The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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It's where my demons hide · Alecto
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Invitado
La sombra que se proyecta sobre las escaleras que suben como un cuadrado infinito hasta el último piso, me estremece del frío que no sí es culpa del miedo o a la temperatura que cae en picada cuando el sol baja sobre los edificios, que el invierno se presiente crudo como nunca ha sido de otra manera en los distritos marginados. Si con suerte en casa tenemos lo que parece ser una chimenea, con un poco más de suerte logramos encenderla, en general el abrigo o las mantas son un lujo con los que se sueña cuando nos acurrucamos en un rincón, tiritando. La garganta me pica en estos días, ni hablar de que no hay medicamentos. Si hasta me arriesgo a bromear con mi humor negro y preguntar qué cosas son medicamentos, como si me hablaran de cosas que nunca hemos visto en la vida.

Si lo hecho, hace media hora estuve revisando un viejo botiquín que encontré en un departamento abandonado, alguien me dijo que allí vivían una madre y su hijita de diez años hasta hace poco, primero desapareció la madre, luego la niña. Espero que no les importe que revuelva entre lo poco que ha quedado de ellas, que otras personas se ve que pasaron por aquí y cargaron fuera lo que podían. Ese comportamiento de ratas me indigna a veces, se puede decir que yo hago lo mismo, pero me gusta más que me comparen con un gato. Solo tomo lo que necesito, en este caso unas tabletas vencidas y me las guardo en el bolsillo de mi chaqueta, escondo las pastillas dentro del agujero que hay en el forro interno.

Salgo hacia el pasillo arrimando la puerta con suavidad para que no se escuche a la cerradura golpear contra el marco, quedan un par de personas viviendo en el edificio. Sin embargo, el silencio que se escucha es absoluto, todos están metidos dentro. ¿A quién le gustaría andar merodeando por ahí en una hora tan cercana al toque de queda? Sólo imbéciles, como yo. ¡Qué se me ha pasado la hora! Por eso me asusto por la sombra gigante que cae sobre mí, hasta que me quito el miedo al darme cuenta que es la luna moviéndose entre ventanas rotas y haciendo que las figuras oscuras se desplacen por las paredes. Pongo una mano en mi pecho y puedo sentir a mi corazón serenarse, así como volver a agitarse cuando bajo las escaleras a los saltos. Tal es mi prisa en poner distancia con el edificio, en volver a casa antes de la hora límite, que en vez de ir por la calle tomo lo que conozco que es un callejón que se conecta con otros y, sin embargo, mi mala suerte quiere que me lleve puesta a una chica. —¡Vamos! ¿Eres estúpida o qué?— reacciono de la peor manera confundiéndola con otra repudiada más, que en mi cabeza va sonando el tic tac del segundero avanzando.
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Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
Odio el invierno, pero como también odio el verano, tengo que aguantarme y ponerme doble capa de abrigo cuando me avisan de que es mi turno de hacer las rondas de chequeo por el once. Me gusta demasiado el ajetreo que se traen entre manos las ratas que viven por aquí, y demasiado poco el estilo de vida que se lleva en mi distrito de nacimiento, así que tampoco voy a ponerle pegas a mi jefe de escuadrón cuando en realidad me está haciendo un favor. Como soy nueva prácticamente, recién salida de la academia que nos entrena a los aurores, no me dejan andar mucho sola, lo que me pone un poco irritable, más de lo que ya acostumbro a ser por mi cuenta. En especial porque me ponen de pareja con un compañero al que le gusta más hablar que a un tonto un lápiz, y ya sabemos todos como soy yo de charlatana, aunque para el caso el dice por dos así que en verdad hacemos un buen equipo.

Creo que es la quincuagésima vez que pongo los ojos en blanco cuando mi compañero de trabajo vuelve a mencionar una historia en la que aparece su abuela de protagonista, al punto que empiezo a creer que está enamorada de ella y no sabe cómo decírselo. No me interesa saber de su vida y aun así se esfuerza por intentar que lo haga, de manera que le tengo que cortar en varias ocasiones de su relato de malas formas hasta que pilla el punto. A partir de entonces, el día solo mejora, porque ahora podemos continuar haciendo lo que se supone que debemos estar haciendo, que es patrullar las calles y pedir documentación a aquellos que parezcan sospechosos, es decir, a todos y cada una de las personas con las que nos cruzamos.

El once huele a cloaca, además de a basura pura que asumo sale de sus habitantes, lo compruebo cuando para mi suerte es hora de finalizar el turno y podemos separarnos los caminos que nos llevan a la base que hay montada a las afueras. Con la excusa de ir a fumar un cigarro y de mi compañero de tener que ir al baño, nos distanciamos lo suficiente como para que pueda entrometerme en las residencias para buscar algo de tranquilidad. Está a punto de empezar el toque de queda para ellos y la mayoría se encuentran en sus casas, si es que esto se puede llamar hogar. Estoy encendiendo el cigarrillo, tapándolo con una mano para proteger el fuego del viento, cuando me veo impulsada hacia atrás por un golpe que no veo venir. Es lo suficientemente brusco como para que el cigarro se me caiga al suelo, pero no para que me mueva mucho del sitio, por lo que levanto la mirada bastante enfurecida hacia quien ha sido la que ha propinado el choque. Y encima me llama estúpida, esta morena si que es estúpida. — ¿Disculpa? ¿No tienes reloj o eres lo suficientemente idiota como para no saber leerlo? — Que ni me sorprendería, vamos, aquí ni la mitad de la población sabe leer, van a saber entender un reloj de aguja. — El toque de queda está por empezar y no te conviene insultar a tu superior. Identificación, YA. — No voy a negarlo, me encanta el poder que proporciona este trabajo. Como para respaldar mi punto, la agarro del brazo y la empujo contra la pared con la varita bien sujeta en mi mano. No están los tiempos para tonterías y mucho menos para que estas ratas se regodeen en nuestra cara.
Alecto L. Lancaster
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It's where my demons hide · Alecto IqWaPzg
Invitado
Invitado
En mi prisa por escurrirme en el pasillo, no modero mi mal temperamento que me hace gritarle a la muchacha y si me devuelve el gesto con el mismo tono, entiendo que sea porque un cigarrillo en estos lares cuesta una fortuna que no lo merece. Si es que las veces que yo pude probar uno, fue porque alguien me “prestó”; y ni hablar de las pastillas o filtros que suelen ofrecer en algunos sectores del mercado negro. No conviene comenzar un vicio que no vas a poder costeártelo, mantengo mis robos en lo estrictamente necesario, nada que pueda preocuparme en serio a mi madre. Mi mirada está cargada de ánimo de pelea si es que se quiere medir conmigo, que a la larga una termina acostumbrándose que sea así en estos distritos, que nadie venga a decirme que la desgracia nos hace afines. Levanto mi brazo para que caiga la manga de mi chaqueta y poder mostrarle mi muñeca desnuda. —Déjame que me fije en mi reloj de diamantes,— es el sarcasmo más infantil que se me pasa por la mente y pongo en voz alta, —idiota— escupo para terminar la frase, repasándola de pies a cabeza.

La idiota seré yo con justa razón, que al detenerme en cada detalle de su ropa con la falta de luz en el callejón y al escuchar su respuesta, caigo que esta chica que no puede ser más grande que yo y que tiene cara de estar comiéndose los mocos todavía, es una auror. Será que es cierto que el gobierno reforzó la seguridad como para mandar a los más chicos a la calle, aunque si lo pienso bien, debe ser de las que recién salen de la academia. No es que pueda pensarlo con demasiado detenimiento, por la que tengo encima pidiéndome mi identificación y se me va un poco al color al pensar que quedará en evidencia que soy una humana. No tengo una jodida identificación. Paso desapercibida como una repudiada más, evito cruzarme con los de seguridad nacional, que mis escapadas las dejé para la noche, hasta que se reafirmó lo del toque de queda. —¿Superior en qué? Te ves apenas salida de la escuela— me mofo con sorna para disimular mi preocupación, que tarde o temprano lo de atacar para defenderse se vuelve cosa de todos los días y nadie transita tranquilo por estas calles sin aprender a dar uno o dos golpes certeros. La sujeto del brazo para lanzarla contra la pared y estampar su cara en los ladrillos sucios, pero no me suelta en el agarre y me encuentro pataleando como una bestia atrapada. —Anda, mejor me dejas ir, que el toque de queda es pronto. Y los nuevos guardias se confunden todavía entre amigos y enemigos...— trato de convencerla por ese lado, que el reloj sigue avanzando.

Anonymous
Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
Claro, olvidaba que esta panda no tiene ni para llevarse un trozo de pan a la boca, lo cual me daría un poco de lástima si no fuera por el trato que se disponen a utilizar con la autoridad y que mismamente esta chica salida de la nada pone en evidencia. Ruedo los ojos, soltando un suspiro tan exagerado que de por sí me remueve los mechones de pelo que se escapan de mi recogido en cola de caballo. No obstante, eso no es excusa para no saber que se avecina la hora del toque de queda, puesto que hay un reloj del tamaño de un portal en la plaza para precisamente evitar este tipo de cosas. Así es cómo funciona la nueva política de Magnar para que ratas callejeras como la que tengo en frente no puedan justificarse con el hecho de ser más pobres que un vagabundo. — Déjame que te explique como funcionan las cosas aquí. — Expreso en evidente tono de enfado por el matiz sarcástico que percibo y que no voy a tolerar viniendo de alguien como ella. — No estás en posición de usar ese tono cuando donde deberías estar es en tu casa, agujero o la zanja en que vivas, ¿estamos? — La estampo un poco más contra la pared cuando se intenta zafar del agarre propinando patadas y zarandeándose, movimientos que no tienen mucho sentido que haga cuando tengo una varita que podría inmovilizarla en cero coma.

Lo mejor de todo, es que incluso estando en una situación en la que no debería comportarse como una completa idiota, lo sigue haciendo, lo que me hace pensar una vez más que esta clase de gente tiene un guisante por cerebro, y eso siendo generosos. — Y tú salida de la basura, así que dime si hay alguna diferencia más que quieras notar antes de que las cosas se pongan a peor, porque créeme, lo harán si no dejas tu estupidez a un lado. — Que sé que es mucho pedir, en especial en los tiempos en los que estamos donde a la gente le da por hacer cosas estúpidas camuflándolas como heroicas. Pongo una de mis piernas entre las suyas para que deje de patalear como un animal atrapado, que no es mucho más de lo que es, y afianzo un poco más la fuerza que utilizo para sostenerla contra la pared como la criminal que es si no me demuestra lo contrario. — Mejor haces lo que te he dicho y me enseñas tu identificación, ¿o eso tampoco lo entiendes? — Precisamente porque el toque de queda está por caer no me apetece estar aquí para cuando los dementores aparezcan, y no me interesa llevar al cuartel a una rata inmunda cualquiera, como lo que aparenta ser, pero no está de mal comprobarlo.
Alecto L. Lancaster
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It's where my demons hide · Alecto IqWaPzg
Invitado
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A mí nadie va a venir a darme una clase de cómo son las reglas del norte, porque vivo aquí más años de los que ha tardado esta chica en aprenderse a limpiarse el culo, sola. Es una auror del ministerio, no espero que haya salido más allá de las vallas blancas de las casas del capitolio hasta hace poco, que le tocó patrullar por estos sitios de mala muerte. Sabrá pelear porque le enseñaron en la escuela, yo peleo para sobrevivir y por eso espero que alguna de mis patadas acierte en su pantorrilla o tendré que recurrir a una mordida que es el recurso bajo la manga que siempre nos queda a los salvajes, esos que vivimos en agujeros y zanjas como ella dice. Si es que hasta podría escupirle, no lo hago pero mi mirada es de desprecio puro al posarse sobre el rostro de ella. —Uso el tono que quiera porque podrás ser quien usa un bonito uniforme en esta calle, pero conozco este sitio mejor que tú— le recuerdo, que aurores han desaparecido y muerto casi tan seguido como se han cobrado la vida de rebeldes, en un juego de quita y toma que no se acaba nunca. —Ten cuidado en los agujeros que te metes.

Cruzo mi brazo entre nosotras para tomarla del hombro e intentar sacármela de encima una vez más haciéndola a un lado, todas las veces que haga falta hasta conseguirlo. —¿Peor? Para ti— me burlo con sorna, — Yo estoy manteniendo los modales todavía—, y los pierdo cuando insiste con mi identificación, no la tengo y la excusa de habérmela olvidado en casa no se perdona tan fácil. Es uno de los riesgos de quedarnos con mi familia tanto tiempo en un mismo distrito, cuando antes nos movíamos de un lado al otro por estar buscando primero el catorce, luego a mis hermanos menores. Como sea, tengo que conseguir una identificación falsa o la próxima vez no creo tener la suerte de toparme con un auror de mi tamaño. Por el momento tomo esta ventaja, la fuerza de la chica puede ser firme al sujetarme, pero no sé de protocolos de academia. Por instinto lo que hago es manotear su cabello recogido en una coleta y tirar de esta con fuerza, hundiendo mis dedos en su cuero cabelludo como garras que se cierran. La empujo con fuerza y esta vez sí me libero, lo suficiente como para estrellarla a ella contra la pared con el impulso necesario para que su espalda golpee contra el muro. Hago lo más estúpido que puedo hacer y es buscar su varita con la vista, la tomo en reflejo para hundirla en la piel de su cuello. —Tu identificación, por favor— me mofo de ella. —Y espero que colabores, ¿has probado un crucio  alguna vez en tu propia piel?

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Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
Sonrío con algo de suficiencia a pesar de saber que tiene cierta razón en sus palabras al decir que no conozco este lugar. Y gracias a dios que no he tenido que hacerlo, que tampoco es el caso de ahora porque de hacerlo no creo poder soportar juntarme con semejante peste y pretender que me tomen en serio. Aunque aparentemente es muy difícil que eso último ocurra en un lugar como este, puesto que enseguida se viene arriba con su habladuría de salvaje y tengo que poner los ojos en blanco de forma muy exagerada, mostrando un mínimo interés en esa advertencia que suelta como si fuera yo la que pueda caer en un agujero de esos. — Cuéntame más. — Respondo con sorna, como si estuviera realmente interesada en que me cuente en qué clase de cunetas es posible caer estando en una posición como la mía, y ella en la suya, cuando en verdad me estoy divirtiendo con su patética actuación de sonar amenazante. No sé si se habrá dado cuenta de que tiene cuerpo de niña, que su cara es mucho menos amenazadora que la de un niño de cinco años al que le han quitado la piruleta, y por encima de todo, creo que no ha percibido la varita que atajo en mi mano con fuerza y que está dispuesta a apuntarla en cualquier momento.

A lo siguiente, lejos de parecer mi yo corriente, tengo que soltar una carcajada bastante sonora dentro del eco que resuena en el callejón y que podría perfectamente poner la piel de gallina si no fuera porque el frío ya se encarga de eso. — ¿Te enseñaron modales en la calle? Qué considerados. — Me burlo, propinándole un golpe que la haga apartar su sucio brazo de mi hombro cuando se atreve a tocarme con sus asquerosas manos. Claro que en esas estoy cuando tira de mi pelo hacia atrás y en el impulso tengo que apartar la cabeza en la misma dirección y ahogar el gruñido que amenaza con escapar de mi garganta por la tensión que recibe mi cuero cabelludo en apenas un segundo. Tiempo que no tarda en aprovechar la mugrienta para golpearme contra la pared y hacer que la situación de la vuelta en una posibilidad que no había barajado hasta que soy yo la que tiene la varita contra la piel de mi cuello. Podría entrar en pánico, pero me cuesta creer que alguien como ella que tiene pinta de haber crecido entre basura sepa siquiera conjurar el hechizo más básico, por lo que, a sabiendas de que no estoy muy en posición de hacerlo, me sonrío con ganas y burla. — No me hagas reír, por favor, apenas tienes lo que hace falta para poder conjurarlo, no con esos ojos de corderillo asustado. — Me mofo, que puede creerse todo lo amenazadora posible, pero no deja de ser una rata de cloaca con los días contados.

Con la ayuda de la conversación que estamos manteniendo como método de distracción, sonrío antes de golpear mi cabeza contra su frente para sacármela de encima, acompañando el gesto un segundo después con uno de mis codos que hundo bien profundo en su estómago. El empujón es suficiente como para tirarla al suelo, lo que me lleva a recoger mi varita del mismo cuando se le escapa de las manos y la apunto desde arriba, sin apenas perder la sonrisa. — ¿Quieres probar tú cómo se siente? — Que no creo ni que yo misma pueda conjurarlo, pero eso ella no tiene por qué saberlo.
Alecto L. Lancaster
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It's where my demons hide · Alecto IqWaPzg
Invitado
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¿Quiere que le cuente más? Puedo inventarme muchas exageraciones sobre lo salvajes que creen que somos por la manera en la que nos tratan, que no me olvido mi breve estadía en el mercado de esclavos cuando no era más que una niña y eso no les impidió que con su arrogancia me hicieran que para ellos no era más que mierda del montón. La misma niña que tapó sus oídos con las manos para no escuchar lo que decían de su madre, de lo enloquecida que estaba como para asesinar a su marido, y aunque la negué en ese momento, hago de esa demencia mi escudo para intimidar. —En los agujeros hay ratas, ¿les tienes miedo? Quizá no, una única rata es una amenaza que puede matarse de un golpe, pero… ¿alguna vez te quedaste encerrada en una habitación con un montón de ratas? Son furiosas asesinas, sus chirridos te ensordecen y te desprenden la piel a tiras con sus dientes, pelean entre ellas para arrancarte pedazos de tu carne— musito, acerco tanto mi nariz que puedo enseñarle también mis dientes en una sonrisa apretada. — Y los ojos, serán lo primero que devoren de ti, así que no podrás ver nada más que percibir cómo tu cuerpo se vuelve carne despedazada por ratas— le describo, ese es uno de los agujeros en los que podría caer con su uniforme de auror al querer mostrarse prepotente aquí en el norte.

En mi defensa podría decir ante que mi madre adoptiva, que no la insulté en ningún momento y que conservé los modales que sí me inculcaron a pesar de su desnudo escepticismo a que eso sea posible. Como si su mente estuviera tan limitada a su propia mentira de que son una raza superior, para comprender que el resto también tenemos eso que se conoce como familia, que tal vez también habitamos una casa y tenemos una decencia que ellos perdieron en su soberbia. Pero, ¿la torturaría de tener la oportunidad? Sí, claro que lo haría. Me lo imposibilita el que no sea capaz de conjurar magia, lo que no tiene por qué saber, pretendo proseguir el juego lo suficiente como para dar con una salida de escape en tanto me dura la diversión de saberme, por un momento que dura tan poco, que estoy con más poder que ella. — Podría golpear tu estúpida boca primero, torturarte después— digo, como la tonta que soy y que se ha creído que puede salir airosa del gesto de rebeldía. Acabo golpeándome contra el suelo, se raspa mi hombro por debajo de la tela de mi pobre abrigo y supongo que encontraré algunos moretones después. Entonces sí creo que mis ojos son reflejo de un pánico auténtico cuando amenaza con ser quien lance el primer crucio. —El toque de queda comenzará pronto, necesitarás tu varita para hacer frente a los dementores. Mejor vete ya o te tocará correr a esconderte a los agujeros de las ratas, te dije que no tratan bien a las visitas— mascullo, palpando la mugre a mi alrededor en suelo para dar con algo, con lo que sea para propinarle un golpe a distancia.
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Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
Espero honestamente que no crea que me van a dar miedo unas asquerosas ratas de callejón, más cuando estoy tratando con mugre como ella que tienen mucha más categoría de rata que cualquier animalillo que pueda vivir de basura. Es por eso que ni me aguanto la carcajada que sale de mi garganta como la respuesta más sincera que puedo darle, que se quede con sus historias de terror para otro que se las trague, porque conmigo no va a funcionar, y cada vez pienso más seriamente que esta chica lo único que quiere es contarme la primera milonga que se le ocurra para que no preste atención al hecho de que sigue sin ofrecerme su identificación. — Una historia muy escalofriante, de veras, pero creo que tú vas a temer más cuando aparezca el primer dementor como no me enseñes la identificación que te acredite como algo más que una rata, y se me está agotando la paciencia, así que el tiempo corre. — Digo severa, como última advertencia a que haga lo que le pido antes de que la misma se me agote de verdad, y entonces será algo peor que el beso de un dementor a lo que tenga que hacerle frente.

Levanto la mano que tengo libre, mientras la otra la mantengo bien firme apuntando a su pecho desde la ventaja que me ofrece el estar de pie con respecto a su cuerpo tirado en el suelo. — Hey, hey, modales. — La calma con la que respondo a su amenaza me sorprende hasta mí, aunque no es más que una forma de reírme todavía más en su cara, viendo que no tiene forma de hacer lo que tanto ansía. — ¿Torturarme dices? ¿Para eso no deberías tener una varita primero? Claro que siendo una salvaje… te gusta más utilizar las uñas como arma, ¿no es así? Aprendiste de las ratas esas de las que tanto hablas para convertirte en una tú misma. — Ya es que ni siquiera me corto cuando meneo la cabeza de un lado a otro en diversión, mordiéndome el labio inferior mientras la observo como el cordero asustado que se me presenta. Y ahora sí que no tengo ni que confirmarlo mirando mi reloj, que ya siento como el ambiente se torna más pesado y mucho más gélido que hace unos minutos, avisándonos de que los dementores ya han debido de salir a jugar, salvo que para su suerte, y también la mía, no parecen deambular por aquí, todavía.
Alecto L. Lancaster
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Invitado
Invitado
Siento el cambio en el ambiente en el mismo segundo que ella lo percibe, esas presencias que deambulan por el distrito corrompen el aire con su andar nauseabundo, no puedo verlas y eso es mucho más aterrador. Si no me dijeran que hay dementores sueltos en los callejones, lo habría tomado como una alteración de la temperatura, el invierno que se vuelve la perra fría que estruja nuestras entrañas y a la vuelta de cualquier esquina nos recuerda lo miserables que somos por estar expulsados de todo lo que es bueno, por nacimiento. La única manera que tengo de saber si un dementor irrumpe entre estas paredes es que la auror cambie el objetivo de su varita, no quiero depender de ella ni siquiera para estudiar su reacción y saber si tendré margen de un escape posible o no. —No tengo identificación— escupo por fin, rabiosa como la rata que dice que soy y que podría saltarle a la mano como único recurso para aparte su varita. —¡La perdí!— improviso la mentira, porque si no la tengo puede asumir correctamente que soy una humana o alguien que está fuera de los registros, en cualquier caso, me llevaría a su mugroso cuartel.

Al arrastrarme hacia atrás en el suelo, manchando con la escarcha sucia mi ropa que ha pertenecido a muchas personas antes que a mí, mis dedos llegan a rozar la tapa de uno de los contenedores metálicos, el borde astillado raspa la piel de mis yemas y percibo el ardor de lo que será una herida superficial, la uso para arrojársela y errando para mi mala suerte, que no hace más que empeorar con cada minuto que pasa. No puedo escapar*, pero la distracción me basta para tirar de la mano con la que sostiene su varita, en un gesto casi suicida, en que mis dientes se clavan más cerca de su dedo pulgar que está al alcance que en el resto de su carne. Muerdo con toda la fuerza que puedo con la intención de sacarle sangre al menos, para que compruebe que tan tóxicas pueden ser los ataques de las ratas, como ella me llama. Entonces la suelto, escupo, sacando de mi saliva todo lo que tenga que ver con una asquerosa auror. —No, las ratas mordemos— la corrijo. No hace falta que vea nada, se me estremece la piel del pavor y una desesperación que es puro instinto al avanzar la hora, al sentir más próximo a los dementores. —Vete de una maldita vez, no hace falta que te metas conmigo, con suerte si llego a casa… mejor ve a que te revisen y la mordida no se te infecte— le muestro mi sonrisa de dientes con toda la petulancia que sé que es un problema.
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Alecto L. Lancaster
Personal de Defensa
Bueno, ya sabía de antemano que esta muchacha no iba a tener identificación que ofrecerme, pero que me lo reconozca al fin me hace poner los ojos en blanco por tener que lidiar con esto. No es la primera persona, ni tampoco espero que sea la última, que encuentro sin que tenga la tarjeta que la identifica como alguien no sospechoso, creo que en las últimas semanas hemos enviado a más gente al calabozo que en todos los años que llevo de entrenamiento, cuando hacía turnos de vigilancia con aurores certificados para aprender de ellos. El nuevo régimen es lo que requiere, que se lleve un exhaustivo chequeo de todo aquel que se cruce por nuestro camino, es más, es probable que haya revisado la identificación de una misma persona en más de una ocasión esta tarde, pero como tan solo me fijo en el estatus y apenas en el nombre, se me olvida con facilidad. Son esa clase de detalles que no me interesan y que por ese mismo motivo considero un pérdida de espacio en mi memoria el tratar de recordar todos los apellidos con los que me topo. — ¿Cuál es tu nombre? ¿sabes que hay multas por no llevar la identificación encima, y por perderla, no es así? — dependiendo de quién sea, puede que esto no sea más que un aviso, o por el contrario, puede pasar un par de noches poco agradables en prisión. Conozco de gente del norte que ha pasado más de un mes solo por un error tan tonto como dejarse la identificación en su casa.

Me distraigo para sacar algo donde apuntar de dentro de la capa de mi uniforme cuando la morena parece tener la brillante idea de abalanzarse contra mí como si se tratara de un animal enfurecido. Sus dientes llegan a mi piel antes de que pueda evitar que se claven dentro, lo que me saca un grito que camuflo con un gruñido bastante grave al apartarla de un manotazo bastante forzado. — ¡Serás hija de...! — no consigo terminar el insulto porque el envión me lleva a llevarme la mano sana a la otra para frenar la hemorragia, apuntando a echarle un vistazo rápido solo para comprobar como la sangre sale a borbotones. La hija de puta esta me ha clavado bien sus dientes, y si no se me cae la varita  es por puro milagro porque me tiemblan los dedos por inercia. — Ahora sí que te la vas a cargar, sucia sabandija. — apenas estoy apuntándola con mi varita para lanzar un conjuro que la petrifique cuando a mis espaldas escucho un ruido que poco se parece al movimiento sigiloso de un dementor. Me doy la espalda casi de inmediato, solo para observar como una diminuta acromántula — que no tan diminuta si se compara con una araña normal — salir de entre la mierda que se esparce en el callejón. — No me jodas... — murmuro, con un tono de voz que denota la irritación que empieza a acumulárseme debajo de la piel, esa misma que me arde en la zona de la mano.
Alecto L. Lancaster
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It's where my demons hide · Alecto IqWaPzg
Invitado
Invitado
Se me queda el grito atorado en la garganta. ¿Mi nombre? Se me viene a la mente el de mi hermana o el de mi madre, pero sería ponerlas en riesgo. Lo mismo que darle mi nombre de esclava, en algún lugar quedarán esos registros que le harán saber que soy fugitiva cuando lo busque y podrá marcar en un mapa que me encuentro en el Once. Mentir, mentir es la única posibilidad que tengo. Sortear algún nombre en mi memoria de los que conocí alguna vez para arrojárselo como una carnada que pueda masticar un rato, lo que me tarde en poder huir de una buena vez, y es que no puedo, estoy en una desventaja como humana que se hace tan patente con una bruja que no es más grande que yo. Me supera la impotencia que siento, no veo cómo desprenderme de ella, salvo responderle con el salvajismo del que se nos suele achacar a los repudiados. No lo aprendí de mi familia, sino de las calles que suelo recorrer por la noche, que a veces la violencia es la única salida y si te atacan, atacas por lo bajo. Clavo mis dientes en su carne con la desesperación que me hace temblar todo el cuerpo, que el manotazo que me da al menos me sirve para reaccionar y salir de ese trance, lo suficiente como para mirarla con miedo real a pesar de que mi barbilla sigue en alto, porque ya me rendí.

Y puedo pensar que las cosas no hacen más que empeorar, sino fuera porque también veo en la mala suerte una oportunidad para escapar. Si el ruido entre la basura es a causa de una acromántula que sí puedo reconocer, me embarga el alivio de que no sea un dementor como me lo temía y si soy lo suficientemente rápida, atrapará a la auror antes que a mí. Tendrá un bocado con lo que entretenerse mientras me esfumo. ¿En algún momento pienso en que eso sería dejarla a su muerte? Si, algo en mi mente como tal, pero es defensa propia. Mi vida me importa más, no me gana ningún tipo de solidaridad hacia ella. Me incorporo del suelo impulsada por mis palmas en las que me apoyo, trato de empujarla para que sea quien caiga y por todo el movimiento, mi fuerza es poca*. —¡Haz algo!— grito, mostrándome desesperada como me siento, pero instándola a que preste atención a la acromántula en vez de a mí para poder escapar. —¡Eres quien tiene una varita! ¡¿o es que no sabes usarla?!—. Tomo del suelo la misma tapa de contenedor que le lancé hace nada para dar un paso hacia la maldita araña y tirársela entre los ojos, logrando cegarla por un momento.

*Dado de fallo: no se puede escapar XD

__________________
Destreza (5) x Dado acierto (0) = 5 de daño

Agatha: 30/30
Acromántula: 15/20 | 6 de fuerza
Anonymous
The Mighty Fall
Ambientación
El miembro 'Agatha I. Overstrand' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados


#1 'Azar' :
It's where my demons hide · Alecto 4kMSbyf

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#2 'Alto Riesgo' :
It's where my demons hide · Alecto L4O6d6m
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It's where my demons hide · Alecto NmYcQr3
Alecto L. Lancaster
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Para colmo de la araña, como si eso no fuera suficiente ya para romper con mis nervios, la mugrienta se atreve a gritarme indicaciones. Y es que prefiero mil veces enfrentarme a diez acromántulas de estas que a un dementor, puestos a escoger, pero no me esperaba este ataque sorpresa por parte de una, y creo que queda en evidencia cuando me giro hacia ella con los pelos en punta. — ¡Ya, cállate! — lo peor de todo es que sé que va a utilizarme de distracción para poder escapárseme de las manos, soy una auror, ¡no una maldita cazadora! ¿Dónde están esos cuando se les necesita de verdad? No sé si estoy en posición de poner una queja al departamento, pero viendo que no hacen su trabajo como corresponde, va a ser la opción por la que me voy a decantar si es que conseguimos salir sin un rasguño de aquí. — ¡Ni se te ocurra moverte! — es una orden, que espero que siga al pie de la letra porque no es solo su seguridad — que no sé en qué momento me importa eso —, sino también la mía. Si empieza a correr como una despavorida, solo va a hacer que empeorar y confundir a la acromántula.

La sangre sigue chorreando por mi mano, al no haber podido frenar la hemorragia como se debe por la inesperada interrupción, y desfila por la madera de mi varita cuando apunto a la cabeza de la araña. Ella le lanza una tapadera que la deja confusa por el tiempo que me toma a mí lanzar el hechizo que las contraataca, pero el mismo rebota cuando el animal enfurece por el golpe que le ha propinado la chica y chilla enfurecida en un sonido que me revuelve las tripas. Como mi hechizo rompe contra la pared, asusta todavía más a la criatura, que corre sobre sus patas para abalanzarse sobre mí como bestia que es. Me aparto rápidamente, dejando desprotegida a la mujer que se encontraba detrás de mí hace unos segundos. — ¡Te dije que no te movieras! ¡Aparta! — porque no quiero apuntarla por error por estar moviéndose.

Fallo :D
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¡No voy a moverme, estúpida!— grito en el pánico de la situación, claro que voy a moverme apenas se me abra una vía de escape. Ella es quien tiene una varita como para tratar con una criatura, una que exijo que use sino creeré que he perdido los últimos minutos con auror que sólo sabe de bravuconear y nada de ponerse seria. ¿Qué carajos le enseñan en su maldita academia? ¿A insultar sonando altaneros y nada de matar a una araña? ¡Imbéciles! —¡Erraste! ¡¿Es que no puedes hacer nada bien?!— se lo reprocho, recuperando la tapa metálica que rodando se ha alejado de la araña para caer con estruendo a dos pasos. —¡Si es que ahora tendré que defenderte!—. Hago esa corta distancia con una zancada para recuperar la tapa con mis manos que tiemblan tanto, que casi se me cae en el piso otra vez, la sostengo como puedo y me aferro con todas mis fuerzas.  

¿Se puede creer lo idiota que se puede ser? Si ella no hace más que muescas entre los ladrillos de la pared, voy a tener que encargarme de la araña y la que acabará por fugarse será ella, que veo cómo le tiemblan las piernas. Sea auror o no, es una cobarde que ante una repudiada se hacía la lista. ¡Y claro! Ahora le toca a la humana ir de frente para dar a la araña un golpazo en la cabeza porque la maldita se le ocurre abalanzarse sobre la chica. —¡No!—. ¿Qué demonios hago gritando para que deje a la idiota? Tengo los rulos en desorden agitándose cuando me muevo, así como mis pensamientos y lo imprudente que puedo ser al ponerme delante de los ojos de la acromántula. —¡Me muevo lo que quiero, tú, inútil!— chillo, usando mi arma improvisada para descargar sobre la bestia. Si me preocupara más por mis propios actos en vez de tildarla a ella de inútil, tal vez hubiera visto venir el golpe de la acromántula que me tira al suelo con un corte en el brazo contrario al que usé para dar impulso a la tapa del basurero.

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Destreza (5) x Dado fallo (0) = 0 daño
Defensa (5) - Ataque (6) de la acromántula = -1 vida

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PODRÍAS DEJAR DE GRITAR. — suena un poco hipócrita cuando yo misma le estoy chillando para que se calle, pero está haciendo que pierda la concentración, además de enfurecer a la acromántula, que ya de por sí se encuentra dando golpetazos a todo lo que pilla por el camino. Es un callejón demasiado estrecho como para mandarla a huir a cualquier otro lado, por no decir que eso sería un gesto algo equivocado, estaría enviando a una criatura a rienda suelta por todo el distrito, y aunque me interesen más bien poco las vidas de estos trapos callejeros, pues no me interesa que me caiga el discurso de siglo por mi superior al enterarse de que dejé escapar a una araña de semejante tamaño.

Me olvido de que tengo la varita, porque el animal golpea a la chica y tengo que girarme hacia ella para comprobar que se encuentra bien. — ¿Pero qué eres, subnormal? ¡No le lances eso, vas a hacer que enfurezca! — bueno, eso sonó de todo menos una preocupación por su ser, pero creo que el hecho de que me acerque para ver como está vale como interés. Claro que tiene a la acromántula encima y pronto paso a ser su foco de atención. Como dije, no me metí en la especialidad de auror para tratar con semejantes bestias, creo que es evidente porque no soy lo suficientemente rápida, al menos no tanto como ella con su cantidad de patas, y me golpea con una de ellas. Al menos, puedo decir que no me hace nada, lo cual no estoy segura de que la morena pueda asegurar, que casi le estoy por decir que salga corriendo.

Fallo, again, patético
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¡NO PUEDO DEJAR DE GRITAR!—. Sonamos como un par de histéricas, lo sé. No pueden culparme de que reaccione así ante una criatura de las que prefiero huir nada más escucharlas en estos callejones de mala muerte, que le puedo hacer frente a los imbéciles del cinco que me molestan en la madrugada o mostrarme altanera con alguna auror inútil, pero las acromántulas son otra historia. Paso de disculparme por perder el buen juicio cuando tengo varios pares de ojos puestos en mí y ella que me reta por lanzarle la única arma que tengo. —¡Ay, perdón! Dame cinco minutos que con mis dedos conjuro un hechizo de luz— me burlo, con un tonito de niña que me avergüenza de estar usando. Será idiota, no tengo varita como para atacar a la distancia así como lo hace ella. Ni tampoco soy tan estúpida para ponerme a darle patadas a la araña.

Reviso lo que tengo a mano en el callejón, lo que sea que pueda servir, me fijo en el contenedor mismo de basura y antes de cometer la tontería de lanzárselo para, efectivamente, hacer que se enfurezca aún más, veo una vara de metal que parece una baranda rota sobresaliendo de un montón de basura. Cuando lo tomo veo que tiene forma de L, de todas maneras sirve y lo barajo un par de veces en el aire para ahuyentar a la criatura de la otra chica, a quien hizo foco de su ataque. De nada le sirven tantos ojos, si tiene que elegir entre a quien atacar y eso da a la otra una ventaja. Procuro con un par de estocadas al azar dañarla lo suficiente como para que se retire a su hueco, pero apenas si la rozo. Por pura suerte logro lastimarle una de sus patas, lo que provoca que chille de manera tan horrible y se avalance sobre mí como para hacerme rodar por el suelo, y tenga que pedir ayuda tan patéticamente que estaré lamentándome luego. —¡Haz algo! ¡Haz algo! ¡Arrójale tu varita! ¡Lo que sea!—, porque si no sabe lanzar hechizos, que al menos use ese trozo de madera para algo.

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Destreza (5) x Dado acierto (0) = 5 daño

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