The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Riorden M. Weynart
— Recuérdame por qué seguimos haciendo esto — digo, tirado en el sofá, con una copa de vino tinto entre mis manos mientras observo a mi hermana mayor colocar guirnaldas por todo el salón. En su momento tenía sentido; Ethan acababa de pasar por un choque emocional al perder a sus padres, y después, teníamos otros niños a los que atender. Sí, todavía siguen habiendo críos en la familia, pero creo que cada uno está más obsesionado con sus propias cosas y les aburre el jugar a «destruye al colacuerno húngaro». Y no, no tengo un dragón, que ya es lo que me faltaría para volverme loco. En realidad no es más que una réplica en forma de piñata que deja caer decenas de juguetes mágicos y golosinas. Supongo que es una manera de hacerles olvidar todo eso a Hanna y a Tyler después de lo que han pasado, y de que se entretengan un poco. Quizá es una tradición algo patética, pero se hace por ellos.

Termino de beberme la copa, me levanto del sofá, la dejo sobre la mesa, y cruzado de brazos, miro a Elle. — ¿Emma querrá venir? — Cada vez está más metida en la adolescencia; puedo compadecerme de ella después de haber pasado por esa etapa con Ethan y ahora estar viviéndolo con Lëia. Lo peor de todo es que todavía me queda pasarlo con Tyler y ese pequeño terremoto me preocupa más que los otros dos juntos.

Al final, con ayuda de la varita, coloco algunas de las guirnaldas restantes para acabar cuanto antes con esa parte de la decoración, y me permito volver a tirarme en el sofá para descansar otros diez minutos. Tengo excusa porque todavía tengo algunos moratones por las caídas del otro día, que me drogaron unos muggles idiotas. — ¿Cómo está todo por el hospital, Elle? — pregunto. Yo tuve suerte y no tuve que estar más que unas horas para un largo chequeo, pero sé que no todos fueron tan afortunados. Incluso Riley, que acabó bastante mal por lo que pude ver, acabó mejor que otros que directamente ahora están muertos. Quería haberme pasado a visitarle y disculparme, pero por culpa de todo el trabajo que se nos viene encima, apenas tengo tiempo ni de respirar. Si hoy he conseguido unas horas libres no ha sido más que porque la mayoría de escuadrones están recorriendo el norte y estoy a la espera de que regresen para informar.
Riorden M. Weynart
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Elle S. Weynart
Jefe de Área en Salud
Porque aunque se esté yendo todo un poco a la mierda, los niños Weynart todavía tendrán la ilusión que se merecen en estas fechas— sentenció la rubia, como respuesta firme a su hermano, mientras terminaba de colocar con traza las grinaldas decorativas por el salón. Las tradiciones lo eran por algo y, por muy oscuro que estuviera el panorama, Elle estaba decidida a hacer lo que fuera necesario para que los pequeños de la familia pudieran disfrutar de los días festivos y de su infancia en general. No era la primera vez que se encontraba en esa situación, solo que esta vez no se trataba de sus hermanos pequeños en condiciones pésimas en Europa, sino que se trataba de sus sobrinos y su hija en condiciones no tan pésimas pero con un contexto social complicado en el Capitolio y en la Isla Ministerial.

Terminó de colocar la guirnalda que estaba poniendo y estiró los brazos, observando el resultado. Cuando Riorden preguntó si Emma querría ir, Elle se encogió de hombros —No lo tengo claro. Pero creo que sí— sonrió levemente mientras, con la varita, hacía que se elevara en el aire una segunda guirnalda que comenzó a colocar a lo largo del techo —Está en una semana buena. Ya sabes cómo van, hay semanas buenas y semanas malas. Pero comparada con otros Weynart, está pasando una adolescencia bastante tranquila. Así que supongo que vendrá. Además, le gusta pasar tiempo con sus primos— sonrió. Estaba orgullosa de su hija, mucho. Era su pequeña, era inteligente, buena, familiar. Y Elle no podía estar más contenta con ella.

Observó de reojo cómo Riorden se tumbaba en el sofá de nuevo. Se lo perdonaba por el hecho de haber estado en ese evento accidentado, y también porque, claramente, a la rubia se le daba cien veces mejor eso de decorar el salón que a él —Algo agobiante. Mucho trabajo. La jugarreta de los muggles ha dejado sus estragos. Ni siquiera estamos en nuestras áreas de especialización por la cantidad de heridos que tenemos que atender. Pero todos los sanadores se están portando bien, y los pacientes comprenden que la situación es extrema... Así que bien. Podría ser peor— dijo. Ella ya había vivido situaciones peores. Siempre que el trabajo la superaba y sentía que la situación era insostenible, Elle solía pensar en el hospital que tenían que mantener en Europa. Eso sí era una situación insostenible. Entonces se le pasaba un poco el drama y se centraba en trabajar con eficiencia —¿Cómo vais por el Ministerio? Imagino que está todo patas arriba— dijo, tomándose un descanso y dejándose caer al lado de su hermano en el sofá.
Elle S. Weynart
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Riorden M. Weynart
Tengo que reprimir una mueca cuando escucho su explicación, una que sé demasiado bien pero que prefiero ignorar. Todavía soy joven, pero creo que este trabajo, la situación política de este último año más bien, va a terminar conmigo. En mi juventud no me importaban tanto los problemas que surgían porque estaba acostumbrado a vivir así, marginado en Europa por ser de la raza que, durante más de un siglo, había sido perseguida. El problema es que ahora he vivido quince años en paz, y me he acostumbrado a no tener que estar preocupado por ciertos aspectos sociales que pueden poner nuestra vida en riesgo. — Supongo que tienes razón — respondo antes de dar un sorbo a la copa de vino. No suelo beber si la situación no lo requiere, pero creo que me lo merezco después de esta semana.

La miro con una medio sonrisa comprensiva mientras la escucho hablar de mi sobrina, y al final, asiento con la cabeza en gesto de entendimiento porque, para bien o para mal, sé perfectamente por lo que está pasando. — Al menos no se va al norte sola... — dejo caer, haciendo referencia a la excursión de Lëia de hace unos meses. Si Elle no la hubiera encontrado ahí, no quiero ni imaginar qué habría sido de ella. Sí, lo hizo para intentar encontrar información sobre mí, pero por Merlín, creía que le habíamos enseñado bien que hay ciertas cosas que no se deben hacer. Una de ellas es ir al norte, especialmente sola, por mucho que nuestras raíces sean del distrito 11.

Creo que mi cara habla por sí sola mientras presto atención a lo que va diciendo, algo entristecido pensando en todas las vidas que se perdieron el otro día, y también en la gente herida tanto física como emocionalmente. — Agobiante como dices tú también — reconozco, y muevo la cabeza con pesadez. — Pero agobiante en otro sentido, ¿sabes? Ni siquiera he visto al resto de ministros desde entonces. — Creo que todos nos estamos evitando un poco por diferentes motivos. Algunos no es más que por haber hecho daño a otras personas, imagino, pero en mi caso es porque aunque hice todo lo que pude y esto no se podía ver venir, no puedo evitar sentir que es mi culpa aunque no sea así. Powell, por ejemplo, debe de tener sus propias razones después del bombazo que soltó su hermana.
Riorden M. Weynart
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Elle S. Weynart
Jefe de Área en Salud
Elle sonrió levemente, con diversión, ante la respuesta de su hermano. No, Ema no se iba al once sola, pero aunque hubiera sido algo descabellado y muy irresponsable por su parte, no dejaba de ser un gesto noble por parte de la pequeña, que solamente quería aportar algo a la búsqueda de su padre —Vamos, Riorden, ambos sabemos que Lëia hizo eso con la mejor de sus intenciones. Y todo salió bien, no lo recuerdes más— le dijo, con una sonrisa amable. Encontraba casi entrañable ese gesto de su sobrina. Ella, en su día, también había sentido es inocente nobleza: esa sensación de poder con todo y con todos con tal de perseguir un objetivo.

Escuchó lo que dijo su hermano acerca del agobio al que todos los ministros estaban siendo sometidos y, por un momento, agradeció en silencio que su marido ya no estuviera en esa situación y hubiese decidido dedicar menos tiempo a su trabajo y más tiempo a su familia. Aunque, por otro lado, no pudo evitar pensar qué estaría haciendo ella en caso de ser suyo el puesto del ministerio de sanidad. Qué decisiones tomaría, cómo afrontaría los cambios. Elle siempre había aspirado a más pero jamás había dado el paso. Era jefa de área y sabía que tendría que conformarse con eso, si quería que su vida siguiese en orden. Aunque tal vez más Weynarts en cargos de poder sería una buena solución al caos político que asaltaba la nación. Solamente hacía falta ver la diligencia de Riorden en su puesto. Eran una buena familia, con ideales claros, y el hombre lo trasladaba a la perfección al ámbito político.

Ladeó la cabeza y observó a su hermano —Oh, ¿no les has visto? Pensaba que el Presidente Aminoff habría convocado ya una reunión con todos los ministros para hablar de la situación de emergencia frente a una nueva amenaza— dijo, siendo poco sutil a la hora de mostrar su descontento con algunas de las medidas del nuevo Presidente de NeoPanem, con su forma de hacer las cosas —Sé que tal vez no es el mejor momento para preguntarlo... Bueno, o tal vez sí. ¿Qué opinan, los ministros, en general, sobre el... Estilo de nuestro nuevo Presidente?— preguntó la rubia, clavando sus ojos en los de su hermano, sin tapujos pero tampoco siendo extremadamente evidente, manteniendo el tono de quien está hablando de un despreocupado partido de Quidditch.
Elle S. Weynart
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Riorden M. Weynart
Creo que mi soplido deja claro que, sinceramente, en esta situación no me importa que lo hiciera con buenas intenciones porque puso en peligro su vida. Es impetuosa, pero supongo que la genética Weynart ahí tiene parte de culpa, aunque eso no es excusa. Sé que tanto su padre, Alec, como yo, y todos en algún momento, hicimos cosas que no debíamos, pero nosotros crecimos en un mundo completamente diferente al suyo y sabiendo lo que era estar en peligro desde que nacimos. Por no hablar de que, para empezar, estábamos bien entrenados. — Lo sé, pero podrían haberle hecho daño, o... — dejo de hablar de golpe, y me paso la mano por el pelo. Hemos perdido a suficientes miembros de nuestra familia como para poder siquiera pensar en que a alguien más le pase algo. — La asesina de Annie todavía sigue suelta. No soportaría que le pasase algo si se encontrara con esa gentuza — respondo al final, y doy otro sorbo a la copa de vino porque el simple pensamiento me inquieta de manera exagerada. — Algún día la encontraré — añado prácticamente en un susurro. Es algo que llevo repitiéndome meses, pero en lo cual todavía no he podido avanzar nada por culpa de todas las cosas que están pasando.

No puedo evitar sonreír cuando me pregunta por el resto de ministros, pero es una sonrisa irónica porque no se imagina ni la mitad de lo que está pasando. — ¿De verdad quieres saber lo que opinan? — pregunto de manera retórica. Dejo unos segundos de incertidumbre en el aire mientras vuelvo a llevarme la copa a los labios para dar otro pequeño sorbo antes de continuar hablando. — Algunos están en contra porque no quieren a dementores, entre otros, cerca de sus familias — explico. Para mí esa es la reacción más lógica porque odio que los míos tengan que aguantar esta situación por culpa de otros que ni siquiera sabemos dónde están, pues no se atreven ni a dar la cara. — Pero otros también están a su favor y querían dejar morir a aquellos pobres aurores. — No doy nombres porque de nada va a servir, pero lo cierto es que a algunas personas no puedo mirarlas a la cara después de oír lo que dijeron el otro día. — ¿Recuerdas a nuestro antiguo Ministro de Investigación? Terminó muerto precisamente por platarle cara al nuevo Presidente. — Y creo que con eso ya lo digo todo. Es sabido que murió, pero los detalles... Ni siquiera yo soy capaz de olvidar la imagen de su cuerpo sin alma, sin vida, con el dementor robándole las fuerzas.
Riorden M. Weynart
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Elle S. Weynart
Jefe de Área en Salud
Cuando el hombre mencionó a la asesina de su hermana menor, Elle hizo un esfuerzo por no mostrar la expresión de dolor que recorría su interior. Pensar en la mujer que había podido arrebatarle la vida a Annie Weynart era de las cosas que más rabia le daban y más odio encendían dentro de la doctora. Y con razón. En los primeros años de vida de Annie, Elle había ejercido casi de madre. Aunque, siendo justos, era un papel que había tenido con todos los hermanos, tal vez con esa suma necesidad de controlarlo todo y de proteger que siempre habían reinado en ella, más desde que se quedaron huérfanos en Europa. Y había llovido mucho desde entonces, pero a la rubia siempre le había quedado clavada esa espinita —Cuando la encuentres, asegúrate de que sea un ejemplo para todos— musitó. Un ejemplo de lo que pasaba cuando a alguien se le pasaba por la cabeza poner un dedo encima de alguien de esta familia. No, los Weynart no se podían permitir que la gente pensaba que uno podía hacer algo así y salirse de rositas.

Su sonrisa ante la otra pregunta hizo que algo se removiera dentro de la rubia. Tal vez pensando en que, en otro momento, le habría podido preguntar a su marido por los asuntos que el Gobierno y los ministros se traían entre manos. Ahora, escuchando lo que su hermano contaba sobre el ministro de Investigación, agradecía que Elijah ya no tuviera que estar en esas reuniones ni en esos ambientes —Lo de esos aurores... En fin— dijo Elle, meneando suavemente la cabeza. Realmente Elle no estaba segura de lo que habría hecho en su lugar. En caso de haber tenido poder de decisión en eso. Pero sabía que era algo difícil de elejir, había muchos factores en juego —Solo... Ve con cuidado. Me imagino que no te gusta todo lo que dice ese hombre, pero puede tomar medidas contra ti y contra toda la familia. Y no creo que los Weynart queramos permitirnos más pérdidas— dijo la rubia, firme pero con un punto de compasión en la voz, sabiendo que el trabajo de su hermano era de todo menos fácil.
Elle S. Weynart
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