VERANO de 247521 de Junio — 20 de Septiembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Una noche antes del Juicio...
Arrastro la puerta con fuerza, apenas se mueve unos centímetros con un chirrido metálico que pasa casi desapercibido entre los otros sonidos de la noche, en que las fábricas abandonadas se llenan de mitos de fantasmas, a los que contribuyo moviéndome en la oscuridad del pasillo con una linterna de poca luz a la que golpeo dos veces contra mi palma para que pueda iluminarme y que mis pies no se enrienden con los cables que han quedado como trampas para despistados, pateo una vez de estos rollos, que son pura carcaza porque alguien se robó el cable en sí. Esas cosas sirven para quienes saben cómo usarlas.
Busco a la izquierda las manijas de metal que están contra una pared y suben como una escalera que me lleva a una cabina donde alguna vez estuvo un control, hay un ventanal que da al interior de la fábrica, que con la falta de lámparas se ve como la boca de un lobo. Hay franjas de luz blanca sobre las máquinas que parecen guardianes inmóviles, entran a través de las ventanas rotas que chocan con el techo. No miro porque no espero encontrar nada allí abajo, lo que hago es sacar una caja de hierro de debajo de la mesa y voy descargando las cosas que traigo en la mochila. Un ruido me detiene, me pongo inmediatamente en alerta y al girarme de prisa tengo que apartar el cabello que golpea mi mejilla.
Como la fábrica queda sumida en el silencio otra vez, no vuelvo a pensar en ello y doy por hecho que se trata de una rata. En vez de bajar por la buhardilla, uso el puente de hierro que cruza desde la cabina hacia una sala con máquinas no tan grandes, ahí está la ventana por la que puedo salir para trepar al techo. Es a mitad del puente que escucho otro ruido, como si alguien estuviera moviendo unas cosas. Me agacho, pero sé que es inútil, sea quien sea si levanta la vista podrá verme. Recargo mi pecho sobre la baranda y mi cabello cae en desorden hacia delante. Me asombra ver que hay un muchacho y con un vistazo compruebo que está solo. —¡Oye! Ya cerramos, aquí trabajamos de ocho a seis de la tarde—. Pobre, por el vistazo que le echo, puedo ver que se trata de uno de los muchos chicos en la miseria del norte. —¿Duermes aquí?— lo interrogo, es la primera vez que lo veo.
No es que sea la persona con mayor capacidad para dormir en estos días, pero tampoco es que tengo mucho que hacer si consideramos que me mantengo oculto cuando no estoy buscando comida. Eso hace que mi refugio entre las cajas de una de las fábricas abandonadas sea el sitio donde me mantengo escondido de las miradas y, en este momento, me encuentro dando vueltas tratando de encontrar una posición lo suficientemente cómoda que no me recuerde la temperatura helada del cemento o el sonido de las ratas. Es una sensación horrible, puesto que cuando consigo adormilarme aunque sea un poco, mi oído se para y vuelvo a estar despierto. No quiero sonar fatalista, pero tengo la idea de que si no consigo descansar del todo, seré una presa fácil para cualquiera que intente joderme si me cruzo con algún indeseable.
En esta ocasión, es diferente. Un sonido mucho más firme hace que me enderece y empuje la caja por el sobresalto, con el corazón en la garganta. La lógica me dice que debe tratarse de un animal o un vagabundo más, pero la paranoia me empuja a pensar que puede ser un auror en busca de prófugos de la justicia y no, no pienso volver a esa prisión, incluso aunque tuviese la certeza de que no van a ejecutarme apenas me encuentren. Apoyo las puntas de mis dedos en el suelo y me impulso para caminar con la espalda encorvada y, muy a mi pesar, tengo que apartar las cajas y las latas que yo mismo he recolectado para ser capaz de salir a investigar. Cruzo una puerta cuyos vidrios están rotos y paso un pie sobre un cable pelado que ni me animo a tocar, alzo el mentón y creo ver una luz por arriba de uno de los puentes metálicos de la fábrica. Doy un salto hacia atrás cuando una maraña rizada se asoma por la baranda y tengo la leve y estúpida impresión de que se trata de Delilah, pero creo que ella no tiene tantos rulos. No alcanzo a dar más que algunos pasos hacia atrás que la desconocida ya está hablando y, por el tono de su voz, no tiene idea de quién soy ni esperaba encontrarme aquí. Perfecto, un problema menos.
Los ojos se me acostumbran a la poca luz y su linterna me ayuda a ver que se trata de alguien joven, no mucho más grande que yo, pero sí lo suficiente como para considerarla una adulta — Eh… — es mi mera inteligente respuesta y me aclaro la garganta, pasando el dorso de mi mugrosa mano por la nariz que me pica — Sí, algo así. Tengo algunos cartones, si a eso te refieres — no puedo considerarlo una casa. Trato de verla mejor, lo que me hace avanzar un poco en su dirección y entornar la mirada — No te había visto. ¿Este es tu lugar o…? Bueno, es que no te ves tan sucia — al menos, no como yo, lo cual es decir poco porque soy una mugre andante y creo que debo apestar, lo que me hace agradecer que no esté cerca. No todos los chicas ves a una chica que no luce mal como para encima andar oliendo como la mierda — Creí que la fábrica estaba abandonada — me acabo defendiendo. No sé si me estaba tomando el pelo o no, pero por las dudas me atajo.
En esta ocasión, es diferente. Un sonido mucho más firme hace que me enderece y empuje la caja por el sobresalto, con el corazón en la garganta. La lógica me dice que debe tratarse de un animal o un vagabundo más, pero la paranoia me empuja a pensar que puede ser un auror en busca de prófugos de la justicia y no, no pienso volver a esa prisión, incluso aunque tuviese la certeza de que no van a ejecutarme apenas me encuentren. Apoyo las puntas de mis dedos en el suelo y me impulso para caminar con la espalda encorvada y, muy a mi pesar, tengo que apartar las cajas y las latas que yo mismo he recolectado para ser capaz de salir a investigar. Cruzo una puerta cuyos vidrios están rotos y paso un pie sobre un cable pelado que ni me animo a tocar, alzo el mentón y creo ver una luz por arriba de uno de los puentes metálicos de la fábrica. Doy un salto hacia atrás cuando una maraña rizada se asoma por la baranda y tengo la leve y estúpida impresión de que se trata de Delilah, pero creo que ella no tiene tantos rulos. No alcanzo a dar más que algunos pasos hacia atrás que la desconocida ya está hablando y, por el tono de su voz, no tiene idea de quién soy ni esperaba encontrarme aquí. Perfecto, un problema menos.
Los ojos se me acostumbran a la poca luz y su linterna me ayuda a ver que se trata de alguien joven, no mucho más grande que yo, pero sí lo suficiente como para considerarla una adulta — Eh… — es mi mera inteligente respuesta y me aclaro la garganta, pasando el dorso de mi mugrosa mano por la nariz que me pica — Sí, algo así. Tengo algunos cartones, si a eso te refieres — no puedo considerarlo una casa. Trato de verla mejor, lo que me hace avanzar un poco en su dirección y entornar la mirada — No te había visto. ¿Este es tu lugar o…? Bueno, es que no te ves tan sucia — al menos, no como yo, lo cual es decir poco porque soy una mugre andante y creo que debo apestar, lo que me hace agradecer que no esté cerca. No todos los chicas ves a una chica que no luce mal como para encima andar oliendo como la mierda — Creí que la fábrica estaba abandonada — me acabo defendiendo. No sé si me estaba tomando el pelo o no, pero por las dudas me atajo.
Cruzo mis brazos sobre la baranda, aunque no es muy seguro recargar mi peso en la inestable barra de metal, todo en este lugar se cae a pedazos. De lo que fue alguna vez quedan las estructuras y las máquinas cuyos motores alguien más se los robó, si hasta se han llevado los cables. Mucho del cartón que hay desperdigado por las salas no son de aquí, sino de los vagabundos que han estado antes, y es que para cubrirse del frío sirven, en el norte no es que abunden los hospicios que digamos, no hay nadie por aquí haciendo beneficencia porque le sobre dinero y quiera presumir de altruista. La pobreza es el rasgo común de muchos repudiados, ningún lujo que haya por estos lares se consigue de buena manera. —Espera un momento ahí— le digo, dándome la vuelta para volver a cruzar el puente de hierra hasta la cabina en la que estuve hace unos minutos. Retiro la caja de metal que al arrastrar por el suelo produce un chillido, lo vuelco para sacar todas las chucherías que han quedado arriba cubriendo unos metros doblados de tela. Camino de vuelta hacia la baranda y le arrojo la manta. Tendrá un par de agujeros, está raída en las puntas, pero es tan larga que podrá doblarla dos veces. Puede que tenga pulgas, pero ellas también le darán calor… o algo así. —Usala mientras te quedas aquí— se la cedo.
No me llevo cosas de los edificios que visito porque tenga la intención de ir a venderlas al mercado negro,… no todas. Si vendí algunas fue por la necesidad de otra cosa más útil, a veces más urgente, y si mamá preguntaba le decía que lo conseguía con trabajo porque no quiero preocuparla con un par de malos hábitos. Como no lo hago por amor al crimen, no tengo problemas de compartir mis cosas, que en estas todos estamos tratando de pasarla lo mejor que podemos. Y a veces «lo mejor» ni siquiera llega a lo decente, que verse sucio es lo normal y darse un baño de vez en cuando es un privilegio. —Decir que está “abandonada” es…— digo y me encojo un poco de hombros, —solo una manera de decirlo—. Desde la distancia en la que me encuentro, puedo ver vagamente su rostro y parece un poco más chico que mi hermano Kyle. No sé si él llega a ver que sonrío. —Es lugar de tránsito para animales nocturnos, vagos y otros fantasmas. Siéntete bienvenido— hago burla como si fuera la anfitriona de este deprimente lugar. Si lo miras bien, no está tan mal. Tiene paredes que no dejan pasar el viento, si te acomodas cerca de las máquinas, te protegen de los pedazos de techo que suelen caer a veces, y hay unas esquinas en las que no corre ni un aire, son los mejores lugares en invierno. Para su suerte, estamos en los últimos días de verano y aunque la temperatura cae en picada, las noches no son tan terribles. —¿Cómo te llamas? Yo soy Agatha.
No me llevo cosas de los edificios que visito porque tenga la intención de ir a venderlas al mercado negro,… no todas. Si vendí algunas fue por la necesidad de otra cosa más útil, a veces más urgente, y si mamá preguntaba le decía que lo conseguía con trabajo porque no quiero preocuparla con un par de malos hábitos. Como no lo hago por amor al crimen, no tengo problemas de compartir mis cosas, que en estas todos estamos tratando de pasarla lo mejor que podemos. Y a veces «lo mejor» ni siquiera llega a lo decente, que verse sucio es lo normal y darse un baño de vez en cuando es un privilegio. —Decir que está “abandonada” es…— digo y me encojo un poco de hombros, —solo una manera de decirlo—. Desde la distancia en la que me encuentro, puedo ver vagamente su rostro y parece un poco más chico que mi hermano Kyle. No sé si él llega a ver que sonrío. —Es lugar de tránsito para animales nocturnos, vagos y otros fantasmas. Siéntete bienvenido— hago burla como si fuera la anfitriona de este deprimente lugar. Si lo miras bien, no está tan mal. Tiene paredes que no dejan pasar el viento, si te acomodas cerca de las máquinas, te protegen de los pedazos de techo que suelen caer a veces, y hay unas esquinas en las que no corre ni un aire, son los mejores lugares en invierno. Para su suerte, estamos en los últimos días de verano y aunque la temperatura cae en picada, las noches no son tan terribles. —¿Cómo te llamas? Yo soy Agatha.
Considerando la situación actual, creo que es un poco incoherente el obedecer a una desconocida cuando me pide que no me mueva. No obstante, le hago caso con curiosidad y levanto mis manos en el aire en un intento de dar la señal de que no me moveré de aquí. Una manta me cae sobre la cabeza y trato de agarrarla con dos manotazos bastante torpes, por lo que acabo abrazado a mí mismo con la tela cubriéndome. No huele del todo bien, pero no sé si es la frazada o el hecho de estar encerrado con mi propio hedor — ¿Gracias? — no sé si oye mi voz asfixiada, así que tironeo de la tela para descubrirme y que pueda escucharme — Si la necesitas, no es ningún problema. No quiero quitarte tus cosas — no tengo idea de cuál es su situación, pero no voy a ir despojando a la gente tan pobre como yo de sus pertenencias. Estaré en un estado deplorable, pero no pretendo dar pena.
No sé por qué, pero la forma en que tiene de hablar sobre este sitio que se ha transformado en mi refugio, me hace pensar en que estoy pasando a formar parte del exclusivo club de los que somos las sombras que el gobierno ignora. Los renegados, los que deben moverse solos porque es la única opción y, en mi caso, la más segura. Me sonrío de manera algo nostálgica y doblo con cuidado la manta, a la cual acabo abrazando contra mi pecho — ¿Necesito pagar algo para entrar al equipo o con solo tener más barro que medias es suficiente? — pregunto en tono que pretende ser bromista, pero todo rastro parecido a la alegría se evapora en segundos. ¿Que cómo me llamo? Tengo que meditarlo y espero que los segundos que me toma el responder no me ponga en evidencia — Sam — se me viene a la mente uno de los personajes de aquellas novelas que leía tanto hace algunos años en casa y que me resulta de lo más común como para presentar sospechas. Con todo lo que ha pasado, no puedo confiarme en siquiera dar mi apodo.
Me muevo para tratar de verla mejor, pero sigo sin atreverme a subir o siquiera pedirle que baje. ¿Por qué lo haría, de todos modos? Quizá debería dejarla tranquila, aunque la curiosidad puede más — ¿Qué estás haciendo aquí, entonces? No es un lugar demasiado agradable para estar… ¿O también te estás refugiando? — ladeo la cabeza, no sé si con sospecha o simple observación — Si tienes hambre, tengo algunas latas que pueden ser compartidas. No es mucho, pero es mejor que pensar en comerte una rata — ella me dio su manta, tengo que devolverlo de alguna manera. Que Kyle me haya llenado los brazos esta mañana ha sido una terrible suerte para mi estómago.
No sé por qué, pero la forma en que tiene de hablar sobre este sitio que se ha transformado en mi refugio, me hace pensar en que estoy pasando a formar parte del exclusivo club de los que somos las sombras que el gobierno ignora. Los renegados, los que deben moverse solos porque es la única opción y, en mi caso, la más segura. Me sonrío de manera algo nostálgica y doblo con cuidado la manta, a la cual acabo abrazando contra mi pecho — ¿Necesito pagar algo para entrar al equipo o con solo tener más barro que medias es suficiente? — pregunto en tono que pretende ser bromista, pero todo rastro parecido a la alegría se evapora en segundos. ¿Que cómo me llamo? Tengo que meditarlo y espero que los segundos que me toma el responder no me ponga en evidencia — Sam — se me viene a la mente uno de los personajes de aquellas novelas que leía tanto hace algunos años en casa y que me resulta de lo más común como para presentar sospechas. Con todo lo que ha pasado, no puedo confiarme en siquiera dar mi apodo.
Me muevo para tratar de verla mejor, pero sigo sin atreverme a subir o siquiera pedirle que baje. ¿Por qué lo haría, de todos modos? Quizá debería dejarla tranquila, aunque la curiosidad puede más — ¿Qué estás haciendo aquí, entonces? No es un lugar demasiado agradable para estar… ¿O también te estás refugiando? — ladeo la cabeza, no sé si con sospecha o simple observación — Si tienes hambre, tengo algunas latas que pueden ser compartidas. No es mucho, pero es mejor que pensar en comerte una rata — ella me dio su manta, tengo que devolverlo de alguna manera. Que Kyle me haya llenado los brazos esta mañana ha sido una terrible suerte para mi estómago.
El chico parece un fantasma con la manta cubriéndolo de cuerpo entero, es decir, de esos fantasmas que veía en las ilustraciones de cuentos infantiles, sábanas blancas que levitaban en el aire con un espeluznante susurro. Es gracioso que este gran galpón abandonado sea para mí el escondrijo de esas almas nocturnas en pena, el muchacho a pesar de su suciedad evidente, es demasiado joven como ser parte de ese grupo deprimente de gente. Meneo mi cabeza haciendo que se sacudan mis rizos cuando se niega a apropiarse de la manta si es que la necesito. —¿Nunca has escuchado de la solidaridad de los pobres? No la rechaces, somos gente orgullosa— digo. Doblo mis rodillas para poder sentarme en el suelo del puente, paso mis piernas entre los espacios de la baranda para que queden colgando, que no es más que un chico, pero me siento segura en mi altura como para bajar al piso donde se encuentra. —Cada viernes viene una vampiro y a ella le pagas con tu sangre— bromeo, haciendo de este sitio un ambiente aún más tenebroso si es que quiere escuchar historias así.
Tener un nombre como Sam lo hace ideal para unirse a la prole de olvidados de la vida, ¿puede haber un apodo aún más común? Quizá Tom o John, al menos se dice de los Sam que son buenos amigos y que todos deberían tener uno en su vida, yo tuve una amiga llamada así, alguna vez. —Tienes que buscarte otro nombre— le aconsejo, entrometida como soy en la vida de los chicos que se tiran a dormir por la noche en una fábrica de paredes frías. —Uno con más fuerza, más imponente. Elige el que quieras, hay un montón—. Recargo mi frente contra la baranda para hablarle. —¿Qué te parece Lyon? También puede ser Byron… no, olvídalo. No tienes cara de Byron. ¡Friedrich! Ese te queda mejor…— divago, pierdo el tiempo con esto porque no hay mucho que pueda contar sobre el por qué estoy aquí.
Tengo una casa a la que volver en unas horas, cuando la madrugada avance, no será la más cómoda de todas porque las ventanas no se cierran bien y el frío entra por ahí, cuando llueve hay goteras, los muebles no son nuevos y la comida la conservamos de la manera más rudimentaria posible. Pero es una casa, más de lo que tienen muchos. Este chico incluido. —Las ratas, con una buena salsa de hongos, son deliciosas, ¿sabes?— digo, mi sonrisa se ensancha al aclarar: —Cuida de tu comida, tengo una bolsa de galletas rancias para mí. No seas tan generoso en respuesta a un poco de amabilidad, la gente suele aprovecharse de eso…— lo prevengo. —¿Estás solo? ¿No tienes familia? ¿Hermanos?— pregunto, como me doy cuenta que no respondí a su pregunta anterior, lo hago a destiempo: —Yo estoy de paso, vivo con mi madre.
Tener un nombre como Sam lo hace ideal para unirse a la prole de olvidados de la vida, ¿puede haber un apodo aún más común? Quizá Tom o John, al menos se dice de los Sam que son buenos amigos y que todos deberían tener uno en su vida, yo tuve una amiga llamada así, alguna vez. —Tienes que buscarte otro nombre— le aconsejo, entrometida como soy en la vida de los chicos que se tiran a dormir por la noche en una fábrica de paredes frías. —Uno con más fuerza, más imponente. Elige el que quieras, hay un montón—. Recargo mi frente contra la baranda para hablarle. —¿Qué te parece Lyon? También puede ser Byron… no, olvídalo. No tienes cara de Byron. ¡Friedrich! Ese te queda mejor…— divago, pierdo el tiempo con esto porque no hay mucho que pueda contar sobre el por qué estoy aquí.
Tengo una casa a la que volver en unas horas, cuando la madrugada avance, no será la más cómoda de todas porque las ventanas no se cierran bien y el frío entra por ahí, cuando llueve hay goteras, los muebles no son nuevos y la comida la conservamos de la manera más rudimentaria posible. Pero es una casa, más de lo que tienen muchos. Este chico incluido. —Las ratas, con una buena salsa de hongos, son deliciosas, ¿sabes?— digo, mi sonrisa se ensancha al aclarar: —Cuida de tu comida, tengo una bolsa de galletas rancias para mí. No seas tan generoso en respuesta a un poco de amabilidad, la gente suele aprovecharse de eso…— lo prevengo. —¿Estás solo? ¿No tienes familia? ¿Hermanos?— pregunto, como me doy cuenta que no respondí a su pregunta anterior, lo hago a destiempo: —Yo estoy de paso, vivo con mi madre.
Me ahorro el preguntar si los vampiros son reales o no, es algo que con mis amigos jamás llegamos a ponernos de acuerdo y siempre he creído que, si los licántropos lo son, los vampiros deberían haber salido de algún lado. Por desgracia, jamás he conocido a alguien que conociera alguno y es obvio que esta chica está bromeando, así que solo me río en la oscuridad. Es un poco más preocupante que me diga que debo buscarme otro nombre, hace que la mire con la desconfianza de alguien que se ha visto atrapado en su mentira y que buscará cómo defenderla hasta el último momento. No puedo cambiar mis palabras porque sería sospechoso y tampoco voy a darle mi nombre real, así que avanzo un poco hasta quedar justo debajo de la altura de su cara — ¿Por qué no te gusta Sam? Es corto y a nadie se le olvida … — mierda, quizá debería haberla complicado más. Chisto — ¿Qué es tener cara de Frie...? ¿Y cómo diablos pronuncias ese nombre? — se me traba la lengua de solo intentarlo.
No sé cómo tomar su consejo de supervivencia, no es la primera persona que me dice que debo evitar ser amable con todo el mundo y no estoy seguro de lo que dice eso sobre mí. Que soy un iluso, posiblemente — Me enseñaron a tratar bien a aquellos que hacen lo mismo conmigo. En vista de cómo están las cosas… ¿No deberíamos ayudarnos los unos a los otros? — siento que estoy pecando de virgen norteño y sé que no todo el mundo usa las mismas normas que yo en el mundo real, pero también es algo que creo honestamente. Tampoco presto mucha atención a mis propias dudas, hay un peso molesto en mis tripas frente a su pregunta que me hace bajar la vista hacia donde creo que están mis manos — Los tuve, pero ya no importa — de algún lado he aprendido las estúpidas creencias de las que me he jactado hace segundos y no es mentir, al menos no del todo. Me importan, pero estoy solo y me ando haciendo la idea de que así será de ahora en más.
— ¿Y qué haces aquí si vives con tu madre? — me gana la curiosidad, cuelgo la manta al hombro y me encamino hacia uno de los costados, buscando una escalera que me permita subir para verla mejor — No es un lugar agradable y las chicas que he conocido se pondrían a lloriquear si viesen una rata — menos Zenda, pero ella es un caso aparte en varios sentidos. Al final, encuentro una escalera que creo que es de emergencia y trepo por ella, oyendo como rechina en el vacío de la fábrica y crea un eco algo escandaloso — Pero parece que tú sí conoces las fábricas. ¿Qué consejo tienes para alguien que siempre ha dormido en otro tipo de estructuras? — doy un pequeño salto cuando puedo acomodarme en el puente y, por curiosidad, me estiro para ver hacia abajo. Jamás he sufrido de vértigo, pero la poca luz no ayuda a la impresión con respecto a la profundidad — De abajo parecías más alta — bromeo, buscando su figura con la mirada con tal de distraerme de la sensación de que, si hago un mal paso, terminaré cayendo por la baranda.
No sé cómo tomar su consejo de supervivencia, no es la primera persona que me dice que debo evitar ser amable con todo el mundo y no estoy seguro de lo que dice eso sobre mí. Que soy un iluso, posiblemente — Me enseñaron a tratar bien a aquellos que hacen lo mismo conmigo. En vista de cómo están las cosas… ¿No deberíamos ayudarnos los unos a los otros? — siento que estoy pecando de virgen norteño y sé que no todo el mundo usa las mismas normas que yo en el mundo real, pero también es algo que creo honestamente. Tampoco presto mucha atención a mis propias dudas, hay un peso molesto en mis tripas frente a su pregunta que me hace bajar la vista hacia donde creo que están mis manos — Los tuve, pero ya no importa — de algún lado he aprendido las estúpidas creencias de las que me he jactado hace segundos y no es mentir, al menos no del todo. Me importan, pero estoy solo y me ando haciendo la idea de que así será de ahora en más.
— ¿Y qué haces aquí si vives con tu madre? — me gana la curiosidad, cuelgo la manta al hombro y me encamino hacia uno de los costados, buscando una escalera que me permita subir para verla mejor — No es un lugar agradable y las chicas que he conocido se pondrían a lloriquear si viesen una rata — menos Zenda, pero ella es un caso aparte en varios sentidos. Al final, encuentro una escalera que creo que es de emergencia y trepo por ella, oyendo como rechina en el vacío de la fábrica y crea un eco algo escandaloso — Pero parece que tú sí conoces las fábricas. ¿Qué consejo tienes para alguien que siempre ha dormido en otro tipo de estructuras? — doy un pequeño salto cuando puedo acomodarme en el puente y, por curiosidad, me estiro para ver hacia abajo. Jamás he sufrido de vértigo, pero la poca luz no ayuda a la impresión con respecto a la profundidad — De abajo parecías más alta — bromeo, buscando su figura con la mirada con tal de distraerme de la sensación de que, si hago un mal paso, terminaré cayendo por la baranda.
—¿Seguro?— pregunto, usando el tono marcado de que no creo en lo que dice. —Apuesto a que más de una vez te han dicho… ¿cómo te llamabas? Sam es un nombre que pasa desapercibido, lo que puede ser algo bueno en un pueblo de marginados, pero… ¿seguro que toda tu vida quieres ser alguien invisible?— planteo, moviendo mis manos en el aire para acompañar con gestos mis palabras de filosofía sacada de un paquete de galletas. Demasiado tiempo a solas, en las madrugadas, mirando lo que está pasando a metros bajo mis pies, pensando. —¿Práctica? Una vez conocí a un Friedrich, de ahí me ha quedado ese nombre. Si se te complica, puedes usar el apodo de Fried— sugiero, como si le estuviera vendiendo un carnet falso de identidad a este muchacho. Un momento, podría hacerlo… ¿por qué no se me ocurrió antes? Soy buena en esto de elegirles nombres a las personas. Me guardo la anécdota de que Friedrich parecía un poco perturbado y el que tuviera una relación extraña con sus dos primas, que no me quedaba claro si era puramente platónica, lo hacía aún más raro.
Relatos perturbadores aparte, Sam parece un buen chico, con unos modales que lo hacen casi de otra época. Sí, muy Sam. —Me hace sentir bien que haya personas como tú que piensen así, vuelve un poco de la vieja esperanza…— reconozco, mostrándole mi sonrisa amable porque se lo merece. —Pero, en serio, no todos piensan de esa manera— digo. Puedo darle este consejo desde la altura que me confiere el sitio en el que estoy, no me molesta esta conversación en desniveles, acostumbrada como estoy de tener los pies en el aire, en vez del suelo. Sigo sus movimientos sacando mi cabeza por encima de la baranda, así puedo ascender por una de las escaleras. —Cuidado por donde pisas— le recomiendo, que está oscuro y quién no conoce el lugar puede trastabillar, con la manta al hombro también tiene que tener cuidado de no engancharse. —Te lo dije, estoy aquí de paso— contesto. —Alguien tiene que venir a hacer ruido en estas fábricas, ¿qué sentido tiene que sean abandonadas si no corren uno o dos rumores de fantasmas?— pregunto y me río más alto de lo que pretendo cuando habla del susto que podría causar una rata, ¿en serio? Si bien el mercado de esclavos donde estuve de niña fue una demostración de miseria, no puedo decir que mi vida anterior estuviera llena de lujos. —No quiero ser cruel… pero solo hay que matarlas si aparece una, ¿no?—. Y ese también es un consejo implícito, si quiere cuidar su comida, no debe mostrar amabilidad a las ratas. No son lindas, son dañinas. — Y tú parecías más bajo— apunto, alzando mi barbilla al tenerlo de pie en el puente. —¿Cuántos años tienes?
Relatos perturbadores aparte, Sam parece un buen chico, con unos modales que lo hacen casi de otra época. Sí, muy Sam. —Me hace sentir bien que haya personas como tú que piensen así, vuelve un poco de la vieja esperanza…— reconozco, mostrándole mi sonrisa amable porque se lo merece. —Pero, en serio, no todos piensan de esa manera— digo. Puedo darle este consejo desde la altura que me confiere el sitio en el que estoy, no me molesta esta conversación en desniveles, acostumbrada como estoy de tener los pies en el aire, en vez del suelo. Sigo sus movimientos sacando mi cabeza por encima de la baranda, así puedo ascender por una de las escaleras. —Cuidado por donde pisas— le recomiendo, que está oscuro y quién no conoce el lugar puede trastabillar, con la manta al hombro también tiene que tener cuidado de no engancharse. —Te lo dije, estoy aquí de paso— contesto. —Alguien tiene que venir a hacer ruido en estas fábricas, ¿qué sentido tiene que sean abandonadas si no corren uno o dos rumores de fantasmas?— pregunto y me río más alto de lo que pretendo cuando habla del susto que podría causar una rata, ¿en serio? Si bien el mercado de esclavos donde estuve de niña fue una demostración de miseria, no puedo decir que mi vida anterior estuviera llena de lujos. —No quiero ser cruel… pero solo hay que matarlas si aparece una, ¿no?—. Y ese también es un consejo implícito, si quiere cuidar su comida, no debe mostrar amabilidad a las ratas. No son lindas, son dañinas. — Y tú parecías más bajo— apunto, alzando mi barbilla al tenerlo de pie en el puente. —¿Cuántos años tienes?
¿Quiero ser alguien invisible toda la vida? Jamás lo hubiera pensado, pero ahora creo que me vendría muy bien. Obvio que no puedo ponerme en melodramático y lloriquear sobre lo mucho que deseo desaparecer del mapa con alguien a quien acabo de conocer, así que me encojo de hombros como si no me estuviera planteando algo tan malo y lo dejo morir ahí — Dejaré que me bautices por esta noche — bromeo, moviendo mis cejas como si se tratase de un juego de lo más entretenido. Como cuando con los demás chicos le poníamos nombres a las crías de la granja y peleábamos por cual era el que mejor sonaba para cumplir su cometido; obvio que muchas veces teníamos que dejar que Jared gane porque se ponía a llorar y nadie lo quería soportar haciendo rabietas.
— No eres la primera que me lo dice — creo que desde que puse un pie en NeoPanem, me han dicho que no puedo confiar en nadie y la experiencia me lo ha demostrado por cuenta propia. Tomo su otro consejo, el de no meter la pata y agradezco los años de ser un idiota atlético para no terminar tropezando y cayendo al vacío. Su risa podría alentar los rumores de los que habla, de eso no cabe duda, por lo que trato de no reírme tan fuerte — ¿Fantasmas psicópatas o de ratas asesinas? — ironizo, haciendo una mueca que estoy seguro de que no puede ver, pero que delata que podría llegar (o no) a considerar su idea de asesinar a un roedor. He hecho cosas peores y supongo que no debe ser muy diferente a la idea de matar a un conejo o una ardilla.
No lo diré ni muerto, pero me siento totalmente orgulloso de que una chica no me vea como un gnomo y estoy seguro de que he inflado el pecho, lo cual es un poco patético si vamos al caso — Dieciséis — técnicamente, aún no los tengo, pero falta tan poco que ya no tiene sentido el seguir apegándome a los quince, los cuales no suenan tan bien ni tan maduros — ¿Y tú…? No me digas — doy algunos pasos hacia ella e intento visualizarla mejor, como si así pudiese adivinar por mi propia cuenta — ¿Diecinueve, veinte? Los suficientes como para estar aquí sola sin llorar por las ratas o los fantasmas — acomodo la manta que me he colgado sobre mis hombros y me envuelvo como un burrito — ¿Pasarás la noche en la fábrica? Digo, si tienes un hogar… ¿Crear historias vale tanto como para no dormir en un lugar más cálido y seguro? — ella tiene una madre, es mucho más de lo que otros podemos pedir. Me recargo en la baranda con cuidado de no irme para atrás y froto mis manos por debajo de la frazada — Si tienes cuentos sobre estos lugares, soy todo oídos. Me gustan las historias de fantasmas, en especial si tienen sangre y giros violentos — además, ya me ha despertado, me aburro y es alguien completamente nuevo. Mucho mejor que el suelo frío y mis intentos de conciliar el sueño.
— No eres la primera que me lo dice — creo que desde que puse un pie en NeoPanem, me han dicho que no puedo confiar en nadie y la experiencia me lo ha demostrado por cuenta propia. Tomo su otro consejo, el de no meter la pata y agradezco los años de ser un idiota atlético para no terminar tropezando y cayendo al vacío. Su risa podría alentar los rumores de los que habla, de eso no cabe duda, por lo que trato de no reírme tan fuerte — ¿Fantasmas psicópatas o de ratas asesinas? — ironizo, haciendo una mueca que estoy seguro de que no puede ver, pero que delata que podría llegar (o no) a considerar su idea de asesinar a un roedor. He hecho cosas peores y supongo que no debe ser muy diferente a la idea de matar a un conejo o una ardilla.
No lo diré ni muerto, pero me siento totalmente orgulloso de que una chica no me vea como un gnomo y estoy seguro de que he inflado el pecho, lo cual es un poco patético si vamos al caso — Dieciséis — técnicamente, aún no los tengo, pero falta tan poco que ya no tiene sentido el seguir apegándome a los quince, los cuales no suenan tan bien ni tan maduros — ¿Y tú…? No me digas — doy algunos pasos hacia ella e intento visualizarla mejor, como si así pudiese adivinar por mi propia cuenta — ¿Diecinueve, veinte? Los suficientes como para estar aquí sola sin llorar por las ratas o los fantasmas — acomodo la manta que me he colgado sobre mis hombros y me envuelvo como un burrito — ¿Pasarás la noche en la fábrica? Digo, si tienes un hogar… ¿Crear historias vale tanto como para no dormir en un lugar más cálido y seguro? — ella tiene una madre, es mucho más de lo que otros podemos pedir. Me recargo en la baranda con cuidado de no irme para atrás y froto mis manos por debajo de la frazada — Si tienes cuentos sobre estos lugares, soy todo oídos. Me gustan las historias de fantasmas, en especial si tienen sangre y giros violentos — además, ya me ha despertado, me aburro y es alguien completamente nuevo. Mucho mejor que el suelo frío y mis intentos de conciliar el sueño.
No hace falta que lo diga, aquí nadie promueve el protocolo de amabilidad. Lo mejor que puedes hacer por otra persona es incentivarlo a que no confíe en nadie, cuando claramente no soy quien le haría daño, le acabo de ceder una de mis pertenencias prestadas y no voy a robarle su comida de lujo si tengo galletas húmedas. Creo que lo mismo se entiende el punto, el consejo le valdrá si lo quiere tener presente, se ve tan chico como mis hermanos y no sería yo si no prevengo a alguien de que se puede caer si está caminando al borde del precipicio. —De ratas fantasmas psicópatas, lo de asesinas queda implícito— apunto, con una sonrisa a punto de ser una carcajada llenando mi cara. ¡Y vaya! ¡Tiene casi la misma edad que mis hermanos! Tengo un instinto para estas cosas, lo sé. Soy perceptiva a muchas cosas que me rodean, lo he notado más de una vez, por eso supongo que mis dichos y respuestas fáciles se han llenado de relatos de misterios.
Echo mis brazos hacia atrás para seguir sentada, con las piernas colgando, observándolo desde mi sitio cómodo si es que se puede pensar así y el revoltijo de rizos echado por detrás de mis hombros para que me despejen el rostro, que hay poca luz y necesito tener la mirada limpia. —Frío, frío…— niego con mi cabeza al ladear mi sonrisa. —Tengo veintitrés, demasiados años como para una tonta rata venga a asustarme— presumo en broma, sacudiéndome polvo imaginario del hombro para completar la pose. Recupero mi postura anterior para mirarlo con una expresión interrogante. —¿Por qué quieres saber si dormiré aquí?— siento como si me lo hubiera preguntado un par de veces. —¿Tienes miedo? En serio, no te pasará nada…—. Y es ahí cuando me doy cuenta que no fui clara al explicarle lo que hacía aquí, que podría estar suponiendo mal. —¡Ah! No te preocupes por mí, soy noctámbula. Me iré cuando esté cerca de amanecer. Ni siquiera me notarás— le aseguro, que él tiene cara de necesitar unas buenas horas de sueño. Pero que me pida un cuento hace que me incline hacia delante, con mis manos unidas en capilla y mi semblante resplandezca a pesar de estar en las penumbras de esta fábrica. —¡Oh! He esperado este momento toda la vida— digo a modo de chiste, lo que es cierto es que no siempre tengo oyentes predispuestos a mis cuentos de terror.
»Pues conocí a una chica una vez, que quería ser invisible. Vivía en una ciudad como esta, con plantas de grandes maquinarias, pero trabajaban con compuestos químicos y toda la ciudad estaba contaminada… Ella se movía por esa ciudad como una sombra, nadie la veía, nadie la escuchaba. Su hermana mayor empezó a tener unos sueños raros, se despertaba sobresaltada por las noches. No era la única. Su madre lo sufría, también lo había padecido su abuela— cuento, abstraída en mis recuerdos. —Su hermana soñó una noche que su madre al despertar asesinaba a su padre estrangulándolo, por la violencia de una visión. Pero cuando abrió los ojos, encontró a su madre en un trance, había enloquecido por un asesinato que no cometió. Su padre había desaparecido. Pero, ¿sabes que era lo extraño de esta ciudad? Esta chica lo descubrió el día que se marchó, que en realidad las calles estaban vacías, que había unos pocos locos dando vueltas y que nada nunca había sido real, esa gente que creía ver eran puros fantasmas— espero un momento al acabar y al final me encojo de hombros. — No es la mejor historia de fantasmas, lo siento. ¿Conoces otra?
Echo mis brazos hacia atrás para seguir sentada, con las piernas colgando, observándolo desde mi sitio cómodo si es que se puede pensar así y el revoltijo de rizos echado por detrás de mis hombros para que me despejen el rostro, que hay poca luz y necesito tener la mirada limpia. —Frío, frío…— niego con mi cabeza al ladear mi sonrisa. —Tengo veintitrés, demasiados años como para una tonta rata venga a asustarme— presumo en broma, sacudiéndome polvo imaginario del hombro para completar la pose. Recupero mi postura anterior para mirarlo con una expresión interrogante. —¿Por qué quieres saber si dormiré aquí?— siento como si me lo hubiera preguntado un par de veces. —¿Tienes miedo? En serio, no te pasará nada…—. Y es ahí cuando me doy cuenta que no fui clara al explicarle lo que hacía aquí, que podría estar suponiendo mal. —¡Ah! No te preocupes por mí, soy noctámbula. Me iré cuando esté cerca de amanecer. Ni siquiera me notarás— le aseguro, que él tiene cara de necesitar unas buenas horas de sueño. Pero que me pida un cuento hace que me incline hacia delante, con mis manos unidas en capilla y mi semblante resplandezca a pesar de estar en las penumbras de esta fábrica. —¡Oh! He esperado este momento toda la vida— digo a modo de chiste, lo que es cierto es que no siempre tengo oyentes predispuestos a mis cuentos de terror.
»Pues conocí a una chica una vez, que quería ser invisible. Vivía en una ciudad como esta, con plantas de grandes maquinarias, pero trabajaban con compuestos químicos y toda la ciudad estaba contaminada… Ella se movía por esa ciudad como una sombra, nadie la veía, nadie la escuchaba. Su hermana mayor empezó a tener unos sueños raros, se despertaba sobresaltada por las noches. No era la única. Su madre lo sufría, también lo había padecido su abuela— cuento, abstraída en mis recuerdos. —Su hermana soñó una noche que su madre al despertar asesinaba a su padre estrangulándolo, por la violencia de una visión. Pero cuando abrió los ojos, encontró a su madre en un trance, había enloquecido por un asesinato que no cometió. Su padre había desaparecido. Pero, ¿sabes que era lo extraño de esta ciudad? Esta chica lo descubrió el día que se marchó, que en realidad las calles estaban vacías, que había unos pocos locos dando vueltas y que nada nunca había sido real, esa gente que creía ver eran puros fantasmas— espero un momento al acabar y al final me encojo de hombros. — No es la mejor historia de fantasmas, lo siento. ¿Conoces otra?
— ¡Eres toda una anciana! — me mofo sin intenciones de sonar ofensivo, estoy más que seguro de que mi sonrisa es visible por la poca luz artificial que entra por una de las ventanas. Su alusión a que podría tener miedo de dormir solo hace que resople y ruede los ojos con un “sí, claro” algo egocéntrico y sarcástico, haciendo que me mueva en mi lugar y oigo con claridad el frufrú de la manta que llevo como capa — Entonces eres una visita nocturna que se va sin dejar rastros. Tal vez tú eres un fantasma de verdad y solo me estás tomando el pelo — estoy sonando como el niño que fui alguna vez, ese que le gustaba creer en las cosas fantasiosas que Beverly insiste que son reales. Es mejor jugar con esto que seguir pegado a la realidad, la cual no resulta muy alentadora.
Sea como sea, tomo su broma como un indicio de que cumplirá con mi capricho y me acomodo de manera tal que puedo sentarme a su lado, dejo caer mis piernas como las suyas y le ofrezco parte de la manta con un gesto silencioso, más centrado en lo que sea que tenga para contarme. Para ser sincero, me cuesta un poco seguirle el hilo, tengo que hacerme con imaginación en un cerebro cansado y acabo con los brazos cruzados y apoyados sobre el barandal, de manera que puedo usarlos de almohada. No es hasta que termina que reacciono a su pregunta, pero no respondo de inmediato. Estoy seguro de que en esos instantes, solo puedo oír un grillo que se ha colado en algún punto de la fábrica — Espera… ¿Entendí mal o la chica estaba muerta? ¿O era al revés? — vaya bobo. Sin romper mi postura, froto uno de mis nudillos sobre mi ojo derecho y balanceo un poco las piernas; es un poco deprimente el ver que las suyas parecen más largas que las mías — No soy bueno contando cuentos, soy mejor escuchándolos, pero puedo hacer un esfuerzo.
Intento retroceder en el tiempo, a los fogones en los claros del catorce, donde solíamos reunirnos los fines de semana porque estaban cerca de nuestras casas y se había vuelto como una especie de tradición. Cada quién tenía su especialidad, la mía era el comerme las sobras mientras el resto se debatía entre historias de ficción o las románticas que Beverly siempre sacaba a colación. Una vez acepté el escuchar una entera solo porque Delilah se había dormido en mi hombro y fue la mejor excusa que tuve para tenerla tan cerca durante mucho tiempo — Una vez me contaron la historia de tres niñas del distrito cuatro que se habían quedado a dormir en la casa de la abuela de una de ellas, justo frente a la playa. Compartían una habitación en la cual solo había tres camas en hilera y que quedaba en el ala más desierta de toda la casita — intento hablar bajo y pausado, como si fuese un secreto y no un cuento infantil que oí en alguna ocasión — Durante la noche se levantó una tormenta inmensa, tan grande que podían escuchar las olas rompiendo en el puerto. Era de madrugada cuando los padres anunciaron que la abuela se había descompuesto y que debían llevarla al hospital, así que se quedaron solas. Tenían tanto miedo por los relámpagos, que tuvieron la brillante idea de unir sus manos y sostenerse hasta quedarse dormidas, sintiendo que así se harían compañía. Lo lograron, estiraron las manitos en la oscuridad y las apretaron bien fuerte — solo para crear el efecto dramático, mis dedos se deslizan hasta presionar los suyos, en casi la misma oscuridad de la historia — Pero al día siguiente, cuando quisieron mostrar a los adultos cómo habían hecho para no tener miedo, se dieron cuenta de un detalle minúsculo: si se acostaban en sus camas y estiraban las manos, ni siquiera alcanzaban a rozarse los dedos — aunque no pueda verme, mis cejas se mueven bastante rápido — Así que… ¿Quiénes también tenían miedo esa noche…?
De la manera más infantil posible, suelto su mano para ser libre de sacudirla con un ¡BU! que sé que no tendrá ningún efecto, pero que me hace reír de todas formas — Cuando tenía ocho, esa historia me espantaba. Aunque me la contaban mucho mejor de lo que yo puedo contarte a ti — es mi leve modo de pedir disculpas, espero que comprenda que no soy el mejor de los narradores. Me aclaro un poco la garganta y cruzo mis pies en el aire — Aunque si hay fantasmas aquí, se escaparían de mis ronquidos.
Sea como sea, tomo su broma como un indicio de que cumplirá con mi capricho y me acomodo de manera tal que puedo sentarme a su lado, dejo caer mis piernas como las suyas y le ofrezco parte de la manta con un gesto silencioso, más centrado en lo que sea que tenga para contarme. Para ser sincero, me cuesta un poco seguirle el hilo, tengo que hacerme con imaginación en un cerebro cansado y acabo con los brazos cruzados y apoyados sobre el barandal, de manera que puedo usarlos de almohada. No es hasta que termina que reacciono a su pregunta, pero no respondo de inmediato. Estoy seguro de que en esos instantes, solo puedo oír un grillo que se ha colado en algún punto de la fábrica — Espera… ¿Entendí mal o la chica estaba muerta? ¿O era al revés? — vaya bobo. Sin romper mi postura, froto uno de mis nudillos sobre mi ojo derecho y balanceo un poco las piernas; es un poco deprimente el ver que las suyas parecen más largas que las mías — No soy bueno contando cuentos, soy mejor escuchándolos, pero puedo hacer un esfuerzo.
Intento retroceder en el tiempo, a los fogones en los claros del catorce, donde solíamos reunirnos los fines de semana porque estaban cerca de nuestras casas y se había vuelto como una especie de tradición. Cada quién tenía su especialidad, la mía era el comerme las sobras mientras el resto se debatía entre historias de ficción o las románticas que Beverly siempre sacaba a colación. Una vez acepté el escuchar una entera solo porque Delilah se había dormido en mi hombro y fue la mejor excusa que tuve para tenerla tan cerca durante mucho tiempo — Una vez me contaron la historia de tres niñas del distrito cuatro que se habían quedado a dormir en la casa de la abuela de una de ellas, justo frente a la playa. Compartían una habitación en la cual solo había tres camas en hilera y que quedaba en el ala más desierta de toda la casita — intento hablar bajo y pausado, como si fuese un secreto y no un cuento infantil que oí en alguna ocasión — Durante la noche se levantó una tormenta inmensa, tan grande que podían escuchar las olas rompiendo en el puerto. Era de madrugada cuando los padres anunciaron que la abuela se había descompuesto y que debían llevarla al hospital, así que se quedaron solas. Tenían tanto miedo por los relámpagos, que tuvieron la brillante idea de unir sus manos y sostenerse hasta quedarse dormidas, sintiendo que así se harían compañía. Lo lograron, estiraron las manitos en la oscuridad y las apretaron bien fuerte — solo para crear el efecto dramático, mis dedos se deslizan hasta presionar los suyos, en casi la misma oscuridad de la historia — Pero al día siguiente, cuando quisieron mostrar a los adultos cómo habían hecho para no tener miedo, se dieron cuenta de un detalle minúsculo: si se acostaban en sus camas y estiraban las manos, ni siquiera alcanzaban a rozarse los dedos — aunque no pueda verme, mis cejas se mueven bastante rápido — Así que… ¿Quiénes también tenían miedo esa noche…?
De la manera más infantil posible, suelto su mano para ser libre de sacudirla con un ¡BU! que sé que no tendrá ningún efecto, pero que me hace reír de todas formas — Cuando tenía ocho, esa historia me espantaba. Aunque me la contaban mucho mejor de lo que yo puedo contarte a ti — es mi leve modo de pedir disculpas, espero que comprenda que no soy el mejor de los narradores. Me aclaro un poco la garganta y cruzo mis pies en el aire — Aunque si hay fantasmas aquí, se escaparían de mis ronquidos.
—No soy una anciana— replico, con mi dedo índice en alto. —Si lo ves de esa manera, es que la diferencia de edad te hace un crío— apunto, con una media sonrisa en mis labios que a pesar de la penumbra que cae sobre nosotros en el puente, se percibe en mi voz. Me inclino un poco hacia delante, medio cuerpo proyectando una sombra que se mueve acompañándome. —Tal vez lo sea— murmuro con ese dejo fantasmal en mi tono que pretende atemorizarlo como si fuera un susurro en el viento, que no llega a traspasar las paredes de esta fábrica, pero sí se filtra por las ventanas rotas y a mí me ponen la piel de gallina cuando hablamos de fantasmas que no están aquí, sino en otro lugar. En un distrito en el que no quiero pensar, en un pasado que no quiero recordar, que lo traigo a colación como un cuento, y participo del suyo con el interés curioso de una niña, pendiente de cada detalle del relato hasta llegar a la pregunta final. Me saca una carcajada su intento de asustarme, pero le tengo que dar un punto de mérito. —Fue un buen cuento, sorpresivo. Ahora cuando saque mis manos de las sábanas al dormir tendré miedo de que un fantasma me las tome— bromeo y no, no es que haya dejado pasar su pregunta, no quiero contestarla, la dejo ahí.
Me entretengo mirando como sus pies cuelgan en el aire, cerca de los míos, y me tardo un poco más de unos segundos contestar a su comentario final. —Los fantasmas pueden llegar a ser buenas compañías, Sam…— digo con una calma que pude lograr con los años. —Si te amigas con ellos, te cuidarán mientras duermes. Pueden llegar a ser benevolentes en su sufrimiento. Los vivos, de esos hay que tener cuidado, sus intenciones nunca están claras— esto último lo digo con una mueca burlona, que no queda claro si lo que intento es asustarlo, darle una advertencia o un consejo de vida, o solo estoy bromeando. Ni yo misma lo sé. —¿Alguna vez pensaste en eso?— le susurro, aprovechando que está cerca y que suene más espeluznante. —¿Qué pasaría si fueras un fantasma?— muevo mis dedos en el aire como si fueran agitados por la brisa. Muerdo mis labios para contener la carcajada y me pongo de pie sujetándome de la baranda para impulsarme hacia arriba. —Te dejo, ya te presenté el lugar y a sus habitantes, que pases buena noche… si puedes…— le doy una palmada en la coronilla al pasar a su lado.
Me entretengo mirando como sus pies cuelgan en el aire, cerca de los míos, y me tardo un poco más de unos segundos contestar a su comentario final. —Los fantasmas pueden llegar a ser buenas compañías, Sam…— digo con una calma que pude lograr con los años. —Si te amigas con ellos, te cuidarán mientras duermes. Pueden llegar a ser benevolentes en su sufrimiento. Los vivos, de esos hay que tener cuidado, sus intenciones nunca están claras— esto último lo digo con una mueca burlona, que no queda claro si lo que intento es asustarlo, darle una advertencia o un consejo de vida, o solo estoy bromeando. Ni yo misma lo sé. —¿Alguna vez pensaste en eso?— le susurro, aprovechando que está cerca y que suene más espeluznante. —¿Qué pasaría si fueras un fantasma?— muevo mis dedos en el aire como si fueran agitados por la brisa. Muerdo mis labios para contener la carcajada y me pongo de pie sujetándome de la baranda para impulsarme hacia arriba. —Te dejo, ya te presenté el lugar y a sus habitantes, que pases buena noche… si puedes…— le doy una palmada en la coronilla al pasar a su lado.
Sus palabras traen consigo una ola de pensamientos que opacan la diversión y hacen que la sonrisa se difumine un poco. Jamás he tenido la oportunidad de conversar con un fantasma, por mucho que ella se jacte de ser uno, pero sé muy bien que los vivos son peligrosos y pueden decepcionar mucho más que cualquier cadáver. Desvío la mirada hacia algún punto en la oscuridad y trato de empujar a un lado el pesimismo de estos días, el cual pude fingir que no existía mientras las charlas sin interés sobre ratas y fantasmas, la excusa perfecta para no revivir a los míos propios. No pensaba decir nada al respecto hasta que su voz se transforma en una pregunta que jamás me había hecho. He considerado el morir en más de una ocasión con todo lo que ha estado pasando, pero nunca creí que hubiera algo por lo que preocuparme después de ello — Una vez me dijeron que los fantasmas deciden quedarse atrás — recuerdo, hablando un poco lento en señal de alguien que está rememorando palabras ajenas — ¿Por qué querría quedarme? — no tengo motivos y espero no encontrarlos nunca. Una eternidad mendigando pendientes no suena demasiado tentador.
Me toma por sorpresa que se levante tan de la nada y me aferro a las barandas, pero en lugar de ponerme de pie solo levanto la mirada y trato de seguir su camino. El golpecito en mi coronilla hace que me lleve la mano y la frote con cuidado, apenas despeinándome en un gesto distraído. Su broma me pinta una vaga sonrisa a la par que diviso como se va perdiendo en la oscuridad — Verás que tendré una noche de sueño profundo y sin preocupaciones — me hago el mayor, el valiente, el que nada va a fastidiarme porque debo confiar en que así será. Que ningún vivo va a aparecerse a hacerme la vida imposible, mucho menos un muerto — ¡Nos vemos luego! — no tengo idea de si me escucha, pero no me molestaría volver a cruzarnos en alguna ocasión. Quiero decir, una manta y cuentos de terror es mejor compañía que nada y no estoy acostumbrado a estar solo.
Me toma por sorpresa que se levante tan de la nada y me aferro a las barandas, pero en lugar de ponerme de pie solo levanto la mirada y trato de seguir su camino. El golpecito en mi coronilla hace que me lleve la mano y la frote con cuidado, apenas despeinándome en un gesto distraído. Su broma me pinta una vaga sonrisa a la par que diviso como se va perdiendo en la oscuridad — Verás que tendré una noche de sueño profundo y sin preocupaciones — me hago el mayor, el valiente, el que nada va a fastidiarme porque debo confiar en que así será. Que ningún vivo va a aparecerse a hacerme la vida imposible, mucho menos un muerto — ¡Nos vemos luego! — no tengo idea de si me escucha, pero no me molestaría volver a cruzarnos en alguna ocasión. Quiero decir, una manta y cuentos de terror es mejor compañía que nada y no estoy acostumbrado a estar solo.
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