The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Es un poco patético que esté haciendo esto cuando no hay ni siquiera una razón por la que celebrar, lo cual también podría considerarse una pérdida de los ya considerados pocos suministros que conseguimos almacenar para el invierno en el departamento de Arya. Pero, como también es cierto que algunas provisiones están a punto de estropearse si no les damos un uso temprano, no creo que a nadie le importe demasiado. Además, se supone que son fechas de festividad y todo eso, no me parece tan mala idea intentar darle un poco de alegría a un ambiente que ya de por sí está apagado por su cuenta, sin la necesidad de que alguien se queje de que no tenemos nada por lo que estar contentos. En el fondo sé que tienen razón, hasta yo misma lo consideraría un intento muy absurdo de querer llamar la atención si no fuera porque hoy me he levantado especialmente de buen humor, y eso no ocurre todos los días, aunque también he de decir que en las últimas semanas me ha dado por ser un poquito más optimista, lo suficiente como para pretender hoy hacer algo que se le parezca a un bizcocho.

No me sale bien, vamos a ser honestos. El hecho de no tener unos ingredientes que se parezcan siquiera lo más mínimo a lo que se supone que debería de estar usando para hacerlo ayuda a que no tenga un aspecto que llame algo al apetito. Claro que es difícil estos días conseguir algo que se le aproxime al azúcar, harina y todas esas cosas que sirven para que el bizcocho tenga una buena textura, pero hey, en los tiempos que corren se hace lo que se puede. Lo estoy pinchando con un cuchillo por dentro al haber reposado sobre la encimera unos minutos cuando escucho los pasos del que me supongo que es Ben, lo cual confirmo cuando se deshace de la capa de invisibilidad. Me hace gracia la cara que pone al descubrir mi objetivo, así que levanto una mano antes de que se atreva a decir nada respecto a mi tarta que parece más un mazapán que cualquier otra cosa esponjosa. — Que seamos los fugitivos más buscados del país no significa que no podamos disfrutar de las festividades como lo hacen ellos. — Pésima broma, en especial considerando nuestra crítica situación, pero a riesgo de parecer atrevida, me río muy por lo bajo. Parto un trozo pequeño con el cuchillo, me lo llevo a la boca para darle un mordisco y con toda la falsedad del mundo sonrío como si fuera lo mejor que he probado en mi vida. — Wow, delicioso. — Mi actuación sería más convincente si no fuera por el ataque de tos que me viene después de tragar la masa, lo que me hace poner un poco cara de asco. — Olvídalo, está asqueroso. — Me doy unos golpecitos en el pecho para quitarme la sensación al tiempo que trago un poco de saliva para deshacerme del sabor, aunque se me escapa una sonrisa graciosa por mi intento de bizcocho terminado en mazacote.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Se me congela el culo y cada uno de los pelos de la cabeza. Ha empezado a nevar, tengo una bufanda que me cubre la nariz y el frío no ayuda en la tarea de buscar provisiones extra para evitar salir a la calle en estos días de helada. Al menos, en el departamento podemos mantener el calor con un pequeño calefactor que Arya tenía guardado en el armario y que funciona de vez en cuando, pero es suficiente cuando lo combinamos con el fuego que Amber puede hacer aparecer. En pocas palabras, podría ser peor, cuando sabemos que nuestro destino podría ser cruel y desesperante como el de los pobres que andan condenando todos los días a las celdas o a la ejecución. Nadie puede decir que en el Ministerio se aburren, en lo absoluto.

Empujo la puerta sin nada de alimento, pero sí con un poco de madera que nos servirá para encender con las llamas azules de Amber más tarde. Esperaba encontrar silencio debido a que creí que todos estaríamos de recolectores, pero me encuentro con Alice enfrascada en vaya a saber qué cosa en la cocina; por el aroma, parece que ha estado tratando de hornear algo dulzón. Me arrebato la capa con un movimiento del brazo y me acerco con el cuello estirado en un intento de ver sobre su cabeza, lo que me lleva a disparar las cejas hacia arriba — Sí, ya veo. ¿Quieres que coloquemos un par de guirnaldas para hacer el ambiente un poco más festivo? — bromeo en tono escéptico y lanzo la capa sobre el sofá, bordeo el desayunador y le doy un golpeteo en el borde en mis intentos indecisos de acercarme o no a ver qué tan mal sabe eso. Las fiestas este año no me producen emoción alguna, sino más bien me llenan de una extraña nostalgia que no sé cómo catalogar, además de deprimente. Intento no pensar en ello, ya tenemos suficiente con los dementores como para también envenenar mis propios pensamientos.

Me responde antes de siquiera poder abrir la boca, su tos me produce una risa vaga y me acerco lo suficiente como para darle algunos golpes en la espalda — No huele tan mal, pero también debes admitir que jamás fuiste la mejor cocinera del mundo — intento sonar divertido, no como la persona que no encuentra motivos para celebrar salvo que estamos vivos por un tiempo determinado. Apoyo las maderas sobre el desayunador, alzo las manos en mi intento de controlar que no rueden hasta el suelo y me acerco para inclinarme sobre lo que adivino como un bizcocho. No puedo evitar el olfatearlo, no muy seguro de que tenga algo de sabor si consideramos nuestra escasez de recursos y lo pico con un dedo — ¿Dices que si pruebo un poco moriré intoxicado? — aventuro. No me incorporo, pero aún así ladeo la cabeza para mirarla con una sonrisa ladeada — ¿Qué se te dio por esto? Si querías cocinar algo, me hubieras dicho y rebuscaba un poco más para ser de ayuda — no es como si entre la nieve pudiese encontrar barras de chocolate, pero al menos podría intentar.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Le echo un vistazo a la habitación como si realmente estuviera meditando lo de añadir unas guirnaldas a este lugar, tamborileando con los dedos sobre la encimera. — Un par estaría bien, o un arbolito quizás, de seguro Amber puede hacer que lleve nieve incluida y así casi podremos decir que nos queda un poquito de espíritu navideño. — Bueno, debería dejar de hablar como si realmente tuviéramos algo que celebrar. Me produce una sensación amarga en la boca el pensar que hace un año estábamos en una situación tan distinta a la que nos envuelve ahora, una en la que tampoco teníamos mucho por lo que festejar, o por el contrario, demasiadas cosas que agradecer por estar en las condiciones en las que estábamos y no en las que podríamos estar. Esas que en el minuto clasificábamos como posibles, pero que en ningún momento nadie se atrevía a ponerlas sobre la mesa. Ahora, dadas las circunstancias, sí parece que había algo por lo que dar las gracias, aunque me aseguro de disculpar ese sabor desagradable que se me queda en el estómago con la excusa del trozo de bizcocho que me acabo de comer.

Su intento de hacerme sentir mejor conmigo misma pasa por alto en el momento en que lo lleva a un terreno que me hace abrir la boca en protesta. Es segundos después que me doy cuenta de que lleva razón y tengo que optar por apuntarle con el cuchillo a modo de guasa. — Haré como que no he escuchado ese comentario, en especial porque tengo un cuchillo en la mano y sé perfectamente cómo usarlo. — Le amenazo, entrecerrando un poco los ojos en su dirección y sosteniendo aun la punta del arma hacia él. Apenas me fijo en lo que deja sobre el desayunador que ya viene a husmear por su cuenta y tengo que mirarle con algo de gracia por su presunta insinuación. — Intoxicado, envenenado, contaminado… todas son opciones posibles, pero a las que deberías arriesgarte solo por haber insultado mis dotes culinarias. — Y como si no fuera necesario decir más, corto un trozo con el cuchillo nuevamente y se lo planto en la boca con intenciones de que no me haga el feo. — No sabe tan mal si dejas a un lado lo de que debería ser un bizcocho. — Es triste que yo me ría de mi propio pastel, pero vamos, hay una razón por la que yo no me encargo de la cocina más de lo necesario.

Una vez tengo las manos libres me sacudo de las migas y apoyo los codos sobre la mesada para depositar una de mis mejillas sobre mi mano. Le estoy mirando de lado cuando me encojo de hombros en respuesta a su pregunta, sonriendo sin motivo. — ¿Hay alguna razón más por la que debería desperdiciar nuestros recursos y tratar de hacer un bizcocho solo con la excusa de que son fiestas? — Es una jugada maestra, en verdad, porque así si me sale mal, como ha sido el caso, nadie puede recriminarme nada porque lo hice con toda la buena intención del mundo. — Bah, solo quería subir un poco los ánimos, que no es que tengamos muchos motivos por los que rebosar felicidad, pero en mi cabeza parecía una buena idea. — Que el resultado no haya sido lo esperado es otra cosa muy diferente. Suspiro sacudiendo la cabeza por la tontería y que me saca una sonrisa en lo que cambio de posición y me apoyo sobre la encimera con los brazos cruzados bajo mi pecho.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Levanto las manos en busca de atajar sus acusaciones, aunque la sonrisa que se me va acentuando se me hace cada vez más burlona — Ya, ya, no me atrevería jamás a luchar contra tus cuchillos — que no quiero tentar a la suerte. Y me encantaría decir algo más, pero mi boca está repentinamente llena y tengo que hacer malabares para no atragantarme con el masacote sin sabor que me cuesta masticar. No le digo que sabe cómo una goma insulsa, pero creo que se me nota en la cara por la manera forzada que tengo de masticar. Tengo que llenar un vaso de agua con el grifo para pasarlo, me ayudo con un carraspeo y el puño golpeando mi pecho — No diré ni un comentario más si me dejas ponerle algo a eso que le dé sabor. ¿No queda al menos jalea? — como están las cosas hoy en día, es mejor no desperdiciar ni una migaja.

No, no hay motivos para festejar, pero una parte de mí agradece su intención. Los ánimos han estado por los suelos, pero tampoco quiero transformarme en un viejo amargado que vive enterrado en el pasado y su mala suerte. Sí, las cosas han cambiado y donde antes había una sala llena de gente, ahora somos solo nosotros. Quizá deberíamos reunirnos con los chicos, aquellos que estarán mejor en la red mientras nosotros buscamos cómo movilizar nuestras ideas, pero realizar una movida para festejar me parece un poco arriesgado — Nos faltan las galletas de Arleth. ¿Recuerdas la travesía que era mantener a los niños lejos para que no le roben todas las chispas de chocolate? — una tradición que este año nos hará falta, tanto como demuestra la sonrisa nostálgica de mis labios.

Apoyo el vaso sobre la mesada y me pongo a rebuscar en la alacena, algo debe haber para rellenar el bizcocho y dejarlo un poco más decente. Malo para mí, parece solo haber latas de conserva — ¿Cómo te sientes con eso? Son las primeras fiestas sin... bueno, ya sabes — todos perdimos a alguien, pero a veces siento que Alice se llevó la parte más dura. Cierro con cautela la puertita y le enseño una jalea de no sé qué cosa, pero parece algo así como caramelo — ¿Crees que funcione?
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Bueno, creía que sería un poquito de mejor actor, pero veo que ni con esas puedo engañar a que alguien más pruebe de mi bizcocho, de modo que me resigno a poner los ojos en blanco en respuesta a su, voy a tachar de dramática, reacción. Se me escapa una sonrisa por los labios también al tiempo que vuelvo a revolotear los ojos por su figura, aunque rápidamente se me van hacia los armarios como si con eso pudiera recordar lo que quedan de provisiones. — Las famosas galletas de Arleth. — Contesto en nostalgia, es bastante difícil competir contra eso, en especial después de haber hecho el intento de hacer algo dulce y que se haya quedado en una mezcla de masa insípida. Me río entre dientes por las imágenes que pronto acuden a mi cabeza al rememorar esas noches de festejo, a sabiendas de que son recuerdos que aun están demasiado frescos en mi cabeza como para considerarlos cosa del pasado. Mirándonos ahora no puedo evitar pensar que sería mejor dejarlo así, como algo de atrás a lo que lo más probable es que nunca volvamos. — No sé qué era peor, si tu padre tocando esa vieja armónica o los villancicos de Beverly a pleno pulmón en mitad de la noche. — Cómo cambian las cosas. Ahora no hay música chirriante que acompañe la velada, ni voces después de la cena que hacían querer taparse los oídos con tapones, o cena alguna siquiera.

Me froto con suavidad los codos con mis manos, meneando un poco la cabeza para apartarme el pelo de la cara sin la necesidad de usar los dedos, aunque al final termino por hacerlo de igual modo y me resguardo algunos mechones detrás de la oreja. Le observo buscar en la alacena algo con lo que endulzar el bizcocho, sin apenas moverme del sitio salvo para mover el cuello y evitar que me dé contra la puerta del estante al cerrarla. — ¿Sin las galletas de chocolate de Arleth? — Es una pregunta que va con otro sentido, con el de quién busca que se aclare con lo que dice porque no, no sé, y es precisamente eso lo que me hace soltar algo así como una risotada que se queda a medias. Claro que luego pienso en todas las personas que perdimos y que ya no están entre nosotros y considero mi reacción como inapropiada una vez me pongo a analizar el motivo de su curiosidad. Lo que me hace dudar es que pregunte por mí y no yo por él. — ¿Cómo te sientes tú? — Giro un poquito el cuerpo en su dirección, dispuesta a escuchar si es que lo necesita. Quizás por eso me ha preguntado en primer lugar, para que haga lo mismo con él y no para que reaccione como un alma despiadada que no tiene corazón. Repentinamente me siento un poco mal.

Cojo el botecito en conserva para echarle un vistazo al interior tras el cristal, volviéndoselo a tender cuando apruebo de su contenido con un asentimiento de cabeza. — No hay mucho más que pueda estropearlo y peor no va a estar, así que… — Me doy la vuelta para volver a coger el cuchillo y poder hacer algo con el bizcocho que lo deje partido por el medio mientras él se encarga de abrir la jalea para después poder extender el contenido. — Bueno… no son las galletas de pepitas, pero es mejor que nada, ¿no crees? — Por lo menos huele mejor con eso de caramelo puesto como relleno. — Ahora solo hay que hacerles creer a Amber y Ava que lo cocinaste tú y voilá, ya tenemos postre de Navidad. — Bromeo, que si digo que lo he hecho yo va directo a la basura.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
No he tenido la mejor relación con mi padre. Ninguno de los dos somos personas fáciles y ser los últimos de nuestra familia afectó nuestro trato desde que yo era un niño. Pero extraño sus consejos, las largas horas de pesca que se transformaron en rituales silenciosos de compañía que no cambiaron con el paso del tiempo y las circunstancias. Si pudiera sacarlo de las llamas que consumieron el catorce y tomar su lugar, sé que lo haría y, no obstante, mi única opción es sonreír con nostalgia al modo que Alice tiene de recordarlo. Hasta Beverly parece no haber logrado salir del catorce; ninguno de los niños lo hizo, no reconozco a las personas en las cuales se están transformando y me produce una desagradable sensación de deja vu. Yo fui un niño que salió transformado de un lugar donde otros murieron violentamente. Espero que sus caminos sean mejores que el mío.

Creo que mis ojos le reprochan la risa, pero tampoco puedo culparla cuando echarle algo de humor a la vida es lo único que nos mantiene de pie. No me responde, me encuentro en posición de pensar una respuesta y aprieto mis labios al tardar en responder — Aún los extraño y siento que jamás voy a poder finalizar ese duelo, pero... — ¿Cómo explicarlo para no sonar insensible frente a la madre que perdió una hija? — Estamos vivos y estamos juntos. Ellos no querrían que vivamos llorando por los rincones y quizá todo esto sea una oportunidad para nosotros, para que todo ese desastre no haya sido en vano — de no haber sobrevivientes, la verdad habría muerto con nosotros. Pero aquí estamos, respiramos, somos reales y tenemos voz. Tal vez por eso estamos aquí todavía.

Bueno, caramelo será. Lo destapo y olfateo en lo que ella abre el bizcocho y asumo que no está podrido, así que tomo el cuchillo y empiezo a desparramar el contenido con intenciones de llenarlo de sabor, de un modo quizá exagerado — Nada es mejor que las galletas de pepitas — bromeo, poniéndole algo de énfasis al relleno central dando golpes en el pote para que caiga mayor cantidad — No pensé en la Navidad, honestamente. Ninguna de las dos se creería que justo yo quise cocinar para festejar, pero podemos intentarlo — no contengo la gula de chuparme el dedo manchado y le tiendo el cuchillo en gesto de ofrecerle que lama los restos de jalea que quedaron en él — ¿Sabes, Al? Si quieres festejar, siempre podemos usar el armario evanescente y visitar la red. Los niños estarán bien con vernos un rato y quizá podemos... Bueno, sé que no es lo mismo, pero es lo más parecido a... ya sabes — no sé si el armario que he traído será la mejor solución, pero es lo único que puedo ofrecerle. Incluso cuando todos se han ido, cuando hay personas perdidas y su hija no está aquí para celebrar con ella.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Acepto su explicación con un movimiento lento pero afirmativo de cabeza, y en parte entiendo que se sienta de esa manera, porque aunque no sea un duelo que vaya a poder poner fin jamás, creo que ese sentimiento también se ve agravado por el hecho de que tampoco tuvo opción a despedirse. No sé si va a considerarlo una intromisión a su espacio personal, dado que hubo un tiempo en el que no existía entre nosotros, pasaron muchas cosas desde entonces, pero aun así, tomo el atrevimiento de alzar una mano para posarla sobre su hombro y darle un ligero apretón en comprensión. Sonrío algo tímido antes de dejarla caer nuevamente sobre la encimera, pensando en lo mucho que ha cambiado mi parecer en los últimos meses cuando elevo la voz. — Es un desastre bien grande, no te lo voy a negar, pero no está todo perdido, hay gente de nuestro lado, puede que no toda la que quisiéramos, pero gente, al fin y al cabo, y si no hacemos algo ahora, ¿cuándo? ¿dentro de otros quince años? Puede que para entonces ya se hayan llevado a la mitad de nosotros con ellos, y puede que sea una oportunidad entre un millón esta que tenemos ahora, pero sigue siendo una oportunidad. — Solo hay que estar lo suficientemente dispuesto para cogerla, o ser lo suficientemente estúpido como para arriesgarse a hacerlo. Por suerte para mí, creo que es más bien la última.

No voy a negarme a ese ofrecimiento, así que cojo el cuchillo y me dispongo a lamer la hoja del mismo cuando su siguiente propuesta hace que ladea la cabeza pensativa, moviendo un poco los labios en duda. — ¿Crees que sería una buena idea? No estamos como para exponernos de ningún modo, pero… no lo sé, quizás a los niños les haga ilusión, siento que sería la única cosa normal que hacemos en mucho tiempo. — Eso es algo que no me puede discutir, porque esos críos han hecho más cosas y vivido momentos desagradables en los últimos meses que le quitarían el sueño a más de una persona. — No habría regalos, ni galletas, ni siquiera una cena decente, tampoco lo necesitamos para recordar que estamos juntos, ¿no? No todos, y desde luego no enteros, pero aquí, después de todo. — Quizás es lo único que nos hace falta para seguir levantándonos cada mañana, en especial ahora que el invierno quita las ganas de poner un pie fuera de la casa, cuando casi es preferible seguir bajo la protección de las mantas que enfrentarse a la realidad de que seguimos siendo nosotros, los de las caras empapeladas. — O… es una estupidez y debería seguir intentando cocinar algo decente para que no muramos de hambre. — Vuelvo a reírme, lo que sea para no sonar ridícula dentro de una situación que se me hace bastante. Porque estoy pensando en celebrar Navidad, cuando no hay ningún viejito gordo vestido de rojo que vaya a alegrarnos la noche, que creo que ya ha quedado más que claro que este año pertenecemos a la lista negra y no a la de los que se portan bien.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
¿Si creo que será una buena idea? No, la verdad sería poner a un montón de personas bajo un mismo techo por el cual no sé que clase de aguas pasarían, porque estoy seguro de que Zenda no tomaría nada de esto con calma. Pero es lo único que podemos ofrecerles, a pesar de que mi cabeza se menea con obvia indecisión y no parezco demasiado confiado en tener una buena recepción por parte de los menores que dejamos atrás, más seguros que en nuestro apartamento improvisado como especie de cuartel — Podría tratar de comunicarme primero con Kenny para pedirle permiso y, tal vez así, montar aunque sea una cena modesta. Nos merecemos un poco de alegría a pesar de todo lo que ha pasado — no hay mucho por lo cual festejar, pero podemos aferrarnos a ello. Al menos, Alice se permite el seguir bromeando y me hace reír un poco, a pesar de que suena un poco antinatural. Han pasado meses, comprendo si está buscando la manera de sanar y admiro que sea capaz de hacerlo. No sé cómo estaría yo en su lugar — Bueno, podemos probar tu teoría. A ver… — corto un trozo de bizcocho y se lo tiendo, sonriendo con cierta malicia — Si te intoxicas, diré que fue un duende maligno de la Navidad. Ya sabes, como para hacer tu muerte un poco más interesante.

¿Dónde estábamos en el invierno pasado? Porque si mal no recuerdo, fueron los tiempos en los cuales estuvimos juntos. Me chupo el caramelo que me quedó en la mano tras tenderle la porción y me pregunto, una vez más, cómo es que las cosas han cambiado tanto en un año, cuando se siente que han pasado siglos — ¿Sabes? Jamás pudimos hablar las cosas con calma… — voy con sutileza y hasta intento adoptar la postura más relajada que soy capaz — Y creo que nunca pude agradecer tu amistad después de mis errores. Sé que hice muchas cosas mal, en especialmente para ti y no sé cómo eres capaz de siquiera hablarme. Pero… Fue bueno, ¿no? — al menos, así es como lo recuerdo. Una linda etapa, quizá demasiado efímera, pero que he disfrutado de buena gana — Quizá un poco controversial después de todo, pero agradezco lo que me diste. Ya sabes, estábamos un poco… solos. Y pasar tiempo contigo y Murphy hizo las cosas mucho más fáciles — hasta llegué a pensar que se quedarían así, que podríamos sentar cabeza, dejar que la vida pase en el catorce. Y aquí estamos, comiendo un bizcocho de pocos recursos en el distrito cinco. Le sonrío, quizá muy forzadamente, pero es una sonrisa en fin — Lo que quiero decir es que se supone que en Navidad uno tiene que estar agradecido y, con lo bueno y lo malo, he aceptado que esto es lo que me toca. Incluyendo que nos tengamos los unos a los otros, a pesar de todo.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
De todo lo que nos ha pasado. Sonrío sin ganas, casi dejando entrever una curva triste, pero que se deshace al mover las cejas hacia arriba. Espero que el día en que tenga que recordar cómo hemos llegado hasta aquí no llegue nunca, porque de hacerlo se me quedarían escasas las ganas de querer seguir adelante, siendo que nos han interceptado el camino a la felicidad en más de una ocasión, con más de una piedra que bordear. Es evidente que ahora no nos queda otra opción que escoger un carril diferente, uno que quizás nos lleve por el mismo lugar y por las mismas penurias, pero es a lo que nos arriesgamos al levantarnos cada mañana. Centro mi atención en el bizcocho, al cual miro con algo de recelo dada la reacción que tuve la última vez, y que si no fuera porque lo he hecho yo le daría a probar primero a él en caso de que lo de la intoxicación sea verdad. — ¿Qué puede ser más interesante que una muerte por un duende maligno de Navidad? — Coincido con su punto, sonriendo por la broma y esperando al momento en que de verdad tenga que probar de esa cosa otra vez. Bueno, al menos en esta ocasión no toso cuando me lo llevo a la boca para darle un mordisco pequeño, e incluso diría que no es para tanto el sabor a pastajo con el caramelo. — Bueno, sigue sin ser digno de participación de un concurso de bizcochos fugitivos, pero no está mal. — Mastico lo que queda entre mis dientes antes de tenderle un trozo de lo que no he comido, ensanchando la sonrisa.

Alzo las cejas en su dirección cuando creo que va a comenzar un tema algo más serio que enanos navideños, dejando recargar un poco más de mi peso sobre la mesada. Lo que dice me hace mirarlo con un poco de extrañeza, porque sé que algunas cosas las dejamos a medias, pero también siento que está poniéndose en una posición algo exigente, en especial cuando yo parece que no lo he hecho. — ¿Por qué no iba a querer hablarte? No es como si me hubieras hecho nada personalmente a propósito… — Bueno, se marchó y eso sí que dolió, pero también creo que eran momentos confusos para todos, las dos partes reaccionaron mal, no entiendo por qué de pronto se está echando todas las culpas a sí mismo como si el resto hubiéramos hecho lo correcto desde el principio. — Todos cometemos errores, Ben, la gracia está en poder adueñarnos de ellos y aprender a perdonar, no somos perfectos. — Me encojo de hombros, que me parece que estamos hinchando un globo que hace tiempo que desinflamos.

Tengo la necesidad de bajar un poco la mirada, moviendo la nariz al recordar esos tiempos de los que habla, aunque no puedo evitar sonreírme cuando vuelvo a mirarle, asintiendo con la cabeza antes de siquiera ponerlo en palabras. — Fue muy bueno, no puedo decir que no lo disfruté. — Es la verdad, no hay nada que podamos esconder entre nosotros, no después del tiempo que compartimos juntos. Con él me di cuenta de que hay cosas que todavía no quiero perder, que aun hay cosas en el mundo por las que vale la pena luchar y siempre estaré en deuda con él por ello. — Seguimos estando un poco solos. — Reconozco, que las circunstancias sean otras no significa que no lo estemos. Me encuentro frunciendo un poco el ceño, no muy segura de a quien se refiere con ese nombre, pero enseguida libero la tensión en mi frente sacudiéndome un poco. — ¿Es Murphy un nombre en clave para Gigi o…? — porque yo la conocí de esa manera, pero qué se yo, era su perra por alguna razón. No obstante, a pesar de esa comentario, puedo asentir con la cabeza ante lo que dice a continuación.  — Siempre podría ser peor, ¿no? — Porque siempre puede, lo hemos comprobado, y creo que por eso sonrío algo triste.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Menos mal que me da el bizcocho para probar, eso me excusa de responder de inmediato y solo me conformo con alzar un hombro como, si de esa manera, pudiese resumir los motivos que la llevaron a golpearme cuando escapamos de las llamas. Mira, que hasta el sabor no me ha quedado tan mal, pero prefiero eso a tener que ponerme con los detalles desagradables de aquello que dejamos atrás — Jamás pensé que yo fuese perfecto, pero a veces creo que he abusado un poco de esa excusa y algunos errores… bueno, cuesta perdonarlos, incluso cuando se trata de uno mismo — creo que esos son los peores. Podría dejarle pasar muchas cosas a mis amigos, pero conmigo mismo soy un caso aparte. He estado reprochando muchas de mis actitudes desde hace años y he defendido otras, pero me reconozco como pesimista y amargado la mayor parte del tiempo. Y lo he intentado, no diré jamás que no.

Al menos, ella mantiene buenos recuerdos, su sonrisa es sincera y sé que no me está siguiendo la bola solo para hacerme sentir mejor; al menos, creo que esa es una de las cosas que siempre me agradaron de Alice, su franqueza. Termino de tragar y me limpio con el único trapo decente de la cocina, el cual hago un bollo y dejo sobre la mesada en un gesto desinteresado — ¿Nos crees solos? Tal vez no lo tengamos todo, pero sé que siempre voy a poder contar con ustedes y eso me basta — es como un pacto silencioso y tácito, somos nuestros compañeros y nos abrazamos a esa idea hace mucho, cuando decidimos resguardarnos en este departamento en un intento de saber qué paso dar a continuación, juntos. Y tengo intenciones de hacérselo saber, pero su pregunta me descoloca y la miro con expresión desconcertada, moviendo primero una ceja y después la otra — Murphy… Tu hija… — contesto en tono de obviedad, porque no tengo idea de lo que ha querido decir con eso. Asumo a su pérdida la sonrisa triste y el comentario pesimista, me tomo el atrevimiento de tomar con cuidado su delgado brazo y me acerco a ella en actitud de consuelo — Pero hey, no todo está perdido. Estoy seguro de que lograremos encontrar una solución, la vida siempre se acomoda de maneras muy extrañas. Nos dio nuestra compañía cuando más lo necesitábamos y, de alguna manera, tendremos justicia por ellos. Por mi padre, por Murphy, hasta por Gigi. Sé que soy el último en decir estas cosas — suelto su brazo con cuidado, pero le doy un apretoncito cariñoso en el hombro — Pero las cosas podrían estar peor y estoy seguro de que estarán mejor. Ya hemos tocado fondo, ahora es cuando tenemos que empujar el suelo para impulsarnos hacia arriba — cueste lo que nos cueste.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Bueno, creo que en esas puedo comprenderlo, además de compartirlo, porque no es el único que abusa de excusas para hacerse sentir mejor consigo mismo, yo lo hago todo el tiempo, para variar, creo que es así como nos mantenemos un poco vivos. Muevo un poco la cabeza, lo suficiente como para mirarle un poco de lado, acertando a buscar sus ojos. — Si alguna vez hice que sintieras que no puedes hablar conmigo, de lo que sea… lo siento por eso, sé que veces me pongo un poco de mal humor, pero sabes que puedes contar conmigo para cualquier cosa, ¿verdad? — Espero que realmente lo crea, porque no hemos pasado por tanta mierda juntos como para que de repente sienta que no puede decir algunas cosas por miedo a que salte a la mínima. Quiero decir, conozco mis defectos a la perfección, tengo más de los que me gustaría admitir, pero estoy tratando de trabajarlos, aunque es difícil hacerlo cuando esos mismos defectos son causa de algo que se sale de mi control. Odiaría tener que pensar que por esas faltas ya no podemos conversar cómo solíamos hacerlo y conservar lo que teníamos.

Me encojo un poquitito de hombros, segura de que con eso no voy a poder explicar mi punto que parece no haber cogido del todo. — No solos en el sentido de la palabra literal, sino solos de… ¿estar vacíos por dentro? — Es una patética forma de expresarme, pero creo que ni yo puedo comprender el verdadero significado de esa soledad que a menudo siento en el día a día. — Obvio que nos tenemos los unos a los otros, y no sé que haría ahora mismo si estuviera sola entre caras que hasta hace poco no eran más que desconocidas, pero… no lo sé, sí siento que a veces estamos un poco cada uno en nuestra onda. — Luchando nuestras propias batallas individuales cuando fuera hay una que no se siente mucho más grande que la nuestra, aunque la magnitud de la misma la supere con creces en comparación. Vuelvo a sacudir un poco mis hombros y mi cabeza, como señal de que tampoco tiene por qué tomarme en serio en lo que digo.

Me quedo un poco petada en el sitio, frunciendo el ceño en una mueca también de mis labios por eso que dice y que me tiene mirándole como si hubiera dicho algo muy estúpido. — Mi hija. — Repito sus palabras, repasándome los labios después hacia dentro de mi boca en lo que medito qué es lo que le ha llevado a hacer esa especulación. — Definitivamente ahora sí que no tengo ni idea de lo que me estás hablando. — Y eso que me puse muy seria cuando pregunté por Gigi por si acaso metía la pata, pero me parece que ahora mismo nos estamos saliendo mucho de tema conocido. Le doy una palmadita suave a sus nudillos cuando se acerca para apretar mi hombro después de cogerme del brazo, lo que me hace mirarle con todavía más desconcierto. Creo que solo lo dejo estar por el minuto que le toma ponerse serio otra vez, atendiendo a sus palabras que esas sí tienen algo más de sentido.— Bueno, no nos queda mucho que esperar más que las cosas se giren un poquito más a nuestro favor que en los últimos meses, ya me conformo con lo que sea. — La vieja excusa del conformismo, que no estamos para exigir mejorías estando como estamos.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Nuestra onda — repito en un murmullo quedo, tratando de hacerme un poco la idea de lo que está queriendo decir, porque no estoy seguro de seguirla del todo. Veamos, somos seres individuales, sé que nos une el cariño y la mala suerte, pero no sé qué caminos tomaremos con el paso del tiempo. Y las marcas que el fuego dejó en nosotros son más que físicas, como la quemadura que no logro quitarme de uno de los brazos; arrastramos nuestros fantasmas y nuestros recuerdos como cruces personales y no siempre podemos compartirlas. Pero, aún así, busco una respuesta un poquito más certera — ¿Qué “onda” sería? Deberás iluminarme un poco, Al — intento sonar más amable que confundido, a pesar de que me animo a sonreírle en señal de disculpa por mi obvia falta de comprensión.

Y me pierdo un poco más en esta conversación, porque lo que dice no tiene sentido y creo que está bromeando; incluso miro alrededor, como si me hubiese perdido de alguna presencia que indique que me está tomando el pelo con algunos comentarios de mal gusto. Se me evapora la sonrisa y guardo silencio, apenas siento la palmadita en mis nudillos y doy un paso hacia atrás para verla mejor — Los últimos meses han sido duros, sí — murmuro con mucho cuidado de la elección de mis palabras — Pero eso no significa que debas borrarla de tu memoria, Al. Sé que duele recordarlos, pero… ¿Fingir que no han estado ahí? — ¿Es esta alguna barrera protectora de su cabeza? ¿Ha pasado tanto desde la última vez que conversamos a solas sobre nuestra vida, que ha decidido fingir demencia sobre un tema tan delicado? No soy nadie para juzgar, pero creo que me he ganado el derecho a preocuparme por ella aunque sea un poco.

Solo por si las dudas, observo la habitación una vez más y doy algunos pasos hasta asomarme por el baño, porque sí, debo chequear una vez más que estamos solos. Cierro la puerta con cuidado de no sonar tan precipitado como me siento y la miro con inquietud en los ojos, no muy seguro de cómo abordar el tema — Alice, dime que sí sabes de quién te estoy hablando. Murphy, tu hija. La amabas — la sonrisa que pide que me diga que no está hablando en serio es temblorosa, se sacude un momento en mi boca y es acompañada de un meneo de mi cabeza que me revuelve el flequillo — Sé que es Navidad, pero no es necesario precipitarnos a ese tipo de bromas.
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Sacudo la cabeza, moviendo una mano en el aire para que de verdad no me tome en serio, porque a veces me cuesta hasta a mí comprender lo que digo, como si faltaran piezas en mi cabeza que no estoy segura tampoco de dónde encajarían de tenerlas en mi posesión. — No trates de darle un sentido a lo que digo, pienso demasiado estos días. — no es cómo si tuviéramos otra cosa mejor que hacer más allá de las pocas tareas que hay para hacer en el apartamento, salir muy de vez en cuando, y básicamente morirnos lentamente mientras se consume nuestro tiempo, que sabemos de sobra que va a llegar en una hora más bien cercana. Siento que tengo cambios de humor muy drásticos últimamente, hace nada estaba feliz por preparar un bizcocho incomestible. En vez de explicarme mejor, llevo mis pensamientos hacia otra cosa, algo que probablemente tampoco ayude a esclarecerle mi punto. — ¿Qué esperamos de esto, Ben? ¿Cuál es el significado de todo lo que nos ha pasado? — le miro, pudiendo percibir algo más que duda en mis palabras. — Si sobrevivimos a esto, lo cual dudo mucho, y no estoy tratando de ser pesimista, solo miro las estadísticas, ¿qué es lo que viene después? — para nosotros, para los que vivimos tantas cosas que ya se nos hace difícil vivir con uno mismo, como para hacerlo después de todo lo que vendrá por delante.

Asiento con la cabeza, porque sí, los últimos meses han sido duros para todos, pero el movimiento se me queda a medias cuando sigue hablando y en serio mi cara no puede expresar más confusión que la que siento ahora. — ¿Borrar? ¿Borrar el qué, Ben? ¿A qué narices te refieres con eso? — ¿en qué momento he tratado de fingir algo así? — No digas tonterías, sabes que si estamos haciendo esto es para que sus muertes no hayan sido en vano. — echo un poco el cuello hacia atrás, con las cejas a punto de convertirse una por las arrugas de mi frente. Me muevo solo para poder observar sus movimientos, intentando descubrir cuales son sus intenciones con estas invenciones que podrían poner a cualquiera de cabeza. Mi confusión pasa de repente a ser algo parecido a alguien que está tratando de tomarse algo en serio, pero que la risa floja y nerviosa entre dientes refleja que estoy lejos de poder entender a lo que se refiere. — Ben, yo nunca he tenido una hija. — alzo un poco las manos, como para expresar lo obvio, porque si lo hice creo que no estaría aquí en este momento. — Ya sabes, como que un embarazo no es tan difícil de pasar por alto, ¿no crees? — solo estoy pretendiendo rebajar la reserva con la que está abordando esto, como si lo pensara de verdad. — ¿quién de los dos está bromeando? — a estas alturas de la conversación ya no lo sé, y estoy por creer que me perdí el día de los inocentes o algo, porque le miro como si fuera alguien que está desvariando a niveles descontrolados.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
¿De verdad le estás buscando un significado? Creo que he dejado de hacerme esas preguntas hace como diez años — me he resignado a las injusticias, ya soy demasiado quejoso por naturaleza como para seguir sumando motivos a la lista. No espero mucho salvo tranquilidad en algún punto de mi extrañamente larga vida, pero he dejado de buscar las razones por las cuales continúo vivo. Tal vez, es solo el karma riéndose de mí — No tengo idea de las cosas que podrán venir, solo podemos intentar estar preparados — obvio, el tratar es la clave. Jamás he logrado comprender el funcionamiento de la vida como para pensar que tengo una idea de cómo actuar frente a la mierda.

Poco a poco, empiezo a quedarme mudo y me transformo en algo parecido a un mueble enorme en el rincón, tan quieto que parece que no respiro. Está bien, tal vez no está bromeando. Debe ser el trauma, es eso. He escuchado de personas que entran en un loop de negación por el resto de sus vidas, se borran de la cabeza las memorias que contaminan sus rincones y, poco a poco, el dolor se hace con su cordura. Lo he visto, muchas veces en los vencedores que rumiaban por la isla hace muchos años, cuando la esperanza se había ido de sus vidas y la realidad era demasiado dura como para afrontarla. El silencio se adueña de mí por unos minutos, esos en los cuales me relamo con nerviosismo en lo que tardo en reaccionar y me acerco a ella con pasos dudosos, a pesar de que no me atrevo a tocarla — Ahora es cuando lamento no haber podido rescatar siquiera una fotografía del catorce — las memorias murieron allí, junto con aquellos a los cuales perdimos.

Levanto las manos en señal de comprensión y paz, se acercan a ella pero apenas alcanzan a rozar sus brazos — Al, creo que estás metiéndote dentro de un caparazón para olvidar todo lo que has sufrido. Sé que debe sonar extraño… — que no soy psicólogo, no tengo ni la más remota idea de si estoy haciendo algo bien o si debería dejarla con su locura — Pero tenías una hija, Murphy. Murió en el catorce, el día en el que… bueno, se quemó — la niña ahora debe ser un montón de cenizas, si es que éstas no se evaporaron ya. Apoyo las manos con suavidad en sus hombros y busco retenerla cerca, inclinándome un poco en un intento de que nuestros ojos compartan altura — ¿De verdad no la recuerdas? ¿Ni siquiera un poco? ¿No recuerdas que nosotros compartíamos cama solo cuando ella se iba a hacer pijamadas con los otros niños? ¿O que le enseñé a leer mapas en tu mesa? No deberías olvidarla. Era… una niña excelente — es un ruego sin sentido, sé que la mente es algo mucho más poderoso que las súplicas.
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Mis ojos le persiguen por la habitación, analizando sus movimientos hasta que se frena en seco y tengo que preguntarme qué es lo que he dicho para que tenga esa reacción en la que me mira como si no se estuviera creyendo nada, más percibo algo en su rostro que lo hace cambiar de expresión. No sé qué diferencia hubiera hecho de tener alguna fotografía, se sabe que ninguno pudo llevarse nada cuando el distrito catorce se quemó en llamas, pero con eso no significa que haya olvidado las caras de los que allí perecieron o de las que no lo hicieron, pero ya no están con nosotros. — Ben, los recuerdo, a todos, vivimos demasiado allí como para olvidarlo. — no es como si pudiera hacerlo por propia voluntad de todas maneras, y creo que ese es el problema primordial, que por mucho que queramos ignorar lo que aconteció en el catorce, los rostros de quienes tuvieron la poca fortuna de no sobrevivir nos atormentan cada día con las decisiones que tomamos. ¿Lo estaremos haciendo bien por ellos? Creo que esa es una pregunta que nunca podremos llegar a respondernos, solo nos queda confiar en que estamos haciendo lo que podemos por que su recuerdo no quede olvidado.

Por esa misma razón es que me muestro tan escéptica y mis cejas se curvan en confusión, sacudiendo la cabeza de forma lenta en indicación de que no soy yo la que se está equivocando en esto. — Creo que sé lo que hablo cuando te digo que nunca tuve una hija, ¿qué es lo que te hace pensar eso? De veras, estás empezando a asustarme. — la broma quedó ya bastante lejos, lo que me hace plantearme cuánta verdad o mentira esconden sus palabras. Es Ben, no mentiría con una cosa así, no después de todo lo que hemos sufrido. Miro sus ojos cuando sus manos se posan sobre mis hombros, casi en obligación a que se busquen con los míos al empezar a hablar de algo que se sale muy por fuera de lo que puedo llegar a entender apenas. Creo que frunzo el ceño más de la cuenta o todo lo que me es posible, porque sus palabras no tienen ningún sentido para mí, pero en el fondo es como si las tuvieran de una manera extraña que no soy capaz de explicar. — Ben… ¿por qué querría olvidar a mi propia hija? — no sé si hago bien en utilizar ese pronombre cuando no la siento mía, lo que dice no son más que historias que no coinciden con la mía, unas que me asustan lo suficiente como para apartar la mirada. — No puede ser… cierto, ¿no? ¿por qué no puedo recordarla? — ¿por qué él sí puede hablar de ella como si la conociera, cuando es evidente que ni yo sabía de su existencia?
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
¿Yo te estoy asustando? — suelto con una mezcla de impotencia e incredulidad, definitivamente tengo que empujar la idea estúpida de que todo esto es una broma de mal gusto y me pregunto si alguien de la red sabe algo sobre psicología, dudo mucho que Amber o Ava tengan una idea aproximada que pueda sernos de ayuda. Además, creo que la segunda está bastante tocada desde la explosión del catorce y prefiero no echarle más leña al fuego — No lo sé… Hay gente que dice que perder a alguien es tan doloroso que es mejor olvidarlos. Y tú estabas destruida — es un poco crudo decirlo de esta manera, pero es la pura verdad. Alice nunca fue el alma de las fiestas, pero tampoco era la sombra en la cual se transformó en los últimos meses. Me gustaría darle una mejor respuesta, pero como el inútil que soy me encojo de hombros. No sigo a mis compañeras las veinticuatro horas del día, no me interesa hacerlo tampoco, pero si he descuidado tanto a mis amistades al punto que están tan tocados y yo no me enteré, hay algo que estoy haciendo mal.

Tampoco puedo decir que no tengo motivos para estar tan distraído. Aún no sé dónde encontrar a Seth o a Kendrick y pienso que este invierno será aún más duro que los anteriores, porque nuestra búsqueda de provisiones es más arriesgada. Bajo mis manos hasta tomar las suyas y tiro con cuidado de ella, doy algunos pasos hacia atrás hasta que ambos llegamos al sofá y nos obligo a tomar asiento en lo que mis pulgares acarician su piel a modo de consuelo, a pesar de que ella no recuerde las razones por las cuales estaba tan dolida — ¿Hay algo que quieras contarme, Alice? — pregunto, no muy seguro de que estoy yendo bien en esto — Lo que sea. Lo que hiciste en estos días, lo que pensaste, si hay algo en particular que te inquieta. Algo que pueda explicar por qué olvidarías algo así, por más fuerte que sea. Durante mucho tiempo creí que me odiabas por lo que había pasado, hemos hablado de ello cientos de veces — me he comido algunos empujones, para variar —  Solo… no te permitas olvidar, Al. No importa lo que sea, no lo hagas jamás. Nuestras memorias son todo lo que somos — porque al final, no quedarán más que recuerdos, no importa que tan felices o amargos sean.
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Digamos que lo que ha ocurrido en los últimos meses no ha sido precisamente motivo de celebración, pero creía que ese sentimiento lo compartíamos todos, no me creía la única que el pasado tiempo lo haya considerado difícil de asimilar. Por eso mismo mantengo el rostro tenso, como en los últimos minutos en los que la conversación ha pasado de ser liviana a algo que, además de pesado, se escapa de mi conocimiento. Me muevo por el impulso de sus manos más que por cuenta propia porque siento las piernas rígidas, incluso cuando no tengo la menor idea de porqué mi cuerpo ha tomado una reacción de ese tipo, viendo que mi cabeza se sigue manteniendo al margen de cualquier recuerdo que pueda relacionarse con lo que está diciendo. — Ben, yo... nunca podría odiarte. — me apresuro a decir para sacarle esa idea de la cabeza, tomando asiento en el sofá, aun pensativa. Porque sí, estuve enfadada, además de dolida, pero odiar es una palabra muy grande, una que no estoy segura de que se pueda borrar o dar marcha atrás cuando se ha utilizado contra alguien.

Me quedo pensando en lo siguiente, bajo la mirada un segundo a nuestras manos antes de dirigirla hacia la ventana corrida de enfrente y luego posarla sobre sus ojos. Se escapa también un meneo de cabeza, por mucho que trato de darle vueltas a lo que está diciendo, limitándome a revisar dentro de mi cabeza lo que he estado haciendo las últimas semanas. No viene siendo mucho, lo que todos, buscar suministros, tratar de que no nos den caza que ya de por sí es una tarea que requiere de mucha precaución, y... no mucho más. A no ser que... — Tú sabes que yo estuve en Europa por un tiempo, ¿verdad? — lo hablamos un par de veces estando en el catorce, y es un tema que ha salido en conversaciones durante el tiempo que consideramos huir hasta allí. — Hace unos meses, antes de la noche de Nimue, me topé con un viejo amigo, que no sabía que lo era hasta después de la explosión, en el momento no lo reconocí y por eso no creí que fuera importante ni digno de mención, fue un encuentro fortuito, nada más. — explico, atendiendo a su mirada para ver el cambio en su expresión, cuidándome las palabras porque sé como debe de estar sonando. — Con esto de los carteles y de que estemos en todas partes... resulta que me reconoció la segunda vez que nos encontramos. — sí, no descarto la opción de que me hubiera estado persiguiendo por días antes de ese encuentro, pero esa información me la reservo. — Discutimos, es cierto, pero no lo he vuelto a ver desde entonces. — también me ahorro el detalle de que se trata de un miembro del cuerpo de seguridad del país, además de ser un Weynart, y lo que ocurrió con Jessica aparte, porque no quiero entrar en el juego de que resultan dos personas bastante peligrosas para nuestra seguridad. — Pero Ben, lo recuerdo todo, no tendría ningún motivo para olvidarme de ella, si fuera el caso real, ¿cómo podría hacer algo así? ¿por propia voluntad? — le miro, el desconcierto ya formando parte de mi cara como una facción más. Porque quiero decir, la mente es poderosa, estudié medicina, o lo que se considera teniendo en cuenta las limitaciones del catorce, pero no lo es tanto... ¿o sí?
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Creo que el modo que tengo de asentir con la cabeza pone en evidencia lo ansioso que me pone todo esto, estoy dispuesto a escuchar su relato a sabiendas de que lo más probable es que me diga algo que no me guste en lo absoluto. Abro la boca para preguntarle de quién se trata, vuelvo a cerrarla porque la anécdota continúa y no comprendo muy bien a dónde quiere llegar con todo esto, porque no encuentro la conexión a lo que ha pasado con Murphy — ¿Qué quieres insinuar? ¿Que este sujeto tiene algo que ver con lo que ha sucedido o es simplemente algo que te inquieta? — mis ojos siguen el camino que antes llevaron a los suyos a mirar las ventanas empañadas, como si en ellas pudiese encontrar un dibujo que ilustre mis dudas. Alice nunca ha sido una persona muy fácil de comprender, pero he hecho mis intentos y rendirme ahora no sería de muy buena persona, mucho menos de buen amigo. Porque… Somos amigos, quiero creer.

No sé cómo indicarle que no tengo idea, lo único que se me ocurre ya se lo he dicho y me encojo de hombros, soltando sus manos para frotar mis rodillas en un intento de sentir al menos un poco de calor ficticio — Nunca he comprendido muchas de tus acciones, Al. Tampoco sé cómo regresarla si tú decidiste hacerla a un lado. Supongo que siempre se tratará de respetar lo que has escogido, voluntariamente o no, para tu salud. No tengo idea de cómo se siente lo que perdiste, por mucho que yo tenga mis propios dolores; algo que he aprendido es que no todos sentimos de la misma manera — me tomó años comprenderlo, aún sigue costando trabajo el convencerme de ello y no caer en la tentación de señalar con el dedo — ¿Quieres… que me comunique con tu amigo? No sé, que lo busque, que te ayude a encontrar respuestas. Y quizá, si una segunda vez te convences, puedas dejarla ir. Siempre acabamos dejando que todos se marchen — porque es lo que nos espera a cada uno de nosotros. La vida es un hilo fino, se corta con facilidad y todos poseemos pequeños trozos de ellos. Los nudos no siempre son necesarios.
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
No sé lo que quiero insinuar, o si estoy insinuando algo en primer lugar, solo estoy tratando de ponerle un orden a una mente que al parecer tiene desestructurado su propio espacio cronológico. — ¿Cómo puede haber tenido algo que ver? Si cuando me lo topé ni siquiera sabía quién era, podría haberme entregado la vez que nos encontramos después de eso y no lo hizo, ¿qué razón hay para eso? — eso es algo que me he planteado varias veces, no las suficientes como para depender de una respuesta pero sí como para quitarme el sueño más de una noche. Estoy por creer que se trata de un simple favor por el recuerdo que tenemos ambos de cuando no éramos más que unos niños, pero no sé cuanto tiempo se puede vivir de memorias y la preocupación de una próxima vez siempre aparece al final del día. — Me inquieta, sí, por qué tú aseguras una hija que yo ni siquiera recuerdo tener, ¿qué clase de monstruo olvida a su hijo? — bufo molesta, no con él, sino conmigo misma. Paso mis manos por mi rostro, estirando los dedos por mi pelo hasta llegar a mi cuello y volver a apoyar mi barbilla en mis manos, pero sigo sin encontrarle el sentido a sus palabras, y en mi cabeza tampoco voy a encontrarlo.

Me levanto, con paso decidido a pesar de que me toma tan solo unas zancadas el atravesar la habitación en busca del otro extremo, teniendo cuidado de no tropezar con el colchón. Poso mi mirada en el exterior, cruzando mis brazos sobre el pecho y frunciendo el ceño ante el nunca he comprendido muchas de tus acciones, que me hace menear la cabeza en su dirección. — ¿Qué narices significa eso? — por el tono que utilizo es evidente que necesito de una respuesta concreta. Repentinamente me molesta que esté hablando como si yo hubiera escogido olvidar a esa persona, de la que habla como si realmente hubiera una conexión de importancia entre nosotras, cuando a mí la única explicación que se me ocurre es que es él quién está desvariando por siquiera insinuar que podría olvidar a mi propia hija. Creo que me conozco lo suficiente como para asegurar que no podría hacer algo así, no me considero una persona tan horrible, por propia voluntad o no. No obstante, sé que él no tiene la culpa, me disculpo elevando la mano hacia él antes de usar esos mismos dedos para pellizcarme el hueco entre mis cejas al sacudir levemente la cabeza. — No. Ni se te ocurra hacer algo así, no necesitamos que conozca otra cara de los carteles, nos pondría a todos en peligro y no creo que sea de los que dan segundas oportunidades. — si lo hizo conmigo fue porque le guarda algo de cariño a la imagen de la niña de ojos grandes y pecas que guarda su memoria, no por aprecio a la persona en que me he convertido. Resumo mi expresión con un suspiro que me lleva a elevar los hombros en resignación, mirando al suelo. — No sé qué ha podido pasar, Ben, pero creo que estoy lo suficientemente cuerda como para afirmar que no podría dejar ir algo tan grande como eso, ¿en qué me convertiría algo así? — le miro, buscando una respuesta que sé que no me va a dar. Perdí cosas, personas, lugares, ¿pero tanto como recuerdos?
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
No tengo hijos. Beverly es lo más parecido que he sentido al cariño paterno y sé, de alguna manera, que esa niña no es mía; si vamos al caso, creo que todos hemos aceptado con el tiempo que le pertenecía plenamente a Eowyn y el resto solo éramos meros espectadores que trataban de ayudar con una cosa o dos. No creo jamás tener una familia, por mucho que lo he deseado hace tiempo, cuando todavía creía que era lo que debía hacer por el simple hecho de que eso era lo que me habían enseñado. Lo dije mil veces, cuando era un niño soñaba con ser mecánico como mi padre, tener una casa y una familia. Pero aquí estoy, alejado de esa idea, de esas emociones, tanto que no puedo siquiera imaginar lo que pudo haber pasado por su mente para que decidiera eliminar a Murphy de sus recuerdos — He visto muchas personas con estrés post traumático en la isla de los vencedores — recuerdo, trato de elegir las palabras con cuidado — Y muchos de ellos tenían problemas para recordar ciertas cosas, omitir detalles, confiarse en que las cosas no habían sucedido y entraban en cierto estado de negación… — jamás llegué a ese punto, pero sé que me costó mucho hacerme la idea de que Melanie estaba muerta. No son épocas que me guste rememorar.

Me siento atrapado por su pregunta y chasqueo mi lengua en una mueca que parece de disculpa — Bueno, cuando estábamos juntos… tonterías. Básicamente que soy un asco entendiendo a las mujeres — lo cual no es una sorpresa, siempre he admitido que se me dan muy mal y no es algo que parezca cambiar a pesar del paso del tiempo. Al menos, podemos no detenernos en este punto y, a mi pesar, acepto su petición. En gran parte por respeto a ella, por otro lado también incluye que en invierno es muy difícil rastrear largas distancias sin el equipo adecuado y ya tenemos a varios extraviados por ahí — Hey… — me apresuro a ponerme de pie y seguirla, hasta rodearla con los brazos de un modo que no he hecho en una eternidad. Mi abrazo busca reconfortarla, apegando mi pecho a su espalda y acomodo una mejilla sobre su cabeza — Deja de verte como un monstruo, sé que tú no elegirías algo así, no si no tuvieses otra opción. Eres una de las mejores personas que conozco — todos tenemos nuestros defectos, eso no nos convierte en seres desalmados. Con un apretoncito, suspiro al colocar el mentón sobre su hombro y clavo los ojos en la ventana — Extraño el catorce. Extraño a nuestras familias y amigos. Pero, sea lo que sea, pase lo que pase, te ayudaré a solucionarlo. Lo arreglaremos juntos — porque al final, siempre es así. Mis amigos, las personas a las cuales elegí en el camino de mi vida, con quienes he luchado y seguiré haciéndolo hasta que nos duelan los huesos. Y me aferraré a ello hasta el día en el cual dé mi último suspiro.
Benedict D. Franco
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