The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Kenna Richards
Jefe de Aurores
1 de noviembre

Es uno de noviembre y eso significa que puedo decir que el frío ha llegado oficialmente. Mi madre siempre hacía el cambio de armario en este día del año, guardando la ropa fresca, ligera y colorida del verano y sacando jerséis, chaquetas, prendas de lana y de colores más oscuros. A mi edad y con mi humor, poca ropa colorida me queda. Me gustan demasiado el negro y los colores del otoño como para perder el tiempo con fucsias y amarillos chillones, pero en verano alguna prenda alegre termina ocupando mi armario. Ahora... Ahora veo la gama de colores y me da tranquilidad.

Salgo del departamento de aurores en la pausa de la mañana, caminando a paso ligero, envuelta en mi bufanda granate, enterrando la nariz en ella. Soy una de esas personas que, al llegar el frío, se dan cuenta de que su nariz tiene cero resistencia a las bajas temperaturas, y a la mínima que me da un poco de aire termino pareciendo un payaso de lo roja que se me pone la nariz. El choque de temperatura vuelve a abofetearme cuando entro en la cafetería donde suelo comprar café. Me acerco al mostrador y pido dos cafés grandes y calientes y una bolsa de galletas de chocolate. Porque mojar galletas de chocolate en el café es de los pequeños placeres que la vida te regala de vez en cuando, y nadie podrá convencerme de lo contrario. Cuando me dan mi pedido dejo las monedas encima del mostrador y me despido con un gesto alegre de mano.

De nuevo, el frío de la calle. Pero no dura mucho, porque vuelvo a meterme en el edificio del Ministerio al poco rato. Sin embargo, en vez de volver hacia el departamento de aurores, me pongo en camino hacia las oficinas del Wizengamot. Me planto delante de la puerta del despacho de Hans y le pido a una de sus secretaria que me deje entrar. La que lleva más tiempo aquí, la que creo que ya me conoce. Ella hace como que revisa la agenda (no estoy segura de que lo haga realmente) y luego me dice que puedo pasar. Yo le sonrío y avanzo hasta la puerta de Hans. Llamo un par de veces, golpeando la puerta con los nudillos, y abro para entrar en su despacho, aguantando la bandeja con los cafés y la bolsa de galletas con la mano libre —Buenos días, Ministro— le digo, con voz alegre. Cierro la puerta detrás de mi y camino hasta su mesa, donde dejo los cafés y la bolsa con las galletas —He decidido invitarte a desayunar. ¿Te pillo en mal momento?— le digo, sin esperar a tener respuesta para tomar asiento al otro lado de su escritorio.

La verdad es que hace bastante que no nos sentamos a hablar, y han pasado muchas cosas. El asesinato de Jamie, la subida al poder de Magnar Aminoff, las nuevas leyes... Y no sé cómo le ha afectado a él, o qué le ha estado pasando durante estos días. Y, además, llevo demasiado tiempo guardándome preguntas que no le he hecho, pero... Quiero ver cómo está todo. Lo necesito.
Kenna Richards
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Hoy es el día donde todo empieza a irse poco a poco a la mierda. He visto a primera hora las tropas de dementores detrás de unos patronus protectores en el departamento de criaturas mágicas y no he dejado de pensar desde entonces en cómo se supone que vamos a mantenerlos a raya, con la desesperación de una guerra girando en cada esquina de este desastroso país. Sé que Magnar no es idiota, que todo esto forma parte de un plan que él puede ver como la estructura de hormiguero que era su magia y no dejo de preguntarme si esto saldrá muy bien o muy mal. Obviemos que ha dado el permiso a los dementores de besar a cualquiera de la lista de enemigos públicos en cuanto los encuentren, lo cual espero que esos bichos no lo tomen con demasiada libertad. Aún me queda el recuerdo de la cáscara vacía de Notch Labors y me pregunto dónde diablos estará ahora.

Estoy abrazado a mí mismo, hundido en el asiento enorme de mi oficina y tratando de organizar algunas ideas en mi mente, cuando la voz de Josephine surge del comunicador anunciando que tengo visitas. Apenas me muevo cuando veo como Kenna entra por la puerta y le dedico una sonrisa desganada, más no por ella sino más bien por culpa del cansancio que patina por mi cuerpo. Tengo que recordarme que hay varias cosas que no le he contado desde la última vez que hablamos y me pregunto que tan mal se tomará mis noticias ahora que es el peor momento para llevar a cabo mis decisiones de vida. Al fin de cuentas, nos conocemos demasiado bien y si alguien se ha ganado el derecho a zapearme por mis errores además de Jack, es ella.


Jamás es un mal momento para el café, Kenna. Gracias — acerco el asiento al escritorio y levanto un poco la bolsita que ha traído, chequeando su interior y reconociendo el aroma de las galletas — ¿Mañana deprimente que decidiste venir al departamento más aburrido de todo el ministerio? — por más que me fascinan las leyes, sé que en la mente común aquí solo vivimos entre papeleos y debates. Me hago con el café pero, en lugar de beberlo de inmediato, coloco ambas manos contra éste para calentarme las palmas — ¿Has visto a nuestros nuevos guardias para esta noche? — pregunto con un arqueamiento de cejas — ¿Qué opinas? — dudo mucho que a los civiles les agrade saber que esos seres estarán rondando por la madrugada, no dan precisamente una sensación de paz.
Hans M. Powell
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Kenna Richards
Jefe de Aurores
Me acomodo en la silla y apoyo mis codos en su escritorio, mirándole mientras se hace con el café y coge la bolsa de galletas con curiosidad. No tiene buen aspecto. Ya hace un tiempo que no tiene buen aspecto, pero lo de hoy lo supera todo con creces. He visto noches menos oscuras que sus ojeras, y no exagero. O exagero solamente un poco. Me rasco la nuca y luego le sonrío, agradable —Oh, ni lo dudes. Imagina lo deprimente que tenía que ser que he terminado aquí— digo, con tono de guasa, como queriendo quitarle dramatismo a su afirmación —. Ya sabes que a mí nunca me ha parecido aburrido. No del todo. Y... Me apetecía charlar contigo un rato— digo simplemente, encogiéndome de hombros. Es una forma de decirlo, supongo. Tengo preguntas y tengo dudas, pero realmente también me apetece pasar un rato con él. Y, viendo la pinta que tiene, creo que a él también le puede ir bien.

Cuando menciona los dementores (porque todos los hemos visto esta mañana, y todos hemos sentido escalofríos horribles atravesando nuestro cuerpo de cabeza a pies) hago una pequeña mueca y asiento. Y cuando pregunta que qué opino suelto una risa amarga, mirándole —Opino que salir de fiesta hasta las once no es salir de fiesta, pero que claramente a partir de ahora ante la perspectiva de encontrarse con esas cosas gastaré menos dinero en alcohol— bromeo, como toda respuesta inicial a la pregunta que me hace —. O empezaré a beber de día— añado, con una sonrisa sarcástica.

Pero, al fin y al cabo, me da escalofríos. Sacudo la cabeza, como dejando a un lado el tono de broma, y le miro a los ojos con una pequeña mueca. Porque es preocupante, a muchos niveles —No me parece la mejor idea del mundo. No todo es blanco o negro, hay un factor humano en las tareas de seguridad, un factor para el que todo auror es entrenado, y ahora por las noches... Ya no estará— digo, con tono seco —. Pero tampoco es como si nos fueran a preguntar. Supongo que hemos demostrado, como cuerpo de seguridad, no ser lo suficientemente efectivos. O no tanto como le gustaría a nuestro nuevo Presidente— me encojo de hombros, pronunciando el nuevo título que se ha otorgado Aminoff a él mismo con algo de duda —¿Y tú qué opinas? No parece que te hagan mucha gracia— me atrevo a aventurar, inspeccionando su expresión con mirada atenta.

Bebo un sorbo de mi café, que hace que mi interior recupere el calor poco a poco —Pero me atrevería a decir que tu mal aspecto no se debe solamente al nuevo sistema de guardia— aventuro, mirándole. Realmente parece que hay algo más que le precupa y, por ende, yo me estoy preocupando por él —Ya sabes que si quieres hablar de algo...— me ofrezco, pese a saber que es plenamente consciente de que puede acudir a mí para lo que necesite, siempre.
Kenna Richards
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
A pesar de que le sonrío como si su decision de pasar la mañana conmigo me conmoviese, no dejo de preguntarme en mi fuero interno que tan mal están las cosas que ella necesita de venir a tener una charla a estas horas. Le quito parte de la tensión a la situación al hurgar dentro de la bolsa, saco una galleta y le doy un mordisco en lo que ella se explica. Obviando sus problemas con el alcohol, sé a donde quiere ir y me demoro el tragar antes de contestar algo medianamente decente — Siempre puedes aparecerte. Me preocupa más lo que significa — está bien, quizá los aurores no habían hecho el mejor de sus trabajos, pero tener que recurrir a los dementores para tratar de ganar esta guerra solo me dice que nos esperan tiempos oscuros. No sé que tan mal puede terminar todo, ahora que parece que no podemos caer más abajo.

Su verdadera opinión no difiere mucho de lo que yo pienso y la oigo con la atención que me permite el beber poco a poco el café que me quema la lengua, pero que igualmente agradezco. Me hace sentir algo revitalizado, para variar — Magnar está buscando aliados que lo hagan más poderoso. Le está dando a los renegados razones para quererlo y derechos que los pongan por encima de los rebeldes, dejarlos como la única paria de la sociedad. Es listo y extremista y esa no es siempre una buena combinación, porque se vuelve impredecible — al final, solo debemos estar preparados para cuando decida girar el volante demasiado rápido y evitar chocar.

Me sonrío por encima del borde de la taza, pero no respondo de inmediato. Clásico de Kenna, me conoce lo suficiente como para poder mentirle. Con un nuevo trago, dejo la taza sobre el escritorio y me hago con lo que queda de mi galleta — Voy a tener un hijo — lo suelto sin anestesia ni aviso, como sacando una bandita. Este año he asumido la paternidad de una hija que tuve perdida por doce años y eso ha sido suficiente asombro para mi círculo cercano, pero decidir criar a un bebé desde cero puede ser incluso más chocante —¿Recuerdas la mujer de la cual te hablé el otro día? Está embarazada. Decidimos tenerlo juntos, incluso está quedándose en mi casa — sé lo que pensará, estoy seguro de que esto es demasiado extraño viniendo de mí. Me trago lo que queda de la galleta y me limpio las migajas de los dedos al masticar — Solo me preocupa el saber si estoy haciendo lo correcto, si podré darle a un bebé un hogar en medio de toda esta locura. No es el mejor panorama y con Lara no estábamos precisamente manteniendo una relación formal o estable — dicho de otra manera, ese ser se encaprichó con existir en el momento menos adecuado.
Hans M. Powell
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Kenna Richards
Jefe de Aurores
Escucho sus palabras acerca del nuevo ministro con una mueca de preocupación en el rostro. Bueno, presidente. Pero a una le cuesta acostumbrarse a ese nuevo término. Simplemente procuraré no decírselo a la cara, si se da la ocasión de que me lo encuentre que, por ahora, espero que no ocurra. No por nada, pero no está demostrando apreciar mucho el trabajo que hemos hecho. Pese a haber sido nuestro jefe directo. Ahora... Ahora prefiero mantener una distancia prudencial de puro respeto. Y si se da el caso de que nos encontramos... Bueno. Pues entonces ya procuraré llamarle “Presidente” y que la conversación no sea demasiado larga —Bueno, ya ha demostrado ser bastante impredecible— musito, porque la situación que se dio con los nuevos ministros, además del cambio en la seguridad, no han dejado indiferente a nadie.

Me froto la nuca antes de beber otro trago de café. Un trago que amenaza en no quedarse dentro de mi organismo cuando me echo a toser, sin saber si he escuchado bien sus palabras —¿Perdona?— pero realmente ha dicho que va a tener un hijo. Observo al ministro con los ojos muy abiertos, mientras dejo mi café encima de la mesa y tomo una servilleta para limpiarme los labios. No doy crédito a lo que acabo de escuchar. Si Aminoff es impredecible, las noticias de Hans lo son todavía más.

Asiento levemente con la cabeza cuando me pregunta si me acuerdo de la mujer de la que me habló. La recuerdo, me dijo que hacía tiempo que solo se acostaba con ella. Y vaya si se han acostado. Levanto ambas cejas en un gesto de admiración y sorpresa cuando dice que han decidido tenerlo, que ella se está quedando en su casa —Vaya, Hans...— digo, todavía procesando lo que me ha contado. No era algo que hubiera esperado de alguien como él. Y tampoco con una mujer con la que, que yo sepa, no estaban teniendo nada estable. Hago una pequeña mueca de preocupación y coloco un mechón de pelo detrás de mi oreja.

Al escuchar sus preocupaciones, sin embargo, le sonrío levemente. Me tomo otro trago de mi café y tiendo mi mano hacia su brazo, que acaricio con cariño —Tal vez esto vaya a ser un pésimo consejo... Tal vez ni siquiera es un consejo— reflexiono, casi pensando en voz alta —. Pero si tu instinto te ha dicho que lo tengas... Que lo tengáis juntos, no creo que sea un error— opinó, sincera —. Seguramente no será fácil, porque no van a ser tiempos fáciles, pero si creéis que esta criatura tiene que ver el mundo, adelante. Dadle un hogar, dadle una familia, aunque no sea convencional, y... Bueno, y podéis tener en cuenta que tanto ella como tú siempre vais a tener gente a vuestro alrededor que os eche una mano cuando os haga falta. Yo la primera— sonrío. Suelto su brazo y retomo mi café, para darle otro trago. Porque esto es cierto. Yo por Hans haría casi cualquier cosa, le aprecio demasiado como para negarle ayuda en nada. Aunque sea en un terreno tan desconocido para mí como los niños.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Que se atragante con el café es algo que esperaba pero aún así me provoca el echarme hacia delante, dudando de si debería ir a palmearle la espalda o no. Por suerte, parece recuperarse lo suficientemente rápido como para mostrar su desconcierto y la sonrisa que le enseño, con todos los dientes expuestos y la lengua entre los delanteros, deja en evidencia que es un gesto más de disculpa que de felicidad. Que estoy contento ahora que me hice la idea, sí, pero ustedes me entienden — Sí, vaya — repito sus palabras, quizá muy escuetas pero increíblemente acertadas. He pasado toda la vida huyendo de los compromisos que no tengan nada que ver con lo laboral. La idea de una pareja estable y la crianza compartida de niños siempre se me hizo algo lejano, pero ahora me encuentro a mí mismo tratando de crear el escenario en el cual mi familia funcione como tal, sin peros de por medio. Y aquí estamos, con las “buenas nuevas” en medio de la oficina que, irónicamente, comenzó todo. Si yo no hubiera besado a Scott en este mismo escritorio hace meses y ella no me hubiese correspondido, nada de esto estaría pasando.

Llevo mi mano a la suya que me acaricia, correspondiendo el gesto con un suave toque en sus nudillos y una sonrisa que, ahora sí, se muestra mucho más genuina a pesar de asomarse casi que con timidez. Es tonto, pero me calma que mis amigos estén de acuerdo con una decisión como esta, incluso cuando sé que no necesito de su aprobación para hacer algo. Me hacen sentir que no estoy cometiendo una estupidez, al menos no una no tan grande — Gracias — de verdad, no tiene idea de lo bien que me viene en estos días el escuchar algunas palabras de aliento — Sé que no será perfecto, ni siquiera sé sostener a un bebé — no estoy mintiendo, las cámaras lo han demostrado en más de una ocasión cuando me vi obligado a sostener los críos de alguien más — Pero ya me equivoqué con Meerah, ahora quiero hacer esto. Y con toda la mierda que está ocurriendo en NeoPanem, creo que es momento de tener un poco de estabilidad, ¿no crees? Verás… — aprovecho que se aparta para volver a tomar el café y le doy un sorbo que me permite pensar mejor lo que voy a decir y relamerme los labios, oscurecidos momentáneamente por la bebida — No sé cómo habría sido si una mujer cualquiera, una de esas de una noche, me venía con esto. Tampoco sé cómo sería si jamás hubiera conocido a Meerah. Pero… ¿Sabes? Quiero tener a este bebé. Quiero estar con ella. Siento que es una de las pocas cosas buenas a las cuales puedo aferrarme ahora mismo — no es como si las cosas estuvieran fáciles en el ministerio o en la calle como para no tener una excusa de ser feliz.

Apoyo la taza, ya casi vacía, sobre la mesa y me meto otra galleta en la boca — Sé que he sonado cursi, no hace falta que te burles — la amenazo, inflando un lado de mis mejillas para masticar a pesar de estar hablando — Pero… ¿No sientes que necesitas encontrar un norte con todo lo que está pasando, aunque sea solo por cinco minutos? — cuando éramos más jóvenes bastaba con irnos de juerga, beber algunas copas y acabar tirados en algún sofá hablando de la cantidad de dinero que podría gastar en mi próximo aumento. Las cosas cambian, evolucionan y mutan, al punto en el cual cuesta reconocerse a uno mismo. Sé que ella va a entenderlo.
Hans M. Powell
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Kenna Richards
Jefe de Aurores
Siento que, de repente, ya no estoy observando a Hans, el ministro más joven de la historia del país, el amigo con el que me iba de copas hasta las tantas y con el que terminaba hablando de nimiedades o, por lo contrario, de temas profundos y filosóficos de esos que salen solamente cuando claramente hay demasiado alcohol en el organismo de alguien. No. Ya no tengo delante de mí a esa persona. De algún modo que tampoco consigo explicarme enteramente, soy consciente de que el Hans que tengo delante es una persona distinta. No nueva, pero sí con una evolución a sus espaldas. Y, al fin y al cabo, sus palabras son bonitas. Ha encontrado a alguien con quién parece estar bien, cómodo, y va a tener una criatura con esta persona. Algunos le llaman madurar, pero no creo que sea la etiqueta adecuada si estamos hablando de Hans. Él maduró hace tiempo... Solo que tal vez no en los aspectos que uno esperaría.

Sacudo la cabeza levemente, en gesto de negación, cuando me dice que no me burle, y le dedico una pequeña sonrisa, que termina siendo más triste de lo que yo quería en un principio —No me burlaré. Al revés— me encojo de hombros, sintiendo que, por lo menos en esto, puedo ser totalmente sincera —. Me parece bonito, me parece lo adecuado, y de verdad que me alegro de que puedas estarlo viviendo— le digo, simplemente. Tal vez si me lo hubiera dicho con una botella de alcohol entre ambos y en un momento con menos crisis existenciales en mi propia vida sí que me hubiese burlado. Pero ahora Hans está teniendo todo lo que alguien podría desear, y me sale antes la alegría por él que la burla amistosa.

Me froto las sienes y suelto un pequeño suspiro de cansancio puro. Cojo una galleta y me la como, con desgana. Mastico lentamente y espero a tragar antes de contestar a su pregunta, sabiendo que probablemente no es consciente de cuán punzante ha resultado —Oh, mucho. Lo siento constantemente— reconozco, encogiéndome de hombros —, pero me parece que no se me da muy bien buscar nortes, ni para cinco minutos ni para toda la vida— musito. No estoy hablando solamente de una pareja sentimental. No diría que no a eso, y seguramente me ayudaría a animarme un poco, pero... En general, siento que me cuesta encontrarle el sentido a las cosas. Y no es una sensación agradable. Es una apatía constante. Nuestros nuevos vigilantes no ayudan nada a disminuir esa sensación, la ansiedad que me causa la incertidumbre. Yo simplemente me centro en intentar repetirme a mí misma que todo es pasajero, que voy a encontrar ese norte, que voy a encontrarle sentido a las cosas, como un mantra autoimpuesto para evitar caer en la ruina personal.
Kenna Richards
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Hay algo en el modo que tiene de sonreír que provoca que mi sonrisa sea un poco forzada, a pesar de que estoy en verdad agradecido por sus palabras de aliento, son todo lo que necesitaba escuchar en un momento tan confuso de mi existencia. Me gustaría estirar la mano y tomar la suya para darle un apretoncito, pero hay algo que me detiene, en especial cuando bufa de esa manera. Abro la boca con intenciones de preguntarle qué es lo que sucede, pero no hace falta que diga nada porque creo adivinarlo en cuanto ella habla. Hay cierta incomodidad en el silencio que elevo entre los dos, me excuso con terminar una galleta y el café, pero pronto la infusión se evapora y no tengo otra opción que decir algo al respecto — ¿Disfrutas de tu trabajo? Muchos encuentran un norte en lo profesional — o tal vez es todo lo contrario, necesita salir del ministerio para preocuparse por sí misma. Nunca se me dieron bien los consejos personales, soy más del tipo clásico de oficina y los sentimientos no son mi área de experiencia. Pero si ella ha hecho un esfuerzo por mí, haré lo mismo.

Hey… — me levanto de mi asiento y doy un rodeo, hasta poder apoyarme en el escritorio justo a su lado. Mis brazos se sienten incómodos, los cruzo y descruzo en un segundo para acabar apretando una de sus manos sobre la superficie del mueble — Sé que los días pueden ser estresantes y creo que ninguno de los dos tiene mucho tiempo, pero llámame cuando necesites algo, aunque sea tomarte cinco minutos. Puedes pasarte por casa algún día, los días ya no están para usar la piscina pero siempre nos queda el mini bar — aunque ya no seamos nosotros dos, Meerah anda dando vueltas por la casa y la presencia de Scott es casi constante. Quizá sí las cosas cambiaron demasiado — ¿No pensaste en tomarte unas vacaciones? Te ves… bueno, ¿Sucede algo de lo que me he perdido? Además de que ya no tienes chanches conmigo y que debes resignarte a que jamás va a suceder después de todos estos años de llorar por mí en los rincones — suspiro con dramatismo, mirando por la ventana como si estuviese contemplando el horizonte antes de sonreírle con gracia y palmearle el brazo — Ya, sabes que cuentas conmigo. No soy el mejor psicólogo, pero si necesitas hablar, estoy aquí para ti. Esto es algo mutuo, ¿recuerdas? — y si no lo hace, solo debe refrescarse la memoria.
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Kenna Richards
Jefe de Aurores
Una mueca de duda se dibuja en mi rostro, torciendo mis labios, cuando habla de encontrar un norte en lo profesional. Ahora mismo no sé si podría hacerlo, realmente. Me gusta mi trabajo, y siempre me he entragado a él con pasión y ganas, más desde que encontré en esto una forma de honrar la memoria de mi madre y buscar venganza para ella. pero de ahí a que se convierta en un norte... Lo veo difícil —Es complicado que mi trabajo se convierta en mi norte cuando las nuevas medidas de seguridad parecen diseñadas para decirnos a los aurores que hacemos mal nuestro trabajo— bromeo, con una risa amarga. No es de gran motivación saber que los dementores van a empezar a patrullar porque nosotros hemos demostrado no ser tan eficientes como a Aminoff le gustaría. Niego suavemente con la cabeza. No, en mi rutina no encontraré nada que me haga mirar al futuro con ganas y alegría —Y precisamente lo que siento es que necesito algo más allá de mi trabajo. Al final del día, paso muchas horas en el Ministerio, o patrullando, o respondiendo a llamadas paranoicas de personas que se aburren y necesitan algo de emoción. Yo... No lo sé. Me gustaría poder tener algo más— aunque, viendo cómo está evolucionando el tema de Aminoff, puede que mis ganas de algo más se queden en un simple anhelo, imposible de conseguir por culpa de la falta de tiempo. Las cosas no serán fáciles, de eso no hay duda.

Le sigo con la mirada cuando se levanta y se acerca a mí. Agradezco el suave apretón que le da a mi mano con una sonrisa agradable y escucho sus palabras que, igual que el café, consiguen que mi interior recupere algo de calor agradable. Su oferta hace que le mire a los ojos, agradecida, y asiento —Lo haré... Créeme, lo haré. Nunca digo que no a un mini bar— bromeo, tratando de ignorar que tal vez ese es parte de mi problema. Alzo ambas cejas cuando habla de que me tome unas vacaciones, y cuando veo cómo la frase va evolucionando a una de sus bromas me echo a reír para luego, dramatizando mi expresión, llevarme una mano al rostro —Jamás lograré resignarme a esto, seguiré llorando por los rincones hasta el día que muera— bromeo, mirando yo también por la ventana —Ahora en serio... No lo sé. Unas vacaciones sonarían bien si tuviera algo que hacer con ellas. No quiero quedarme encerrada en casa, para eso prefiero trabajar, y no hace buen tiempo como para tomarme unos días para ir a la playa. No lo sé, Hans, es todo... Es todo bastante raro— reconozco, con desánimo.

Porque la verdad es que la sensación de apatía es casi constante, y solamente suele desaparecer cuando estoy con gente con la que me siento cómoda o cuando bebo alcohol. Y no puedo estar siempre con gente con la que me siento cómoda, así que la solución rápida está siendo la pequeña petaca que suelo llevar escondida en el bolso o en la mochila —Lo sé, Hans... Y créeme, agradezco mucho saber que tengo personas como tú a mi lado. De verdad— le digo, sincera. Me coloco un mechón de pelo detrás de la oreja izquierda y me levanto de la silla para ir hacia él. Le doy un abrazo, estrechándole entre mis brazos, y sonrío. Porque sienta bien de verdad, tenerle. Me separo al cabo de unos segundos y ladeo la cabeza —¿Quieres que vayamos a comer juntos algún día de la semana que viene? Han abierto un restaurante nuevo a pocas calles de aquí que quiero probar, y seguro que a ambos nos va a venir bien un descanso de mediodía algún día de estos— le propongo, sonriendo.
Kenna Richards
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
La risa me dura lo que ella tarda en retomar su revelación filosófica. No tengo que preguntarme qué significa no tener otra cosa que el trabajo, estuve en esa posición todos estos años hasta que la vida me puso a Meerah en el camino y, detrás de ella, se abrieron otras puertas.  No quiero ponerme a dar consejos de vida de los cuales sé que no tengo mucha experiencia, así que intento mantenerme lo más neutral que puedo — Sí que eres complicada… — murmuro con algo de forzada gracia — Quizá unas vacaciones con planes de verano como para mantener la cabeza ocupada, un spa o… ¿Mucho vino para evitar pensar? — va, que no voy a solucionarle la vida en segundos y todo depende de ella. Algo con lo que todos debemos aprender a luchar cuando crecemos es que manejamos nuestro propio destino y sus resultados siempre están en nuestras manos, tanto los buenos como los malos.

Personas como yo. No sé si soy el mejor amigo del mundo, pero me sacudo la camisa y asiento con una sonrisita de suficiencia como si me lo creyera, tratando de mantener un hilo de humor en una conversación que se ha tornado de lo más amarga. Lo que no me espero es el abrazo que llega, no estoy acostumbrado a esos gestos tan deliberadamente, al menos cuando me salgo de la comodidad de mi casa y entro en el turbulento camino del ministerio. Pero hay confianza, mis manos la aprietan al estrecharla con algo de fuerza y apoyo el mentón sobre su hombro, tomando su agradecimiento con cuidadoso cariño — Kenna… — llamo su nombre, pero no tengo idea de qué es lo que quiero decir. Quizá que no hace falta darme las gracias, que cuidarnos mutuamente es parte del paquete. No digo nada, solo atino a una pequeña sonrisa cuando se separa y aún la sostengo como para darle un suave golpecito en su cintura — Claro. Sabes que estoy siempre que tú quieras, en especial si incluye algo con qué satisfacer a mi estómago y a mi paladar — como si fuese una persona tan difícil de convencer…

Hay una pequeña incomodidad que me asalta y no tiene nada que ver con que estamos abrazados en mi escritorio, lo que llevaría a otra tanda de estúpidos rumores si alguien ingresa por la puerta sin avisar; de veras, a veces creo que la gente está demasiado aburrida como para inventar cientos de vidas paralelas que no tienen ni pies ni cabeza. No, sino más bien es un sentimiento que me hace bajar la mirada al aclararme la garganta con una mueca — Será complicado encontrar un tiempo ahora que debo combinar mis responsabilidades como ministro y los cuidados del bebé, pero espero que sepas que nada va a cambiar. Seguiremos saliendo cuando quieras y podremos hacer nuestras juntadas en cualquier bar de la ciudad — dejo caer las manos y las apoyo contra el borde del escritorio, del cual me sujeto — Son tiempos extraños y lo más importante es recordarnos que no estamos solos. Y si no tienes un norte, la brújula se puede sostener en equipo. Para eso estamos… ¿no?
Hans M. Powell
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Kenna Richards
Jefe de Aurores
Le dedico una mirada divertida cuando dice que soy complicada. ¿No lo somos todos, al fin y al cabo? Hay épocas en la vida en las que es todo más complicado, y tu mente empieza a viajar como una montaña rusa sin rumbo ni destino, explorando todos los recovecos y posibiliades existentes en el universo. Hay otras épocas en las que se apaga y deja lugar a la apatía, al desánimo, a las ganas de dejarlo todo y quedarse en casa —No todo el mundo puede pretender ser tan racional, Hans— le guiño el ojo, divertida. Sabiendo que lo suyo, su profesionalidad, su frialdad a veces, todo eso esconde también, tal vez, una montaña rusa. Un hombre que va a ser padre, que ha decidido tener un hijo con una mujer con la que está bien, contra todo pronóstico.

No esperaba efusividad por su parte como respuesta al abrazo que le doy. Sé que Hans es una persona poco física, pero yo soy muy de cuidar, de tocar, de todo esto. Cuando rompemos el abrazo clavo mis ojos en los suyos, dejando que mis labios los inunde una sonrisa sincera. Asiento suavemente con la cabeza ante la respuesta que le da a mi oferta —Genial, entonces. Buscaremos un momento. Creo que quién lo tiene todo más liado siempre eres tú, ya me dirás tus horarios y cuándo crees que podrás escaparte un rato para ir a probar ese restaurante— le digo, queriendo dejarle la libertad de tomar la decisión. Porque si yo voy agobiada en mi trabajo siendo Auror, no quiero ni imaginarme cómo irá él, siendo Ministro, y lo último que deseo es que un rato que se supone que tendría que ser de tranquilidad y desconexión termine siendo de agobio por urgencias de trabajo.

La curiosidad asalta mi mirada cuando la preocupación parece inundar la suya. Ladeo la cabeza, esperando que hable, y sonrío con algo de ternura al escuchar sus palabras. Porque está diciendo que voy a seguir teniendo un lugar en su vida, pese a su alto cargo, pese a la aventura que se le acerca ahora que va a tener un bebé. Y eso significa mucho para mí. Poso la mano en su hombro con una sonrisa cuando termina de hablar y asiento con la cabeza —Gracias, Hans— le digo, sincera —. Para eso estamos, sí— me mordisqueo el labio inferior y separo mi mano de él, pensando —Y lo mismo digo, por supuesto. Es decir, no tengo mucha experiencia con bebés, pero si necesitáis que os eche una mano con algo... Bueno, me lo dices. Como si necesitáis que os cocine la cena algún día porque vais demasiado liados— bromeo. Aunque no es tan en broma. Cocinar se me da bien, y todo lo que pueda significar echarle una mano a un amigo será bienvenido. Al fin y al cabo, tal vez ese es mi norte. Cuidar de mis seres queridos más allá de mi padre, darme cuenta de que no tengo que estar toda la vida con él, que puedo ir más allá.
Kenna Richards
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What was right seems wrong ♦ Hans IqWaPzg
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