The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Después de lo que ocurrió hace un par de noches esperaba que unas buenas horas de sueño serían suficientes para rebajar el ambiente que dejó la visita de mi hermano en el salón. Sin embargo, nada más levantarme y tener que atravesar el mismo para dar a la cocina, la conversación vuelve a acudir a mi cabeza. Para mejorar el asunto una mirada hacia el sofá me basta para comprobar que el comunicador de Hans se encuentra en la esquina a punto de colarse por el agujero que deja el sillón. Debió de dejárselo cuando se lo quité de las manos y terminó por pasar desapercibido una vez comenzó nuestra discusión. Por un momento tengo la certeza de que está roto, razón por la que se me ocurre simplemente destruirlo, pero como sé que puede que tenga información valiosa, decido hacer una llamada rápida a su secretaria para que se encargue ella de que alguien venga a buscarlo. Agradezco que horas más tarde me avise de que pasará Lara, de quien ya he escuchado un par de veces, porque no estoy convencida de poder verle la cara a Hans tan pronto.

Josephine dijo que la mujer se pasaría a lo largo del día, por lo que tampoco interrumpe mucho con mi horario corriente y perfectamente puedo estar en la casa cuando aparezca. De todas maneras, no le doy mucha importancia por no tener que asociarla con mi hermano, lo que deja espacio a darle vueltas a una situación que es imposible arreglar. Ahora que tengo la cabeza fría y el ambiente está más relajado, tengo tiempo para pensar, con claridad y desde un punto de vista algo más lógico que el de la Phoebe de esa noche. No sé como debo sentirme al respecto, pues las ideas que tiene mi hermano metidas en la cabeza no concuerdan con la imagen que tengo de él, pero su confesión de hace apenas unos días no es más que otra razón para confirmar lo diferentes que somos. Por otro lado, aunque siga siendo mi hermano, ¿hasta qué punto estoy dispuesta a hacer oídos sordos y ojos ciegos a las acciones de una persona que quiero?

Mis pensamientos son interrumpidos por el sonido del timbre, que me produce un sobresalto por todo el cuerpo al salir del trance en que me encuentro. Me levanto del suelo, sobre el cual estaba sentada sobre mis piernas a la altura de la mesilla baja del salón. No tengo el tiempo de recoger las cartas que yacen sobre la misma, por lo que solo las amonto de mala manera de forma que aún siguen esparcidas, pero es menos evidente. Abro la puerta para encontrarme con la figura de una mujer morena y menuda, a quien termino por dirigirle una sonrisa. – Tú debes de ser Lara. Phoebe, creo que nunca llegamos a presentarnos. – Porque nunca nos vimos, principalmente. Le tiendo la mano educadamente para estrechar la suya antes de dejarla pasar al interior, revoloteando mis ojos por su figura disimuladamente. He escuchado hablar de ella por boca de Hans, alguna que otra vez la mencionó, por lo que sé quien es, aunque está bien poder ponerle cara después de tanto tiempo sabiendo de su existencia. – Mmhhhh… Aquí está, no he probado a ver si enciende, pero no parece que haya muerto del todo, quizás puedan arreglarlo. – Digo con un encogimiento de hombros en lo que le tiendo el comunicador de mi hermano.
Phoebe M. Powell
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Derramo parte de mi café al escuchar que la voz femenina del teléfono corresponde a la secretaria del ministerio de justicia, y pierdo un poco los papeles al no saber qué decir en respuesta, que lo único que hago es mover mi varita para limpiar la mancha antes de que se produzca un cortocircuito. A una seguidilla de monosílabos para que supiera que no pierdo detalle de lo que me dice, acepto el viejo encargo de reparar algo para el ministro y en vista de que mi horario de trabajo acaba, acuerdo ser quien pase a buscar el comunicador por la dirección que me dice. Cuando cuelgo la llamada mi rostro se desencajada por completo y no puedo creer que la conversación anterior fue real, no logro hacerlo encajar en todo lo que ha venido ocurriendo. Podría haber recibido el comunicador de la propia mano de Hans, en cambio lo que tengo es la dirección de la casa de su hermana dada por su secretaria que me sacó de una agenda de contactos. Es un trabajo menor que me pida solucionar esto, no me llevará más que un saludo recuperar el aparato, se siente tan extraño cuando mi acuerdo con Hans cambió mucho de lo que era inicialmente.

Me siento incómoda, más no niego que también curiosa, al presentarme a la puerta de Phoebe y tras una pausa de vacilación toco el timbre para anunciarme. Puede que a Hans no le agrade saber de este encuentro si me baso en su reacción cada vez que se enteraba de las personas que teníamos en común, pero no veo por qué tendría que enterarse de esto. Si no puedo arreglar el comunicador para dejárselo a Phoebe, se lo llevaré mañana a Josephine. Está demasiado ocupado con otras cosas como seguir un rastro a partir de un anillo, por ejemplo, para que atienda a estas situaciones. La sonrisa de la mujer que me recibe apacigua mi inquietud y el que sepa mi nombre me hace curvar las cejas por la sorpresa, inmediatamente lo asocio como un dato que Josephine le habrá dado. —No recuerdo que nos hayamos visto antes— coincido con ella. —Es un gusto, Phoebe— la saludo tomando la mano que me ofrece para estrechársela, en ese contacto aprovecho para echarle una mirada que se detiene en los rasgos de su cara y me encuentro tratando de definir el parecido con Hans o Meerah.

Al seguirla, desplazo mis ojos por la sala que descubren algunos objetos de decoración peculiares y una baraja de cartas dispersas en la mesa, y no son de esas cartas que se usan en las mesas de apuestas, sus figuras son las que se usan para hacer lecturas. Alguna vez me tropecé con una mujer que se ofreció a leer las líneas de mis manos y a su ceño fruncido al comenzar a indagar en mi destino, le respondí con mi total escepticismo. Recibo el comunicador para examinarlo primero con mis dedos, después con unos toques de mi varita. Silencio el chirrido que se produce, y hablo por encima de la tarea en la que me enfrasco con la mitad de mi atención, la otra mitad está pendiente en la mujer. —Veré si lo arreglo en unos minutos, así se lo puedes devolver a tu hermano— y que mi colaboración sea como mucho una mención. —¿Haces lecturas?— pregunto, en un vistazo fugaz a las cartas que me intrigan. —Había escuchado que eras profesora…—. Si habían dicho de qué no lo recordaba y mi contacto con el Royal es casi nulo desde que me gradué.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Sonrío, como apreciación a que yo también me alegro de habernos conocido al fin. No es que nada de esto nos convierta en amigas, casi apenas podemos catalogarnos como conocidas, pero sí que me pica la curiosidad por saber que clase de relación es la que tiene con mi hermano. No lo planteo en voz alta, evidentemente, no tengo la confianza suficiente con ella como para hacerle una pregunta tan directa, lejos de meterme en lo personal. Aunque para ser sinceros, tampoco me veo formulándole este tipo de curiosidades a Hans, mucho menos después de lo que ocurrió la última noche. – ¿Conoces desde hace tiempo a mi hermano? Perdona la intromisión, es solo que te ha mencionado un par de veces y nunca supe realmente si trabajas para él o qué otra cosa... – Oh sí, esto es mucho menos evidente que preguntarle directamente si es que es una compañera algo más íntima. ¿Dónde se quedó lo de la poca confianza? Muy bien, Phoebs.

En cuanto coge el aparato, libero mis dedos y los muevo para después cruzar las manos sobre mi pecho. – Oh, de acuerdo, ¿tan rápido? Sí que eres eficiente… Sinceramente esperaba no tener que encontrarme con Hans hasta dentro de bastante... ya sabes, bueno, hermanos. – Digo como si todo eso sumara nuestra disputa, haciéndolo ver como si solo fuera una discusión entre hermanos cuando tristemente es mucho más que eso. Eso me hace soltar una risa incómoda, aunque me apresuro a esconderla cuando se fija en la mesa. Mi mirada se va inmediatamente hacia ella, cayendo en las cartas apiladas las cuales me he olvidado por un segundo de su existencia. – Podría decirse que sí, lecturas, predicciones, llámalo como quieras. Un obsequio de mi tatarabuela, no cualquiera se lo toma en serio. – Heredar la videncia de mis antepasados es algo que si bien no fue algo que me esperara, me ha ayudado en bastantes ocasiones a escabullirme de problemas. – ¿Por qué? ¿Te interesa? – Extiendo mi mano en dirección a la mesa, como ofreciéndole asiento con una sonrisa ladina. Esto podría ser divertido.

Su pregunta, por otra parte, me saca un segundo de querer leerle el pensamiento, recogiendo mi mano nuevamente hacia el pecho. – Adivinación, en el Royal, no llevo mucho tiempo en el puesto igual, aunque puedes imaginarte por qué me lo dieron. – Si algo me ha demostrado el trabajar allí, es que ser vidente va ligado a un contrato de trabajo como profesor se tengan las cualidades apropiadas o no. En mi caso personalmente no me costó mucho adaptarme a la educación, no es que tuviera mucha afinidad por relacionarme con adolescentes y dar clases al principio, pero he terminado por cogerle el gusto. La lucha por la supervivencia frente al conformismo, supongo.
Phoebe M. Powell
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Invitado
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Definitivamente, su parecido es con Meerah. Su indagación sobre las razones que me vinculan con su hermano me provoca una marcada sensación de deja vú, creo haber tenido esta charla antes y recuerdo mi honestidad inadecuada con una niña que no dio vueltas al preguntarme si me acostaba con su padre. Tengo que reconocerle a la mujer que tengo enfrente que es mucho más sutil en su interés, algo que habla bien de su carácter, y me da un margen a negarlo rotundamente fiel a mi costumbre de actuar en negación -como bien me hizo notar Hans en una ocasión- y mentir. La cuestión es que dudo que tan válido sea mentirle a Phoebe, una cosa es ser discretos en el ministerio, pero otra es tener que evitar a su familia, la cual supongo que hablará de vez en cuando y teniendo en cuenta que Meerah no es de guardar las confidencias que le hago, bastará una charla con su tía para ponerla al tanto si es que surge mi nombre. —Lo conozco desde hace unos años— admito. —Él me hizo un par de favores, yo le hice otros…— lo digo como si no tuviera gran importancia, cuando creo en mi fuero interno que esos favores fueron lo más trascendental y es la última cosa que jamás contaría a nadie. Que me acuesto con Hans, por más que puedo escuchar su voz diciendo que no hay razón para dar explicaciones, es algo que no me cuesta reconocer si es que con solo mirarme o vaya a saber qué clase de fama tiene él, la gente lo da por supuesto de entrada. —Y se han dado otras cosas también— respondo, usando la misma palabra ambigua que ella. —De vez en cuando, nada serio…— ajá.

No tengo idea de cómo funciona una dinámica de hermanos por no tener ninguno, y por lo que sé, la historia de estos dos de por sí es complicada. ¿Acaso todos los primeros favores que le hice a Hans no tenían que ver con su intención de hallar el paradero de Phoebe? Siento de nuevo que conozco un par de detalles de esta familia que no debería, y me sorprendo de poder interpretar su comentario sobre preferir un encuentro próximo con su hermano, recordando parte de mi conversación con él. Ah, bien. Hay un letrero muy grande que me dice que este no es un territorio al que debería entrar. —Ah— murmuro. —Creo haber escuchado algo sobre eso… —. Ahí voy, en caída libre al territorio que no debía. —Tu hermano también te menciona a veces—. No me importa qué, si es que el comunicador vuelve a funcionar se lo dejaré en su mano, me haré la desentendida y que sea quien se lo dé a Hans. Que me mencione es lo de menos a estas alturas, si solo necesitan una excusa para hablar que lo hagan. No cabe en mí que después de toda una cruzada por el norte, en la cual colaboré mínimamente sin saberlo, una discusión baste para que sean tercos en la indiferencia y Hans se lamente, aferrándose a una botella de vodka, de que su hermana lo desprecia. —Es una pena que después de tantos años separados, puedan hacer eso de evitarse un tiempo—. ¿Quién te preguntó, Lara? ¡Volvé a lo tuyo!

Preguntar por las cartas de tarot también parece un buen tema alternativo de conversación mientras espero que el aparato se reinicie para comprobar que está en buen estado. Ah, bien, la tararabuela adivina es un dato de color para agregar a mi colección sobre cosas que sé de los Powell que no entiendo que trascendencia puede llegar a tener en mi vida, pero los voy colocando todos en una cajita que se está llenando a rebosar. Me siento tocada por eso de ser las personas que no lo toman en serio, y esta vez sí, mantengo mi boca debidamente cerrada. Dudo sobre si mostrar interés en lo que pueda decirme, más que cualquier adivina, lo que me llama la atención es lo que una Powell pueda decirme sobre mi futuro, puesto que por un favor a uno los últimos años estuvieron embargados. —Podríamos intentarlo— me escucho decir, y finjo que el comunicador sigue inútil, para acomodarme al borde de su sillón. —No sé muy bien cómo funcionan las contrataciones de maestros en el Royal— comento. —Al menos, ¿te gusta? A veces creo que a mí me gustaría trabajar con adolescentes, conversar con ellos se me da más fácil que hablar con otros adultos—. Esto podría deberse a ciertos rasgos de mi carácter un tanto críticables en alguien de treinta años, que se supone que debería asumir responsabilidades, hacer frente a los problemas y cargo de sus decisiones. Eh... no. —Pero no creo que tenga cosas buenas que aportarles, en general— hay que decirlo.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Elevo la barbilla como si fuera a asentir con la cabeza ante su declaración, más haciéndome la interesante mientras proceso la información que me da en una respuesta un poco más elaborada. La dinámica de los favores no es la primera vez que la escucho, Hans mismo me comentó acerca del mismo tema la última vez que nos vimos, y honestamente, no terminó muy bien que digamos. Lo que dice después, por otro lado, hace que se me escape una sonrisa que bien podría calificarse como traviesa. – Entiendo. – Murmuro, repasándome los labios rápidamente en lo que paso saliva. – Siento el interrogatorio, es una tontería pero la única vez que recuerdo ver a mi hermano con una mujer él tenía once años y no mucha experiencia en el tema. – Es una confesión que no hubiera esperado hacerle a una extraña, no suelo hablar del pasado si puedo evitarlo, pero la imagen de Hans de niño tratando de cortejar a una compañera de clase por aquel entonces es demasiado graciosa como para no traerla a la luz. – Espero que por lo menos ahora tenga un poco más de idea. - ¿En serio estoy bromeando sobre las técnicas sexuales de mi hermano?

Sé por donde ha querido ir con ese comentario, lo veo justo, pues no hace menos yo acabo de preguntarle por cosas que no son de mi incumbencia. Pero me cae bien, y de lo que sea no lo hace con mala intención, o al menos no aparentemente. – Es un poco más complicado que eso. – Trato de distraer la mueca que hago con los labios encogiéndome de hombros. Si solo nuestra historia fuera algo más similar a complicado todo sería muchísimo más fácil. – Hans y yo, tomamos caminos muy diferentes, por las causas que fueran, y eso es algo que el tiempo no puede arreglar me temo. – Si esta chica es tan cercana a Hans como creo que es, de seguro ya sabe las razones por las que mi familia se rompió. – Hans sigue resentido por lo que pasó, cree que de alguna forma él es culpable y responsable de las acciones de mi padre, por eso buscó venganza, pero no creo que con eso haya llegado a sanar. – O que lo vaya a hacer. Cuesta reconocer que las personas cambian, no somos los mismos Hans y Phoebe que cuando comíamos chocolate a escondidas en la alacena. – Pero es mi hermano, se nos pasará. – Espero.

Su aceptación es lo que hace que cambie de humor casi al instante, dejando que se acomode en el sofá mientras yo me coloco frente a ella en el suelo para empezar a recoger las cartas. Las apilo entre mis manos de forma rápida mientras escucho lo que dice, cortando la baraja en tres partes para empezar a posarlas sobre la mesita central en una formación estrellada. – Eso es porque no tienen miedo de decir las cosas tal y como son, los adultos somos algo complicados si me lo preguntas. Pero sí, me gusta, no es lo que hubiera esperado de un lugar como el Royal después de haber vivido en el norte. – Si voy a ser sincera creía que me iban a comer viva al principio, aunque supongo que ser la hermana del ministro de justicia tiene sus ventajas a fin de cuentas. – ¿Por qué dices eso? – Pregunto cuando asegura no ser una buena fuente de aportación, dejando por un momento de colocar las cartas para prestarle mi completa atención. – No creo que eso sea verdad, después de todo, estás juntándote con Hans, ¿no es cierto? No quiero decir nada pero mi hermano no desperdicia su tiempo con gente que no crea que merece la pena. – Si él se fijó en ella, de seguro tuvo algo más bueno que aportarle.
Phoebe M. Powell
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Me muerdo los labios para reprimir una carcajada al imaginarme lo que habrá sido de aquel niño de once años, cuando él mismo por su cuenta admitió lo torpe que era en sus primeros intentos con las chicas. -Ha pasado mucho tiempo desde entonces...- digo, la sonrisa se me escapa por las comisuras de la boca. Fracaso en no reírme por su esperanza de que Hans tenga mejores habilidades desde aquel entonces gracias al tiempo y a la práctica, y sobre ésta última no pienso hablarlo con su hermana, desconozco sus otras experiencias y no tengo en mente preguntar, así que quedaría darle mi opinión... y no. -Va mejorando, quizás le falte un poco, pero tiene potencial- bromeo. Me dura poco el buen humor. Se un poco sobre cosas complicadas, y por afán de que todo en mi vida sea sencillo he volado como una pluma en medio de un par de tormentas, tratando de tomarme con calma las dificultades y evitando los conflictos. Entre las reglas para poder vivir a la ligera estaba evadir todo lo que se tornara complicado y eso también incluía a ciertas personas, es algo que no he podido hacer en el último tiempo y por eso estoy como estoy. Si se tratara de una relación de cualquier otro tipo, el consejo con mi firma para Phoebe sería que tomara distancia. Pero se trata de un par de hermanos y ese es de los vínculos que no deberían dilatarse.

-No sé si sea algo para arreglar. Todas las personas comenzamos o elegimos caminos diferentes...- le digo, desde mi manera de pensar y que puede que discrepe un poco con el de la mayoría. -Pero coincidimos en algún momento u otro, nos mantenemos juntos el tiempo que sea y no porque tengamos un camino en común-. De las personas con la que he coincidido saqué esta impresión, y de su hermano en especial, que no es alguien con quien hubiera esperado ver más allá de nuestras reuniones de un favor por otro favor y entre los dos hemos discutido mucho sobre qué hacer por tener maneras de vivir y de pensar muy opuestas. -Creo que en la vida nos encontramos con mucha gente y nos convertimos en puntos donde un montón de caminos se chocan todo el tiempo- lo gesticulo con mis manos simulando que dos cosas imaginarias colisionan, con mi varita y el comunicador entre los dedos, y acabo con un encogimiento de hombros. -Me gustan un poco las metáforas...- explico. A lo siguiente que dice, no hay manera poética de darle la vuelta. Frunzo mis labios después de un par de intentos de contestar sin que me salga palabra, y es que no sé si quiero hablar francamente sobre el boggart en el ropero de Hans y el cliché de niño herido que es. -Creo...- me atrevo a decir muy suavemente. -Que con todos sus errores, tu hermano se enfrenta cada día a la idea de tu padre y toma decisiones para ser mejor que él. Está haciendo su mejor esfuerzo. Es solo que al faltarle un ejemplo, tiene que descubrir por su cuenta cuál es la mejor manera de hacer las cosas, por eso se equivoca tanto...- y quizás estoy hablando un poco más de la cuenta.

Sigo con mi vista el modo en que dispone las cartas, si es eso tiene alguna importancia para la lectura, y voy cayendo lentamente en la intriga de saber qué me dicen las fuerzas del universo con un par de figuras acomodadas aparentemente al azar. -No lo sé, si hago memoria de mi época de adolescente me sentía víctima del mundo y que mis problemas eran de emergencia nacional- me río de mi misma. Puedo empatizar con los dramas de pubertad, con las responsabilidades adultas no tanto, siempre voy un paso por detrás de quienes se recibieron conmigo en el Royal. Mientras la veo acomodar las cartas, aprovecho para indagar: -¿Y... qué tal el norte? ¿Fue tan malo como... bueno, podría juzgar a partir de tu hermano? Ya sabes, hizo un par de cosas para encontrarte y me da la idea de que necesitaba "rescatarte" de ahí...- farfullo, aunque difiero de que esos distritos sean el fin del mundo al que nadie quiere ir. De alguna forma, se han adaptado para subsistir fuera de los beneficios del Capitolio. Vuelvo a reírme con lo que dice después. -¿Qué? Es todo lo contrario- le aclaro- Tu hermano pierde tiempo conmigo y tiene que andarme detrás para que... no sé, no junte dos cables incompatibles y haga explotar una cuadra de edificios. Conoce bien mis defectos... digo, en serio, tiene una lista- le cuento y señalo a las cartas con mi dedo índice. - ¿Y entonces... que dice el destino de mí?
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
No puedo no reírme de la broma que hace en referencia al potencial de Hans, no queriendo saber a qué se refiere realmente con eso, aunque en estos momentos se siente una conversación tan prohibida como ocurrente. Por eso mismo me llevo la base del dedo índice a los labios para ocultar la risa que se me escapa, soltando un suspirito después cuando el tema se vuelve tenso. – Es una buena teoría, te daré eso. – Afirmo. No sé hasta que punto esos caminos se cruzan o se separan en el tiempo, pero es una bonita forma de pensar que los que están destinados a juntarse lo harán en algún momento. – El punto está en que muchos de esos caminos que tomamos nos llevan por experiencias muy diferentes, experiencias que marcan en la vida de una persona. He vivido cosas que Hans no podría ni imaginarse, al igual que yo no puedo dictar por lo que ha sufrido él cuando yo no estuve. – El abandono, tener que aprender a sobrevivir por mi cuenta siendo muchísimo más joven que, pongamos Meerah; estar al borde de morir por hambre… no son cosas que se olviden con facilidad. – Podemos entendernos, pero nunca llegaremos a comprendernos del todo, ¿sabes? – No como lo hicimos cuando éramos unos mocosos, al menos. – Pero es mi hermano, le quiero, no voy a dejarlo escapar tan fácil. – Aseguro, aún si tenemos que tachar la política de nuestra lista de temas de los cuales conversar.

Me tomo por interesada cuando pone en la mesa lo que opina sobre la situación con nuestro progenitor, pensando que un punto de vista ajeno siempre resulta refrescante para la memoria. – Ya sé… No es fácil vivir bajo la sombra de lo que hizo nuestro padre, pero a veces siento que se lo toma demasiado personal, como si fuera su responsabilidad limpiar el nombre de nuestra familia. Sus errores no lo definen. – Por alguna razón me siento culpable, porque le dije algunas cosas a Hans que no debería haber dicho, cosas que ahora sé lo mucho que le afectan. En el momento estaba cabreada, y aunque sé que no es una excusa válida, siento que debo llamarle en este mismo instante para disculparme por mis palabras.

No puedo hacer eso porque tengo a Lara sentada en el sofá de mi casa, pero hago una anotación mental de ser lo siguiente que haga cuando hayamos terminado con esto. Que hable de sus años de adolescencia hace que una pizca de envidia se acumule en mi interior, pues nada más me hubiera gustado que compartir una historia similar. Su interés por el norte, en cambio, provoca recuerdos mucho menos placenteros que cualquier problema de adolescente. – Bueno, si obviamos la parte en la que prácticamente vivía debajo de un cartón y me alimentaba a base de envases medio abiertos… no estaba mal. – Pretende ser una broma, pero creo que me cargo todo el lado humorístico cuando caigo en la realidad del asunto. – Esos fueron los peores años, pero poco a poco fui ganándome un lugar, recolectando a un par de amigos por el camino y… ¿honestamente? A veces lo extraño. – Sé que va tomarme por loca, que teniendo todo lo que tengo aquí como se me ocurre pensar en echar de menos el olor a cloaca del once, pero esa es mi verdad.

Volver a bromear sobre la relación con su hermano me saca de tener que seguir hablando de mi deprimente etapa adolescente, y una vez más, me encuentro riendo a costa de Hans. – Bueno, perdiendo el tiempo o no, pasa tiempo contigo, que es mucho más de lo que pueden pedir otras. –  Como quiera mirarlo eso ya es cosa suya. Vuelvo a prestar mi atención a colocar las cartas cuando ella misma siente interés por la lectura, lo que me hace alzar una ceja divertida. – Si te fijas se trata de la estrella de David, y esto en concreto sirve para alertarte sobre algún problema o desvío inesperado que puedas tener en un futuro cercano, ¿me sigues? – Lo haga o no ya estoy ordenando el último lugar de las cartas para concentrarme en las mismas. Elevo la mirada tan solo de mis ojos hacia ella, permaneciendo con la cabeza gacha en lo que trato de analizar el sentido de las figuras. Muevo una de las cartas para cambiarla por otra, dándole la vuelta a la última en lo que vuelvo a repetir el movimiento con la que está en el medio. Cuando he terminado de hacer algún que otro intercambio más, revelo la carta únicamente hacia mí. – Oh. – Esto de repente se volvió muy interesante.
Phoebe M. Powell
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Nunca pensé que terminaría teniendo como pasatiempo tratar de quedarme con la última palabra si con quien hablo es un Powell, y en el caso de Phoebe no es porque quiera tomarle el pelo, sino porque no descanso en mi intento de explicarme mi punto de vista que pueda convencerla de que no todo está condenado a un camino que acaba en precipicio. Más metáforas, por cierto. Puede que no sea la persona más optimista del mundo en cuanto a mi propia vida, porque si me pongo a contar las veces en que le he dicho a su hermano algo así como «esto va a acabar mal, porque no puede acabar de otra manera que no sea… mal», no soy quien para venderle pensamientos de finales felices, reconciliaciones y perdones a nadie, pero aquí voy: —¡Ese es el punto!— exclamo, si tuviera un par de años menos hubiera sonado como un chillido, me gusta pensar que esta vez mantuve mi compostura de adulta y soné madura. —De que han vivido experiencias distintas, de que lo que puedas decirle y lo que él pueda contarte les ayude a crecer, a ser capaces de ver desde otras miradas, empatizar con el dolor de alguien más y… tratar de entenderse. Nadie nunca llega a entender del todo a nadie, es el intento en el que crecemos— aclaro, para que no frustre si es que no llegan a comprenderse como le gustaría. Expectativas realistas son mejores que idealizaciones románticas que acaban en decepciones, porque esperar demasiado de las personas siempre decepciona. —Y tu hermano va a escucharte porque… eres su hermana. Como no va a escuchar a nadie más, porque está ahora mismo sentado sobre un montón de cabezas, en lo alto de su torre de ego, seguro de que toma las mejores decisiones posibles— pongo los ojos en blanco, quizás exagerando un poco en mis gestos que se mofan de Hans. —El peligro de no ser capaz de ver desde otras perspectivas, es que acabe ciego y cayéndose de esa torre…— suelto todo el aire hasta vaciar mi pecho y vuelvo a respirar a un ritmo normal. —Y eso, no lo dejes escapar— digo al final.

Si alguna de las videntes que me crucé alguna vez me hubiera dicho que estaría en la sala de otra adivina, esperando a que mis cartas sean leídas y mientras tanto entrometiéndome en los espacios de su vida a los que me da permiso, porque no creo haber alcanzado el punto de invasiva aun, me reiría de todas ellas por no haberme advertido que sería la hermana de Hans. Bien jugado, universo. Hago una mueca que no disimulo por su respuesta franca a mi curiosidad. —Lo siento, no quería hacerte volver sobre malos recuerdos— contesto, pero no puedo quedarme en lo que es un modismo de amabilidad, porque no sería yo. —Si sirve de algo, siempre he creído que es bueno exteriorizar todo el dolor o la mierda que se guarda dentro. Poder decir en voz alta sea con enfado o con humor lo que nos… jode—. Solía hacerlo cuando era adolescente y la ausencia de padre así como las peleas con mi madre me hacían odiar el mundo, entonces iba a unos galpones abandonados del distrito seis en los días de tormenta con una chica con la que salía en esa época, y las dos gritábamos fuerte un par insultos al universo hasta que la voz se nos rompía. Después, me fui quedando sin voz, mordiendo mi rabia y solo escuchando los truenos en esos días grises. Sonrío suavemente cuando me dice que a veces echa de menos el norte. —Gracias— le contesto sin pensarlo. —Me ayudas a seguir creyendo en que nada nunca es absolutamente malo, se puede encontrar algo bueno que hace valer la pena—. Y si tenemos que hablar de aquello que está terriblemente mal y de todas formas asumimos el riesgo, me río de la impresión equivocada que le he causado a Phoebe. —Oh, no. No. No—. Entro en la negación repetitiva que tan bien me queda, agitando mis manos en el aire. —No es como si pasáramos tiempo juntos, no es diferente a otras veces con otras mujeres— intento quitarle importancia. Muestro más interés del que realmente siento en la estrella de David para no seguir con el tema anterior, y como una tonta contesto a su pregunta: —Suena genial, digamos que suelo tener tendencia a ciertos giros inesperados…—. Y me quedo a media frase porque su expresión me pone al borde del sillón. —¿Qué sucede?— pregunto con ansiedad.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
No sé que me hace más gracia, si que sea tan optimista o que lo sea tratándose de mi hermano. Que no es como que yo misma crea que nuestra relación vaya a terminar mal, pero una cosa es eso y otra muy distinta creer que vamos a tener sábados de confesión mientras nos hacemos trencitas. Vale, ahí quizás esté exagerando. Igualmente, la situación me hace reír, lo cual mejora con creces el tema de conversación, que ha pasado de intensa a ser medianamente humorística tratándose del ego de Hans. – Oh, ¿de veras crees que mi hermano va a escucharme solo por ser su hermana? Te recuerdo que para él sigo teniendo ocho años, es como si no hubiera crecido para él. Te aseguro que si me escucha es porque no le queda otro remedio y no porque crea que tenga la razón. – Lo cual en otro caso me hubiera molestado e irritado hasta cierto punto, pero que ahora charlando con Lara me resulta un tema fácil para bromear. – Pero bueno, es la poca familia que me queda, tan pronto se caiga de la torre estaré ahí para recogerlo… – Pese a que se comporte como un completo idiota a veces. – Y para darle un zape en la cabeza después también. – Bromeo. Eso es algo que haría mi madre de estar aquí, y no me doy cuenta de lo mucho que la echo de menos hasta que lo pienso. Si solo estuviera ella aquí con nosotros para bajarle de esa torre de ego por la oreja…

Hago un gesto despreocupado con la mano para restarle importancia a su disculpa. Mi pasado no es algo con lo que disfrute conversando, pero tampoco es algo que esconda. Evitarlo significaría que no lo he superado, lo cual creo que sí he aprendido a hacer con el tiempo. – Fueron malos momentos, pero al final son los que me han hecho ser como soy a día de hoy, y aunque me hubiera gustado que las cosas hubieran ocurrido de manera diferente, no es algo que pueda cambiar. – Simplemente he aceptado que las cosas malas no tienen por qué hundirnos más de lo que ya lo hacen por su cuenta, vivir en el pasado y resignarse a sentirse una miseria no es algo que me vaya a ayudar en el mañana. De modo que… ¿por qué lamentarlo? – Por supuesto, solo hay que buscar rodearse de las personas adecuadas que ayuden a ver el lado positivo. – Respondo optimista, sorprendiéndome por como han cambiado las tornas de un momento a otro. En su día Andrew fue quien dio un poco de luz a mi vida cuando lo había perdido todo, y después de él, Charles hizo un buen trabajo por hacer del once un hogar. No puedo quejarme.

Vuelta a las cartas, muevo los ojos rápidamente de un lado para otro ante mi nuevo descubrimiento, el cual no estoy muy segura de querer revelar a mi acompañante. – Oh, de seguro que este no te lo esperas… – Trato de mantener una cara neutra en lo que juego con la carta entre mis dedos, sin ser consciente de que se me escapa un quejido al ocultar una risa. – Bueno… ¿decías que solo tenías encuentros con mi hermano? – Que no la juzgo si se acuesta con más de uno, pero en el caso de que esa información sea negativa, no estoy segura de como tomarme yo misma este nuevo hallazgo. Muevo las cejas hacia arriba, llenando mis mejillas con un poco de aire en lo que tanteo como explicarle esto. – Digamos que te asegures de… bueno ya sabes, usar protección si no quieres terminar… – Muevo mis manos evitando el contacto directo con sus ojos en un intento de que ella misma asimile lo que le estoy diciendo. – Con una sorpresa. – Qué incómodo. Acabo de decirle a la mujer con la que mi hermano se acuesta que tiene cierta probabilidad de quedarse embarazada. Alzo la mirada en lo que mis labios se transforman en una línea apretada a la espera de su reacción. ¿No dije que esto sería interesante? Pues aquí tengo mi respuesta.
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Sí, creo que por ser su hermana está obligado a escucharla, todos tenemos a alguien en el mundo que debe decirnos cuando damos el paso equivocado que nos lleva al desastre y que seamos capaces de escucharle. Entorno los ojos al saber que la trata como una niña y me siento impulsada a decir sin tapujos: —No es como si él actuara muy maduro algunas veces—. En cuanto acabo de decirlo, mi expresión cambia rotundamente, me trago una maldición y respiro hondo. —Me siento mal por hablar así de él, en su defensa diré que yo tampoco soy muy adulta a veces…—. Si mi charla con su hermana acaba siendo un rollo interminable de pergamino con quejas, Hans puede enojarse con toda razón de hacerlo un motivo de mis conversaciones con cualquiera de su familia. Coloco una mano en mi pecho y con exagerado sentimiento, le digo: —Si haces eso, estaré más que tranquila. Sino donde sea que esté, en cualquier lugar de este mundo, en un futuro posible, siempre me estaré preguntando: «¿Qué habrá sido de Hans y su ego?»—. Bueno, ya basta. Pobre, hombre.

Siendo honesta conmigo misma, no sabía hasta qué punto me preocupaba que Hans no tuviera a alguien que le hiciera bajar los pies a la tierra, llegó demasiado lejos siendo demasiado joven, y el poder es una enfermedad que carcome con los años, a cuantos más años sentados en un sillón de autoridad, más se apartan de la realidad, es lo que me han enseñado. Sin sus padres, es cierto que Phoebe es la única familia que le podría echar las verdades en cara y a cada cosa que dice, reafirmo que es la persona idónea para eso. Sonrío en especial cuando dice que todo la ha llevado a ser quien es ahora, es un pensamiento tan sabio, que me da ganas de pedirle si también puede cuidar que yo no me caiga de mi propia torre de ego, pero no tengo la confianza para tal petición. No suelo creer en eso de que todo pasa por una razón, o que una seguidilla de eventos desafortunados nos llevan a algo mejor, tengo una visión mucho más pesimista. Esa de que iría a por todas las cosas que están mal mirando de frente, que cargaré con más arrepentimientos de los que podré contar. Supongo que como dice Phoebe, será lo que me haga quien soy. —Por lo que me cuentas de cómo vivías, me alegra que hayas encontrado personas así— digo, haciendo un repaso de mi propia vida y no, quizá hubo presencias positivas entre otras que eran más bien influencias negativas, en general duraron demasiado poco. —Me cuesta un poco entender eso de que… no importa el qué, sino con quién. Como todo se torna diferente dependiendo de la persona con quien compartes eso, ¿no? Pero creo que puedo empezar a comprenderlo…— murmuro.

Con las figuras a la vista puedo hacer mil suposiciones, del tipo «recibirás una noticia inesperada» o «tu vida cambiará radicalmente», proposiciones ambiguas de las que he escuchado en otros labios. La pregunta que se refiere otra vez a su hermano hace que actúe con cautela, ¿acaba de salir en la tirada? —¡Qué manía tiene este hombre de aparecerse hasta en mis cartas!— me quejo en voz alta. La expresión de Phoebe es todo, menos precisa. Sus cejas que se curvan, su mirada, sus mejillas infladas. ¡Ay, por favor! ¡¿Qué?! Si no me sobresalto con su respuesta, es por poco. Tengo muy clara cuál es mi contestación y eso es lo que me da la posibilidad de mostrarme con más calma de la debería, si es que vamos al caso de que siempre hay un margen de error en todo, que ese porcentaje crece y los recaudos pueden fallar. —Phoebe, con todo respeto, tu hermano y yo estamos en una edad en la que sabemos bien cómo prevenir sorpresas. Tomamos precauciones y lo único que nos falta es invocar a nuestros patronus—. No sé por qué digo esa tontería, tal vez porque me pone nerviosa lo que insinúa. No, no insinúa nada. Los malditos arcanos han sido explícitos, traidores. —No veo cómo algo así podría tomarnos de sorpresa, si ocurre sería algo acordado… ¡Y POR FAVOR!—. De pronto me está faltando el aire y me tengo que poner de pie, camino alrededor del sillón mientras parloteo: —¿En qué mundo posible nos ves hablando de tener un bebé? ¿Por qué querríamos tener uno?— le pregunto, me pregunto. —¿Por qué querría un tener un bebé de Hans?— musito, cerrando mis dedos en el respaldo del sillón y con mis ojos fijos por encima de la cabeza de Phoebe con una intensidad que podría derrumbar esa pared. —Él no querría, está aprendiendo a ser padre con Meerah. Y yo… sería una perra egoísta si tomara sola esa decisión—. Vuelvo mi mirada a las cartas que han dado su veredicto. —Tal vez no sea con él.
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Phoebe M. Powell
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El hecho de que estemos bromeando sobre la actitud de mi hermano me da una excusa para relajar el recuerdo de la noche en que discutimos, como si eso fuera a ayudarme a entender por qué a veces actúa de una manera tan distinta a la imagen que tengo de él. – De seguro le haría mucha gracia saber que estamos teniendo esta conversación sobre él. – Ironizo, pues más bien creo que tendría una reacción completamente contraria de conocer que su “rollete”, por llamarlo de alguna manera, y su hermana están cotilleando sobre él como dos niñas en el patio del colegio. Por esa misma razón suspiro, recordándome a mí misma que lejos de sonar infantil, se siente bien poder bromear sobre mi hermano como en los viejos tiempos. – Bueno, creo que tenemos derecho a no comportarnos como adultos de vez en cuando, en especial cuando te das cuenta de que la adultez no es tan maravillosa y gratificante como la pintan. – Sí, puede que la independencia tenga sus ventajas, pero el poder hacer lo que te dé la gana también conlleva responsabilidades que no estoy muy segura a día de hoy de querer llevar sobre mis hombros. Si me dieran un papel para firmar por volver a la época donde mi única preocupación era qué golosina llevarme a la boca a continuación, firmaría sin pensarlo y con los ojos cerrados.

Tengo que sonreír cuando Lara hace que me ponga a pensar sobre las personas que han sido de importancia a lo largo de mi vida, aunque en el último segundo se transforma en una sonrisa un poco triste. No estoy segura de que ella perciba la diferencia, pero el pensar que muchas de esas personas ya no se encuentran en mi vida me pone un poco nostálgica. Sin embargo, lejos de ponerme melancólica en una situación que no lo requiere, asiento con la cabeza ante lo que dice, abriendo mis grandes ojos como si se tratara de la más sincera verdad. – Mantener a esas personas en tu vida luego es complicado, así que si puedes aferrarte a ellas mejor. – Nada más decir eso me doy cuenta de que no creo haberme desprendido de ellas del todo. Un ejemplo de ello es Charlie, a quien no daba mucho futuro por seguir manteniendo el contacto hasta que una visita al once me aseguró lo contrario. – ¿Ese que te ha ayudado a comprenderlo es mi hermano? – Y dios me mate por ser tan petarda con querer ejercer de celestina con Hans, pero me atrevo a transformar mis labios en una sonrisa ladina mientras elevo varias veces las cejas. Todo esto con la finalidad de hacerla reír casi tanto como me estoy riendo yo con el asunto.

Su reacción me resulta de lo más divertida, por demás de esperada, no puedo más que taparme los labios con los dedos de una mano de forma disimulada y agachar la cabeza un segundo nada más. Porque apenas continúa hablando tengo que elevar la mirada para observar como se pone de pie en lo que creo que va a darle un infarto. Sus acusaciones y habladurías hacen que alce las manos y le enseñe las palmas para hacerle entender que no tengo ni idea de cómo se supone que esto puede llegar a ser posible, siendo ella la que tiene que averiguar eso por su cuenta. – No estoy diciendo que sea algo acordado, simplemente que… tengas cuidado. ¡Las cartas no siempre son fieles! Yo lo dejo ahí para que lo tomes u olvides que pasó si es lo que quieres, yo solo… - ¿Qué se supone que tengo que decir en esta situación? Esto es mucho más sencillo cuando la otra persona es alguien completamente ajeno a mi vida, con quien no tengo que conversar de lo feliz que me haría saber que voy a ser tía por segunda vez. – Tal vez. – Respondo a sus palabras, mirándola a los ojos antes de ir a rascarme la barbilla para evitar su mirada. Porque no conozco mucho a Lara, pero no estoy tan segura de creer que este supuesto bebé sería con alguien distinto a mi hermano. – Y…. ¿vas a ir pensando en nombres? – Muy probable es que no salga de esta viva después de haber hecho esa pregunta, pero ey, alguien tenía que decirlo, era una oportunidad de oro.
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Tengo un momento de seria duda de qué opinaría Hans sobre esta conversación. —No le haría nada de gracia…— pienso en voz alta, eso está más que claro. ¿Es exagerado pensarlo poniendo el grito en el cielo y pidiéndome que deje de conversar con su familia sobre lo que pasa entre nosotros, que ni siquiera nosotros sabemos decir qué pasa? Hacernos adultos no nos ha hecho más inteligentes, sabía decir con precisión que sentía por el niño que me gustaba a los doce años, tenía bien en claro que rasgos de su carácter lo hacían el más genial de todos los chicos que conocía y no me prepararon para la desilusión que sentí por forzar un primer beso que se sintió equivocado. Y en el otro extremo, casi veinte años después, está su hermano. Pese a que algunas veces me hace sentir que hago un retroceso por mis arrebatos infantiles, tengo que contradecirla en algo sobre la adultez. —Sí, puede que a veces esta etapa de la vida sea una perra, y que tomar una mala decisión traiga consecuencias, responsabilidades y arrepentimientos— coincido hasta ese punto. —Pero si hay algo que me gusta de ser adulta, es poder hacer una mala elección y que corra a mi cuenta. Tener la libertad de equivocarme, supongo—. Siempre me ha gustado eso, la sensación sea real o no de ser libre en mis decisiones y demostrarlo eligiendo la que están mal. Y sí, es la causa primaria por la que estoy atrapada en más de un caos personal.

La sonrisa en mis labios es débil cuando habla de aferrarse a las personas que son importantes, esa es una lista que nunca he escrito a tinta. ¿Quiénes son realmente importantes? Podría tirar un par de nombres al azar, personas que se han vuelto recurrentes, varias que me han conmovido lo suficiente como para querer mantener el contacto a pesar del riesgo, muchos conocidos, colegas y amistades para pasar el rato. Pero si un viento soplara fuerte, no sé cuántos de ellos se mantendrían. Si tuviera que elegir entre todos ellos, a quienes se han vuelto imprescindibles para mí, me asombra lo fácil que en realidad puedo ir dejar ir a las personas y lo incapaz que soy de aferrarme. He sabido despedirme a tiempo de quienes podrían haberse vuelto importantes, supongo que no encontré el momento de hacerlo con su hermano o que estoy demorándolo tanto que no lo veo cercano. —Tal vez— contesto con una evasiva, cuando me interroga sobre quien me hizo notar que cada cosa varía dependiendo de la otra persona, y lo digo tan seria que mi semblante delata que efectivamente, Hans puede que sea una de esas personas.

Y no quiero traerlo tanto a cuento, porque de mucho mencionarlo podríamos acabar por invocarlo, si se aparece de pronto en la puerta o en la chimenea, podría darme algo. El exabrupto que tengo por mí misma creo que bien podría llevarme de urgencias al hospital, con la presión arterial disparándose, entre la palabrería que suelto para tranquilizarme y todo lo que consigo es alterarme más. Con lo que arrojan las cartas, presiento que Hans moriría aquí mismo si se digna a aparecer. Estoy dividida entre no querer contarle nunca lo que dicen las figuras y la necesidad de contarle la predicción de su hermana para que se ría conmigo, aunque eso nos llevaría a preguntas del tipo por qué estoy aquí, y en realidad, no creo que se ría de esto. Palidecería del susto, creo que se bajaría otra botella de vodka él solo. Me sostengo en ese pensamiento de qué la última vez que estuvo en mi casa no hizo más que dormir para calmarme y desestimar la predicción. —Que no sea acordado y que sea un accidente es aún peor, estaré todo el tiempo preguntándome cuándo ocurrirá— exclamo, preguntándome que tan grande es el margen de un accidente con el que estamos tratando, de pronto se ve tan inmenso como un agujero negro. —Me niego a pensar en un nombre, puede que falten años para que esto ocurra—. Primera resignación, esto ocurrirá. Estoy negociando con el universo cuánto es el tiempo que tengo. —Puede que falten años, ¿verdad? ¿Quince? ¿Diez?—. Echo un vistazo a las cartas para que ellas digan algo. —Bien, de acuerdo. No sé si quiero saber más sobre esto, yo sólo…— respiro muy hondo, lleno mis pulmones de aire y mi voz sale con dificultad de todas maneras. —Dejémoslo ser—. Muevo mis manos para ilustrar mi expresión, como si estuviera dando vuelo a una pelusa. —Si tiene que ser, será. Si no tiene que ser, no será— repito como un mantra. Y luego dirijo una mirada intensa a la vidente, que acaba de cargarse con una responsabilidad que todavía no dimensiona, porque no puedes predecir un bebé y no hacerte cargo después. —Pero si llega ocurrir… volveremos a tener una charla entre nosotras y ve preparándote para tus tareas de madrina. No puedes solo ir diciéndole a la gente que tendrá bebes, ¡por Morgana!
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Phoebe M. Powell
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Me gusta su punto de hacerse cargo de las consecuencias de una mala decisión y me encuentro a mí misma analizando las pocas así más importantes que he tomado yo por mi cuenta. Caigo en la sorpresa de que no son muchas las que han sido así, pues han sido las condiciones de otros los que han constituido un cambio mayor en mi vida. Primero mi padre, cuando no me dio la opción a crecer en una familia y tener una adolescencia normal, terminando con la imposición de la ministra a que trabaje en un colegio sin tener idea de como dar una clase repleta de críos. Ambas son decisiones en las que yo no tuve voz ni voto, independientemente de como hayan acabado las cosas me quitaron de esa opción y eso repentinamente me enfada. – Supongo que sí. – Me resigno a admitir sin más, encogiéndome de hombros. No es la primera vez que alguien toma decisiones en mi nombre, pero puedo asegurar que a partir de ahora no existirá una próxima.

Hago un esfuerzo por estirar las piernas que se me han quedado medio tontas de estar sentada encima de ellas y me pongo en pie, cruzándome de brazos y echándole una pequeña mirada a las cartas desde arriba. – Bueno, no lo sé, ¿quieres tener un bebe a los cincuenta? – Le pregunto, sin poder esconder la sonrisa que asoma por los labios. Es bueno que esté mirando hacia abajo. – Desgraciadamente esto no funciona como un reloj de arena, no tengo ni idea de cuando va a ocurrir, supongo que esa es la parte divertida, ¿no? – Aunque ahora que lo digo, no estoy muy segura de si esa es la palabra que ella usaría dada la cara de espasmo que tiene ahora mismo. Desafortunadamente la videncia no proporciona una fecha exacta de cuando van a tener lugar los acontecimientos esperados, eso sería demasiado fácil, casi como hacer trampa. No, me temo que tendrá que esperar para saber lo que le deparará si este bebé llega a nacer y en las condiciones en las que lo hará. Nadie más que ella misma lo sabrá en el momento.

Bueno, por lo menos ya parece haberse hecho a la idea de que este bebé va a ocurrir en algún momento y aunque no tendría por qué ser así porque como dije la adivinación es una ciencia muy indiscreta, asiento la cabeza afirmativa. La idea de ser madrina me da la risa, pero esta vez ni me preocupo por ocultarlo. – Eh, eh, alto ahí, la gente viene a mí, yo solo me dedico a darles lo que quieren. – Me mofo, extendiendo los brazos y alzando las manos en señal de inocencia. He leído muchas cartas, escuchado muchas historias y tenido sueños muy raros que al final terminan por tener lugar, lo que no me hubiera esperado de hoy es terminar el día conociendo que voy a ser madrina. Si es que este bebé es de mi hermano, claro… – Siempre existe la opción de que me lo haya inventado. – Digo completamente seria, solo para terminar esbozando una sonrisa de lado y alzando la ceja a modo de broma. Vale, ya basta de reírme de las desgracias ajenas, en algún momento el karma va a devolvérmela seguro.
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No lo sé— reconozco en voz alta, —Nunca había sacado la cuenta de cuándo es que me gustaría tener un hijo. Siéndote honesta, nunca lo hice un plan, creo que hay suficientes niños al mundo como para traer otro. ¿Sí sabes que somos una gran fuerza contaminadora del planeta, verdad?— trato de hacerlo un chiste, rodar los ojos como si me moviera una consciencia ambiental, la misma excusa burlona que solía usar con mi madre las pocas veces en las que salía el tema, y con Phoebe me permito ser un poco más sincera por lo que me ha dicho hace unos pocos minutos, sobre sus experiencias en el norte y lo difícil que pudo ser esa vida. —Y como está el mundo, de a ratos tan mal, ¿por qué tendría un hijo?— dejo que ella me dé una buena respuesta si es que la tiene, yo no la tengo. Y vuelvo a preguntarme a mí misma, si sus suposiciones son ciertas, por qué de todas las personas sucedería con Hans. Claro que no hay una fecha estimada, miro a la nada como si estuviera pesando el tiempo en esta habitación, en todas las cosas que podrían cambiar, en lo lejos que podría estar de este lugar, y la premonición se cumple, algo me dice que no tendré diez años por delante para impacientarme con la idea. Porque las palabras dichas cobran fuerza, sean broma o insinuación, hizo su veredicto y quedará esperar a ver si se concreta. Me he resignado a esto por unos minutos, cuando cruce la puerta podré reírme y recomponerme lo suficiente como para tratarlo como un mal chiste.

Mi cara de estupefacción no tiene igual cuando en una elección descuidada de palabra, dice que quienes acuden a sus tiradas reciben lo que quieren. No lo que buscan, ni siquiera lo que necesitan. —¿Un bebé?— repito, porque no me llevo de este encuentro una tirada de cartas, sino la predicción de un bebé y conozco mi mente, estaré dándole vueltas a esto cada vez que me distraiga del trabajo, a veces se presentan cosas que por no tener una definición precisa, les encuentro mil significados, uno más errado que otro. —No sé si creerte…— la miro de soslayo con suspicacia. —¿Y sí ahora dices que te lo has inventado para que baje la guardia y suceda?—. Pese a planteárselo como una posibilidad real, hay un amago de sonrisa en mis labios, pues la hermana de Hans ha demostrado tener un sentido del humor que me resulta simpático en su perversidad, lástima que soy la víctima en esta ocasión. —O… ¡espera! ¡Ya entendí!— chasqueo los dedos como si acabara de resolver todo lo incomprensible de esta situación. —¿Eres un poco celosa de tu hermano? ¿Haces esto de la predicción del bebé para asustar mujeres y huyan si no buscan nada serio con él?— la interrogo con un dejo de diversión, porque mi conclusión es que he caído en una trampa, no sé si de Phoebe o de algo que me supera. —Creo que nos hemos ido de tema— me doy cuenta riéndome por lo bajo, meneando la cabeza como si este también fuera otra de las situaciones hilarantes que llevan un tiempo rompiendo mis hábitos. —Yo… tenía que entregarte el comunicador— recuerdo, reencontrándolo en mi posesión para colocarlo en su mano.
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Phoebe M. Powell
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Su filosofía de que hay muchos niños en el mundo por alguna razón me hace reír, casi tanto como el hecho de que nos culpe a nosotros de los cambios globales que está sufriendo el planeta con el paso de los años, lo que me hace rodar los ojos entre divertida por su comentario y algo preocupada. – No lo sé, a veces simplemente pasa. – Respondo sin darle más vueltas a su pregunta sobre por qué tendría un hijo viendo que las cosas están tan mal. Desafortunadamente conozco más casos de gente que se ha encontrado en las circunstancias de tener que criar a un bebé por error que por haberlo querido desde un principio. Y sé de lo que hablo porque yo misma soy uno de esos casos, uno que nunca llegó a completarse, es cierto, pero siempre estuvo la opción de que ocurriera. Con eso no quiero decir que no lo hubiera querido, pues me considero alguien que suele sacar el beneficio y el lado optimista de cualquier situación, aunque no voy a negar que en su momento fue realmente una sorpresa.

Me abro de brazos y me encojo de hombros, un tanto divertida pese a que en el fondo sé que no debería reírme por las desgracias – o no tan desgracias – ajenas, aunque es evidente que solo estoy jugando con ella. – Siempre existe esa posibilidad. – Digo, segura de que todavía estoy confundiéndola un poco más de lo que ya está. Supongo que solo ella está en la decisión de si creer en lo que digo o cruzar por esa puerta con una mentalidad nueva y la idea de que esto no ha sido más que una tontería que contar a sus amigas. Vuelvo a llevarme los brazos cruzados al pecho, dejando que mi peso se acomode en una de mis piernas cuando hace ese gesto con los dedos. No puedo evitar soltar una risita al escuchar lo siguiente. – ¿Celosa? Prfft, creo que es lo suficientemente mayorcito como para saber lo que busca con las mujeres sin la necesidad de que yo le haga el trabajo. – Y tampoco es como si quisiera meterme en su vida amorosa. Somos hermanos, sí, pero siempre hubo una clara distinción a la hora de hablar de estos temas tan delicados que corresponden a la intimidad.

Se me había olvidado por completo el comunicador, el cual de repente se encuentra entre mis manos. – ¿Seguro que ya funciona? – Formulo mi duda jugueteando con el trasto entre mis dedos, viendo la curiosidad apoderarse de mí por unos segundos en los cuales me animo a mover la pantalla. Lo apago al instante, no muy segura de querer encontrar lo que sea que haya dentro. – Bueno, Lara Scott, quién sabe, la próxima vez que nos veamos puede que tengas barriga. – Bromeo entre risas, bordeando la mesa para acercarme a la puerta al mismo tiempo que le echo un vistazo a la habitación por si acaso se deja algo. – Pero no se lo digas a mi hermano, a él sí puede darle algo. – No creo que en su cabeza exista la remota posibilidad de contarle nuestro pequeño encuentro a Hans, al menos no por ahora, solo espero por mi bien estar equivocada. No me haría ninguna gracia tener encima la culpa de un bebé que nadie buscó.
Phoebe M. Powell
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