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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    V. Ileana Jensen
    29 de octubre

    Hacía una semana que su madre había ocupado un asiento importante, uno que, según los rumores, había quedado libre de una de las maneras más dolorosas existentes. Un escalofrío recorrió la espalda de la joven ante el mero pensamiento de ello, incluso consiguió que girara el rostro hacia atrás, percatándose de que nadie la seguía al abrir la tercera puerta del pasillo, asomarse al interior y, al ver que no había nadie allí, entrar cerrando tras de si. Cerró con cuidado y centró su atención en el escritorio, avanzando hasta el mismo y tomando un par de carpetillas que abrió, leyendo con rapidez las palabras que éstas tenían escritas, en busca de algo importante, o al menos interesante.

    Nada. No conseguía nada. ¿De quiénes eran aquellos despachos? En el área de ciencia debían de tener algún raro experimento que los ayudara con sus intenciones de próxima guerra. Pero no era así. Soltó un bufido, pateando una papelera que rodó por el suelo, provocando un sonoro estruendo, paralizando el corazón el corazón de la joven. Se arrodilló en el suelo, tomando entre sus manos el aparato y recogiendo los papeles que se habían esparcido. Si alguien la había escuchado podía pensar que su propietario estaba dentro, ¿verdad? No había nada de lo que preocuparse. Pegó la oreja en la puerta, no percibiendo ningún ruido, por lo que abrió la puerta rápidamente y salió de allí, caminando disimuladamente por el pasillo, balanceando las manos como si no pasara nada. Hasta que alcanzó la esquina que daba lugar a un cruce, entonces giró a la derecha y comenzó a caminar con más rapidez, parando en seco cuando leyó en la pared un nombre conocido.

    El despacho de su madre. Una media sonrisa apareció en sus labios antes de abrir la puerta lentamente y entrar dentro del despacho. En otros sitios no, pero en el de su madre podía inventar mil excusas por lo que avanzó hasta el sillón principal y se dejó caer sobre éste, estirando los brazos hacia arriba. —Seguro que tiene algo entre manos— comentó mirando la pila de papeles que reposaba  a un lado de la mesa. Su madre siempre tenía algo en mente, y casi nunca le gustaba cuando las escuchaba.
    V. Ileana Jensen
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    Poner un pie en el departamento científico del ministerio me provocaba un escalofrío en la piel como si fuera rozado por la mano de un fantasma, por el recuerdo que me traía de Annie, moviéndose entre los laboratorios, sentada detrás de su escritorio con esa mirada suya de que no hay idea que impresione a su inteligencia y no importa que tan bueno seas considerando todos los detalles, ella te señalará algo que no percibiste. Y a veces todavía pienso en ella con una confusión de tiempos verbales, que me obligo a respirar hondo para hablar con el científico que solicitó la colaboración de un cazador para un experimento con un kappa. No es raro que suela perturbarme un poco el funcionamiento de la mente de estos científicos, que me veo obligado a mostrarme un poco protector con las criaturas que ponemos a su disposición en el ministerio, incluso con aquellos que se alimentan precisamente de nuestra sangre.

    Salgo del laboratorio con la nuca tensa por el esfuerzo que se me requiere de tratar con científicos, reafirmándome en mi prejuicio de que me caen bastante mal, que avanzo en largas zancadas por el pasillo para dirigirme al ascensor y dudo de si ir a la planta que nos corresponde a los cazadores, porque con los cambios recientes que se han implementado, no sé si no tendré a una arpía encargándose de la correspondencia o un licántropo como secretario de Jessica. Ponerme con ese pensamiento sarcástico no me ayuda, estoy mordiendo por dentro y lentamente la rabia que me da que el nuestro presidente le ha haya abierto la puerta de sus jaulas a las bestias. Estoy refunfuñando por lo bajo cuando paso delante de una puerta, a través de la cual se escucha un estruendo de papeles al caer. Me detengo en mi sitio, intrigado.

    Se marca una arruga entre mis cejas al quedarme quieto nada más doblar el pasillo, para aguardar a que la persona moviéndose a prisa dentro de ese despacho, salga. No me veo defraudado en mi instinto al ver que se trata de una muchacha, demasiado joven para estar aquí, salvo que sea una de esas pasantes recién sacadas de Royal. Pero no trabajo como cazador para que se me pase de largo su actitud sospechosa y la sigo con la mirada desde mi escondite improvisado, y cuando la veo continuar para detenerse ante la puerta de nada más ni nada menos que la misma ministra. Listo, no voy a dejar que una mocosa siga hurgando por ahí. Silas Jensen está entre las primeras de mi lista de personas desagradables por su arribismo, fue quien reemplazó a Annie cuando su silla no se había enfriado aún. Sin embargo, no pienso dejar pasar a una ratita que anda revolviendo papeles ministeriales. Me paro delante de la puerta y golpeteo la madera con mis nudillos. —¿Ministra Jensen?— llamo, mi tono ni se altera. Entreabro la puerta para encontrarme con la chica sentada cómodamente en su sillón, lo que me obliga a tomar una respiración interna muy profunda para contenerme. —Disculpa, estaba buscando a la ministra. ¿Eres su nueva secretaria?— pregunto con una falsa inocencia que presagia lo peor.
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    V. Ileana Jensen
    Probablemente podía trastear los documentos de su madre en casa, con tranquilidad y sin el peligro de poder ser encontrada allí pero, ¿acaso no tenía la excusa perfecta? ¡Era su hija! Para ellas dos era raro encontrarse, para los demás no tenía porqué serlo tanto. Lo único bueno que podía sacar de su progenitora era aquello, algo que poder leer para saber que se cocía en el área de investigación. Y ahora era mucha más la información a la que podría acceder, quizás algo relevante que poder llevar a la Red. Algo que no tuviera que ver con squibs, ya que aquel tema la asqueba demasiado; su obsesión por querer curar a personas que no estaban enfermas, modificarlos, experimentar con ellos.

    Prensó los labios con desagrado, tomando la primera carpeta del montón y subiendo los pies al escritorio para leer con comodidad. ¿Riesgos? Todos tocarían antes de entrar y, supuestamente, sino obtenían respuesta se irían, otros sabrían que estaba en alguna reunión, almorzando o en el baño con el estómago suelto. Sólo podía sorprenderla ella, y su madre sabía de sobra lo curiosa que era, su interés por el periodismo y que no era la primera vez que acababa con algo que no debía entre manos. Rosopló, pasando páginas de un lado pars otro, girando los fotografías, incluso mareandose con la cantidad de números y secuencias matemáticas que encontró. —Basura— se quejó, bajando los pies e inclinándose hacia la pila para tomar otro, justo cuando el golpeteo en la puerta la asustó lo suficiente como para silenciar su corazón y que se quedara inmóvil en el sillón.

    Si algo podía salir mal. Saldría. Todos lo sabían, ella lo sabía. Alcanzó a parpadear cuando el rostro de un hombre apareció tras la puerta. Por un segundo se tensó, al siguiente pensó en su plan A. El único que tenía. En su expresión se reflejó la perplejidad, aquella que acudió debido a su pregunta. ¿Ella? ¿La secretaria? —¿Parezco su secretaria?— preguntó antes de poder controlar su lengua, mordiendosela y tratando de mostrar una inocente sonrisa, dejando la carpeta sobre la mesa con suma lentitud. —Soy su hija— agregó automáticamente a modo de defensa. Ahí iba la única baza que tenía, esperaba que la tomara.
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    Al entrar a la oficina, dejo la puerta a medio abrir porque no quiero problemas luego por denuncias de una muchacha que no debería estar aquí en primer lugar. Recargo mi espalda contra la pared más inmediata, cruzándose de brazos para adoptar esa postura intimidante de la que podemos hacer abuso los que trabajamos en seguridad nacional. Sopeso si su declaración será cierta, conozco poco y nada a la actual ministra Jensen como para saber con certeza si esta chica es su hija, porque si tengo que decirlo a partir de su rostro, no se parecen mucho. Lo más fácil sería pedirle una identificación a la muchacha, si es que eso bastara para que la dejara en paz y me despidiera más rápido de lo que entré, cerrando la puerta para devolverle su privacidad.

    Pero no olvido su actitud sospechosa, aunque no pueda apreciarlo ha quedado atrapada en una esquina como un ratón acechado por un wampus. —No sabía que hoy era el día de que los niños vinieran a acompañar a sus padres al trabajo— digo, entrecerrando mis ojos para afinar mi mirada en sus rasgos. —Si es que estás diciendo la verdad, porque tienes toda la pinta de ser una ladrona—. Si mi instinto no se equivoca, esta chica ha venido a revolver papeles y la sacaré tirándole de la oreja cuando se le agoten las mentiras que pueda usar de excusas para justificar su presencia en una oficina a la que no se debería entrar sin permiso, que no me ha pasado desapercibido que devolvió una carpeta al montón que hay desperdigadas. ¿Qué demonios ha venido a buscar?

    Hazme el favor de levantarte de esa silla que pertenece a una ministra— le indico, desarmando mi postura por si tengo que sacar mi varita del estuche sujeto a la cintura de mi pantalón y revisar que no se esté llevando nada. Siento la tensión en mi nuca por lo mucho que me enerva su atrevimiento, que hay que tener muchas pelotas para andar merodeando por las oficinas ministeriales y no es algo digno de halago, sino una estupidez que la meterá en problemas. No veo que haya traído algo en lo que pueda guardar papeles, pero con una de esas diminutas memorias externas podría copiar el archivo que fuera de la computadora, son muchos los riesgos que se me ocurren de tener a alguien hurgando por aquí. —¿Qué estás esperando? ¿Qué venga la ministra y confirme que estás mintiendo?—. Doy un paso tentativo hacia delante para hacerle saber que si no se mueve, la sacaré yo.
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    V. Ileana Jensen
    Chasqueó la lengua, examinando con la mirada al hombre que tenía frente a ella. Apostaría cualquier cosa a que su cara le era familiar de un modo que no alcanzaba a hilar, todavía. Inclinó la cabeza hacia un lado, dejando la carpeta sobre la amplia mesa de madera. Ahogó una risa, prensando los labios y señalando con un dedo la pila de carpetas y documentos desordenados que bailaban por el lugar. —Quería ver cuánto había cambiado el despacho de mi madre— comentó, arrugando los labios. —En poco tiempo ha pasado por científica, jefa de área y ahora ministra… boom— hizo un gesto con la diestra, simulando a una invisible explosión. —Si quisiera leer cualquier documento esperaría a que los llevara a casa— agregó con un leve encogimiento de hombros.

    Podían esperarla, ella no tendría nada que perder cuando la cabeza de su madre apareciera al otro lado de la puerta. Le resultaba hasta divertido el mero pensamiento de la expresión que podría cruzar su cara cuando llegara allí. Aunque también era tentador irse con él y armar algún escándalo de camino a la salida. Su madre era una mujer de apariencias, quería que todo el mundo la admirara y adorara como si fuera una diosa, llegar lo más arriba posible sin tener manchas en su expediente. El hecho de que su hija armara un espectáculo daría mucho que hablar. Demasiado. Mordió su labio inferior, indecisa, tentada. Así que acabó por levantarse de la silla, alzando las manos al frente para que viera que no tenía la varita ni se llevaba nada. —Estaba pensando en la cara que pondrá la Ministra Jensen cuando sepa esto— aclaró con una sonrisa, alejando una mano del frente para recolocarse una mechón de cabello tras la oreja.

    Volviendo a alzar ambas manos al frente a la espera. —¿Aún se usan esposas? ¿O me vas a sacar por la fuerza?— cuestionó, con una caída de párpados que trató de ser inocente pero distó demasiado de serlo. —Tienes cara de rudo, votaría más por la segunda opción… ya que prefiero esperar aquí— bajó las manos, retrocediendo hasta sentarse en el filo de la silla. Debía mostrar seguridad, tenía el comodín de su madre y podía inventar mil escusas a la velocidad de la luz sino acababa cediendo, por lo que ser descarada era divertido; además de algo demasiado propio de ella. Le costaba morderse la lengua, y sabía que, algún día, la perdería si seguía así.
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    Si, bien, no necesito un repaso del ascenso que hizo la mujer dentro de la jerarquía ministerial en tan poco tiempo, que uno de los puestos que ocupó sin siquiera esperar a que se enfriara fue el de mi prima. Tengo el pensamiento presente de que no es algo que a Annie le molestara, ella era demasiado joven cuando le ofrecieron el puesto y no dudó en aceptarlo, confiaba en sus habilidades como para plantearse una carrera profesional ambiciosa que le diera un reconocimiento adecuado a su talento real. Soy más celoso de lo que dejó atrás, de lo que a ella le importaría. Quizás es un poco del enfado que siento hacia Jensen, porque alguien tengo que dirigirlo, el que se extiende también hacia la muchacha impertinente que tengo ocupando la oficina con la desfachatez de quien se cree dueño del lugar.

    A mí también me gustaría saber qué cara pone— apunto, sea mentira o no que es su hija, la expresión que pueda poner dudo que sea la misma máscara fría que se le ha visto en algunas fotografías públicas. —Lo sabremos pronto— digo, contando los pasos que me llevan hasta el escritorio y podría usar mi varita para invocar las esposas que menciona, obligarla así a arrastrar sus pies por el pasillo a la vista de los demás como si fuera la ladrona que creo que es. Hago oídos sordos a su burla, que no está tan errada si lo que hago al alcanzar la silla y darme cuenta que no se moverá de allí ni con un encantamiento de levitación, es cerrar una mano alrededor de sus muñecas para tirar de ella, haciendo que se ponga de pie.

    Si esa es la manera que eliges— lo hago ver como es cosa de ella, no mi decisión. Es una cría después de todo, me recuerda un poco a mi propia sobrina, y cuando cualquiera de ellos se pone en sus treces, es necesario recordarles quienes son los adultos con autoridad. La cargo sobre mi hombro, sujetándole de las piernas con mis brazos, dejándola cabeza abajo contra mi espalda. —Perdona que no tenga los modales de un auror, soy cazador. Y podemos esperar a la ministra Jensen en el departamento de criaturas. Hay una jaula de mooncalf en la que puedes hacer hora, lamentablemente tendrás que aguantar el olor a estiércol—. Cruzo el espacio de la oficina en dirección a la puerta para abrirla de un tirón y poder salir al corredor.
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    V. Ileana Jensen
    A grandes males, grandes remedios. En ningún momento había pasado por la cabeza de la castaña que alguien, que no fuera su madre, pudiera aparecer allí. Mucho menos entrar cuando nadie había contestado al llamado. ¿La llamaba a ella respetuosa? Bueno, sin duda podían llamárselo mutuamente si así lo deseaba puesto que él,  también había acabado colándose donde no debía estando la ministra fuera del despacho. Suspiró con cansancio. Probablemente había dado con el funcionario más impertinente de la historia, aquel que no se iba a marchar así como así aunque le repitiera mil veces que era hija de la ministra. ¡Podía probarlo! Incluso llevaba la identificación, en la cual indicaba su filiación con la mujer. Puso los ojos en blanco, descruzando los brazos para acabar apoyando los dorsos de sus manos sobre las piernas, observándolo desde la distancia que los separaba  y que acentuaba el hecho de tener una amplia mesa de madera entre ambos.

    Mas, antes de que fuera capaz de reaccionar, la tomó por las muñecas y tiró de ella con tanto fuerza que acabó levantándose del sillón. Y lo cierto es que extrañó lo mullido que era, con razón su madre había luchado tanto por el mismo. —¡Auch!— exclamó, molesta y un tanto dolorida. —¡Esto es acoso! ¿Cómo te atreves a tocarme?— volvió a gritar antes de estrellar, literalmente, la cara contra su espalda. Gimió por el fuerte dolor en su nariz. ¿De qué cojones estaba hecho? ¿Piedra? ¿Hierro? Se sobó la cara con la diestra, trató de mover las piernas en un intento de liberarse y poder saltar lejos de él. Aunque no pudo evitar reírse. Así que no era auror. Vaya por dios, al menos ellos sabían las normas y podían tener algo más de modales que un simple tipo que pasaba el tiempo rodeado de bestias. Todo se pegaba menos la hermosura, y estaba claro que en él se aplicaba a la perfección. —Ya estoy aguantando el olor a estiércol— apostilló moviendo las piernas, al menos todo lo que podía, para propinarle alguna patada en el abdomen.

    —¿A dónde vas?— exclamó cuando abrió la puerta  y salió al pasillo. Por suerte, inicialmente, no había nadie allí. —¡Bájame!— reiteró, golpeándole en la espalda y acabando por tirar de su camiseta hacia arriba para tratar de arañarle, pellizcarle, hacerle cosquillas. Cualquier cosa era válida si le permitía tener la más mínima oportunidad de zafarse de él. Era cierto que había pensado armar un escándalo para molestar a su madre, pero que la llevaran como si fuera un saco de patatas no era algo que apreciara. —Tú… ¡ah!—. Se inclinó mejor para poder morderle con todas sus fuerzas en el costado.
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    Resoplo por mi nariz como si fuera un aethonan furioso, que por cierto lleva una carga insoportable a cuestas. —No es acoso, en cambio puedo comenzar a hacer una lista de cada una de tus faltas y desacato a un miembro de Seguridad Nacional está entre las últimas— señalo con un tono moderado en mi voz que es tan engañoso como se escucha, estoy tratando de tener un comportamiento que está basado en justa razones y me niego a ver que estoy rebajándome a una actitud tan caprichosa como la de esta muchacha. Su pataleo supone un riesgo para mi estabilidad, tengo que dar cada paso con fuerza, haciendo que mis botas choquen con el suelo dejando parte de ese polvo que traigo del exterior. Ya se encargaré alguien de dejar impoluto el despacho de la ministra. —Sumemos también lenguaje inapropiado, ese comentario fue ofensivo y casi hirió mi vanidad— hasta lo digo con una sonrisa que es casi divertida, porque todo en esta chica habla de impertinencia. Estaría empezando a sentir un poco de simpatía por la ministra Jensen por tener que criar una hija así.

    En el pasillo que une a las oficinas de este departamento no hay nadie, aún quedan unos metros hasta llegar a donde se reúnen las secretarias y escucho vagamente su murmullo. —Ya te dije, al departamento de criaturas…— contesto, que no le he mentido, si es cierto que la ministra es su madre puede pasar a buscarla luego, si los mooncalfs son mejor que cualquier niñera para críos berrinchudos. La paciencia de esos animales es admirable, estaría necesitando un poco de ésta. Su mordida me hace gritar de la sorpresa y casi reacciono por instinto arrojándola al suelo, lo que consigue es que cruce delante de las secretarias que se quedan pasmadas al vernos y entro al ascensor que nos lleve a mi planta con un golpe seco en los botones. Es cuando las puertas se cierran que la bajo con una de mis manos presionando su hombro para que no se mueva y la otra para apuntarla con mi dedo índice cerca de su nariz. —Necesitas unas buenas nalgadas de tus padres, muchacha—. Que me acuse de acoso otra vez sí quiere por el comentario. —¿Quién demonios te ha criado? ¿Un montón de perros de la calle?— le espeto, si es que no se han sido un par de wampus, que tiene las garras jodidamente afiladas. Me fijo en los arañazos en mis brazos. — ¿Tendré que preocuparme de que me hayas pasado la rabia?
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    V. Ileana Jensen
    Estaba en una situación comprometida pero, aun así, se permitió rodar los ojos durante unos instantes antes de comenzar a moverse nuevamente, tratando de zafarse de su agarre. Dios, ¿aún quedaban personas con aquel vuelo de brazo? El esfuerzo físico, el ejercicio, y aquellas movidas, estaban sobrevaloradas hoy en día. Meneó la cabeza, tratando de despejar sus ideas pero, sobre todo, para dejar de pensar en aquellas estupideces que no venían a cuento teniendo en cuenta el embrollo en el que se encontraba. Cuanto más lo pensaba más se percataba de que su madre la estrangularía con sus propias manos por hacerle pasar tal vergüenza y, aunque no le importaba desprestigiar su imagen un poquito, prefería no morir. Al menos no aún y de una manera tan infructuosa.

    Alzó la cabeza, girándose hacia ambos lados cuando escuchó un par de voces en la cercanía. Soltó un bufido, estirando el cuello y visualizando a un par de mujeres que hablaban al volver la esquina. —Soy la hija de la Ministra Jensen, por favor, avisad a mi madre de queestehombremehasecuestradoynosedondemelleva— sus palabras sonaron con claridad al inicio pero acabaron amontonándose conforme, a grandes zancadas, se alejaban a paso ligero. —¡Socorro!— volvió a gritar en un intento de llamar la atención de cualquier persona que estuviera dentro de su despacho, o saliendo, o pasando por un pasillo subyacente, cualquiera era más que válido. Pataleó, arañó y, en última instancia, mordió con fuerza. Mantuvo su boca contra él, atrapando lo que, posiblemente, era el único ápice de grasa que podía tener aquel hombre en todo su cuerpo. Mas tuvo que soltarlo cuando sus pies volvieron a tocar suelo firme, o algo parecido, y dispuso de un segundo que quiso aprovechar en vano. Su espalda chocó con la pared del ascensor y se vió atrapada, nuevamente. Trató de morder su dedo acusador; chasqueando los dientes muy cerca. —Primero me secuestras y ahora me hablas de nalgadas. Siento comunicarte que no estoy dispuesta a ayudarte en las fantasías que puedas tener en esa cabeza tuya— contestó con altanería, fulminándolo con la mirada. Puso los ojos en blanco, colocando la mano sobre la de él en un intento de que dejara de tocarla de una buena vez. Soltó un resoplido, divertido, alejando la mirada de él y enfocándola en el número marcado por el hombre.

    Observó de soslayo las marcas de uñas que le había dejado en los brazos en sus intentos de escapar de él. —Yo me preocuparía más por otras enfermedades, creo que tienes marcados todos y cada uno de mis dientes— apuntaló. Ni siquiera le había llegado a desgarrar, o algo por el estilo, pero era mucho más divertido el hecho de haber dejado sus dientes ahí marcados que unos simples arañazos. —Aún estás a tiempo de deja que me vaya— agregó, moviéndose levemente hacia un lado en un intento de alcanzar el panel de botones y presionar cualquier otro que hiciera que las puertas se abrieran antes.
    V. Ileana Jensen
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    ¿Por qué no la silencié con un hechizo? Tengo que escuchar su grito de auxilio alarmando a todas las secretarias, si es que no tengo a la ministra dentro de unos minutos frente a mí, será a los aurores que estén de guardia porque esta chica está haciendo tal escándalo, que espero encontrar una prueba que la incrimine entre sus posesiones y no quedar en ridículo por mi paranoia. —Departamento de criaturas, la jaula de los mooncalfs, al fondo a la derecha— le indico a las secretarias, para que quien sea que vaya en rescate de la chica sepa dónde encontrarla, así se me libra de los cargos de secuestrador. Tengo que defender mi reputación que será lo único que me quede después de que esta chica acabe conmigo con su berrinche violento, a ver si los tranquilos mooncalfs le enseñan algo de estarse quieta y respirar hondo, en vez de estar lanzando arañazos y mordidas al aire que me tienen de víctima.

    Créeme que no te veo más que como la chica malcriada que eres, si como mucho has pasado los trece— apunto, sintiéndome acusado por algo que jamás pasaría por mi cabeza cuando tengo sobrinos de casi su misma edad. Y la acusación me escuece tanto, que pese a mi clara indignación, se me enrojecen las orejas de la vergüenza, lo que me dice que tengo que tener cuidado y devolverle su espacio personal, para no provocar malos entendidos y también para que mis dedos se salvan de sus dientes que se cierran con fuerza tan cerca, que tengo que apartarlos rápidamente. Me fijo en las marcas visibles en mi piel además de sentirlas y soy burlón al preguntar: —¿Acaso tienes licantropía?—. Nada más decirlo, mi mirada vuelve a ella y entrecierro mis ojos en rendijas que demuestran mi recelo. —Pediré que te hagan un examen de sangre nada más llegar al departamento— anuncio, con eso también contesto a su siguiente pregunta. Cubro el tablero de botones con mi palma, para impedir que cambie el destino, y no falta mucho para que el ascensor se sacuda para marcar que hemos llegado a la planta indicada.

    Al abrirse las puertas metálicas le hago un gesto con la barbilla para que salga primero. —Puedes ir por tus propios pies— indico, así no volvemos a todo ese espectáculo ridículo que es confuso a la vista y porque no quiero nuevas acusaciones que me hacen sentirme mal por meterme con una delincuente juvenil. —Avisaré a una auror que está aquí para que pueda venir a checarte y se asegure que no estás robando nada—. Apunto con mi dedo al pasillo que tenemos por delante. —Al fondo están las jaulas, tus nuevos amigos te esperan— le muestro el camino parándome a su lado y esperando que reemprenda su andar, porque si se lanza de cabeza al ascensor sólo empeorará su caso. Por las dudas, despido al ascensor para que suba y se quede sin vía de escape. —¿Cómo me dijiste que te llamas?— pregunto, necesitaré dar un poco de información de ella. —Y si eres la hija de la ministra Jensen, ¿para qué has venido hasta aquí si no es para molestar?
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    V. Ileana Jensen
    Era estúpido. Definitivamente lo era. Ni siquiera tenía pruebas de que hubiera robado algo, solamente la había visto en el despacho de su madre y leyendo algunos documentos que bien podría leer en casa si hubiera hecho el ánimo de ir a la misma. Suspiró, pegando el cuerpo contra la pared pero, en cierto modo, envalentonándose un poco tras ver su reacción a las acusaciones de estar acosándola sexualmente tanto por sus comentarios como por su excesiva cercanía. Le gustaban las distancias cortas, pero solo cuando ella las había acortado o tenía interés en la otra persona; y la situación en la que se encontraba no podía ubicarse en ninguno de los dos conceptos.

    —Tengo dieciocho y soy mayor de edad…ups, quizás esa información le da más alas a tu imaginación— insinuó, acercándose hacia él pero tratando de aprovechar para estirar el brazo en dirección al panel de números del ascensor que, para su desgracia, todavía quedaba demasiado lejos. Esbozó una corta sonrisa, mostrando así sus incisivos. —No lo sé, ¿tú crees? Eres el cazador a fin de cuentas… quizás aullemos juntos durante la próxima luna llena— se burló, acercándose más a él y, por ende, al tablero hasta que descubrió sus intenciones y se alejó automáticamente del hombre con enfado. No tenía cara de demasiados amigos, pero si un poquito de tontito… aunque la había pillado antes de poder alcanzar lo que quería. —Eres molesto— se quejó apretándome más el cuerpo contra la pared del cubículo y solo separándose cuando llegaron a la planta y le indicó que saliera delante suya.

    Y salió. Claro que salió. En cuanto sus pies pisaron el exterior se dejó caer, sentándose en el suelo con las piernas cruzadas. Negó con la cabeza, apoyando las manos sobre sus piernas. —Esperaré aquí al auror, no tengo intención en ir contigo a ningún espacio cerrado. Disculpa la desconfianza— apostilló, dejándose caer boca arriba sobre el suelo y observándolo con una divertida sonrisa en los labios. Quizás su madre le pedía que se quedara en la jaula durante unos días para que aprendiera a comportarse. Esa opción era más que plausible aunque no quisiera reconocerlo en aquel momento. Desvió la atención hacia el ascensor, despidiéndolo con una mano. —Veza Ileana Jensen— informó volviendo a mirarlo. —Y he venido aquí para molestar a mi madre en su nuevo trabajo— bostezó —, lleva años persiguiendo ese puesto, quería ver como era— informó a medias verdad a medias mentira. —Y tú… aparte de cazador, ¿eres…? Tu cara me resulta familiar— agregó desde el suelo, alargando la conversación allí mismo.
    V. Ileana Jensen
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    Pongo los ojos en blanco por esa insinuación que se refiere a su edad. —Me sigues pareciendo insoportable como para incluirte en el pensamiento que sea— replico, lamentablemente contestaciones de este tipo me hacen sentir que estoy poniéndome a su altura de adolescente, en vez de responder como el adulto que debería ser, imponiendo las distancias que nos saquen de una vez de malos entendidos así, que la chica no es mucho mayor que mi sobrina y me caería como una patada al estómago que alguien lo malinterprete. Mi mirada es fulminante hacia ella, que se atreve a tomar mi precaución como motivo para burlarse de mí. —Si eso pasa, pediré que nos coloquen en jaulas diferentes en este departamento—. ¿Por qué le contesto? Hago chocar con fuerza mis dientes, cerrando mi mandíbula, que mis siguientes palabras salen apenas audibles por morderlas antes de soltarlas. —Gracias, es de los cumplidos más suaves que me han hecho hasta ahora—, que sé lo que se dice de mí y más de una vez me fue dicho en la cara, el que me importe poco es lo que me mantiene en mis trece. No me importa ser un incordio para ella, custodio el tablero del ascensor y me encargo de que lleguemos al departamento de Criaturas como dije que lo haría, para que pueda arreglar su situación.

    Bufo con fuerza cuando se echa al suelo como una niña de cinco años con un berrinche, me paro a su lado con los brazos cruzados y espero a que me de la información que le pido para decidir si la llevo tirándole de los pies hasta la jaulas de los mooncalfs o llamo a una auror antes de que se agote mi paciencia por su actitud infantil. —En serio, ¿eres la hija de la ministra?— cuestiono. De tanto que me lo dice, lo empiezo a creer. También sigo creyendo que sus modos eran raros al moverse por la oficina y que sea hija o no, no tendría que estar revolviendo papeles. Yo no tengo a mis sobrinos armando castillos de naipes en el despacho de Riorden. Lo laboral se separa de lo familiar, siempre. Cada quien tiene su lugar donde debe ser. —¿No tienes clases? ¿Un trabajo de algo? Las cosas aquí en el ministerio no están como para que una cría vaga venga a desordenar la oficina de su madre, te traes problemas a ti y también a ella— le hago caer el sermón ya que puedo, porque tampoco voy a retirarme tan fácil y me morderé la lengua antes de pedirle disculpas. —Colin Weynart— doy mi nombre porque no voy a mentirle, aunque la incomodidad haga que descruce mis brazos para volver a cruzarlos, moviendo mi pie de un peso a otro.
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    V. Ileana Jensen
    Molestar a los demás estaba dentro de sus habilidades. Se le daba bastante bien y lo cierto es que hacía alarde de la misma con frecuencia. Por ello no le extrañó que la catalogara como insoportable, incluso le parecieron divertidas las palabras con las que recalcó que había sido objetivo de cumplidos más severos que los suyos. La castaña también lo había sido y percibir un punto de encuentro entre ambos era algo curioso y divertido que alcanzó a sacarla una sonrisa antes de abandonar el ascensor y sentarse en el suelo. No fue grácil ni elegante, solo se dejó caer, dándose un buen golpe que no quiso dar a entender que le dolió salvo por una tenue mueca que quiso esconder con rapidez. Se encogió de hombros, inclinándose hacia atrás y quedando tumbada sobre la fría superficie. Un escalofrío la recorrió, mas se obligó a sonreírle al hombre desde aquella perspectiva, alzando la mirada y entrelazando las manos sobre su regazo. —Soy Veza Ileana Jensen— repitió nuevamente, colocando una pierna sobre la otra, dando a entender que estaba cómoda allí donde se encontraba. —Mi madre biológica es Silas Jensen— agregó. Desenlazó sus brazos, estirando uno en dirección hacia él. —¿No tienes uno de esos aparatitos que indican la sangre de una persona? Saldrá que soy su hija, aunque también mestiza… lo cual es humillante para ella pero que ya ha asimilado— siguió parloteando con la mano extendida al aire, cansándose de tenerla así y acabando por bajarla con un golpe seco contra su cuerpo.

    Se incorporó, quedando sentada con las piernas cruzadas y las manos apoyadas sobre las piernas. —Mi madre no es buena persona, no me importa traerle problemas— comentó sin más. No dándole importancia a sus palabras. Vivían sus vidas separada la una de la otra, nunca fueron una familia feliz donde mamá quisiera a su hija y a la inversa. Se había esforzado durante toda su vida en ganarse su aceptación, demostrarle que no era un mero error y podía hacer cosas; hasta el día que entró en la Red, entonces decidió que no necesitaba su aceptación para nada. —Ella solo— quiso agregar, viendo como el hilo de sus pensamientos se interrumpía cuando escuchó su nombre. —¿Weynart?— repitió en voz alta. —¿Eres familia de Lëia?— preguntó sonriente. —Míra, puedes llamarla— agregó sacando el teléfono de su bolsillo —, conoce a mi madre, ha estado incluso en mi casa— continuó defendiéndose —o…— le ofreció también el otro brazo, extendiendo un dedo para que la pinchara y salieran de dudas de una vez por todas.
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    Comienzo a creerle, maldición que comienzo a creerlo posible. Me he traído a la jaula de los mooncalfs a la hija chismosa de la ministra Jensen, quien al parecer no tiene la mejor de las relaciones con ella, así que podemos esperar una reprimenda más severa para la chica que para mí por no reconocerla. En mi defensa diré que mi trabajo me obliga a relaciones con criaturas mágicas, desconozco a muchas personas que forman parte del ministerio, Silas Jensen no era para mí más que una científica del montón hasta hace poco, que se sentó en el sillón que todavía tibio por Annie. Presiono el puente de mi nariz con mis dedos para tomarme dos minutos y pensar en lo que haré, si llegará a la instancia de confirmación a través de la sangre. ¿Hace falta? Tendré que ir a buscar uno de esos aparatitos que dice, los que cargo con los que uso para animales y no sé si estaría de acuerdo de enterarse. —Si conoces a Lëia, seguro también conoces a Ethan…— suspiro, que la diferencia de edades entre mis sobrinos no es tan tanta y esta chica es contemporánea a ellos.

    Déjame decirte algo, Veza Ileana Jensen…— uso todo lo largo de su nombre para mirarla con severidad desde la altura que me regala estar de pie, mientras ella se empecine en su berrinche de estar sentada en el suelo. —Te ves como cualquiera de mis sobrinos y sé que a esa edad se hacen muchas cosas estúpidas— improviso mi sermón con una cuota de honestidad, es como le hablo a cualquiera de ellos. No soy tan mayor como para olvidarme las contradicciones que tenía al llegar desde Europa a un Neopanem que era el hogar de mi familia, pero no el mío. —Esta vez te dejaré ir porque elijo creer en lo que me dices, no hace falta ninguna tonta prueba de sangre, ahorrémonos el trámite— propongo, porque detesto los trámites, quedarme a cuidar su celda de castigo para que luego venga su madre a despotricar contra ella o lo que sea que Silas Jensen decida hacer como madre, si es hasta una posibilidad de que ni se aparezca si tan poco le importa su hija, y eso me obligaría a incluso quedarme de sereno. No, gracias. —Pero hazme el favor de buscarte algo más provechoso que hacer que quebrantar a tu madre causando problemas, si es cierto lo que me dices, sólo te meterás en líos tú y a ella le será indiferente. Búscate algo para ti, si te vas a meter en problemas que sea por ti— digo y con una última mirada, me giro para ir hacia las salas de este departamento, lejos de dramas adolescentes para los que ya no tengo edad de ser parte.
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    Arqueó ambas cejas al percatarse en el cambio de expresión que cruzó el rostro del hombre. Si no fuera porque su madre la crucificaría hasta se habría reído de su reacción al percatarse de que se había equivocado por completo. Bueno, no se había equivocado en absoluto en sus intenciones, pero sí en quien era para ser más exactos. Como si ser hija de una Ministra de tercera fuera algo importante;  incluso la avergonzaba el pensar de que el asiento aún estaba caliente cuando ella lo tomó… e incluso la castaña se había sentado en el mismo. Un mueca de asco se dejó ver en sus labios antes de ser capaz de controlar sus expresiones, y también antes de escuchar el nombre de Ethan. —Ethan… ¿mayor que yo, obsesionado con la ciencia y adorable? Creo que me suena— habló con total libertad, sentándose algo más cómoda en el suelo. Al final acabaría conociendo a toda su familia… o al menos a una parte de ella, la más accesible con su edad y esas cosas. Sin contar con la ideología, otros le daban verdadero repelús y espanto.

    Inclinó la cabeza, dejando que hablara todo lo que quisiera, permitiendo que el sermón surgiera de sus labios. Puede que incluso le prestara algo de atención, pero no la suficiente en realidad. Apoyó las manos sobre sus piernas, mirándolo durante todo el tiempo que sus palabras quedaron prendidas en el aire. Esbozó una tenue sonrisa, levantándose del suelo y quedando todo a la altura que le permitían sus centímetros. —Gracias, prefería tirarme días encerrada con los mooncalfs antes que tener a mi madre aquí… sermoneándome sobre la vergüenza que le provoco— admitió. No le avergonzaba reconocer las cosas en voz alta ni siquiera ante un desconocido. La realidad era una, y se había cansado de tratar de luchar contra la misma, de nadar contra corriente y acabar estrellándose constantemente con las mismas rocas. —Quizás algún día nos volvamos a ver, le diré a Ethan lo amable que has sido… y también le preguntaré que tal los arañazos— habló nuevamente, inclinando el cuerpo hacia un lado con diversión a la par que guiñándole un ojo.

    Presionó el botón del ascensor en cuanto desapareció de su campo de visión, presionándolo en repetidas ocasiones, alguna con más fuerza de la necesaria, para salir corriendo de allí lo antes posible, poder respirar nuevamente cuando las puertas del mismo se cerraran y la llevaran hasta la planta que la sacara de allí.
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