The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Luego de varias horas metida en el hospital, perdió la cuenta de la cantidad de bebidas energéticas y tazas de café que había consumido. No estaba orgullosa ni lo admitiría en voz alta, pero también tuvo que recurrir a un par de hechizos para mantenerse en pie y funcionando. No había tenido tiempo ni siquiera de asimilar y llorar por lo ocurrido con Nicholas, su amado padrino.
Con los codos apoyados sobre la mesa y la cabeza algo agachada, Ariadna masajeó suavemente su nuca y  parte de los hombros hasta donde pudo. Estaba a punto de quedarse dormida en la silla más incomoda del mundo, cuando una enfermera interrumpió su diminuto descanso en la cocina, pidiendo a gritos que alguien la ayudara.
La rubia saltó del lugar y corriendo por los pasillos abarrotados de personas, acompañó a la diminuta mujer hasta la habitación donde un auror luchaba contra las heridas causadas por una quimera, que había logrado escapar del Ministerio la noche del atentado.

Está teniendo una recaída, por favor saquen a los familiares de inmediato.—Le pidió a los enfermeros, mientras rebuscaba entre los tantos frascos de pociones. Al encontrar lo que necesitaba, apuntó hacia el liquido con su varita y murmuró un hechizo silencioso, antes de ayudar a su paciente a beberlo.
Con la sala vacía y la ayuda de otro agotado sanador, después de casi una hora de conjuros e intervenciones, consiguió estabilizar al miembro de seguridad nacional.

Al salir del dormitorio, una mujer preocupada se acercó para pedir información acerca del estado de su esposo, mas Ariadna no logró escuchar ni una sola palabra, de hecho...¿Por qué la señora se estaba moviendo de lado a lado con tanta lentitud?
No, no podía continuar, su compañero se encargó del familiar y la rubia aprovechó la distracción para dirigirse al baño y enjuagar su rostro con agua congelada. Frente al espejo, notó que su rostro estaba decorado por dos enormes círculos negros debajo de sus ojos y no se espantó, principalmente porque no podía enfocar su propio reflejo.
¿Cuánto tiempo había estado en el hospital? Ya no lo sabía.

Lo siento, no puedo más.— Le advirtió a su superior, por supuesto que este la comprendió y la despidió para continuar con las atenciones necesarias.
En lugar de dirigirse hacia su enorme, cómoda y hermosa cama, Ariadna regresó al dormitorio donde yacía su madre inconsciente, se acomodó en la silla junto a la cama y mientras esperaba que esta por fin despertara, se quedó completamente dormida con la frente apoyada sobre el colchón.
Ariadna T. Tremblay
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Eloise R. Leblanc
Ministro de Educación
Tenía la sensación de estar pasando por la peor resaca de mi vida. Los párpados me pesaban, y pese a que lo intentaba, no podía lograr que se levantasen. El solo pensamiento de abrir los ojos era agotador y el estupor en el que estaba sumida mi mente era terriblemente abrumador. Sabía que no estaba en mi cama, lo cual me hacía suponer que, o había llegado hasta una de las habitaciones de huéspedes al no poder subir por las escaleras, o estaba en el departamento de Kirke. Aunque, ahora que lo pensaba, no recordaba haber salido con él, o haber tomado en un primer lugar. ¿Tanto me había pasado?

Siento una respiración pesada a mitad de la cama, y un pitido constante y molesto. Seguramente la habitación tendría uno de esos horribles relojes digitales que me volvían loca, y el peso sobre uno de mis costados sería el del gato de Ariadna que solía buscarme para dormir conmigo en las noches. De acuerdo… bien. Esperaba no tener una agenda muy grande para ese día, y que Clara no se volviese loca al no verme a primera hora de la mañana en la oficina.

Trato de abrir los ojos nuevamente, pero cuando lo hago, la luz del exterior me encandila y me obliga a cerrarlos con fuerza nuevamente. Parpadeo con rapidez, y luego de unos segundos por fin puedo acostumbrarme a la luz. O no, porque ninguna habitación de huéspedes era tan blanca como las del sitio en el que me encontraba. ¿Acaso…? Un rápido vistazo hacia abajo y pude comprobar que sí, estaba en el hospital y que al parecer aquello que estaba ocupando mi cama no era el gato, sino que mi propia hija. - ¿Pero qué…?
Eloise R. Leblanc
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Sentarse en la incomoda silla con la frente sobre el colchón no era la mejor opción, su espalda y cuerpo se lo reclamarían luego, sin embargo estaba tan agotada que apenas cerró los ojos la obscuridad la absorbió. No tuvo sueños, tampoco pesadillas, sólo unas cuantas horas de descanso.
Sus manos sujetaban con delicadeza el brazo de su madre, asegurándose de que estuviera allí, a salvo y viva. No podía permitir que algo malo le sucediera, ya le había fallado a su padrino, no a ella también.
El pitido de fondo resultaba familiar, al estar acostumbrada a escucharlo, en este caso, le otorgaba tranquilidad y algo de seguridad. Claro que ante el mínimo cambio de sonidos, sus ojos se abrieron de golpe y saltó fuera del asiento.

Si, lo único que quería era abrazarla, pero primero comprobó que los signos vitales estuvieran bien, para luego con su varita realizar un hechizo curativo más. Sólo por si acaso.
Entonces bajó la mirada y dejando todo sobre la mesa de luz, recuperó el agarre de la mano derecha de Eloise. —¿Cómo te sientes, má?— Preguntó con calma en voz baja, aunque por dentro el corazón le latía a mil y sentía el cerebro explotar de dolor.

No quería abrumarla con tantos toqueteos, pero no podía controlar todo y ante los nervios, terminó abrazándola con sumo cuidado. —Lo siento, no debí dejarte sola allí.— Susurró luego de unos segundos, al tiempo que se apartaba para volver a acomodarse sobre la silla.
Se había prometido a si misma no llorar, pero ante el alivio de verla por fin despierta, un par de lagrimas mojaron sus pálidas mejillas.
Ariadna T. Tremblay
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Eloise R. Leblanc
Ministro de Educación
¿Cómo me sentía? Era una buena pregunta. Porque no es que estuviese agotada, o adolorida, simplemente estaba sumida en una sensación de estupor que era casi embriagadora y no en el buen sentido. - Me siento… - Mi voz suena rasposa y me cuesta tragar saliva. - Me siento como si tuviese la peor resaca de mi vida. - Y era un sentimiento familiar en cierta forma. No por las resacas, porque no solía pasarme tanto o tan seguido de alcohol. Pero había pasado cuatro veces por el quirófano y despertarme luego de eso, se sentía bastante familiar a esto.

Siento como su cuerpo se muestra nervioso en cierta forma, y tengo el recuerdo a una Ariadna mucho más pequeña a la que se encuentra delante mío. Una temerosa de un castigo, a sabiendas de que hizo algo que no debía. ¿Qué ha sucedido? - ¿Dejarme sola dónde? - Trato de pasar uno de mis brazos hacia su espalda, pero no soy lo suficientemente rápida y mi hija ya suelta su agarre. No le digo nada, y trato de meditar qué es lo que ha sucedido.

¿Qué es lo último que recuerdo? Una mañana en la oficina como cualquier otra, una charla con ella a media tarde que por algún motivo me había irritado. Nada muy nuevo a decir verdad. ¿Qué habíamos hablado? Algo de asistir… Oh. Los recuerdos de la celebración de Nimué inundan mi mente en ese instante, y cierro los ojos con fuerza, como si pudiera parar en ese momento toda la situación. - El niño… - Debo estar drogada con unos cuantos analgésicos, porque podía recordar el dolor que había sentido en esos momentos, y mi falta completa de estado físico. Al menos eso explicaría el estupor, seguramente tendría morfina y fluídos en la intravenosa que podía visualizar en mi brazo. - ¿Dónde está Nick? - Si mal no recordaba, el estaba peor que yo, no me extrañaría que estuviese ocupando una de estas camas.
Eloise R. Leblanc
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
La respuesta de su madre logró sacarle unas cuantas carcajadas, al menos no había respondido acerca de alguna molestia o dolor y eso era muy bueno. —Creo que eso se debe a que estás un poco drogada, má.— Hacía años que no utilizaba ese apodo con ella y no entendía porque ahora no podía dejar de decirlo.
Luego del corto, pero necesario abrazo, tomó asiento y continuó sujetando la mano de su progenitora, al tiempo que sus dedos acariciaban temblorosamente la pálida piel.

Con rápidos manotazos apartó las lagrimas de su rostro y recuperó la varita para atraer hacia ambas un pequeño vaso con agua. Al sujetarlo, volvió a incorporarse para ayudar a Eloise a beberlo. —Movimientos lentos o te marearas.— No comentó nada acerca de su propia disculpa y tampoco respondió la pregunta, su madre aún estaba confundida y tenía que recuperar los recuerdos de lo ocurrido sin su ayuda.

La mirada de la mayor cambió y los signos vitales también, estaba un poco más alterada y aunque su cuerpo no lo demostraba, su ritmo cardíaco si. Ariadna se dispuso a calmarla antes de que algo malo ocurriese, pero la última interrogación acerca de su padrino la dejó helada y no alcanzó a preocuparse por la mención de un niño desconocido. —Yo...— ¿Cómo hablarle del secuestro cuando acababa de recuperar el conocimiento? Se sentó para que sus ojos quedaran a la misma altura y de nuevo entrelazó sus dedos. —Volví por él luego de dejarte en la tienda, no me tardé demasiado lo juro...— Había logrado mantenerse derecha y fría para ayudar a los heridos, curar a sus pacientes y velar por la salud de su madre, sin embargo ya no podía más. Dejó caer la frente sobre el colchón, respiró profundo y al levantarse luego de unos segundos, lo soltó. —Lo tienen ellos, mamá. Los rebeldes secuestraron a Nick, también al Ministro de Defensa, el señor Weynart y a un...funcionario.— Con las palmas de sus manos ocultó el rostro hasta que consiguió calmarse, no toleraría ver la expresión en la cara de su progenitora. —Yo sólo quise ponerte a salvo primero, cuando tendría que haber esperado la ayuda de los demás.
Ariadna T. Tremblay
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Eloise R. Leblanc
Ministro de Educación
¿Movimientos lentos? Eso no sería muy complicado, no me creía capaz de moverme mucho más rápido que una tortuga. Y lo demuestro cuando dejo que me ayude a beber sin poner ninguna crítica. En otro momento le habría sacado el vaso yo misma antes de decirle que no se preocupase por mí, pero ahora simplemente callo y dejo que el líquido queme contra mi garganta. Y es agua nada más, pero no me había dado cuenta de lo seca que estaba hasta ese momento, así que le agradezco una vez que termino la mitad del vaso.

Si hubiera prestado más atención a la postura de mi hija, tal vez me habría dado cuenta de que algo iba peor de lo que creía, pero últimamente he notado que en algún momento entre su adolescencia a ahora, he dejado de prestarle atención a cosas a las que debería haberlo hecho. "Lo tienen ellos" ¿Qué ellos? ¿Los terroristas? ¿Un niño que no alcanzaba la mayoría de edad? ¿A qué punto hemos subestimado al enemigo?

Y trato de ser lógica y de pensar con calma, pero siento que mi cerebro ha entrado en cortocircuito porque no recuerdo un solo momento de mi vida en el que Nicky no hubiese estado para mí. Que en estos momentos no esté, o aún peor, que yo no haya estado para él… - No fue tu culpa. - Al menos podía decir eso con confianza, y sentirlo. Porque incluso en mi estado de shock no podía permitir que mi hija asumiese responsabilidades que no eran suyas. - No podías saber, hiciste lo que creías mejor y estoy bien por ello. ¿Quién dice que de lo contrario no nos hubiesen llevado a los tres? ¿Qué sería de Oliver en ese cas… ¡Oli! ¿Le han dicho lo de Nick?- Supongo que deben haber notificado a sus tías, pero eso no era garantía de nada. Oh por dios, cómo… y no puedo seguir pensando y termino por quebrarme allí mismo. Nunca dejo que me vean llorar, pero en estos momentos no puedo ni pensar en eso.
Eloise R. Leblanc
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Sin moverse de la silla, sujetó la mano de su madre y con las yemas de los dedos acarició su piel. Ya no importaba de quién era o no la culpa, si no de recuperar a Nick como fuera.
Agachó la cabeza para dejar pequeños besos sobre el brazo de la mujer que acababa de despertar, tenía que calmarse y tranquilizarla también. —Oli está bien, mamá. Se está quedando en casa y mientras no trabajo, lo mantengo vigilado. Le han dicho, pero también sabe que lo encontraremos.— Respondió, mas con la reacción de la rubia se quedó helada.

No podía recordar cuando fue la última vez que la vio llorar y que se estuviera desmoronando la persona más fuerte que conocía, le daba mucho miedo.
Al comienzo no supo cómo reaccionar, por lo tanto se levantó del lugar, se sacó los zapatos y con mucho cuidado de no hacerle daño, se acomodó acostada junto a Eloise con los brazos envolviendo su cuerpo en un flojo abrazo. —¿Recuerdas cuando cumplí once años? Con papá me regalaron mi primer escoba y tenía tanto miedo, que en cuestión de segundos terminé en el suelo.— Susurró y estiró la mano para tomar un pañuelo de la caja ubicada sobre la mesa de luz. —Siempre creí más en las palabras de pá...Pero aquella vez fue diferente, porque fuiste tú la que me obligó a levantar del suelo.— Extendió la servilleta blanca para que Eloise la tomara. —Esto sólo es un obstáculo más que superaremos juntas y si caes y no puedes levantarte por ti misma, entonces seré yo quien te ayude a ponerte de pie.— Prometió.

No se apartó del abrazo, incluso cuando sabía que debía hacerlo. —¿Puedo hacer algo por ti? Estarás en observación durante unos días, podría ir a casa y traerte ropa limpia o lo que necesites.— Sugirió apoyando con suavidad su cabeza sobre la almohada, lo suficientemente cerca como para depositar un beso sobre los cabellos de su madre.
Ariadna T. Tremblay
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