VERANO de 247521 de Junio — 20 de Septiembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Lo que me despierta es un sonido insoportable que proviene de un lugar demasiado lejano y tardo un momento en darme cuenta de que lo oigo distante porque tengo una almohada sobre la cabeza. Tanteo con la mano hasta pellizcar la tela de la misma y tiro, reconociendo mi postura panza abajo y adivinando sin necesidad de mirarme que tengo el cabello disparado en todas direcciones y el rostro fruncido por el cansancio. La luz es tenue, apenas ingresando por la ventana e indicando que es bien temprano en la mañana, no ayudando a mi pereza general, producida mayormente por haberme dormido a vaya a saber qué hora de la madrugada. Soy plenamente consciente de que no estoy en mi dormitorio, en vista de que no ha habido alcohol en esta ocasión y todos los detalles de anoche se encuentran frescos en mi cabeza. Incluso giro el rostro, encontrándome con la figura que me comparte algo de calor corporal en la poca distancia. En esta ocasión, no me sobresalto; me basta con moverme con cuidado, decidido a apagar ese pitido infernal. Bajar los pies al suelo me planta una nueva incógnita: ¿Dónde quedaron mis pantalones?
A pesar de que barro el cuarto con mis ojos, recuerdo casi de inmediato que no están aquí. Me detengo un momento en los detalles que decoran una de sus paredes, papeles que no comprendo del todo pero que me obligan a sonreírme un instante para mí mismo. Me obligo a levantarme y mis pasos tratan de ser silenciosos mientras camino hasta llegar a la sala, agradeciendo las pocas distancias y buscando en la poca iluminación por el bulto que tendrían que ser mis pantalones. Al final, reconozco mi camiseta sobre la barra de la cocina y los jeans en medio de la sala, así que intento llegar a ellos, tropezando en el proceso con lo que identifico como mi ropa interior. Bien, eso significa que sigo vagamente dormido, lo que explicaría mi andar en leve zig zag y mi poca capacidad para sacudirme los calzoncillos del pie. Al final, puedo inclinarme sobre el pantalón, levantarlo y hurgar en uno de los bolsillos hasta que doy con el comunicador, cuya alarma me está asesinando los tímpanos con más intensidad. La apago y noto los números que me indican que son casi las siete de la mañana, lo que me provoca un resoplido de agotamiento. Reconozco el deseo de seguir durmiendo y me paso una mano por la cara, estirándome las facciones en un intento de convencerme de que es martes, que debo ir a trabajar, que podría simplemente vestirme y desaparecer. No sería la primera vez que lo hago y dudo mucho que fuese la última. Aún así, tiro la ropa sobre el desacomodado sofá y arrastro los pies hasta el baño, donde me encierro los minutos necesarios como para sentir que soy una persona sin la boca apestando a mañana y con la cara un poco más despejada.
El instinto es lo que me regresa a la cama, donde creo que caigo con el sueño suficiente como para que me arrastre por el colchón hasta pasar el brazo por encima del cuerpo de Scott con una comodidad que no sé bien de dónde sale, pero que no considero incorrecta. Veamos, una vez es simplemente casual. Dos, posiblemente la búsqueda de una revancha pendiente. Pero tres… bueno, digamos que se nos agotaron las excusas. Me acomodo cerca de su cuello, donde rozo mis labios en una actitud perezosa, pero buscando su atención en el capricho del abuso de las pocas horas que nos quedan antes de tener la obligación de estar en el ministerio — No sé qué inyección te dieron anoche, pero no tienes ni la más mínima roncha — murmuro con voz ronca, mostrándome vagamente divertido ante el recuerdo de un incidente que parece muy lejano y que, a decir verdad, se me fue de la mente en las últimas horas. Me silencio con un beso en el corte de su mandíbula y estrecho con suavidad el agarre de mi brazo, a sabiendas de que estoy siendo un fastidio y delatándolo con la pequeña sonrisa divertida que se me asoma cerca de su boca — Odio decírtelo así, pero es martes, hay trabajo que hacer y pareces un oso perezoso en época de hibernación. Y si consideramos que anoche vacié todo mi estómago, corres el riesgo de levantarte y encontrarte con la nevera vacía — soy consciente del tono nada formal de mis palabras y eso me obliga a aclararme un poco la garganta, aunque tampoco puedo esperar otra cosa si consideramos el escenario. Como ya dije, se nos acabaron las excusas y, para ser honesto, nunca fui fanático de ellas.
A pesar de que barro el cuarto con mis ojos, recuerdo casi de inmediato que no están aquí. Me detengo un momento en los detalles que decoran una de sus paredes, papeles que no comprendo del todo pero que me obligan a sonreírme un instante para mí mismo. Me obligo a levantarme y mis pasos tratan de ser silenciosos mientras camino hasta llegar a la sala, agradeciendo las pocas distancias y buscando en la poca iluminación por el bulto que tendrían que ser mis pantalones. Al final, reconozco mi camiseta sobre la barra de la cocina y los jeans en medio de la sala, así que intento llegar a ellos, tropezando en el proceso con lo que identifico como mi ropa interior. Bien, eso significa que sigo vagamente dormido, lo que explicaría mi andar en leve zig zag y mi poca capacidad para sacudirme los calzoncillos del pie. Al final, puedo inclinarme sobre el pantalón, levantarlo y hurgar en uno de los bolsillos hasta que doy con el comunicador, cuya alarma me está asesinando los tímpanos con más intensidad. La apago y noto los números que me indican que son casi las siete de la mañana, lo que me provoca un resoplido de agotamiento. Reconozco el deseo de seguir durmiendo y me paso una mano por la cara, estirándome las facciones en un intento de convencerme de que es martes, que debo ir a trabajar, que podría simplemente vestirme y desaparecer. No sería la primera vez que lo hago y dudo mucho que fuese la última. Aún así, tiro la ropa sobre el desacomodado sofá y arrastro los pies hasta el baño, donde me encierro los minutos necesarios como para sentir que soy una persona sin la boca apestando a mañana y con la cara un poco más despejada.
El instinto es lo que me regresa a la cama, donde creo que caigo con el sueño suficiente como para que me arrastre por el colchón hasta pasar el brazo por encima del cuerpo de Scott con una comodidad que no sé bien de dónde sale, pero que no considero incorrecta. Veamos, una vez es simplemente casual. Dos, posiblemente la búsqueda de una revancha pendiente. Pero tres… bueno, digamos que se nos agotaron las excusas. Me acomodo cerca de su cuello, donde rozo mis labios en una actitud perezosa, pero buscando su atención en el capricho del abuso de las pocas horas que nos quedan antes de tener la obligación de estar en el ministerio — No sé qué inyección te dieron anoche, pero no tienes ni la más mínima roncha — murmuro con voz ronca, mostrándome vagamente divertido ante el recuerdo de un incidente que parece muy lejano y que, a decir verdad, se me fue de la mente en las últimas horas. Me silencio con un beso en el corte de su mandíbula y estrecho con suavidad el agarre de mi brazo, a sabiendas de que estoy siendo un fastidio y delatándolo con la pequeña sonrisa divertida que se me asoma cerca de su boca — Odio decírtelo así, pero es martes, hay trabajo que hacer y pareces un oso perezoso en época de hibernación. Y si consideramos que anoche vacié todo mi estómago, corres el riesgo de levantarte y encontrarte con la nevera vacía — soy consciente del tono nada formal de mis palabras y eso me obliga a aclararme un poco la garganta, aunque tampoco puedo esperar otra cosa si consideramos el escenario. Como ya dije, se nos acabaron las excusas y, para ser honesto, nunca fui fanático de ellas.
Las alarmas de peligro suelen sonar con una insistencia mayor a la del eco de un latido agudo. La habitación está llena de la luz clara que entra por la ventana, en vez de los destellos rojos que esperaba ver. El pitido se sigue escuchando hasta que se detiene, la certeza de todas mis mañanas de saberme sola en mi cama dura unos segundos de sosiego. Suelto el aire contenido en mi pecho contra la almohada y cambio de posición en el vacío de la cama para reconquistar el sueño, recuperando parte del espacio que cedí anoche. Mi nariz se llena de los olores que quedaron impregnados en la tela, soy consciente de mi desnudez y de que la pesadez de mi cuerpo se debe a un cansancio que solo en parte se debe a los días agitados que tuve y en buena medida a una madrugada agitada. Solo queda la calma cuando el silencio es todo lo que se escucha, y estoy tan sumida en esta, que me acomodo al cuerpo que se tiende a mi lado con los ojos aun cerrados, atraída por el calor de su piel. Me muevo para que pueda subir con sus besos por mi cuello, en mi estado de somnolencia. Mis labios se estiran y acaricio su cabello instándolo a seguir recorriendo toda la piel libre de marcas. —Es muy temprano para pensar en términos médicos— suspiro a la nada. —Porque cuando dices que no sabes que inyección me dieron anoche, en todo lo que puedo pensar es…— hago un recorrido mental de nuestras paradas por el departamento hasta hundirnos en la cama. Deslizo una mano por su cintura y desciendo por su cadera. —En lo efectivo que eres para combatir alergias— susurro y me estiro con languidez. —Solo unos minutos más— pido con los ojos cerrados, con la intención de volver a dormir.
De a poco abandono el estado de sueño, pese a que me resisto a incorporarme porque el cuerpo me pide permanecer en la comodidad de la cama. —Los días de la semana son una cuestión psicológica— farfullo con la incoherencia que me facilita el estar en medio de la consciencia y la inconsciencia. —Si te mentalizas que hoy no es martes, no será martes—. Lo miro de soslayo con una sonrisa que se esconde en la almohada. Recojo con mis manos los bordes de la sábana para subirlos hasta los hombros, aferrándome a mi estado de hibernación inoportuno de entre semana. Me apena que esté sin comer después del episodio de anoche en el local de mariscos que lo dejó sin cena y el ajetreo posterior en este lugar, pero no es algo que esté a mi alcance solucionar. No le traeré una bandeja de lo que sea a la cama, como mucho un tazón de frutas. —¿Qué? ¿Mis elfos no te prepararon el desayuno? — me resulta imposible no bromear sobre los contrastes entre su casa y la mía. —Perdona, el chef que contraté está de vacaciones. Tocará comer lo que haya— sigo. Contengo la risa y salgo de las sábanas para desperezarme. Reviso la hora en el reloj que está en la mesa de luz y cuando tengo la tranquilidad de que tenemos algo de tiempo, voy hacia unos cajones para vestirme con ropa interior y una camiseta que hago pasar por mi cabeza y mis brazos. —La cocina es la tercera puerta a la derecha. No te pierdas en la galería de retratos de mis ancestros, por favor— mi tono burlón es fresco por la mañana y voy hacia el baño. Tengo una mano en la manija para abrir la puerta cuando me detengo, mi vacilación dura tres contados segundos. ¿Si sabe que puede conseguir un desayuno mejor en su oficina con solo chasquear los dedos, verdad? —Puedes servirte lo que quieras— le hago una seña en dirección a la cocina.
De a poco abandono el estado de sueño, pese a que me resisto a incorporarme porque el cuerpo me pide permanecer en la comodidad de la cama. —Los días de la semana son una cuestión psicológica— farfullo con la incoherencia que me facilita el estar en medio de la consciencia y la inconsciencia. —Si te mentalizas que hoy no es martes, no será martes—. Lo miro de soslayo con una sonrisa que se esconde en la almohada. Recojo con mis manos los bordes de la sábana para subirlos hasta los hombros, aferrándome a mi estado de hibernación inoportuno de entre semana. Me apena que esté sin comer después del episodio de anoche en el local de mariscos que lo dejó sin cena y el ajetreo posterior en este lugar, pero no es algo que esté a mi alcance solucionar. No le traeré una bandeja de lo que sea a la cama, como mucho un tazón de frutas. —¿Qué? ¿Mis elfos no te prepararon el desayuno? — me resulta imposible no bromear sobre los contrastes entre su casa y la mía. —Perdona, el chef que contraté está de vacaciones. Tocará comer lo que haya— sigo. Contengo la risa y salgo de las sábanas para desperezarme. Reviso la hora en el reloj que está en la mesa de luz y cuando tengo la tranquilidad de que tenemos algo de tiempo, voy hacia unos cajones para vestirme con ropa interior y una camiseta que hago pasar por mi cabeza y mis brazos. —La cocina es la tercera puerta a la derecha. No te pierdas en la galería de retratos de mis ancestros, por favor— mi tono burlón es fresco por la mañana y voy hacia el baño. Tengo una mano en la manija para abrir la puerta cuando me detengo, mi vacilación dura tres contados segundos. ¿Si sabe que puede conseguir un desayuno mejor en su oficina con solo chasquear los dedos, verdad? —Puedes servirte lo que quieras— le hago una seña en dirección a la cocina.
Se me pinta una sonrisa contra el calor de su piel, esa que queda al descubierto en cuanto se acomoda para regalarme la extensión de su cuello — La próxima vez me ahorraré en llevarte al hospital, entonces — es un murmullo bromista, ahogado por los besos que dejo en su piel, esa que hace que la risa que brota de mi garganta apenas se oiga como mera respuesta a su petición de algunos minutos extra. No se lo digo en voz alta, pero el modo en el cual me acoplo a su cuerpo deja en evidencia que se lo concedo, demasiado cómodo y agotado como para desear enfrentar una nueva jornada laboral. Y, debo admitirlo, el gozar de la comodidad de sus sábanas es un capricho que me agrada cumplir, en especial si tomamos en cuenta el modo que tiene de pasar de mi cabello a mi cintura, con total impunidad.
— Díselo a mi agenda — susurro con la sonrisa plasmada en la voz, correspondiendo perezosamente al mismo gesto que se asoma por su rostro, el cual puedo ver recortado en la luz que ingresa matutina por la ventana. Que tire de las sábanas hace que me mueva un poco, buscando algo del calor y la protección de las mismas, lo que me lleva a enroscar un poco nuestras piernas al reírme por esa mofa — Que mal servicio, Scott. Debería demandarte por falsa publicidad — aunque no recuerdo que me haya prometido algo de comida, pero tampoco me voy a poner a hacer un análisis de ello. No cuando tengo que dejar caer mi brazo en cuanto se libera y se me escapa un gemido de reproche, quedándome tendido a pesar de que mis ojos siguen el recorrido de su silueta por la habitación. Al final, es hasta que se aleja lo suficiente que me apoyo en mi costado para poder verla, arrugando un poco el entrecejo con obvia frescura — ¿Debería sentirme atacado por todo esto o siempre te despiertas con ese humor? — no es un tono ofendido ni mucho menos, la mueca divertida que curva la comisura de mis labios lo evidencia.
Su ofrecimiento no me toma por sorpresa, pero sí me suena a una conversación un poco inverosímil entre nosotros, delatándose en el modo que mis cejas se disparan rápidamente hasta esconderse por un segundo debajo de mi flequillo — ¿Lo que yo quiera? — es un tono pícaro pero suave, ligeramente sugerente. Me impulso hacia arriba hasta que vuelvo a estar de pie y, esta vez, mis piernas están un poco más firmes cuando camino, acercándome a ella hasta que paso por su lado con algo más de lentitud — Supongo que tú no vienes incluida en el menú. Ya sabes, con café a un lado — el chiste se apaga cuando inclino la cabeza hacia un lado, apenas tocando sus labios con los míos en un gesto que ni siquiera me lleva a cerrar los ojos del todo. Me alejo casi tan rápido como llegué, dispuesto a continuar el camino hacia la sala, mucho más consciente de la ubicación de cada mueble u objeto intruso.
Vestirme me toma poco y nada, a pesar de algunos saltos torpes para meter la pierna correcta en el agujero del pantalón correspondiente. Para cuando ella se aparece en escena, estoy pasando la remera por mi cabeza y estiro la tela hacia abajo para que quede en su lugar, notando las leves arrugas provocadas por haber sido arrojada al suelo hecha una bola descuidada — ¿Volverás a desayunar fruta? — pregunto y, con total descaro, empiezo a hurgar en sus alacenas. Ella me dio permiso, que conste — Puedo cumplirte la fantasía de tener tostadas sin quemar en tu cocina por una vez en la vida — cierro la puertita que tengo a la altura de mi cabeza tras tomar el paquete de pan y me volteo, echándole un vistazo como si recién me percatase de su compañía. Es como si el papel que me entregó ayer y sigue reposando en mi bolsillo volviese a tomar peso, pero lo empujo a un lado con extraña facilidad — Demasiado casero para nosotros, ¿no? — a pesar del tono jovial, queda implícito lo extraño del escenario. Me sacudo la idea con un movimiento de la cabeza y apoyo el pan sobre la mesada, siendo libre de chequear lo que reconozco como la cafetera. Es la perfecta excusa para darle la espalda — Puedo marcharme rápido, si eso es lo que quieres. Es tu casa, así que esta vez son tus reglas — no tuve oportunidad hasta ahora de preguntar por las leyes de su techo. Quizá debería empezar a enumerarlas.
— Díselo a mi agenda — susurro con la sonrisa plasmada en la voz, correspondiendo perezosamente al mismo gesto que se asoma por su rostro, el cual puedo ver recortado en la luz que ingresa matutina por la ventana. Que tire de las sábanas hace que me mueva un poco, buscando algo del calor y la protección de las mismas, lo que me lleva a enroscar un poco nuestras piernas al reírme por esa mofa — Que mal servicio, Scott. Debería demandarte por falsa publicidad — aunque no recuerdo que me haya prometido algo de comida, pero tampoco me voy a poner a hacer un análisis de ello. No cuando tengo que dejar caer mi brazo en cuanto se libera y se me escapa un gemido de reproche, quedándome tendido a pesar de que mis ojos siguen el recorrido de su silueta por la habitación. Al final, es hasta que se aleja lo suficiente que me apoyo en mi costado para poder verla, arrugando un poco el entrecejo con obvia frescura — ¿Debería sentirme atacado por todo esto o siempre te despiertas con ese humor? — no es un tono ofendido ni mucho menos, la mueca divertida que curva la comisura de mis labios lo evidencia.
Su ofrecimiento no me toma por sorpresa, pero sí me suena a una conversación un poco inverosímil entre nosotros, delatándose en el modo que mis cejas se disparan rápidamente hasta esconderse por un segundo debajo de mi flequillo — ¿Lo que yo quiera? — es un tono pícaro pero suave, ligeramente sugerente. Me impulso hacia arriba hasta que vuelvo a estar de pie y, esta vez, mis piernas están un poco más firmes cuando camino, acercándome a ella hasta que paso por su lado con algo más de lentitud — Supongo que tú no vienes incluida en el menú. Ya sabes, con café a un lado — el chiste se apaga cuando inclino la cabeza hacia un lado, apenas tocando sus labios con los míos en un gesto que ni siquiera me lleva a cerrar los ojos del todo. Me alejo casi tan rápido como llegué, dispuesto a continuar el camino hacia la sala, mucho más consciente de la ubicación de cada mueble u objeto intruso.
Vestirme me toma poco y nada, a pesar de algunos saltos torpes para meter la pierna correcta en el agujero del pantalón correspondiente. Para cuando ella se aparece en escena, estoy pasando la remera por mi cabeza y estiro la tela hacia abajo para que quede en su lugar, notando las leves arrugas provocadas por haber sido arrojada al suelo hecha una bola descuidada — ¿Volverás a desayunar fruta? — pregunto y, con total descaro, empiezo a hurgar en sus alacenas. Ella me dio permiso, que conste — Puedo cumplirte la fantasía de tener tostadas sin quemar en tu cocina por una vez en la vida — cierro la puertita que tengo a la altura de mi cabeza tras tomar el paquete de pan y me volteo, echándole un vistazo como si recién me percatase de su compañía. Es como si el papel que me entregó ayer y sigue reposando en mi bolsillo volviese a tomar peso, pero lo empujo a un lado con extraña facilidad — Demasiado casero para nosotros, ¿no? — a pesar del tono jovial, queda implícito lo extraño del escenario. Me sacudo la idea con un movimiento de la cabeza y apoyo el pan sobre la mesada, siendo libre de chequear lo que reconozco como la cafetera. Es la perfecta excusa para darle la espalda — Puedo marcharme rápido, si eso es lo que quieres. Es tu casa, así que esta vez son tus reglas — no tuve oportunidad hasta ahora de preguntar por las leyes de su techo. Quizá debería empezar a enumerarlas.
Que me aferre a las sábanas, que me enrede con su cuerpo, que niegue la realidad del martes, no cambiará el orden de los días de la semana y me otorgará un sábado de gracia. Mi costumbre inquieta de estar en pie tras unas pocas horas de sueño porque la pereza es un mal que evito, me falla. Esta vez el tiempo corre en contra y lo único que quiero es quedarme suspendida en este letargo, encuentro que su hombro es más cómodo que la almohada y la calidez que me envuelve en su abrazo funciona mejor que una manta. Su anunciado asalto a mi comida es lo que me incita a moverme, este momento de limbo está hecho para romperse y se siente como un quiebre cuando me aparto para salir de la cama. —Puras mentiras para atraerte hacia mis malas intenciones— sigo a su broma sobre publicidad engañosa, de la que no soy responsable si tenemos que hablar en serio. Nunca nos engañamos sobre nosotros mismos, quiénes somos y qué cabe esperar. Él tiene una muy detallada lista de mis gloriosos defectos, por ejemplo. Faltó la falta de arte en la cocina, pero puede agregarla esta mañana y retirarse con esa excusa, como podría haberse ido anoche a la mención de cualquiera de mis otros rasgos poco amables de mi carácter. —Me despierto con este humor, vivo con este humor y me voy a dormir con este humor— digo, y hundo los hombros y muestro mis manos, como si las cosas fueran de esta manera porque no pueden ser de otra.
No comprendo bien el cómo seguimos siendo débiles a la gravedad y no hay modo en que impongamos distancias, la atracción de mi cuerpo hacia el suyo me hace buscar su boca cuando se acerca. —¿Tenemos tiempo para un menú que nos incluya?— pregunto con una ceja en alto como planteándonos la duda o el desafío, depende de cómo queramos verlo. El agua al correr opaca un poco los sonidos de alguien moviéndose por la casa y sé que si permanezco en el baño los dos minutos de reflexión sobre lo que está sucediendo, hallaré un par de incongruencias. Termino de peinar con mis dedos los mechones cortos de pelo cuando salgo del baño y me lo encuentro revolviendo la alacena. Paso de largo su pregunta por su ofrecimiento que me tiene con una sonrisa que tira de mis labios. —Me agrada ese detalle tuyo de tomar nota de mis fantasías— suelto una carcajada y beso la línea de su mentón en una caricia fugaz. —Pero, ¿seguro que en las fantasías la gente lleva tanta ropa puesta?— inquiero. Hace temblar mi gesto burlón al señalar lo doméstico de la escena. —Tal vez…
Como parece saber mejor que yo lo que se hace en una cocina, permito que se mueva a su gusto y para no estorbar me siento en el desayunador con las piernas colgando. —¿Me estás incitando a echarte de mi casa?— pregunto, mi mirada esperando una reacción delatadora en su cuerpo colocado convenientemente de espalda. Si yo no se lo dije, ¿por qué tiene que insinuarlo él? Por lo que me explicó ayer sobre que darme margen para hacer una elección es una muestra de respeto, puedo entender qué se trata de lo mismo. —No recibo personas en mi casa, creo que te lo había dicho. Pero estás debidamente invitado a quedarte esta mañana…— hago un movimiento elegante en el aire con la mano. Nadie tiene que salir corriendo con la ropa en brazos de esta situación al despuntar al amanecer, porque no se trató de sexo casual o accidental que obliga a abandonar camas a la mañana siguiente. No es como si dejara de ver a Hans después de este día, y lo mínimo que puedo hacer es darle espacio para que se tome un café. —Mi regla más inmediata es que como estamos en mi casa y dormiste en mi cama, te toca alimentarme— señalo a los panes que se transformarán en tostadas. —Te cedo este pequeño territorio de mi reino y queda bajo tu control— dibujo unas líneas con mi dedo que trazan la superficie rectangular de la cocina, y uso mis manos como apoyo para inclinarme hacia atrás en la mesada, sonriente, a esperar mi desayuno. —¿Y tú? ¿Tienes apuro en irte? Puedes hacerlo, si quieres... después de que termines las tostadas.
No comprendo bien el cómo seguimos siendo débiles a la gravedad y no hay modo en que impongamos distancias, la atracción de mi cuerpo hacia el suyo me hace buscar su boca cuando se acerca. —¿Tenemos tiempo para un menú que nos incluya?— pregunto con una ceja en alto como planteándonos la duda o el desafío, depende de cómo queramos verlo. El agua al correr opaca un poco los sonidos de alguien moviéndose por la casa y sé que si permanezco en el baño los dos minutos de reflexión sobre lo que está sucediendo, hallaré un par de incongruencias. Termino de peinar con mis dedos los mechones cortos de pelo cuando salgo del baño y me lo encuentro revolviendo la alacena. Paso de largo su pregunta por su ofrecimiento que me tiene con una sonrisa que tira de mis labios. —Me agrada ese detalle tuyo de tomar nota de mis fantasías— suelto una carcajada y beso la línea de su mentón en una caricia fugaz. —Pero, ¿seguro que en las fantasías la gente lleva tanta ropa puesta?— inquiero. Hace temblar mi gesto burlón al señalar lo doméstico de la escena. —Tal vez…
Como parece saber mejor que yo lo que se hace en una cocina, permito que se mueva a su gusto y para no estorbar me siento en el desayunador con las piernas colgando. —¿Me estás incitando a echarte de mi casa?— pregunto, mi mirada esperando una reacción delatadora en su cuerpo colocado convenientemente de espalda. Si yo no se lo dije, ¿por qué tiene que insinuarlo él? Por lo que me explicó ayer sobre que darme margen para hacer una elección es una muestra de respeto, puedo entender qué se trata de lo mismo. —No recibo personas en mi casa, creo que te lo había dicho. Pero estás debidamente invitado a quedarte esta mañana…— hago un movimiento elegante en el aire con la mano. Nadie tiene que salir corriendo con la ropa en brazos de esta situación al despuntar al amanecer, porque no se trató de sexo casual o accidental que obliga a abandonar camas a la mañana siguiente. No es como si dejara de ver a Hans después de este día, y lo mínimo que puedo hacer es darle espacio para que se tome un café. —Mi regla más inmediata es que como estamos en mi casa y dormiste en mi cama, te toca alimentarme— señalo a los panes que se transformarán en tostadas. —Te cedo este pequeño territorio de mi reino y queda bajo tu control— dibujo unas líneas con mi dedo que trazan la superficie rectangular de la cocina, y uso mis manos como apoyo para inclinarme hacia atrás en la mesada, sonriente, a esperar mi desayuno. —¿Y tú? ¿Tienes apuro en irte? Puedes hacerlo, si quieres... después de que termines las tostadas.
¿Tenemos tiempo? Es una buena pregunta, no solo en base al desayuno, sino porque sé muy bien que nuestro momento de paz no será definitivo. Siempre hay algo que agita las aguas, para variar, pero puedo tomar esto como un momento en el cual ninguno de los dos tienen que competir con el otro. Su risa se contagia con la mía, haciendo temblar apenas mi semblante que recibe ese beso casual — Si quieres, me quitaré la ropa de nuevo, pero no le veo lo práctico ahora mismo — es una sugerencia que hasta suena desconfiada, a pesar de que es un tono que se presta al juego. Ese al cual se suma su burla, desligándose de opinar sobre una situación en la cual jamás nos he pensado y que, después de todo lo que ha pasado, no parece tan fuera de lugar.
— No, solo te estoy dando la libertad de que no te sientas presionada — no hay nada peor que sentir que estás manteniendo gente bajo tu techo por mero compromiso. Le permito que se explique mientras pongo en funcionamiento la cafetera, cuyo aroma no se demora en invadir el aire y despierta de inmediato el hambre que hasta ahora tenía controlado. Eso me da el tiempo a echarle un rápido vistazo al moverme, en busca de tazas de café y de la tostadora, la cual conecto en el enchufe más cercano — Me agrada esto de poder tomar tus excepciones a las reglas — no creo que pueda ver el modo ladino en el cual me sonrío, ya que aún me mantengo dándole la espalda, pero estoy seguro de que puede reconocer el tono de mi voz. Para cuando me giro hacia ella, el pan ya se encuentra tomando calor y puedo desligarme un poco de prestarle atención para poder analizar su postura con la mirada — Oh, cierto. La emperatriz — recuerdo con tonito pensativo, revoleando los ojos en un aire obviamente fingido — Terminaré tus tostadas. Comeré contigo. Porque aunque no lo crea, Su Majestad, no tengo apuro en dejar de molestar. Además… — puedo oír como el café ya está listo, así que empujo las tazas para empezar a servir — Es tentador que me cedas tu territorio de esa forma. Rompe un poco con lo que me tiene acostumbrado en ti, Scott. ¿Azúcar, leche?
Las dos tazas humeantes no tardan en estar sobre la mesada junto a un plato pequeño, en el cual voy colocando las tostadas. Para cuando abro la heladera, me fijo en los tuppers con comida que me llaman un instante la atención y paso a buscar la mermelada. Cierro con un movimiento del pie al estar estirándome para tomar un cuchillo, paso el plato al desayunador junto a ella con el frasco que acabo de tomar y, por último, me acerco con ambas tazas, tendiéndole una a la par que me llevo la propia a los labios — Cuando estaba ebria, Meerah me preguntó por qué es que no salgo contigo — recuerdo casi de prepo, sonriendo entre el humo de la taza con la misma expresión de alguien que ha escuchado un disparate — Tuve que explicarle que sería complicado y que jamás podría funcionar. No pareció gustarle la respuesta — mis manos se cierran alrededor de la taza tras un sorbo generoso y, acomodándome entre sus piernas colgantes, me recargo en el desayunador y me acerco para dejar que mi sonrisa gravite sobre sus labios — Creo que puedo perdonarte que abrieras la boca. También creo que puedo acostumbrarme a esto — es un beso rápido y superficial el que le robo, aún así me relamo con lentitud al distanciarme lo suficiente como para prepararme una tostada con una mano, lo que me obliga a desviar la vista de ella y regalarle mi perfil — No me refiero a salir contigo, no empieces a acusarme. Pero creo que hemos sido infantiles e inmaduros al respecto, Scott. Demasiadas vueltas, muchas huidas. ¿Y para qué? — ya con la mermelada en su lugar, le doy un mordisco a la tostada y la siento crujir al mirarla con una expresión que hasta peca de inocente — Al final, siempre nos buscamos y lo peor es que nos encontramos. Entonces… ¿Por qué siempre nos resistimos? — como estoy hablando con la boca llena, me fuerzo a tragar y alzo un hombro — Prometí descifrarte la primera vez que estuvimos juntos, pero cada vez le veo menos sentido a la negativa. ¿O estoy equivocado? — puedo sentir la migaja en la comisura, así que paso mi lengua con rapidez.
— No, solo te estoy dando la libertad de que no te sientas presionada — no hay nada peor que sentir que estás manteniendo gente bajo tu techo por mero compromiso. Le permito que se explique mientras pongo en funcionamiento la cafetera, cuyo aroma no se demora en invadir el aire y despierta de inmediato el hambre que hasta ahora tenía controlado. Eso me da el tiempo a echarle un rápido vistazo al moverme, en busca de tazas de café y de la tostadora, la cual conecto en el enchufe más cercano — Me agrada esto de poder tomar tus excepciones a las reglas — no creo que pueda ver el modo ladino en el cual me sonrío, ya que aún me mantengo dándole la espalda, pero estoy seguro de que puede reconocer el tono de mi voz. Para cuando me giro hacia ella, el pan ya se encuentra tomando calor y puedo desligarme un poco de prestarle atención para poder analizar su postura con la mirada — Oh, cierto. La emperatriz — recuerdo con tonito pensativo, revoleando los ojos en un aire obviamente fingido — Terminaré tus tostadas. Comeré contigo. Porque aunque no lo crea, Su Majestad, no tengo apuro en dejar de molestar. Además… — puedo oír como el café ya está listo, así que empujo las tazas para empezar a servir — Es tentador que me cedas tu territorio de esa forma. Rompe un poco con lo que me tiene acostumbrado en ti, Scott. ¿Azúcar, leche?
Las dos tazas humeantes no tardan en estar sobre la mesada junto a un plato pequeño, en el cual voy colocando las tostadas. Para cuando abro la heladera, me fijo en los tuppers con comida que me llaman un instante la atención y paso a buscar la mermelada. Cierro con un movimiento del pie al estar estirándome para tomar un cuchillo, paso el plato al desayunador junto a ella con el frasco que acabo de tomar y, por último, me acerco con ambas tazas, tendiéndole una a la par que me llevo la propia a los labios — Cuando estaba ebria, Meerah me preguntó por qué es que no salgo contigo — recuerdo casi de prepo, sonriendo entre el humo de la taza con la misma expresión de alguien que ha escuchado un disparate — Tuve que explicarle que sería complicado y que jamás podría funcionar. No pareció gustarle la respuesta — mis manos se cierran alrededor de la taza tras un sorbo generoso y, acomodándome entre sus piernas colgantes, me recargo en el desayunador y me acerco para dejar que mi sonrisa gravite sobre sus labios — Creo que puedo perdonarte que abrieras la boca. También creo que puedo acostumbrarme a esto — es un beso rápido y superficial el que le robo, aún así me relamo con lentitud al distanciarme lo suficiente como para prepararme una tostada con una mano, lo que me obliga a desviar la vista de ella y regalarle mi perfil — No me refiero a salir contigo, no empieces a acusarme. Pero creo que hemos sido infantiles e inmaduros al respecto, Scott. Demasiadas vueltas, muchas huidas. ¿Y para qué? — ya con la mermelada en su lugar, le doy un mordisco a la tostada y la siento crujir al mirarla con una expresión que hasta peca de inocente — Al final, siempre nos buscamos y lo peor es que nos encontramos. Entonces… ¿Por qué siempre nos resistimos? — como estoy hablando con la boca llena, me fuerzo a tragar y alzo un hombro — Prometí descifrarte la primera vez que estuvimos juntos, pero cada vez le veo menos sentido a la negativa. ¿O estoy equivocado? — puedo sentir la migaja en la comisura, así que paso mi lengua con rapidez.
Me encojo de hombros, resignándome a que tendremos que ser prácticos en cuanto a nuestro vestuario en la cocina. Sonrío con humor al pensar que el escenario puede ser el mismo al de la noche anterior, y es el tiempo el que marca la diferencia, ahora mismo la situación es distinta, nuestras ropas están puestas en su lugar cuando horas antes nos deshicimos de ellas sin importar a donde iban a parar. —Tienes razón— si puedo concederle esto es porque sigo hablando en broma. —Es hora de que volvamos a hacer uso de nuestro buen sentido común— ruedo los ojos al decirlo y no creo que llegue a ver el gesto, no hace falta. Por mi tono se dará cuenta que me estoy mofando de que podamos tener una casi civilizada conversación matutina, sin toda esa caótica energía que nos tenía buscando la piel del otro, y que se le da por comparar con algo más. Lo veo de mi pie en un espacio de mi casa, tomando el control de mis cosas, haciendo algo tan cotidiano como café y tostadas, y lo penoso de esto, es tener que reconocer que su presencia no me importuna como para querer que se vaya.
—No me haces sentir como si me estuvieras presionando a algo, nunca. Ni siquiera cuando me estás pidiendo expresamente que haga algo— digo, y me tardó un poco al pensar en ello. —Es como si fuera arrastrada por una corriente que me lleva, contigo me encuentro en todo momento en lugares donde no creía que pudiera estar— le comparto mis cavilaciones con un tono vago y más profundo. —Y ese margen de libertad que tengo para aceptar o negarme a lo que sea que te involucra, también se deja arrastrar, a veces elegimos a conciencia lo que sabemos que es un error — explico con el aroma del café rozando mi nariz. No alcanzo a comprender qué cambió para que hacer de su compañía un disfrute de mi mañana, sin toda la prisa que supone escapar después de compartir cama y evitar precisamente estas conversaciones sobre reflexionar en lo que pasó. Que se abran estos espacios de intimidad diferentes al sexo, en que se hace parte del paisaje de mi cocina y tomo de esta oportunidad porque no creo que se repita. Se ensancha mi sonrisa con su comentario. —Cuando las reglas se romperán de todas formas, siempre es bueno ceder excepciones— susurro. Puedo volver sobre esto cuando acaba su observación sobre mi renuncia a su favor de ciertos territorios, y se lo que esto supone, que estoy retrocediendo mis límites, estoy permitiendo que avance cuando antes me oponía con rotundidad. —Es solo una excepción, no abuses de ello— bromeo. — Algunas de mis reglas están en un dilema esta mañana, si no quiero reescribirlas tendré que pensar en esto como un caso especial. Y un poco de azúcar está bien.
»Además, te mueves bien en mi cocina— agrego, siguiendo sus movimientos para hacerse de todas las cosas necesarias para un desayuno decente y por capricho me mantengo sentada, sin ofrecerme a ayudarlo como lo haría si estuviera con otra persona. Tomo con mis manos la taza que me entrega y celebro su buen trabajo con una sonrisa, me asombra que lo haya hecho todo sin quejarse ni una vez. Estoy a punto a preguntarle cuándo fue la última vez antes de este día en que preparó un desayuno para compartirlo con alguien, porque entre su casa y la oficina, doy por sentado que siempre hay alguien que lo hará por él. No lo hago y a punto estoy de derramar el contenido de mi taza por la mención a Meerah. —¿Por qué haría tal cosa?— se me escucha con una nota de alarma, por más que intento tomarlo como un chiste. Bien pudo estar borracha y sigue siendo incomprensible para mí que aflore ese tipo de preguntas en la mente de su hija. Me sorprende que Hans haya tenido una respuesta para darle y el que me la diga me hace recelar, porque este giro de la conversación no sé a dónde puede terminar. —No estamos hechos para encajar— coincido. Ese discurso no detiene a mis labios de reaccionar a su roce y a esperar que profundice en el beso. Me tardo en asimilar que esto podría volverse una costumbre si me guío por sus palabras. No es lo mismo, pero está cerca de lo que acabamos de decir que nunca pasaría. Creo que percibe mi desconfianza y tengo la taza olvidada contra mi estómago hasta que se aclare. —Yo que tú no lo haría…— le advierto.
Aprieto mis labios cuando silencia mis preocupaciones al decir que no se trata de lo que insinuaba Meerah. ¿A qué podría acostumbrarse de todo esto? No lo interrumpo y no respondo a las preguntas que coloca al final de cada afirmación, no es por respeto a que sean retóricas, sino porque necesito saber el punto al que quiere llegar y no lanzar un comentario que lo malinterprete, que nos haga virar en otra dirección. —¿Estás proponiendo que hagamos de dormir juntos una costumbre?— pregunto. Si tengo que seguir lo que está explícito en sus palabras, estamos hablando de la resistencia que mostramos a la atracción que nos mueve, esa búsqueda instintiva que tiende a acabar en… esto. Nosotros, donde sea, tan cerca. —Si al final siempre acabas entre mis piernas,— como en este momento— ¿lo que quieres es que las abra cada vez que te vea y deje la negativa? ¿De fingir que no es lo que quiero? — curvo hacia un lado una sonrisa burlona y busco una tostada del plato. —¿O lo haremos una costumbre exclusiva de los lunes?—. A pesar de los recaudos, lo que sea que dice lo leo a mi manera y puede que el sentido final de lo que dice no coincida con mi conclusión. Muerdo mi tostada al tiempo que uso mi pulgar para limpiar las migas de su comisura.
»Esto no se volverá una costumbre— digo y mi mano se amolda a su mejilla. —Lo que estás tratando de hacer al acomodar en tu sistema algo que hasta entonces te desconcertaba, es tratar de controlar lo que sabes que no puedes. Estás tratando de domesticar el caos…— explico desde mi lógica. —Acéptalo como un accidente, cada vez que surja, porque si quieres volverlo un patrón predecible… no va a funcionar— murmuro contra sus labios y capturo el aire que queda en medio—No te acostumbres a mi cocina, ni a mi compañía, Hans. Siempre habrá cosas que demandan nuestro tiempo, personas que nos parezcan más interesantes. No creo que pueda hacerse de la atracción sexual una costumbre— desplazo mis labios por su mejilla. —Así que deja a la resistencia en paz, que no es resistencia, es lo impredecible de cada encuentro. El no saber si acabaré besándote, y que siempre nos busquemos, que lo peor de todo— sonrío— sea que nos encontremos.
—No me haces sentir como si me estuvieras presionando a algo, nunca. Ni siquiera cuando me estás pidiendo expresamente que haga algo— digo, y me tardó un poco al pensar en ello. —Es como si fuera arrastrada por una corriente que me lleva, contigo me encuentro en todo momento en lugares donde no creía que pudiera estar— le comparto mis cavilaciones con un tono vago y más profundo. —Y ese margen de libertad que tengo para aceptar o negarme a lo que sea que te involucra, también se deja arrastrar, a veces elegimos a conciencia lo que sabemos que es un error — explico con el aroma del café rozando mi nariz. No alcanzo a comprender qué cambió para que hacer de su compañía un disfrute de mi mañana, sin toda la prisa que supone escapar después de compartir cama y evitar precisamente estas conversaciones sobre reflexionar en lo que pasó. Que se abran estos espacios de intimidad diferentes al sexo, en que se hace parte del paisaje de mi cocina y tomo de esta oportunidad porque no creo que se repita. Se ensancha mi sonrisa con su comentario. —Cuando las reglas se romperán de todas formas, siempre es bueno ceder excepciones— susurro. Puedo volver sobre esto cuando acaba su observación sobre mi renuncia a su favor de ciertos territorios, y se lo que esto supone, que estoy retrocediendo mis límites, estoy permitiendo que avance cuando antes me oponía con rotundidad. —Es solo una excepción, no abuses de ello— bromeo. — Algunas de mis reglas están en un dilema esta mañana, si no quiero reescribirlas tendré que pensar en esto como un caso especial. Y un poco de azúcar está bien.
»Además, te mueves bien en mi cocina— agrego, siguiendo sus movimientos para hacerse de todas las cosas necesarias para un desayuno decente y por capricho me mantengo sentada, sin ofrecerme a ayudarlo como lo haría si estuviera con otra persona. Tomo con mis manos la taza que me entrega y celebro su buen trabajo con una sonrisa, me asombra que lo haya hecho todo sin quejarse ni una vez. Estoy a punto a preguntarle cuándo fue la última vez antes de este día en que preparó un desayuno para compartirlo con alguien, porque entre su casa y la oficina, doy por sentado que siempre hay alguien que lo hará por él. No lo hago y a punto estoy de derramar el contenido de mi taza por la mención a Meerah. —¿Por qué haría tal cosa?— se me escucha con una nota de alarma, por más que intento tomarlo como un chiste. Bien pudo estar borracha y sigue siendo incomprensible para mí que aflore ese tipo de preguntas en la mente de su hija. Me sorprende que Hans haya tenido una respuesta para darle y el que me la diga me hace recelar, porque este giro de la conversación no sé a dónde puede terminar. —No estamos hechos para encajar— coincido. Ese discurso no detiene a mis labios de reaccionar a su roce y a esperar que profundice en el beso. Me tardo en asimilar que esto podría volverse una costumbre si me guío por sus palabras. No es lo mismo, pero está cerca de lo que acabamos de decir que nunca pasaría. Creo que percibe mi desconfianza y tengo la taza olvidada contra mi estómago hasta que se aclare. —Yo que tú no lo haría…— le advierto.
Aprieto mis labios cuando silencia mis preocupaciones al decir que no se trata de lo que insinuaba Meerah. ¿A qué podría acostumbrarse de todo esto? No lo interrumpo y no respondo a las preguntas que coloca al final de cada afirmación, no es por respeto a que sean retóricas, sino porque necesito saber el punto al que quiere llegar y no lanzar un comentario que lo malinterprete, que nos haga virar en otra dirección. —¿Estás proponiendo que hagamos de dormir juntos una costumbre?— pregunto. Si tengo que seguir lo que está explícito en sus palabras, estamos hablando de la resistencia que mostramos a la atracción que nos mueve, esa búsqueda instintiva que tiende a acabar en… esto. Nosotros, donde sea, tan cerca. —Si al final siempre acabas entre mis piernas,— como en este momento— ¿lo que quieres es que las abra cada vez que te vea y deje la negativa? ¿De fingir que no es lo que quiero? — curvo hacia un lado una sonrisa burlona y busco una tostada del plato. —¿O lo haremos una costumbre exclusiva de los lunes?—. A pesar de los recaudos, lo que sea que dice lo leo a mi manera y puede que el sentido final de lo que dice no coincida con mi conclusión. Muerdo mi tostada al tiempo que uso mi pulgar para limpiar las migas de su comisura.
»Esto no se volverá una costumbre— digo y mi mano se amolda a su mejilla. —Lo que estás tratando de hacer al acomodar en tu sistema algo que hasta entonces te desconcertaba, es tratar de controlar lo que sabes que no puedes. Estás tratando de domesticar el caos…— explico desde mi lógica. —Acéptalo como un accidente, cada vez que surja, porque si quieres volverlo un patrón predecible… no va a funcionar— murmuro contra sus labios y capturo el aire que queda en medio—No te acostumbres a mi cocina, ni a mi compañía, Hans. Siempre habrá cosas que demandan nuestro tiempo, personas que nos parezcan más interesantes. No creo que pueda hacerse de la atracción sexual una costumbre— desplazo mis labios por su mejilla. —Así que deja a la resistencia en paz, que no es resistencia, es lo impredecible de cada encuentro. El no saber si acabaré besándote, y que siempre nos busquemos, que lo peor de todo— sonrío— sea que nos encontremos.
Creo que ahí es dónde reside el problema, en que es un error y los dos somos conscientes de ello. Ya hemos hablado de que somos dos personas que caminan en direcciones opuestas y que se toman el atrevimiento de chocar en determinados puntos del camino. Ya no estoy al tanto de cuales se supone que son las reglas, porque tengo la leve sospecha de que siempre las estamos cambiando y torciendo. La miro con mi mejor expresión de que jamás romperé un plato o, en este caso, que sería incapaz (sí, claro) de abusar de sus excepciones — Si piensas en hacer una sesión de reescritura, no tengo problema en estar presente para compartir mi opinión — la seriedad no está presente, disfrazando la actitud en mi modo de ponerle azúcar a su café. Se me va un poco al suelo la fachada cuando lo siguiente que dice le da pie a un comentario infantil que soy incapaz de contener — Me muevo bien en tu cocina… ¿En la mañana o en la noche?
— No tengo idea. Supongo que tiene un capricho contigo. Le agradas — intento que mi voz no refleje ninguna clase de alarma, porque he aprendido que a los ebrios y sus comentarios hay que tomarlos como tal. No voy a explicarle que también Annie estaba incluida en la conversación ni tampoco voy a hacer mención de que mi hija cree que Scott es una bella mujer, porque no voy a entrar en ese tipo de halagos y charlas que no vienen a cuento. Al menos coincidimos en que un “nosotros” jamás sería funcional, lo suficiente como para ni siquiera pensarlo como una verdadera posibilidad. Me encojo de hombros en la calma del desayuno porque no sé si está muy alejada de mi idea en su abanico de posibilidades, saboreando el café que no me permite responder con rapidez a su pequeña lista — No estaba pensando en los lunes… — dejo caer solamente, mi voz haciendo eco dentro de la taza. Es cuando la aparto que ella me ayuda a limpiarme los labios y ese gesto, tan íntimo que podría pasar desapercibido, me lleva a pasar mis dedos por la misma zona como si buscase terminar de limpiar por mi cuenta. Tengo que dejar mi mano caer cuando la suya inicia unas nuevas caricias, oyendo como habla tan cerca de mi boca que, aunque intento mantener su mirada, la mía baja a sus labios en más de una ocasión. Reconozco la tentación cuando la veo, porque me llena de una fastidiosa impaciencia, pero puedo contener mi instinto un poco más — Jamás me tomaría el atrevimiento de pensarte como algo predecible, Scott — susurro, apenas e interrumpiendo su discurso. Mis ojos se rinden ante el tacto de sus labios en mi piel y los dejo cerrarse con suavidad, sonriéndome por el calor que me regala y que me hace apretar la taza con algo más de ímpetu — No te estoy pidiendo que seas mi amante — aclaro — No quiero de ti una fecha o un lugar para encontrarnos. No quiero que me des un informe y te quedes unos minutos más como un trato de que debemos pasar tiempo juntos y sin ropa. Lo que sí quiero… — aprovecho la postura que me ha regalado para posar un beso sobre su hombro — Es dejar de fingir que nada sucede, cuando los dos sabemos que sucede de todo — que me lo niegue. Que me diga que no hay electricidad, que puede contenerse conmigo cuando nos encontramos, porque sé que es mentira. Que siempre acabemos enroscados en una violenta desesperación es una prueba irrefutable de ello.
Apoyo la taza al lado de ella pero no la suelto. Uso la mano que me queda libre para posarla en su cuello y jugar con algunos mechones de su pelo entre los dedos, ladeando la cabeza para que su boca esté a mi alcance. Es un beso corto, pero le sigue otro que demanda su atención unos segundos más — Se me da muy mal fingir en cuestiones personales, aunque no lo parezca — mi habla es la que interrumpe los besos, haciendo que mis labios se muevan sobre los suyos. En el ministerio jamás me ha molestado guardar las apariencias, pero no tengo paciencia para las incertidumbres y los pasos en falso en sitios como mi cama — Quiero que hagamos lo que queramos cuando lo queramos. Si deseamos algo, no tenemos razones para taparlo con orgullo. No me molestaría besarte ni siquiera en el ascensor del ministerio, si eso es lo que me nace en el momento. Tú me entiendes — mi vaga risa se pierde en el modo que tengo de besarla una, dos, tres veces más con la calma que acaba en una rápida mordida y la suelto. Eso me da la libertad de estirar la mano, tomar mi tostada y terminarla de un mordisco.
Bajo un poco la comida con la ayuda del café, cuyo sabor es reconfortante a pesar del calor — Lo impredecible de esto lo vuelve tentador, lo sé y no planeo controlarlo. Solo no quiero encontrarme con una barrera invisible cargada de errores por el simple hecho de desear a alguien que se supone que no debería tener — sé cómo suena, así que la vista se va hacia ella con una vaga sonrisa — Sé que no voy a tenerte, no en el sentido que asusta. No tienes por qué preocuparte por ello.
— No tengo idea. Supongo que tiene un capricho contigo. Le agradas — intento que mi voz no refleje ninguna clase de alarma, porque he aprendido que a los ebrios y sus comentarios hay que tomarlos como tal. No voy a explicarle que también Annie estaba incluida en la conversación ni tampoco voy a hacer mención de que mi hija cree que Scott es una bella mujer, porque no voy a entrar en ese tipo de halagos y charlas que no vienen a cuento. Al menos coincidimos en que un “nosotros” jamás sería funcional, lo suficiente como para ni siquiera pensarlo como una verdadera posibilidad. Me encojo de hombros en la calma del desayuno porque no sé si está muy alejada de mi idea en su abanico de posibilidades, saboreando el café que no me permite responder con rapidez a su pequeña lista — No estaba pensando en los lunes… — dejo caer solamente, mi voz haciendo eco dentro de la taza. Es cuando la aparto que ella me ayuda a limpiarme los labios y ese gesto, tan íntimo que podría pasar desapercibido, me lleva a pasar mis dedos por la misma zona como si buscase terminar de limpiar por mi cuenta. Tengo que dejar mi mano caer cuando la suya inicia unas nuevas caricias, oyendo como habla tan cerca de mi boca que, aunque intento mantener su mirada, la mía baja a sus labios en más de una ocasión. Reconozco la tentación cuando la veo, porque me llena de una fastidiosa impaciencia, pero puedo contener mi instinto un poco más — Jamás me tomaría el atrevimiento de pensarte como algo predecible, Scott — susurro, apenas e interrumpiendo su discurso. Mis ojos se rinden ante el tacto de sus labios en mi piel y los dejo cerrarse con suavidad, sonriéndome por el calor que me regala y que me hace apretar la taza con algo más de ímpetu — No te estoy pidiendo que seas mi amante — aclaro — No quiero de ti una fecha o un lugar para encontrarnos. No quiero que me des un informe y te quedes unos minutos más como un trato de que debemos pasar tiempo juntos y sin ropa. Lo que sí quiero… — aprovecho la postura que me ha regalado para posar un beso sobre su hombro — Es dejar de fingir que nada sucede, cuando los dos sabemos que sucede de todo — que me lo niegue. Que me diga que no hay electricidad, que puede contenerse conmigo cuando nos encontramos, porque sé que es mentira. Que siempre acabemos enroscados en una violenta desesperación es una prueba irrefutable de ello.
Apoyo la taza al lado de ella pero no la suelto. Uso la mano que me queda libre para posarla en su cuello y jugar con algunos mechones de su pelo entre los dedos, ladeando la cabeza para que su boca esté a mi alcance. Es un beso corto, pero le sigue otro que demanda su atención unos segundos más — Se me da muy mal fingir en cuestiones personales, aunque no lo parezca — mi habla es la que interrumpe los besos, haciendo que mis labios se muevan sobre los suyos. En el ministerio jamás me ha molestado guardar las apariencias, pero no tengo paciencia para las incertidumbres y los pasos en falso en sitios como mi cama — Quiero que hagamos lo que queramos cuando lo queramos. Si deseamos algo, no tenemos razones para taparlo con orgullo. No me molestaría besarte ni siquiera en el ascensor del ministerio, si eso es lo que me nace en el momento. Tú me entiendes — mi vaga risa se pierde en el modo que tengo de besarla una, dos, tres veces más con la calma que acaba en una rápida mordida y la suelto. Eso me da la libertad de estirar la mano, tomar mi tostada y terminarla de un mordisco.
Bajo un poco la comida con la ayuda del café, cuyo sabor es reconfortante a pesar del calor — Lo impredecible de esto lo vuelve tentador, lo sé y no planeo controlarlo. Solo no quiero encontrarme con una barrera invisible cargada de errores por el simple hecho de desear a alguien que se supone que no debería tener — sé cómo suena, así que la vista se va hacia ella con una vaga sonrisa — Sé que no voy a tenerte, no en el sentido que asusta. No tienes por qué preocuparte por ello.
Si tengo en cuenta que es quien está poniendo en crisis mis reglas, estoy dividida entre dejarlo fuera de esa sesión o hacerlo parte. —Podría necesitar de un abogado que me asesore y vele por mis intereses— digo, y lo miro con suspicacia. —Pero no sé si podría confiar en que lo hagas, si cambiar algunas reglas podría ser a tu favor— lo suavizo con una sonrisa a juego con su expresión, que se extiende por mis labios al oír su pregunta y pierde toda inocencia. Hablaba de lo desenvuelto que se veía haciendo el desayuno, pero en honor a la verdad hay pocas cosas que le puedo reprochar de su desempeño en este mismo espacio físico, unas horas antes, cuando nos movíamos por la oscuridad de la casa. —En la mañana y en la noche— le concedo. No es mi intención, y también me río cuando señala que soy un «capricho» de su hija. La carcajada sale de mis labios de la manera más natural, desvaneciéndose al cabo de un instante. Meerah me agrada con indiferencia de quienes sean sus padres, creo estar en lo cierto al pensar que tenemos una relación que corre paralela a las otras. Me agrada por ella misma, pero no parece posible dejar fuera a Audrey o Hans en nuestro trato. Me recuerdo mi decisión en el hospital de poner una distancia con ella, no deja de alarmarme que ponga en palabras lo que nosotros no. Hasta esta mañana, en la que bebo mi café a sorbos espaciados porque estoy hablando más de lo que me permiten mis reglas. Los desayunos son una trampa, y las tostadas fueron el señuelo perfecto. Tendría que haberlo sabido, en lo último que pensaría sería en las tostadas al tenerlo en mi cocina. Sabe mejor que el café para despertarme.
Paso mis dedos por los mechones castaños de su nuca cuando se inclina y en esa posición, busco acabar con la poca distancia que queda entre los dos al rodear su cintura con los brazos. Sus aclaraciones apaciguan mis oídos. Ser considerada la amante de alguien me sigue incomodando tanto como cualquier otra etiqueta, el ser parte de una agenda también me provoca un cosquilleo molesto. Sigo rebelándome a encajar en alguna posición que quiera darme para acomodarme en su tablero mental, que cuando escucho que su petición se reduce a que dejemos de mentir y de mentirnos, tengo que replantearme qué estoy haciendo ahora mismo. Mis manos no parecen enterarse nunca de lo que niega mi boca, y en más de una ocasión, mi mente se rindió con la misma entrega que el deseo provocó en mi cuerpo. Mis labios responden a sus besos entrecortados de la manera en que han aprendido, sabiendo amoldarse al mínimo roce, con una exigencia que se renueva y se vuelve apremiante. Tengo que sostenerme de su hombro con una mano para encontrar un punto de sujeción cuando se retira y estoy pensando en lo que propone, en hacer de cada lugar una zona liberada para nuestros instintos. Hay algo que me advierte de un posible paso en falso en esto, un riesgo escondido que no estamos considerando. Y esta reacción desconfiada bien podría ser también una barrera invisible. Tengo que guardarme todo intento de una negativa si es que no quiero terminar dándole la razón de que pongo por delante demasiadas cosas para resguardarme, en vez de aceptar que nos atraemos irremediablemente.
—Sé que no sucederá, Hans— digo con cierto dejo burlón, falso para encubrir el efecto que sus últimas palabras causaron en mí, el por qué consideró necesario aclarar también ese punto. —Yo no quiero tenerte, ni tú quieres tenerme— digo, busco su mirada con la mía y con mis dedos hago hacia atrás los mechones que arremolinan en su frente. —Es lo atractivo de esto. Saber que no te tengo, que puedes estar al alcance de mis manos un segundo en el que tengo que decidir si vales el riesgo, capturarte por un rato, y después soltarte— susurro. Agarro una de las tostadas y la embadurno de una capa fina de dulce, mientras sigo: —Según tú soy yo quien se resiste. Para mí eres quien escapa. Nunca estoy segura de lo que sucederá contigo. Puedes quedarte o puedes irte, nunca lo sé hasta que ocurre. También tienes tu orgullo—. Muerdo el borde de mi tostada, dándole un margen para que me diga que estoy equivocada. Espero a que lo haga con una provocación burlona en mis ojos, que llega hasta mi boca que se tuerce en una sonrisa. —Si quieres que seamos honestos en esto, también me gustaría besarte cuando así lo desee, si también lo deseas, no importa cuándo o dónde. El problema es…— lo apunto con mi tostada— que haya otras personas. No puedo creer que sea quien diga esto: pero me importa lo que puedan opinar los demás. No quiero que las secretarias del ministerio se memoricen mi nombre por las veces que vaya a tu oficina, no voy a besarte en el ascensor tampoco. Me importa lo que puedan decir mis colegas de un rumor— y no solamente ellos, dudo que pueda ocultarle esto a un par de personas que no quiero que lo sepan, si abandonamos del todo las precauciones.—Y definitivamente, no quiero que Meerah pueda encontrar razones para reforzar sus fantasías—. Coloco una mano en su mejilla y trazo su pómulo con mi pulgar, deslizándolo en una caricia suave. —No estoy entrando en negación otra vez…— atajo lo que pueda estar suponiendo y lo lleve a creer que descarto su proposición, porque no lo estoy haciendo. —Sabes que quiero esto, sé que también lo quieres, estará aquí para nosotros.
Paso mis dedos por los mechones castaños de su nuca cuando se inclina y en esa posición, busco acabar con la poca distancia que queda entre los dos al rodear su cintura con los brazos. Sus aclaraciones apaciguan mis oídos. Ser considerada la amante de alguien me sigue incomodando tanto como cualquier otra etiqueta, el ser parte de una agenda también me provoca un cosquilleo molesto. Sigo rebelándome a encajar en alguna posición que quiera darme para acomodarme en su tablero mental, que cuando escucho que su petición se reduce a que dejemos de mentir y de mentirnos, tengo que replantearme qué estoy haciendo ahora mismo. Mis manos no parecen enterarse nunca de lo que niega mi boca, y en más de una ocasión, mi mente se rindió con la misma entrega que el deseo provocó en mi cuerpo. Mis labios responden a sus besos entrecortados de la manera en que han aprendido, sabiendo amoldarse al mínimo roce, con una exigencia que se renueva y se vuelve apremiante. Tengo que sostenerme de su hombro con una mano para encontrar un punto de sujeción cuando se retira y estoy pensando en lo que propone, en hacer de cada lugar una zona liberada para nuestros instintos. Hay algo que me advierte de un posible paso en falso en esto, un riesgo escondido que no estamos considerando. Y esta reacción desconfiada bien podría ser también una barrera invisible. Tengo que guardarme todo intento de una negativa si es que no quiero terminar dándole la razón de que pongo por delante demasiadas cosas para resguardarme, en vez de aceptar que nos atraemos irremediablemente.
—Sé que no sucederá, Hans— digo con cierto dejo burlón, falso para encubrir el efecto que sus últimas palabras causaron en mí, el por qué consideró necesario aclarar también ese punto. —Yo no quiero tenerte, ni tú quieres tenerme— digo, busco su mirada con la mía y con mis dedos hago hacia atrás los mechones que arremolinan en su frente. —Es lo atractivo de esto. Saber que no te tengo, que puedes estar al alcance de mis manos un segundo en el que tengo que decidir si vales el riesgo, capturarte por un rato, y después soltarte— susurro. Agarro una de las tostadas y la embadurno de una capa fina de dulce, mientras sigo: —Según tú soy yo quien se resiste. Para mí eres quien escapa. Nunca estoy segura de lo que sucederá contigo. Puedes quedarte o puedes irte, nunca lo sé hasta que ocurre. También tienes tu orgullo—. Muerdo el borde de mi tostada, dándole un margen para que me diga que estoy equivocada. Espero a que lo haga con una provocación burlona en mis ojos, que llega hasta mi boca que se tuerce en una sonrisa. —Si quieres que seamos honestos en esto, también me gustaría besarte cuando así lo desee, si también lo deseas, no importa cuándo o dónde. El problema es…— lo apunto con mi tostada— que haya otras personas. No puedo creer que sea quien diga esto: pero me importa lo que puedan opinar los demás. No quiero que las secretarias del ministerio se memoricen mi nombre por las veces que vaya a tu oficina, no voy a besarte en el ascensor tampoco. Me importa lo que puedan decir mis colegas de un rumor— y no solamente ellos, dudo que pueda ocultarle esto a un par de personas que no quiero que lo sepan, si abandonamos del todo las precauciones.—Y definitivamente, no quiero que Meerah pueda encontrar razones para reforzar sus fantasías—. Coloco una mano en su mejilla y trazo su pómulo con mi pulgar, deslizándolo en una caricia suave. —No estoy entrando en negación otra vez…— atajo lo que pueda estar suponiendo y lo lleve a creer que descarto su proposición, porque no lo estoy haciendo. —Sabes que quiero esto, sé que también lo quieres, estará aquí para nosotros.
Que aparte el cabello de mis ojos y frente debería darle la visión completa de mi expresión, sumida en algo que no sé si es burla, diversión o resignación — Soy orgulloso, lo admito — eso es algo de lo que he pecado desde que tengo memoria y creo que nos hemos conocido los años suficientes como para que negárselo sea en vano — Pero no escapo de esto con exactitud. Escapo de otras ideas y lo he hecho con cualquier mujer con la que me he cruzado — en otras palabras, acostarme con ella ha sido un timbre resonante desde que barajamos la opción por primera vez, pero si me olvido de quien se trata, puedo disfrutarlo. Por otro lado, escapar de algo más que piel es algo que se aplica a todos los casos en los cuales me he encontrado.
En lo que ella habla, yo bebo y eso me permite no interrumpirla. La tostada con la cual me apunta capta mi atención y me hace bizquear un poco, hasta que no puedo contener la risita muda que me hace dejar la taza vacía a un lado — Y después soy yo quien se preocupa por los rumores… — puede que solo la esté molestando, pero entiendo lo que quiere decir. Es molesto vivir en un mundo donde se tienen ojos en la nuca, de cualquier persona que esté tan aburrida con su existencia como para preocuparse por señalar y murmurar por el resto. Mis manos están lo suficientemente libres como para acariciar el contorno de sus muslos en respuesta al mimo que cruza mi caricia, sonriéndome ante la mención de la niña que siempre tiene la habilidad de hacer los comentarios que ponen en duda cualquier intención que, valga la ironía, debería ser inocente — Tiene una imaginación muy activa, sí — agrego a sus palabras, dándole la razón, pero como ella sigue hablando, solo puedo sonreírle lo más zorramente posible — O sea, tomo esto como que me estás pidiendo secretismo y discreción — tanteo — puedo vivir con eso.
Quitando, obviamente, que tampoco me interesa hacer un circo de lo que sea que es esto. Aprieto un poco el agarre de sus muslos y bajo para presionar por debajo de sus rodillas, buscando que sus piernas se aferren a mi cintura para poder estar un poco más cerca, al menos lo que el mueble sea capaz de otorgarme — Te concedo el honor de no haberte negado, al menos por una vez. A decir verdad, creí que harías oídos sordos — tambolireo mis dedos en sus rodillas y miro por encima de su cabeza, en busca de la luz de la ventana, esa que me indica que aún tenemos algo de tiempo — Tampoco me interesa despertar rumores o darle explicaciones a los demás. No hay motivos para que otras personas sepan lo que hacemos o dejamos de hacer. Obviando, claro, que yo tampoco le diría nada de esto a una niña — es un pique inocente, ese que acentúo con una vaga sonrisa y un beso que baja de su frente a su pómulo — Aunque no puedo prometer el aguantarme en ciertos casos. Ya sabes, es tentador — me encojo de hombros con la inocencia de alguien que se excusa de haberse comido el último chocolate de la heladera. La suelto con la diestra para pellizcar el borde de su tostada, olvidando la pila que tenemos al costado, para meterme el bocado en la boca — Pero prefiero mil veces esto a seguir pensando que eres un dolor de cabeza. Sabes que no me gusta el desorden y eso es lo único que has provocado en las últimas semanas — no, no la estoy acusando. Yo también le permití hacerlo.
En lo que ella habla, yo bebo y eso me permite no interrumpirla. La tostada con la cual me apunta capta mi atención y me hace bizquear un poco, hasta que no puedo contener la risita muda que me hace dejar la taza vacía a un lado — Y después soy yo quien se preocupa por los rumores… — puede que solo la esté molestando, pero entiendo lo que quiere decir. Es molesto vivir en un mundo donde se tienen ojos en la nuca, de cualquier persona que esté tan aburrida con su existencia como para preocuparse por señalar y murmurar por el resto. Mis manos están lo suficientemente libres como para acariciar el contorno de sus muslos en respuesta al mimo que cruza mi caricia, sonriéndome ante la mención de la niña que siempre tiene la habilidad de hacer los comentarios que ponen en duda cualquier intención que, valga la ironía, debería ser inocente — Tiene una imaginación muy activa, sí — agrego a sus palabras, dándole la razón, pero como ella sigue hablando, solo puedo sonreírle lo más zorramente posible — O sea, tomo esto como que me estás pidiendo secretismo y discreción — tanteo — puedo vivir con eso.
Quitando, obviamente, que tampoco me interesa hacer un circo de lo que sea que es esto. Aprieto un poco el agarre de sus muslos y bajo para presionar por debajo de sus rodillas, buscando que sus piernas se aferren a mi cintura para poder estar un poco más cerca, al menos lo que el mueble sea capaz de otorgarme — Te concedo el honor de no haberte negado, al menos por una vez. A decir verdad, creí que harías oídos sordos — tambolireo mis dedos en sus rodillas y miro por encima de su cabeza, en busca de la luz de la ventana, esa que me indica que aún tenemos algo de tiempo — Tampoco me interesa despertar rumores o darle explicaciones a los demás. No hay motivos para que otras personas sepan lo que hacemos o dejamos de hacer. Obviando, claro, que yo tampoco le diría nada de esto a una niña — es un pique inocente, ese que acentúo con una vaga sonrisa y un beso que baja de su frente a su pómulo — Aunque no puedo prometer el aguantarme en ciertos casos. Ya sabes, es tentador — me encojo de hombros con la inocencia de alguien que se excusa de haberse comido el último chocolate de la heladera. La suelto con la diestra para pellizcar el borde de su tostada, olvidando la pila que tenemos al costado, para meterme el bocado en la boca — Pero prefiero mil veces esto a seguir pensando que eres un dolor de cabeza. Sabes que no me gusta el desorden y eso es lo único que has provocado en las últimas semanas — no, no la estoy acusando. Yo también le permití hacerlo.
—Tal vez son las mismas ideas a las que yo me resisto— sugiero, sin preguntar cuáles son. El recordatorio de que hicimos esto con anterioridad, con otras personas, viene bien para confiar que esta excepción no tiene por qué llegar a ser un cambio de lo que conocemos. Hemos pasado por esto antes, las diferencias con esas experiencias no tendrían que importarme si todo vuelve sobre lo mismo, lo viejo conocido. Si bien tengo en cuenta quién es y lo que eso implica en algunos aspectos, casi nunca estoy en conflicto con esto, sino con lo que puede llegar a suponer tener a una persona invadiendo más de uno de mis espacios. Mi renuencia a dejar entrar a las personas en mi vida se materializa también en el poco margen que les doy en mis horarios, en mi lugar de trabajo o en mi casa. No obstante, mis barreras tienen un límite de resistencia y me convenció de que es seguro tenerlo aquí. Sí tengo presente quién es cuando la posibilidad de que un encuentro en el ministerio se preste para material de los chismosos, y es que no va con mi perfil bajo involucrarme con un jefe de departamento, menos aún con un ministro. No tengo un nombre que quiera que sea memorizado por nadie y que sea por asociación de un rumor. Asiento con el mentón a las pautas que enumera, como si estuviéramos escribiendo un contrato. —Eso quiere decir dos cosas: nunca en el ascensor del ministerio— lo digo con una mirada risueña y recobro la formalidad,— y nunca delante de otra persona. ¿Fácil, no?
Estamos libres de esas precauciones por el momento y nuestras miradas coinciden casi en una misma línea por la altura de la mesada. Reafirmo el agarre de mis piernas atrapándolo contra mi cuerpo, respondo a su tacto con expectación. —También estás siendo sorpresivamente conciliador esta mañana— lo digo con un ligero tonito de burla, lanzándole una mirada de reproche por hacerme notar que «hacer oídos sordos» era lo que se esperaba de mí. Debe estar incluido en alguna parte dentro de ser negadora, caprichosa o terca. Es ridículo cómo mi mente sigue volviendo sobre esto. —Es que no creo que le debamos explicaciones a nadie, ni siquiera a cierta niña— en parte estoy de acuerdo con él, y por otro lado, nadie se interesaría si fuéramos dos personas normales y silvestres de NeoPanem. Pero uno de los dos no lo es. No creo que cesen jamás los chismes que corren sobre el ministro Powell, es lo que alimenta a la prensa poco seria, solo no quiero ser parte de ellos. Es una tentación, sí. Una que sabré que tengo al alcance de mis dedos y puedo tomarla si quiero. Y que no siempre podrá ser por la discreción acordada. —Será divertido— opino con una sonrisa que va cobrando fuerza. Me contengo para no reírme de él, de la seguridad que tiene en el orden que establecimos. —Yo pensando en que cada vez que te tenga cerca podría distraerme y tú diciendo que eso mismo te permitirá enfocarte— ruedo los ojos.
Vuelvo mi mirada hacia él y con mi humor a raya, pregunto en un tono diferente: —¿En serio crees que pueda funcionar?—. Acabo la tostada de la que me quitó un poco, como si yo también lo estuviera meditando. Dejando de lado todos los nombres que nos rehúsamos a usar, a no querer hacer de esto una costumbre, abrir el juego me genera una expectativa por las muchas posibilidades que estamos barajando, en vez de la única certeza de que esto resolverá el desenfreno. —No quiero romper tu ilusión de que has logrado dar un sentido a esto y que disfrutarás de paz mental…— disimulo mi sonrisa al besar la comisura de su boca,— o tal vez es lo que estoy tratando de hacer. Tienes una miga aquí— miento. —¿Y si hacemos un lío con estas pocas reglas?— continuo, acercando lentamente mis labios a su oído. Cruzo mis brazos por sus hombros para llenar mis manos con su cabello, acercándolo. —No te gusta el desorden, pero le estás abriendo la puerta al caos. Lo estás sacando de aquí— susurro.— Sabes que esta calma es engañosa.
Estamos libres de esas precauciones por el momento y nuestras miradas coinciden casi en una misma línea por la altura de la mesada. Reafirmo el agarre de mis piernas atrapándolo contra mi cuerpo, respondo a su tacto con expectación. —También estás siendo sorpresivamente conciliador esta mañana— lo digo con un ligero tonito de burla, lanzándole una mirada de reproche por hacerme notar que «hacer oídos sordos» era lo que se esperaba de mí. Debe estar incluido en alguna parte dentro de ser negadora, caprichosa o terca. Es ridículo cómo mi mente sigue volviendo sobre esto. —Es que no creo que le debamos explicaciones a nadie, ni siquiera a cierta niña— en parte estoy de acuerdo con él, y por otro lado, nadie se interesaría si fuéramos dos personas normales y silvestres de NeoPanem. Pero uno de los dos no lo es. No creo que cesen jamás los chismes que corren sobre el ministro Powell, es lo que alimenta a la prensa poco seria, solo no quiero ser parte de ellos. Es una tentación, sí. Una que sabré que tengo al alcance de mis dedos y puedo tomarla si quiero. Y que no siempre podrá ser por la discreción acordada. —Será divertido— opino con una sonrisa que va cobrando fuerza. Me contengo para no reírme de él, de la seguridad que tiene en el orden que establecimos. —Yo pensando en que cada vez que te tenga cerca podría distraerme y tú diciendo que eso mismo te permitirá enfocarte— ruedo los ojos.
Vuelvo mi mirada hacia él y con mi humor a raya, pregunto en un tono diferente: —¿En serio crees que pueda funcionar?—. Acabo la tostada de la que me quitó un poco, como si yo también lo estuviera meditando. Dejando de lado todos los nombres que nos rehúsamos a usar, a no querer hacer de esto una costumbre, abrir el juego me genera una expectativa por las muchas posibilidades que estamos barajando, en vez de la única certeza de que esto resolverá el desenfreno. —No quiero romper tu ilusión de que has logrado dar un sentido a esto y que disfrutarás de paz mental…— disimulo mi sonrisa al besar la comisura de su boca,— o tal vez es lo que estoy tratando de hacer. Tienes una miga aquí— miento. —¿Y si hacemos un lío con estas pocas reglas?— continuo, acercando lentamente mis labios a su oído. Cruzo mis brazos por sus hombros para llenar mis manos con su cabello, acercándolo. —No te gusta el desorden, pero le estás abriendo la puerta al caos. Lo estás sacando de aquí— susurro.— Sabes que esta calma es engañosa.
— Debe ser porque estoy de extraño buen humor esta mañana… — se lo concedo, porque creo que mi cuerpo entero está rendido a la comodidad y la calma de una madrugada extrañamente movida, la cual desemboca en un desayuno fuera de lo común. Esto rompe mi rutina, alejado de los escapes matutinos a los cuales estoy sumamente acostumbrado. Mi expresión burlesca del “ajá, cuéntame más” que pretende señalar que ella ha sido quien ha hablado con mi hija y no yo muere casi de inmediato, en especial porque tengo la extraña sensación de que estamos cerrando un nuevo trato, uno mucho más tentador y peligroso que esa lejana apuesta entre las paredes de su taller. Ella lo clama divertido, como un juego. Yo no puedo estar más de acuerdo — ¿Y no me crees capaz de distraerte a ti? Ofendes a mi autoestima, Lara — tuerzo un poco la boca en un intento de mostrar una mueca que pretende mostrarse dolida, pero sé que es efímera, como la capacidad que tenemos de mantener las manos lejos el uno del otro en un espacio reducido como lo es su desayunador.
El tonito que emplea es la que me hace encoger los hombros con un mohín y subo las manos por su cintura, estrechándola contra mí en un intento de que tanto sus piernas como mis brazos nos regalen un calor corporal que debería molestarnos en estas épocas del año, pero que está lejos de hacerlo — Posiblemente no, pero no perdemos nada con intentar — ¿Qué puede pasar? ¿Correrá un rumor más, sacaremos lo peor de nosotros mismos? No hay nada que nos ate, podemos simplemente evitarlo cuando sea el momento de hacerlo. Separar nuestra intimidad de nuestro trato legal debería ser sencillo, tengo entendido que los dos tenemos experiencia en ello. Sabemos que estamos en el baile, así que es mejor disfrutarlo mientras dure. El beso es seguido de mi automática reacción de soltarla para pasar unos dedos por mi comisura en busca de la migaja que asegura haber visto, pero no siento nada y presumo que la ha quitado sin mi ayuda — Te preocupas demasiado… — no estoy seguro de que me pueda escuchar, porque es apenas un susurro, demasiado enfocado en cómo me acerca a ella y arrugo la tela de su remera entre mis dedos, invadiendo el espacio de su espalda baja, incitado por el susurro en mi oreja que me estremece la piel. Me remuevo para alcanzarla y ladeo el rostro en su dirección, tomo una bocanada de su aire en una mueca sugerente, suspirando sobre la boca que amago a volver a besar pero que solo me limito a acariciar en un ligero movimiento — ¿Te preocupa? ¿O solo no te decides si esto vale el riesgo aún? — mi diestra hace uso de su fuerza para sostenerla, porque la contraria se interpone entre nosotros para rozar el contorno de sus labios con las yemas, dibujando en la pequeña abertura que queda entre ambos — Una vez me comparaste con fiendfyre — le recuerdo — Aún no me decido si debo tomar eso como algo negativo o positivo en tu modo de ver las cosas.
Aprovecho el toque para tirar suavemente su labio inferior hacia abajo y busco aprovechar la ausencia de mis dedos para acercarme a ella, pero la vibración en el bolsillo me frena en seco y me obliga a observar sus ojos en la poca distancia — Hay algo fastidiando en mis pantalones y no es por tu culpa esta vez — broma idiota, si las hay, pero que regalan una extraña comodidad. Una confianza otorgada, por cinco minutos. Apenas me aparto cuando dejo caer los brazos y rebusco en el jean hasta dar con el comunicador, chequeando el número que busca dar conmigo. Me basta con ver de quién se trata para apagarlo y volver a guardarlo, seguro de que no debe ser ninguna urgencia que valga la pena romper la burbuja que acabamos de crear para nosotros — A veces me pregunto si Josephine recuerda el horario en el cual empieza su jornada laboral — apenas se me nota el tono irritado, posiblemente porque ya estoy escondiendo el rostro en la curva de su cuello, cuando la vibración regresa. Resoplo contra su piel al meter la mano en el bolsillo y apagar la comunicación sin siquiera sacarlo — ¿Dónde estaba? Ah, sí… — apenas raspo su cuello, siguiendo un pequeño camino por su clavícula. Son toques suaves, casi que hasta tímidos, que piden permiso en lo casual de su andar — Me preguntaba si, en realidad, tu negativa siempre vino de la mano con el miedo al caos. Creo que no lo admitirías, pero incluso con nuestras diferencias, tú y yo somos más parecidos de lo que puede verse a simple vista — me atrevo a alzar los ojos hacia ella desde la postura cercana a su cuello, preguntándome si es capaz de ver mis labios curvados — En mi casa, admitiste tener nervios. Ahora, sospecho que a veces me tienes miedo — que debería, pero por cuestiones un poco diferentes a las cuales nos llevan a la cama.
El tonito que emplea es la que me hace encoger los hombros con un mohín y subo las manos por su cintura, estrechándola contra mí en un intento de que tanto sus piernas como mis brazos nos regalen un calor corporal que debería molestarnos en estas épocas del año, pero que está lejos de hacerlo — Posiblemente no, pero no perdemos nada con intentar — ¿Qué puede pasar? ¿Correrá un rumor más, sacaremos lo peor de nosotros mismos? No hay nada que nos ate, podemos simplemente evitarlo cuando sea el momento de hacerlo. Separar nuestra intimidad de nuestro trato legal debería ser sencillo, tengo entendido que los dos tenemos experiencia en ello. Sabemos que estamos en el baile, así que es mejor disfrutarlo mientras dure. El beso es seguido de mi automática reacción de soltarla para pasar unos dedos por mi comisura en busca de la migaja que asegura haber visto, pero no siento nada y presumo que la ha quitado sin mi ayuda — Te preocupas demasiado… — no estoy seguro de que me pueda escuchar, porque es apenas un susurro, demasiado enfocado en cómo me acerca a ella y arrugo la tela de su remera entre mis dedos, invadiendo el espacio de su espalda baja, incitado por el susurro en mi oreja que me estremece la piel. Me remuevo para alcanzarla y ladeo el rostro en su dirección, tomo una bocanada de su aire en una mueca sugerente, suspirando sobre la boca que amago a volver a besar pero que solo me limito a acariciar en un ligero movimiento — ¿Te preocupa? ¿O solo no te decides si esto vale el riesgo aún? — mi diestra hace uso de su fuerza para sostenerla, porque la contraria se interpone entre nosotros para rozar el contorno de sus labios con las yemas, dibujando en la pequeña abertura que queda entre ambos — Una vez me comparaste con fiendfyre — le recuerdo — Aún no me decido si debo tomar eso como algo negativo o positivo en tu modo de ver las cosas.
Aprovecho el toque para tirar suavemente su labio inferior hacia abajo y busco aprovechar la ausencia de mis dedos para acercarme a ella, pero la vibración en el bolsillo me frena en seco y me obliga a observar sus ojos en la poca distancia — Hay algo fastidiando en mis pantalones y no es por tu culpa esta vez — broma idiota, si las hay, pero que regalan una extraña comodidad. Una confianza otorgada, por cinco minutos. Apenas me aparto cuando dejo caer los brazos y rebusco en el jean hasta dar con el comunicador, chequeando el número que busca dar conmigo. Me basta con ver de quién se trata para apagarlo y volver a guardarlo, seguro de que no debe ser ninguna urgencia que valga la pena romper la burbuja que acabamos de crear para nosotros — A veces me pregunto si Josephine recuerda el horario en el cual empieza su jornada laboral — apenas se me nota el tono irritado, posiblemente porque ya estoy escondiendo el rostro en la curva de su cuello, cuando la vibración regresa. Resoplo contra su piel al meter la mano en el bolsillo y apagar la comunicación sin siquiera sacarlo — ¿Dónde estaba? Ah, sí… — apenas raspo su cuello, siguiendo un pequeño camino por su clavícula. Son toques suaves, casi que hasta tímidos, que piden permiso en lo casual de su andar — Me preguntaba si, en realidad, tu negativa siempre vino de la mano con el miedo al caos. Creo que no lo admitirías, pero incluso con nuestras diferencias, tú y yo somos más parecidos de lo que puede verse a simple vista — me atrevo a alzar los ojos hacia ella desde la postura cercana a su cuello, preguntándome si es capaz de ver mis labios curvados — En mi casa, admitiste tener nervios. Ahora, sospecho que a veces me tienes miedo — que debería, pero por cuestiones un poco diferentes a las cuales nos llevan a la cama.
—Es una mañana extraña— digo, casi repitiendo sus palabras. Abarco en esa afirmación mucho más que nuestro humor, también hago parte a la comodidad de tenerlo en mi cocina compartiendo un desayuno, a la ausencia de ansiedad para imponer distancias y recuperar mi espacio personal, su presencia llenando toda mi casa y su cuerpo en contacto con el mío, en un limbo que nos tiene suspendidos entre lo bueno y el fuego. Me contengo de besarlo y humedezco mis labios cuando pronuncia mi nombre con un timbre diferente al de mi apellido, deslizo mi pulgar lentamente por su boca, definiendo el contorno de su labio inferior. —¿Lo tomarás como un desafío?— bromeo sobre la pregunta que nos fue llevando hasta este momento, la culpa la tenemos nosotros por creer que el otro desistiría, de que ninguno se jugaría por lo incierto y lo problemático, habiendo tantos asuntos para mantenernos ocupados, en vez de ese disfrute de ver cuál de los dos se adjudicaba el triunfo sobre la voluntad del otro.
Me saca una sonrisa que en vez de decirme, para la tranquilidad de nuestros espíritus, que este nuevo acuerdo va a funcionar, reconozco que posiblemente no sea así y que el intento no nos quita nada. No es como si esto fuera a parar de todas maneras, las reglas que estamos escribiendo tienen que ver con la total entrega de la voluntad a esto que nos tiene buscándonos por encima de los pocos obstáculos de ropa, encontrándonos en un abrazo anhelante en el que su boca no llega a tomar la mía y tengo que respirar sus palabras para tener con qué llenar mi pecho. Separo los labios por el roce de sus dedos y centro mi mirada en él, que a cada segundo se hace más oscura por el deseo. Mis manos al liberar su cabello descienden para explorar su piel por debajo de la camiseta. Trazo el camino inverso subiendo por sus costillas a su espalda, atrayéndolo hacia mí. —No es algo bueno, ni malo— susurro, recordando lo que dije en una primera ocasión y creo que dijimos muchas cosas esas noches que vamos descubriendo si eran ciertas o no. Llegué a dudar de mis afirmaciones de entonces. —Pero no siempre lo eres…— digo, a esa conclusión llegué después. —Es lo peligroso. Estás bajo control casi todo el tiempo, entonces te desatas y te vuelves avasallante. Me consumes. ¿Y vale el riesgo?— creo que está a punto de besarme, creo que estoy a punto de contestar con un «vales todo el riesgo», pero un sonido nos interrumpe. —Estoy a un paso de ofenderme de que haya algo más fastidiando tus pantalones— contesto con el mismo dejo bromista y una mueca, lo suelto para que pueda atender porque considero que eso es prioridad.
Es una sorpresa, de la que no me quejo, la rapidez con la que regresa a mi piel al ignorar lo que sea que demanda su atención y mis manos vuelven a tirar de su ropa para meterse por debajo, mucho más impacientes que la calma con la que baja por mi garganta. ¿Cuánto tiempo nos queda? ¿Qué tan tarde podemos llegar? Suspiro al aguardar su avance, lo que dice a continuación lo escucho con mi consciente imponiéndose. —¿En qué somos parecidos? Yo no lo veo, no podemos ser más diferentes— me opongo con mis pensamientos aun lúcidos, y sin caer en la vergüenza de aceptar lo que salga de su boca como si fuera palabra irrefutable, solo porque me importe más que continúe besándome a estar en lo cierto. No le puedo ceder la razón en todo, y en especial, en algo que no le veo que tenga sentido, no importa de dónde lo miremos. —Orgullosos, sí. ¿También eres caprichoso? ¿Terco? — me burlo de él, doblando mi sonrisa hacia un lado y disfrutando de usar mis defectos para devolvérselos. —¿Un negador?—. Y es en lo último que dice, que mis caricias se interrumpen, pero no llego a soltarlo. Me tiene un segundo en un estado de quietud, con mis sentidos en alerta, y tengo que inclinarme sobre su boca para un beso tentativo, recuperando el tono de broma. —¿A qué se debería ese miedo? Estaba nerviosa en tu casa porque ir lento contigo me hace pensar demasiado en cada paso que doy— digo y mis manos retoman su andar, bajando por su ropa. —No te tengo miedo, eres tan humano como yo. En esto nadie está por encima de nadie— hago clara referencia a nuestro pacto ajeno a estas circunstancias que se fueron dando sin planearlo. —¿Te doy miedo?— pregunto, entre un poco de curiosidad y otro tanto de provocación.
Me saca una sonrisa que en vez de decirme, para la tranquilidad de nuestros espíritus, que este nuevo acuerdo va a funcionar, reconozco que posiblemente no sea así y que el intento no nos quita nada. No es como si esto fuera a parar de todas maneras, las reglas que estamos escribiendo tienen que ver con la total entrega de la voluntad a esto que nos tiene buscándonos por encima de los pocos obstáculos de ropa, encontrándonos en un abrazo anhelante en el que su boca no llega a tomar la mía y tengo que respirar sus palabras para tener con qué llenar mi pecho. Separo los labios por el roce de sus dedos y centro mi mirada en él, que a cada segundo se hace más oscura por el deseo. Mis manos al liberar su cabello descienden para explorar su piel por debajo de la camiseta. Trazo el camino inverso subiendo por sus costillas a su espalda, atrayéndolo hacia mí. —No es algo bueno, ni malo— susurro, recordando lo que dije en una primera ocasión y creo que dijimos muchas cosas esas noches que vamos descubriendo si eran ciertas o no. Llegué a dudar de mis afirmaciones de entonces. —Pero no siempre lo eres…— digo, a esa conclusión llegué después. —Es lo peligroso. Estás bajo control casi todo el tiempo, entonces te desatas y te vuelves avasallante. Me consumes. ¿Y vale el riesgo?— creo que está a punto de besarme, creo que estoy a punto de contestar con un «vales todo el riesgo», pero un sonido nos interrumpe. —Estoy a un paso de ofenderme de que haya algo más fastidiando tus pantalones— contesto con el mismo dejo bromista y una mueca, lo suelto para que pueda atender porque considero que eso es prioridad.
Es una sorpresa, de la que no me quejo, la rapidez con la que regresa a mi piel al ignorar lo que sea que demanda su atención y mis manos vuelven a tirar de su ropa para meterse por debajo, mucho más impacientes que la calma con la que baja por mi garganta. ¿Cuánto tiempo nos queda? ¿Qué tan tarde podemos llegar? Suspiro al aguardar su avance, lo que dice a continuación lo escucho con mi consciente imponiéndose. —¿En qué somos parecidos? Yo no lo veo, no podemos ser más diferentes— me opongo con mis pensamientos aun lúcidos, y sin caer en la vergüenza de aceptar lo que salga de su boca como si fuera palabra irrefutable, solo porque me importe más que continúe besándome a estar en lo cierto. No le puedo ceder la razón en todo, y en especial, en algo que no le veo que tenga sentido, no importa de dónde lo miremos. —Orgullosos, sí. ¿También eres caprichoso? ¿Terco? — me burlo de él, doblando mi sonrisa hacia un lado y disfrutando de usar mis defectos para devolvérselos. —¿Un negador?—. Y es en lo último que dice, que mis caricias se interrumpen, pero no llego a soltarlo. Me tiene un segundo en un estado de quietud, con mis sentidos en alerta, y tengo que inclinarme sobre su boca para un beso tentativo, recuperando el tono de broma. —¿A qué se debería ese miedo? Estaba nerviosa en tu casa porque ir lento contigo me hace pensar demasiado en cada paso que doy— digo y mis manos retoman su andar, bajando por su ropa. —No te tengo miedo, eres tan humano como yo. En esto nadie está por encima de nadie— hago clara referencia a nuestro pacto ajeno a estas circunstancias que se fueron dando sin planearlo. —¿Te doy miedo?— pregunto, entre un poco de curiosidad y otro tanto de provocación.
Puede que tenga un momento de vacile por el modo en el cual toca mi boca, pero mis ojos están firmes en los suyos cuando la abro para hablar — ¿Cuándo me he negado a un desafío? — es una declaración que creo justa. Ella en sí misma es un reto, creo que eso quedó claro hace mucho y cada vez me siento más a gusto en nuestro tablero de ajedrez. Ganar dar satisfacción, pero perder también me produce una sensación de alivio. Me doy cuenta de que la tortura está en tentarnos, pero sea quien sea el que cede, eso siempre termina saciando el hambre al menos un rato, hasta que lo digerimos y necesitamos de una nueva dosis. ¿Qué le dije en su momento? Ah, sí, que era adictiva. Debí saber en un principio que ella sería un problema. La manera que tiene de tocarme por debajo de la ropa no ayuda a que pueda pensar con claridad, especialmente gracias a unas manos que reconozco como cálidas a pesar de mi propia temperatura corporal. Me encuentro respirando con pesadez, controlando el modo que tengo de inhalar y exhalar en medio de la euforia que me produce su confesión, moviendo un poco mi cuerpo en la inquietud que tan bien se le da provocarme — Consumirte. Sí, conozco esa sensación a la inversa — declaro sin pudor, seguro de que mis pupilas se han dilatado. Me encantaría saber la respuesta que viene ligada a la pregunta que ambos hacemos, pero la interrupción solo sirve para desviar la atención y provoca un revoleo de mis ojos divertido ante su comentario de falsa ofensa.
Me toma como un asalto sorpresivo el modo que tiene de volver a buscar mi piel con una demanda segura, lo que hace que sea un poco complicado seguir el hilo de la conversación — ¿Tanto te he ofendido con mi pequeña lista observadora? — inquiero en un tono que pretende llamarse inocente — Puedo ser caprichoso, a veces. ¿Terco? Preguntále a cualquiera de mis colegas, que te darán la razón. Negador… — me sonrío, arqueando fugazmente las cejas en su dirección — No tanto como tú — porque, sea lo que sea esto, puedo ver el patrón de mis momentos de honestidad y sus instantes de redención. Suerte que me besa, mi mente toma eso como un incentivo a imitarla y cuelo las manos por debajo de la remera que la separa de mí. Aprieto su cintura y su espalda, rozando el contorno de su torso en una caricia lenta en cuanto la conversación sigue su curso — Si nos vamos a lo literal, sí hemos estado encima el uno del otro — intento ocultar la risa en busca de un nuevo beso, pero me interrumpo a mitad del camino por lo que sale de ella. Mis caricias se detienen sobre su vientre, a la par que mis ojos se entornan al clavarse en los suyos, tan oscuros que puedo ver la silueta de mi reflejo — Lo que me da miedo es que no dejas de manosearme y pretendes que mantengamos la discreción. Por mucho que me guste que me toques, espero no recordarlo la próxima vez que nos veamos en el trabajo, porque fallaré a nuestra palabra — a pesar de lo que sale de mi boca, mi cuerpo toma el camino opuesto. La presiono y empujo su vientre, buscando la lentitud en la gravedad para inclinarme sobre ella y obligarla a retroceder. Es mi anatomía contra la suya, en busca de alzarse en la altura hasta que consigo que el desayunador sirva de apoyo para parte de su espalda, valiéndome de lo largo de mi cuerpo para estar sobre ella con una mueca burlona — Me preocupa que me explotes en la cara, eso es todo. Por lo demás, estoy seguro de que me encuentro a salvo de ti y de cualquier mal que podrías ocasionarme — tal vez estoy bajando la guardia y es mi error, pero confío en mi criterio. Si quisiera jugar en mi contra, ya lo habría hecho. Me ha tenido durmiendo a su lado y sin defensa en dos ocasiones, para variar.
Como si fuese una simple exploración, mis manos levantan un poco la tela de su remera, la cual cubre parte de su torso y me aparto de su rostro — Conozco a las personas cuando mienten y también cuando pretenden — mantener mi cadera entre el agarre de sus piernas facilita mi trabajo de encorvar un poco mis hombros para besar el contorno de su ombligo — Y tú jamás me has mentido con todo esto. Incluso aunque no hablases, tu cuerpo lo hacía por ti. Tienes un modo de estremecerte muy particular — es un desfile de besos, el que recorre con gentileza el centro de su vientre y sube entre sus pechos, acompañado por las caricias en la curva de su cintura con dedos lentos — Sigo creyendo en lo que te dije en mi sofá, que estás loca por mí. Que el otro día querías que me quede contigo para la cena y todo acabó en griterío — intento no sonar tan burlón cuando me asomo por la remera arrugada cerca de su cuello pero la sonrisa es inevitable. Tomo la tela y la tironeo cuidadosamente hacia abajo, como si aquí no hubiese pasado nada — Pero no, no te temo. Solo siento respeto por lo que consigues causarme, tal vez un poco de inquietud, pero eso es todo. Por eso yo sí creo que vales el riesgo. — el beso que presiono contra su boca es un rápido sello de silencio. Como un nuevo trato, silencioso, que se suma a la lista de cosas que debería archivar.
Me toma como un asalto sorpresivo el modo que tiene de volver a buscar mi piel con una demanda segura, lo que hace que sea un poco complicado seguir el hilo de la conversación — ¿Tanto te he ofendido con mi pequeña lista observadora? — inquiero en un tono que pretende llamarse inocente — Puedo ser caprichoso, a veces. ¿Terco? Preguntále a cualquiera de mis colegas, que te darán la razón. Negador… — me sonrío, arqueando fugazmente las cejas en su dirección — No tanto como tú — porque, sea lo que sea esto, puedo ver el patrón de mis momentos de honestidad y sus instantes de redención. Suerte que me besa, mi mente toma eso como un incentivo a imitarla y cuelo las manos por debajo de la remera que la separa de mí. Aprieto su cintura y su espalda, rozando el contorno de su torso en una caricia lenta en cuanto la conversación sigue su curso — Si nos vamos a lo literal, sí hemos estado encima el uno del otro — intento ocultar la risa en busca de un nuevo beso, pero me interrumpo a mitad del camino por lo que sale de ella. Mis caricias se detienen sobre su vientre, a la par que mis ojos se entornan al clavarse en los suyos, tan oscuros que puedo ver la silueta de mi reflejo — Lo que me da miedo es que no dejas de manosearme y pretendes que mantengamos la discreción. Por mucho que me guste que me toques, espero no recordarlo la próxima vez que nos veamos en el trabajo, porque fallaré a nuestra palabra — a pesar de lo que sale de mi boca, mi cuerpo toma el camino opuesto. La presiono y empujo su vientre, buscando la lentitud en la gravedad para inclinarme sobre ella y obligarla a retroceder. Es mi anatomía contra la suya, en busca de alzarse en la altura hasta que consigo que el desayunador sirva de apoyo para parte de su espalda, valiéndome de lo largo de mi cuerpo para estar sobre ella con una mueca burlona — Me preocupa que me explotes en la cara, eso es todo. Por lo demás, estoy seguro de que me encuentro a salvo de ti y de cualquier mal que podrías ocasionarme — tal vez estoy bajando la guardia y es mi error, pero confío en mi criterio. Si quisiera jugar en mi contra, ya lo habría hecho. Me ha tenido durmiendo a su lado y sin defensa en dos ocasiones, para variar.
Como si fuese una simple exploración, mis manos levantan un poco la tela de su remera, la cual cubre parte de su torso y me aparto de su rostro — Conozco a las personas cuando mienten y también cuando pretenden — mantener mi cadera entre el agarre de sus piernas facilita mi trabajo de encorvar un poco mis hombros para besar el contorno de su ombligo — Y tú jamás me has mentido con todo esto. Incluso aunque no hablases, tu cuerpo lo hacía por ti. Tienes un modo de estremecerte muy particular — es un desfile de besos, el que recorre con gentileza el centro de su vientre y sube entre sus pechos, acompañado por las caricias en la curva de su cintura con dedos lentos — Sigo creyendo en lo que te dije en mi sofá, que estás loca por mí. Que el otro día querías que me quede contigo para la cena y todo acabó en griterío — intento no sonar tan burlón cuando me asomo por la remera arrugada cerca de su cuello pero la sonrisa es inevitable. Tomo la tela y la tironeo cuidadosamente hacia abajo, como si aquí no hubiese pasado nada — Pero no, no te temo. Solo siento respeto por lo que consigues causarme, tal vez un poco de inquietud, pero eso es todo. Por eso yo sí creo que vales el riesgo. — el beso que presiono contra su boca es un rápido sello de silencio. Como un nuevo trato, silencioso, que se suma a la lista de cosas que debería archivar.
Mi buena memoria impedirá que olvide esa desafortunada lista en los días siguientes, volviendo una y otra vez, en un espasmo de indignación que acabará en una carcajada de gracia como sucede en este momento, en el que no puedo sentirme ofendida porque alguien tenga bien marcados mis defectos reales, en vez de quedarse en mi casa por inventarme virtudes que no tengo. Cuando mis defectos se reflectan en él, me río entre dientes por las coincidencias que sigue apuntando. —¿Puede salir algo bueno de tener los mismos defectos?— me burlo de nosotros. No sé si será algo bueno, no sé tampoco de qué manera nos encontraremos el día que tengamos que recapitular, volver a este instante en que mi piel arde cuando entra en contacto con sus manos y estamos de regreso a ese estado ansioso en que nos entregamos a la exploración del cuerpo del otro. Entonces me preguntaré si era en verdad una fuerza incontrolable, cuando no me llene de un deseo irracional por un cuerpo que ya conozco, que es tan humano como el mío y por eso es débil, que si estamos en una posición encima del otro es por placer y no por poder. —No tengo por qué ser discreta en mi casa— replico, como si fuera quien todavía marca los tiempos y las formas en este lugar, y me deshago en una carcajada al oír su explicación. —Se trata justamente de saber que no podrás tocarme ni yo podré tocarte si está otra persona, pero tener recuerdos que entretengan nuestros pensamientos, algo en lo que podamos ocupar la mente— me explayo, tan segura de que podré cumplir con mi parte del trato de mantener mis manos guardadas, y es una confianza con poco fundamento, porque estoy recorriendo febril su espalda. —¿Te parece una preocupación menor?— cuestiono con un sesgo burlón, el que diga tan fácilmente que puedo explotarle en la cara, pero que no es algo que en realidad le de miedo. Estamos a salvo, yo también cuando me dice que esto no le afectará, que no le causaré ningún mal aunque me cuesta pensar en uno posible.
Se escapa el aire de mi pecho al recostarme para que su boca pueda deslizarse por mi cuerpo, en este espacio de mi casa podremos tomar todo aquello que será prohibido cuando estemos en el trabajo o cualquier otro lugar donde vuelva a ser importante quienes somos. Se mucho sobre mentiras, también sobre aparentar, no porque lo quiera hacer de manera intencional sino porque se vuelve tan natural como respuesta en algunas ocasiones. No dudo de que sea capaz de fingir que no me interesa Hans Powell o negarlo hasta la última instancia, a menos que su dedo roce un centímetro de mi piel y ese estremecimiento del que habla me descubra, que se cumpla su maldita predicción de que el deseo puede tener un nombre. Mis manos erran por sus hombros y se hunden en su pelo cuando respirar se complica, la sujeción de mis piernas lo retienen, me tiene en vilo con un gemido y no voy a soltarlo. Recupero una bocanada de aire y me río, porque en su charla trate de colocarme en un entredicho otra vez, celebro lo frescos que también puede mantener algunos recuerdos y que no se diga que soy yo quien no deja pasar sus palabras. Las carcajadas hacen que tiemble mi pecho que vuelve a cubrir con la tela y cuando me besa, su boca choca con mi sonrisa asombrada. Tengo que ir tras ellos para ahondar en esa caricia, demasiado ambiciosa para el tiempo que nos queda. —¿Quieres que te diga que estoy loca por ti?— murmuro contra sus labios y fuerzo mi memoria a recordar si nunca se lo he dicho, al parecer no fue así. Eso me da una pequeña chance con la que jugar, y es tan increíblemente infantil que lo piense así. De todos los retos estúpidos posibles… —Empuja mi cordura todo lo que puedas, todo lo que quieras, sin reglas. Y logra que te lo diga— beso su comisura y sonrío mirándome en sus ojos, como si esto fuera una gran broma.
Se escapa el aire de mi pecho al recostarme para que su boca pueda deslizarse por mi cuerpo, en este espacio de mi casa podremos tomar todo aquello que será prohibido cuando estemos en el trabajo o cualquier otro lugar donde vuelva a ser importante quienes somos. Se mucho sobre mentiras, también sobre aparentar, no porque lo quiera hacer de manera intencional sino porque se vuelve tan natural como respuesta en algunas ocasiones. No dudo de que sea capaz de fingir que no me interesa Hans Powell o negarlo hasta la última instancia, a menos que su dedo roce un centímetro de mi piel y ese estremecimiento del que habla me descubra, que se cumpla su maldita predicción de que el deseo puede tener un nombre. Mis manos erran por sus hombros y se hunden en su pelo cuando respirar se complica, la sujeción de mis piernas lo retienen, me tiene en vilo con un gemido y no voy a soltarlo. Recupero una bocanada de aire y me río, porque en su charla trate de colocarme en un entredicho otra vez, celebro lo frescos que también puede mantener algunos recuerdos y que no se diga que soy yo quien no deja pasar sus palabras. Las carcajadas hacen que tiemble mi pecho que vuelve a cubrir con la tela y cuando me besa, su boca choca con mi sonrisa asombrada. Tengo que ir tras ellos para ahondar en esa caricia, demasiado ambiciosa para el tiempo que nos queda. —¿Quieres que te diga que estoy loca por ti?— murmuro contra sus labios y fuerzo mi memoria a recordar si nunca se lo he dicho, al parecer no fue así. Eso me da una pequeña chance con la que jugar, y es tan increíblemente infantil que lo piense así. De todos los retos estúpidos posibles… —Empuja mi cordura todo lo que puedas, todo lo que quieras, sin reglas. Y logra que te lo diga— beso su comisura y sonrío mirándome en sus ojos, como si esto fuera una gran broma.
No pienso ser tan suicida de pensar en cómo nos tocamos cuando la situación no lo amerite, pero tampoco puedo poner las manos en el fuego por mí mismo porque estoy aceptando, cada vez con mayor fervor, que soy incapaz de controlar esto, al menos no cuando la tengo delante. Puedo serenar mi mente, pero no las emociones que me obsequia con cada uno de sus besos, con la manera en la que recorre mi cuerpo con total libertad y desfachatez — Una preocupación controlable — murmuro solamente. Porque me he decidido a que ella puede entrar en mi mundo, pero siempre habrá un mural que no pueda saltar. Y su veneno, ese que siempre tuve entre ceja y ceja porque sé muy bien lo que nos ha llevado a esta situación, es algo que busco olvidar hasta que sea necesario volver a jugar esa carta. No sé cómo lo hacemos, la verdad. No sé cómo puedo dormir con quien normalmente debo considerar el enemigo. Pero lo he hecho, sin ropa, enroscando nuestros brazos. Fue hace siete años. Una segunda oportunidad que salió bien, por una buena vez. Quizá sí deba bajar esa guardia.
La vibración en mi pantalón regresa, pero me es mucho más fácil ignorarla completamente, porque son sus suspiros los que ocupan el aire. Me siento débil y fácil, como cualquier hombre posiblemente cegado de manera mortal, cuando sus palabras me hacen reír en voz ahogada con su boca en la mía. Sé que si pudiera verme desde afuera, me calificaría como patético — No hace falta que lo digas. Lo sé. Te fascino — endulzo las palabras con una modulación clara y estiro mis cejas en un rápido gesto tentativo. Obvio que ella alza la apuesta y mis labios se aprietan, pero también se curvan en una suave sonrisa de medio lado. Creo que se me ha oscurecido la mirada, porque soy consciente del calor que emanan mis poros — ¿Volvemos a jugar juegos de poder, señorita Scott? ¿O es más bien uno de ganar el orgullo del otro? — aún mis manos sujetan la tela arrugada de su remera y se extienden, acariciando con lentitud su pecho, hasta sostener su cintura. El comunicador ha dejado de vibrar, una vez más, al fin — Si hubiera sabido lo mucho que te gusta apostar, me habría acostado contigo hace mucho tiempo — creo que no puede ver cómo le sonrío, porque he escondido el rostro en la piel de su vientre, más no para volver a besarlo. Me encuentro respirando sobre su ombligo al tirar de sus piernas hacia arriba, colocándolas sobre mis hombros y dándome el lujo de acariciar, centímetro a centímetro, la marca de su cadera, por debajo de la línea de su ropa interior. Es un toque casi que hasta inocente.
— Veo cierta injusticia en nuestras partidas, de todos modos — pellizco su vientre bajo con los labios, apenas sintiendo el roce de mis dientes contra ella — Te rindes, pero jamás lo aceptas en voz alta. Yo soy quien tiende a perder el orgullo — los besos son pequeños, cortos y hasta pícaros. Bajan por uno de sus muslos, disfrutando del calor de su lado interior, mientras mis dedos la aferran con demanda al clavarse en su carne — Lo cual no tiene sentido, porque sé que me deseas, lo demuestras incluso cuando no quieres hacerlo. Somos débiles y te encanta — tengo que ladear la cabeza para que mis labios recorran la pierna que he dejado en paz hasta el momento, pero en sentido contrario, volviendo a subir — Y aún así… — me detengo, con la respiración cálida y acelerada sobre su entrepierna, obligándome a relamer mis labios resecos — Quieres que te robe las palabras de la boca — aunque mi cuerpo se impulsa hacia delante, mi boca apenas genera un roce antes de que levante el rostro con una sonrisa acalorada, pero maliciosa. Suelto el agarre poco a poco y me incorporo con suma lentitud, como si de esa manera pudiese clamar mi propia victoria y, de paso, poder mirarla mejor. Mis manos se apoyan en el desayunador, a cada lado de su cuerpo — No eres una contrincante muy justa — bromeo y, como si nada, estiro la mano para agarrar una tostada, la cual me llevo a los dientes para darle un mordisco como si nada hubiera pasado. Y, sin más, me separo del desayunador.
La vibración en mi pantalón regresa, pero me es mucho más fácil ignorarla completamente, porque son sus suspiros los que ocupan el aire. Me siento débil y fácil, como cualquier hombre posiblemente cegado de manera mortal, cuando sus palabras me hacen reír en voz ahogada con su boca en la mía. Sé que si pudiera verme desde afuera, me calificaría como patético — No hace falta que lo digas. Lo sé. Te fascino — endulzo las palabras con una modulación clara y estiro mis cejas en un rápido gesto tentativo. Obvio que ella alza la apuesta y mis labios se aprietan, pero también se curvan en una suave sonrisa de medio lado. Creo que se me ha oscurecido la mirada, porque soy consciente del calor que emanan mis poros — ¿Volvemos a jugar juegos de poder, señorita Scott? ¿O es más bien uno de ganar el orgullo del otro? — aún mis manos sujetan la tela arrugada de su remera y se extienden, acariciando con lentitud su pecho, hasta sostener su cintura. El comunicador ha dejado de vibrar, una vez más, al fin — Si hubiera sabido lo mucho que te gusta apostar, me habría acostado contigo hace mucho tiempo — creo que no puede ver cómo le sonrío, porque he escondido el rostro en la piel de su vientre, más no para volver a besarlo. Me encuentro respirando sobre su ombligo al tirar de sus piernas hacia arriba, colocándolas sobre mis hombros y dándome el lujo de acariciar, centímetro a centímetro, la marca de su cadera, por debajo de la línea de su ropa interior. Es un toque casi que hasta inocente.
— Veo cierta injusticia en nuestras partidas, de todos modos — pellizco su vientre bajo con los labios, apenas sintiendo el roce de mis dientes contra ella — Te rindes, pero jamás lo aceptas en voz alta. Yo soy quien tiende a perder el orgullo — los besos son pequeños, cortos y hasta pícaros. Bajan por uno de sus muslos, disfrutando del calor de su lado interior, mientras mis dedos la aferran con demanda al clavarse en su carne — Lo cual no tiene sentido, porque sé que me deseas, lo demuestras incluso cuando no quieres hacerlo. Somos débiles y te encanta — tengo que ladear la cabeza para que mis labios recorran la pierna que he dejado en paz hasta el momento, pero en sentido contrario, volviendo a subir — Y aún así… — me detengo, con la respiración cálida y acelerada sobre su entrepierna, obligándome a relamer mis labios resecos — Quieres que te robe las palabras de la boca — aunque mi cuerpo se impulsa hacia delante, mi boca apenas genera un roce antes de que levante el rostro con una sonrisa acalorada, pero maliciosa. Suelto el agarre poco a poco y me incorporo con suma lentitud, como si de esa manera pudiese clamar mi propia victoria y, de paso, poder mirarla mejor. Mis manos se apoyan en el desayunador, a cada lado de su cuerpo — No eres una contrincante muy justa — bromeo y, como si nada, estiro la mano para agarrar una tostada, la cual me llevo a los dientes para darle un mordisco como si nada hubiera pasado. Y, sin más, me separo del desayunador.
No hace falta que diga nada, si su arrogancia casi acierta. Pasaría toda mi mañana regodeándome en ésta, contradiciendo y poniendo a prueba que tan acertadas son sus palabras para poder recrearme con sus ademanes altivos, convenciéndome al final de cuentas de que su perspicacia es aguda y puede leer en mí de maneras en que todavía son incomprensibles para mi entendimiento. Aun en el estado de confusión al que nos somete el deseo, su mirada obscurecida que hace más pesada mi respiración lenta, puede ver que mi cuerpo es más honesto de lo que nunca serán mis dichos o mis actos. —¿Vuelvo a ser la señorita Scott cuando el poder o el orgullo están en juego?— pregunto con una sonrisa que sigue el tono de broma infantil de mi propuesta, y pienso para mí qué clase de juego espero comenzar con estas apuestas en las que me ofrezco a perder, en que lo incito a que quiera ganar ¿y tan poco me importa a mí… ganar? El tiempo que pasamos viéndonos, devolviéndole un favor con la indiferencia que reservo a mis clientes, posicionándonos en veredas contrarias que nunca se encuentran por una cuestión política, y podríamos haber seguido así, de no caer en un juego atractivo para nuestros orgullos que provocó un primer roce. —De haber sabido…— susurro.
Sé con convencimiento lo poco que me importa ganar, cuando su boca desciende acompañada de sus manos para un asalto a un centro que palpita de necesidad por su cercanía. Mis párpados se cierran con entrega cuando la visión de los muebles de la cocina por detrás de su espalda y la insistencia de una llamada que no contesta, se van desvaneciendo para mí porque mi concentración está puesta en cómo sus caricias exploran tan cerca de lo que pone en jaque mi cordura, cada centímetro de riesgo que avanzan sus labios agita mis nervios. Respondo a la fiereza de su agarre a mis muslos apresando mechones de su pelo que no uso para guiarlo o detenerlo, porque le dije que no habría reglas. Puede intentar lo que quiera para compensar esta injusticia de que mis rendiciones nunca sean dichas en voz alta, cuando un gemido puede ser seguido de otro a la espera de que su respiración que me estremece por debajo de la fina tela se interrumpa y sus labios bajen, mi cadera lo busca para que concluya con el juego. Soy tan débil a su tacto y tiemblo a su roce superficial. Me siento derrotada, mi piel aún lo siente y tengo los nervios crispados por el latido que no cesa en mi entrepierna, que me parece una burla que pueda comerse una tostada con impunidad y retirarse.
Necesito de una respiración profunda para calmar a mi pecho que exige más aire y puedo descender del desayunador a pesar de la poca confianza que tengo en mis piernas para que me sostengan. Mis pies se asientan sobre el piso de la cocina y como puedo pararme en toda mi estatura, lo enfrento con una sonrisa que tiene el atrevimiento de mofarse. No sé si de él, de mí misma. —Hay un tipo diferente de justicia para nosotros— repito lo que le dije en otras ocasiones, porque sus referencias sobre lo justo y lo injusto me recuerdan a su autoridad en esta materia, y a mí me queda improvisar en los mínimos espacios que quedan entre una ley y otra. Tomo del bajo de mi remera para pasarla por encima de mi cabeza y la dejo caer al suelo, seguida de mi sostén que desprendo de frente a él. Sostengo su mirada cuando deslizo por mis piernas la única prenda que queda, la poca distancia entre los dos la hago con un paso y busco su mano para alzarla con la palma hacia arriba, donde puedo dejar la tela humedecida por la excitación. —Es tuya, te la ganaste—. Sonrío al devorar sus labios en un beso que lo empuja contra la mesada a su espalda, y mis manos están otra vez recorriendo su cuerpo con arrebato hasta sostenerse de su nuca. Descanso con un suspiro al romper el beso. —Me iré a bañar— anuncio. —Puedes terminar de desayunar sin mí.
Sé con convencimiento lo poco que me importa ganar, cuando su boca desciende acompañada de sus manos para un asalto a un centro que palpita de necesidad por su cercanía. Mis párpados se cierran con entrega cuando la visión de los muebles de la cocina por detrás de su espalda y la insistencia de una llamada que no contesta, se van desvaneciendo para mí porque mi concentración está puesta en cómo sus caricias exploran tan cerca de lo que pone en jaque mi cordura, cada centímetro de riesgo que avanzan sus labios agita mis nervios. Respondo a la fiereza de su agarre a mis muslos apresando mechones de su pelo que no uso para guiarlo o detenerlo, porque le dije que no habría reglas. Puede intentar lo que quiera para compensar esta injusticia de que mis rendiciones nunca sean dichas en voz alta, cuando un gemido puede ser seguido de otro a la espera de que su respiración que me estremece por debajo de la fina tela se interrumpa y sus labios bajen, mi cadera lo busca para que concluya con el juego. Soy tan débil a su tacto y tiemblo a su roce superficial. Me siento derrotada, mi piel aún lo siente y tengo los nervios crispados por el latido que no cesa en mi entrepierna, que me parece una burla que pueda comerse una tostada con impunidad y retirarse.
Necesito de una respiración profunda para calmar a mi pecho que exige más aire y puedo descender del desayunador a pesar de la poca confianza que tengo en mis piernas para que me sostengan. Mis pies se asientan sobre el piso de la cocina y como puedo pararme en toda mi estatura, lo enfrento con una sonrisa que tiene el atrevimiento de mofarse. No sé si de él, de mí misma. —Hay un tipo diferente de justicia para nosotros— repito lo que le dije en otras ocasiones, porque sus referencias sobre lo justo y lo injusto me recuerdan a su autoridad en esta materia, y a mí me queda improvisar en los mínimos espacios que quedan entre una ley y otra. Tomo del bajo de mi remera para pasarla por encima de mi cabeza y la dejo caer al suelo, seguida de mi sostén que desprendo de frente a él. Sostengo su mirada cuando deslizo por mis piernas la única prenda que queda, la poca distancia entre los dos la hago con un paso y busco su mano para alzarla con la palma hacia arriba, donde puedo dejar la tela humedecida por la excitación. —Es tuya, te la ganaste—. Sonrío al devorar sus labios en un beso que lo empuja contra la mesada a su espalda, y mis manos están otra vez recorriendo su cuerpo con arrebato hasta sostenerse de su nuca. Descanso con un suspiro al romper el beso. —Me iré a bañar— anuncio. —Puedes terminar de desayunar sin mí.
Debería hacerme gracia que secunde lo que digo con cada reacción involuntaria, llenándome de una satisfacción personal que sé que sería incapaz de explicar con palabras. Hay cosas que hablan por sí solas, como la manera en la cual se expone, se rinde a cada uno de mis juegos y me permiten gobernar sobre ella al menos dos minutos, porque sé que este es territorio rebelde y volverá luego con una revancha. Mastico, quizá demasiado lento y exagerado, apretando los labios entre sí en una mueca socarrona que no se aparta de su rostro mientras ella se acomoda, de pie frente a mí con toda la entereza que es capaz. Nunca una tostada me supo tan amarga, a sabiendas de que podría estar saboreando algo mucho mejor, pero que he decidido poner el pie en un juego infantil que me da otra clase de satisfacción — ¿Sí? ¿Cuál es esa? — me tomo hasta el descaro de mirar lo que queda de la tostada al hablar con la boca semi llena y me meto lo que queda, inflando uno de mis cachetes al terminar de comer en lo que ella procede a desnudarse. Estoy tragando con algo de fuerza cuando mis ojos se deslizan por su cuerpo, hasta que acomoda mi mano y coloca una prenda tibia entre mis dedos. La miro con la expresión de la halagada diversión, pero cuando abro la boca para mofarme sobre su debilidad, ya tengo sus labios sobre los míos en un beso que tomo como un reto, como una demanda de que ella devolverá la jugada. Me oigo jadear en su boca y cierro la mano que sujeta su ropa en un puño, buscando apoyar la otra en algún punto de su cadera. El empujón solo es una motivación, el paso de su agarre, una demanda.
No puedo no bajar la vista con una risa suave al escucharla, sacudiendo un poco la cabeza — ¿Cuál es la gracia de desayunar solo, si me estoy perdiendo el espectáculo? — me hundo un poco entre los hombros al echar la cabeza como si así pudiera verla mejor, pasando los brazos a su alrededor y acabando por unir mis dedos en su espalda baja — Siempre puedo ir a la ducha contigo, pero creo que eso sería otro nivel y no quiero alterar tu frágil sistema nervioso — ruedo los ojos como si estuviese escandalizado de dar un paso demasiado personal, pero no me dura demasiado. Sin debatirlo, meto la prenda que me ha dado en el bolsillo trasero de mi pantalón — Si sigues así, acabarás por dejarme todo tu armario — le recuerdo, repentinamente teniendo la memoria del sostén que quedó en algún lado de mi casa. ¿Dónde habrá terminado, ahora que lo pienso? De seguro Poppy lo metió en algún sitio, pero no voy a llegar a casa preguntando eso, obviando de que posiblemente lo olvide otra vez.
— La otra opción… — mis dedos tambolirean, no muy seguros de dónde posarse, hasta bajar por la curva de su cintura. La analizo con la mirada, midiendo mis futuras palabras, hasta encontrarme de nuevo con sus ojos — Puedo irme. Llegar a un horario diferente que tú al trabajo. Dejar que tomes las riendas de tu departamento una vez más. Aunque… — me muerdo el interior de la mejilla de manera que, cuando chasqueo la lengua, suena mucho más fuerte de lo normal — Me da mucha curiosidad que tal se maneja la acústica de tu baño — creo que lo último apenas se me escucha, porque me he abalanzado sobre su boca al apegarla contra mí, tanteando su cuerpo hasta presionar sus glúteos y empujar de ella para levantarla del suelo, buscando así el poder avanzar por el pasillo. Se me complica, claro está, al chocar constantemente contra las paredes, porque así son las cosas. Estamos cerca de su baño, cuando hundo la mano entre su cabello y detengo el beso, aunque continúo con la respiración acelerada en su boca — Lara, yo... — irónicamente, no sé qué es lo que quiero decir. Debe ser culpa de los mil remolinos que tengo en la cabeza y que busco eliminar cuando busco una vez más su contacto. En lógica, ella es mi enemigo. Y aquí estoy, reconociendo que necesito tenerla entre los brazos, porque es lo más humano que me brota cada vez que jugamos con nuestros nervios. Quizá, sí es un pequeño problema.
No puedo no bajar la vista con una risa suave al escucharla, sacudiendo un poco la cabeza — ¿Cuál es la gracia de desayunar solo, si me estoy perdiendo el espectáculo? — me hundo un poco entre los hombros al echar la cabeza como si así pudiera verla mejor, pasando los brazos a su alrededor y acabando por unir mis dedos en su espalda baja — Siempre puedo ir a la ducha contigo, pero creo que eso sería otro nivel y no quiero alterar tu frágil sistema nervioso — ruedo los ojos como si estuviese escandalizado de dar un paso demasiado personal, pero no me dura demasiado. Sin debatirlo, meto la prenda que me ha dado en el bolsillo trasero de mi pantalón — Si sigues así, acabarás por dejarme todo tu armario — le recuerdo, repentinamente teniendo la memoria del sostén que quedó en algún lado de mi casa. ¿Dónde habrá terminado, ahora que lo pienso? De seguro Poppy lo metió en algún sitio, pero no voy a llegar a casa preguntando eso, obviando de que posiblemente lo olvide otra vez.
— La otra opción… — mis dedos tambolirean, no muy seguros de dónde posarse, hasta bajar por la curva de su cintura. La analizo con la mirada, midiendo mis futuras palabras, hasta encontrarme de nuevo con sus ojos — Puedo irme. Llegar a un horario diferente que tú al trabajo. Dejar que tomes las riendas de tu departamento una vez más. Aunque… — me muerdo el interior de la mejilla de manera que, cuando chasqueo la lengua, suena mucho más fuerte de lo normal — Me da mucha curiosidad que tal se maneja la acústica de tu baño — creo que lo último apenas se me escucha, porque me he abalanzado sobre su boca al apegarla contra mí, tanteando su cuerpo hasta presionar sus glúteos y empujar de ella para levantarla del suelo, buscando así el poder avanzar por el pasillo. Se me complica, claro está, al chocar constantemente contra las paredes, porque así son las cosas. Estamos cerca de su baño, cuando hundo la mano entre su cabello y detengo el beso, aunque continúo con la respiración acelerada en su boca — Lara, yo... — irónicamente, no sé qué es lo que quiero decir. Debe ser culpa de los mil remolinos que tengo en la cabeza y que busco eliminar cuando busco una vez más su contacto. En lógica, ella es mi enemigo. Y aquí estoy, reconociendo que necesito tenerla entre los brazos, porque es lo más humano que me brota cada vez que jugamos con nuestros nervios. Quizá, sí es un pequeño problema.
—No sé cuál es— contesto. —Estamos haciéndola nosotros—. Una en que la razón no puede aplicar las normas de alguna vieja constitución, porque el instinto escapa de lo que pueda saberse como correcto e incorrecto. Las líneas que separan a los amigos de los traidores se desdibujan, no hay posiciones lógicas que se puedan mantener cuando perdemos el control. Por debajo de la ropa somos piel que responde al tacto de quien puede ser la persona equivocada, pero no se siente así. Porque mi cuerpo reacciona a su mirada, en la libertad más absoluta que tenemos en este reducido espacio podemos desearnos sin que importe todo aquello en lo que fuimos educados y nos hace quienes somos. Y es el deseo lo que me arrastra a sus labios para un último beso, para tomar todo lo que puedo como compensación por el calor avivado al que no dio conclusión y espero apaciguar con un baño antes de ir a trabajar. Está provocándome cuando me sujeta contra su cuerpo, siento la molestia de su ropa entre nosotros al estar desnuda y él enteramente vestido. Es un juego a mis nervios cuando sugiere acompañarme a la ducha, si es por mí no hace falta que nos movamos un paso de donde estamos para acabar con esto. —Es el botín que te llevas de mi territorio— bromeo, cuando se guarda la prenda. Recuerdo que el sostén era la bandera para marcar mi paso por el suyo, por esa cama ingobernable.
No sé si lo hace con la intención de que le pida que se quede, para ver si es que puedo finalmente reconocer que este juego me enloquece, pero mis dedos sueltan su nuca y descienden a sus hombros cuando insinúa que puede irse. Sé que no lo retendré si decide hacerlo, no importa qué. Reconozco la verdad de que esto le quita todo el buen juicio y le hace quedarse algunas veces, así como también lo veo capaz de poner una distancia cuando recupera la razón y se marcha. Nunca doy por seguro que vaya a quedarse, ni sé cuándo se irá. Me agarro a sus hombros con mis uñas al verme arrasada por su beso, rodeo su cintura con las piernas al perder el contacto de mis pies con el suelo y lo abrazo para hacerlo parte del calor que tiene a mi piel ardiendo dolorosamente.
Mi mundo está girando al dejarme llevar por un pasillo que no vemos, el vértigo se lleva mi poca y bien resguardada cordura, y el triunfo es suyo. Si no lo digo es porque las palabras no son lo mío y es él quien murmura entre nosotros, respiro quedamente contra su boca con los ojos cerrados. —Estás loco por mí— susurro, cambio lo que sea que estuviera a punto de decir por las palabras que están en mis labios.—No quieres irte porque no sabes cuándo volverás a tocarme, porque aun sabiendo que podrías hacerlo en algún momento del día, verme o sentirme cerca sin poder tocarme hará de cada minuto una agonía— al decirlo cerca de su oído, mi voz se rompe en un gemido. —Por eso estás robando cada minuto de esta mañana para poder quedarte—. Es lo más cercano que tendremos nunca a una tregua entre los dos, para nada pacífica por el frenesí en el que estamos inmersos, mis manos que siguen buscando el contacto a pesar de la ropa y haciendo de su pelo un desastre. Tomo un minuto de calma que se abre en medio del beso para suspirar. —Me enloqueces— reconozco, vencida. —Me enloqueces tanto que salto hacia la chispa que enciendes y logras… que mi piel entera se queme. Me estás marcando a fuego y podré sentirte donde sea.
No sé si lo hace con la intención de que le pida que se quede, para ver si es que puedo finalmente reconocer que este juego me enloquece, pero mis dedos sueltan su nuca y descienden a sus hombros cuando insinúa que puede irse. Sé que no lo retendré si decide hacerlo, no importa qué. Reconozco la verdad de que esto le quita todo el buen juicio y le hace quedarse algunas veces, así como también lo veo capaz de poner una distancia cuando recupera la razón y se marcha. Nunca doy por seguro que vaya a quedarse, ni sé cuándo se irá. Me agarro a sus hombros con mis uñas al verme arrasada por su beso, rodeo su cintura con las piernas al perder el contacto de mis pies con el suelo y lo abrazo para hacerlo parte del calor que tiene a mi piel ardiendo dolorosamente.
Mi mundo está girando al dejarme llevar por un pasillo que no vemos, el vértigo se lleva mi poca y bien resguardada cordura, y el triunfo es suyo. Si no lo digo es porque las palabras no son lo mío y es él quien murmura entre nosotros, respiro quedamente contra su boca con los ojos cerrados. —Estás loco por mí— susurro, cambio lo que sea que estuviera a punto de decir por las palabras que están en mis labios.—No quieres irte porque no sabes cuándo volverás a tocarme, porque aun sabiendo que podrías hacerlo en algún momento del día, verme o sentirme cerca sin poder tocarme hará de cada minuto una agonía— al decirlo cerca de su oído, mi voz se rompe en un gemido. —Por eso estás robando cada minuto de esta mañana para poder quedarte—. Es lo más cercano que tendremos nunca a una tregua entre los dos, para nada pacífica por el frenesí en el que estamos inmersos, mis manos que siguen buscando el contacto a pesar de la ropa y haciendo de su pelo un desastre. Tomo un minuto de calma que se abre en medio del beso para suspirar. —Me enloqueces— reconozco, vencida. —Me enloqueces tanto que salto hacia la chispa que enciendes y logras… que mi piel entera se queme. Me estás marcando a fuego y podré sentirte donde sea.
Es un extraño momento en el cual decido no discutir. Puedo sentir como el orgullo va cayendo por mi espalda hasta desplomarse en el suelo, junto a otra clase de pensamientos a los cuales no les he dado forma. Puede que yo sea el que lleva ropa, pero me siento desnudo, atrapado entre sus brazos y piernas como si no pudiese salir de allí. Porque la escucho hablar y no interrumpo, demasiado sumido en cómo respira, se mueve y me busca, haciendo énfasis en su aroma, su calor y su tacto. Su confesión, si se le puede decir de ese modo, hace que mueva el rostro para hundirlo en el hueco de su cuello, respirando allí dónde puedo sentir los latidos de su alocado corazón. Es una suerte que la he recargado contra la pared, porque siento que mis piernas, por largas que sean, ahora no serían capaces de sostenernos a los dos — Lo sé — declaro repentinamente, en lo que ha parecido una eternidad de silencio pero que posiblemente solo fueron segundos — Es una marca que se nos está yendo de las manos… — solo lo asumo, no lo reprocho. Deslizo mis labios por su cuello de forma ascendente, hasta que puedo verla a los ojos en un pasillo que se encuentra muy mal iluminado por la combinación de su posición y la hora de la mañana — Y esta vez, solo esta vez… — acentúo las últimas tres palabras, sonriendo ligero y con gracia ante esa aclaración — Te daré la razón, porque no puedo discutir contra eso. Si digo algo, haré otra cosa que lo contradiga a continuación y no quiero ser esa clase de sujeto — no puedo negar la locura y después entregarme a ella, porque sé que nuestra relación se ha desmoronado y vuelve a construirse sobre materiales reciclados que poco tienen que ver entre sí. Es un desastre y no tengo idea de cómo permitimos que sucediera.
Pero lo hicimos. Con gusto y conciencia, nos divertimos en el juego y ahora pagamos las consecuencias. Podría ser peor, lo sé, pero puedo ver el peligro del que tanto nos escapamos y sé, muy en el fondo, que no quiero averiguar si valdrá la pena. Porque ninguna de estas cosas lo hace, al fin y al cabo. La gente se va, las pasiones se terminan, la ropa vuelve a su lugar y no queda nada. Y, aún así, cuando sé que puedo bajarla y simplemente marcharme, estiro la mano para tantear a un costado y abrir la puerta del baño, la cual produce un chirrido. No digo nada cuando apenas la beso con lentitud y nos entro, cerrando la puerta con una torpe patada que me arrebata una risa demasiado cómplice contra su boca, colocándola en el suelo. La luz ingresa por una pequeña ventanita y le otorga un aire matutino a la situación que me permite ver mejor el color de su piel, demasiado natural en comparación a las pieles del Capitolio a las cuales estoy tan acostumbrado. No sé de dónde saco el impulso que pellizca su labio inferior con mi pulgar y lo tira ligeramente hacia abajo — Eres hermosa, Scott. Veo otra enorme injusticia en eso — mis labios se tuercen como si estuviese quejándome en un mohín, acompañando un falso gesto de seriedad que me arrugan el entrecejo — ¿Cómo pretendes que uno no se vuelva loco por ti, cuando tienes un envase así de atractivo que envuelve una personalidad irritante y, a la vez, atrapante? Eres peligrosa — la actuación se desmorona cuando rompo la expresión en una sonrisa, inclinando mi cabeza hacia ella — Vas a causarme cientos de problemas, lo sé — dejo bien en claro que descarto la preocupación con el beso rápido que le robo, tratando de obviar que esta situación ya debería ser un dilema por sí misma.
Incluso así, paso por su lado y corro la cortina de la ducha, chequeando los grifos en un intento de adivinar cuál es el agua caliente y cuál la fría. Pronto se oye el chillido metálico y la cortina de agua cae con la fuerza suficiente como para que me eche hacia atrás al sentir como me salpica la nariz. Aún estoy mirando las nubes de vapor que se arman sobre nuestras cabezas cuando vuelvo a abrir la boca — Nos conocemos hace como siete años, ¿no es así? — no estoy muy seguro de las fechas ahora, pero creo que no me equivoco. Me volteo hacia ella, agradecido de no haberme calzado para evitar perder más tiempo, y tironeo de mi remera hasta pasarla por mi cabeza y lanzarla a un lado — ¿Alguna vez creíste que esto terminaría así? Hablo de verdad. No me interesa si tenías fantasías extrañas conmigo — bromeo. Para cuando dejo caer mis pantalones, los levanto y se los lanzo en la cara en un gesto sumamente infantil — Creo que tus amigos se sentirían muy decepcionados. Te estás acostando y enloqueciendo por un ministro. Suena a que estás quebrando tus ideales — porque, aunque no hablemos de ello, no es secreto entre nosotros lo que opina sobre las personas como yo. Y yo, sobre personas como ella; he armado una carrera en base a eso. Me masajeo brevemente la nuca antes de dejar caer la mano, la cual busca la suya entre el vapor, para apretar sus dedos — Debería ser justo, si consideramos que he roto las normas por ti en primer lugar. Con otras intenciones, claro, pero tú me entiendes — como si fuese un acuerdo tácito de, irónicamente, terminar de hundirnos en nuestra miseria, señalo la ducha con la cabeza. Tal vez debería simplemente quitarme la última prenda y dar esta mañana por perdida, o ganada, de una vez por todas. Porque ya lo he admitido, estoy loco por ella y eso va a cobrarme mi parte del juego.
Pero lo hicimos. Con gusto y conciencia, nos divertimos en el juego y ahora pagamos las consecuencias. Podría ser peor, lo sé, pero puedo ver el peligro del que tanto nos escapamos y sé, muy en el fondo, que no quiero averiguar si valdrá la pena. Porque ninguna de estas cosas lo hace, al fin y al cabo. La gente se va, las pasiones se terminan, la ropa vuelve a su lugar y no queda nada. Y, aún así, cuando sé que puedo bajarla y simplemente marcharme, estiro la mano para tantear a un costado y abrir la puerta del baño, la cual produce un chirrido. No digo nada cuando apenas la beso con lentitud y nos entro, cerrando la puerta con una torpe patada que me arrebata una risa demasiado cómplice contra su boca, colocándola en el suelo. La luz ingresa por una pequeña ventanita y le otorga un aire matutino a la situación que me permite ver mejor el color de su piel, demasiado natural en comparación a las pieles del Capitolio a las cuales estoy tan acostumbrado. No sé de dónde saco el impulso que pellizca su labio inferior con mi pulgar y lo tira ligeramente hacia abajo — Eres hermosa, Scott. Veo otra enorme injusticia en eso — mis labios se tuercen como si estuviese quejándome en un mohín, acompañando un falso gesto de seriedad que me arrugan el entrecejo — ¿Cómo pretendes que uno no se vuelva loco por ti, cuando tienes un envase así de atractivo que envuelve una personalidad irritante y, a la vez, atrapante? Eres peligrosa — la actuación se desmorona cuando rompo la expresión en una sonrisa, inclinando mi cabeza hacia ella — Vas a causarme cientos de problemas, lo sé — dejo bien en claro que descarto la preocupación con el beso rápido que le robo, tratando de obviar que esta situación ya debería ser un dilema por sí misma.
Incluso así, paso por su lado y corro la cortina de la ducha, chequeando los grifos en un intento de adivinar cuál es el agua caliente y cuál la fría. Pronto se oye el chillido metálico y la cortina de agua cae con la fuerza suficiente como para que me eche hacia atrás al sentir como me salpica la nariz. Aún estoy mirando las nubes de vapor que se arman sobre nuestras cabezas cuando vuelvo a abrir la boca — Nos conocemos hace como siete años, ¿no es así? — no estoy muy seguro de las fechas ahora, pero creo que no me equivoco. Me volteo hacia ella, agradecido de no haberme calzado para evitar perder más tiempo, y tironeo de mi remera hasta pasarla por mi cabeza y lanzarla a un lado — ¿Alguna vez creíste que esto terminaría así? Hablo de verdad. No me interesa si tenías fantasías extrañas conmigo — bromeo. Para cuando dejo caer mis pantalones, los levanto y se los lanzo en la cara en un gesto sumamente infantil — Creo que tus amigos se sentirían muy decepcionados. Te estás acostando y enloqueciendo por un ministro. Suena a que estás quebrando tus ideales — porque, aunque no hablemos de ello, no es secreto entre nosotros lo que opina sobre las personas como yo. Y yo, sobre personas como ella; he armado una carrera en base a eso. Me masajeo brevemente la nuca antes de dejar caer la mano, la cual busca la suya entre el vapor, para apretar sus dedos — Debería ser justo, si consideramos que he roto las normas por ti en primer lugar. Con otras intenciones, claro, pero tú me entiendes — como si fuese un acuerdo tácito de, irónicamente, terminar de hundirnos en nuestra miseria, señalo la ducha con la cabeza. Tal vez debería simplemente quitarme la última prenda y dar esta mañana por perdida, o ganada, de una vez por todas. Porque ya lo he admitido, estoy loco por ella y eso va a cobrarme mi parte del juego.
Es una marca hecha con nuestras manos, que perdieron el camino un par de veces y lo reencontraron en cada ocasión. Podremos trazar mapas de nuestros cuerpos cuando esto se acabe, cada ruta conquistada a fuego, estoy consumiendo en el fuego que predije que sería. No creo que sea la primera o la última víctima de esta intensidad, de la que pierde el control cuando se trata de nosotros, y que se disfraza de carisma cuando está con otras personas. Es una maldita chispa que se transforma en fuego voraz cuando así quiere, aunque dure un segundo, ese segundo basta. No tiene caso que me otorgue la razón a estar alturas, si terminé claudicando a todo lo que dijo. Suspiro contra sus labios, tampoco creo que pueda decir nada al consenso que llegamos, a esta definición que no esclarece nada. Si sigue siendo algo impreciso podemos seguir moviéndonos en él, excluimos los arrepentimientos que puedan surgir de la culpa de pensar que esto no está bien y deja de hacer de este deseo un tormento, lo libera para que haga su estrago en nosotros.
Me sujeto a su beso para mantener la estabilidad al entrar en el baño, y con renuencia aflojo el agarre de mis piernas a su cintura cuando me baja. Aún lo beso cuando tanteo el suelo, porque necesito de ese apoyo hasta que recupere la confianza en que mis pies podrán sostenerme. Cuando mi cuerpo queda a la distancia de una mirada, uso ese espacio para llenar mi pecho de aire y calmar a mis respiraciones, una sonrisa curvándose en mi rostro al oírle. —Tú y tu don de la palabra, ¿cómo podría resistirme a tu manera única de halagarme?— me burlo, devolviendo el beso rápido y apartándome para subir por su comisura hasta su mejilla. —Esta personalidad mía tan irritante no te dará ni un día de paz— suena a que me lamento por él, pero estoy escondiendo una sonrisa al bajar mis labios por su garganta. Giro sobre mis pies descalzos para seguirlo con la mirada cuando se hace cargo de abrir la ducha y me muevo para recargarme de espalda al lavado, así puedo tener una buena visión de sus movimientos que van desnudando su cuerpo. Me encuentro un poco distraía como para entender su pregunta a la primera, y no es hasta que se aclara que tiene toda mi atención. Agarro por reflejo su pantalón y me sonrío: —Si me los das como trofeo, tengo que recordarte que los necesitas para ir a trabajar—. Estoy demorando una respuesta, pese a que la tengo.
Doy unos pasos seguros hasta él, porque no me hará echarme hacia atrás cuando acepté que deseo esto pese a que me ponía en un dilema muchas de las cosas en las que sostenía mis acciones. Dejo su ropa en alguna parte del suelo del baño, no me importa cómo irá a la oficina o si es que volverá a su casa. Sigo su indicación hacia el interior de la ducha. —¿Ministro de qué? Recuérdame de qué eres ministro— le pido frunciendo un poco mi ceño. —Porque en mi casa, en mi baño, no eres ministro de nada, Hans—. Coloco una mano en su pecho con suavidad y le doy un ligero empujón hacia atrás, acompañándolo con mi cuerpo que presiono contra él. —No me impresionarás con tus títulos en mi territorio— sigo dando unos pasos tentativos entre la bruma provocada por el calor del agua y no me detengo hasta que su espalda se encuentra con la pared, entonces puedo atraparlo colocando mis manos a los lados de su cintura y recargándome contra él. —Y no vas a cuestionar mis ideales, porque los dos nos meteríamos en esa tarea. ¿Tus jefes estarán contentos de saber que no puedes dejar de meterte entre las piernas de una mujer que casi los traicionó?— le devuelvo, sabiendo que no deberíamos estar hablando de esto, sino que tendríamos que esquivarlo a toda costa. —Si quieres, todo eso podríamos dejarlo afuera. Aquí no eres más que un hombre que puede tener lo que desea, tu cordura y todo lo demás déjalo al otro lado de la puerta—. Mis dedos recorren su torso en un toque inofensivo y van trazando una línea en descenso.
»Voy a responder a tu primera pregunta— anuncio, y detengo mi mano sobre su vientre, encima de la línea de la última prenda que queda entre nosotros. El agua se va deslizando por nuestra piel, el vapor nos hace ver más acalorados. —Nunca en siete años imaginé que esto acabaría así— respondo con honestidad. —Eres tan jodidamente atractivo, pero he conocido a otros hombres atractivos y también a mujeres muy seductoras, me acosté con ellos en estos siete años. Creí que lo conocía todo como para que algo pudiera impresionarme. ¿Crees que cada vez que cruzabas la puerta me mojaba por ti? Tengo un buen control de mis bragas—. Respiro con pausas al acércame a su boca. —Pero cuando te lo propones, te las ganas. Nunca pensé que encontraría en ti alguien que pudiera jugar tan bien con ese control que me llevo años tener y lo destrozas…
Me sujeto a su beso para mantener la estabilidad al entrar en el baño, y con renuencia aflojo el agarre de mis piernas a su cintura cuando me baja. Aún lo beso cuando tanteo el suelo, porque necesito de ese apoyo hasta que recupere la confianza en que mis pies podrán sostenerme. Cuando mi cuerpo queda a la distancia de una mirada, uso ese espacio para llenar mi pecho de aire y calmar a mis respiraciones, una sonrisa curvándose en mi rostro al oírle. —Tú y tu don de la palabra, ¿cómo podría resistirme a tu manera única de halagarme?— me burlo, devolviendo el beso rápido y apartándome para subir por su comisura hasta su mejilla. —Esta personalidad mía tan irritante no te dará ni un día de paz— suena a que me lamento por él, pero estoy escondiendo una sonrisa al bajar mis labios por su garganta. Giro sobre mis pies descalzos para seguirlo con la mirada cuando se hace cargo de abrir la ducha y me muevo para recargarme de espalda al lavado, así puedo tener una buena visión de sus movimientos que van desnudando su cuerpo. Me encuentro un poco distraía como para entender su pregunta a la primera, y no es hasta que se aclara que tiene toda mi atención. Agarro por reflejo su pantalón y me sonrío: —Si me los das como trofeo, tengo que recordarte que los necesitas para ir a trabajar—. Estoy demorando una respuesta, pese a que la tengo.
Doy unos pasos seguros hasta él, porque no me hará echarme hacia atrás cuando acepté que deseo esto pese a que me ponía en un dilema muchas de las cosas en las que sostenía mis acciones. Dejo su ropa en alguna parte del suelo del baño, no me importa cómo irá a la oficina o si es que volverá a su casa. Sigo su indicación hacia el interior de la ducha. —¿Ministro de qué? Recuérdame de qué eres ministro— le pido frunciendo un poco mi ceño. —Porque en mi casa, en mi baño, no eres ministro de nada, Hans—. Coloco una mano en su pecho con suavidad y le doy un ligero empujón hacia atrás, acompañándolo con mi cuerpo que presiono contra él. —No me impresionarás con tus títulos en mi territorio— sigo dando unos pasos tentativos entre la bruma provocada por el calor del agua y no me detengo hasta que su espalda se encuentra con la pared, entonces puedo atraparlo colocando mis manos a los lados de su cintura y recargándome contra él. —Y no vas a cuestionar mis ideales, porque los dos nos meteríamos en esa tarea. ¿Tus jefes estarán contentos de saber que no puedes dejar de meterte entre las piernas de una mujer que casi los traicionó?— le devuelvo, sabiendo que no deberíamos estar hablando de esto, sino que tendríamos que esquivarlo a toda costa. —Si quieres, todo eso podríamos dejarlo afuera. Aquí no eres más que un hombre que puede tener lo que desea, tu cordura y todo lo demás déjalo al otro lado de la puerta—. Mis dedos recorren su torso en un toque inofensivo y van trazando una línea en descenso.
»Voy a responder a tu primera pregunta— anuncio, y detengo mi mano sobre su vientre, encima de la línea de la última prenda que queda entre nosotros. El agua se va deslizando por nuestra piel, el vapor nos hace ver más acalorados. —Nunca en siete años imaginé que esto acabaría así— respondo con honestidad. —Eres tan jodidamente atractivo, pero he conocido a otros hombres atractivos y también a mujeres muy seductoras, me acosté con ellos en estos siete años. Creí que lo conocía todo como para que algo pudiera impresionarme. ¿Crees que cada vez que cruzabas la puerta me mojaba por ti? Tengo un buen control de mis bragas—. Respiro con pausas al acércame a su boca. —Pero cuando te lo propones, te las ganas. Nunca pensé que encontraría en ti alguien que pudiera jugar tan bien con ese control que me llevo años tener y lo destrozas…
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