The Mighty Fall
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PRIMAVERA de 247521 de Marzo — 20 de Junio


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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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2 participantes
Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Era domingo por la mañana y aprovechando el clima veraniego, abandonó la bata del hospital y se calzó las zapatillas de correr.
El aire puro de la playa era exquisito contra su piel, la arena humedecida ensuciaba su calzado, pero nada importaba. Necesitaba agotar y renovar energías para la semana entrante. Ni quería pensar en la cantidad de historiales clínicos que debía actualizar.  

Cuando los músculos de sus piernas empezaron a quejarse y sus pulmones lloraban por un descanso, sólo entonces se detuvo frente a la mansión. Era suficiente.  
Con las mejillas rojas y el sudor pegado a la nuca, Ariadna ingresó por la puerta principal y Lady Cora no se hizo rogar, ya le estaba ofreciendo una botella de agua fresca. —Muchas gracias.— Le dijo con amabilidad. —¿Cómo están mis pociones? Espero que esta vez si funcionen.— Y empezó a beber varios sorbos, hasta que un fino hilo empapó su cuello y blusa.

Por lo general, la bruja no solía experimentar dentro de la casa, pero al saber que su madre no estaría durante todo el día, había convertido la sala principal en un mini laboratorio.
Como las pociones que quería hacer llevaban algo de tiempo, las dejó sobre la mesa y le pidió a James que se encargara de revolver con suavidad, cada diez minutos. O cada cinco. Lo único que debía tener en cuenta, es que no tenían que hacer burbujas.

Le devolvió la botella vacía a su elfina y empezó a subir las escaleras, confiaba en el esclavo de su madre y creía que podía darse un baño primero antes de volver a trabajar.
No alcanzó a llegar al primer piso, cuando un fuerte estruendo hizo temblar las paredes de la casa y el pobre gato, pasó corriendo entre sus piernas, cubierto de un liquido viscoso y amarillento. Oh no.

El corazón le palpitó a mil. No le importaba lo material, pero si que alguien hubiese salido herido. Bajó corriendo las escaleras y al doblar hacia la derecha, para entrar a la sala, se detuvo a tiempo. Si hubiese seguido el trote, estaría sentada de culo en el suelo.
No lo podía creer.

Ay no.— Fue lo único que alcanzó a decir, completamente pálida y con los ojos casi saliendo de su cabeza.
Lo que había sido un perfecto y elegante decorado, ahora estaba debajo de capas del mismo liquido que cubría a Liesel. Absolutamente todo era de color amarillo, incluso James. —AY NO.
Ariadna T. Tremblay
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James G. Byrne
Fugitivo
Revolver cada tanto no parece una tarea muy complicada, lo que sí me preocupa es que la ministra Leblanc llegue y me encuentre toqueteando pociones, cuando soy un muggle que no debería tener acceso siquiera a una gota de su contenido. Pero su hija me lo ha pedido para hacer no sé qué cosa y, como no me queda de otra, tengo que obedecer. No es tan difícil y algunos colores son llamativos, pero hay un frasco en especial que huele demasiado fuerte y me hace picar la nariz. Hasta estornudo un par de veces y, cada vez que lo hago, Gaspard me mueve para evitar que algo de mi saliva o lo que sea caiga sobre los frascos. Es un poco patético, pero mantengo el orden. O eso creo.

Lo malo es cuando Gaspard se distrae y el estornudo que suelto es mucho más fuerte y escandaloso que de costumbre y, obvio si consideramos mi puntería para los problemas, cae en una de las pócimas. El estruendo es casi inmediato y cierro los ojos con fuerza cuando el frasco explota y genera un efecto dominó con sus compañeros. Me cubro con los brazos, pero eso no evita que pueda sentir el cálido líquido pegándose a mi cuerpo como una ducha demasiado espesa y oigo el maullido de queja de ese feo bicho a unos pocos metros. Mierda, mierda, la he cagado de lleno, mierda.

La voz de la señorita hace que dé un salto en mi lugar y el espanto me recorre por completo, haciendo que alce las manos — ¡Lo lamento, fue un accidente! — me paso la mano por el rostro, tratando de verla mejor sin tener una capa amarilla por encima — Los elfos pueden limpiarlo todo con magia, ¿no? No era tan importante. ¿Verdad? Solo… no me castigue, por favor... — porque no tengo ganas de ganarme otro crucio, para variar.
James G. Byrne
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
De haber estado Eloise en casa, probablemente el señor Powell e incluso la mismísima Ministra de Magia, habrían escuchado una enorme cantidad de gritos e insultos. Menos mal que este no era el caso.
Lady Cora apareció detrás de Ariadna e imitó la voz perpleja de la bruja, en un tono mucho más bajo, "Ay no, señorita".

La rubia se acercó con cuidado a la mesa, sin temor a pisar el líquido amarillo y observó como todas sus pociones estaban arruinadas, junto con los frascos de contenidos e ingredientes. Que desastre.
Giró en el lugar con lentitud y comprobó que definitivamente, no había quedado nada sin el extraño y viscoso...¿gel?
-No te preocupes, James. Fue un accidente.- Dijo para calmarlo y no pudo agregar nada más.
El contenido que se había pegado al techo y candelabros, perdió su pegamento y cayó encima de todos. De Lady Cora, Gaspard, James y de Ariadna.

Al intentar sujetarse del respaldo de una de las sillas, patinó y si, cayó de culo. Excelente.
Con las manos trató de sacar las capas amarillas que cubrían sus ojos y boca, luego miró al esclavo con el ceño fruncido.

Había perdido todo el trabajo de investigación, tenían que limpiar el desastre antes de que Eloise llegara y miles de problemas más se le venían a la mente. Sin embargo cuando notó el cuadro detrás de James, la bruja simplemente explotó a carcajadas.
El retrato que su orgullosa madre había colgado años atrás, ahora pintaba un par de bigotes y mono cejas amarillos.
-Nunca me gustó es pintura.- Declaró bromeando y levantó las manos esperando que el muggle la ayudara a pararse.

Una vez de pie, se sacudió los brazos y consultó con Gaspard cómo podían limpiar el desastre, ya que no estaba muy segura.
-No te castigaré, James. No eran pociones importantes, sólo un pequeño experimento...Fue mi culpa, coloqué mal los ingredientes.- Declaró con voz autoritaria, cosa que odiaba, para que él entendiera que no debían hablar más del tema. -Ahora limpiemos este desastre, ¿sí? Y debemos encontrar a Liesel para darle un baño.
Ariadna T. Tremblay
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James G. Byrne
Fugitivo
Abro la boca para seguir pidiendo disculpas, pero entonces la dejo abierta en una expresión idiota porque no entiendo lo que me está queriendo decir. ¿Acaso ha dicho ella misma que solo fue un accidente…? — Bueno, sí — murmuro dudoso, mirándola con la sospecha de alguien que cree que van a salirle con un martes trece de la manga. No llega a hacerlo, quizá porque se va de culo al suelo y, aunque mi primera reacción es echarme hacia atrás del sobresalto, tengo que llevarme una mano a la boca para no empezar a reírme. No pueden culparme, porque no le creo a nadie que me diga que las caídas torpes no son graciosas. El ataque de risa de su parte me toma por sorpresa, pero creo que es un indicio de que no estoy en problemas. Al menos, no con ella.

Me acerco a ella automáticamente cuando me tiende la mano y tiro para levantar su cuerpo, lo cual sorpresivamente no me toma demasiado esfuerzo. No es como si pudiera tocar a los magos así como así, pero ella me ha dado su permiso con esa petición — Es una pintura un poco pretenciosa — bromeo, aunque me muerdo la punta de la lengua porque no estoy seguro de poder dar mi opinión. Bah, da igual, si no me mató por explotar su trabajo, no me matará por decir algo como esto.

No tienden a gustarme los magos y acepto que, de ser una situación diferente, dejaría que ella se eche la culpa solita. Me paso una mano por el pelo y me lo echo hacia atrás, sintiendo como el líquido se me pegotea y patina entre los dedos y pongo cara de asco. ¿Qué se supone que tiene esta porquería? No me atrevo a preguntar — Señorita… creo que el ingrediente que hizo explotar todo fue un estornudo mío — no sé qué tiene mi saliva que pudo haber provocado eso, pero aparentemente no es nada bueno. Busco con la mirada porque estoy seguro de que ese bicho horrible estaba cerca y la reconozco como la bola naranja con bigotes a pocos metros. Me acerco a ella, estirando los brazos para mantener el equilibrio y la agarro con dos manos, manteniéndola lejos de mí — ¿No tienen ustedes un hechizo de limpieza? Estoy seguro de que hay cientos — es la clase de hechizo del cual me quejo siempre porque asumo que ellos pueden hacer mil tareas sin necesidad de esclavos, pero igual deciden humillarnos para no tomarse la molestia — Puedo lavar al gato, eso no es ningún problema. Al menos que el agua la ponga nerviosa — no estoy como para tener mil rasguños y quizá la varita también pueda solucionar eso.

Siento una gota del líquido bajar lenta y espesamente por mi nariz y la muevo, tratando de que caiga de una vez para que deje de picarme — ¿Necesita de mi ayuda para algo?
James G. Byrne
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Cuando sus zapatillas volvieron a pisar el liquido pegajoso gracias a James, trató de sacudirse, observando al mismo tiempo la enorme pintura. —Lo sé, ¿Pero hay algo en esta casa que no sea pretencioso?— Preguntó con una pequeña sonrisa.
Había discutido miles de veces con su madre respecto de tener un esclavo, Ariadna en verdad no quería uno y no entendía cuál era la necesidad. Claro que Eloise siempre hace lo que se le da la gana y aquí estaba, parada junto al muggle, que le caía demasiado bien. Era divertido, le gustaba su sinceridad y había cambiado un poco el clima dentro de la casa. Al menos así lo sentía ella.

La rubia caminó con cuidado para no volver a caer y no pudo evitar refregar un poco su trasero, el golpe le había dolido un poco y no quería que le saliera moretón alguno. —¿Un estornudo?— Preguntó con verdadera curiosidad y su mente empezó a imaginar todas las razones posibles, ante semejante reacción por parte de sus pociones.  —Interesante...Lo tendré en cuenta para la próxima vez, gracias James.

Al recuperar la varita que yacía sobre la mesa, debajo de las capas amarillentas y viscosas, se quedó quieta unos segundos. No recordaba muchos hechizos básicos, ya que usualmente usaba la magia para curar a sus pacientes, para operaciones complicadas y casos puntuales. —Mmm tengo que recordarlo, sé que existe uno.— Admitió algo avergonzada.
Lo tenía en la punta de la lengua, cuando las palabras del esclavo le hicieron ladear la cabeza. —¿La pone nerviosa?— Arqueó las cejas y trató de no reír, observando al pobre gato empapado. —Lo estás sujetando como si fuese una bomba...y si, es un macho.— Apuntó con su dedo a los testículos que el animal comenzaba a lamer.

Al recordar el bendito hechizo para limpiar, movió la varita y realizó el conjuro a la perfección. El salón quedó reluciente e impecable, excepto por las personas amarillas que aún estaban dentro de el. —¿Puedes bañar a Liesel? Por favor. Luego toma un baño y nos encontramos en la cocina, ¿Si?— Pidió al tiempo de Lady Cora se alejaba del salón junto con Gaspard. —Necesitaré tú ayuda para otra cosa.
Ariadna T. Tremblay
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James G. Byrne
Fugitivo
No sé qué tiene de interesante que mi estornudo haya hecho explotar todo, salvo que eso signifique que soy alérgico a alguno de los ingredientes de sus pociones, pero se lo dejo pasar. Jamás voy a comprender a estas personas, ni sus costumbres, ni sus ideas, ni nada que venga de sus cerebros. Como su falta de memoria para recordar un hechizo que creí que era básico, pero qué sé yo: jamás he sabido mucho de magia ni me interesa hacerlo. La magia es la que nos esclaviza, la que nos hace vulnerables frente a un montón de personas con aires de grandeza.

Miro al animal cuando asegura que es macho y yo solo me encojo de hombros — Creí que Liesel era nombre de niña — admito. Estoy seguro de haber escuchado una historia con una Liesel que era una mujer, pero tampoco me voy a poner a discutir sobre si su gato es travesti o no — Y si lo sostengo como si fuese una bomba, es porque tiene cara de que va a vomitarme una bola de pelos en cualquier momento — puedo soportar muchas cosas asquerosas, como estar repleto de pócima de pies a cabeza, pero no podría soportar las sobras estomacales de un animal con aspecto de lechuza-gremlin-asesino. Hay algo en los ojos de este bicho que me perturba.

La seguidilla de órdenes me toma un poco por sorpresa, en especial porque no esperaba que dijese que yo debería limpiarme también. Solo hago una rápida inclinación con la cabeza antes de desaparecer por el pasillo, rogando que no queden manchas de porquería en el camino — Tuvimos suerte, Liesel. Imagina si hubiera sido la señora Leblanc — el gato maúlla como si entendiera lo que le estoy diciendo, lo cual me parece un pensamiento más que solitario. Limpiar al asqueroso animal es el peor trabajo que he tenido desde que llegué a este lugar: me muerde, me gruñe y creo que intenta por todos los medios que no lo meta en el balde, cosa que termina por conseguir porque directamente le tiro el agua encima. Me apresuro a limpiar los rastros de su ducha y luego me doy una yo, meto a lavar mis ropas y me pongo un uniforme que no apesta. Para cuando llego a la cocina, tengo algunas gotas todavía en el pelo y me estoy acomodando mejor la camiseta, la cual siento algo grande para mi talle.

¿Para qué me necesitaba? — pregunto con el tono más calmo que soy capaz, aunque de soslayo puedo ver a Liesel pasar con su expresión de odio constante — Si es para otro trabajo con pociones, aconsejo pedirle ayuda a un elfo.
James G. Byrne
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Es el nombre de una niña, lo saqué de mi libro favorito, pero no me gustaba Rudy para tan hermoso gato. Como que no le queda.— Comentó con una pequeña sonrisa algo melancólica. El cuento de la Ladrona de Libros, lo había leído cada noche junto a su padre, claro que con el cambio de gobierno para evitar problemas, se habían deshecho de la mayor parte de su biblioteca, gracias al decreto número siete de la constitución.
Mientras terminaba de limpiar el enorme salón, negó con la cabeza y trató de quitarse un poco más el liquido amarillo impregnado en su cabello. —No va a vomitar encima de ti, lo prometo. Si lo sujetas así se asustará y será peor.

Dejó que el esclavo se fuera a hacer la tarea encomendada y ella terminó de arreglar un par de cosas, antes de subir al dormitorio y darse una rápida ducha bajo el agua caliente. Gracias al jabón y shampoo terminó oliendo a una mezcla tropical entre con coco y limón.

Ariadna no sabía muy bien cómo debía actuar frente al muggle, qué podía y qué no podía hacer, pero definitivamente no lo trataría como su madre y por esto mismo lo evitaba cuando ella estaba en casa.
Llegó a la cocina antes que él chico y se alegró de ver al gato completamente impecable. —Quiero creer que te has portado bien con James.— Le habló al gato, al tiempo que Lady Cora se encargaba de poner un poco de atún en su plato.

Necesito a todos fuera de la cocina, por favor. Sólo ingresen cuando termine de beber el té, en cuanto les avise.— Pidió a los elfos cuando James apareció bañado y listo para la siguiente tarea.
La mesa de la cocina, donde jamás comía con Eloise, estaba llena de bocadillos dulces y salados, como un pastel de chocolate con crema sin cortar, emparedados de pollo con queso derretido y mucho más.
La rubia ya estaba bebiendo una taza de té y sólo cuando estuvieron solos, hizo una seña para que él también tomara asiento. —No me parece correcto desperdiciar toda esta comida, necesito tú ayuda para acabarla...O al menos intentar.— Y la bruja volvió a soltar una pequeña carcajada. —No más pociones para ti, entonces...Sólo, quiero....— No, eso sonaba a una orden y es lo que no deseaba. —Me gustaría saber mas de ti.
Ariadna T. Tremblay
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James G. Byrne
Fugitivo
La verdad, es que más allá de sentirme tentado con alguna que otra comida, me he acostumbrado a trabajar en la cocina como para ignorar los platos hasta que ella me los señala. Mis ojos se van directamente a la enorme torta de chocolate, aunque mis ojos se entornan con desconfianza y recelo — ¿Por qué? — es una pregunta un tanto brusca, pero mi instinto me dice que hay algo que está mal. Quiero decir, los magos jamás tratan a los esclavos de esta manera y he oído cientos de historias en las que los actos de amabilidad terminaban siendo solo un pase a un tipo de abuso no demasiado grato. Además, no entiendo por qué tiene tanta comida si no va a comérsela o guardarla y necesita de mí para terminarla — Siempre se puede hacer espacio en la nevera y la alacena, señorita — me parece la opción más lógica y menos arriesgada.

Me muevo con sutileza hasta que tomo asiento y agarro un cuchillo, corto una porción de tarta y me la acerco. Aún así, no me la llevo a los labios, porque miro la enorme variedad y alzo los ojos hacia los azules que tengo delante — ¿Usted qué quiere? — puede que esta sea una invitación, pero yo no dejo de seguir siendo el sirviente que debe cumplir sus mandatos. De todos modos no me contengo, paso un dedo por el chocolate y me lo llevo a la boca para chuparlo, hundiendo un poco las mejillas — No sé qué quiere saber de mí, no hay mucho que contar — y no es una excusa, es la pura verdad — Casi toda mi vida la he pasado en el mercado y no recuerdo casi nada de esos tres años antes del gobierno actual. Le serví a una familia en el seis durante un tiempo, pero me devolvieron por inútil y de eso han pasado unos años — otro dedo, otra chupada que me llevo a la boca — Y eso es todo. Los esclavos no somos muy interesantes a ojos de los magos. No somos más que algo en venta — no podemos tener anécdotas o juegos que comentar porque crecemos entre paredes oscuras. Al final, le doy un mordisco a la porción de una buena vez y me saboreo: delicioso — ¿Por qué lo pregunta? No pensé que a alguien de su clase, mucho menos de su estatus, le interese algo como esto.
James G. Byrne
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
La rubia no respondió la pregunta, estaba demasiado ocupada bebiendo un par de sorbos de su té de menta con peperina. —Pero entonces no tendrán el mismo sabor.— Podía guardar la comida en la heladera o en la alacena como el esclavo mencionaba, pero no quería hacerlo, necesitaba entender cuál era el proyecto personal de su madre, ¿Y por qué ella no lo comprendía?

Agradeció con una pequeña sonrisa que James no volviera cuestionar y negó con la cabeza cuando le ofreció algo para comer. —Ya tengo este bocadillo, gracias.— Y señaló la tostada de palta con salmón cocido que yacía sobre su plato. —Pero por favor, sírvete lo que quieras. Creo que en esa jarra de ahí, hay chocolate caliente.— Apuntó.

¿Sólo has estado en dos casas de familia? En...¿Cuántos años tienes?— Preguntó y con los cubiertos empezó a cortar la tostada para comer, tal vez si ella lo hacía, él tendría menos vergüenza y la seguiría.
Su madre se volvería loca si la ve comiendo la cocina, junto con su humano juguete, pero no le importaba. No estaba haciendo nada malo.
Liesel maulló por debajo de la mesa y Ariadna de inmediato se agachó para darle un poquito de su pescado, sin interrumpir las palabras de James. —Y tienes razón, a alguien de mi posición y estatus no debería importarle.— Claro que no, los esclavos nacieron para servir a los magos, no son capaces de realizar tareas complicadas, son bastante inútiles, son inferiores a nosotros. Es cuestión de sangre.
Eso y mucho más era lo que había escuchado Ariadna durante tantos años, sin embargo últimamente, tenía dudas que no debería tener. Se estaba volviendo loca.

Bueno, digamos que es para una investigación que debo realizar.— Era una pésima mentirosa y por esto mismo ocultó su rostro detrás de la taza de té. —¿No tienes un color favorito o en qué piensas por las noches cuando no puedes dormir?— Tal vez aquello era muy personal y lo que menos quería la bruja, era ser invasiva. —No tienes que responder si no quieres.— Y volvió a probar un par de bocados de su tostada, estaba deliciosa.
Ariadna T. Tremblay
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James G. Byrne
Fugitivo
Veinte, si no he perdido la cuenta. No es raro. No soy alguien especialmente fuerte o habilidoso — los esclavos más morrudos o de mejor condición física solían ser aquellos a los cuales se llevaban en primera instancia. Yo siempre fui menudo y ni hablemos de lo mucho que me costó recomponerme luego de que mi último amo me dejase en un estado deplorable. Digamos que mi paso por el mercado siempre fue un nivel que yo estaba empezando a considerar permanente. Todavía no entiendo muy bien qué es lo que la señora Leblanc vio en mí para gastar el dinero, pero supongo que tengo que agradecer que al menos aquí me alimentan.

Raro, todo muy raro. No sé si es el hecho de que me dé la razón o que la conversación siga hacia temas un poco más personales. Mastico muy lento, no muy seguro de que una bruja tendría que realizar una investigación sobre datos tan tontos como mis elecciones personales. Sin embargo, como es alguien de un nivel superior a mí, me obligo a responderle — ¿No? — nunca ha habido un tema en especial que me quite el sueño, eso depende de mi humor. Y en cuanto a un color favorito… — No pienso en esas cosas. Quizá el verde, porque no lo veía demasiado en el mercado, pero no lo sé… ¿La gente se preocupa en tener un color favorito? — me paso el dorso de la mano para limpiar algunas migajas de mi boca y doy un último bocado, finalizando mi porción de pastel. Tengo que decirlo, es lo mejor que he probado desde ese chocolate furtivo con Celestine — ¿Usted tiene tiempo para pensar en esas cosas, señorita? Porque estoy seguro de que no. Quiero decir, tiene una profesión que debería dejarla muerta de sueño y le aseguro que limpiar su casa me deja de cama — paseo mi vista por la comida, dudoso de tomar algo más, así que apoyo mis manos unidas en el mueble, aún relamiéndome — ¿Esto no es ilegal? — no sé muy bien cual es el límite que tienen los magos para con nosotros, pero estoy seguro de que mostrarse amigable es algo cuestionable — ¿En qué investigación está trabajando?
James G. Byrne
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Bebió un sorbo más de té y al notar que su taza quedó vacía, tomó la tetera y volvió a llenarla. —Pareces mucho más joven.— Dio su sincera opinión, pero no lo hizo juzgando o de manera despectiva.
Ariadna mordió su labio inferior al notar que el esclavo no se sentía cómodo o que se encontraba inseguro, así que aunque no iba a comer más que su tostada, estiró la mano y se sirvió un poco de ensalada de vegetales verdes, camarones cocidos, huevo y aceitunas. Quería entrar en confianza, después de todo, ambos tenían que soportar a su madre luego.—Por favor, sin vergüenza, sírvete lo que quieras.

Algunos si, otros no, en mi caso el azul es mi color favorito. Como el mar.— Se encogió de hombros y empezó a comer, alternando bocados de la tostada y ensalada, con sorbitos de té.
Las siguientes palabras le hacen soltar un par de carcajadas suaves. —Es una casa demasiado grande, al menos Lady Cora y Gaspard pueden ayudarte un poco.— Estiró las manos para acomodar los mechones de cabello rebelde detrás de las orejas y se quedó pensativa durante unos segundos. —Duermo poco, eso lo admito y aunque al llegar a casa lo único que quiero es dormir, intento hacer algo más...No quiero sólo trabajar y dormir.— Al decirlo, levantó la mirada hacia James algo avergonzada ¿No es acaso lo poco que él podía hacer? —Lo siento. Lo que quiero decir es que si pienso en muchas cosas y a veces me cuesta dormir, por ejemplo algún caso particularmente difícil, en toda la lista de cosas que debo hacer al otro día, todo depende.

La nueva pregunta del muggle hace que Ariadna observe los lados con algo de miedo, mas inmediatamente se le pasa. —¿Es ilegal que tome la media tarde con el esclavo de mi madre? No lo creo, es sólo un poco de comida y charla...¿No? Si preguntan algo, tú sólo di que fue una orden por mi parte ¿vale?— No pasaba nada, eso quería creer.
Al terminar la tostada, continuó con la ensalada. —Bueno, es una investigación personal. Prometo que no le contaré a nadie que tú color favorito es el verde, James.— Bromeó.
Ariadna T. Tremblay
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James G. Byrne
Fugitivo
La única bruja que ha sido simpática conmigo es Lara y eso que ha pasado tiempo desde que se ha ganado mi confianza. Sus comentarios sin mala intención y la insistencia en que coma me dejan fuera de mi zona de confort, así que estiro la mano hacia un emparedado de pollo con algo de lentitud — Oh, sí. Si ellos no estuvieran, sería imposible no perder al menos un día o dos a la semana en dejar la casa reluciente — la magia de los elfos son el secreto del éxito de los esclavos. Tener una de esas criaturas como compañero es la mejor opción para los vagos torpes como yo, además de que no tengo paciencia y fregar es una de esas tareas que siempre me apresuro a acabar rápido porque no me gusta hacerlo.

Tengo que admitirlo, mucho no me interesa lo que me está contando porque siento que son quejas de niña rica blanca, bruja y socialmente aceptable. Aún así, intento prestarle toda la atención de la que soy capaz mientras mastico con movimientos algo burdos, moviendo un poco mis cejas — Parece una vida sumamente estresante — intento no sonar tan sarcástico, pero creo que fallo en mi propósito, así que trato el sonreírle para no quedar tan mal; hablarle con la boca llena es un punto aparte. Es que, vamos… esta gente lo tiene todo, no sé por qué tendrían quejas o complicaciones de verdad preocupantes.

En un movimiento un poco mímico y teatral, alzo mis hombros exageradamente porque jamás me he leído las leyes de NeoPanem, solo he aprendido las que me competen. No sé bien hasta qué punto un mago puede ser amable con un muggle sin meterse en problemas — Le haré caso. Usted es la ama aquí — técnicamente es su madre, pero creo que puede comprender a lo que me refiero. Me chupo el dedo, donde ha quedado un poco de queso derretido y doy otro generoso mordisco. Lo triste es que sé que pronto voy a estar lleno y no voy a poder seguir comiendo, por mucho que insista — ¿Su investigación se llama “Cómo curiosear al juguete nuevo y no morir en el intento”? — tal vez me estoy pasando un poco, pero no puedo contenerme. Dejo el emparedado para ser libre de estirarme y servirme un poco de jugo, notando de inmediato lo mucho que necesitaba beber algo para bajar la mezcla de sabores que se ha apilado en mi boca — ¿Por qué le importa? A los magos no les importamos y creo que los dos sabemos que los de su clase no son santos de la devoción de los míos. No quiero ser descortés, señorita, pero no me interesa ser su amigo, aunque agradezco su amabilidad — pellizco un poco del pan de mi sándwich y me lo llevo a la boca, tomándome el atrevimiento de clavar mis ojos en los suyos — Prefiero apegarme a mis tareas y que eso sea todo. Dudo mucho que pueda comprenderlo desde mi punto de vista.
James G. Byrne
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Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
El sarcasmo de James hace que Ariadna vuelva a reír,  como Lady Cora no hacía más que decir "Si, señorita", esto era nuevo e interesante. —No tanto como la tuya ¿verdad? Sé que soportar a mi madre no es fácil, menos desde tú lugar.— Replicó sin alterarse y terminó de comer la ensalada en pequeños y delicados bocados. Ya sentía que iba a explotar.
Se supone que ella únicamente puede tratar a sus pacientes brujos, nada de esclavos, muggles y repudiados, pero si este chico iba a vivir bajo el mismo techo, lo mínimo que podía hacer era comprometerse a que engordara un par de kilos. Y lo iba a hacer, le gustara o no.

Los posteriores comentarios, quejas y limites no le tomaron por sorpresa, sabía que las cosas no serían fáciles con el esclavo de su madre, así dejó que se desahogara mientras ella finalizaba su segunda taza de té, sin emitir palabra alguna.
Cuando depositó la cuchara sobre el plato, indicando que había acabado, apoyó los codos sobre la mesa y sujetó su mentón para continuar mirándolo.  —¿Ya, es todo lo que tienes para decir? Creí que dirías mucho más.

Soltó un largo y ruidoso suspiro, antes de responder. —No te he pedido que vinieras para volvernos amigos, sé que es algo imposible desde cualquier punto de vista. Si los muggles nos tuvieran de esclavos a nosotros, yo tampoco quisiera ser amigable con la persona que me tiene bajo su techo dándome ordenes.— Menos mal que estaban solos, las declaraciones pueden ser muy peligrosas. —Te he invitado a beber el té conmigo, porque quiero que sepas que...— "No soy como mi madre". —Si algún día necesitas algo, puedes venir a mi, James.

Se puso de pie y acomodó las telas de su vestido de verano. —Por favor, quédate lo que quieras y luego pídele a Lady Cora que se encargue de limpiar el resto.— Le volvió a sonreír con amabilidad porque así era la rubia, demasiado buena con cualquiera. —Y James, aunque tengamos puntos de vista diferentes y no logremos comprender al otro, no creo que seas un juguete. Así que, si lo deseas, cuando mi madre no esté presente o cualquier otro invitado, puedes dirigirte hacia mi por mi nombre, no hace falta tanto protocolo.
Habiendo terminado por su parte, caminó hacia la puerta que unía la cocina con una de las tantas salas y con un leve movimiento de cabeza se despidió.
Ariadna T. Tremblay
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James G. Byrne
Fugitivo
Parece que las cejas me bailan ante su pregunta, dejándome fuera de juego por dos segundos — Podría decir más, pero no creo que sea aceptable — acabo formulando, no muy seguro de que sea la respuesta correcta. Además, no sé que más puedo decirle, porque si vamos al caso creo que he sido muy claro y no hace falta que me ponga a insultar las costumbres de su gente, cuya sociedad se basa en mierda tras mierda y ella parece estar muy cómoda con eso. Puede que me trate con amabilidad, pero vive en la isla de los poderosos y disfruta de los lujos que eso le concede. ¿Hipocresía? Quizá ella no lo vea y me da algo de pena si considero sus buenas intenciones, pero yo no puedo dejar de verlo.

Mi silencio me consume mientras devoro lo que queda de mi emparedado y escucho un discurso que me toma un poco por sorpresa y me mantiene quieto en mi asiento, echándole una mirada escrutadora como si fuese la primera vez que me fijo en ella — Lo tendré en cuenta — digo simplemente. Me guste o no, es bueno saber que algunas cosas se me harán más sencillas bajo el ojo de la hija y no de la madre.

La costumbre me dice que debería ponerme de pie si ella lo hace, pero su petición hace que mi cuerpo se quede entre ese envión de levantarme y quedarme sentado, lo que acompaña a la perfección mi expresión de confundido y desentendido de toda esta situación. ¿Qué se supone que se dice en estas situaciones, cuando son desconcertantes y posiblemente erróneas? — Bueno saberlo, Ariadna — mi voz es un poco queda y hago un movimiento de mi cabeza que se debate entre un saludo y la clásica reverencia que estamos obligados a presentar a nuestros superiores en señal de respeto — Gracias por la comida.

No es hasta que ella se marcha que me giro para chequear los alimentos, con un extraño sabor en la boca. Al final solo me guardo unas galletas con chips y, cuando Lady Cora aparece, la ayudo a guardar las sobras, aún silencioso y tratando de comprender qué es lo que acaba de pasar.
James G. Byrne
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And this mess is so big, and so deep and so tall.|| James. 19FbU8k
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