The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
No puedo decir que las últimas semanas hayan sido fáciles, porque sé que a partir de ahora no va a haber ninguna que se pueda categorizar como tal, no hasta que por lo menos las aguas se hayan apaciguado, y eso incluye ahogar a mi padre en ellas. Hasta que eso no ocurra, bajar la guardia es una tarea que se torna prácticamente imposible, y no quiero volver a meter la pata, así que estoy haciendo un gran esfuerzo por no reaccionar a la mínima, mantener una rutina constante que comprende no hacer estupideces. Que no las hago por costumbre, pero parece que alguien ahí arriba se está cebando con querer que el pasado llame a mi puerta a diario, si no es con una cosa es con otra, si no es en forma de pesadilla en figura humana directamente.

Pero tanto para una cosa como para otra, sé que tengo que aprender a cerrar etapas, incluso cuando ellas mismas se presenten como líneas paralelas sin un final concreto. Quizás debería empezar a verlas más como un ciclo, círculos cuyo principio y fin sean el mismo punto, porque sé que si miro por el comienzo, voy a querer darle un desenlace, uno que por el momento no está claro en estas tierras movedizas por las que me estoy moviendo. De igual forma, líneas o círculos, hay ciertas cosas que permanecen fijas en el tiempo, un recuerdo guardado profundo en la memoria, o algo tan simple como un peluche viejo. ¿Veis que el pasado tiene curiosas formas de perseguirnos incluso cuando nos esforzamos por enterrarlo bajo un montón de nuevas memorias? A veces es solo cuestión de dejarlas emulsionarse unas con otras, ¿y qué mejor para eso que Pelusa con su ojo perdido y orejas descosidas?

No, no penséis que voy a devolverla tal que así, me paso bastantes días recorriendo tiendas de costura en busca de un gemelo que concuerde con el ojo que aun no se le ha caído a pesar de que los años no le han hecho un favor a la coneja. Tampoco entiendo mucho de coser, pero no he querido utilizar la varita porque creo que esto requiere de una mano delicada que sé que puedo tener cuando se trata de este peluche. Digamos que si lo comparas con todas las cosas que mi hermano, Lara e incluso Mo han podido comprarle al bebé pues no parece gran cosa, porque ha perdido bastante el color y el relleno ya no es lo que era, pero estoy haciendo lo que puedo con lo que tengo, y eso, junto con la historia que viene detrás, creo que es mucho más de lo que se podría comprar con dinero.

Bien, puede que la niña que llevo dentro salga a la luz cuando tiro del brazo de mi hermano hacia el salón de casa. Le obligo a sentarse en el sillón ejerciendo algo de fuerza sobre sus hombros con mis manos, pero apenas soy capaz de contener una sonrisa. — De acuerdo, ahora quédate ahí, y no mires hasta que regrese. — podría haberla traído conmigo, pero eso me hubiera quitado de la expectación y el misterio, de modo que vuelo por las escaleras hasta atrapar el peluche y esconderlo detrás de mi espalda cuando vuelvo a estar frente a la figura sentada de mi hermano. — Te daré una pista primero: tiene bigotes y le gustan las zanahorias, una vez la ahogué en la piscina y solía estar tuerta. — se me escapa una risa, a sabiendas de que me excedí en ayuda, si no lo adivina después de esto voy a sentirme tremendamente decepcionada.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Dime que no vas a venirme con que también estás embarazada, porque no sé si podría soportarlo — intento bromear, aunque hay cierto tono de ruego en mi voz en lo que me dejo arrastrar por mi hermana hasta el sillón de su sala. No tengo idea por qué se ha puesto tan efusiva cuando supo que pasaría por su casa como visita semanal después del trabajo, porque no es algo que se salga de lo común ahora que estamos relativamente cerca. Me sorprende lo fuerte que puede llegar a ser cuando se pone en mandona y sé, por experiencia de infancia compartida, que no debo ponerme en contra de sus caprichos en lo que me acomoda en el sillón y consigue que la mire desde mi postura más abajo, alzando el mentón con la mejor expresión de alguien que no va a moverse porque tiene miedo de ligar un mordisco — ¿Tengo que quedarme a ciegas hasta que vuelvas? ¿Qué es tan importante? — lo último ya lo estoy gritando porque ella desaparece por las escaleras, así que me obligo a cerrar los ojos cuando regresa, a pesar de que tengo ganas de pispear.

Suerte para mí, esconde lo que sea que tenga detrás de su espalda, así que no puede culparme de abrir un ojo y encontrarme con su sonrisa impaciente — No me digas que compraste un conejo, suficiente tengo con los perros… — es lo primero que se me ocurre decir, aunque lo siguiente que suelta me da a entender que estoy equivocado porque no hay manera de que esas palabras tengan sentido con un ser vivo. Me acomodo con las manos unidas entre mis rodillas separadas y creo que soy la expresión de una incógnita hecha persona, hasta que los hilos empiezan a tomar forma y algunos recuerdos saltan como pequeñas chispas — No, debes estar bromeando…

Me estiro y doy gracias a ser lo suficientemente largo como para tantear detrás de ella y mis dedos tienen la memoria suficiente como para saber lo que sostengo sin siquiera mirarlo. Pelusa aparece frente a mis ojos, mucho más sana de lo que la recuerdo y con un tamaño minúsculo en comparación a lo que solía ser para mí cuando era un niño, pero puedo apostar mi vida a que se trata del mismo juguete. Intento rememorar cuándo fue la última vez que le vi, me doy cuenta de que no puedo hacerlo. Pero está aquí, es real, la tengo entre dos manos adultas que distan mucho de las del mocoso que arrastraba ese peluche hasta que se lo heredó a su hermanita menor — Phoebs… — la sorpresa le da paso a una sonrisa divertida y vuelvo a mirarla, arqueando mis cejas — ¿Cómo es que aún la conservas después de todos estos años? — porque mientras yo me encargué de guardar todas las memorias en cajones, ella ha conseguido mantener esta intacta.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
¿Qué pasa con los hombres en esta familia que solo quieren embarazarme? ¡No, no estoy embarazada! — que sé que sólo lo ha dicho con otra intención, pero aun así me veo obligada a recordarle que por el momento no voy a salirle con esas. — ¡Dije que no mires! — le chisto cuando le veo atreverse a abrir un ojo, siendo consciente de que la voz me sale un poco chillona y siento una especie de dejavú que me lleva a épocas donde pegarle alaridos a mi hermano formaba parte de mi día a día. Bueno, algunas cosas nunca cambian. La ocurrencia que le lleva a soltar lo primero que se le pasa por la cabeza me hace reír, porque no tenía pensado regalarle un conejo de verdad a su hija, no después de que hayan comprado perros. Podrían comérselo, ¿y qué imagen daría eso a la niña? Trauma de por vida. Pero yendo por otro lado, parece que al final sí termina por captar a lo que me estoy refiriendo, lo que me lleva a mover la cabeza de un lado a otro en negación con una sonrisa de oreja a oreja. No, no estoy bromeando.

Sus brazos alcanzan a Pelusa antes de que pueda girarla para revelarla por mi cuenta y paso a encontrarme con las manos vacías en cuanto las suyas se hacen con el peluche. Puedo ver en su rostro el reconocimiento, los segundos de silencio me confirman que las memorias de ella están aflorando dentro de su cabeza, lo que me produce una extraña sensación nostálgica en el estómago. Paso a sentarme a su lado, sin apenas poder quitarme la sonrisa del rostro, o rebajarla un tanto. — ¿Cómo siquiera puedes hacerme esa pregunta? Vamos, llevaba a ese peluche a todas partes, cuando papá fue a buscarme al colegio no fue una excepción. — explico, a pesar de que no la veía necesaria. Eran otros tiempos, donde la pedazo de basura que tenemos por padre aprovechó la oportunidad de tener que regresar sola a casa para poner en marcha su objetivo. — La he mantenido conmigo desde entonces. Es una tontería, pero para una niña que terminó por no tener nada, aferrarse a un peluche no parecía tan malo. — que por lo menos tenía más utilidad que un montón de libros de escuela en las noches solitarias y llenas de penumbra. No es una historia agradable, pero a pesar de que la sonrisa se debilita por unos segundos, se sigue manteniendo curvada. — A veces me olvidaba de que tenía una familia siquiera, ¿sabes? Pelusa era como el recuerdo vivo que necesitaba para saber que existíais, o de que lo hicisteis al menos. — suena ridículo, pero llegué a apegarme a ese peluche con una dependencia bastante crónica.

Pero no voy a ponerme sentimental o deprimente, no es la intención con la que la he regresado a nuestras vidas, por lo que aclaro un poco la garganta para retornar mi voz a un tono algo más alegre. — ¿Has visto que está más arreglada? No sabes la de veces que la he tenido que lavar a base de lejía, y aun así, espera… — acerco mi nariz a la cabeza de la coneja para comprobar una cosa antes de volver a estirar la espalda en lo que una risa boba brota de mis labios. — Sí, sigue oliendo como la recuerdo, a casa. Pero te prometo que no hay resto de lágrimas, ni de babas, está completamente aseada. — que viendo los lugares por los que ha pasado ese peluche, casi que debería preocuparse por algo así como pillar el ébola o una infección grave más que por mis babas, pero… Le estampo un dedo en la cara a Pelusa. — ¿Y ves? Ya no le falta un ojo, así que no hay que preocuparse por pesadillas que acaben en trauma. — creo que no me estoy explicando en mi intención, a pesar de que me he esforzado mucho en que se note hacia dónde quiero tirar. Por eso mismo, acaricio el peluche en mi recorrido a retirar la mano para que quede solo entre las de mi hermano. — He pensado… si tú quieres, podrías dársela a tu hija cuando nazca, como tú me la diste a mí cuando nací. — una sonrisa tímida surca mi rostro en lo que alzo la mirada hacia sus ojos, tan parecidos a los míos.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
El peso de mi hermana a mi lado es casi tan real como las memorias que me trae a la mente con ese comentario, intento por todos los medios que no me cambie el rostro, pero sé que es un poco imposible. Había llegado a casa en un horario diferente al de todos los días, lo recuerdo como si fuese ayer. Jamás llegué a decirle que le fallé porque había conseguido una cita bastante idiota, por cierto. Papá lo sabía, fue de puro accidente y no me importó demasiado, estaba muy concentrado en lucirme tanto como un mocoso de esa edad podría hacerlo, en especial después de haber ganado un premio de ciencias políticas que me valió la nota más alta de la clase. Ni Phoebe ni Pelusa volvieron a casa ese día y nadie me dio respuestas por un largo tiempo, tuve que hacerme la idea por mí mismo hasta que Hermann confesó lo que había hecho — No fue nada malo — no sé si la estoy consolando o dándole la razón, pero mis dedos se aferran con más fuerza al conejo. Le sonrío a medias, echándole un vistazo a mi hermana — No sé lo que tuviste que pasar, pero podemos ir dejándolo atrás… ¿No crees? — ya somos adultos, nuestro padre ya no puede tocarnos. No es algo que pienso permitir.

Le doy la vuelta al peluche para comprobar lo que está diciendo y desviarnos de la charla amarga, como ella la olfatea yo hago lo mismo. Hay un toque familiar en ese aroma, Phoebe es quien lo pone en palabras y me saca una risa estrangulada — No comprendo cómo te tomaste tal molestia con un juguete viejo — que en parte sé por que, porque se trata de cuidar las memorias, así que no es un reproche. Mi dedo pica el ojo nuevo, lo que me hace reír entre dientes — ¿Recuerdas como se rompió? Es algo que he olvidado — casi ni recuerdo como era antes de quedar tuerta, así que para mí es más extraño el ver su rostro completo y no al revés. Estoy por ponerme a enumerar los traumas con los cuales la fastidiaba cuando éramos niños, muchos diciendo que Pelusa había perdido un ojo porque lo había masticado un insecto gigante, cuando sale con algo que tendría que haber sido obvio y que, en realidad, me deja mirándola con la sospecha de que se me estruja algo cerca del corazón.

Hay ciclos en la vida, eso lo he aprendido hace tiempo. Muchos, la gran mayoría, siempre quedarán abiertos. Jamás pensé que el peluche que decoraba mi cuna y pasó a la de mi hermana solo por cariño infantil fuese a aparecer hoy, con mi yo actual de más de treinta años. Ahora pienso en la cuna de mi futura hija, un cierre de ciclo y uno nuevo. Me relamo lentamente los labios para darme el tiempo a recuperar la compostura y la voz — Eso es… — no encuentro la palabra, así que le sonrío con la misma timidez que surca sus labios — Me encantaría, Phoebe. Estoy seguro de que va a gustarle y espero que ella pueda mantener los dos ojos en su lugar — paso las yemas por las orejas del juguete, en una caricia tan cariñosa que dudo que alguien esperase verme así con un artefacto infantil — Gracias por este gesto. Quizá es momento de que Pelusa tenga mejores recuerdos — aunque tampoco todos fueron malos. Sí, peleábamos mucho, pero nada que un par de hermanos no haya hecho alguna vez. Le regalo a mi hermana una de mis manos, tomando la suya con suavidad para darle un beso sonoro en los nudillos — Prometo que seguirá oliendo a casa y si alguna vez sí tienes hijos, llegará completa a ellos — hay cosas que se cuidan, los recuerdos de la familia es una de ellas.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Afirmo con la cabeza, que Pelusa se encuentre aquí ahora mismo entre nosotros, con dos ojos y bastante más limpia que desde hace años, es el resultado de todas las cosas que quiero dejar atrás. Porque si se trata de cerrar etapas, quiero que al menos sea bajo mis términos, y aunque sé que por mucho que quiera hacerlo, hay ciertas cosas a las que simplemente no puedo ponerles un telón delante, espero que este gesto me lleve un poco por el camino de la aceptación. Obvio que no será un recorrido perfecto, pero al menos tengo la certeza de que estoy haciendo lo mejor que puedo con lo que tengo, que es mucho más de lo que me hubiera imaginado hace un tiempo.

Mi cara debe estar simulando la que pondría Pelusa de poder mover sus facciones, de completa indignación, a la que le sigue un ruedo de ojos. — No fue una molestia, creo que mi yo de seis años hubiera estado bastante decepcionada conmigo si llego a devolverte a Pelusa en esas condiciones. — aunque creo que estaría más decepcionada todavía de saber que le estoy dando el juguete por voluntad propia, pero ese ya es otro tema. Aparto un segundo la mirada de mi hermano, llevando los ojos al techo como si estuviera indagando en lo más profunda de mi memoria en busca de ese recuerdo. — Creo que simplemente se le cayó al ir descosiéndose con el paso del tiempo, aunque no me sorprendería que tú se lo hubieras arrancado en venganza por alguna tontería. — de ser así, también pienso que lo recordaría, pero el comentario me saca una risa por la posibilidad. Porque veamos, ¿cuándo Hans no amenazó con hacerle algo al peluche si no hacía lo que él quería? Si tuviera que contarlas, la espera se haría eterna antes de saberlo con certeza.

Aun así, con todo, parece que el conejo tiene el efecto que esperaba en él. Sonrío con algo más de intensidad, en contraste con lo tímido que comienza esa curva y pronto me doy cuenta de que me duelen un poco las mejillas. — No tienes que agradecerme, era tuya después de todo, a Pelusa le gustará tener una nueva dueña, alguien que no la ahogue en la piscina o la lleve a fiestas del té. — porque de esas también tuvo muchas, si hay algo que tiene ese conejo es modales y ética de conducta. A lo siguiente solo puedo que reírme, ladeando un poco la cabeza en compañía. — ¿Mejores recuerdos que tu boca a boca en pleno verano? No lo creo. — no sé en qué momento se me ocurrió que era una buena idea meter a un peluche con relleno en una piscina, o siquiera pensar que podría ahogarse cuando es más que obvio que los juguetes no pueden morir, pero en el momento la histeria fue muy real, tanto como para obligar a mi hermano a que reanimara a la pobre coneja. Era tan ingenua. — Me alegra de veras que te guste la idea, es bueno saber que alguien más podrá necesitar de ella. — sujeto sus dedos en un pequeño apretón, que me lleva a sonreír en lo que apoyo un segundo la cabeza sobre su hombro antes de volver a echarle una mirada. — No eras el único que quería deshacerse de la pobre Pelusa en su día, Charles también lo ha intentado un par de veces. — bromeo, a pesar de que no hay una pizca de mentira en mis palabras. Casi lo mato por querer apostarla.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No, tampoco me sorprendería — cuando lo veo a la distancia, estoy seguro de que podría haber sido un mejor hermano. No fui malo, me tomé la molestia de cuidar de ella lo mejor que sabía considerando que era solo un niño, pero tenía una manía constante con hacerla chillar, como si sus rabietas fuesen lo más entretenido de la jornada hasta que alguien más lo intentaba por mí. Intento hacer memoria pero me resulta imposible, no viene a mí ninguna masacre contra la pobre coneja, así que descarto mi maldad como la culpable de su condición tuerta.

Hay algo extraño en lo que me dice, me cuesta aún el imaginarme a la bebé como una niña que algún día podrá crear sus propias fiestas de té o ir a la piscina, ahora que tenemos dos casas en las cuales podrá divertirse porque jardines y agua es algo que no va a faltarle. Sé que será una niña consentida, ya tiene más de diez cochecitos y ni siquiera ha nacido, pero todo esto me produce sensaciones cálidas que no puedo describir y que no dejan de sorprenderme con el correr de los días — Oh, rayos. Me había olvidado que Pelusa había recibido mi primer beso — musito con un meneo de la cabeza, como si en verdad estuviese lamentándome de haber perdido esa experiencia con un peluche. Y no, ahora que lo pienso jamás podría olvidarme de Phoebe y su expresión de eterna preocupación mientras se sujetaba los cachetes con sus manitos, esperando a que Pelusa vuelva a vivir después de su incidente en la piscina — ¿Cómo no iba a gustarme? Phoebs, es genial. Siento que no puedo pasarle mucho a mis hijas, al menos no de mi pasado — las razones ni hace falta aclararlas — así que esto es simplemente perfecto. Va a gustarle, ya lo verás — y si no lo hace, encontraré el modo.

Creo que es la primera vez que me dice algo sobre su prometido que me hace reír por lo bajo, aunque sea de manera sincera. Acomodo a Pelusa entre nosotros, sentándola como en los tiempos que solíamos compartirla para mirar películas de dibujos animados, aunque en esta ocasión lo hago para ver cuánto espacio es el que ocupa ahora y cómo es que nuestras piernas se han estirado tanto — Lara tenía mi figura de acción del general Kesibi — sé que es una confesión inesperada, así que me apresuro a dar una aclaración — Estaba entre sus cosas, con mis iniciales incluidas. Resulta que ella era la niña que me lo quitó en el parque hace mil años y… las vueltas de la vida — estamos todos reunidos, de maneras más que extrañas — Así que podemos decir que la bebé tendrá varios juguetes viejos con los cuales entretenerse, al menos cuando tenga la consciencia como para hacer algo más que babearlos — ahora que lo pienso, quizá el general será un juguete para cuando sea un poco más grande.

Apoyo mi espalda en el respaldar, inquieto por la extraña adrenalina causada por los recuerdos más positivos de una infancia que crucifiqué como traumática. Analizar a Pelusa entre nosotros me hace brotar otra clase de preguntas, aunque soy cauteloso cuando mis ojos buscan analizar los rasgos de mi hermana para saber hasta dónde puedo llegar — ¿Ha sido difícil para ti? Sé que era lo que tenías, pero podrías haber dejado que Charles la quite del medio. Llegó un punto donde no debiste necesitarla y no sé… bueno, a veces es lindo dejar ir a las cosas — sea objetos materiales o resentimientos.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Ese chiste me hace reír, aunque es una risa poco sonora que en realidad solo me produce despojar mis pulmones de aire en lo que mis mejillas se ensanchan un poco más de la cuenta. Una parte entiende lo que quiere decir, porque hay veces que cuando estoy con Meerah siento que debo cuidarme las palabras con algunos detalles. No sé hasta qué punto conoce nuestra verdadera historia y siento que no fue fácil hacer un resumen de ello después de lo que ocurrió con Hermann en Navidad. Y aun así… — Tenemos malas memorias, pero eso no significa que no hayamos tenido otras medianamente buenas, quizá deberíamos centrarnos más en esas a partir de ahora.  — puede que me esté excediendo en esto, pero me atrevo a mirarle como si lo que estuviera diciendo no fuera del todo tan malo. — Apenas mencionamos a mamá y siento que para ella sería más trágico que la mantengamos en silencio que el hecho de hablar sobre ella. — no recuerdo mucho de mi madre, apenas tenía siete años cuando murió, pero de lo que sí me acuerdo, la mayoría, por no decir el cien por cien de mis recuerdos, son buenos.

Como muchos otros, el problema es que nos hemos dejado llevar por lo que duele, no nos hemos dado el derecho a sanarlo porque le pusimos una venda al momento de que esas memorias empezaran a infectarse. Suena un poco triste, no voy a mentir, si le sonrío antes de hablar es porque pretendo cambiar eso, aunque sea solamente esta tarde, porque ya puestos a desmantelar momentos pasados, que sean felices al menos. — ¿Recuerdas al vecino que solía venir disfrazado de Papá Noel en Navidad? Con el saco lleno de todavía más regalos y chocolatinas, después de cenar en el jardín de casa. — sonrío por la tontería, que en el momento era más emoción que tontería y yo realmente pensaba que era el gordo de barba blanca el que había venido hasta nuestra casa exclusivamente. Fue después que me enteré que era el vecino al que pagaban por hacer el paripé unos minutos, cuando el mismo dejó de hacerlo tras la muerte de nuestra madre. — Jack haría de un buen Papá Noel para Mathilda. — bueno… eso me lo saco de la gorra, pero sé que son buenos amigos y además vecinos, así que para mí tiene toda la lógica. — ¿Y las meriendas de mamá en el parque con los patos? Me mordió un cisne una vez en la mano, ¿te acuerdas? Tenía el pico negro y tú me dijiste que no me acercara. — obviamente no le hice ni caso porque en aquel momento mi fascinación por los ponis también iba asociado a cualquier ser viviente, de modo que me tuve que aguantar por boba. — No sé si hay lagos con patos en el capitolio, pero aquí sí creo que podamos hacer nuevas memorias, Hans, sin la necesidad de enterrar las otras. — la sonrisa que le muestro es algo lastimera, pero también está llena de nostalgia. Porque puede que no tuviéramos la infancia ideal, pero por un tiempo sí tuvimos la oportunidad de ser niños, a pesar de que no durara mucho.

Lo que dice a continuación deja a un lado memorias de una casa que podría considerarse cliché, pero necesito un momento para asimilarlo de forma que no me salga la risa. En su lugar, mis cejas se arquean y abro la boca con intención de decir algo congruente, aunque se queda en un intento porque me toma completamente por sorpresa, por no decir incredulidad. — ¿Lo dices en serio? — me apoyo sobre el respaldo con un brazo, moviendo mis piernas para quedar sentada ligeramente sobre ellas al subirlas al sofá, pero apenas despego la vista de mi hermano con una mirada divertida. — Que… extraño que es eso, ¿no crees? Una niña te roba un juguete en el parque y resulta que más de veinte años después, esa misma niña se queda embarazada de ti. — mi cara intenta reflejar lo turbio que suena eso, no sé si turbio, pero raro de narices sí que es. — Es como cuando alguien se toma una foto y resulta que la persona que está detrás y que nada tiene que ver con ella termina por ser su marido años más tarde. Qué cosas, ¿eh? — me sale reírme, a pesar de que muy en el fondo este tipo de coincidencias me llegan a producir una sensación rara en el cuerpo. Que no deberían, vaya, si por algo dicen que existe el destino.

Que se ponga tan serio de repente me hace mirarle con más detenimiento, posando la cabeza sobre la mano del brazo que se apoya en el respaldo, ladeada hacia él. — Si Charles la hubiera quitado del medio no estaríamos teniendo esta conversación en primer lugar, así que no hay mal que por bien no venga. — y sonrío, pese a saber que no es precisamente por ahí por dónde quería tirar. ¿Realmente fuimos sinceros el uno con el otro, después de todo este tiempo? ¿O solo nos dedicamos a ignorar el tiempo distanciado cubriéndolo con una sábana? Le observo, aunque pronto paso a analizar mis propios dedos, pellizcando mis uñas con la otra mano. — Supongo, pero hay cosas que uno nunca puede dejar ir, Hans. — no sé si va a pillarme el punto en esa frase, tuvimos una infancia compartida, pero los años separados pueden llegar a resultar muy pesados. — He hecho algunas cosas de las que no estoy orgullosa y me han usado para otras de las que preferiría olvidarme, pero no es tan fácil. — no es tan simple como lo pinta, como cuando alguien padece de depresión y el único apoyo que recibe es ‘oh, pero solo deja de estar triste’. No funciona así, si lo hiciera, no estaríamos hablando sobre esto. Hay ciertas cosas que a uno le marcan, no se pueden dejar atrás algunas heridas, por algo las cicatrices permanecen en la piel. Uno solo aprende a vivir con ello, a pesar de que entiendo a lo que se quiere referir.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Jamás he sido una persona de labios carnosos, pero creo que mi boca desaparece de lo mucho que la presiono al tragarme las palabras. Mi madre era una buena mujer, se merecía mucho más que un silencio eterno sobre su muerte como si el accidente hubiese convertido su existencia entera en un tabú que ninguno de sus dos hijos, esos que ella tanto cuidó hasta el último momento, pudiese mencionar. A veces creo que es porque simplemente duele demasiado, porque no dejamos de ser esos niños escondidos en las escaleras que escuchaban los gritos y que se cubrían las orejas esperando que la tormenta pase. El nudo de mi garganta impide que diga demasiado sobre los recuerdos de esas Navidades, solamente me encuentro a mí mismo con un asentimiento algo pobre. Al final, me aclaro un poco con un ligero carraspeo — el señor Peabody — mascullo al final, creo que tengo una mejor memoria que ella en esos detalles, particularmente culpa de la edad. Me río con desgano porque la imagen de Jack como Papá Noel se me hace un poco fuera del contexto habitual, pero es lo siguiente lo que me regresa al habla normal — Creo que se trata de aceptación — una que yo mismo he estado negando, para variar — No sé tú, pero yo he pasado mucho tiempo fingiendo que esas memorias no habían ocurrido. Ahora simplemente no puedo hacerlo — porque la vida ha dado muchas vueltas hasta ponernos en este sillón, con un juguete viejo y un futuro que nos pide a gritos que sanemos.

¿Por qué me lo inventaría? — pregunto con cierta duda, que no se me dan muy bien las cursilerías salidas de la galera. Intento pensarlo cómo lo pinta, arrugo un poco la nariz por el modo que tiene de ejemplificarlo y me muerdo la lengua antes de hablar — Por alguna razón nos conocimos, supongo. De alguna manera siempre estuvimos en contacto, incluso cuando lo ignorábamos. No creo que hayamos estado destinados a estar juntos, no soy un creyente de esa clase de historias, pero tal vez hace que todo esto tenga un poco más de sentido. La casa, un bebé… ya sabes — todo lo que jamás pensé que me agradaría el tener, demasiado enfrascado en lo que la vida me había presentado con facilidad. Nadie puede decir que no tenía casi todo servido en bandeja, no podría siquiera molestarme en buscar otra cosa.

Supongo que tiene razón. Pelusa es testigo de un montón de cosas, tanto buenas como malas, que alguna vez tendrían que haber florecido para que lleguemos a este punto. Me gustaría decir que nada tiene sentido el lamentarnos ahora, pero lo que dice me hace sentir una incomodidad desconocida, esa que se plasma en mis ojos y busca algún indicio en sus facciones — ¿Usado? — repito sus palabras con un tono desconfiado, mis cejas se arquean de manera tal que se me arruga la frente — Phoebe, sé que estuve lejos por mucho tiempo y me echo la culpa por no poder dar contigo cuando más me necesitaste, pero… ¿Hay algo en particular que quieras decirme? — porque siempre ha hecho lo mismo. Desde que es niña, mi hermana tiene la manía de soltar migajas hasta que uno encuentra la bomba que se ha estado armando por sí sola, como si no fuese lo suficientemente valiente para enseñarla con todos sus ángulos. Me acomodo en el sofá, un poco más cerca de ella — No voy a juzgarte — porque sé que su vida debió ser tan miserable como la mía, aunque en veredas diferentes.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Algo tan concreto como el nombre de nuestros vecinos de la infancia no es algo que permanezca en la memoria, pero ahora que es él quien lo menciona muevo mi cabeza en asentimiento, me brota una sonrisa en los labios al recordar la gracia que me producía su apellido cuando era una niña. Creo que alguna vez llegué a llamarlo cuerpo de guisante en su presencia sin darme cuenta. — Supongo. — es la respuesta más honesta que puedo darle ante lo que dice, a pesar de que no tardo mucho en explicarme. — Siento que si hiciera como si nada hubiera ocurrido o rechazando esos recuerdos, me estaría negando a una parte de mí misma. — porque yo soy la primera que preferiría no tener que recordarlo nunca, pero eso no quita que fueran experiencias en nuestras vidas, las que me atrevo a decir nos marcaron más que otras, uno no puede simplemente ignorar que esos recuerdos hayan existido.

Hasta el momento no me había dado cuenta de lo raro que se siente escuchar esas palabras de boca de mi hermano, como si no pudiera asimilar que somos las mismas personas que hace apenas un año. — ¿Lo hubieras creído? — bueno, no tiene mucho sentido esa pregunta si no la pongo en contexto, así que procedo a una explicación. — Que estaríamos así, tú y yo, cuando no hace mucho más de un año que apenas sabíamos nada el uno del otro. — ese pensamiento me hace poner muchas cosas en perspectiva, quizás algo que debería extender un poco al resto de días, porque no es un mal momento para recordar lo afortunados que somos ahora. — Pasamos por mucha mierda, pero aquí estamos, compartiendo sofá con Pelusa en medio, como en los viejos tiempos. — yo a punto de casarme y él a nada de tener su segunda hija, para que luego digan que las cosas no llegan a resolverse por su cuenta. No creo siquiera que nuestros yos de cuándo éramos enanos se lo hubieran creído.

Retiro apenas la vista de mis dedos, recorriendo su rostro con mis ojos para poco después sacudir la cabeza muy lento en lo que la vuelvo hacia mis manos. — No tienes que echarte la culpa... Nunca ha sido tu trabajo el cuidar de mí. — aunque lo haya tomado como tal, inducido por la seguridad de una promesa entre niños compartiendo meñiques. Sé que ese trabajo es solo mío, o al menos, lo aprendí lo suficientemente joven, como consecuencia de una persona que se desentendió de su deber como padre. Aparto mis manos y me escurro en el sofá para pasar a apoyar mi cuello en el respaldo y mirar hacia el techo, mis pies apoyados en el sillón en lo que paso mis palmas por mis piernas antes de por fin dignarme a mirarle. Tanteo un segundo el terreno, porque se me hace un poco irónico esa expresión salir de sus labios viendo a lo que se dedica, cuyos principios se basan en juzgar a la gente, y la verdad es que no sé por qué lado va a mirarme, si por el de juez de trabajo o hermano de familia.

Me lleno el pecho de aire y lo expulso casi a la misma velocidad, separando mis rodillas de forma que quedo sentada como un indio en el propio sofá y mis hombros se van un poco hacia delante al desinflar mis pulmones. — En el norte, nunca nadie me conoció por Phoebe, solía ir por Mae, ya sabes que es mi segundo nombre, por eso probablemente nunca dieras con alguien que lo supiera. Tampoco es muy relevante, allí no importa mucho tu identidad como lo puede hacer que sirvas para algo. — no le miro cuando hablo, vuelvo a traer el jugueteo entre mis dedos, aunque si que le dedico una mirada breve antes de continuar. — ¿Sabes cómo perdí la virginidad? — no espero que conteste, pero tampoco le doy tiempo a que lo haga. — Con un tipo borracho, quizás diez o más años mayor, en un coche medio abandonado por un par de monedas. — no le digo que apenas tenía diecisiete años, creo que es evidente por como mi voz se acongoja y paso a frotarme la nuca con una mano. Si no es porque estoy haciendo de tripas corazón, probablemente me echaría a llorar siquiera antes de terminar. Pero creo que nunca he llegado a llorar frente a mi hermano desde que nos encontramos, no pretendo empezar ahora. El suspiro que suelto a continuación deja en claro que me estoy pensando como poner los recuerdos en palabras, en especial cuando aprieto los párpados con fuerza un segundo. — Solo ocurrió una vez, pero fue suficiente para saber que no volvería a hacer algo así, aunque tuviera que morirme de hambre. — o de frío, pero no volveré a vender mi cuerpo de esa manera. Que ni siquiera resultó ser tanto dinero porque si mal no recuerdo —y creedme que no lo hago—, no obtuvo el “suficiente placer” como para mantener su precio. Me pellizco el espacio entre las cejas con dos dedos en lo que siento que me tiembla el labio inferior, siendo consciente de que si no lo estoy diciendo con palabras, mi lenguaje corporal debe ser suficiente para deducir que no repetiría la experiencia. Aun así suspiro, paso a mirar al frente por el resto de tiempo. — De modo que tuve que buscar otras formas para sobrevivir, y no te voy a mentir, muchas ni siquiera eran legales. Conocí a una mujer que me ayudó a cambio de que hiciera ciertas peticiones por ella, la mayoría involucraban a criminales, o negocios no muy limpios en mercados negros. No conviene que nadie sepa quién eres realmente cuando estás metido en algo así. — es un resumen bastante escueto, pero no me voy a poner a dar detalles con mi hermano, sigue siendo el ministro de justicia a fin de cuentas. Solo le estoy avisando, porque soy consciente de que podría perjudicarnos si sale a luz, por eso sé que tendré que hacerle ciertos favores a Georgia Ehrenreich a partir de ahora.
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Ministro de Justicia
Lo era — porque eso es lo que hace la familia, te cuida. Sé que lo que pasó después de las promesas infantiles de un niño que se pensaba que ser hermano mayor era la gloria no van por mi cuenta, pero a veces creo que no reaccioné rápido. Esperé unos días a ver si Phoebe regresaba y, en lugar de enfrentar a mi padre, me consumió la cobardía y el resentimiento. Fallé esa promesa, la busqué cuando fue demasiado tarde y no espero que alguna vez entienda cómo ha sido vivir con ello, tanto como yo tampoco puedo comprender la mitad de sus penurias. Porque sé que la Phoebe que conocí ya no existe, alguien asesinó a esa niña ilusa y la volvió la mujer ansiosa que tengo al lado. La vida nos consume, nos guste o no, a pesar de los momentos de felicidad que conseguimos robar para nosotros.

No sé a dónde quiere llegar con esto, así que me limito a escucharla a pesar de que ahora puedo comprender por qué su nombre jamás me llevó a ningún lado. Es su pregunta lo que me toma con la guardia baja y ladeo un poco la cabeza — No quiero saberlo… — es un murmullo que creo que no escucha, porque me da la respuesta antes de siquiera terminar de hablar. Y de verdad, hubiese rogado que no me lo dijera. Hay un frío que me recorre entero, me congela en mi sitio como si el tiempo se hubiese detenido y el mareo que me consume me deja ciego dos segundos. He visto el norte de cerca muchas veces, soy consciente de la situación desesperante que muchas personas viven allí y lo único que he usado de excusa durante todos estos años es que se lo merecen, porque son los mismos que se jactaron de tener más derechos que nosotros en el pasado. Pero Phoebe no es una de ellos, ella fue víctima de su castigo social solo porque nuestro padre la colocó en ese lugar. Y aún así la culpa me carcome, porque las violaciones y los asaltos son moneda corriente, el hambre que mi hermana pasó durante años es el que causaba que gente como yo comiera algo caliente todas las noches. Sin poder evitarlo, me pongo de pie para alejarme de ella y le doy la espalda, pasándome las manos por mi rostro. Me reconozco a punto de llorar, pero no lo hago. Solo espero que mi estómago revuelto no me haga vomitar en su alfombra.

Siempre supe que habíamos recorrido caminos diferentes, pero nunca supe cuánto. Lo tuve todo mientras ella no tuvo nada, mi tortura se basó en soportar al hombre que la condenó a un crecimiento acelerado, en situaciones que he juzgado desde un sillón pero no vivido en carne propia. Me quedo callado más tiempo del correspondiente, contando mis respiraciones en lo que busco calmarme, porque lo único que deseo es viajar al pasado y saltar sobre esas personas que la tocaron, que la usurparon, que se atrevieron a borrar a la niña que yo conocí. Sé que no puedo hacerlo, no existe la marcha atrás cuando el daño ya está hecho. Ni los giratiempos tienen ese poder — A veces no entiendo cómo es que me perdonas — hablo bajo, apenas he recuperado la voz y tengo que dejar caer las manos para que se me oiga — Cómo soportas que yo me quedé en casa y a ti te tocó la peor parte. Perdí la virginidad con una chica que me agradaba, en una cama caliente. Me ponía ebrio los fines de semana, me quejaba solo cuando me hacían trabajar horas extra y me perdía las fiestas de mis amigos — me volteo hacia ella, cerrando mis puños — Hice carrera sobre los derechos que tú no tuviste, a pesar de que te los merecías. Me esforcé para castigar a las personas que lanzaban sus frustraciones en gente como tú. Y a veces creo que lo único que tenemos en común son las cosas como Pelusa — no creo que pueda entender el grado de dolor que eso me provoca. Me rasco la nuez, tratando de respirar porque repentinamente siento que me falta el aire — Eres mi hermana y siempre vas a serlo. Daría la vida por ti, creo que eso lo sabes. Solo… — tengo que cerrar los ojos un momento porque siento el sabor salado en mi boca, lo cual delata que no he podido contenerme, así que carraspeo — Solo no creas jamás que debes ocultarte de mí, porque tu pasado no es algo que tú escogiste. Hiciste lo que pudiste con el camino que te tocó. Y no voy a culparte por ello.
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Director del Servicio Social
Solo me atrevo a echarle una mirada cuando estoy segura de poder resistir las lágrimas, más un solo vistazo me vale para interpretar su silencio como una respuesta en sí misma. Son bastantes los segundos que espero a que hable, me gustaría saber lo que piensa a pesar de que no necesito ser adivina para conocerlo. Pero aun así no tomo la palabra, me quedo petrificada en el sitio en lo que a él parece que se le ha ido todo el color del rostro, solo atino a mover algo mi cuello cuando se levanta y me da la espalda.— ¿Hans? — porque no sé si está aquí o en otra parte, me obligo a alzar la voz, aunque se presenta como algo débil al tener los nervios a punto de explotar en mi garganta. Por ese instante en el que los dos permanecemos en completo silencio, sin que nada más que nuestras respiraciones se escuche, siento que he tomado el paso incorrecto con esto. Porque sé que dijimos que no queríamos tener secretos entre nosotros, pero a veces me ocurre que solo podemos mantenernos fieles a nosotros y a los que éramos antes de todo esto si nos guardáramos ciertas cosas. En contraste con la parte más vulnerable que sabe que no seríamos capaces de mirar hacia delante si no nos dignamos a compartirnos esto.

Me consuelo con eso, con que en algún momento tendría que poner las cartas sobre la mesa cómo he hecho en otras tantas ocasiones, bastante literal, además. Me he guardado momentos, algunos más dolorosos que otros, pero si quiero tener una oportunidad a una vida mejor, no es algo que pueda seguir custodiando por mi cuenta. He escondido mi cabeza hacia abajo en los minutos en los que el silencio se me hace eterno, abandonando la idea de que vaya a decir algo siquiera, porque los movimientos de su figura me lo dan a entender, pero lo que finalmente sale de su boca me hace elevar la barbilla en su dirección. — Hans, yo… Nunca tuve una razón por la que debieras merecer mi perdón. — no sé si se me escucha porque la garganta se me ha cerrado en la fracción de un segundo, pero no es más que la verdad. No mentiré diciendo que jamás pensé en que mi hermano se había olvidado de mí, pero era una niña, una demasiado inocente que no creía que alguien pudiera ser tan cruel. Me pasé días rondando la carretera en espera a que mi padre volviera para regresar a casa, abrazada a un conejo de peluche, fue después de día que comprendí que no daría la vuelta. Pero no se me ocurrió culpar a mi hermano por ello, no creí nunca que hubiera tenido algo que ver. Con el tiempo y el paso de los años simplemente me resigné a creer que no le importaba lo suficiente, que en efecto, no era más que una memoria para mi hermano, o ni siquiera eso.

No es algo que deba soportar, simplemente se dio así. No voy a culparte por haber hecho lo que cualquier niño de doce años hubiera hecho, los errores de nuestro padre no es algo con lo que tú debas cargar. — que ya se lo he dicho con anterioridad, pero no parece haber surtido el efecto deseado. Honestamente, pienso que nunca lo hará, que siempre habrá una parte de él que se negará a creer que no había nada que el hubiera podido hacer para cambiarlo. No obstante, tengo que reconocer que todas esas cosas que enumera me hubiera gustado tenerlas para mí. No, no perdí la virginidad con alguien que me gustara ni en una cama caliente, a pesar de que me gusta pensar que en cierto modo sí lo hice, porque recuperar la confianza después de un evento como el de aquella noche es algo que me tomó años, que no creo haberle dicho jamás a Charlie que fue, en cierto modo, mi primera vez habiéndolo escogido yo. Creo que me daba demasiada vergüenza el reconocerlo. No he tenido muchas de las cosas que él nombra y otras tantas que se me ocurren, pero tuve la gracia de encontrar poco a poco un lugar que hacer mío. No era perfecto, no llegué a él de la mejor manera, desde luego, pero ahora resulta que está viviendo conmigo en esta misma casa. No ha sido un recorrido perfecto, lo asumo, las lágrimas que empiezan a caer por mis mejillas también parece que lo reconocen y es el motivo por el que paso a observar a Pelusa cuando la menciona, así me ahorro el tener que mirarle para cuando me aparto el agua con los dedos. — Lo sé, lo siento por eso, y gracias por entenderlo, Hans. Sé que a veces no tengo la mejor forma de reaccionar o actuar, si te he contado esto no es porque quiera que te sientas miserable, sino porque para lo que vendrá ahora, para que podamos seguir siendo nosotros, si no es como antes al menos de forma parecida, creo que necesitaba ser sincera contigo. — por mucho que me cueste, por muy dolorosos que sean los recuerdos, es la única manera en la que pienso que puedo sanar. Y a pesar de ello… — Pero también son cosas que no le he contado a Charles, siento que no me miraría de la misma manera si lo hiciera, como tú tampoco lo estás haciendo ahora. — no es un reproche, tampoco esperaba que fuera diferente. — A veces siento que no se merece estar con alguien como yo, y sí, sé que voy a casarme con él y quiero hacerlo, en serio, pero no creo que ese sentimiento se vaya a ir nunca, ni siquiera con un anillo en el dedo. — no porque no le quiera, creo que ha quedado demostrado que lo hago, sino porque es difícil querer algo que está roto por dentro, y yo siento que soy un juguete bastante fragmentado como para que él tenga que estar coleccionando las piezas cuando ni yo misma soy capaz de hacerlo a veces.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Phoebe no es la única que me ha dicho, más de una vez, que debo dejar de cargar con culpas. Estoy plenamente consciente de que era un niño, incluso más pequeño que Meerah, cuando en mi casa todo se derrumbó de la noche a la mañana y me encontré solo, con más dudas y miedos que alegrías o certezas. Pero… ¿Cómo planea que la mire sin que se me caiga la cara de vergüenza, cuando lo tuve todo y ella no tuvo nada? Estábamos en igualdad de condiciones, yo solo fui más suertudo. Si yo hubiera mostrado mis dones, mi padre también me habría subido al auto ese día, no habría sido su único hijo prodigio mientras que fingíamos que en nuestra casa jamás había entrado ningún virus. Yo era esa enfermedad, me iba volviendo más grande cada día y había cosas que explotaban cuando él no estaba. Tenía amigos, pero estaba solo. Y agradezco, de verdad, que pueda ser sincera conmigo, porque a veces creo que el mundo entero vive ocultándome cosas con el miedo de que sea el ministro quien los mira, y no yo. No soy capaz de hablar de inmediato, me doy cuenta de que estoy más ocupado en limpiarme la cara con las manos y dejo salir el llanto, uno que no sabía que tenía contenido y que, creo yo, es lo que barre algunas memorias que pensé mantener ocultas. Tal vez es bueno llorar, de vez en cuando. El agua limpia.

No digas eso. Jamás creas que no eres suficiente, en especial cuando la otra persona te demuestra que sí lo eres. ¿O crees que te hubiera pedido matrimonio de no ser así? — no sueno como yo mismo, busco carraspear para que el nudo suelte mis cuerdas vocales — Tal vez no lo recibí de la mejor manera, pero Charles parece un buen sujeto y puedo decir que te quiere. No parece la clase de tipo que viviría aquí y trabajaría en el ministerio si no buscase algo más para formar una vida contigo — y hasta donde sé por su archivo, ese que hubo que analizar dentro del ministerio para darle el trabajo, tampoco parecía siquiera el tener un futuro. Me acerco una vez más a mi hermana, tengo que ponerme de cuclillas para estar a su altura y, aunque lo dudo, mis manos atrapan las suyas — Algún día deberás decirle la verdad y, si en verdad vale la pena, será la persona que te ayudará a cuidar tus heridas y no te culpará por ellas. No es bueno avergonzarse de quienes somos, Phoebs. Me costó mucho tiempo el saberlo y… ¿Sabes qué? Tiene mucho que ver con quienes somos como personas, cómo nos conectamos con ello. Me pasé la vida huyendo del pasado y el pasado vino a tocar la puerta — la sonrisa que le demuestro es irónica, cargada de una amargura que tiñe el resto de mi cara de gris — Si tú no sanas, no importa los anillos en los dedos o la cantidad de dinero que tengas, o sexo, o lo que sea. Las cosas superficiales no arreglan las internas y, estoy seguro, de que tú tienes muchísimo para dar. Y sí, puede que las cosas estén complicadas pero… ¿Sabes qué? — me acerco a ella, la obligo a que sus ojos se choquen con los míos — Somos los jodidos Powell y nada, ni nadie, podrá contra eso. Y nunca más vamos a estar solos.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
No voy a poner en palabras lo que una mente pasada por alcohol tiene para decir sobre eso, pero a veces sí que creo que me ha pedido matrimonio por pena. No es más que un pensamiento que dura menos que un segundo, lo que tardo en darme cuenta de lo estúpido que suena eso, cuando no existe nadie capaz de estar con alguien por lástima. Se puede estar con alguien por interés y beneficio, pero no creo que se pueda elegir pasar el resto de tu vida en compañía de una persona exclusivamente por compasión. Al menos, si hay algo bueno que pueda sacarse de todo esto, dejando a un lado las lágrimas y confesiones, es que no tardo en sonreír aunque sea de forma sutil cuando se pone a hablar sobre Charlie. — Es un gran avance desde el ‘¿qué le viste a este tipo?’ de cuando le conociste. — repito sus palabras con un deje de humor, ese que me obliga a elevar la mirada hacia él algo más animada, a pesar de que barro mis manos por debajo de mis ojos para deshacerme de cualquier resto de agua. — Quizás el día de mi boda seas capaz a darle un apretón de enhorabuena. — el comentario hace que suelte una risa jocosa apenas estoy terminando de hablar, lo que me lleva a pensar en que no falta tanto tiempo para que eso ocurra y la idea de que él y mi hermano sean familia se me hace una conexión rara que no creí que vería nunca. No hablemos de que Hans no tiene ni idea de que estaría formando parte indirectamente de la familia de cierta ministra.

Lo sé. — asiento en confirmación a sus palabras, es un gesto vago a pesar de que saber que debo ser sincera, porque si no me lo permito, soy consciente de que a la larga podría arrastrarme hacia un lugar más profundo por no haber sido capaz de quitarme la mochila llena de rocas pesadas cuando tuve la oportunidad. Me aferro a las manos de mi hermano, las acaricio con mis dedos y no puedo hacer otra cosa que afirmar en rebote a todo lo que dice. Es en momentos como este que agradezco el haber recuperado lo que perdimos, que por mucho tiempo que haya pasado entre nosotros y por diferentes que sean nuestras experiencias, el consejo de mi hermano es algo que he aprendido a valorar. No habremos tenido la mejor infancia, pero cuando se trata de nosotros puedo decir con seguridad que somos lo que siempre fuimos el uno con el otro. — No es así como pretendía contarle a mi hermano mayor acerca de cómo perdí la virginidad, seré honesta, pero al menos ahora podemos decir que actuamos como una pareja de hermanos normales, relativamente. — trato de ponerle algo de humor al asunto, a pesar de que no hay nada en esa confesión por lo cual reír, la sonrisa que le muestro no pretende enfatizar ese punto, los dos sabemos que no somos normales en ningún aspecto.

Sus ojos tan cerca me hacen imposible el mirar hacia otro punto que no sea el azul intenso del iris, a pesar de que el comentario hace que baje la vista al ensanchar las mejillas un segundo. — Nunca el club secreto de los hermanos Powell tuvo tanto sentido como ahora. — porque espero que lo recuerde no merece de más explicación, tan solo estiro un brazo para atrapar a Pelusa y colocarla sobre mis piernas. — Pelusa Mofletes Powell aprueba de eso pese a no tener voz y será la encargada de que los futuros Powell se mantengan unidos por el resto de los tiempos. — suena a chiste, pero ya la veo pasando de Powell a Powell con los años como conservación a esa promesa que nosotros no podremos sostener por siempre. Con gracia, le pico la nariz con una de las orejas del conejo, solo para terminar estrechando el cuerpo de mi hermano contra el mío en un abrazo cariñoso. Espero unos segundos en los cuales permito que el silencio se haga paso entre nosotros antes de hacer una última confesión. — Hasta no hace mucho tiempo pensaba que moriría sola, y eso me aterraba. No es hasta ahora que me he dado cuenta de que no es la soledad lo que me produce ese sentimiento, sino el hecho de morir y no ser echada en falta, que nadie note la diferencia que de estar viva, como si ni siquiera hubiera existido, nadie que me recuerde. — no me separo para cuando hablo, lo murmuro sobre su hombro en el abrazo y suspiro. — Es a eso a lo que le tengo miedo, más que a morir sola. — porque al final, por triste que suene, todos morimos solos, pero el que nos recuerden, eso no corre por nuestra parte.
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¿Quieres que te sea sincero? — revoleo un poco los ojos, aunque sonrío a medias — Nadie quiere saber cómo es que su hermanita ha perdido la virginidad, no me importa que lo he dado por asumido, si consideramos que te vas a casar — además del bebé que ha perdido y del simple hecho de que Phoebe no tiene la mentalidad de alguien que se reservaría para el matrimonio. De todos modos, hubiese preferido el creer que Charles fue el único, pero son tonterías mías que no debería pegarle a ella solo porque aún me cuesta verla como una adulta — Pero te escucharé siempre que lo necesites, me guste lo que tengas para decir o no. Es lo que hacen los hermanos — creo que le he estado dando esa lección desde que éramos niños, pero a estas alturas es bueno recordárselo. Porque Phoebe es una persona que, me guste decirlo o no, no tiene demasiada estabilidad emocional como para que no sea necesario repetir una y otra vez que no está sola, que vale la pena, que somos un equipo.

Sí me río con algo más de autenticidad porque parece que retrocedimos en el tiempo, el Club de los Hermanos Powell ahora podría sumar a dos niñas que también serán hermanas y tendrán sus propios secretos, hasta que se unan sus primos que, alguna vez, espero que lleguen. Estábamos solos y ahora hay una infinidad de posibilidades, pongo gran parte de mis esperanzas en mis hijas y confío que, algún día, se cuiden de la misma manera que Phoebe y yo lo hacemos. Si hay algo que planeo inculcarles, cueste lo que me cueste, es que jamás van a estar solas porque siempre habrá una familia allí para ellas, por muy oscuro que se vea el camino — Pelusa, Guardiana y Caballera de la Mesa Powell — arrugo la nariz por ese toquecito, estoy seguro de que hemos viajado al pasado por cinco segundos. ¿Esto no sería algo que conversaríamos en mi cama, junto a mis juguetes de ciencia ficción? ¿O frente a su mesa de té, esa que tanto me gustaba desordenar? No lo apunto, no llego a hacer ninguna acotación antes de que su abrazo me atrape y la envuelvo contra mí, seguro de que necesitaba de ello para sentir que puedo sostenerla cinco segundos más.

Creo que puedo comprender lo que me está diciendo, pero no puedo compartir su sentimiento. He pasado gran parte de mi vida ocupándome de que las personas no olviden mi nombre, a pesar de que no sé qué concepto tienen de mí dentro de sus cabezas o en los libros de historia contemporánea. Mis manos la aprietan por la espalda porque, a pesar de que es solo unos centímetros más baja que yo, su cuerpo sigue siendo mucho más delgado y menudo, lo que me permite resguardarla contra mi torso como si fuese el caparazón que necesitamos para que los males no lleguen a tocarla — Eres una fatalista, lo sabes, ¿verdad? — busco quitarle seriedad, riéndome cerca de su oreja. Un mechón de su pelo me hace cosquillas en la nariz — No solo no morirás sola, sino que tienes a toda una familia que te recordará. Nadie sabe lo que sucede después de la muerte y no podemos controlar lo que vendrá, pero sí podemos hacer lo mejor con el tiempo que tenemos. Solo… no lo desperdicies con cosas que no puedes solucionar, Phoebe — porque yo lo he hecho y descubrí que soy mucho más feliz gozando de los regalos inesperados que sufriendo por los planes cronometrados. Apoyo mis labios en su hombro y suspiro, respirando un aroma que huele a casa a pesar de que no la hemos pisado en años — Solo quiero que me prometas una cosa — susurro — Que intentarás, con todas tus fuerzas, el ser feliz. Es lo único que me importa — para el resto, el recibir los golpes… para eso estaré yo.
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Phoebe M. Powell
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No diré que espero que algún día deje de verme como su hermana menor, esa que le robaba los juguetes de su cuarto cuando no estaba mirando, que se divertía coloreando sus deberes con rotuladores permanentes o metiéndole aceitunas por la parte trasera de la camisa, porque si voy a pensarlo bien, así fue como nos vimos por última vez antes de que nuestras vidas se vinieran abajo y es comprensible que esa sea la imagen que quiera mantener de mí, mejor que la otra visión que le he dado esta tarde y que a mí también me gustaría borrar. Después de todo, nos perdimos nuestras adolescencias y juventudes, no entra dentro de la lógica el entendernos como hermanos corrientes. Pero si algo me ha quedado claro, ahora, debajo de las sábanas de su cama o juntando nuestros dedos a la orilla de un lago lleno de patos, es que para eso están los hermanos. Que mis brazos aprieten su figura con algo más de fuerza quiere remarcar esa parte, incluso cuando me sale reírme por la imagen de Pelusa que pone en mi cabeza y que me hace rebajar un poco la presión.

Mira quién fue a hablar. — replico con gracia. No es que me considere el mayor rayo de luz en este planeta, en especial después de lo que ha ocurrido en los últimos meses, pero tampoco puede decirme que él no se va por el camino de la desgracia de vez en cuando. Que, no obstante, con lo que dice a continuación me hace creer que no es la misma persona con la que me topé hace casi un año, cuando veo en su comportamiento una connotación distinta al hombre al que nada más que su trabajo le interesaba. Eso me alegra profundamente, puedo decir que la sonrisa que se me aparece pretende demostrarlo, a pesar de que él no es capaz a verla. Cuando me sale con esa promesa me fuerzo a romper con el abrazo, sé que es una petición honesta y que es además bastante seria, pero aun así me permito el bromear. — Creo que estamos un poco mayores para promesas con meñique, pero podría hacer una excepción ahora que nadie mira. — chasqueo la lengua en diversión, ladeo un poco la cabeza al observar su rostro desde mi posición y la sonrisa se me pierde un poco de las mejillas. — Pues claro que lo haré, ya lo estoy siendo. — y para no caer en la sensibilidad de nuevo, que ninguno quiere llorar ahora mismo, vuelvo a picarle la nariz con el peluche en lo que vuelvo a sonreír.
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