The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Invitado
Invitado
Con los años que tengo se creería que abandoné el hábito de presentarme a las reuniones como escolta de mis padres, podría con un poco de esfuerzo conseguirme una compañía propia si quiero asistir o en el mejor de los planes, rechazar la invitación y quedarme en mi casa a hacer explotar calderos con pruebas de hechizos. Sigue siendo un pecado humano que no pueda prescindir de los gustos que disfruto por privilegio cedido de mis padres. Veo sonreír por encima de mi copa de vino a mi madre al otro lado del salón, con una copa del mismo tono oscuro por el vino de la degustación. Su cabello oscuro que conocí largo, lo tiene corto a la altura de su mentón. Con sus dedos sujeta un mechón que lleva hacia atrás sin percatarse del gesto. Sus ojos parecen atentos a lo que sale de los labios de su interlocutor, pero tiene esa chispa de inteligencia perspicaz que le conozco. Y mi padre de pie a su lado completa la imagen de una pareja de este ambiente, tan elegantes, pero para nada frívolos. Él tiene una mano apoyada en su espalda baja, un contacto que no es posesivo sino una manera de sentirse cerca. Me sobrecoge, como en mi infancia de niño huérfano y separado de los dos hermanos que eran toda mi familia, el amor que Daniel y Olivia se tienen entre sí y del que me hicieron parte. Cuando la mirada madura de ojos azules de mi padre se cruza con la mía, levanto mi copa para hacerle saber que estoy disfrutando de la velada, y para cuando regresa la vista a su esposa, lo que hago con el mismo gesto es celebrar por ellos.

Me giro de lado para buscar una distracción menos invasiva en otro sitio del amplio salón, cuando mi copa choca de lleno con el vestido de una joven y las gotas salpican también mi camisa blanca. Como evidencias de sangre, se expanden sobre la tela y solo aquello que manchó el saco del traje se disimula por el tono oscuro. —¡Disculpe!— exclamo, comprobando los daños que causó el accidente y me aterra más lo perjudicado que quedó su atuendo. Tengo la varita en mano en un segundo, y en el siguiente estoy siguiendo el contorno de la mancha para asegurarme que su vestido quede librado del vino. —No fue mi intención, estaba distraído— me disculpo con la educación que se exige en estas galas, donde el insulto que cruzó mi mente por mi descuido no llegó a materializarse en mis labios. Echo un vistazo a la muchacha y decido que no es ante quién me pondría a maldecir. —El daño está reparado— anuncio con una sonrisa que pretende ser de conciliación. —Pero no pensemos en esto como un accidente, sino como una oportunidad de hacernos coincidir. Soy Logan— me presento con mi mano hacia ella esperando que la tome.
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Las invitaciones a eventos de distinto carácter, no tardaban en llenar el buzón de Eloise Leblanc día tras día y como era obvio que la ministra no podía asistir a todas ellas, muchos anfitriones se quedaban con las ganas de ver a la rubia.
Ariadna a pesar de tener más tiempo que su madre, también ignoraba o rechazaba las reuniones sociales, prefería utilizar el momento libre del trabajo en otras actividades.
Claro que todos tienen una excepción y por esto mismo, vestida con un precioso top blanco, en conjunto de una larga falda negra, decorada con un tajo en uno de los costados y zapatos a juego, abandonó su dormitorio y se despidió de Lady Cora con mucho entusiasmo.

El salón no era lo que le interesaba, tampoco las personas y mucho menos el vino, si no la presentación de una de sus cantantes favoritas, luego de un par de años de descanso indeterminado. Por fin la banda había decidido volver a reunirse y Ariadna no podía ocultar su emoción.
Con una copa de vino blanco, paseó entre los invitados y saludó con educación a quienes más conocía, sin embargo intentó esquivar a las brujas amigas que de tanto parloteo, lograban saturar su mente en cuestión de segundos.
Las quería, pero ya no tenían intereses en común.

Las pasadas semanas fueron una montaña rusa de emociones, no sólo discutió con dos de sus mejores amigos, si no que también recibió toneladas de trabajo y la horrible noticia acerca de la internación de Riley.
Decidida a visitarlo luego y no dejar que el pasado interfiera con su buen humor del día, bebió sorbos pequeños de su copa y le sonrió agradecida a la señora Wiltoms, quien halagaba su elección de vestido. —Muchas gracias, pero si me disculpa, debo ir...— Y apuntando con su mano a la mesa de bocadillos, comenzó a alejarse de la pareja.

No alcanzó su destino, pues antes de llegar al banquete, un torpe hombre se la llevó puesta y al chocar contra su cuerpo, vertió todo el contenido de su vaso sobre ella.
Las palabras no lograron salir de su boca, lo miró sorprendida y algo  desconcertada, mientras rápidamente él intentaba solucionar el problema balbuceando y murmurando miles de cosas a la vez. —Está bien, no se preocupe. Fue un accidente.— Por fin encontró su voz para responder y al mismo tiempo que abandonaba su copa sobre la bandeja de uno de los meseros que pasaba cerca, intentó encontrar su varita dentro del bolso de mano.
Sus mejillas se tornaron rosas, no por la situación, si no por las miradas y risas poco disimuladas sobre ambos. Para su suerte, el desconocido fue más eficaz y con un veloz conjuro, la dejó como nueva. —En serio estoy bien, sólo fue una desafortunada mancha en una simple tela. Lo bueno es que nadie salió herido.— Las comisuras de sus labios se elevaron en una pequeña sonrisa, a la vez que con su mano acomodaba los cortos mechones de cabello detrás de la oreja. —Ariadna.— Respondió y de inmediato extendió la mano para estrechar la suya.
Ariadna T. Tremblay
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Invitado
Invitado
Por una gota de vino sobre la tela de un vestido, otras mujeres podrían hacer un escándalo. El tipo de mujeres que asistían a estos eventos, en los que las apariencias importaban más que una conversación interesante, y no solo mujeres, también habían hombres muy sensibles de que alguien criticara la pajarita de sus trajes. Había pocas cosas que un hechizo de limpieza no pudiera quitar de un atuendo, pero el vino también era un enemigo difícil para la magia. Para suerte de la joven rubia, no quedó marca alguna del accidente. Pese a que los modos amables para resolver situaciones se me daban por costumbre, y costaba sospechar que estaba lidiando con un mínimo estrés por dentro, mi postura se relajó visiblemente al saber la poca importancia que daba al accidente. La sonrisa que cruzaba de un lado al otro mi rostro se tornó más natural.

Un gusto, Ariadna— contesté al sujetar sus dedos con mi mano en un agarre muy ligero que se deshizo pronto. Era una muchacha alta, su estatura resaltaba por la elección del atuendo y los zapatos le otorgaban un par de centímetros más. Pero su presencia se sentía como la de alguien vulnerable, quizás por lo delgado de sus brazos y sus manos finas. —Tienes… dedos de pianista— comento como al pasar, recordando una mención que solía hacer mi madre sobre que éstas manos eran fácilmente reconocibles por ciertos detalles que no tiene caso especificar. Siempre me parecieron que eran un poco generales. —Mi madre— le explico dando un sorbo a mi bebida, y como cada vez que hablo de alguno de ellos dos, mi sonrisa se hace presente. —Es una aficionada a la música clásica y creo que ha identificado más manos de pianistas que pianistas en sí. Claro que el comentario siempre sirve para que las personas se animen a intentarlo, es decir, si han nacido con manos de pianistas, ¿por qué no usarlas para ello?— me explayo, y me disculpo de inmediato. —Creo que adopté eso también de ella.
Anonymous
Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Probablemente si la copa de vino hubiese ensuciado las prendas de cualquier otra mujer en aquel evento, el hombre estaría necesitando tímpanos nuevos y una completa reconstrucción facial.
Una mala reacción, ante lo que suponía ser un accidente, le parecía de muy mal gusto y  sobretodo pésima educación. No se podía ser perfecto todo el tiempo y por esto mismo, intentó calmar al hombre a la primera.

Una vez resuelto el problema de la mancha en su conjunto nuevo, estrechó la mano del hombre durante unos cortos segundos y la dejó ir, para recuperar una nueva copa de vino blanco. Al no estar acostumbrada a beber, no podía y tampoco quería mezclar. —El gusto es mío, Logan.— Respondió con una amable, diminuta pero real, sonrisa dibujada en el rostro.
La siguiente declaración la tomó por sorpresa y sin poder evitarlo, bajó la mirada hacia sus propios dedos, decorados con un único y simple anillo. No le gustaban las joyas, eran increíblemente incomodas en su profesión y...demasiado, eran demasiado superficial.
Escuchó con verdadero interés la historia que incluía a su madre, manos de pianistas y personas que se animaban a comenzar un nuevo pasatiempo, por un sencillo comentario al azar. —No está equivocado, sé tocar el piano, pero me temo que estoy muy oxidada, hace años que no...ya no tengo tiempo.— Era mejor ir con el cuento corto y no con la larga historia llena de sentimientos, emociones y recuerdos.

Bebió unos cuantos sorbos de su nueva copa, degustando el dulce sabor del vino y al final decidió que le agradaba, porque era liviano y refrescante. —De mi madre creo que lo único que adopté es su forma estructurada y organizada de llevar el día a día.— Comentó soltando una pequeña risita que terminó casi al instante, porque la rubia se quedó pensando en qué más podía tener en común con Eloise.

Cuando el sonido de las conversaciones cambió por la suave música que daba comienzo a la presentación de la banda, Ariadna sonrió enseñando todos los dientes. —¿Te importaría si continuamos esta conversación un poco más cerca del escenario?— Preguntó algo avergonzada, por actuar como una adolescente fanática de un grupo popular.  —Es sólo...Ellos en verdad me gustan.— Admitió en casi un susurro.


Banda de la que habla Ariadna (?)
Ariadna T. Tremblay
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Invitado
Invitado
La sonrisa que se extiende por mis labios es de triunfo por haber acertado en lo que no planeaba que fuera más que un comentario similar a un cumplido, sigo con la mirada puesta en sus manos y mi semblante es de franco interés cuando indago sobre ese pasatiempo que ha dejado de lado. —Siempre es posible encontrar algo de tiempo, ¿qué cosa sería capaz de robárnoslo por completo?— pregunto, arrugando un poco mi frente como si fuera un acertijo imposible, y con mis comisuras todavía elevadas en una mueca que suaviza mi expresión, para demostrar que no estoy hablando en serio. —Y si es cierto que las manos tienen memoria, seguro todavía reconocen las teclas… nadie se oxida demasiado…— comento, animándola a que vuelva a intentarlo si así quiere. Pero desconozco su verdadera ocupación como para decirle qué hacer, además de que se ve mayor para saber en qué dedicar su tiempo, y no es una niña en edad de que se le marque los pasos como los profesores tendemos a hacer como un error fácil.

Esas son buenas virtudes— señalo, cuidando que mi voz no suene como si lo estuviera diciendo en broma, que mi intención no es ofenderla. Sí me extraña que de todas las cosas que los hijos, biológicos o no, puedan adquirir de sus padres, sean solo esas dos características. —¿Segura que no hay nada más?— insisto por curiosidad, para conseguir de ella algo más sobre su madre, porque presiento que me ha dado una respuesta superficial con la que no me conformo. Por ser un hijo adoptivo, no entiendo cómo a veces los hijos biológicos y sus padres tienen relaciones tan distantes. Claro que solo mencionó a su madre. —Entonces, ¿eres mucho más parecida a tu padre?—. Echo un vistazo a mis padres una vez más, veo cosas de ambos en mí y si muestro una inclinación a hablar más de mi madre, eso no quita que mi padre sea mi gran admiración. En especial, por la forma en que aún mira a mi madre. —No, por favor, te acompañaré— la sigo más cerca del escenario donde podemos escuchar a la pelirroja que con una voz cautivante nos hace parte de otra triste historia de amor, de las muchas que hay. —No es algo bueno…— murmuro, volteándome hacia ella. —Enamorarse a partir de nada, nunca lo hagas. Te lo dice alguien más viejo y más tonto— ladeo mi sonrisa.
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Y le responderé con una simple palabra...— Susurró en voz baja y echó una mirada hacia los lados, como si estuviera a punto de rebelar un terrible secreto, un misterio reservado durante siglos, que nadie más podía oír.—Trabajo.— Su sonrisa quedó detrás de la copa de vino cuando volvió a beber un par de sorbos y al bajarla, arqueó las cejas al tiempo que se encogía de hombros. —Las guardias en el hospital ocupan mi tiempo casi por completo.— Aclaró dejando de lado las bromas, si una le salía bien, probablemente metía la pata en la siguiente.
Hacía tanto tiempo que no tocaba ninguno de los instrumentos que tenía en casa, pero un par de meses atrás, queriendo calmar a un grupo de niños dentro del hospital, no tuvo mejor idea que ponerse a cantar y tocar con la guitarra una canción de cuna.
De todos modos no comentó nada acerca de si las manos tenía memoria o no, ya le había dado la razón al desconocido, no podía hacerlo dos veces seguidas, porque aún le quedaba un pequeño pedacito de orgullo.

Una pareja amiga de su madre paseaba de la mano por el enorme salón, no sólo bebían vino y disfrutaban del paisaje, si no que aprovechaban para hacer sacar conversaciones que duraban segundos, no se detenían demasiado y lo mismo hicieron con Ariadna.
Interrumpieron para preguntar por su progenitora, le desearon suerte en sus planes y se alejaron. —Lo siento, me decía de las virtudes...Bueno, estoy completamente segura de que no hay nada más.— La conclusión que sacó el castaño fue correcta, si bien la rubia físicamente era igual a su madre, en gustos, personalidad y demás características, era idéntica a su padre.
Ante el recordatorio, un leve escalofrío la recorrió de pies a cabeza e hizo todo lo posible por disimularlo, al tiempo que bebía un sorbo más. —Eso me han dicho, no tuve mucho tiempo junto a él, falleció cuando tenía catorce.

El hombre accedió a acompañarla un poco más cerca del escenario y con una enorme sonrisa dibujada en el rostro, disfrutó de la voz de su cantante favorita, que en conjunto con la música, era todo mágico.
Las palabras del brujo hicieron que bajara la mirada hacia su copa casi vacía. Tenía razón en sus palabras y consejo, pero no pudo tomarlo en serio cuando se describió por ser mayor y tonto.
Ariadna rió un poco y negó con la cabeza. —Estás frente a una romántica empedernida, que sólo se ha enamorado de personajes ficticios de libros...Quizás por eso sigo soltera a mis veinticinco años.— Bromeó y trató de encontrar a un mesero para cambiar su copa.
Ariadna T. Tremblay
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Invitado
Invitado
Hago una mueca de profundo dolor, sosteniendo mi pecho con la palma abierta de mi mano, como si acabara de causarme un gran daño con su respuesta. — Trabajo— repito. —Eso me ha dolido profundamente— permito que mi boca se curve en una sonrisa que deja ver que me tomo esto con humor. —De los juegos de niños pasamos a los pasatiempos, y de los pasatiempos a un trabajo que consume todo nuestro tiempo, ¿por qué lo hacemos?— meneo mi cabeza, aceptando ese enigma propio de crecer, al que me enfrenté hace unos pocos años, que no tengo más de treinta y no fue hace mucho que todavía tenía dudas sobre lo que quería hacer con mi vida. Hasta que me coloque delante de un salón de clases y sentí que ese era mi lugar en el mundo, si le dedicó todas las horas de mi día no me importa, si bien tengo un nuevo pasatiempo diferente a los de mi juventud, que se lleva mis horas de madrugada. —Si es un trabajo al que le das todas tus horas con gusto, los pianos tendrán que resignarse al abandono. Mientras sea algo que te gusta…—. Es lo importante.

Ocupo los segundos de interrupción de un matrimonio para beber de mi copa, no vuelvo sobre el tema de su madre cuando se cierra a encontrar otra coincidencia, tal vez no la haya. Si el parecido es con su padre se aclara la incógnita y cuando dice que no tuvo tiempo suficiente con el hombre para descubrir las semejanzas, pienso en que catorce años es mucho más que los cuatro que tuve viviendo con mis padres biológicos. —Esa cuestión del tiempo, nunca parece suficiente— musito. —Cien años pueden ser nada para dos personas y dos días pueden serlo todo si llegan a encontrarse aunque tengan que tomar distancia después… — opino, dejando que interprete mis palabras a su manera. Cerca del escenario, la voz de la cantante se impone a nuestra conversación y aun así, la joven logra escuchar la mía y me da una respuesta que me da permiso para interrumpirla en su escucha atenta a la banda.

¡Vaya coincidencia!— exclamo, y le tiendo mi mano otra vez para un saludo formal, mis labios tirando hacia arriba en una gran sonrisa. —Estás también delante de un romántico empedernido que nunca se enamoró— se puede percibir la risa en mi voz. Me giro para quedar de perfil a ella y le señalo con la barbilla a la pareja que también se ha arrimado al escenario. —Ellos son mis padres…— le cuento en un susurro compartido. —Se enamoraron cuando tenían trece años y tuvieron que separarse, perdieron contacto por más de quince años debido a una madre mezquina, y cuando volvieron a verse, les llevó cinco años volver a enamorarse. Nunca amaron a nadie más. Y mi madre solía decir que tenía mucho miedo de no volver a amar jamás, porque un primer amor casi se llevó todo— cuento, con el suficiente tono melodramático que he visto en películas de mi hermano menor. —Ella dice que cuando conoces un amor que te estremece hasta el alma, nunca puedes conformarte con menos— finalizo.
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Ladeó la cabeza haciendo que sus cabellos danzaran hasta acomodarse sobre un sólo hombro y soltó unas pequeñas risas por la mala actuación del hombre junto a ella. —Lamento romper su corazón, esta es mi malvada venganza por la mancha de vino que arruinó mi ropa.— Bromeó y bebió unos sorbos de su copa.
Era extraño, por lo general le costaba mucho hacer chistes en eventos sociales y ni hablar de mantener una conversación por más de un minuto, pero aquel joven de cabellos castaños, hacía parecer que todo era muy sencillo. Ni siquiera se sentía nerviosa. —Y de los pasatiempos, ¿A qué trabajó pasó usted?—Preguntó con curiosidad. —Amo mi trabajo, es agotador, pero me gusta.— Si, había tenido varias crisis existenciales, llorado dentro del armario de toallas y sabanas, e incluso caído en depresión al perder unos cuantos pacientes, pero nada se comparaba con la enorme felicidad de verlos salir del hospital completamente sanos. A veces dudaba, sin embargo al final sabía que había elegido lo correcto.

Cuando la pareja amiga se alejó de ambos, Ariadna bebió las últimas gotas de su copa al tiempo que escuchaba la reflexión del desconocido. —El tiempo nunca es suficiente.— Afirmó sin dudar y comenzó a caminar hacia el escenario. Todavía no podía creer que por fin estaba tan cerca de la famosa banda de magos. —"Ojalá lo hubiera hecho..." Esas son las palabras de arrepentimiento más comunes en el lecho de muerte.— Quizás había desviado la conversación a un tema demasiado deprimente, pero era cierto, la mayoría de sus pacientes siempre terminaban confesando las cosas que les hubiese encantado hacer, cuando el tiempo se estaba agotando.

La rubia se encontraba con la mirada fija en la cantante, cuando el hombre exclamó maravillado que había encontrado una coincidencia entre ambos. Ante la explicación, Ariadna depositó la copa vacía sobre la bandeja de un camarero y tomó la mano para estrecharla por segunda vez. —No se si felicitarle o llorar por usted.— Soltó mientras una enorme sonrisa se dibujaba en su rostro.
La música y la canción que comenzaba, pasó a un segundo plano, cuando el hombre comenzó a relatar la historia romántica de sus padres.
Se cruzó de brazos para abrazarse a si misma y miró con atención cada uno de los movimientos de la pareja, era impresionante la forma de hablar y relatar del joven, podía estar mintiéndole en la cara y aún así Ari decidiría confiar en sus palabras. —Woah...Si no es un escritor, tal vez debería considerar convertirse en uno.— Le sonrió de lado, mordiendo el interior de su labio inferior. —Han tenido mucha suerte al volverse a encontrar.— Habló en serio y soltó un ligero suspiro. Ahora si necesitaba un copa más.
Cuando uno de los meseros se acercó, la sanadora alcanzó uno de los vasos de cristal y bebió sorbos pequeños del delicioso y refrescante vino. —¿Cree que algún día encontrará eso? Alguien que le estremezca el alma y el cuerpo.— Preguntó.
Ariadna T. Tremblay
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Invitado
Invitado
Soy profesor, el mejor trabajo del mundo— contesto con una sonrisa que llena mi rostro, tan pomposo en mis maneras que queda a la vista lo mucho que me gusta mi profesión, tanto como se nota que a ella le gusta ser sanadora. Siempre es una coincidencia agradable que dos personas puedan hablar de las vocaciones que han sabido hacer un trabajo en su vida de adultos, hace que esta etapa no sean tan mala, como bromeaba un rato antes. Los niños que fuimos pueden estar contentos, sé que el mío lo está. Todo ese caos mágico que podía montar con mi padre en la sala cuando era adolescente, me ha llevado a experimentar con mi varita y conseguir algunos logros de los que me siento orgulloso, así como algunos errores de los que tuve que pagar las consecuencias. No sufro del que «ojalá lo hubiera hecho…» o «qué pasaría sí…», afortunadamente. Porque incluso lo equivocado me ha llevado a donde estoy. No es en lo que pensaré está noche que estoy acompañando a mis padres en una reunión que se tornó mucho más agradable de lo que pensé por la música y la compañía, pese a ser tan distinta a… otro tipo de fiestas a las que suelo acudir.

La historia de mis padres sirve para una ilustración ideal de mi carácter, el que me condena a ser un enamoradizo irremediable que nunca tiene suficiente con ninguna muestra de afecto, porque no hay a la vez corazón más esquivo que el mío. Puede que poner el listón tan alto tomando el ejemplo de mis padres adoptivos, sea una manera de mantenerme en mi soltería tal como me dijeron unas pocas amigas que tuve y juzgaron este detalle como un defecto. Pero con una mano en el corazón, siendo honesto con esta muchacha que acabo de conocer y que se reconoce romántica, tengo que admitirlo: —Por supuesto que creo en ello—. No hay vacilación en el tono de mi voz, apuro mi copa para acabarla y miro a la banda de música con una sonrisa plena en mi rostro.

Sucederá mañana o dentro de diez años, durará un día o diez años, y me acompañará el resto de mi vida. Conoceré a alguien que me estremezca hasta el nervio más sensible, amaré cada una de sus virtudes y adoraré cada uno de sus defectos. Estaré ahí cada vez que tienda su mano para alcanzarme y seguiré ahí cuando no lo merezca, porque cuando un alma sacude a otra no se desliga tan fácil… a veces ocurre una única vez…— murmuro, sigo con mi pie el ritmo de la canción suave que nos envuelve. —Y la tontería es creer que podrá repetirse otras veces, no ocurre. Simplemente no ocurre. Las otras veces se trata de conformarse…—. Cuando volteo hacia ella, la curva en mis labios es pronunciada, en las comisuras está escondido ese detalle pícaro del que siempre me acusó mi madre. —Si no me va bien con la docencia, tendré en cuenta su consejo de hacerme escritor. Si no me dedicaré a escribir cartas como lo hacía Cyrano. ¿Conoce la historia de Cyrano? Es muy interesante, debería buscarla…— esto último lo digo con un tono más humorístico. Tiendo mi mano hacia ella cuando la canción se acaba en unas últimas melodías que quedan flotando entre nosotros. —Fue un gusto conocerte, Ariadna. Tengo que volver con los protagonistas de mi historia— señalo con mi barbilla hacia la pareja que no ha dejado de observarme en este tiempo. —Espero que nos volvamos a ver.
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