The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Lyon E. Yorkey
Fugitivo
31 de Octubre.

El silencio es algo poco característico de estas festividades. Apenas reconozco las calles del distrito por el que estoy caminando. Vacías, no en su totalidad, a ratos encuentro a un par de pequeños rezagados que vagan entre las casas de luces apagadas buscando la mejor manera de asustar a sus inquilinos. Mi sonrisa es evidente. Erígone disfrutaba de aquella fiesta como ninguna. Jolene se veía arrastrada en la mayoría de las ocasiones. Y verlas a ambas, desde la distancia, como águila que vigila que no se lleven su presa, es sin duda un recuerdo que perdura dentro de mi cabeza.

El sinvivir es algo frenético cuando no eres consciente del paso del tiempo en lo poco que queda de tu familia. No hay recuerdos más allá de lo que refrescamos en nuestras memorias. Nuestras cabezas piensan ser capaces de almacenar todo lo que el resto ha olvidado, y sin embargo estoy convencido de que hay miles de momentos que ya no atesoro por culpa del paso del tiempo. Quizás esa ha sido la principal razón por la que no he venido a verla antes. Hace meses que conozco el lugar donde vive. Lo he estudiado, he sido capaz de reconocer todos sus rincones y observar dónde se colocan las patrullas. He manejado información que ha llegado hasta mis oídos a través de posibles contactos que, con el paso de los meses, han terminado desapareciendo. Y aún así no he sido capaz de hacer todo ésto antes. No cuando implica ponerla en peligro. No cuando ni siquiera es consciente de lo que ha pasado en mi vida.

A veces pienso que lo mejor es que siga pensando que estoy muerto.

Estoy a punto de dar media vuelta cuando una luz esquiva golpea mi frente. Un par de figuras se paran, a escasos metros, y un chisporreteo de varita provoca que mi cuerpo se tense. No es hasta que observo a los dos pequeños reír a carcajada limpia que mis músculos se relajan y puedo aflojar una risa. Ésta desaparece a los segundos, cuando los críos se esfuman, pues nadie me hubiese librado de un buen golpe si en vez de niños hubiesen sido aurores.

Parado, en medio de la nada, noto de lejos una luz encendida. En el porche de la entrada a una casa acogedora descansa el cuerpo de alguien a quien creía conocer. Pero el paso del tiempo es para todos por igual, y la figura de Jolene es irreconocible a unos ojos que llevan meses soñando con verla. Suspiro, con la capucha de mi chaqueta recorrer mi rostro que, oculto, apenas se ve en la oscuridad. Paseo lento, pero decidido, cuando ella parece entretenida. Y con un par de pasos, despisto su atención para observarla desde la baranda más cercana a la entrada de la que ahora es su casa.

¿Cuántas veces te negaron un caramelo y cuántas veces ella te lo dió? —formulo, entonces, cuando la cercanía es suficiente para que ella me escuche y sepa capaz, espero, de reconocerme. ¿Cuántos años han pasado? Lo único que espero es que no grite. —Erígone lo sabía bien, nunca estuvo de más obligarte a que la acompañaras... así tenía la excusa perfecta de comer dulces en la noche. Y no iba a ser yo quién se lo negara, me compraba con lo que ambas recaudaban al ir de casa en casa —tercio, riendo por lo bajo. Alzo la mirada entonces, descubriendo mi rostro, sintiendo cómo mi cuerpo tiembla. No son nervios, es alegría.

No estoy muerto —susurro, por si acaso piensa que todo ésto no es más que una broma. Lo siento tanto internamente que estoy a punto de adelantarme para abrazarla. Pero la brusquedad quizás la asuste, y no quiero espantarla. No cuando es lo único que me queda de mi desestructurada familia. No cuando llevo años buscando la manera de que sepa que no me he alejado. No otra vez.
Lyon E. Yorkey
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Jolene W. Yorkey
Mentor
De entre todas las festividades que puedo llegar a detestar, es curioso que sea Halloween la que acepte con mayor entusiasmo. Aún no reconozco si se debe a que me trae recuerdos que bailan entre lo nostálgico, lo amargo y lo dulce, o porque sospecho que los niños de hoy en día se merecen tener al menos una excusa para pedir dulces en una tradición tan vieja como aceptable. Quizá todos ellos se están ocultando detrás de un disfraz, juegan a ser alguien más por unas horas y creo que es la mejor salida en los tiempos que corren. Admiro sus ganas de entretenimiento, pretendo que yo jamás fui uno de ellos y solo me conformo con darles dulces cada vez que llaman a mi puerta. En esta ocasión, me tardo unos minutos de más cuando me encuentro con mi gato encima de mi regazo, ocupando mi atención al momento en el cual el timbre vuelve a sonar. Tengo que darle varios empujones para que reaccione, pero por fin acomodo la coleta de mi pelo, tomo la canasta y vuelvo a salir. Lo más seguro es que sobren dulces para esta noche y los termine comiendo en la soledad de mi cuarto, para variar.

Hay algo en los niños que se marchan que me producen la sensación agridulce que me obliga a tomar asiento en el porche, bajo la tenue luz del mismo. Familiar, pero no me atrevo a ponerle un nombre. Son recuerdos que son solo eso, memorias que ya no me tocan y que de vez en cuando aparecen para hacerme sonreír a medias. Quizá debería haberle dicho a Andy de salir en busca de dulces, por los viejos tiempos. Estoy en ello cuando una voz hace que parpadee, giro mi rostro en dirección a un hombre que en principio me cuesta reconocer, porque casi había olvidado cómo sonaba. No sé si es su rostro o lo que sale de su boca, pero por un momento creo que soy incapaz de moverme de mi sitio.

Ni siquiera recuerdo la última vez que mi hermano y yo estuvimos juntos. Mi huida me llevó a distanciarme de los míos incluso antes del gobierno de los Niniadis y eso está mucho más cerca de las dos décadas que de la quincena. Se siente como una mala broma, un trago desagradable en su imagen recordándome tiempos mejores. No tengo idea de cuándo es que me pongo de pie, apenas y soy capaz de sostenerme cuando bajo los pocos escalones que me separan de lo que creo que es un fantasma, incluso cuando él dice que no está muerto. Soy consciente de que mis dedos tiemblan cuando los estiro, dudo pero me atrevo a empujar suavemente su pecho. En efecto, es real y no estoy alucinando. La presión de mi pecho, la misma que me mantiene muda, es algo que está en la línea de la felicidad y la tristeza. Es un cosquilleo embriagante, porque no puedo comprender cómo este extraño es la persona que cuidó de mí por mucho tiempo. Y aunque deseo abrazarlo, mi reacción es totalmente diferente.

¡ESTÚPIDO! — mi puño va directo a su pecho, quizá soy pequeña y delgada pero realmente espero que le haga un mínimo de daño — ¡Todo este tiempo creí que estabas muerto y…! ¡Maldito idiota! — mis manos no duelen, no las siento a pesar de estar golpeando su torso una y otra vez. El sabor salado me indica las lágrimas, pero aún así el calor de mi rostro tiene mucho más peso. Apoyo las palmas en su pecho y le doy un fuerte empujón — ¿Quién te crees que eres para… ? ¡Deberías haber dicho algo en todo este tiempo! — otro golpe más, pero carece de sentido. Al final, sigo siendo la hermanita que suelta un sollozo penoso y deja caer la frente contra él, cubriéndome el rostro con las manos. Al final, no estamos solos.
Jolene W. Yorkey
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Lyon E. Yorkey
Fugitivo
Por un momento hasta llego a pensar que es capaz de desaparecer dentro de la casa. Una vez dentro, ¿cómo haría para convencerla de que soy real? No hace falta que me mueva mucho, ni que abra la boca una vez más. Jolene parece cohibida, o simplemente no se cree que esté despierta. Su mano impacta, suave, contra mi pecho y ante el propio balanceo bajo un par de escaleras. Sonrío, lentamente, esperando exactamente la reacción que sé que voy a vivir cuando ella recapacite y se dé cuenta de todo lo que está pasando. Y aún así no llego a tiempo de reaccionar. Sigue siendo tan imprevisible pese a que la conozco.

Hey, ¡¡hey!! Vas a con... ¡vas a conseguir llamar la atención del resto! —alarmo, notando la punzazón a la altura de mi pecho cuando su puño impacta y hace un daño claramente reparable. —¡Jolene! ¡Para! —Llevo mi mano hacia arriba para frenar el arranque irremediable de frustración, tristeza y rabia que la está envolviendo. Nunca ha sido buena con sus palabras, siempre ha intentado mantenerse callada y observar a tener que dar una opinión que siempre pensó nadie necesitaba. Tras un par de golpes, reconozco que no ha sido la mejor manera de volver a verla. Pretender que el tiempo no ha pasado es una estupidez, pero ella acaba sollozando a la altura de mi pecho y yo no puedo más que sentirme una completa mierda.

Ha estado sola, por muchos años. Ha pensado ser la única de nuestra familia con vida. Ha creído que todos desaparecimos y nunca nos preocupamos. Pero no ha entendido que no ha sido culpa suya. Su martirio no solo fue acabar en los juegos, sino preocuparse por el resto y no recibir respuestas de nuestro paradero en ningún sitio.

Shhhh, está todo bien —susurro, levantando mi siniestra para acariciar su cabello que se ve diferente, como cuidado. Soy un estúpido, ¿por qué me fijo en eso antes que en cómo está ella? Fundo nuestros cuerpos en un cálido abrazo. Se siente bien volver a tenerla cerca. Se siente bien recuperar la cordura y saber que está a mi lado. Se siente demasiado bien, se siente como todo lo que la he extrañado.

Lo siento —me disculpo, entonces, pese a que no quiero romper el abrazo. La separo unos centímetros, alcanzando sus mejillas con ambas manos y siento que la rugosidad de mis yemas va a hacerle daño. Pero aparto sus lágrimas, recorro los surcos que han dejado y limpio como el hermano que siempre he querido ser y que poco tiempo he sido—. No podía... —reconozco, a sabiendas de que aquella no es la excusa perfecta, ¿pero cómo empezar a contarle sin ponerla en peligro? —Vamos dentro, hay aurores patrullando —le indico, entonces, pues me sé todos sus horarios—. En apenas un par de minutos pasarán por aquí y no quiero arriesgarte —menciono. No me conocen, pero no he pisado el ocho en años. Sería complicado explicar qué hago aquí después de tanto tiempo.
Lyon E. Yorkey
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Jolene W. Yorkey
Mentor
No puedo parar, no está todo bien. Hay años que ponen en evidencia que esas palabras son mentira, que mi mundo se ha desmoronado y vuelto a construir en cientos de ocasiones, hasta el punto que los ladrillos se sienten gastados y no estoy segura de que tan bien se me de la arquitectura. Lyon fue mi última esperanza de tener a algún familiar con vida hace mucho tiempo, ya no quedaban rastros de esa búsqueda con los que pudiera identificarme. Pero su tacto es real, su calor, el modo en el cual me abraza y toca mi cabello como si el tiempo no hubiera pasado para nosotros, incluso cuando sé muy bien que todo ha sucedido y ya no somos los mismos de antes. Poco a poco, el enojo va abandonando mis poros y empiezo a sentir una extraña calma, incluso entre los espasmos de un llanto silencioso que no puedo controlar.

Sus caricias me obligan a mirarlo, tengo que pestañear en un intento de enfocarlo a pesar de las lágrimas. Mis manos acarician sus hombros en un masaje que busca presionarlo para medir que tan etéreo es, sin comprender muy bien lo que está queriendo decirme — ¿"No podías"? ¿Era tan difícil siquiera mandar un mensaje? Ya sabes, algo así como "estoy vivo, con amor, tu estúpido hermano solo como pequeña venganza, le pellizco un costado. Sin embargo, le concedo lo de los aurores y tras echar un rápido vistazo alrededor, tomo su mano — Vas a tener que darme una buena excusa para no entregarte a ellos — bromeo, al menos hago el intento de. Sin más, tiro de él y nos meto en mi casa.

La sala se encuentra silenciosa y apenas está iluminada por una lámpara cálida. No hay rastro de mi gato ni de ninguna otra presencia, siento que es la paz que necesitamos después de todo este tiempo. Me permito el mirarlo con detenimiento en lo que me apoyo en la puerta, la golpeteo con mis dedos ocultos detrás de mi espalda. Es tan extraño verlo aquí, como una decoración totalmente fuera de lugar — Realmente espero una explicación que valga la pena, porque fueron casi veinte años y no es como si nadie me hubiera nombrado — gran parte de mi juicio se movió en los medios de comunicación, las penurias de ser una antigua vencedora. Todo el mundo sabía que yo terminé en el distrito ocho, no hay forma que él no lo supiera — Lyon... ¿Qué hiciste todo este tiempo?
Jolene W. Yorkey
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Lyon E. Yorkey
Fugitivo
Intento acallar sus palabras con un gesto pero es inevitable. Tiene demasiadas preguntas y yo no puedo dárselas en plena calle, por lo que agradezco enormemente que tome la iniciativa y me invite a entrar a su casa. —La excusa es que de verdad me echabas muchísimo de menos —comento, a sabiendas que es verdad pues sería impensable no saber aquello, ¿pero no lo he hecho yo también? ¿Acaso no llevo años buscando la manera de acercarme sin que la sospecha se levante más de lo necesario? Sus ojos viran, yo sigo su estela y antes de entrar por la puerta observo y oteo con mi mirada  en ambas direcciones. Una patrulla de un par de aurores aparece por la esquina contraria y yo sonrío. Es cuando sé que no estoy tan errado ni tan viejo como para saber los movimientos de todo el vecindario.

Tras cerrar la puerta, me hago a un lado y cruzo el pasillo por completo para llegar a una pequeña sala que, en principio, imaginaba más sobrecargada. Apenas una lámpara y un par de sillones, con un sofá pequeño y una televisión que desentona con el resto de muebles. El recuerdo de lo poco que todavía quede en casa de mamá está ahora en aquella sala. Mi voz se quiebra por unos instantes cuando intento responder a su pregunta pues mi rostro se detiene en una foto oculta tras un par de plantas que figuran una especie de santuario improsivado. Sabiendo que no es así, sino que es su manera de mantenernos en secreto, tomo el mismo y observo la foto familiar de una familia demasiado desestructurada como para imaginar que llegaría viva al completo a este año.

Suspiro, dándome media vuelta, sabiendo que he echado de menos todos esos detalles que desaparecieron. Ni un recorte de periódico he guardado por miedo a que nos encontraran y me relacionaran con ella.

Nos encontraran.

Subsistir, sobrevivir, ¿resucitar? No, definitivamente eso último no —inquiero, dejando el marco en su lugar y ocultándolo tras un par de hojas—. Vagué, Jolene, desde un distrito hasta el otro, con la única intención de no ser visto por todo lo que conllevaba mi trato con... —Ni siquiera pronuncio su nombre. Ni su apellido, ¿realmente es necesario? Ella sabe de lo que hablo aunque nunca me vió salir en televisión con ella. —Soy un cero a la izquierda para la sociedad de NeoPanem, y no sabes la ventaja que ha sido durante todo este tiempo... —aclaro mi garganta, sintiéndola seca. No pido nada con qué suavizarla, no quiero perderla de vista en toda la noche. Quiero tenerla cerca. —Pero sabía que al más mínimo acercamiento, todo se torcería. Y no soy una persona grata para ellos, Jolene. Una cosa es que no me recuerden a simple vista, otra muy distinta que reconozcan mi nombre y terminen por atar los cabos que les faltan para saber quién soy —sonrío. Durante mucho tiempo mi intención había sido ostentar un puesto mucho más allá del que una vez ostentó mi padre. Eso ha quedado en el olvido y mi sentido del rechazo hacia todo lo que tenga que ver con la política se siente demasiado intenso.

Me acerco hasta donde está, apartando el cabello de su rostro que tapa sus mejillas. —No buscaba excusarme, en serio que no, tan sólo quiero que entiendas que no podía estar tan cerca como me hubiese gustado. Si he dejado pasar tantos años es precisamente porque caer en el olvido es más fácil —menciono, acariciando su mejilla. —Lo siento, por no haber estado —He seguido su camino por las noticias, por los periódicos... muy de cerca.
Lyon E. Yorkey
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Jolene W. Yorkey
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Cierro los ojos con fuerza y siento como mi pecho se infla en un intento de contener el aire. Que no lo diga, que no se le ocurra mencionar ese nombre bajo mi techo, el de un hogar que he comprado con trabajo duro y he creado para ocultarme del resto del mundo. Black, Niniadis, ahora Aminoff; ninguno de ellos es digno de mi devoción y respeto, ya he tenido demasiado de juegos políticos a una edad muy temprana y he aprendido que toda persona que alcanza el poder máximo posee la cabeza podrida. No puedo comprender como él, siendo mi hermano, se ha ligado tanto con uno de los máximos exponentes de una familia dictadora, una que provocó la muerte de nuestra hermana. Éramos pobres, sé que debíamos ganar el sustento de alguna manera, pero perseguir a Stephanie Black no era una opción — ¿Atar cabos? Podrías haber dado una declaración, presentarte como inocente. Nadie ha visto a Black en años, no tenías por qué quedarte pegado a ese nombre — siento que sus excusas son cobardes, yo he dado la cara y sufrí las consecuencias pero al menos estoy aquí. Si los rumores que corren por las calles son ciertos y hay una posibilidad de que esa familia siga existiendo, me niego a que Lyon siga lloriqueando por ellos.

Mi cuerpo se tensa en reacción a sus caricias y aunque mi mirada intenta ser venenosa, solo consigo mantenerla dos segundos. Me valen verga sus disculpas, incluso cuando la tristeza y la alegría de volver a tenerlo aquí se sacuden en unión en el centro de mi pecho. Levanto con cuidado una mano para tomar la suya, la aparto y aprieto sus dedos al dejarlos caer — Te necesitaba aquí. Después de todo lo que hemos pasado, de todo lo que hemos perdido… Y tú no estabas — hubo una mínima posibilidad de ser libre, de reconstruir una vida que jamás creí que me pertenecía. Hubo un tiempo donde creía que estaba condenada a encariñarme con niños que vería morir, a llorar por un chico que no me quería como yo a él y a ser la idiota de turno en cada lío en el cual me metiera por culpa de mis amigos. Tener una casa propia y un trabajo estable, lejos del ojo público, eran sueños ridículos. Lyon pudo haberlo tenido — Sé que no la tuviste fácil, pero no puedes pretender que te vea regresar después de todo y esperar que las cosas sean como antes — no soy una niña, empecemos por ello. Además, los años en prisión te cambian.

Me separo de él y cruzo la habitación, me inclino junto a uno de mis pocos muebles y abro la puertecilla de cristal para sacar un vino y dos copas. En segundos, ambas están llenas y le tiendo una sin importarme si tiene el estómago vacío o no — Si deseas regresar, puedo conseguirte un abogado. Tengo un amigo en el Wizengamot que me ayudó bastante cuando tuve que conseguir mi libertad — sugiero, no muy segura de si estoy diciendo lo correcto o no. Algo me dice que Lyon no está aquí para volver a insertarse en la sociedad. Me ahorro el decir que he oído que a Powell le gustan mucho las mujeres, algo que siempre podría usar a mi favor si es tan idiota de caer en una de esas, aunque dudo mucho de ello — Pero no lo harás, ¿no? Volverás a marcharte. ¿Acaso al menos estás persiguiendo un ideal o lo haces por costumbre y amor al deporte?
Jolene W. Yorkey
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Lyon E. Yorkey
Fugitivo
No espero nada de lo que me dice. Su enojo es normal, sus ganas por golpearme al principio no eran de nerviosismo sino por todo lo que, seguramente, se le habrá pasado por la cabeza. El contacto con sus dedos me causa un escalofrío fraternal que recorre mi piel. Cuando los aprieta, sé que sigue siendo la misma Jolene de siempre. Y una parte de mí se alegra de que eso no haya cambiado por muy sumisa que resulte y parezca en el ámbito público. Ostenta un cargo como profesora, muchas caras desconocidas la juzgan diariamente. Saber que ha tenido trato con alguien que mantiene el misterio del paradero de Stephanie Black a salvo no le conviene. Y sin embargo me encantaría que lo supiera.

Pero no lo entiende, y quizás nunca lo entienda. ¿Sería capaz de atreverme? Piensa que Black ha desaparecido, que Steph no forma parte de mi vida y que simplemente he estado oculto por cobardía. Pero no es así. Hay mucho más allá de mis intenciones, y es la protección de Stephanie la que me mantiene ocupado todos los días.

No pretendo que lo entiendas, Jole. El amor nos hace ciegos, pero sigue siendo amor, ¿verdad? Incluso a mi edad puedo perderme en esos pensamientos todavía. Tampoco estoy seguro de que te convenga entenderlo, por mucho que me encantaría. Me gustaría saber menos de lo que sé, y sin embargo sé más de lo que muchos querrían. Esas cabezas del Ministerio, ese gobierno... —Hago una pausa, perdiendo mi mirada en su cabello cuando me da la espalda. Sus palabras arañan la superficie de una coraza que llevo años erigiendo en pos de nuestra supervivencia. No estoy aquí por haber sido un don nadie simplemente. Estoy aquí porque he sabido jugar con la ventaja de todo lo que NeoPanem me ha sabido ofrecer en mis tantos años de servicio.

Hace tiempo que dejé de perseguir ideales, así que puedes creer que sí, que es por amor al deporte —comento, acercándome—. Volver abiertamente no me serviría, y no necesito abogados porque no estoy haciendo nada malo —resumo, con el rostro serio y un aspecto, en realidad, bastante lamentable. Llevo días para intentar pasar desapercibido y llegar hasta aquí. —Sólo quería aparecer, dar señales de vida, contarte que estoy bien y que puedes seguir contando con tu familia. Somos pocos, pero suficientes, y no tendrás que vivir en la incertidumbre —explico.

Mis ojos piensan en decírselo, mi cerebro no cuenta que sea la mejor opción.

¿Sigues estando muy vigilada? —una cosa es que sepa sus horarios, sobre qué hora está en casa y demás. ¿Pero hay alguien que la persiga además de mi afán por protegerla?
Lyon E. Yorkey
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Jolene W. Yorkey
Mentor
Que hable con un aura de misterio me exaspera, como si quisiera decirme cientos de cosas y ocultarme unas miles. Puedo sentir en sus palabras las excusas que rodeaban a los adultos cuando yo era una mocosa, un montón de “lo entenderás cuando seas mayor” que quedaron en la nada. ¿Acaso sigo siendo eso para él? ¿La Jolene pequeña, la rubia escuálida, la que lloró más de lo que debía y podía hasta que la vida le dio tan duro que no tuvo otra opción que crecer? Amo a mi hermano, no dejé de hacerlo y sé que lo haré hasta el día en el cual muera, pero creo que no comprende que este no es el mundo que dejó atrás, yo ya no soy esa persona — Todo lo que dices me confirma, una vez más, que no te despegas de esa paria — comento con frialdad. ¿Qué podría saber que le importa al gobierno? Lo único que él tiene que ellos no: información. Y aún recuerdo a quién era fiel. Esos asesinos…

Me arrebata una risa socarrona y sacudo la cabeza sin poder creérmelo, estampándole la copa de vino con algo de violencia para que la tome y no me deje bebiendo sola como la ebria que puedo llegar a ser si empiezo a tomar con tal de apagar un poco las neuronas — Digamos entonces que viniste solo para decir “hey, estoy vivo” y ya — me mofo, sin saber si reírme o no, así que el sonido divertido que sale de mi voz es por demás escueto — En lo que a mí me respecta, estoy sola, Lyon. Con un poco de suerte puedo contar con Andy, pero eso es todo. Te enterré junto a los demás hace mucho tiempo — es triste decirlo así, pero no encuentro otro modo de expresarme. El sabor del vino, por lo general dulce, me parece amargo y me obliga a fruncir los labios — No espero que lo entiendas, pero no puedo comprender cómo es que piensas que podemos ser una familia cuando tú te mantienes alejado porque aún arrastras mierdas del pasado que yo tanto intento dejar atrás. Somos extraños y ambos hemos hecho una elección — no apoyo las decisiones extremistas de este gobierno, pero necesito paz, incluso cuando el mundo me está arrastrando al desastre. Mantenerme al margen es todo lo que puedo hacer ahora. No quiero ser Jolene Yorkey, la rubia del ocho, una vez más.

Su pregunta me confunde un poco y aprieto algo más la copa de vino — No que yo sepa. Hace meses que tengo una vida civil normal, tienen problemas más importantes por los cuales preocuparse y decidieron que yo no soy una amenaza — que es verdad, me he mantenido demasiado tranquila como para que se preocupen por mí. Es por eso que mis ojos destilan desconfianza — ¿Por qué lo preguntas? ¿Qué trajiste contigo, Lyon? — porque algo me dice que esta no es solo una visita para dar señales de humo, debe traer con él la antorcha entera.
Jolene W. Yorkey
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Lyon E. Yorkey
Fugitivo
Sus labios al hablar me recuerdan aquel espíritu indomable que ha sido durante tantos años de mi vida. En ocasiones ambos peleábamos hasta que alguno de los dos tiraba la toalla o, por el contrario, pretendíamos que todo había acabado en un ligero empate. Sin embargo ella sigue siendo la misma Jolene de siempre, ¿sólo que redimida? Resignada, más bien. Y aquello no me encaja. No es a lo que me ha tenido acostumbrado durante tantos años, aunque entiendo que todos terminamos cambiando. Tomo la copa que me ofrece, con brusquedad, e irremediablemente doy un sorbo al contenido que amarguea en mi garganta hasta sentirse sumamente familiar.

Mis ojos se mueven escuetos por el lugar, intentando prestar atención a todo lo que me dice. Era obvio que no iba a comprenderlo, tampoco pretende que yo lo comprenda, pero estaba convencido de que todavía había una parte de ella que me reconocía vivo y no enterrado con nuestros familiares. Hasta intuyo que hay una lápida erigida en lo que podría haber sido un panteón familia a mi nombre. Sonrío, melancólico, porque se me hace inevitable no hacerlo ahora que la tengo una vez más cerca. No sé cómo quiere que reaccione, pero sus palabras no me dañan. Tan sólo me muestran la pura realidad de la época que estamos viviendo.

Cuando su afirmación me confirma que no tengo por qué meterla en problemas, ¿pero aún así puedo arriesgarme? Suspiro, dejando la copa a un lado.

No espero que lo entiendas —indico, sonriendo una vez más cuando habla con lucidez y pregunta qué es lo que está pasando. —Digamos que no desaparecí sólo porque pensaba que estaba viva —comento, para finalizar mi parafraseado interno que no me permite decir mucho más—. Realmente lo sabía —aseguro, con los labios pegados al borde de la copa—, y eso no ha cambiado, sigue siendo así —finalizo. Mis ojos se entornan y se entrecierran, tratando de vislumbrar un grito o un gesto que me demuestre que ha captado el mensaje detrás de mis palabras.

La pausa es leve, suficiente para hacerla reaccionar, y dejo la copa a un lado—ahora vacía—, para acercame un poco más. El calor del hogar empieza a invadirme y hasta puedo decir que tengo sueño. —¿Ahora sí te dan ganas de volver a golpearme? —cuestiono, con una ceja en alza. La diferencia de altura sigue siendo evidente, pero eso nunca le ha impedido golpearme con fuerza en ninguna ocasión.

Estamos vivos —aclaro.
Lyon E. Yorkey
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Jolene W. Yorkey
Mentor
Cierro los ojos con fuerza, sin poder creérmelo. Hasta tengo que contener el impulso asesino que me embriaga por dos segundos, el que me dice que salte sobre él y lo sacuda un poco a ver si de esa manera puede reaccionar. Mientras yo me pudría en prisión, mientras yo sufría por los maleficios y las malas memorias, Stephanie Black estaba dando vueltas por algún sitio recóndito, posiblemente en mucho mejor estado que yo. La vida se vino cuesta abajo y cientos de personas pagaron por los errores de su familia, mientras ella se tomaba unas vacaciones. Y ahí estaba mi hermano mayor, fiel como perro al pie del cañón, sosteniendo su mano. Me quedo callada, silenciosa en el veneno que no quiero soltar porque sería empujar a la única familia que me queda, hasta que me atrevo a mirarla con la desconfianza pintada en mis ojos. Lyon siempre fue guapo, me atrevería a decir que era el carilindo de la familia, pero ahora mismo me da ganas de volarle la cara y ver que tan roja puede terminar.

Siempre tengo ganas de volver a golpearte — ¿Dónde he dejado mi varita? Tanteo mi bolsillo y no la encuentro, así que asumo que debe haber quedado sobre el sofá — ¿Vivos? — repito, con la voz temblorosa — ¿Nosotros? ¿O tú y Stephanie? Lyon, los Black arruinaron a nuestra familia y a cientos de otras. Jamás me verás aceptando a alguno de ellos, no me importa cuanto signifique para ti y creo que no puedes comprender lo mucho que me duele que seamos tan distintos — porque tal vez él es más bueno o más estúpido, pero yo no puedo ver la diferencia. Los Black no daban segundas oportunidades, no veo por qué se las merecerían.

Dejo la copa vacía sobre un mueble y me alejo lo suficiente como para recargar el peso de mi cuerpo sobre el respaldo del sofá, cruzándome de brazos como si de esa manera pudiese protegerme al mirarlo de pies a cabeza. Me destruye saber lo que voy a decir a continuación, pero no encuentro otra salida — Si decides seguir el camino de Stephanie Black, voy a pedir que te marches de mi casa. He recibido tu mensaje, sé que estás vivo y es lo único que importa. Pero… — trago saliva, es difícil pronunciar palabras que queman — He estado bien sola y no quiero que me arruines. No todos estuvimos de vacaciones, algunos nos quedamos a pagar los platos rotos. Así que, por favor — meneo la cabeza en dirección a la puerta — Solo vete. Y no quiero que regreses — es definitivo. Algunas cosas, simplemente no están hechas para suceder.
Jolene W. Yorkey
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