The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Invitado
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Tengo la manía reprobable de llevarme la lapicera a la boca que, cuando escucho que me llaman por mi apellido, en la prisa de alzar la mirada de los papeles que tengo sobre mis rodillas, la lapicera queda atrapada en una comisura como si fuera un cigarro de los que veía fumar al profesor Grogan en el Prince, y quien al retirarse de la docencia se llevó canas verdes y un único pulmón sano. Soy un poco torpe al ponerme de pie para ir al escritorio de la secretaria que pide mi carpeta y estoy firmando al pie de la hoja cuando una puerta a mi espalda se abre. Se me eriza la piel de la nuca al percibir esa presencia, tengo la confirmación que necesito al escuchar su voz y por la práctica de los años, puedo fingir que no me afecta. Si me doy la vuelta para encontrarme con su rostro y estampo una sonrisa falsa en el mío, es porque creo que puedo hacer esto. —Profesora Lulú— asiento con mi mentón a modo de saludo.

Es cuando estoy frente a ella que más claro me queda lo diferente que somos en cuanto a rasgos, puedo identificar en sus facciones algunas que también puedo ver en las de mis hermanos. Tal contraste evidencia que mi rostro debe ser el de mi padre y mi duda es de si ella puede recordarlo, como para que algo en su expresión se perturbe. Tiro de mi sonrisa hacia arriba y tiendo una mano hacia ella.—El profesor Thornfield— aclaro, como si estuviera dando una ayuda a su memoria. Mi atuendo es formal con el traje, pero eso no me hace distinto a los muchos funcionarios del ministerio. Según tengo entendido, la ministra conoce cada nombre del Royal y del Prince, y puede hacer rápidamente el reconocimiento, apelo a que la información que circula no haya sido muy detallada en cuanto a mi traslado de un colegio a otro.
Anonymous
Eloise R. Leblanc
Ministro de Educación
Como ministra, no tengo horarios estrictos que cumplir en la oficina ya que, mientras que cumpla con mi trabajo soy más o menos libre de manejar mi itinerario como me plazca. Eso no impide que por años haya tenido una rutina establecida que cumplí tan estrictamente como me fue posible… hasta hoy. No estaba orgullosa de haber recibido una llamada de Clara para preguntarme si estaba bien, y mucho menos de pensar en las razones por las que me había quedado dormida. Una taza prominente de café más tarde y un rápido viaje al Ministerio después, y ya estaba atravesando las puertas de mi oficina para ser recibida automáticamente con un apodo que me era familiar, pese a que la persona delante mío no lo era precisamente. Tenía un aire que me resultaba levemente conocido, pero ya sea culpa de la resaca o de todavía estar algo dormida, que no pude ubicarlo hasta que no se presentó.

- ¿Nos hemos cruzado en alguna otra ocasión? - Me adelanto unos pasos y extiendo mi mano hasta encontrar la suya, quitándome los lentes de sol de la cara con la otra hasta dejarlos reposando en lo alto de mi cabeza. - Pido disculpas por el horario, espero que Clara te haya podido ser de ayuda. - Un rápido vistazo a mi secretaria y el escrutinio con el cual revisa lo papeles me dice que ese es el caso, así que le hago un leve asentimiento con la cabeza antes de volver a dirigirme al profesor. - Si todavía tienes unos minutos podemos pasar a charlar a mi despacho. - Y no espero a que me responda en lo que me descuelgo mi cartera y avanzo hacia las puertas que llevan a mi oficina privada. Un té humeante ya me está esperando sobre mi escritorio junto con unas medialunas, y agradezco para mis adentros en lo que me quito el abrigo y lo cuelgo en el perchero. - ¿Deseas algo para tomar?
Eloise R. Leblanc
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Invitado
Invitado
En algunas reuniones ocasionales…— contesto, con la poca trascendencia que han tenido esos encuentros esporádicos en su vida y en la mía. Su autoridad de ministra seguiría colocándola como una figura elevada para mí, si no fuera porque su nombre figuraba en ciertos papeles que enlazaban su pasado con el de mis hermanos y me requiere mucho esfuerzo no mirarla como si quisiera tratar de interpretarla más allá de esa imagen pública que todos hemos visto en los palcos ministeriales.  —Casi estamos terminando— asiento con mi mentón, haciéndole saber que no tengo quejas de su secretaria, y dirigiendo a ésta una mirada sonriente por agradecimiento, tal vez un vistazo que se detiene dos segundos más de lo que debería.

Después giro hacia la ministra, y con toda la naturalidad que soy capaz de simular, marco el camino a su oficina con mi brazo. — Por supuesto, tengo más que unos pocos minutos. Podemos conversar el tiempo que quiera— digo con un tono simpático, como si no me inquietara nada de esto. En realidad no lo hace, porque cuando estoy dentro del despacho, el entorno y los muebles me ambientan para que pueda ver a la mujer que está delante de mis ojos como la ministra de Educación, y nadie más. Me muevo por la habitación para correr una de las sillas delante del escritorio, y me acomodo estirando lo largo de mis piernas en una posición relajada, como si fuéramos a tener una charla sobre el clima y planes para las vacaciones del verano. Por encima de todas las cosas, el pensamiento que más preocupación me genera en este momento es el accidente en el Prince que derivó en mi traslado. —No, gracias, es muy temprano— declino su invitación, hasta que caigo en la cuenta de la infusión sobre su escritorio. —¡Ah! ¡Hablaba de un poco de té! No, disculpe. Mi religión no lo permite…— muerdo una sonrisa, deben ser los nervios reprimidos los que tiran de mi lengua para decir tonterías. —Decía… ¿hay algún tema en particular que quiera tratar?—. ¿Para qué darle vueltas?
Anonymous
Eloise R. Leblanc
Ministro de Educación
No me sorprende su respuesta así que asiento con la cabeza en señal de reconocimiento y esbozo una pequeña sonrisa en dirección a Clara, a sabiendas de que va a saber interpretarla a la perfección. Uno de los cursos de formación psicológica que había tomado me había enseñado que era necesario destacar el trabajo bien realizado de sus empleados por lo que, desde ese entonces, trato de hacerlo con un gesto si es que las palabras me parecen exageradas o innecesarias dependiendo de la tarea realizada. Clara por suerte entiende lo que quiero decir, y trataba de hacer su trabajo sin faltas así que, no tenía queja alguna sobre su persona.

Doy la vuelta a mi escritorio ya dentro de la habitación, y mientras que toma asiento, cuelgo la cartera del pequeño gancho que sobresalía por debajo de la superficie justamente para ese propósito. Tomo asiento yo también y me inclino hacia adelante con cuidado de no tirar la taza. - ¿Religión? - No podría saber si era una broma de su parte o no. No era una persona religiosa y nunca lo había sido así que, mi conocimiento sobre la religión (cualquier tipo de ellas) era prácticamente nulo. - No tienes que preocuparte. Los papeles ya están firmados y tu traslado se hará efectivo para el próximo ciclo lectivo. - En otras palabras, no iba a echarlo cuando le estaba haciendo los papeles para su ingreso. - Solo me da curiosidad tu historia y quería escuchar tu versión de los hechos. - Las versiones oficiales eran una cosa, pero el testimonio que podía darme en estos momentos, cara a cara, eso es lo que más me importaba. Y con toda la delicadeza de la que soy capaz, tomo una de las medialunas y la remojo en el té antes de llevármela a la boca.
Eloise R. Leblanc
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Invitado
Invitado
El de la Iglesia de los últimos whiskycitos del sur… separo mis labios para contestar, los cierro porque no tiene caso que nos entretengamos con comentarios sin sentido, cuando la veo acomodarse detrás de su escritorio de esa manera en que me recuerda bien que la mujer frente a mí es una ministra, con el respeto distante que se merece, con la autoridad como para poner mis papeles sobre la mesa si bien hubiera jurado que era Clara la que se encargó de revisarlos. Estoy a la espera de que una inesperada copia se materialice sobre el escritorio para que podamos repasar juntos todas las partes resaltadas. —A mí me da curiosidad que se me haya movido al Royal, cuando pensé que me sacarían a patadas del Prince…— admito, ¿para qué andarnos con impresiones de apariencia? Recargo mis codos en los apoyabrazos metálicos de la silla, cruzo mis manos sobre el vientre, alisando la tela de la camisa.

Fue un accidente— comienzo, lo he repetido un par de veces, no dejaré de hacerlo porque no quiero que se me juzgue como si tuviera intenciones maliciosas de entrada. —Los objetos que han estado en posesión de magos por tanto tiempo tienen memoria, si tienen un vínculo muy especial con esta persona. No solo sucede con las varitas. Pero si así como podemos saber qué hechizos se ha realizado con una varita, ¿por qué no podemos saber qué recuerdos guarda un objeto?— se lo planteo, abriendo mis manos en una invitación a que lo imagine conmigo. —No siempre podemos acceder a la memoria de un mago, a veces mueren o guardan demasiado bien sus secretos como para poder extraer sus pensamientos y volcarlos en un pensadero.

Dejo caer las manos sobre mis rodillas, en un gesto de desgano y me hundo en mi silla porque sé dónde está mi falta. —No era mi intención que una habitación se transformara en un cuarto de pesadillas, que hubiera fantasmas gritando que no querían ser convocados, en fin, todo el caos que se liberó en mi despacho del Prince. Duró apenas unos minutos, era pura niebla, nada real, yo estoy bien. Hablé con un psicomago y ha dicho que estoy tan cuerdo como cabe esperar— tiro de mis labios hacia arriba en una sonrisa burlona, como si al final de todo, encontrara la situación como una anécdota graciosa. Pestañeo para recuperar una expresión más seria, porque este asunto lo es. —Hay una mujer con la que hablé de esto, desde hace tiempo trabaja con unos artilugios mecánicos. Ella cree que todas las cosas tienen un engranaje interno que si logramos resolver, sirven de potenciadores de magia…— rasco una de mis cejas, pensando en esto, es complicado y no sé si quiero explayarme en esta asociación casual que se dio con esta mujer. —Puede que tenga el título de profesor, ministra. Pero mi vocación es la experimentación con hechizos.
Anonymous
Eloise R. Leblanc
Ministro de Educación
¿Sacarlo a patadas del Prince? Si los reportes que habían llegado a mi escritorio eran ciertos, no veía razón alguna como para echarlo de su puesto de trabajo. Cómo dice el dicho, un error lo comete cualquiera, y no es necesario castigar el talento cuando nadie había salido lastimado y siendo que la junta de padres no se había enterado. Aún así, no contesto y lo dejo contar su versión de los hechos en lo que termino de tomar mi desayuno.

Procuro escucharlo con atención de todas maneras, y  cuando no noto mayores discrepancias con los reportes que me llegaron, deposito la taza nuevamente sobre el escritorio solo para luego hacerla desaparecer con un movimiento de varita. - Voy a contestar la pregunta que me hizo antes, profesor. - Me inclino hacia adelante lo suficiente como para que mis dedos se entrecrucen por encima de la superficie, y trato de no sonar yo misma como la maestra que siempre he sido. - Valoro mucho el talento de la gente, y no creo que eso sea algo que se pueda desperdiciar cuando la única falta que ha cometido, es no seguir los protocolos de la institución. Unos que, luego de haberlos revisado, estaban incompletos y prestaban lugar a confusiones dentro de las cuales recae su caso. - Básicamente, su error nos había llevado a descubrir un par de lagunas negras que debían ser sorteadas antes del próximo ciclo, y técnicamente hablando, no había cometido ninguna acción fuera del reglamento.

- Su traslado al Royal tiene un doble propósito. El primero es que creemos que los alumnos de la institución se beneficiarán al tener un profesor con más… inventiva. - No podía decir nada malo del profesor Willis, pero no era conocido por su carisma ni sus proyectos. Sus clases teóricas podían ser intachables, pero no alcanzaban y no podía seguir haciendo la vista gorda con ello. - El segundo es que le daremos acceso a los laboratorios del Royal si desea seguir con la parte experimental de su materia… - Y hago una pequeña pausa, porque creo que lo siguiente no será de su agrado. - Pero tendrá que reportar su uso y elevar los informes correspondientes al caso. Es la misma política que se aplica a los alumnos, y si bien podrá disponer de las diversas salas a su antojo, todo deberá quedar registrado. - Es el precio que había que pagar por el uso de las facilidades. No se iba a hacer uso de sus ideas, a menos claro de que hubiese una negociación previa, pero no podíamos dejar que la gente nos dejase a ciegas. - Es usted quien decide a decir verdad. Aunque… Espero no estar husmeando donde no me corresponde, pero ¿por qué ejerce como profesor si su vocación está en otro lado? - El departamento de ciencias del ministerio era prácticamente intachable, y no veía como alguien con su capacidad tuviese dificultades para ingresar.
Eloise R. Leblanc
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Invitado
Invitado
¿Qué pregunta? Mi mirada es de absoluta perplejidad cuando descarta todo mi testimonio, sin someterme a un interrogatorio, y es que siento que tuve que contar esto muchas veces, responder a las mismas preguntas, que ella con tanta sencillez lo hace a un lado. Sí, bien, es un hecho que se ha leído hasta la coma de los reportes del Prince. Me recargo en mi silla cuando no me acusa, cuando no me reprende, la admiro desde la distancia que se me permite para seguirla con una observación suspicaz a sus palabras, mi duda abierta de sí esas lagunas a las que se refiere son reales o creadas para esta ocasión. ¿Por qué Leblanc me está dando palmaditas en la cabeza? Se tensan mis brazos en mi postura, mis manos se cierran sobre las rodillas, cuando en vez de una reprimenda, recibo un premio que se materializa en un traslado que otros maestros envidian y ¿acceso a los laboratorios del Royal? No quiero, ni por un momento, pensar en esto como una ligera aprobación de quien es mi madre biológica, proyectar mi emoción en ser reconocido a sus ojos por un logro, no soy dependiente de su aprobación para nada. Pero se extiende una sensación cálida por mi pecho, que reprimo tras una mueca sardónica de sonrisa. —Supongo que gracias— murmuro. ¿Qué más se puede decir?

Carraspeo para aclararme la garganta al tener que contestar con un rápido encogimiento de hombros. —Porque me gusta enseñar, me gusta transmitir lo que se e infundir de confianza en la magia a mis estudiantes. Y experimento para poder enseñar después, ¿qué sentido tendría el conocimiento si no es para compartirlo a otros magos? La magia es…— percibo como mi voz ha cambiado a notas más altas, mucho más entusiasta, que me he movido casi al borde de mi asiento, con las palmas hacia arriba como si estuviera a punto de mostrarle algo pero tengo las manos vacías. Las retraigo de regreso a mi bolsillo, ladeo mi sonrisa antes de esconderla. —No se sabe aún lo lejos que podemos llegar— murmuro, lo cierro en esa frase ambigua. Mis padres alguna vez confundieron mi motivación con ambición, es diferente, es temperamento y una fuerza que me impulsa.

No descarto en un futuro centrarme en la experimentación, regresar a las aulas siendo mayor y más sabio— lo dijo con un dejo de humor. —No lo sé, las oportunidades se van abriendo de a poco, y tengo treinta años, ser profesor en el Royal me parece un buen lugar a esta edad. Procuraré estar a la altura de las expectativas— prometo, porque creo que esta reunión se trata de eso, de asegurar que estoy agradecido –aunque no del todo, en serio me gustaba el Prince- y decir que haré las cosas bien. —¿Eso es todo?— ¿Ansioso, yo? Que no se note, sigo removiéndome incómodo de que esta charla sea lo más parecido a lo que tendré nunca a unas palabras de aliento de quien debería haber sido mi madre y eligió no serlo. —Si no hay nada más de que hablar, supongo que... nos veremos en otra ocasión, ministra— impongo mi despedida, poniéndome de pie y tendiéndole la mano una vez más, dejándola en el aire lo más firme que se pueda, cuando cada minuto en esta oficina está haciendo de mi sonrisa más forzada y cuando finalmente estoy fuera, el suspiro que se lleva todo mi aire dura más de un minuto.
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