The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio


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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Zenda M. Franco
Fugitivo
Estaba agotada, sus heridas y quemaduras habían mejorado un poco, pero con cada movimiento que hacía, volvían a abrirse, y lo peor no era eso, si no el hambre que tenía. Estaba tan cansada, que no tenía siquiera fuerzas para continuar llorando.
El sol comenzó a alzarse en el horizonte y mientras los demás niños aún dormían, Zenda se guardó la varita en la seguridad del bolsillo sano de su pantalón, tomó el arco y su carcaj de flechas y salió de la abandonada pocilga.

Si antes la ropa le quedaba tres talles más grandes, gracias a los pocos recursos del Distrito 14, ahora con la perdida de peso, era mucho peor. No logró dar un par de pasos, que ya sentía cómo iba perdiendo la prenda quemada por hechizos.
Decidida a al menos cazar un conejo o ardilla, se quitó las vendas del brazo y las colocó alrededor de su cintura para sujetar los pantalones. Doble nudo y continuó.

En algunas ocasiones, con su cuchillo de caza, trazaba pequeñas "B" en los troncos de los árboles. Seguía teniendo las esperanzas de que su hermano los encontrara. No todos podían estar muertos.
No sabía si la cacería era legal o no, pero para mantenerse fuera de los problemas, se adentró en el bosque y se alejó bastante de sus amigos. Si caía, lo haría sola, no iba a arrastrar a los demás culpa de su hambre.

Sólo caminó durante una o dos horas, pero para su cuerpo fue una eternidad dolorosa.
Cuando se detuvo al encontrar el lugar perfecto lanzar flechas, no se sentó, tenía miedo de no poder volver a pararse, simplemente colocó la primer flecha en el hilo y manteniendo la posición que ya sabía, transformó sus ojos y oídos a los de un animal y buscó a su presa entre los árboles y arbustos.
Su estomago gruñó y donde antes estaba la nada absoluta, ahora tenía un auror que se acercaba a paso lento con una flecha clavada en la frente. El mismo que ella había matado un mes atrás.

Bajó el arco, su respiración se volvió agitada al igual que los latidos del corazón y el sudor frío bajaba por su espalda. No aguantó y se agachó soltando lo poco que tenía en el estomago, sólo bilis y agua.
Al calmarse y ponerse de pie limpiando las comisuras de sus labios, se aferró al arco con mayor fuerza y temblando volvió a intentar cazar, era eso o volvería a la pocilga para poner al fuego a Noel, la mascota de Beverly.
Esta vez no había auror frente a ella, pero sus oídos modificados lograron captar pisadas suaves y cercanas. Estaba tan acostumbrada a los demás niños, que sabía que no era ninguno de ellos. —Mierda.

Guardó la flecha en el carcaj, colgó el arco en su espalda y sacó la varita, mientras corría para esconderse dentro de un frondoso arbusto.
Estaba muy débil, no tenía muchas fuerzas y aunque la suciedad lograba ocultarla, sentía que no era suficiente. Volvió sus ojos y orejas a la normalidad y trató de cambiar el tono de su piel, para camuflarse con el verde. Esperó que el desconocido se alejara.
Zenda M. Franco
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...Mientras el lobo no está|| Dave IqWaPzg
Invitado
Invitado
Merodeé un par de días por los distritos del norte y cumplí con mi trabajo de fotógrafo hasta llenar la memoria de la cámara. No era hasta que me encontraba en el bosque, recostado entre las raíces de un árbol grueso y mordiendo unas galletitas húmedas, que me ponía a escribir notas como prevención a la mala memoria. Revisaba las fotografías tomadas, no eliminaba ninguna. Todo el material en bruto lo guardaba en un dispositivo, tenía una colección de éstos en un cajón que había tomado como mío en la casa de Kennedy, dentro de un estuche que era del tamaño de una lapicera gracias a un encantamiento para hacerlo más profundo. No eran cosas que pudiera llevar a casa cuando volvía, entre los souvenirs que compraba para Chippie. Mi familia quedaba excluida de estas andanzas y la suerte me acompañaba, pese a su fama de traicionera, nunca se enteraría. Estaba con la cámara en mano, analizando detalles de una escena que mostraba mucho más que solo el retrato de un vagabundo, cuando escuché el ruido que me puso en alerta.

El anotador fue lo primero que arroje al fondo de mi mochila, reacomodé la ropa que cargaba para que lo ocultara, y me pasé los tirantes por los hombros al ponerme de pie para mirar confundido hacia el lugar donde esperaba que apareciera un auror, un cazador, algún mendingo o un curioso. Pero no lo vi aparecer, al murmullo de pasos siguió el sonido de arcadas. Caminé con suavidad para que el pasto camuflara el andar de mis botas y me fui acercando a un árbol al que trepé en tres movimientos. Cambié de una rama a la otra, cuanto más subía y desde el escondite del follaje mi campo de visión se ampliaba. Vislumbré una melena rubia doblada por la mitad que vomitaba y comprobé que no hubiera nadie más con ella. Me tomó dos segundos tomar la decisión de bajar, pero cuando lo hice la chica había desaparecido. Anduve unos pocos metros por el lugar donde la había visto y gire sobre mis pies. —¡Oye, quien seas!— la llamé. —¿Estás bien? Porque no se te escuchaba bien…— hablé a la nada, esperando que la niña se mostrara. —Si estás enferma puedo ayudarte.
Anonymous
Zenda M. Franco
Fugitivo
El esfuerzo por mantener su piel en tonos verdosos, era sobrehumano y sabía que pronto perdería el control de su cuerpo y magia. Tenía que actuar de prisa.
Cuando el hombre apareció frente al arbusto donde se estaba ocultando, entró en pánico. Podía ser un auror, un hombre malo, cualquier cosa.
¿Dónde estaba Ben cuando más lo necesitaba? No podía confiar en nadie, eso le había dicho y es lo que haría.
Nadie iba a ayudarla porque si. Nadie los ayudaría, ellos habían atacado su hogar, ellos había asesinado a toda su familia y los habían obligado a vagar por el desierto durante un mes, dejándolos completamente débiles y solos.

Cuando el desconocido giró buscándola con la mirada, Zenda movió la varita y lanzó un hechizo cortante. No hacía él, si no hacia el fondo de la mochila.
Creyendo que la perdida de sus cosas lo entretendría, salió corriendo hacia el lado opuesto de la pocilga donde estaban los demás. Tenía que perderlo de vista antes de siquiera pensar en regresar.

Para su maravilloso plan no tuvo en cuenta algo bastante importante, lo herida y agotada que estaba. Las quemaduras, los cortes y la falta de alimento solido, le pasaron factura antes de lo esperado.
El bosque giró a su alrededor, sus piernas dejaron de soportar el poco peso de su cuerpo y cayó al suelo ante el mínimo cambio de superficie.
No se desmayó pero estaba a punto de hacerlo. Debía ocultarse, debía desaparecer.

Se movió en cuatro patas, siendo lo más silenciosa posible ¿Desde cuándo podía sentir los latidos de su corazón tan fuerte? Al llegar a una especie de agujero entre dos grandes rocas, ingresó jadeando y se permitió descansar tan sólo unos minutos, apoyando la espalda en las frías paredes de su refugio temporal.
Sujetó la varita con fuerza entre sus manos y rezó porque el malvado desconocido la dejara en paz. Ya no podría escapar.
Zenda M. Franco
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...Mientras el lobo no está|| Dave IqWaPzg
Invitado
Invitado
Mi único propósito es ayudar y responde a mi nobleza estropeando la mochila en la que cargo todas mis pertenencias. Eso me parece un gesto muy reprobable. Estoy indignado al tener que acuclillarme para rescatar la ropa desperdigada en el pasto, el cuaderno con mis notas, una novela, la comida con la que tendré que subsistir hasta que llegue al cuartel de la Red. —Bastaba con un «estoy bien»— mascullo entre dientes, inclinado como estoy sobre mis cosas y con mi varita en mano para reparar la rotura de mi mochila. Tengo que hacerlo para no tener que cargar todo en mis brazos por medio bosque. Meto la ropa dentro sin importarme que esté sucia por algunas briznas, mayor es mi apuro por alcanzar a la persona que se está alejando, una chica de pelo rubio por lo que pude ver desde la altura de la rama del árbol.

¿De qué demonios será que está huyendo? Mi primer pensamiento es que está en problemas con los aurores, quienes se prenden de casi cualquier excusa para incordiar a los repudiados y reafirmar su autoridad. —¡Oye!— vuelvo a llamarla. —Soy…— no sé qué decir para presentarme como una persona en la que puede confiar si está enferma. —un viajero. No soy un auror, ni siquiera trabajo para el ministerio— continuo, abriéndome paso entre arbustos y ramas bajas para lo que uso mis antebrazos que se llenan de arañazos. —Si estás enferma déjame ayudarte—. Me paro en un claro con una muralla de árboles a mi alrededor, las sombras más allá de los troncos que me impiden ver si está parada observándome o resguardada detrás de otra planta. —Conozco un lugar, con gente que también puede ayudarte…— pienso en Kenny y en el sermón que libraré por la imprudencia de llevar gente nueva a nuestro refugio, no importa lo herida que está. Pero conozco a mi jefa, como me conozco a mí, y no podría dejar a una niña sola en el bosque, que se vuelve una selva de peligros acechando cuando no se tiene la fuerza para combatir. —También tengo galletas— digo, por sí sirve de algo.
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Zenda M. Franco
Fugitivo
Estaba recostada entre medio de ambas rocas, con la varita apuntando hacia el exterior, por si el hombre volvía a acercarse. Siempre había odiado su pequeño cuerpo, se quejaba de su altura y delgadez, mas ahora lo agradecía. Era un buen refugio.
Zenda pensó que aquel hechizo de advertencia era suficiente para mantener lejos al desconocido y se dio cuenta de lo equivocada que estaba, un par de minutos más tarde, cuando los gritos la alcanzaron.
Por la cantidad de insultos que pensó en tan pocos segundos, su madre la habría castigado sin postre por más de tres meses, pero el maldito chillaba y atraería no sólo animales peligrosos, si no a otros brujos.

No le creía ni una sola palabra, sin embargo la mención de que tenía galletas, fue demasiado tentadora e incluso su estomago se lo hizo saber.
Al bajar la mirada, notó que las ampollas de su pierna se habían reventado por el roce con el roto y sucio pantalón, la herida en su pecho de nuevo sangraba y sus labios cortados por el sol del desierto teñían su barbilla con liquido escarlata.

Quiso salir del hueco en el que se había metido, pero no podía arrastrarse, gatear y menos pararse. Estaba muy cómoda y la idea de tomar una pequeña siesta fue muuuy tentadora.
Al momento de cerrar los ojos, su cerebro la atacó con fuertes imágenes del ardiente Distrito 14, con todo el desastre sucedido en tan sólo un par de horas y con memorias del pobre cuerpo de su madre yaciendo entre las llamas.

Con el corazón latiendo a mil, abrió de nuevo sus parpados sentándose de golpe, buscando entre jadeos y puntadas de dolor, llenar sus pulmones con aire. No iba a llorar, menos por los recuerdos distorsionados por su imaginación...¿O no?
Salió del escondite, caminó un par de metros en completo silencio y se escondió detrás del tronco de un árbol. Estuvo escuchando el monologo del desconocido y sólo una cosa le interesaba.
Prestó atención al rostro del hombre, era bastante joven y no parecía malo, podía quitarle la comida y luego volver a huir.
Ya estaba algo lejos de los demás, así que era seguro. La rubia asomó sus ojos convertidos nuevamente en los de un gato. —Galletas.— Dijo y nada más.
Zenda M. Franco
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...Mientras el lobo no está|| Dave IqWaPzg
Invitado
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El susurro me advirtió que la chica estaba más cerca de lo que mis sentidos alcanzaban a percibir, era sigilosa cuando me esperaba que su malestar la hiciera torpe, y es que los chicos que crecían en ambientes menos agradables que los distritos del sur, desarrollaban habilidades y una resistencia que solía resultarme admirable. Sabía también de su instintiva desconfianza, no se podía ser ingenuo en el norte, no importaba los pocos años que pudiera tener un niño. Conseguir retratos de ellos me había costado golosinas y sufrir algunas bromas, y me bastaba con recordar la ocasión en que sacando una fotografía de un pelirrojo de rizos caóticos, otros dos me habían robado un sandwich y una manzana.

La comida volvía a atraer la atención de esta chica en particular, y sin pensarlo dos veces, volteé la mochila en mi hombro para sacar el paquete de galletas del interior, entre el revoltijo de ropa y libros. Lo entregué como ofrenda a mitad del claro. Di unos pasos hacia atrás, aún a la vista de la rubia para que viera mi total falta de intención de hacerle daño, con las palmas en alto. No era una bomba, no era una trampa, solo galletas. ¿Y si fuera uno de los niños sobre los que nos alertó Kenny hace unos días? Entonces no me echaría un sermón por revelar el escondite. La duda es, ¿por qué estaría sola? Queda pensar que solo es una niña salvaje de los bosques, no suena tan descabellado teniendo en cuenta las cosas que he visto por estos lares. —Es cierto que puedo ayudarte. Te lo juro— aseguro con vehemencia para que me crea, ¡joder! ¡No le haré nada! —Conozco a una mujer, ella ayuda a los niños sin hogar. Digamos que yo también soy uno de esos chicos…— No tan así. No como Mimi, por ejemplo. No como Moira. Tengo un hogar al que siempre regreso después de un tiempo, y del que huyo después de unos días. Nada tiene que ver con mis padres y mi hermana, sino por todos los fantasmas que tienen guardados en una caja.
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Zenda M. Franco
Fugitivo
Zenda desde su escondite, observó con atención al hombre parado en medio del pequeño claro, una diminuta zona despejada de arbolada y oculta gracias a los distintos arbustos, pinos y toda clase de arboles.
El estomago le gruñó nuevamente y estaba por dar un par de pasos hacia el frente ante el ruido del paquete, cuando recordó las palabras de su hermano mientras la subía al caballo. Tenía que ser muy cuidadosa, no podía confiar en nadie.
Abandonó la guarida del tronco y se acercó con la varita aún en alto, apuntando directamente hacia él castaño. Como aún no se sentía del todo segura, segundos antes de revelar su identidad, transformó sus ojos a unos mucho más imponentes, quería que tan sólo con la mirada él desconocido le temiera, así que en su pequeño rostro, los ojos de su hermano Ben le devolvían la mirada a Dave.

Sabía que agacharse era un mal movimiento, quedaba expuesta y sus heridas se volverían a quejar, por lo tanto realizó un sencillo conjuro rápido y cuando el paquete se elevó, la rubia lo tomó con fuerza en una de sus manos. Comida.
¿Más galletas?— Preguntó cuando el brujo volvió a ofrecer su ayuda.
Dando pasos hacia atrás, siempre manteniendo la distancia y en alto su varita, tomó asiento debajo de un árbol. Al hacerlo, se obligó a no mostrar gestos de dolor ante el roce de sus quemaduras con la ropa destruida y sucia.
Llevó las rodillas al pecho y como no podía usar una de sus manos para abrir la envoltura, utilizó los dientes. Claro que ante la debilidad de su cuerpo, la poca concentración y experiencia, sus ojos volvieron a la normalidad. —No te muevas.— Le pidió.

Entonces dejó su arma apoyada, o más bien resguardada, entre las piernas y su estomago, para poder volcar las galletas en el césped. Contó cuantas habían en total y luego las dividió para no comer todas, tenía que llevarles algo a sus amigos por si no lograba cazar al menos un conejo.  
Las que no podía tragar, las regresó al paquete y con cuidado lo ocultó dentro de su bolsillo sano. Las pocas que quedaron para ella, las empezó a comer despacito, saboreando la crema. —Tengo un hogar, no necesito a una mujer.— Respondió con la boca llena, al tiempo que los dedos mugrientos rascaban su cuero cabelludo, se sintió terrible decir aquello sabiendo que no era cierto, su casa y todo lo que tenía, estaba destruido.
Obviamente que antes pasó por una infección de piojos como todos en el Distrito, pero esta era la primera vez que ni su madre, ni Ava, ni nadie, la ayudaban con esto. —¿Quién eres?
Zenda M. Franco
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Obligo a mi rostro a no cambiar radicalmente en su expresión cuando la niña se asoma entre los árboles, su apariencia desaliñada y lastimada me golpea profundamente. Había visto antes otros niños en condiciones lamentables, con ropas descocidas y sus caras manchadas de polvo, tomé fotos de un par que sonrían a pesar de las circunstancias, como si la miseria fuera la única realidad posible ya que habían nacido en ella y no era algo que entonces les amargara el semblante. Pero seguía doliendome y doblé las rodillas para sentarme en cuclillas, observándola. Su cabello rubio sucio, en desorden, unos ojos desafiantes a pesar de su evidente pobreza. Era alguien que a la vista acababa de salir de un infierno y mis sentidos de alarma se dispararon. ¿Por qué estaba sola?

La vi tomar las galletas, abrir el paquete como si no supiera usar las manos para esa tarea, o tal vez no podía. Traté de echarles un vistazo pese a la distancia en la que me encontraba, una que pretendía darle un espacio en el que se sintiera segura y confiada. Dividió las galletas y no supe interpretar ese gesto. Si es que quería guardarlas para una siguiente ración en el día o tenía que compartir el botín con alguien más. —¿Y dónde está tu casa?— pregunté, sorprendido por ese comentario que la alejaba de mis suposiciones. Si tenía un hogar, no era una de los huérfanos del distrito 14. Traté de recordar las indicaciones del patronus que nos envió Kenny, no eran pautas imposibles de memorizar, pero no alcancé a formar las líneas que tenía que repetir como mensaje de confianza. —Me llamo Dave— me presento cuando me pregunta quien soy. —Te lo dije, soy un viajero. Tengo una cámara de fotos. Viajo por todos lados sacando fotografías. ¿Te gustaría verlas?— ofrezco para hacer posible un acercamiento. —¿Cómo te llamas tú?— aprovecha la oportunidad para obtener ese pequeño detalle de ella, que puede aportarme mucho más de lo que tengo a la vista o confirmarme lo que ya sospecho.
Anonymous
Zenda M. Franco
Fugitivo
Cuando terminó de tragar la galleta, tomó la siguiente, sólo que esta vez abrió las tapas para raspar la crema con los dientes y luego comer la masa. Así duraba mucho más y podía disfrutar del sabor dulce, distinto a todo lo que venía comiendo desde hace un mes.
Continuó hecha un ovillo contra el tronco del árbol y en ningún momento apartó la mirada del chico frente a ella, cuando este se agachó, Zenda atinó a tomar la varita de entre sus piernas, mas se detuvo cuando él no volvió a moverse ni acercarse.

Frunció el ceño ante la pregunta y negó con la cabeza. —Por ahí. Eres un desconocido, no te voy a decir donde es mi casa.— Respondió con firmeza y comenzó a masticar la primer tapa.
El recuerdo de las discusiones con su madre, por el desastre que hacía sobre la mesa de la cocina cuando mojaba las galletas dentro el vaso de leche, hicieron que todo el sabor del azúcar se volviera amargo en cuestión de segundos. Y aunque sus ojos se humedecieron, contuvo las lagrimas y las apartó antes de que estas siquiera se asomaran.

La historia del desconocido era interesante, él conocía todo el mundo que ella no y tal vez en otra situación hubiese estado encantada de investigar y viajar, por ahora, sólo quería regresar el tiempo atrás y volver a su hogar. A su verdadera casa.
Si, quería ver las fotografías ¿pero eso era prudente? Lo meditó durante un par de segundos y al estar segura de que no le haría mal, movió la cabeza de nuevo para asentir. —Si, quiero.— Murmuró con la boca llena por la segunda tapa de masa.
La rubia bajó la mirada hacia su regazo y se decepcionó al ver que sólo le quedaba una galleta para si misma. Así que la sujetó entre sus dedos como si fuese el tesoro más importante que tenía y lentamente separó la partes para degustar la crema por última vez. —Zen...— "No nos busquen, iremos por ustedes. No entren a NeoPanem. No digan sus nombres, no confíen en quien no conozcan y no se separen." La voz de su hermano retumbó dentro de su cerebro. Lo primero no lo hicieron, lo segundo lo incumplieron, el cuarto y quinto mandamiento lo mantuvieron hasta ahora y no pensaba también desobedecer el tercero. —Leyla. Mi nombre es Leyla.
Zenda M. Franco
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Invitado
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Touché. Era un desconocido para esta niña, lo más imprudente que podría hacer cualquiera en su situación es revelar la ubicación de su casa. ¿Y por un par de galletas? Era sospechoso por donde se mirara, ofrecer comida para ganarse la confianza de alguien menor. Si estuviera en su lugar, tampoco confiaría en un extraño que se acerca diciendo que es un viajero y que saca fotografías, tan raro. Sonrío porque es una chica lista, dentro de lo que puede, a pesar de sus circunstancias. Responde de manera en que se está protegiendo todo el tiempo a sí misma. Y muy dentro, eso me corroe por dentro porque no debería ser así, esta niña debería crecer en un hogar… parecido al mío, donde mi hermanita tiene encima los ojos cálidos de mis padres.

Tengo la confianza en mis fotografías, en que puedan mostrarle quien soy mejor de lo que podría hacerlo con palabras o con mis acciones que despiertan su recela. Siempre ha sido así. Vuelvo a tomar la mochila para sacudirla y sacar de su interior uno de los sobres donde guarda las últimas impresas, reviso cuáles son antes de ponerlas a su alcance. Es una selección que hice de la última vez que estuve en el distrito cinco, todas en blanco y negro. Contra el paredón de las fábricas hay un hombre sentado de perfil, una sombra cubre una fracción de su rostro, y de todos modos se logra distinguir las marcadas arrugas de su expresión. El resto son similares, en casi todas hay personas. En una de mis primeras clases de fotografía me explicaron que un rostro humano siempre dará vida a una imagen. Yo descubrí que también una sonrisa animal, por eso en la última de la colección hay un perro negro que abre la boca como si estuviera riéndose, no importa que su reino sea un pedazo de un distrito destrozado.

Así que… Leyla— murmuro, probando con mis labios el nombre que me dio. No tengo razones para no dudar que es el verdadero. —Es un bonito nombre— opino y muevo mi barbilla hacia lo poco que queda de la ración de galletas que le di. —¿Te gustaría un poco más?— pregunto. Del bolsillo de mi mochila saco algo más, una barra de cereales que tal vez no sea tan rico, pero servirá para calmar un poco más el estómago. —¿Has caminado mucho para llegar hasta, Leyla? Se te ve… agotada— señalo.
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Zenda M. Franco
Fugitivo
Zenda observó como el moreno acomodaba las fotografías justo en el medio de ambos, mantenía la distancia y eso le agradó bastante. No se sintió tan aterrada o perseguida como debería.
Con la varita en mano y el resto de las galletas en el bolsillo sano, se puso de pie apoyándose en el tronco del árbol más cercano y sin apartar la mirada de Dave, volvió a tomar asiento en el medio del claro, mordiendo su labio inferior para ocultar el gesto de dolor.
Tomó los papeles con cuidado, tratando de no tocar el centro si no los bordes y así no ensuciarlas con sus asquerosas manos. Prestó atención a cada una de las fotos y aunque algunas de las personas le daba pena y tristeza, tal vez por la situación, todavía estaba enojada con todos los que vivían en NeoPanem ¿Cómo podía permitir que hirieran de aquel modo su hogar y hacer absolutamente nada? ¿Acaso les gustaba asesinar así?
Arrugó el ceño y presionó sus labios juntos. —Lo sé, es un bonito nombre porque es el mismo que el de mi madre.— Comentó enfadada y lo único que logró suavizar los gestos de su rostro fue la fotografía del perro, le hizo acordar a la pobre y vieja Gigi. Ella también había muerto defendiéndolos. —Esta me gusta.— Le comentó antes de regresar el trabajo del desconocido al césped para que las guardara.

Se cruzó de piernas sentándose como indio y procuró fulminar con la mirada al chico que rebuscaba algo más dentro de la mochila anteriormente arruinada.
La barrita de cereal apareció y no esperó a que la dejara en el suelo, movió la varita y la atrajo hasta si misma, para luego comenzar a abrir la envoltura. Mordió uno de los extremos y al clavar sus ojos en los de Dave, se sintió terriblemente mal. Estaba siendo egoísta.
Pese a sus quemaduras, cortes sin cerrar, cansancio y demás, se puso de pie para acomodarse junto a él y le entregó la mitad del bocadillo. —Estoy mejor."que ellos, que todos los del 14." Respondió con simpleza e ignoró el resto. —¿Por qué me estás ayudando?— Preguntó ahora ella, saboreando la frutilla, se notaba que era artificial y no podía compararlo con las deliciosas fresas de la huerta de Declan.
Zenda M. Franco
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Invitado
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Tenía un hogar, tenía una madre. También tenía una varita. Aparté de mi mirada de esta última para que no notara que la estaba observando cuando se acercó unos pasos y se sentó cerca, cuidando de ver qué hacía con la varita, a la que se sostenía como si fuera el arma capaz de protegerla de todo. ¿Lo creía? Pese a todas las armas que circulaban en el norte, si los repudiados tenían la oportunidad de agarrar una varita, lo hacían. Era fuerte el sentimiento de seguridad que otorgaba el poseer una, pero como un mago que no sacaba su varita en el norte a menos que fuera crucial, en ocasiones olvidaba que la tenía. Era cuando mi débil sangre muggle se expresaba, recordaba de pronto que tuve un abuelo y bisabuelos que en algún momento del gobierno de los Black se volvieron rostros para el olvido. Salvados por un par de fotografías, como las que Leyla tenía en manos.

-Puedo regalarte esa si quieres- digo, desprendiéndome del retrato del perro porque al final de cuentas son mis posesiones y a pesar del valor que tienen para mí, puedo compartirlas con una niña que a la vista da a suponer que no tiene muchos lujos por disfrutar. No interrogo sobre su madre porque su nota de enfado me deja claro que no es un tema que quiera tratar, esta a la defensiva de una manera en que solo puedo caminar por las rutas que ella me abre. Si me salgo del camino, se irá. -Te ayudo porque no podría no hacerlo- le explico con sencillez, al darle la barra para que siga llenando su estómago y gane un poco de energía. Pero me gustaría hacer algo más que darle un poco de comida y dejarla aquí o que regrese a su casa. ¿Cómo es su casa? ¿Por qué la tienen así? Y lo más importante: -¿Cómo obstuviste tu varita?- indago con una voz suave. Si a los repudiados le cuesta tanto conseguir una, ¿cómo ella...? ¿Por qué hay una pequeña bruja en el bosque?
Anonymous
Zenda M. Franco
Fugitivo
Sentada junto al viajero, tomó la fotografía del perro que le regalaba y sonrió un poco, o al menos hizo el intento. —Gracias, yo no tengo nada para regalarte.— Murmuró algo apenada, lo poco que tenía lo había dejado en la pocilga donde dormían y no pensaba entregar la pulsera, el único objeto que unía a su familia antes del desastre.
Soltó un pequeño suspiro, estaba agotada y todavía debía cazar al menos un conejo para los demás. Tal vez así la vería como la niña grande que era y ya no la dejarían de lado en los planes importantes. Odiaba que no la tomaran en cuenta.
Si, tal vez había cometido un par de errores y si, tal vez no debió asesinar a esos aurores junto al refugio, pero si lo pensaban en frío, Zenda los había salvado del muy probable rastrillaje que el gobierno haría una vez apagado el fuego.

Guardó la foto junto con el paquete de galletas en el bolsillo sano y comenzó a comer la barrita de cereal partida a la mitad, el otro extremo volvió a ofrecerle a Dave. Él también debía alimentarse, supuso. —No todos harían lo mismo.— Comentó pensativa, apoyando su espalda en el tronco del árbol más cercano a ambos.
Se estaba acomodando, mas en ningún momento bajó la guardia o soltó el agarre a su varita. A ella se aferraba con uñas, dientes y todas las fuerzas del mundo, e incluso incrementó la presión de su mano cuando el desconocido preguntó por ella.
Frunció el ceño y arrugó la nariz. —No te daré mi varita, ¿tú no tienes una? Esta es mía y me la dio mi hermana Ava.— Respondió velozmente, sin pensar ni respirar y con la boca aún llena. Le pareció extraña la pregunta, ya que aún no entendía y tampoco confiaba en las personas de NeoPanem.

Zenda M. Franco
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No tienes que regalarme nada— aclaro con prisa, no quiero que esta chica se desprenda de algo porque crea que debe devolverme el gesto. Supongo que para ella debe ser difícil aceptar lo que le doy, el orgullo suele estar presente también en la necesidad. Pienso en algo que puedo pedirle a cambio, entonces la dejo con la tranquilidad de que esto se trata de un intercambio, y pongo en mis labios lo primero que se me ocurre. —Podría tomarte una fotografía, ¿qué te parece? Te daré la del perro, pero necesitaré otra igual de buena para reemplazarla en mi colección— explico y me contengo de usar una mano para limpiar su rostro de los mechones rubios, por debajo de las manchas de suciedad, tiene una cara de niña y sus ojos grandes intimidantes tienen su atractivo.

Miro dos veces la mitad de la barra que me tiende, no quiero hacerlo más complicado para ella, así que me dispongo a mordisquear el bocadillo en su compañía. Echo mis hombros hacia adelante, encorvando mi cuerpo, en contraste a Leyla que usa un árbol para recargarse y acomodar su espalda. No sé lo que harían todos, hace tiempo dejé de hacer el intento de entender a los demás y comencé a preocuparme por lo que quería hacer yo. No puedo decir tampoco que lo que estoy haciendo por ella haría por mil más. Estoy pisando con cuidado, que cuando se pone a la defensiva otra vez, bordeo ese golpe verbal y me desvío hacia otro lado. —Bien pensado por parte de tu hermana. Tener una varita ayuda para muchas cosas y en especial para cuidarte— la halago, evadiendo el tener que contestar si también tengo una varita. —¿Cómo es tu hermana?— pregunto, tomando esa pequeña puerta que entreabre.
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Zenda M. Franco
Fugitivo
La idea de que él tomara una fotografía de su rostro la puso en estado de alerta, si antes ya lo estaba, ahora era peor. No podía acomodarse, tenía que empezar a alejarse del brujo si quería regresar con los demás, sin ponerlos en peligro.
Terminó de comer la mitad de la barra de cereal, mientras negaba con la cabeza. —Nadie quiere ver fotografías de una niña sucia.— Respondió.
Con las manos llenas de mugre y pegoteadas por el dulce de frutilla, quitó los mechones de su rostro y los acomodó detrás de las orejas. —Puedo devolverte la foto del perro para que no falte una en la colección.— Sugirió e intentó ponerse de pie en un sólo movimiento. Claro que no lo consiguió y tuvo que hacerlo despacio.

Respiró profundo y actuó como si estuviera completamente sana, como si el mundo donde ahora vivía le era conocido y cada movimiento que realizaba tenía una razón de ser...Sólo para ocultar la enorme verdad, estaba pérdida, herida y con hambre, en un lugar desconocido y sin saber qué rayos tenían que hacer ahora que los adultos no venían a buscarlos.
Mi hermana es muy molesta, una tonta que siempre me pelea y regaña, pero es muy bonita, inteligente y valiente. Siempre me cuida y le gusta peinarme con trenzas.— Comentó y al notar que estaba hablando en presente, mordió el interior de su mejilla algo nerviosa antes de agregar. —O lo hacía.— Bajó la mirada a la pulsera que rodeaba su pequeña muñeca. —Ella tiene uno igual a estos, porque yo se lo hice de regalo.— Ya basta Zenda, no hables más.
Zenda M. Franco
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Invitado
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¿Eso es lo que tú ves?— replico, enderezando mi espalda por su atrevimiento a juzgar mi criterio de fotógrafo. —Te juzgas muy duro con tus propios ojos, deberías darle una oportunidad a mi cámara y que te diga qué ve— le ofrezco, uso la barra de cereal para enfatizar mis palabras al moverla en el aire. Doy una mordida grande al acabar mi discurso, saboreando el gusto a frutilla en mi garganta. Hasta ahora no le pregunté cuántos años tiene, hago una estimación con mi atención aun puesta sobre las facciones de su rostro. No debe ser mucho mayor que mi hermana, quien por cierto se presentaría con mucho orgullo como una niña sucia y estoy seguro que trataría a Leyla como una niña más con la cual jugar, si es que esta chica todavía está en edad de querer meterse en travesuras. Por su apariencia me arriesgo a juzgar que ahora mismo está atravesando situaciones más complicadas, pero nadie quita a los niños el derecho a divertirse o no deberían.

Creo haber tocado a la puerta correcta cuando me habla de su hermana, a quien pinta de una manera muy parecida a la que yo usaría para describir a la mía. Los hermanos tienen el deber de ser lo más exasperante en nuestras existencias, y a la vez, ser incondicionales no importa lo molestos que pueden ser. No pasa desapercibido el uso del tiempo pasado al referirse a la otra muchacha, respiro hondo por pensar que pudo haberse marchado, el norte los repudiados se desplazan de un lado al otro todo el tiempo y en especial cuando se vuelven adultos... escuché alguna vez rumores de quienes se aventuraban a tierras salvajes. Todo el tiempo estamos moviéndonos de un lado al otro, buscando algo. —Dicen que regalos así, hacen posible que dos personas sigan entrelazadas a pesar de la distancia— digo, estudiando su muñeca con la mirada. —Pueden sentir lo que la otra siente, y si la piensas con mucha, mucha fuerza, ella te escuchará en sus sueños—. No sé de donde saco este cuento para Leyla, alguien me lo habrá alguna vez. — Tu hermana parece ser una chica genial, ¿tiene novio?— pregunto con una sonrisa de lado, tomándole el pelo.
Anonymous
Zenda M. Franco
Fugitivo
No quiero que me tomes ninguna fotografía.— Respondió de nuevo, mientras se ponía de pie y lo observaba desde arriba. —De hecho ya debería irme, perdí demasiado tiempo aquí y los demás se preocuparan si no me encuentran. — Mentira, tenía que deshacerse de él para poder cazar y llevar algo de alimento sin la ayuda de nadie. Si le preguntaban por las galletas, ella las había conseguido sola y por supuesto que no le enseñaría la foto del perro a ninguno de sus amigos.
En ese momento notó lo mucho que extrañaba a Murphy, ella era su mejor amiga, la soportaba, la defendía de los mayores y jamás la dejaba de lado. Cuando en medio del desastre le preguntó a Alice por la niña, le respondió que había corrido hacia el bosque y Zenda lo comprendió, su amiga estaba muy débil y escapar de los aurores era lo mejor que podía hacer ¿Dónde estaría ahora? Tal vez deberían volver y buscarla cuando estuvieran más fuertes.

Escuchó con atención la historia que Dave le relató, sin embargo no pudo controlar las carcajadas que escaparon de su boca luego. Era lo más tonto que había oído, era tierno y bastante inspirador, pero incluso en su mente podía escuchar las carcajadas de Echo, esas que él enseñaba cuando Zenda intentaba por todos los medios mentirle y evitar posibles castigos. —No te creo, es sólo cuero y madera, ni que fueran espejos comunicadores o algo con magia.— La siguiente pregunta la descoló un poco y no ocultó los gestos de duda en su rostro ¿Ava no tenía novio? Bueno, estaban los rumores de lo ocurrido con Ben, pero la rubia no creía en ellos y su hermana jamás le había confiado ningún secreto de ese estilo. Al final sólo sonrió de oreja a oreja y respondió. —Mi hermana es hermosa, pero algo loca y definitivamente tú no eres de su estilo. — Con un leve movimiento de cabeza, apuntó hacia él. —Te destrozaría en dos segundos, pareces algo débil.— Y aunque presionó sus labios juntos, no logró esconder la sonrisa burlona. El sólo hecho de imaginar a Dave tratando de conquistar a Ava, le causó tanta gracia. —Y si no lo hace ella, yo y mis hermanos lo haríamos si le haces daño. Ellos son muchos más grandes que yo ¿sabes? Y ahora si, callada. No regales más información al viajero.
Zenda M. Franco
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...Mientras el lobo no está|| Dave IqWaPzg
Invitado
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Está bien, nada de fotografías— respondo con las palmas arribas, mostrando que estoy libre de la cámara y no robaré una fotografía de ella. Retrocedo en mi plan de persuasión para conseguir una imagen, una retirada a tiempo puede salvar la situación. Si la presiono se siente amenazada y vuelve a huir, como una criatura salvaje del bosque, pequeña y asustada. Huir casi siempre es señal de miedo. No digo nada cuando anuncia que se irá, no la detengo, ni tampoco me despido de ella. Alargaré todo lo que pueda su partida para conseguir que me cuente más cosas, quizás convencerla de que puede confiar en mí, para darle una ayuda más real que un poco de comida. — Para ser tan joven, te falta creer más en el espíritu de las cosas—opino, lamentándome de que haya quienes pierden la ilusión tan pronto por una vida atravesada por un mal destino.

Preguntar por su hermana es una táctica cuestionable, pero logro que se quede un poco más y sonrío como un idiota a pesar de que todo lo dicho suena a amenaza en su boca. Su hermana es intocable, ya entendí. ¿Será que Chippie es igual cuando le preguntan por mí? Puedo verla, haciendo advertencias y jurando venganza sobre quien quiera lastimarme. Está en la vocación de las hermanas menores ser tan protectoras. —Solo pregunté si tenía novio, no me estaba postulando... — finjo inocencia. Muerdo lo que queda de la barra de cereal y con mis manos libres me echo hacia atrás, en esa pose relajada puedo indagar sobre la familia cada vez más numerosa de esta niña. —Y no soy tan débil como parezco— me veo en la necesidad de defenderme, aunque sea a modo de chiste. —Soy alto, ¿no ves?— estiro mis piernas para que pueda comprobarlo. —No me asusta fácil la idea de un par de hermanos tipo colosos. ¿Y nunca escuchaste que el amor es capaz de lograr lo que se proponga? Soy de los que no se detienen por nada cuando se enamoran— estiro mi sonrisa para tranquilizarla. —Pero ni tu ni tus hermanos tienen de qué preocuparse, ya hay otra chica — aclaro, antes de que Leyla me golpee por insinuar cierto interés en su hermana. En labios de la niña, Ava suena a una chica capaz de poner el mundo de cabeza con sus contradicciones de carácter, de alguna manera maravillosa. No sé si realmente es así o será la percepción de ella. —Los quieres mucho, ¿verdad? A tus hermanos. Yo también tengo una, pequeña, y cuando tengo que pensar en qué cosas buenas tiene el mundo, pienso primero en ella.
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Zenda M. Franco
Fugitivo
¿Creer en el espíritu de las cosas o en mentiras que sólo dan falsas esperanzas?— Preguntó retóricamente, mientras mantenía sus brazos cruzados encima del pecho. Zenda no tenía idea si Ava, Cale, su padre, Echo y todos los demás habían logrado salir del bombardeo, mas no iba a tragarse la estúpida historia de las pulseras, no porque le faltaran ganas, si no porque tenía miedo a decepcionarse una vez más.

Bajó las extremidades sin soltar el agarre a su varita y por supuesto, manteniendo una distancia prudente del desconocido, antes de responder a lo que él planteaba. —Ser alto no es sinónimo de fuerza o poder, podrías medir quinientos metros y aún así Ava podría derrotarte.— Había visto a su hermana acabar con la vida de varios aurores experimentados y entrenados, sólo con un arma, sin magia que le diera ese empujón extra que ella si tenía...Ella podía destruir a todos, como lo hizo con el fuego del Distrito 14, porque ella escapó, ¿verdad? Aclaró la garganta y acomodó su camisa, tironeando los bordes del cuello manchados con sudor seco, lodo, humo y demás porquería. —Lamento mucho que pienses eso, porque estoy segura de que algún día cambiarás de parecer...tal vez cuando pierdas a alguien. Tú puedes no detenerte, pero este mundo de mierda te obligará.— Y por supuesto que la niña se refería a NeoPanem y todo su gobierno. Esta vez no contuvo su enojo y la maldición salió sola, mientras que en su mente escuchaba el regaño de sus hermanos por utilizar esa palabra, elevó las comisuras de sus labios.

Una pequeña sonrisa dolida se formó en su rostro, cuando escuchó a Dave mencionar a su hermana, ¿Alguna vez Ben, Cale o Ava hablaron así de ella?
La rubia respiró profundo y dando unos pasos hacia atrás comenzó a alejarse. —Gracias por las galletas, la barrita y la fotografía, pero debo irme, me estarán buscando.— Dio la vuelta para salir corriendo, sin embargo se detuvo y giró el cuerpo para mirar al viajero una vez más. —Cuídala mucho, a tú hermana.— Aconsejó y entonces sí, salió corriendo a toda velocidad.
Zenda M. Franco
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...Mientras el lobo no está|| Dave IqWaPzg
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