La sanadora observaba al hombre que estaba sentado al otro lado de la mesa. No miraba a sus ojos, a su boca mientras hablaba. Tenía la mirada clavada en la mancha que se empezaba a extender a lo largo de su cuello y clavícula. Lo hizo con cierta tensión. Porque el hombre le pedía una poción para borrar esa marca, pero Elle solamente había visto marcas así en los libros de medicina mágica. Había muchos tipos de erupción cutánea, de veneno que causaba reacciones en la piel, de enfermedades que dejaban manchas, pero eso... Había algo en esa herida que no le gustaba nada a la rubia, y que le hacía pensar en las imágenes y dibujos que solía haber en los libros pajo el apartado de "enfermedades raras".

Respiró hondo y se colocó los guantes de látex, sin querer alarmarle antes de tiempo —No parece algo que vaya a irse solamente con una poción. Tendré que examinarlo un poco mejor— dijo, serena. Se levantó de su escritorio y tomó la varita, realizando un hechizo para determinar el nivel de posible contagio de la herida. Por suerte para ella y para toda persona que pudiera haber estado en contacto con el Director del Servicio Social, era nulo —No parece contagioso— informó. Paso a paso, eso ya era una buena noticia. Esas marcas seguían sin tener buen aspecto, pero por lo menos parecía algo que no se iba a extender hacia otras personas.

Dejó la varita encima de la mesa y se colocó al lado del hombre. Palpó sus ganglios de la garganta e hizo una mueca en notarlos inflamados. Le pidió que abriera la boca y, con un simple lumos y usando un palo de madera para poner encima de la lengua ajena, observó el interior de su garganta. Asintió y tiró el palo a la basura, dejó la varita en la mesa de nuevo y señaló la camilla que había a un lado de su despacho —Pase ahí, por favor— le pidió. Cuando ya estuvo sentado en la camilla hizo que colocara la cabeza hacia un lado y palpó la zona marcada, haciendo un reconocimiento, con las manos protegidas por los guantes de látex —¿Le duele?— preguntó, tocándole el otro lado del cuello para comparar —¿Cuánto hace que lo tiene? ¿Algún síntoma que haya notado?— inquirió, necesitada de información y datos que la ayudaran a acotar lo que le pasaba a ese hombre.

Elle se quitó los guantes y empezó a anotar cosas en su ordenador, para intentar sacar algún tipo de diagnóstico de todo eso. Escribió lo que le narraba el hombre acerca de las sensaciones que tuvo y de la situación de estrés superada recientemente —Las situaciones de estrés pueden afectar el funcionamiento de nuestro cuerpo y nuestro cerebro, a veces somatizamos y sacamos todo el estrés en forma de síntomas físicos— explicó —, puede que la ansiedad acumulada haya salido en forma de mareo, incluso podría tratarse de un ataque de pánico...— prosiguió, hablando mientras, con la vista clavada en su ordenador, terminaba de escribir.

Una vez terminadas las notas, la doctora tomó una cámara de fotografía instantánea y le sacó una foto a la herida. La pasó por una máquina que la amplió en el ordenador y empezó a examinarla, atenta —Pero aunque se tratara de eso, no me gusta demasiado esta herida. Habrá que hacer una biopsia. No será invasiva, se hará con procedimientos mágicos, pero recomendaría hacerla lo antes posible. Si es algo que pueda solucionarse con una poción o algún medicamento, cuanto antes empecemos el tratamiento mejor— aclaró.

La rubia desvió la mirada hacia el reloj de su despacho y luego volvió a mirar al Señor Lackberg —¿Tiene tiempo ahora?— le preguntó. Dejó la varita encima de la mesa y ladeó la cabeza —No suelo encargarme personalmente de este tipo de procedimientos, pero puedo hacer una excepción con usted. Para que se ahorre las colas, el pedir hora para la biopsia, todo eso— propuso. En parte porque creía fervientemente en la necesidad de examinar cuanto antes lo que estaba extendiéndose por el cuello de ese hombre. En parte, también, porque había cierta fascinación, cierta adrenalina profesional en querer descubrir qué era aquello que jamás había visto en ningún lado pero que le recordaba a heridas o infecciones que se daban cuando estaba en Europa, de joven, y empezó a ejercer y aprender.

La doctora le restó importancia con un gesto de mano cuando él habló sobre su voluntad de mantener esas fotografías privadas —No se preocupe, señor Lackberg, puede llevarse las fotografías usted mismo cuando terminemos, si así lo desea— le concedió. A ella le interesaba más la biopsia y sus resultados que una simple fotografía de la mancha en su cuello. Además, la rubia estaba bastante segura de que lo que estava viendo en el cuerpo de ese hombre se quedaría grabado en su cerebro durante un buen tiempo.

El hombre no era estúpido, entendió la urgencia tras las palabras de la sanadora. Aun así, Elle tampoco quería alarmarle sin razón probada —Sinceramente, todavía no lo sé. Podría ser muchas cosas distintas. En parte por esa curiosidad profesional le estoy ofreciendo trato preferente— reconoció, con una sonrisa amable. Dirigió su mirada de nuevo a las fotografías y ladeó la cabeza, pensando —Sin duda es algo que se está extendiendo. Por la forma y las marcas, crece. Habrá que ver cómo se puede frenar. Y también es algo que está atacando el sistema inmunológico y, probablemente, de alguna forma, el funcionamiento de su cerebro. Pero todo esto son solamente suposiciones mías— aclaró.

Elle tomó su varita y señaló el otro lado de su despacho, donde había una camilla habilitada para su paciente —Si es tan amable... desnúdese de cintura para arriba y túmbese aquí, le haré la biopsia. No se preocupe, no le dolerá— dijo, mientras cerraba la puerta y empezaba a hacer hechizos con el objetivo de esterilizar los instrumentos con los que llevaría a cabo la prueba.

La sanadora acercó un taburete de ruedas al lado de la camilla y tomó asiento, mientras el hombre terminaba de acomodarse. Escuchó las palabras de Lackberg y se encogió de hombros, con algo de duda. Sí, podría ser un caso aislado, pero a la sanadora no le gustaba dar falsas esperanzas cuando tenía delante casos que no pintaban bien. Y lo que tenía ese hombre en la piel no tenía buena pinta —Bueno, no nos adelantaremos a los acontecimientos... Ni para bien ni para mal. Cuando tenga los resultados de eso sabremos mejor qué le pasa— dijo, serena.

Ajustó los guantes de látex en sus manos y esterilizó la estancia con un hechizo simple. Luego, con otro movimiento de varita, hizo que todo el torso del hombre, y la parte afectada de su cuello, quedaran anestesiados. Se colocó la máscara en el rostro para no contaminar nada, también. Con sumo cuidado tomó sus utensilios y, mirando que el hombre estuviera cómodo en todo momento, empezó el procedimiento —Si en algún momento nota mareo, malestar o dolor, avíseme, por favor— dijo, concentrada en no hacer ningún movimiento en falso.

Cuando hubo tomado la muestra, cerró la herida del hombre y limpió con esmero pero sumo cuidado la zona de piel que había operado. Se levantó del taburete mientras se dirigía hacia su escritorio con la muestra en una mano y deshizo la anestesia del hombre con un gesto firme de varita —Puede vestirse otra vez, y sentarse— le concedió, mientras colocaba la muestra en distintos tubos y aparatos, queriendo ser capaz de darle al hombre una respuesta rápida a la gran duda que se leía en la preocupación de su rostro: ¿realmente era algo grave? Y la rubia, por mucho que lo detestara, se temía que sí —Intentaré encontrar una respuesta a todo esto lo más rápido posible— le dijo, sincera.