The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Cuando salgo de la base de seguridad y me detengo en su muelle, es media tarde. El sol sigue en una posición que fastidia a mis ojos y tengo que frotarlos, tratando de ignorar que mis manos siguen rojizas por culpa de las manchas de sangre que no he podido quitar del todo. Mi remera, generalmente de color petróleo, se ha oscurecido por el líquido carmesí y tengo la sensación de que ninguno de los aurores que me permiten el paso para marcharme se atreve a señalarlo, a pesar de que veo sus ojos fijarse en aquel detalle sin disimulo. Me detengo, preguntándome cómo puedo aparecer así en mi casa, donde solo deseo llegar para poder darme un baño y dormir por horas. Quizá, si me despierto me daré cuenta de que nada de esto ha sido real.

Pensar en Meerah y su presencia en casa me basta para sentir el tirón y aparecerme en la puerta de aquel departamento del distrito seis que se ha convertido en un refugio este verano. No sé si estoy haciendo lo correcto, pero es la única opción que me queda con la cual puedo ser completamente honesto. Phoebe no lo entendería, pero... ¿Cómo voy a explicarle a la mujer del otro lado de la puerta lo que ha sucedido esta mañana? ¿Cómo pondré en palabras lo que mi cerebro se niega a reproducir en imágenes, incluso cuando estas se repiten una y otra vez? Tengo que tomar aire y me paso las manos por la cara, tratando de que los labios no me tiemblen, que los ojos no se pongan llorosos o que las fosas nasales no se ensanchen. Fallé, estrepitosamente. No pude hacer nada para evitarlo desde la comodidad de una silla que ahora no me merezco.

Dejo caer las manos y no saco la varita, le doy el derecho de que es su casa y he caído de sorpresa para acabar tocando el timbre. Lo hago más de una vez, no sé si porque no responde rápido o porque yo estoy impaciente. Al final, cuando Scott aparece, me doy cuenta de que no sé que decir y no me atrevo a robarle un abrazo — Lo siento — me disculpo de inmediato, apenas encontrando mi voz asfixiada y temblorosa — Pero no sabía a dónde más ir.
Hans M. Powell
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Los planos amarillentos con los bordes comidos por el tiempo, caen sobre el suelo del dormitorio, los disperso con mis manos sin encontrar aquel que busco. Le sigue otra caja de cartón que volteo con mis manos, porque mi varita ha quedado sobre la mesa arrimada a la ventana, esa que deja pasar la luz de la tarde y llena toda la habitación. Entre los pergaminos quedan a la vista unas viejas fotografías sacadas con una cámara instantánea que muestra el taller hace más de veinte años, en una de estas se ve el rostro de mi padre. No es lo que buscaba, pero tomo una para examinar de cerca cómo hemos cambiado, o al menos, cómo lo hice yo. Esta debe ser de las cajas con los planos más antiguos, estoy revolviendo en los sitios equivocados. Me siento en el piso con mis rodillas alzándose contra mi pecho y golpeteo mis labios con el lápiz, pensando en donde de todo habrá quedado lo que pensó alguna vez mi yo de veintidós años. El sonido del timbre me saca del ensimismamiento y por un minuto no hago más que escucharlo, sorprendida de que haya alguien en la puerta, y la verdad, pensando seriamente en no abrir. La posibilidad de que sea algo importante porque el timbre es insistente, gana sobre mi reclusión de ermitaña y me pongo de pie para ir hasta la puerta, sin los zapatos puestos puedo estar ahí en una corrida breve por el pasillo, antes de que quien sea se haya cansado de esperar.

Tengo mi mano puesta en el marco de la puerta y por eso puedo sostenerme cuando la sorpresa de verlo sucio de lo que parece ser sangre me deja sin habla. Pienso de inmediato que está herido, que la sangre es suya y me escucho gritar en un tono alto de alarma: — ¿Qué demonios te pasó?—. No hace mucho estaba en un hospital con el torso recubierto de vendas, como para que se vuelva a repetir. Freno en seco a mis pensamientos que se descarrillan como lo hacen siempre, para escuchar lo que me dice. Se ve tan desolado que me abruma el presentimiento de que ha ocurrido algo muy malo, tanto que mis respiraciones se van tornando más lentas. Abro por completo la puerta para dejarlo pasar, pero como parece que está cargando con su cuerpo como un peso muerto, tomo su muñeca para hacerlo entrar y llevarlo al sillón donde lo hago sentar, para acomodarme también a su lado, tan cerca que mi rodilla choca con la suya y al frotar su espalda rígida con una mano, quedo casi cubriéndolo en un medio abrazo. —¿Quieres contarme que pasó?— pregunto con cautela, supongo que lo hará puesto que está aquí, pero también sé que bien podría estar necesitando un lugar donde estar y si no quiere hablar, no tengo por hábito insistir. Mi mano sube por su espalda y uso esos dedos para limpiar su frente de los mechones, tratando de descifrar su mirada sin que tenga que ser explícito. —¿O algo para tomar?—. No recuerdo haber repuesto la última botella de vodka, pero un poco de lo que sea puede que haya quedado.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¿Qué demonios me pasó? Es una pregunta decente, una que no sé si puedo responderla con claridad o cómo se supone que voy a hacerlo. No me doy cuenta de lo mucho que necesitaba de un contacto familiar hasta que me toma de la muñeca y me encuentro siendo arrastrado hasta el sofá, sin ser capaz de presentar resistencia alguna. La cabeza me da vueltas y tengo la sensación de que mis piernas no serán capaces de sostenerme por mucho tiempo, eso ayuda a que me hunda entre sus cojines como si hubiera pisado tierra firme después de una larga jornada en escoba. Estoy seguro de que debo verme más pálido de lo normal o, al menos, tengo que lucir horrible como para generar esa reacción en ella.

Me encuentro sacudiendo la cabeza sin dar una respuesta concreta, solo sé que no quiero alcohol porque tengo la sensación de que si consumo algo, acabaré por vomitarlo. Creo que murmuro algo sobre eso, pero no oigo mi voz y sospecho que solo he alcanzado a modular. Abro y cierro los dedos con nerviosismo, los ojos se pierden en la habitación sin saber a dónde mirar que no sea su cara y no puedo comprender como su sala se ve exactamente igual que siempre, cuando afuera todo se siente diferente — Había..— el sonido ronco y asfixiado apenas se oye natural, así que me aclaro la garganta a pesar de que no es de mucha ayuda — Esta mañana se llevó a cabo un intercambio confidencial. Recuperamos a los nuestros, solo teníamos que cambiarlos por prisioneros de poca importancia — no me siento capaz de explicar todo el plan, no estoy aquí por ello. Uno mis manos y mis pulgares juegan inquietos, captando la atención de mi mirada en una perfecta excusa — Annie... ella trató de negociar el valor del niño y ellos solo... Tenían estas lentillas y pude ver todo desde la base. Yo... — ¿Por qué tartamudeo tanto? ¿Por qué soy incapaz de hablar con normalidad, cuando ese siempre ha sido mi fuerte?

Con un suspiro agotado, me llevo las manos al rostro y presiono los dedos contra mis párpados — La mataron. Annie volvió a la base casi sin cara. Ella... — no sé si al resto del mundo le ocurre, esa horrible sensación de necesitar escupir los detalles que te aterran dentro de la cabeza, pero sentirte incapaz de hacerlo. Vuelvo a tomar aire y dejo caer las manos sobre las rodillas — Sabía que era un error y no hice nada para evitarlo — ahora va a pesar en mi nuca, vaya a saber por cuanto tiempo. Hago un enorme esfuerzo por no quebrar de una buena vez, aunque estoy seguro de que el aguantarlo me enrojece y doy algunos golpes suaves con el puño en mi pierna. Lo peor es saber que esto recién ha comenzado.
Hans M. Powell
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Bajo mi mirada a sus manos que no dejan de moverse y queda a la vista su nerviosismo, coloco la mía que queda libre encima de estas para deternerlo. Escucho el comienzo de su explicación como si fuera un relato ajeno a mí, como si fuera un oído al azar que se hace cargo de su desahogo, porque no creo haber hecho mérito para guardar secretos, más bien todo lo contrario, pero creo que dejé ver que puede hablarme de lo que sea y difícilmente saldrá de nosotros. El nombre de Annie tiene mi atención, estuve con ella hace unos días y supongo que su posición en el ministerio la coloca en las mismas situaciones en las que noto que Hans también se encuentra a veces, no les envidio estar en esos momentos tan decisivos en que dan la cara por el ministerio, pero es algo en lo que ellos creen, así que... Comprendo que ella también sea parte de esto, puesto que Riorden Weynart también estaba entre los rehenes. Sigo su relato con esta cadena de pensamientos que le dan sentido hasta que llega a un punto en que todo lo que podría estar pensando simplemente se desmorona, la estabilidad del piso bajo mis pies y me encuentro con que Annie está muerta, como una verdad de la que dudaría si no fuera porque está dicha por los labios de Hans.

Recorro mi cabello con mis manos, los mechones se escapan por mis dedos que bajan hasta mi nuca y mi pecho me exige que tome respiración para llenar el repentino vacío que siento, me cuesta encontrar aire para aliviar esa presión. Creo que me eché hacía atras, mi espalda choca contra el respaldo del sillón, dándome el espacio que necesito para sobreponerme. La nada que tengo frente a mis ojos se llena de imágenes difusas, de cómo estos días el presentimiento de pérdida se reafirmó en ciertas personas, y no fue ninguna de ellas, sino Annie Weynart quien se fue. Siento como si hubiera buscado en la niebla a las personas que me dan esa sensación de realidad que necesito, pero el alivio fue engañoso. No vi venir lo fácil que puede ser que una persona se desvanezca. Poso mi mano sobre la espalda de Hans, es apenas un contacto para sentir que sigue a mi lado. Es cuando lo escucho culparse, que sé que no hay nada que pueda hacer porque esto lo destroza de una manera en la que puedo tratar de entenderlo poniéndome en su lugar, pero no llegaré a sentirlo como lo hace él. Rodeo su cuello con mis brazos para atraerlo hacia mí, coloco su cabeza contra mi hombro así puedo pasar mis dedos por su cabello. -No hagas eso- murmuro, no sé si me escucha. -No sigas cargándote de culpas.
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Hans M. Powell
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El contacto es tan suave que apenas y puedo sentir sus caricias, en otro momento reconfortantes, ahora mismo tan lejanas. Respondo sin planearlo, dejando que me acomode en su hombro y mis brazos buscan rodear su cuerpo, tratando de encontrar al menos algo que se sienta conocido a pesar del amargo vacío. Cierro mis ojos y me siento pequeño, tal y como fuese un mocoso dejando que lo consuele a pesar de saber que es en vano. Las cosas no van a cambiar, ningún mimo va a traer a Annie a la vida. No puedo responder a su petición porque no va a entenderlo y oírla solo basta para que esconda el rostro en el calor de su cuello.

No tengo idea por cuanto tiempo estoy callado, sé que quiebro el silencio con un pensamiento helado — Fue ella — murmuro con dureza. Apenas abro los ojos, pero me mantengo quieto — La rubia que me dejó en el hospital. Le disparó mientras Annie buscaba negociar — desconozco el veneno que me ahoga, pero lo noto en cada una de las palabras que salen de mi boca — Se podría haber evitado, si tan sólo... — sé que hay mil cosas que haría diferente si pudiera retroceder el tiempo, pero soy incapaz de hacerlo. Me renuevo, alzando los ojos de una vez en su dirección. No sé por qué me cuesta mirarla, si es por vergüenza de lo que he ayudado a hacer o lo que no pude. — Tenías razón sobre el chico. El del mercado — no tengo idea de si ha visto las grabaciones del atentado, no tuve oportunidad de hablarlo con ella — Su nombre es Kendrick Black y reconoció el anillo, pero parece que no sabía nada de quiénes eran sus padres. Supongo que ahora que escapó no importa demasiado — sé que suena a que la estoy acusando por no habérmelo entregado antes y así haber podido evitar todo lo que ha pasado, pero me recuerdo que no es su culpa. Lo afirmo al acomodar mi cuerpo contra el suyo, estrechando el abrazo como si aquello fuese toda la protección que necesito.
Hans M. Powell
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Traigo a mi mente el rostro de aquella mujer de la que habla, es extraño el juego de la muerte, que no hace más que rondarnos y mandarnos señales equivocadas. Esa confianza de que la muerte es todos los días una verdad evitable, la misma que sentí cuando lo ví en el hospital y asumí que no podía ser de otra manera, que había cosas seguras. Nos acecha, pero no nos toca. Hasta que lo hace, tan cerca que asusta. Hay una cara que podemos evocar para echar culpas, pero no es quien apretó el gatillo, sino qué llevó todo a ese punto en que Annie quedó en dirección a la bala. Me trago el regusto amargo en mi garganta al saber que el chico del mercado estaba involucrado en esto, cierro mis ojos al recordar que una vez hablamos sobre cuánto la vida de Ken valía en daño a otros. No sé hasta qué punto un chico pueda ser responsable de algo así, es demasiado joven para que su nacimiento lo defina, y sigo creyendo que son los demás quienes han decidido quién es y quién será. Desconocía quienes eran sus padres, pero la verdad lo encontró como nos encuentra a todos y por cobarde que sea, me alegro de no haber sido quien se lo dijo. Estoy al margen de toda esta trama invisible de poder.

No culparía a Ken por lo que sucedió, como tampoco estoy de acuerdo en que Hans vuelva a hacer carne de otra culpa, pero eso no me libera de ser quien se siente acusada, porque él me advirtió que esto podía pasar. Muerdo las ganas de preguntarle si me cree culpable. Pese a que tengo mis manos detenidas en su espalda, siento que esto me aparta un poco en otro sentido, ninguno de los dos lo decimos, pero dejar ir a Ken no fue un error, fue una decisión tomada por encontrarme en una posición contraria a la suya. Es irónico el estar enfrentados en ese sentido, y que sea al estar frente a frente que nos encontremos en un abrazo, porque hemos sabido desde el comienzo que por debajo de todo, somos cuerpos buscando un calor que nos reconforte. -Lo siento- en esa única frase comparto su pena, pero también dejo ver que aún sabiendo que podría ocurrir, lamento que haya pasado. Annie no era una extraña para mí, que el haber dejado a Ken tuviera este giro, es como si la mala profecía de Hans se va cumpliendo. Veo ser lastimados a quienes conozco y no sé donde me coloca eso. -Lamento mucho lo de Annie, lamento que haya sido ella, que todo haya salido mal...- digo con un largo suspiro contra su cabello. -No tenía que ser ella.
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Hans M. Powell
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Unas disculpas no van a traer a Annie de regreso, no van a solucionar los problemas que no pudimos resolver en primer lugar. Tendría que haber sido más firme con ella, haberle insistido en entregar al muchacho cuando aún había tiempo y el dominó habría caído de una manera muy diferente. Ya descubrí que no he actuado con responsabilidad cuando se trata de ella y ahora voy a tener que limpiar los platos rotos, que se han cobrado con la muerte de una persona que, irónicamente, formaba parte de la vida de ambos. Aún así, me acomodo para tomar su mano y presionarla suavementre entre mis dedos, cómodo en el consuelo que me regala al sentirla cerca y tratando, por todos los medios, de no desmoronarme. Parpadeo para que las pocas lágrimas que humedecen mis ojos se evaporen y muevo la cabeza, tratando de demostrar una negativa a pesar de que apenas rozo mi cabello contra su mentón — ¿Crees que podemos impartir justicias y condenas sobre quien muere y quien no? — es irónico que sea yo quien lo diga, pero estamos hablando de un contexto diferente a un juicio — Ninguno de los nuestros hizo algo mal esta mañana, solo cumplían con su trabajo. Creí que las cosas no se saldrían de control, no así… — conocía los peligros de la misión que habíamos aceptado con ese trato, pero confiaba en que no serían tan idiotas. Supongo que me equivoqué, una vez más.

Me acomodo para enderezarme un poco, pero tomo sus manos y las uno para poder llevármelas a los labios, envueltas entre las mías. No sé si es porque no hace tanto calor o porque es un gesto simple que necesito para sentir algo de normalidad al compadecerme de ambos — No voy a dejar que las cosas terminen así — no sé si es lo prometo a ella o a mí mismo — Estamos hablando de gente peligrosa y, por lo visto, no tienen escrúpulos. Y después de todo lo que ha pasado… — bufo, bajando sus manos hasta apoyar ambos pares sobre mi regazo, acariciando sus nudillos — Sé que Riorden no permitirá que esto se acabe aquí, no así. Annie me dijo que creía que habría que pelear una guerra — es irónico que su muerte haga que crea aún más esas palabras.
Hans M. Powell
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Supongo que nosotros no podemos, y sin embargo, he creído toda la vida que hay otras personas que tienen ese poder. Los tiranos son parte de la historia misma de la humanidad. Siempre hay unos pocos que deciden quiénes morirán, de los dedos de la mano de una única persona pueden ser tironeados los hilos de los destinos de una mayoría, el capricho de una persona basta para arrojar a un grupo a una muerte segura. No es una perversidad de los Niniadis, ni fue una invención de los Black. La pauta del mal menor nos antecede por un par de siglos, y es la que trae mi mente cuando recuerdo que la muerte de un chico podría salvarnos de una guerra que predijo Annie, que reafirma Hans. Mis manos sobre sus rodillas están frías, pese a que en todo momento estuvieron en contacto con su espalda como para que la piel se entibiara y tiene que deberse al hecho de que no lo acompaño en sentimiento en lo que dice. Lo que hago es quedarme inmóvil, con mi espalda rígida y la mirada gacha porque no quiero lastimarlo sobre la herida que tiene abierta por la muerte de Annie. — ¿Esperaban apresarlos? ¿Asesinarlos en el lugar?— murmuro muy por lo bajo. — ¿A eso llamas tenerlo todo bajo control?— lo interrogo, porque tengo motivos además de mi más pura desconfianza en la buena voluntad de las personas como para creer que ese encuentro no era inocente.

Entrelazo sus dedos con los míos para que no se aparte o crea que me aparto, cuando continúo: —Esto no se va a terminar hoy, porque tampoco ha comenzado hoy. Esa guerra de la que habló Annie…—. Se me hace difícil caer en la cuenta que de ahora en más, todo lo que diga de ella será en pasado. —¿Crees que no la estamos viviendo aún? Puede que algún día cuando miremos hacia atrás, notemos que esto comenzó a gestarse hace mucho, los hechos que para nosotros son aislados, serán acomodados en una línea y no se verán tan lejanos. ¿Y sabes qué…?—. A pesar de que me falla la valentía para mirarlo de frente, ladeo mi rostro y hago el intento de buscar sus ojos, no creo que nada de lo que le estoy diciendo sea una revelación, es el más viejo cuento del mundo. —Todos seremos peligrosos, todos perderemos nuestros escrúpulos— digo, porque siento como un escalofrío corriendo por mi piel la represalia que supondrá la muerte de una Weynart. Sea cual sea nuestra posición, esa son las reglas que se pierden… o que se tienen, depende de cómo se mire. Proteger a los nuestros es prioridad y llorarlos por no poder lograrlo es propio de todas las guerras, por más que eso sea lo más confuso en este momento para mí, porque siento la pérdida de Annie. —Me gustaría ser noble y decir que hay otra manera en la que esto pueda resolverse, pero… creo que las cosas deben cambiar, lo necesitamos, no será por las buenas ni tampoco a través del sometimiento…—. Estoy prediciendo el final de este gobierno más que nada por un deseo personal. —Todas las cosas acaban por romperse después de tanto sometimiento, y las personas rotas, que creen que ya no tienen nada que perder, se vuelven peligrosas…
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Hans M. Powell
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A veces me olvido que Scott tiene pensamientos tan opuestos a los míos, por un momento creo que se ha apagado cierto toque en mis ojos y sospecho que se han oscurecido — Bueno, no era mi idea terminar de esa manera, pero cuando le volaron la cabeza a mi mejor amiga sí di la orden de que usen los maleficios imperdonables y vuelen la cueva. ¿Eso me hace un desalmado? — de verdad se lo pregunto. Hay presiones que algunas personas no van a poder comprender cuando se trata de tomar las decisiones que en verdad importan. ¿Ser un asesino con tal de mantener el orden y evitar más daños? Es lo que le dije hace tiempo, cuando surgió todo el tema del chico Black. Prefiero matarlo a él a que sufran miles. Hay veces que hay que ver la balanza con algo de frialdad.

Sé que la vida no es como un libro de historia. Nosotros vivimos el día a día sin tener una verdadera consciencia de cómo es que los hilos se van tejiendo solos y las cosas simplemente suceden, cuando nos queremos dar cuenta estamos en medio de un atentado donde las bombas explotan sobre nuestras cabezas y todo lo que hemos construido o amado se encuentra en peligro. No le discuto lo que dice, le doy la razón con unos labios apretados y tensos y me limito a mantener la vista en el suelo, en lo que parece ser una pelusa que ha entrado por la ventana. Conozco mi nivel de peligro, no soy santo ni inocente y sé que muchas personas jamás dirían que estoy del bando de los buenos. El tema con la historia es que la escriben los ganadores. Pero es lo siguiente que dice lo que hace que suelte sus manos y retire las mías lentamente hacia atrás, como si quisiera resguardarlas cuando mis ojos buscan su rostro — Suenas como ellos. Hablando de cambios y necesidades — intento no sonar tan brusco, pero siento que fallo incluso cuando no alzo la voz — ¿Y qué con los que sí tenemos algo que perder? Porque tengo una lista enorme por la cual creo que sería más peligroso que alguien que va a la deriva — ya hablamos de esto, pero aún así, entorno mi mirada ante una nueva interrogante — ¿Y tú qué, Scott? ¿Tú tienes algo que perder?
Hans M. Powell
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Tardo tanto en contestar, tanto, que el silencio cae sobre nosotros como si hubieran apagado todas las luces de la ciudad y me encontrara a solas en esa oscuridad como para poder decir en voz alta lo que en verdad pienso, es mucho más difícil que dar una respuesta fácil de un que lo juzgue con severidad o un no que nos absuelva, tan sencillo como hacerle frente para recordarnos que somos distintos o, en cambio, dar un consuelo a su consciencia que no la necesita, que es a mí a quien libraría de tener que enfrentarme a los juicios que él también puede hacer de mi carácter. Por eso no doy una respuesta inmediata, lo medito mucho hasta encontrar lo más honesto que puedo decir. —Los ángeles también tenían espadas—. Recuerdo los mitos que alguna vez me contaron, de los que hace unos meses hablé con una repudiada del norte y a este día me parece que han pasado años. —Desde la razón o la fe, se cometen los peores actos… — murmuro. —No sé decirte quienes son los buenos o los malos, quién es inocente o quién es desalmado, no creo que haya nadie que pueda erguirse sobre los demás con el heroísmo más puro…— suelto un largo suspiro. —Sabes que yo no voy a juzgarte.  

Siento cómo sus manos me sueltan, me hace a un lado al compararme con los rebeldes, con un criterio que no es tan equivocado. Tomo una inspiración de aire al reprimir las emociones que pulsan por mis convencimientos más internos de la necesidad de un cambio, el deseo latente sigue vivo, estoy a la espera de que algo ocurra y sí bien es cierto que no comparto la violencia que pone en peligro a quienes conozco y me importan, lo que creo es que esa misma violencia es una señal. Aprieto mis puños sobre mis rodillas, estamos atravesados por muchos sentimientos que condicionan nuestra percepción y no dudo cuando dice que puede ser cruel en respuesta a los crímenes de otras personas. Lo que pretendía ser una advertencia sobre el peligro que representan aquellos que lo perdieron lo todo, lo toma para él y me hace ver que está actuando por el miedo de perderlo y es justificado, es real, porque Annie está muerta. Tomo aire por la boca al no poder contestar y cuando lo hago, bajo mi mirada a mis puños que se relajan. —Yo voy a la deriva, Hans. Yo no tengo nada que perder— respondo porque esa es la verdad y entonces puedo sostener su mirada con una nueva calma.

»Siempre presentí que llegaríamos a un punto en que todo tendría que cambiar y nunca quise tomar la responsabilidad de una persona, una relación o hacerme cargo de algo, que eventualmente… se acabará. Sé quien soy mejor de lo que puedas creer que me conoces. Puedes decir si quieres que soy igual a los rebeldes a los que hoy diste la orden de asesinar, tener muy en claro que soy como ellos y que merezco lo mismo si llego a actuar de la misma manera…— no logro controlar mi voz suena tan ahogada y mis ojos se ven un poco desorientados. —O que sí, lo merezco, por no haberte dicho donde encontrar a Ken— asumo esa culpa sobreponiéndome al nudo de la garganta. —Pero no sé si logras entenderlo del todo. Estoy hecha de esta forma, sin nada que perder, porque… eventualmente sé que no estaré aquí—. Sostengo mis manos entre sí para devolverles el calor que tendrán que encontrar por su cuenta. —Por eso sé que estar sentada a tu lado es tiempo prestado... pero mientras dure, estaré si me necesitas.
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Hans M. Powell
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Creo que cualquiera de los dos aquí está muy lejos de ser un ángel — en esta habitación, en esa cueva o en el ministerio, no me siento capaz de poner límites o señalar con el dedo, porque no comprendo su modo de actuar o pensar. Supongo que eso es lo que me pone como su enemigo, por estas cosas opto por tirarles una cueva sobre sus cabezas y ellos deciden que la mejor salida es dispararle a una mujer mientras habla. No, no hay buenos o malos, solo hay gente que busca tomar el camino difícil que solo nos complicará las cosas. Nos pondrán en peligro, nos agitarán el suelo por ideas que ya no tienen sentido. He dicho muchas veces que no puedo calificarme, no sé cómo tomarme el hecho de que ella tampoco sea capaz de hacerlo. No confío del todo en su promesa de que no va a juzgarme, lo delato al pasear mis ojos por su rostro como si fuese una inspección recelosa. No quiero ser el hombre al cual señale con el dedo, no ella, a quien le permití conocer mis motivos. Esta ha sido nuestra piedra en el camino desde el primer día.

Me gustaría sorprenderme por su confesión, pero no lo hace. Claro, tampoco lo comprendo. Sé que tiene una madre que la quiere lo suficiente como para llenarle la heladera y amigos con los cuales bebe alguna que otra cerveza cada tanto, al menos eso me dio a entender en más de una ocasión y Annie lo confirmó con sus burlas sobre una anécdota con tequila que no acabo de comprender del todo. ¿Esas personas no son suficiente? ¿Qué tan egoísta se debe ser? Quiero decir, sé que yo no cuento en lo absoluto en su vida, pero creí que al menos sentiría algún apego hacia las personas que siempre estuvieron ahí — A veces siento que lo único que buscas es que te entregue, de veras — sé que debería hacerlo, fui blando. Lo fui hace siete años y aún más ahora. Si Riorden lo supiera, no le haría ni una pizca de gracia. Me quito un mechón del pelo que me prometí cortar hace al menos dos semanas y lo echo hacia atrás, con aire taciturno — Al fin de cuentas, no importa lo que suceda o las opciones que te entregue, siempre acabas dónde quieres estar y parece que eso es siempre la cuerda floja.

Me pongo de pie tal y como si el sillón me hubiese impulsado con un resorte y llevo las manos a mi cadera mientras pienso, mordisqueando nerviosamente mis labios. Tengo el impulso de salir por la puerta, pero me paseo un poco más cerca de la cocina, la cual tiene recuerdos mucho más dulces y menos amargos — Me preocupa nunca saber quién serías si estuvieras en una situación como la de hoy — confieso sin mirarla — ¿La que aprieta el gatillo o recibe el disparo? No me digas nada, no quiero que lo respondas — sacudo las manos en el aire como si así pudiera callarla antes de que abra la boca y me detengo cerca del televisor — Pero sí quiero que te mantengas fuera de esto. Ya la cagaste dos veces, no habrá una tercera. No voy a arriesgarme a que decidas a dónde irá tu botecito cuando sople el viento — sé que estoy sonando más controlador de lo que me gustaría, pero tampoco puedo evitarlo. Siento que estoy hablando con un gato que sigue a ciegas a una lucecita muy brillante sin ver que se le acabará el terreno. Con un resoplido que delata lo mucho que me fastidia ponerme en esta posición, me presiono los párpados cerrados con una sola mano, estirando los dedos — Solo… intenta que el “mientras dure” no termine como hoy, ¿de acuerdo? — porque quizá ella no, pero yo sí puedo seguir tachando nombres en mi lista. No pretendo que el suyo sea uno de ellos.
Hans M. Powell
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Presiono mis labios porque no puedo negarle que me siento en esa línea imprecisa desde hace semanas, que ante los rebeldes cuando tomaron por asalto el festival, fue más importante para mí la seguridad de Meerah, pero que si me muestro tan dolida como me siento por lo que le sucedió a Annie, no puedo dejar de pensar que fui yo quien dejó pasar al hijo de Orion Black en un primer momento. Fui tomando decisiones que me colocaron en un sitio que no es en el que quiero, pero tampoco sé dónde quiero estar y por eso me reconozco a la deriva. Tomo prestado el discurso que me repetí durante años, como si lo hubiera guardado en un pergamino doblado en el interior de mi bolsillo, y lo uso porque todavía puedo reconocerme un poco más parecida a los traidores de este gobierno que a sus defensores.

Todas las elecciones tienen sus consecuencias, que me entregue es una de las posibles, y lo peor de todo es que a estas alturas sé que no lo hará, me hace sentir mal por él. Cuando el sillón queda libre de su peso, cubro mi rostro con las manos al inclinarme hacia delante, mis codos hundidos en las rodillas. No tengo una respuesta entre las opciones que me da, y aunque me prohíbe contestar, quiero decirle que puedo no estar en ninguno de esos lugares. No estoy obligada a tomar una posición, que bien podría haberlo hecho, pero en contra de lo que me proponía fui apegándome a ciertas personas, la posibilidad de perderlas es un vértigo que no esperaba conocer. Mientras me reconozca como una rebelde callada, a la larga no haré más que lastimarlas y decepcionarlas porque se parece demasiado a engañarlas, a ser hipócrita. Pero puedo ser honesta con Hans, no importa que sea duro en su respuesta, puedo sentir el alivio de sacar lo que está en mi mente y lo vuelvo a lamentar por él, porque no hago más que atacarlo con mis contradicciones internas.

Hans, en serio…— se me atora la voz al no poder prometerle que me mantendré fuera de esto, pese a que esa es mi intención y lo feroces que puedan ser algunos vientos, yo solo deseo poder quedarme en el lugar seguro que supe construir, pero me asusta que eso no sea posible porque fui hecha para algo distinto. —En serio… lamento que siempre terminemos mirándonos en oposición— exhalo en un suspiro furioso, no hacia él, sino a la situación y a un todo que está por encima de nosotros. —No eres mi enemigo, ¿de acuerdo? No somos enemigos— procuro convencerlo o recordárselo. Levanto mi rostro para unir su mirada con la mía, si no me incorporo es porque buscar su contacto en este momento podría causar que se vaya, percibo lo frágil que es su permanencia y las manchas rojizas en su remera no me permiten olvidar por qué está aquí, sin que pudiera hacer nada por él cuando me dijo que no tenía a donde ir. —No estoy en tu contra, estoy contigo, el tiempo que sea…—. Nunca me ha gustado hacer promesas que sería tan fáciles de romper. —Y trataré de que dure, me quedaré aquí. Haré lo que pueda para quedarme aquí— prometo. No sé si al margen de todo, librándome de ser quien algún día tenga que ser la que apriete el gatillo o a la que estén apuntando, no sé exactamente qué le prometo, nada para mí está claro en este momento. Siento que estoy retrocediendo sobre mis palabras, virando con fuerza para nadar contra la corriente que me arrastró durante años y no sé qué puede salir de esto, puede que acabe ahogándome en un mar sin fin.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¿Por qué siento que la conversación se ha desviado y agitado, cuando lo único que esperaba encontrar cuando puse un pie en su sala era consuelo? La mirada que le lanzo no es la de un amigo, pongo en duda sin hablar las palabras que nos aseguran como personas que no deben verse como opuestos y tengo miedo de estar siendo demasiado fatalista frente a un tema que, si bien siempre está flotando entre nosotros, creí que ya tenía controlado. No quiero decirle que llegará el día que sí nos veamos como enemigos porque lo sabe, siempre estuvo implícito y explícito en lo que sea que sea esto, tal y como decidimos llamarlo en el hospital — ¿Conmigo? — repito sus palabras, no sé si en asombro o desconfianza. Doy un paso vacilante en su dirección, no por querer tocarla, sino porque busco mirarla mejor — Vas a quedarte aquí… ¿Porque lo deseas o porque te lo he pedido? — no ha salido de mis labios hoy en exactitud de esas palabras, pero aún recuerdo el hablar con ella, pasado de vodka, en ese mismo sofá. No se ha borrado de mi memoria mi ridícula petición sobre que debería quedarse conmigo y hoy podría repetirla, pero por el conocimiento de lo que sucederá si se marcha. No puedo imaginarla con esas personas, por mucho que lo intente, a pesar de los años que llevo sabiendo a quienes ha frecuentado. Lara no es fiel a nadie, debo recordar eso, una vez más.

Me cruzo de brazos con inquietud y tengo que acomodarlos sobre mi pecho como si el agarre no fuese suficiente. Me encuentro con los labios fruncidos y la boca torcida, tratando de ubicarme en tiempo y espacio, sintiendo todo el peso del agotamiento sobre mi cuerpo como si fuese un balde de agua. Ha sido un día largo que se sumó a unas semanas intensas y no me siento capaz de siquiera seguir discutiendo. Siento que por hoy me he rendido, porque habrá que regresar a la lucha mañana — ¿Puedo usar tu ducha? — mi voz baja unas cuantas octavas y desarmo mi postura, buscando que mi lenguaje corporal sea el que exprese mis pocos ánimos de seguir revolviendo un tema que, parece, no podemos dejar atrás — No quería que Meerah me viera así. Solo quiero bañarme, dormir y quizá comer, eso es todo. No vine aquí con intenciones de… lo que sea. Estoy harto de discutir contigo — tampoco tengo fuerzas para ello — Porque puede que tú no te aferres a las cosas, pero si estoy aquí es porque pensé que era el sitio más seguro para mí después de … — no me atrevo a volver a decirlo, ella lo entenderá de todas formas. Los dos perdimos a alguien, no importa que se mienta con sus tonterías de que no tiene nada que perder. Sin más vueltas, decido dejarlo como está y no espero que me diga nada, solo me encamino hacia el pasillo que tan bien conozco sin necesidad de sus viejas instrucciones. Quizá el vapor me despeje la mente, pero sé que no encontraré algo que me guste en cuanto vea las cosas con claridad.
Hans M. Powell
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My poison, my cross, my razor blade ✘ Lara Oxzp2zI
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Invitado
Invitado
Sostengo su mirada cuando la pregunta de una única palabra queda entre los dos, mi boca por una costumbre de orgullo no la repite y de esa manera poder confirmarle que eso es lo que quise decir. Podrá verlo en mis ojos, es lo que me digo. Pero lo que se ve es la incertidumbre en la que me coloca al ponerme una prueba en la que no puedo dar con una respuesta escapista, al final lo que hago es rehuir el contacto visual y suspiro a la nada. Hago memoria de nuestras muchas conversaciones de desencuentro, en las que dijimos cosas sobre las que pusimos un común acuerdo de evadir los vacíos en los que podíamos caer, decidimos caminar sobre lo inestable y no sé cómo logramos sujetarnos a algo que estaba lleno de remiendos, me abrazo a mí misma en el sillón para poder contestar con la espalda más erguida y la voz más segura. —Porque lo quiero— digo, todavía de perfil a él. —Sabemos que no soy buena obedeciéndote, lo que ocurre es que a veces coincide lo que yo quiero con lo pides—. Dejando de lado de que tuvo su influencia en su mi decisión, necesito reafirmarme en que es algo que en verdad lo quiero, para que esos vientos que predecimos, no me sacudan a su voluntad.  

Mi semblante cambia, mi boca suaviza esa línea tensa que eran mis labios, para asentir al darle el permiso que no creo que necesite para usar la ducha y cierro mis ojos al saber que este lugar que parecía ser un refugio no nos salva de nosotros mismos, de una discusión interminable de la que está cansado y para la que no sé si tendremos una solución, porque prometer que me quedaré, despierta el merecido recelo que nos toca a los mentirosos por hábito. Caigo en la cuenta de que estar con Hans me hace consciente de todas mis faltas, impulsa en mí el querer decirle que tal vez hay una persona que espera encontrar algún día, muy diferente a mí, una imagen que no puede encajar en mí y no hay nada que hacer, porque esto es lo que soy, este sitio es el que hay. —Lo lamento—. Puede que pedir disculpas también sea algo que se vuelva propio de estar con él, no sé si me gusta que sea así. Es agotador también para mí. —Puedes quedarte aquí y hacer todas esas cosas, todavía queda algo de kebab de verduras en la heladera. Puedes quedarte el resto del día, si quieres— digo, sin romper mi postura en el sillón cuando se va por el pasillo. —Siento lo de Annie— es lo último que murmuro. —Yo también la siento.

Espero unos momentos para ponerme de pie, me muevo por la sala esquivando los muebles y cruzo el pasillo que lleva al dormitorio. Paro delante de la puerta del baño y pienso en qué de todo me ha quedado por decirle, aparte de que fue una mentira decir que no tenía nada que perder, creo que el resto de mis verdades las tiene como cartas revueltas en su mesa y puede elegir entre todas con cuál quedarse. Entro a la habitación para rastrear mi varita entre el caos de planos y con un movimiento éstos se van acomodando de vuelta a las cajas, sobre las baldosas quedan desperdigas las fotografías que recojo con una mano. No siento que pueda verlas ahora, así que las escondo en el cajón de la mesa de la luz, y al cerrarse, el golpe me hace notar que hay pocos sonidos en todo el departamento. Pienso seriamente en salir, en dar a Hans un espacio en el cual descansar y que no pese mi compañía, pero como es probable que se marche si no me encuentra, me siento al pie de la cama en el tiempo de minutos que tengo para repetirme tantas cosas dichas y guardadas entre los dos, entre las que pueda encontrar la respuesta para mis contradicciones, que en realidad ya tengo.
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