The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio


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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Tener el cuerpo aún aturdido por la paliza es lo que me hace dudar cuando me transformo en los lindes del distrito doce y me encuentro con el escenario que deberé aparecerme. Me apoyo en un árbol inmenso y sacudo mi comunicador, el cual parece estar fallando, a juzgar por los extraños pitidos. Bien, perfecto, lo último que me faltaba: estar en medio del norte sin varita, sin chip y un comunicador defectuoso por el golpe provocado por una mujer diminuta. Vuelvo a guardarlo, preguntándome si Annie ha recibido o no mi mensaje, pero sé que tampoco puedo quedarme aquí a averiguarlo. Puedo tener aliados, pero quedarme en el doce desarmado es una idea terrible. Ruego de verdad que mi cuerpo funcione cuando me muevo y desaparezco, tambaleándome un poco en medio de una calle ya desierta pero bastante iluminada del Capitolio. Es tarde, me duelen los huesos y sé que irme a la cama no es una opción. Y es un poco triste que este sea el primer lugar al cual se me ocurre acudir.

No vine muchas veces al edificio de mi hermana, solo un par y muy de pasada a excepción de una cena, así que me cuesta un poco reconocer cuál es en toda la cuadra. Puedo oír los coches a la distancia en la avenida más cercana pero los ignoro por completo al apretar el paso, subiendo los escalones hasta llegar a la puerta principal. El portero, un elfo pequeño que siempre tiene cara de consumidor de marihuana, abre los ojos como platos al verme y salta de su diminuto asiento para abrirme la puerta; a juzgar por el modo que tiene de saludarme, sabe quién soy, probablemente gracias a mis visitas anteriores. Apenas le agradezco para meterme de lleno en el ascensor y los espejos del mismo son los que me ayudan a chequear mi imagen. La ropa se me ha ensuciado por las caídas al suelo y tengo el pelo revuelto, lo que me lleva a pasar una mano por mi cabeza y descubrir que el desmaius me ha dejado un raspón en el cuero cabelludo que apenas mancha mis dedos de un tenue color carmesí. Bien, es incluso más patético de lo que creí y mi comunicador no sirve como para saber si algo de lo que he hecho fue de utilidad. Si tendré mala suerte…

Salgo al pasillo y giro de inmediato en dirección a la puerta del departamento de mi hermana, aunque por inercia me tardo en tocar timbre porque intento sacudirme el polvo de la ropa sin mucho éxito. Al final, solo me resigno y llamo, presionando con algo más de ímpetu a sabiendas de que es tarde y posiblemente esté durmiendo. La verdad es que espero que esté haciendo eso y no otra cosa, porque aún me sigue costando el desligar la imagen de hermanita menor que tengo de ella. Suerte para mí, en algún punto de tanto pitido puedo escuchar sus pasos y, para cuando abre la puerta, estoy ligeramente recargado en el marco — No es tan malo como parece — advierto de inmediato — Pero… ¿Puedo pasar? He tenido una noche de mierda — y sé que debería ser honesto con ella, al menos en esta ocasión.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Solo ocurrió una vez, solo traje a una conocida, porque tampoco podría considerarla amiga, a mi piso para solventar algunas dudillas acerca de un futuro incierto con su ya no tan posible futuro marido, pero al parecer la voz se ha debido de extender fuera de la zona residencial donde vivo y ahora tengo cada día en mi puerta personas con pasatiempos peculiares y vicios singulares a la espera de que pueda aclararles la mente. Honestamente no me importaría lo más mínimo si no fuera porque parece que regalo cosas gratis y los vecinos van a empezar a creer que ofrezco otra clase de servicio, cuando en realidad lo único que hago es preparar té y revolver una baraja de cartas. Lo que me lleva a pensar que quizás debería empezar a cobrar a la gente, pero como eso sería montar un negocio negro o algo por el estilo, prestar mi sabiduría, como les gusta referirse a las abuelitas, sigue siendo una obra de caridad social.

Esta última mujer en especial me dio bastante pena, la pobre venía tremendamente disgustada porque su gato había caído enfermo y temía que no fuera a recuperarse. A ver, tampoco hace falta ser vidente para saber que el animal va a morir más pronto que tarde, pero como se había molestado tanto por venir hasta aquí, lo único que pude hacer fue tratar de darle la noticia con el mayor tacto posible. No funcionó, evidentemente, de manera que tuve que prepararle una taza de té para que se tranquilizara y escuchar una historia de cuatro horas de como habían sido destinados a vivir juntos desde el primer día que se conocieron. Y sí, seguimos hablando del gato.

Me estoy quedando prácticamente dormida en el pequeño sillón del salón cuando recuerda que tiene que ir a comprarle la lata de comida antes de que cierre la tienda, pero me ahorro el decir que a las once de la noche dudo que haya muchas tiendas abiertas por miedo a que me de la razón y termine contándome otra anécdota del señor Francis. Estiro los brazos por encima de mi cabeza, escuchando crujir cada una de mis vértebras una vez me desperezo del sofá. Apenas tardo unos minutos en quedarme plácidamente dormida cuando escucho el timbre en la puerta. Mi primera reacción es llevarme la almohada a la cabeza al girar la cabeza hacia el reloj y ver que aún es madrugada, a lo que se me escapa un gruñido de frustración. - Juro que voy a asesinar al gato yo misma si... - Murmuro imaginándome la figura de la abuela tras la puerta mientras salgo de la cama y me aproximo hacia la puerta. - ¿Hans? - Mis ojos se abren como platos cuando descubro la imagen deplorable de mi hermano apoyado en el marco.

Abro la puerta del todo y tiro de su brazo para hacerle pasar al interior de la casa en lo que me encuentro frunciendo el ceño para evidenciar mi preocupación. - ¿Qué narices te ha pasado? - Me abstengo de preguntar si está bien porque su aspecto habla por sí mismo como para responderme a esa pregunta. - ¿Te has peleado con alguien? - Casi se me escapa preguntar si está borracho, pero me obligo a cerrar el pico hasta tener todos los datos. Le guío aún agarrándole del antebrazo hasta el sofá, encendiendo la luz con un gesto de mi mano para tener una mejor visibilidad.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¿Que qué narices me ha pasado? La dejo arrastrarme dentro con un quejido fastidioso, aunque poco tiene que ver con dolor físico y mucho con el malestar mental que estoy cargando ahora mismo. El cambio de luz me prohíbe el contestar de inmediato y hago una mueca al llevar mi mano hacia adelante, buscando algo de sombra hasta que mis ojos se acostumbren a la iluminación — No, tropecé en un charco. Claro que me peleé con alguien — gruño de mala gana, chocando mis piernas con el sofá, lo que me hace tambalear — Una asiática liliputiense. ¡Rompió mi varita! ¿Puedes creerlo? — aún no salgo de mi estado de indignación y soy perfectamente consciente de que acabo de sonar como cuando éramos niños y reprochaba que a ella le habían dado la porción más grande de pastel. Obvio que ahora no puedo ponerme a hacer mímicas burlonas o sacar la lengua, pero eso es un tema aparte.

Me dejo caer en el sillón con tal pesadez que reboto un poco y me acabo hundiendo entre los cojines. El suspiro delata mi agotamiento cuando echo la cabeza hacia atrás, me recargo y cierro los ojos, buscando descansar la vista al menos unos segundos — Me atacaron. Bueno, intenté interrogar a alguien y en vez de cooperar, decidió ir por las malas. Espero que los aurores la encuentren. ¿Puedes fijarte si mi cabeza necesita algo de hielo o un episkey bastará? — me acomodo para sentarme un poco más derecho y así hacerle el trabajo mucho más sencillo. Al abrir de nuevo los ojos, tanteo mi bolsillo y saco el comunicador, el cual tiene la pantalla ligeramente rayada — Esto debería funcionar, pero con la caída… — le doy unos golpecitos, pero no enciende, lo cual me hace bufar de mala gana — Tendré que pedirle a Lara que lo revise— hablo más para mí que para ella, en cierto modo. Bien podría comprar uno nuevo, pero tengo bastante información en esta cosa como para desperdiciar tiempo en ello. Además, sé que Scott podrá con eso.

Me doy cuenta de que posiblemente nada de esto tenga sentido para mi hermana, así que la miro con mi mejor expresión de disculpa — Tuve que hacer un trabajo en el norte y no sabía a donde más ir. Dime que no es molestia, sino siempre puedo ir a casa — además, es pronto para decirlo, pero sé que necesito su ayuda. Si hay alguien que puede ayudarme a identificar a esta mujer, es ella.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Tengo que esforzarme mucho en no rodar los ojos hacia atrás al escuchar el tono de burla en su voz, quedándome con las ganas de darle un zape por creer que puede presentarse en mi casa a altas horas de la mañana con una brecha en la cabeza y poder permitirse bromear. - Tienes suerte de que solo te haya roto la varita y no algo más vital. - Comento de pasada cuando empieza a narrar lo que le ha ocurrido. No puedo negarlo, al principio creo que se le ha ido la lengua de más en una noche de copas y ha terminado por recibir una paliza de una mujer con las prioridades mejor puestas, de manera que solo suspiro mientras voy a por lo que me pide. Envuelvo la bolsa de hielo en un paño para rebajar el frío una vez los he sacado del congelador, palpándome el pijama en busca de mi varita, la cual estoy segura de haber metido en uno de los bolsillos al asegurarme de que solo se trataba de Hans tras la puerta.

Me apoyo sobre el reposabrazos y remuevo un poco su pelo para poder ver el aspecto de la herida. - Esto te dolerá un poco. - No entiendo mucho de medicina, para ser honestos, pero no parece un corte demasiado profundo, por lo que apunto con mi varita y formulo el hechizo con claridad. Lo bueno es que desaparece al instante y puedo ahorrarme la mala cara que he puesto segundos antes como si hubiera sido yo la del golpe. Aparto la varita a un lado del sofá mientras con la otra mano apoyo sobre la misma zona el paño con hielos, apretando ligeramente para reducir un poco la inflamación. - ¿Intentaste? Vamos, que has dejado que te den una paliza para salir con las manos vacías. ¿No se supone que eres ministro? - ¿Dónde estaba el resto de su equipo? ¿O fue tan necio de ir a interrogar a alguien solo? - Dame eso, no vas a contactar con nadie a estas horas, y menos en este estado. - Sé que sueno como nuestra madre solía hacerlo, más cuando le quito de las manos el comunicador como si se tratase de una maquinita para niños y lo tiro sobre el sillón de en frente. Está roto, tampoco le va a servir de nada ahora.

Ruedo los ojos y chasqueo la lengua cuando se le pasa por la cabeza que pueda dejarlo a la merced de dios, más ahora después de haberme despertado ya. - ¿Nunca nadie te dijo que no sois muy bienvenidos en el norte? ¿Cómo se te ocurre siquiera ir sin compañía? - Deduzco que ha ido solo porque de lo contrario no estaría aquí ahora mismo. - ¿Todo esto es por el niño que sigues buscando? - Recuerdo que hace tiempo me pidió el listado de niños huérfanos que acuden al colegio, pero si bien no pareció muy conforme con ello a pesar de que jamás me comentó nada el respecto, ir en búsqueda de chicos en los suburbios es otra cosa muy distinta, y no una muy buena idea para alguien de su posición. Ese pensamiento hace que ladee la cabeza para alcanzar su mirada, dejando claro que esta vez no voy a exigir nada más que una explicación.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
La advertencia me toma dentro de ese segundo de relajación provocado por los dedos que andan revolviendo mi pelo, un gesto que siempre he considerado sedante, y no me hubiera quedado si no fuese porque el frío y la presión me hacen arrugar el gesto por inercia. Lo que dice es un golpe al centro de mi orgullo y la miro con el reproche pintado en los ojos, tratando de encontrar palabras que expliquen lo que ha pasado sin pisotear lo que queda de mi ego — Para que conste, es la primera vez que me sucede, al menos así. No es fácil cuando te desarman en una calle oscura — obviemos que la perdí de vista cuando creo que se transformó, pero no quiero entrar en el campo de meter excusas. Suelto un “¡ey!” apenas audible cuando me quita el comunicador y lo lanza lejos de mi alcance, aunque solo me quedo en mi sitio con las manos abiertas — Podría recibir una llamada importante… — si tuviese mi varita podría repararlo, pero claro, me quitaron lo que hace al mago, un mago. Seré inútil en cuestión de magia hasta que consiga otra a primera hora.

A decir verdad, no puedo mentir y asegurar que no me esperaba que tuviese dudas, porque es algo lógico si consideramos el escenario que le estoy planteando. Es la mirada que me lanza la que me hace resoplar y rodar los ojos, tratando de desviar el encuentro con los suyos — No hagas eso, te ves como mamá en sus malos humores — le reprocho y levanto la mano para colar mis dedos entre el hielo y mi cabeza en un intento de chequear el estado del golpe — No, no es por el niño ese en esta ocasión. Necesitaban a alguien de confianza para rastrear al puñado de aurores desaparecidos de hace siglos y tengo contactos en el norte que podían ser de ayuda — sé que suena un poco incoherente lo que le estoy diciendo, así que me resigno y opto por ser un poco más sincero con ella para poder explicarme — Sé que las cosas han cambiado desde que soy ministro y cada vez es más difícil meterme en esos distritos, así que no te preocupes, me he encargado de eso. Pero tengo un deber con este país y, si puedo hacer algo para ayudar, lo haré — obviando mis deudas personales, claro está.

Aparto con cuidado su mano para poder levantarme y lo hago con un tambaleo, pero al mismo tiempo eso me indica que estoy relativamente bien como para moverme. Y es mejor, porque siento que ahora soy incapaz de quedarme en el sofá, quieto y manso — Sé que es complicado de entender, pero durante años he conseguido favores. Información por información, por así decirlo. Era un modo de pago — me paseo por su living, gesticulando con las manos en un intento de darme a entender lo más gráfico posible aunque mantengo la mirada en cualquier punto menos en ella — Sean Niniadis me dejaba buscarte por el norte y me brindaba ayuda si yo movía algunos hilos. Pero la deuda se fue haciendo más grande, los contactos se volvieron más gordos y, aunque ahora estés aquí y él esté muerto, no puedo salirme así como así. Hay cosas que aún no soluciono — como ese bendito niño, para variar. Nadie más lo arreglará si no soy yo, si consideramos que sólo un puñado de personas lo sabemos y no hay intenciones de hacerlo público. Me detengo, tratando de mirarla con una expresión que se debate entre la disculpa y el retarla a hacerme algún reclamo, a pesar de que todo ha sido por ella — Por eso fui solo esta noche. No tiendo a tener problemas, la mayoría solo se caga en los pantalones o accede por diferentes razones. Parece que me equivoqué con ella. Phoebs… — me acerco a mi hermana con una nueva suavidad, inclinándome hasta ponerme de cuchillas delante suyo y tomo con cuidado una de sus manos — Todo lo que hice, lo hice por nosotros. Pero tú eres del norte. Tú debes conocer a más personas allí que yo — me atrevo a alzar los ojos en busca de los suyos, con una forma tan parecida a los míos — Tratarías de identificar a alguien si te lo pidiera… ¿Verdad? — porque es mi hermana, es mi sangre y, a pesar de todo, es una de las pocas personas en el mundo en quien confío. Quizá estoy siendo un necio poniendo las manos en el fuego por una mujer cuyo recuerdo es solo una sombra de infancia, pero al fin de cuentas, es una de las pocas cosas a la cual puedo aferrarme.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Ignoro sus quejas, dándole un zape a su mano para apartarla cuando pretende tocarse la herida, con la intención de que me tome en serio y permanezca quieto de una buena vez. - Nadie va a llamarte a estas horas, Hans, como mucho se extrañarán de que no hayas llegado a tu casa. - Conozco de lo estricto que pueden llegar a ser los controles y seguridad en la isla ministerial, pero lejos de eso, tampoco creo que quieran meter el morro en los asuntos privados de sus habitantes. A decir verdad, con los meses he podido comprobar de primera mano las pocas relaciones sociales que tiene mi hermano fuera del trabajo, exceptuando una o dos personas, está tan centrado en sus responsabilidades como ministro que apenas le he visto con gente que no forme parte de su círculo laboral, lo que me hace pensar que quizás sea esa una de las razones por las que tampoco vayan a preocuparse demasiado por su ausencia una noche.

Su explicación me resulta algo confusa, algo que se muestra evidente en mi rostro por la forma que tienen mis cejas de juntarse y mis labios de formar una línea entre ellos. - No quiero sonar impertinente, pero no parece muy buena idea enviar ministros al norte solo por tener un deber con el país, por mucho que seas una persona de confianza, también eres un blanco fácil. - Por no decir que uno nunca llega a conocer a los norteños del todo, por mucho tiempo que haya pasado de boca en boca consiguiendo información, esas personas están desesperadas, y la desesperación nunca es un buen resultado cuando lo combinas con el hambre y la pobreza.

Muevo las manos cuando se levanta, apoyándolas sobre mi regazo mientras mantengo el paño entre mis dedos y sigo con la mirada su figura. Ni siquiera trato de persuadirlo de que se vuelva a sentar porque sé que todos mis intentos van a terminar en fracaso, pero de todas formas mantengo un ojo atento a los movimientos que hace. - ¿Favores? ¿Qué tipo de favores? ¿Tan valiosa es esa información que permite que un civil pueda atacarte en mitad de  la noche? - Puede que no comprenda sus motivos del todo, pero si hay algo que me queda claro en todo este asunto, es que los problemas por meterse en lugares que no debe y buscar a personas incorrectas con el único fin de encontrarme, no han terminado del mismo modo que lo ha hecho mi búsqueda. - Los tiempos están cambiando Hans, la gente del norte ya no es lo que era antes, muchos se están movilizando, puede que antaño se dejaran engatusar por unas cuantas monedas, pero ahora la cosa es diferente. - No le digo nada que no haya podido comprobar él mismo después de lo que ha pasado esta noche. Todo recae en las manos del ministerio en verdad, con la toma de decisiones y los cambios en la organización del país no me es difícil comprender que las personas que viven en miseria absoluta se hayan cansado de unos superiores que no prometen más que falsedades.

El cambio en su actitud me toma por completa sorpresa, algo que trato de disimular apartándome el pelo detrás de la oreja, aunque me encuentro alzando ligeramente las cejas cuando se agacha frente a mí. Poso una mano sobre la suya cuando pienso mi respuesta y sonrío. - Claro. - ¿Qué se supone que debo decirle? Sé que no puedo estar jugando a dos bandas el resto de mi vida, serle fiel al norte significa que mi relación con Hans pende de un hilo muy fino, pero hacer lo contrario supone decepcionar a una yo del pasado que no está muy lejos de ser la misma del presente. Sin embargo, no puedo darle la espalda a mi hermano, así como tampoco puedo regalarle las cabezas de gente conocida si se diera el caso. Tampoco tengo por qué mentir, después de todo caras hay muchas, dudo mucho que justo vaya a reconocer a esta mujer en concreto. - No dudes en que haré todo lo que pueda por ayudarte, después de todas las molestias que has tenido que soportar por encontrarme es lo mínimo que puedo hacer, pero temo decirte que a los norteños les gusta tener más de un as bajo la manga. - Ahí está, no me sorprendería que esta mujer ya haya conseguido una identificación nueva, cambiarse de cara con ayuda de alguna poción o algo parecido si con eso puede librarse de esta.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Sacudo la mano un poco como si así pudiera barrer lo que me está diciendo, porque ya lo sé. Antes podía hacer un doble trabajo mucho más limpio, pero la fama fue creciendo y también las sospechas de aquellos que antes me daban una mano. Algunos continúan firmes porque saben lo que les conviene, pero otros … bueno, digamos que no tanto. Cosas así me han llevado a pedirle ayuda a personas como Lara Scott, quien puede hacer mi trabajo sin que nadie le apunte con la varita a la primera. Puede gustarme mi trabajo, pero no me gusta en lo absoluto ser un blanco fácil; me hace sentir vulnerable y, en consecuencia, un completo inútil. Y sé que si hay algo que no soy, es eso.

Obviando de que yo mismo me he ofrecido porque no había nadie mejor para el trabajo… sí, sí es información valiosa. No tienes idea de todos los problemas que tenemos en el ministerio — ganamos una batalla, pero todos tenemos bien en claro que hay cabos sueltos que no nos regalan la guerra. Balanceo mi cabeza en una obvia meditación de sus palabras, tratando de no irme por las ramas — Monedas, intercambios… es un poco más complicado. He vendido rebeldes en juegos sucios donde ellos creían que estaban llevándose algo a casa y me limpié las manos en segundos. En otros tiempos era más fácil — tampoco deseo contarle todos los detalles, no porque me avergüence de ellos, sino porque no sé cómo ella me vería luego de saberlos. Hay cosas de Phoebe que todavía no puedo medir del todo.

El calor de su mano es suficiente y me roba la primera sonrisa sincera de la noche, a pesar de ser una mueca suave y apenas visible. Ahí está la confianza que necesito, la prueba de que puedo venir a su casa en medio de la noche y tendré a mi hermana dispuesta a prestarme su oído. De la familia que recuerdo cuando éramos niños solo quedamos nosotros dos y, tal vez, ahora eso sea suficiente — Bueno, eso lo sé. Pero voy a pecar de confiado y decir que estoy orgulloso de ser más listo que el promedio — lo que ocurrió esta noche es un desliz, he tenido deslices en otros momentos de mi vida y siempre pude solucionarlo. Es solo cuestión de tiempo — Sé que muchos allí usan nombres falsos, yo mismo lo hice al principio. Pero solo por si las dudas, te preguntaré si te suena el nombre de Elizabeth Dankworth — sé que es muy improbable, pero aún así mantengo los ojos fijos en ella — Dijo que es del cinco, pero tampoco podemos fiarnos de eso. Estará en los cuarenta o, como mucho, los últimos treinta. Cabello negro, blanca, delgada, rasgos asiáticos. Nariz muy pequeña, tamaño diminuto. No parece tenerle mucho respeto a las autoridades, pero para los del norte eso no es novedad — le sonrío a medias, dándole un apretoncito en las manos — Sé que es probable que no la conozcas, pero si oyes algo, o alguien puede ayudarte, lo que sea nos vendrá bien. No puedo simplemente dejarlo pasar — porque una persona que ataca a un ministro es una persona que puede ocasionar problemas.

Suelto con cuidado sus manos para volver a tomar asiento en el sofá y tomo el paño frío para volver a colocarlo sobre mi cabeza. Puedo sentir la hinchazón, pero al menos sé que he tenido golpes peores — Me aterra la posibilidad de una verdadera guerra, Phoebs. A esas personas hay que cortarlas de cuajo, no dejar que se reproduzcan. Por eso jamás digo que no a hacer lo correcto. Sea eso ir solo al norte o rastrear niños que pueden ser un problema — incluso, aunque eso signifique ensuciarme las manos. Jamás he levantado la varita y asesinado a nadie y, a decir verdad, no me hace gracia que ese día llegue. Pero si debo evitar que existan más casos como el nuestro, sé que no tengo otra opción.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Sé que lo que ha ocurrido esta noche se lo ha tomado como algo personal, porque si conozco tan solo un poco a mi hermano, y tampoco hace falta estar en su lista de personas de confianza para saberlo, si hay algo por lo que no le gusta que le tachen es de incompetente, lo cual no se distorsiona mucho de la realidad de hoy. Fuera por la razón que fuera, el fracaso le ha golpeado en toda la cara en forma de revolución, y ha sido suficiente como para que su orgullo se vea afectado. No he tenido la ocasión de ver a mi hermano cabreado de verdad desde que es un adulto, pero si de algo me sirven los recuerdos que tengo de cuando era una niña, son para declarar que a nadie le gustaría experimentar un ataque de cólera de Hans.

Puedo imaginármelo, últimamente el ministerio no ha sido un ejemplo de sabiduría a la hora de tomar decisiones. No quiero que te lo tomes a pecho porque tú eres ministro y trabajas allí, pero siempre termina siendo el pueblo el que sufre. – Puede que esté pecando de confianza cuando suelto esas palabras, lo sé, pero mientras unos juegan a mantener la corona en sus cabezas, los problemas de fuera son cada vez más reales. Si las cosas no cambian de forma drástica, y rápida, las consecuencias van a llegar del modo que menos se lo esperen. Meneo mi cabeza hacia un lado, mordiéndome el interior de la mejilla para evitar decir algo más imprudente y obligarme a guardar silencio. Claro que en otros tiempos era más fácil, cuando el cambio aún se sentía casi tan cercano como el miedo en los ojos ajenos, ahora ha llegado el momento en que la gente se ha cansado de vivir bajo una dictadura.

Trato de devolverle la sonrisa, pero se queda en un intento de ello que escondo agachando la cabeza. – No los subestimes, ser listo no vale de nada cuando se está tratando con gente desesperada. – Que tome mi consejo o no es cosa suya, lo dice alguien que se ha pasado la vida viviendo de restos y bajo techos que cualquier día podrían haberse convertido en escombros. El nombre que me da pasa por mi cerebro tan rápido como una lectura desinteresada, pues no me sirve de nada para tratar de reconocerlo. Junto mis labios y niego suavemente con la cabeza aún pensando en ello, y ni siquiera tengo que mentir cuando abro la boca. – No lo había oído nunca, lo siento. Tengo amigos en el norte, bastante más fiables que los tuyos, me atrevería decir, puedo preguntar si conocen a alguien que atienda a esa descripción. – No creo que sea el caso, la gente del once con la que tengo contacto no es de meterse en problemas, más bien de pasar desapercibidos, parecido a mi estilo.

Observo como se vuelve a acomodar en el sofá, de manera que cruzo una pierna sobre la otra mientras me acomodo el pelo en un gesto desinteresado, apoyando la espalda hacia el respaldo con un poco más de calma. – Sé que quieres hacer lo correcto, pero... ¿alguna vez te has preguntado qué significado tiene eso si un niño puede resultar un problema? – Evito tomar contacto con sus ojos cuando hablo en voz alta, simulando que me estoy rascando la parte superior de una ceja con poco interés. Es mi hermano, puedo confiar en que nada de esto vaya a salir de aquí, ¿no? Quiero decir, él tiene que ser consciente de que nada de eso tiene sentido. Primero de todo, no comprendo ni la razón por la que un niño podría suponer una amenaza, pero... ¿un gobierno que teme de un simple crío? No parecen unos pilares muy sostenibles si la base de hacer lo correcto tiene de por medio deshacerse de niños desamparados.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No le voy a reprochar lo que dice, porque sé muy bien que nuestros aciertos y fallos se ven reflejados en la sociedad que intentamos mantener completa.  Y sé que ha habido errores, algunos garrafales, que pusieron el tablero de cabeza y que me tienen haciendo malabares con lo poco que tengo en un intento de mantener el orden lo mejor que soy capaz. Sé que mis colegas hacen lo mismo, pero Jamie Niniadis está tan enfrascada dentro de su burbuja que parece imposible el pedirle ayuda a la cabeza de todo este sistema — No los subestimo — aseguro, porque sé que si fuesen unos idiotas, hoy no serían el problema que han llegado a ser. Y aún así, estoy seguro de que puedo sobrepasarlos, lo sé. Tomo la ayuda que me ofrece porque sé que es todo lo que puedo obtener de mi hermana, un civil que no tiene razones para trabajar conmigo o para mí y al cual no tengo derecho de pedirle nada. Así que asiento — Si oyes algo, si saben algo… — lo que sea, será de utilidad.

Mis labios se separan en un suspiro que vuelve a contener el aire cuando su pregunta me abre el debate interno de si ser sincero o no. A pesar de que no me muevo, mis ojos lo hacen, barriendo la habitación como si buscase alguna presencia o indicio de que no debo abrir la boca. Al final, bufo en resignación — ¿Y qué si te digo que los Black no están completamente extintos? Quitando los rumores de Stephanie Black de lado, olvídate de ella un momento — además, según sus leyes, ella no sería un problema si Orion tuvo a un varón; algo retrógrada si me lo preguntan, pero yo no trabajaba para ellos. Gente como nuestro padre, sí — ¿Recuerdas que Orion Black estaba comprometido cuando murió? — no tengo idea de qué información manejaba en esas épocas, así que solo tanteo. Me acomodo en el sofá, tratando de verla de frente y recargando uno de mis codos en el respaldo — Con Cordelia Collingwood, una vigilante. Ya sabes, la rubia esa que tenía… — me llevo las manos al pecho para dar a entender que hablo de una mujer curvilínea y sacudo la cabeza con una mueca — Olvídalo, recuerdos de adolescente. Lo que importa aquí  es que los Niniadis descubrieron que estaba embarazada cuando los Black cayeron y ella jamás fue encontrada y, si sumas dos más dos, obtienes… — muevo la mano en una floritura como si le estuviese otorgando la palabra —… un Black que sigue vivo.

Y que es un dolor en el culo hasta que lo encontremos y nos aseguremos que sea algo que jamás salga a la luz. Me presiono la sien y la masajeo, tratando de relajar el dolor de cabeza mientras que con la contraria, acomodo el paño — Creo que no hace falta que te diga que no le debes decir a nadie. Se supone que es confidencial y ya estoy rompiendo las normas al contarte — pero, a estas alturas de la desesperación… ¿Las normas importan?
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Sé que la situación en el ministerio no ha sido la mejor en los últimos meses, razón por la que creía que no iba a poder decirme nada que no supiera ya, en relación a como está el país obviamente, lo que no espero es que empiece a divulgar sobre cosas que pasaron hace años como si fueran cosas de las que preocuparse a día de hoy. Y pese a saber todo lo que está pasando a nuestro alrededor, no puedo evitar sentirme pasmada por historias del pasado que creía que habían sido bien enterradas desde hace tiempo. - Espera, espera... ¿qué? - Muevo mis manos al mismo tiempo que mis ojos parpadean varias veces en lo que proceso la información, como si con ese gesto fuera a hacerlo más rápido. Termino por abrir las palmas de mis manos y mirarle de lado sin entender, o sin querer entender.

- Un Black sigue vivo. - Repito. Al principio trago saliva, bastante seria, luego me llevo las manos a la cara para esconder la risa nerviosa que comienza a asomar por mis labios. Intento esconderla el máximo tiempo posible, pero al final tengo que soltar el aire y no de la mejor manera posible. No sé cuantos 'lo siento' murmuro de seguido mientras sacudo la cabeza y vuelvo a mover las manos para volver a la seriedad. Es un problema que me pasa desde niña y es que en situaciones que deberían ser formales me empieza a agobiar la risa, casi como un acto reflejo producto del estrés. En ocasiones como esta, por ejemplo, resultan muy fuera de lugar. - Bueno... pues eso está jodido. - Termino por decir al soltar un suspiro, recuperando la compostura de mi espalda sin mucho más que decir.

Muevo las cejas, aún un poco pasmada por la confesión que acaba de tener lugar, lo que me da oportunidad a hacer una mueca con la boca. - Así que ese es el niño que buscas... - No voy a mentir, en algún momento se me ocurrió que buscaba a un hijo suyo perdido de la mano de dios, fruto de una noche esporádica o semejantes. - Podría ser cualquiera, el norte está lleno de niños huérfanos que nadie quiere, ¿cómo estás tan seguro de que no ha muerto ya? O la madre... Pudo no haber dado a luz. - Hay muchas variables en juego que pueden haber hecho que ese niño no nazca, aunque es el hecho de que se hayan tomado tantas molestias en encontrarlo lo que me confirma que sí lo ha hecho. Vuelvo a suspirar. - No sé, Hans... suena como buscar una aguja en un pajar. Y si lo encuentran, ¿después qué? - No creo que Jamie sea tan benévola como para dejarlo vivir a sus anchas, y un hechizo desmemorizante no parece una solución muy adecuada, lo que me da pie a la siguiente pregunta. - Espera... ¿qué ocurre si no sois los únicos que poseéis esa información? - Y es evidente que me refiero al hecho de que puede haber más gente que sepa de este niño Black, ¿no? Plasmo mi duda girando la cabeza hacia él para encontrarme con sus ojos.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No sé por qué me sorprende que empiece a soltar risitas porque recuerdo muy bien cómo hacía exactamente lo mismo hace años, en especial cuando le pedía que me ayude a robar golosinas de las alacenas en medio de la noche y esa tarea se volvía complicada e imposible por culpa de lo ruidosa que podía ser cuando se ponía nerviosa; que otro niño intente sostener a su hermana encima de los hombros para alcanzar la alacena en medio de su risa y sobrevivir al intento. Mi reacción en ese entonces es un calco de la de hoy: ruedo los ojos con la resignación de la espera a que se le pase, aunque en esta ocasión no la pellizco —Jodido” se queda corto, pero sí — a unas cuantas personas no le haría gracia, nuestro sistema podría verse afectado y amenazado, aquellos que buscan una oposición tendrían una excusa… problemas hay cientos y todos son muy fáciles de enumerar.

Me quedo callado en el proceso de oír lo que tiene que decir al respecto y chequeo el paño, el cual ya se encuentra bastante húmedo por culpa del hielo derritiéndose. Incluso, cuando me toco la cabeza con los dedos, descubro algunos mechones ligeramente mojados — Consideramos esas opciones, por eso tengo intenciones de encontrar a Collingwood primero. Al menos, de ella tenemos datos más certeros y sería mucho más fácil dar con la madre que con el niño que se fue de la capital siendo un feto — si ella murió, dio a luz o lo que sea sería la clave de dar con su hija o hijo. La duda de mi hermana me hace mirarla como si estuviese haciendo una pregunta demasiado obvia, prensando un poco los labios — No lo sabemos. Podría ser un desastre si sale a la luz. Y eso me lleva a… bueno, con respecto a lo que haríamos de encontrarlo — no sé por qué siento la picazón en la nuca que se liga a la incomodidad. Jugueteo con el paño entre las manos, envolviendo mejor el hielo como si eso fuese a darme tiempo y la excusa necesaria para no mirarla a los ojos — No podemos dejarlo vivo, es obvio. Tendría que ser un homicidio político encubierto — las órdenes fueron claras. Encontrarlo, sacar la información necesaria y eliminarlo del mapa en silencio. Sin alterar a las multitudes, sin regalarles un mártir. Madre, hijo, posiblemente una tía… todos muertos. Y aquí no ha pasado nada.

Claro está, siempre estuvo la duda personal de si yo tendría que hacerlo. Firmar sentencias no es lo mismo que ejecutarlas y siempre estuve muy cómodo detrás de la seguridad casi inocente del escritorio, esa que me salva de catalogarme como un asesino. Y, me guste o no, estamos hablando de un niño, apenas mayor que mi propia hija. Nunca he tenido el morbo del homicidio y no me hace gracia empezar con un crío, aunque sé que tengo que hacerlo si se presenta la oportunidad — Es un Black — me excuso en voz alta, tratando así de suavizar mis palabras anteriores — Sean Niniadis estaba consciente de que estamos hablando de un adolescente, pero que algún día será un adulto y eso significaría que dejamos que la amenaza crezca. El orden tiene que ser mantenido y una vida vale más que las cientos que se perderían si volviésemos a estar en guerra abierta. Es por un bien mayor, por crudo que suene — para que las cosas funcionen, sacrificios tienen que ser hechos y sé que, cuando el día llegue, estaré en primera fila.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Buscar a la madre suena como la opción más lógica dentro de las posibilidades de encontrar si quiera a alguno de los dos, por ser alguien que por lo menos tiene un nombre y un pasado mucho más accesible para el gobierno. Eso si tuvo la suerte de haber sobrevivido, o la desgracia, dependiendo del modo en que se mire, si llegan a encontrarla viva no creo que vaya a tener un final mucho mejor del que le hubiera aguardado la muerte, en cualquier caso. Ese pensamiento me hace fruncir el ceño, percatándome no por primera vez de lo frágil que puede llegar a ser la situación que desarme a un país. Regresar a la tiranía de los Black no es algo que entre dentro de mi lista de deseos, pero en ocasiones como esta, dudo siquiera que Jamie sea muy diferente a ellos; la fortuna es que esta vez los magos hemos salido beneficiados.

No es la primera vez que me encuentro sorprendida por las palabras de mi hermano, la diferencia es que ahora no puedo siquiera comprender de donde es que le sale la facilidad para decirlas. Eso me hace mirarle con algo de desagrado en mis ojos, mientras mis cejas aún se buscan en una expresión que deja clara enseguida la posición que tomo. – ¿Te estás escuchando ahora mismo? ¿Un homicidio político encubierto? ¿Eso es lo que quieres usar para hacerte sentir mejor? – Apenas puedo frenar que las palabras salgan de mi boca cuando descruzo las piernas y me giro hacia él, obligándome a permanecer en el sitio, pero sin estar muy segura de querer seguir tan cerca de él. – Es un niño. ¿Así es que puedes dormir por las noches? – Esto va muy lejos de su trabajo, de cualquier bando político del que uno se pueda posicionar, estamos hablando de la vida de un niño, que probablemente no tenga ni idea de nada de lo que está pasando. Si su madre fue siquiera un poco inteligente, hubiera ignorado cualquier sentimiento de querer decirle quien es en verdad, ¿no? Porque eso haría cualquier madre, proteger a su hijo de aquellos que quieran hacerle daño. ¿Qué hubiera ganado ella contándole la verdad en un mundo donde solo mencionar su apellido es casi un sinónimo de fusilamiento? Nada.

Me levanto del sofá con una sacudida de cabeza y cruzándome de brazos, con la intención de poner una distancia muy necesaria entre nosotros, apenas pudiendo escuchar que esas palabras están saliendo de la boca de mi hermano, a quien tanto admiraba cuando no era más que un moco andante. – Sigue siendo un niño. – Repito cuando justifica lo que dice como si no me hubiera escuchado. – ¿Qué culpa puede tener de los errores que cometieron otros? ¿Vas a condenarlo por eso? ¿Por haber nacido con el nombre que se le dio? Y eso siquiera en el caso de que esté vivo, que no lo sabes, no tienes nada que garantice su existencia y no dudas en hacer un sacrificio que no te pertenece sin siquiera darle una oportunidad.– ¿De verdad ha llegado a ese punto? ¿Acaso es consciente de que tiene una hija con apenas la misma edad? Entiendo que no quiera una guerra, que si la gente conoce acerca de este niño se puede romper con el fino hilo que une a los distritos y a los distritos con el capitolio, pero convertirlo en un mártir no es la manera de restaurar la paz. – ¿Esa es la clase de persona que eres? – Puede que antes no me diera cuenta del daño que le hizo nuestro padre si esto es en lo que se ha convertido, o puede que lo hiciera pero estaba ciega a aceptarlo. Ahora lo veo todo con mucha más claridad. – No eres un dios, Hans, por mucho que tu puesto te haga creer eso, no tienes derecho a decidir quién es dispensable. – Simplemente no está bien.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Es la primera vez que veo esa mirada en los ojos de mi hermana, pero la reconozco de inmediato porque la he recibido de cientos de personas. No soy alguien amado por los ciudadanos de NeoPanem, eso lo tengo bien claro. Por más que existan aquellos que acepten e idolatren mis acciones, muchos me ven con el desagrado al político promedio, en especial esos que sufrieron de primera mano mis ideas. Ahí la tengo, a mi hermana pequeña, mirándome como si no me conociera y no le gustase lo que ve — ¿Quién dice que me hace sentir mejor? ¿Cómo sabes si puedo dormir o no? — alcanzo simplemente a murmurar. Hay muchas cosas que me persiguen, la mayoría de las cosas que hice las he hecho plenamente consciente y orgulloso de mis actos. Otras, solo porque es lo que debo hacer y alguien más lo está esperando. No es fácil ser yo, por mucho que opinen lo contrario.

En lo que ella se levanta del sofá, yo lanzo el paño sobre la mesita ratona como si me resignase a necesitar de ese cuidado. Phoebe habla, mueve los labios sin saber lo que está diciendo y no puedo hacer otra cosa que seguirla con una mirada silenciosa, apretando mis labios en la incomodidad producida por el vacío que todo esto me provoca. Me doy cuenta de que no nos conocemos en lo absoluto, pero sé que tampoco debería estar sorprendido por eso. La suerte ha sido muy distinta para nosotros — ¿Qué clase de persona crees que soy? — es una pregunta que tiene la intención de que ella responda lo que ella misma ha cuestionado — Jamás me he creído un dios, Phoebe. Conozco mi poder, sé dónde está mi límite, dónde puedo caminar seguro y dónde no. La gente es quien cree que soy indestructible, no yo — en un movimiento veloz y resuelto, me pongo de pie y me acerco a ella a pesar de que sé que no me quiere cerca. Tal vez es eso lo que hace que me detenga a una distancia considerable mientras meto las manos en los bolsillos de mi jean — Los hijos no son un reflejo de sus padres, lo sé muy bien, sino no nos tendría fe a nosotros con el padre que hemos tenido — hago una mueca de obvio disgusto, pero aún así no me silencio — No culpo a este niño por ser engendrado en la familia equivocada o solo nacer. Jamás me ha gustado actuar sin un juicio justo de por medio. Pero hay gente sobre mi cabeza, personas más poderosas, deudas que deben ser saldadas y promesas hechas hace mucho tiempo. No puedo solo darles la espalda — porque ese no soy yo.

Siento que me desinflo cuando dejo salir todo el aire que tengo dentro de los pulmones y doy una nueva bocanada — Sé que matar a un niño es una idea horrible y la evitaría si pudiera, pero no puedo. Es el camino que elegí seguir y prefiero eso a traicionar mis ideales. Si este es el precio por evitar que las cosas vuelvan a ser como antes… — evalúo su reacción, paseando los ojos por su rostro, en el cual puedo reconocer algunos rasgos que se asemejan a los míos — Lo lamento, Phoebs. Yo ya escogí mi lado del tablero — y espero, de verdad, que ella no se encuentre en el contrario.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Me siento decepcionada, traicionada por los recuerdos que tengo del hermano que conocí, los cuales no se asemejan a la persona que se ha convertido a día de hoy. Movido por el odio, por el rencor a lo que hizo nuestro padre cuando ni siquiera fue él quien sufrió las consecuencias más severas; esa es la figura que se presenta ante mis ojos, un hombre nublado por querer cumplir con el deber de terminar con los errores que otros cometieron, cueste lo que cueste, pierda lo que se pierda. – No lo sé, no sé quién eres ahora, pero supongo que ese es el problema, ¿no? – Creía que podíamos hacerlo, que podíamos seguir adelante con lo que quedaba de nuestra familia, que nada de lo que pasó antes de reencontrarnos importa porque se supone que la sangre que nos une es más fuerte que eso, pero no pude estar más equivocada. – No podemos seguir fingiendo que nos conocemos, tú lo sabes tanto como yo, nuestros caminos tomaron direcciones demasiado diferentes y de nada sirve disfrazar el pasado que nos hizo ser como somos ahora. – Él lo sabe, yo también. Hay tantas cosas que no le he contado, al igual que estoy segura de que él ha hecho lo mismo conmigo, tanta información que me he callado que hasta este momento no me había planteado por qué lo he hecho. Esto refleja perfectamente que hay cosas que los dos nos hemos guardado voluntariamente, cada uno por sus propias razones.

Tengo que apartar la mirada con una expresión dolorosa plasmada en mi rostro cuando menciona a nuestro padre, un recurso muy rastrero si ponemos en la mesa sus acciones. Ese hombre a quien no considero más que mi progenitor, porque eso es lo único que fue para mí. No se merece el atributo de padre porque nunca lo fue. – No sería darles la espalda, sería ofrecerles una resolución diferente, una que no conlleve el asesinato de alguien inocente. – ¿Honestamente alguien es inocente esto días? Quiero creer que sí. Por lo menos esos niños, que no han tenido la oportunidad de vivir como se debe, esos que merecen una sentencia benevolente. Me giro, dirigiendo mis palabras hacia él cuando me percato de que se ha levantado. – Tú puedes hacerlo, tienes lo medios y en el ministerio te escuchan. Dale la oportunidad de demostrar que puede ser diferente, que no todo tiene que terminar con sangre derramada. – La súplica que se refleja en mis ojos hacia los suyos es la misma que siento por querer borrar esta faceta suya, pudiendo notar como mi corazón se achica de un momento a otro. – Porque somos mejores que ellos, Hans, quiero pensar que lo somos. ¿Qué nos haría diferentes de los Black si cometiésemos los mismos errores que ellos hicieron? – Vuelvo a suplicar, esta vez dando un paso en su dirección y alzando la barbilla.

Black, Niniadis, no es más que un juego de quién puede llevar la corona durante más tiempo, y a cuántos puedo pisotear para conseguirlo. Está tan cegado por su deber con el país que no se da cuenta del daño que hay detrás de todas sus acciones, porque claro, no me importa a quien vaya a aplastar si con eso me mantengo en la cúspide de la pirámide. – Si tomas esta decisión no estarás evitando que las cosas vuelvan a ser como antes, estarás ayudando a construir un futuro que no difiere mucho del pasado. – Es mi último ruego, pero parece que él ya ha tomado una decisión. A lo siguiente no tengo las fuerzas para contestar, pues no tengo claro que posición estoy dispuesta a tomar. No comparto los métodos con los que hemos conseguido llegar a dónde estamos y no soy cómplice de la esclavitud porque hay gente en esos mercados a la que le debo la vida. Empezando por Andrew, por ejemplo, sin el cual no hubiera sobrevivido ni dos días en la calle. Él me dio un refugio, compartió su pan conmigo, todo para terminar apaleado en una mugrosa plaza y vendido como un perro. Creo firmemente en que podemos convivir, dejar a un lado los errores del pasado, empezar de cero, pero obviamente esos pensamientos dejo que permanezcan en el fondo de mi cabeza mientras vuelvo a posar mis ojos sobre los de mi hermano.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Quiero preguntarle qué tan diferentes, pero no lo hago porque temo saber la respuesta. Puede que ella me esté viendo con el reproche del prejuicio, pero yo me niego a tomar ese tipo de opiniones sobre alguien que siempre se ha significado tanto para mí, incluso en la distancia. Porque siempre quise salvarla, porque culparme por lo que ocurrió me tomó años y jamás lo he sanado del todo. Fallé, estrepitosamente, en la única misión que tenía como hermano mayor: protegerla, hacer al menos un cuarto de lo que nuestra madre hizo por nosotros. Fui cómplice involuntario de cómo nuestra familia se desmoronó de la noche a la mañana y la infancia desapareció con un chasquido de dedos. Y sé que ese niño es inocente, sé que no ha hecho ningún mal, pero es un error y un riesgo que no planeo tener en la lista de arrepentimientos — ¿De verdad crees eso? — es obvio que estoy hablando con ironía — Ningún gobierno es inmaculado, Phoebe. Soy mestizo, todo lo que conseguí fue por mérito, no por reputación. No van a escucharme, no si lo que digo es que deje ir a un miembro de la familia que nos ha jodido la vida, por más joven que sea — es una completa locura, pero ella no sabe cómo son las cosas desde adentro, jamás lo ha visto.

Mi cabeza niega una y otra vez. ¿Por qué no lo ve? ¿Por qué ella, que debería comprenderme mejor que nadie? Que sufrió de primera mano lo que nos llevó a ser como somos ahora — Solo busco que se haga justicia, eso es todo, a eso me he dedicado toda la vida — siento que hablo sílaba por sílaba, no entiendo de dónde es que consigo hablar sin que se me parta la voz a la mitad, porque hay una presión en mi garganta que me está asfixiando — Si ellos nos atacan, nosotros atacaremos más fuerte. Y si por esa casualidad le dijese a Jamie Niniadis que se detenga… Phoebe, eso sería suicidio — no, no estoy hablando metafóricamente. En mi posición, defender a un rebelde o a un traidor me pondría en la línea de fuego, incluso aunque así lo deseara — ¿Y qué pasaría contigo y Meerah? ¿Qué pasaría con nuestra familia? ¿Crees que saldrían limpias de eso? No seas tonta, sé que no lo eres. Haré lo que tenga que hacer, puedes odiarme por ello… — puedo sentir cómo las fosas nasales se me ensanchan cuando tomo aire y parpadeo con la intención de no sentir los ojos hinchados al tratar de mantenerme firme, sin perder la compostura — Pero si querer evitar el pasado y mantenernos a salvo me convierte en un monstruo para ti, pues soy un monstruo.

Es como si algo invisible se hubiese roto entre los dos y jamás he sentido el aire tan pesado. La miro con la respiración agitada en una angustia nueva y dolorosa, que me mantiene erguido delante de ella con el rostro pidiéndole que se atreva a contradecirme. De pronto, la herida de la cabeza ya no duele y siento la urgencia de encontrarme lejos de aquí, porque no quiero que las cosas empeoren, si es que pueden hacerlo — No puedo quedarme esta noche — acabo murmurando y mi voz se apaga, dándome por vencido en esta batalla. Ojalá pudiese solucionar todo como antes, cuando bastaba con hacerle cosquillas o acostarnos a leer cuentos en pijamas más grandes que nuestra talla, porque éramos lo suficientemente pequeños como para caber en la misma cama y compartir el mismo libro. Pero hemos crecido. Ya no entramos ni siquiera en la misma página.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Lo que dice me confirma lo que llevaba tiempo creyendo, que no es más que una marioneta del gobierno que se dedica a cumplir órdenes sin importar las consecuencias que esas acciones conlleven. Puede que le sea fiel al gobierno, a Jamie y a sus decisiones, pero me niego a creer que mi hermano es cómplice de las mismas por gusto propio. No pueden haberle jodido tanto. – ¿Acaso lo has intentado siquiera? ¿De qué tienes miedo exactamente? ¿De lo que puedan hacer si cuestionas sus ideas aunque seas consciente de que está mal? – Porque temo ser la que le diga esto, pero si su tan preciado gobierno es capaz de enviar a alguien de confianza a la horca solo por proponer una solución que no conlleve la muerte de un niño, no resulta una autoridad tan permisiva como les gusta alardear que son.

Puedo sentir como un resoplido sale desde el fondo de mi nariz con fuerza, abriendo los ojos de tal manera que no creo estar escuchando lo mismo que él. – Esta es tu justicia entonces, pues siento tener que formularlo así pero es una basura de justicia. – Y no lo digo con todo el asco que soy capaz de sacar porque es mi hermano, aunque no estoy muy segura de si mantengo el mismo respeto que tenía por él después de conocer este lado. Me pregunto si esta es la misma justicia que lleva años persiguiendo desde que comenzó su carrera, pero a estas alturas es que ya ni quiero saberlo. – No necesito que me protejas, Hans, ya no soy una niña, sé valérmelas por mí misma, llevo toda la vida haciéndolo por desgracia. No necesito que me mantengas a salvo. – Odio tener que decirlo, pero dejó de protegerme cuando se me fue obligada a vivir en la calle, algo que en ningún momento le he echado en cara porque éramos unos niños, pero creo que todavía no se ha dado cuenta de que su protección es algo que nunca he necesitado de él desde entonces. – Solo he conocido a un monstruo en toda mi vida, y ese ha sido nuestro padre, pero está en tus manos convertirte en el segundo. – Porque puede hacerlo, sé que puede, es bueno con las palabras, siempre lo ha sido, solo es cuestión de encontrar las adecuadas.

Me limito a asentir con la cabeza, dándole ligeramente la espalda con los brazos rodeándome la cintura en un intento fallido de mantener una compostura serena. Porque está claro que no es que no pueda quedarse esta noche, sino que no quiere, porque él ya ha escogido el camino por el cual quiere seguir, y de alguna forma, reconozco en su mirada que nada de lo que diga le hará cambiar de opinión. Trago saliva, aunque esta no me sabe tan amarga como las palabras que trato de asimilar sin mucho éxito. El silencio se torna más pesado que de costumbre, cargando el ambiente de una incomodidad que hace tiempo no percibía con nadie, pero soy incapaz de murmurar algo por miedo a que se ponga todavía más en evidencia la pared que nos separa ahora mismo. Al final no me queda otra que resignarme a mirarle, observando en su rostro detalles que comparte con el mío, parece mentira que dos personas que se parezcan tanto no tengan nada que ver el uno con el otro. Eso es lo que más pena me da de todo esto, que por mucho que nos esforcemos, seguimos siendo la misma familia rota.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Esa es la gran incógnita: no me hace gracia verme como asesino de inocentes, pero... ¿Está en verdad mal? Si la muerte de uno evita el desastre, no podemos estar tan equivocados, ¿verdad? Y no estoy tratando de convencerme, ya he dicho que esto es lo que elegí a consciencia y parece que será lo que haga que la pierda — Es la justicia que nos sacó de la miseria. Deberías estar agradecida — lo digo con un tono que intenta ponerle un punto final a todo esto, por muy calmo que intente sonar. Y que diga que no me necesita, que todo esto es una enorme mierda, que se olvide que Meerah aún es una niña y que necesita que yo haga las cosas bien para tener un buen futuro, porque eso no cambiará el modo que tengo de mirarla. Que juzgue mi moral, pero yo tampoco comprenderé su ceguera. La gente hace sacrificios, yo estoy haciendo los míos.

Es lo último que dice lo que me hiela el interior y, por un segundo, creo que no puedo ver nada. Incluso tengo el impulso de buscar mi varita, pero con solo mover la mano recuerdo que la desconocida la ha partido a la mitad. Hablar me cuesta, porque cuando intento que salga el sonido, solo encuentro aire. Al final, tenso la mandíbula cuando muevo un pie hacia atrás para no saltar sobre ella y sacudirla como se lo merece — Jamás — escupo, sintiendo vibrar mi garganta por lo apretados que tengo los dientes — Jamás me compares con él— de ninguna manera, bajo ningún aspecto. Ni me molesto en decir algo más porque prefiero la huida, como el cobarde emocional que siempre he sido. Le doy la espalda a la persona que llegó a ser la más importante en mi vida en algún punto de su transcurso y tiro de la puerta de su casa para salir al pasillo. En minutos, me encuentro respirando el aire fresco y los jadeos demuestran que estoy tratando de pasarlo a pesar de la angustia. El castigado es el cesto de basura que pateo con fuerza una, dos, cinco veces, hasta que la ira se transforma en un gemido y me desaparezco. Si así deben ser las cosas, tendré que aceptarlo. O quizá no.
Hans M. Powell
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