimientos distintos dentro de un mismo edificio. Limpio una pelusa invisible de la rodilla de mi pantalón oscuro al continuar: —Mi bando es mi familia. Y si Ivar, mis hijos y nuestra mascota han elegido un bando…—. Apoyo un codo en mi rodilla, con la palma abierta para sostener mi barbilla. —Puesto que todos son inteligentes, no dudo de sus elecciones— sonrío, sé que esto tiene poco ver con la inteligencia, sino que hay algo que tira a todos de una manera más intensa, incluso en Simon que es tan racional en la mayoría de los casos.
De todos ellos tiran hilos invisibles que superan a su sentido común, y por eso es bueno un recordatorio antes de que las pasiones los cieguen. —Eres inteligente, no lo olvides. Por más que te metas en el juego de quién es más tonto aprovechando que te subestiman o que a veces pareciera ser que gana el más fuerza, siempre gana el más inteligente, y lo eres. Porque a veces las fuerzas no te bastarán para proteger a los tuyos, pero tu inteligencia lo conseguirá. Cuando lo dudes, recuerda que pudiste transformarte en animago cuando todos creían que eras un niño analfabeto. ¿Algo que tú quieras decirme o preguntarme?— inquiero, con el intento de una sonrisa amable para que hable en confianza. No pienso martirizarlo con un interrogatorio, no creo que sea quien tenga que darme respuestas y supongo que luego le contará a Ivar que ya sé que el perro no es un perro, pero tampoco sé si hay respuestas de su parte que vengan a cuento.
Muevo con mi pulgar de la mano derecho la alianza alrededor de mi dedo anular, como reacción al escuchar lo que me cuenta sobre una resistencia que no debería sorprenderme que exista a estas alturas, lo que me pone nerviosa es saber lo que implica que salga de sus labios. Ivar está al tanto, seguramente mis hijos también. Muchas veces sentí que estaba sosteniendo más de lo que podía y debía, que mis manos eran de cristal cuando trataba de tener en alto todo el peso de esta casa. —No lo sabía— musito, —el interés que demuestran por el norte debería haberme ayudado a darme cuenta—, después de todo Simon pasó casi un mes por ahí y Synnove lo eligió como lugar para mudarse, cuando podría haber elegido cualquiera de los otros distritos si lo que quería era simplemente vivir sola.
—Aprecio que me lo cuentes, aunque no espero que lo hagas más que en esta ocasión. La verdad es que cuanto menos sé, seré de más ayuda para ustedes, trabajo en el ministerio al final de cuentas y…— aprieto mis labios, lo veo complejo de explicar y me decanto por lo más simple. —Es peligroso estar ahí dentro en estos tiempos paranoicos, me basta con resguardar los secretos de mi familia y conocer otros acaba con la poca cautela—, en simples palabras lo que quiero decirle es que estar en el epicentro de todo, no es lo más prudente que me den información, cuando no tengo las mismas barreras que mi esposo para poder separar cada aspecto de su vida como si fueran compartimientos distintos dentro de un mismo edificio. Limpio una pelusa invisible de la rodilla de mi pantalón oscuro al continuar: —Mi bando es mi familia. Y si Ivar, mis hijos y nuestra mascota han elegido un bando…—. Apoyo un codo en mi rodilla, con la palma abierta para sostener mi barbilla. —Puesto que todos son inteligentes, no dudo de sus elecciones— sonrío, sé que esto tiene poco ver con la inteligencia, sino que hay algo que tira a todos de una manera más intensa, incluso en Simon que es tan racional en la mayoría de los casos.
De todos ellos tiran hilos invisibles que superan a su sentido común, y por eso es bueno un recordatorio antes de que las pasiones los cieguen. —Eres inteligente, no lo olvides. Por más que te metas en el juego de quién es más tonto aprovechando que te subestiman o que a veces pareciera ser que gana el más fuerza, siempre gana el más inteligente, y lo eres. Porque a veces las fuerzas no te bastarán para proteger a los tuyos, pero tu inteligencia lo conseguirá. Cuando lo dudes, recuerda que pudiste transformarte en animago cuando todos creían que eras un niño analfabeto. ¿Algo que tú quieras decirme o preguntarme?— inquiero, con el intento de una sonrisa amable para que hable en confianza. No pienso martirizarlo con un interrogatorio, no creo que sea quien tenga que darme respuestas y supongo que luego le contará a Ivar que ya sé que el perro no es un perro, pero tampoco sé si hay respuestas de su parte que vengan a cuento.
¿Hablé de más? ¿La he cagado de nuevo? ¿Qué me diría el resto de la familia si pudiera escucharme ahora? ¡Que no lo entienden, me da pena que esta mujer no sepa nada! Conozco los motivos, reconozco la necesidad de mantenernos seguros, pero no podemos seguir mintiéndonos los unos a los otros si se supone que estamos juntos en esto. ¿No es lo que me hicieron durante toda la vida? — Creo que ninguno aquí duda sobre lo que ha escogido. Me parece que el temor en realidad viene de la mano con las consecuencias — por eso mismo hago un gesto que indica que me cierro la boca y la floritura indica que me la estoy cosiendo. Un gesto un poco infantil, pero tratándose de mí debería significar bastante: nadie puede decir que soy bueno callándome de una vez.
Ella puede recordármelo y sé que soy listo, pero a veces sospecho que no tengo tanta materia gris como me gusta pensar; incluso, puedo apostar a que lo mío se basa más en instinto que en inteligencia. Me quedo en silencio, absorbo sus palabras y me atrevo a un tímido asentimiento — Yo… — ¿Qué más puedo decirle? ¿Cuál de todos los secretos que hemos guardado durante estos meses son dignos de ser expuestos, cuando la mayoría son picardías de adolescentes? Me froto el pecho, ahí donde siento cierto pesar y sacudo la cabeza — Solo tengo una pregunta — musito — Si no fuese por su familia… ¿Usted qué camino tomaría? — espero que no vea como que la estoy juzgando cuando clavo mi mirada en la suya — Sea por convicción, conveniencia o lo que sea. ¿Por qué pelearía si estuviera sola?
Porque ella ha expresado un punto que me hace creer que está con nosotros, pero también sé que no todo el mundo toma cartas en el asunto. Muchos prefieren la comodidad y la cobardía. Aún así, sé que estoy junto a alguien por demás plantado cuando me atrevo a darle un suave apretón en el hombro — No tiene idea de lo agradecido que estoy. No solo por cuidarme, sino también por tomarlo de esta manera. NeoPanem necesita a más personas como su familia — porque eso significaría que nadie más estaría juzgándonos con una venda sobre los ojos. Y por eso estamos aquí.
Ella puede recordármelo y sé que soy listo, pero a veces sospecho que no tengo tanta materia gris como me gusta pensar; incluso, puedo apostar a que lo mío se basa más en instinto que en inteligencia. Me quedo en silencio, absorbo sus palabras y me atrevo a un tímido asentimiento — Yo… — ¿Qué más puedo decirle? ¿Cuál de todos los secretos que hemos guardado durante estos meses son dignos de ser expuestos, cuando la mayoría son picardías de adolescentes? Me froto el pecho, ahí donde siento cierto pesar y sacudo la cabeza — Solo tengo una pregunta — musito — Si no fuese por su familia… ¿Usted qué camino tomaría? — espero que no vea como que la estoy juzgando cuando clavo mi mirada en la suya — Sea por convicción, conveniencia o lo que sea. ¿Por qué pelearía si estuviera sola?
Porque ella ha expresado un punto que me hace creer que está con nosotros, pero también sé que no todo el mundo toma cartas en el asunto. Muchos prefieren la comodidad y la cobardía. Aún así, sé que estoy junto a alguien por demás plantado cuando me atrevo a darle un suave apretón en el hombro — No tiene idea de lo agradecido que estoy. No solo por cuidarme, sino también por tomarlo de esta manera. NeoPanem necesita a más personas como su familia — porque eso significaría que nadie más estaría juzgándonos con una venda sobre los ojos. Y por eso estamos aquí.
Presiono mis dedos contra un lado de mi sien para aliviar esos nervios que pueden ser mis peores enemigos, quiero pensar que estoy sobrellevando todo esto de una buena manera y que podré finalizar esta charla sin caer en una ansiedad enferma de pensar todas esas consecuencias que traerán las decisiones que tomamos ahora, y siendo tan joven, ¿puede medir el impacto que tendrán para todas las vidas que se van vinculando? Se trata de eso al final de todo, de los lazos que fuimos creamos y que nos unieron a ciertas personas, nadie camina solo sino que seguimos o acompañamos los pasos de nuestros vínculos. —Si estuviera sola, si no me hubiera casado con Ivar, si no hubiera tenido a Synnove y adoptado hace poco a Simon, y si la mascota de nuestra familia no fueras tú…— contesto con calma, los dedos de una mano sigue haciendo girar la sortija de la otra, —apoyaría a los magos por encima de los muggles si esta fuera una guerra de dos bandos. Me niego a que tengamos que volver al silencio y que nuestro don nos haga parias, y porque cuando consigues después de mucho esfuerzo algo que importa tanto— abarco toda la sala con una mano, esta casa, esta familia,—si esto lo puedo tener porque la suerte está a favor de los magos, seguiría de ese bando para defender esa “suerte”—, y no menciono apellidos, porque no sigo apellidos.
Coloco mi mano sobre la suya cuando roza mi hombro, la retiro después de darle dos palmaditas. No hay mucho que pueda decir sobre mi propia familia, porque eso que es un halago no me hace parte, no tengo las mismas convicciones que Ivar ni hago nada más aparte de callar que tenemos a un supuesto criminal en la casa, que no lo sabía hasta hoy. —Los agradecimientos que sean siempre para Ivar, yo me conformo con saber que serás un buen amigo de mis hijos— al decirlo me pongo de pie, presiono mi mano alrededor de su codo con afecto y me aparto de él para salir de la sala, dando así por acabada esta conversación, la misma pauta que uso con mis hijos cuando abandono sus habitaciones en el punto final que yo decidí para nuestras charlas. —Si quieres puedes decirle que ya lo sé, da lo mismo a estas alturas— añado al avanzar por el pasillo hacia las habitaciones, supongo que lo hará en cuanto tenga oportunidad y es mi manera de hacerle saber que está bien. Masajeo mis párpados al seguir caminando, creo que necesito una siesta en que mi mente quede a oscuras para no pensar.
Coloco mi mano sobre la suya cuando roza mi hombro, la retiro después de darle dos palmaditas. No hay mucho que pueda decir sobre mi propia familia, porque eso que es un halago no me hace parte, no tengo las mismas convicciones que Ivar ni hago nada más aparte de callar que tenemos a un supuesto criminal en la casa, que no lo sabía hasta hoy. —Los agradecimientos que sean siempre para Ivar, yo me conformo con saber que serás un buen amigo de mis hijos— al decirlo me pongo de pie, presiono mi mano alrededor de su codo con afecto y me aparto de él para salir de la sala, dando así por acabada esta conversación, la misma pauta que uso con mis hijos cuando abandono sus habitaciones en el punto final que yo decidí para nuestras charlas. —Si quieres puedes decirle que ya lo sé, da lo mismo a estas alturas— añado al avanzar por el pasillo hacia las habitaciones, supongo que lo hará en cuanto tenga oportunidad y es mi manera de hacerle saber que está bien. Masajeo mis párpados al seguir caminando, creo que necesito una siesta en que mi mente quede a oscuras para no pensar.
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