The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Lunes, nueva semana, nuevo montón de pila de tareas que me volverán loco por horas. Mentiría si dijera que he entrado con la calma de todos los días, porque a decir verdad el viaje en el ascensor lo hago fingiendo que estoy muy interesado en mi teléfono celular entre la multitud que se aglomera, pretendiendo que no he visto a la melena oscura que se ha bajado unos pisos antes que yo. Por suerte, para cuando llego a mi oficina descubro que hay café recién hecho, así que eso me ayuda a pasar las primeras horas del día en total normalidad. Bueno, quitando que me piden que me pase por el tribunal a las cuatro de la tarde para un caso especialmente complicado, creo que todo es pura rutina. Esto es lo que amo de mi trabajo: los casos pueden ser siempre diferentes, pero todo se trata del orden.

No sé por qué chequeo tanto la hora o, al menos, no lo sé hasta que se acerca el almuerzo y me doy cuenta de cuál es mi problema. He pasado con el fin de semana con la cabeza en cualquier otro lado y me vendría muy bien una copa, pero creo que no es aconsejable que me ponga a beber antes de enfrentarme a un juicio. Así que opto por la idea más simple, la de buscar un oído amigo que sepa lo suficiente de mi intimidad como para no espantarse y que, a su vez, no vaya a decir nada. Es fácil el saber cual es mi opción más cercana dentro de un ámbito laboral.

Se hace la hora, así que puedo salir disparado de mi despacho sin sentirme culpable por no contestar la llamada que, por lo que oigo, Josephine contesta cuando ya estoy desapareciendo por el pasillo. Creo que me zambullo dentro del ascensor junto a un montón de empleados que están muertos de hambre, a pesar de que mi estómago se encuentre extrañamente cerrado. Mis ojos siguen los números que indican en qué piso nos encontramos e ignoro completamente a la voz femenina que anuncia el departamento de investigación, acomodándome el saco cuando salgo como si se tratase de mi propio territorio. Mis zancadas son amplias, seguro de qué camino tomar gracias a mis recurrentes visitas. Muchos aquí se están moviendo con intenciones de buscar alimento, pero otros cuantos siguen enfrascados en su trabajo, llenando el piso de sonidos mucho más estruendosos a los cuales estoy acostumbrado. Giro una curva y tropiezo con Gwen, quien lleva un montón de papeles y le hago una seña con la cabeza para marcar la oficina de su jefa — ¿La señorita Weynart aún se encuentra? — es una pregunta meramente cordial, como si la fiesta de Kirke jamás hubiera pasado. Por favor, es obvio por su mirada que ella se acuerda muy bien que sí, eso ha pasado, pero es lo suficientemente profesional como para responderme con toda la naturalidad posible de manera afirmativa. Agradezco y le regalo una rápida sonrisa para seguir mi camino, hasta abrir la puerta de la oficina sin llamar — Si estás con alguien, espero que sea uno de los poco interesantes — es mi mero saludo, cerrando detrás de mí con rapidez y chequeando de un solo vistazo que, menos mal, está sola. Sería un poco descortés tener que espantar a alguien con los pantalones bajos.

Mi instinto me lleva a chequear las cortinas de la ventana que da al pasillo y, como de costumbre, la cierro, a pesar de que no sean los motivos usuales — ¿Tienes unos minutos? — pregunto, volteándome hacia ella y metiendo las manos en los bolsillos de mi pantalón — Me vendría muy bien pasar el rato contigo, Annie. He tenido unos días de mierda.
Hans M. Powell
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Annie C. Weynart
Jefe de Área en Investigación
La espalda baja me dolía por estar sentada en una mala postura y probablemente me despertaría con una importante contractura en el cuello a la mañana siguiente. Era una mala costumbre que había adquirido tras años de creer que no necesitaba anteojos y, si bien ahora los estaba usando, no me podía mantener erguida sobre mi mesa de trabajo. Al menos la lupa de escritorio me facilitaba las cosas lo suficiente como para no dejarme jorobada, pero las horas que llevaba trabajando en el pequeño prototipo ya me pasarían factura al final del día.  

Tronando mi cuello de un lado a otro, sostengo las pinzas con mano firme y hecho un vistazo rápido a mi tableta para corroborar el diseño del circuito antes de colocar el regulador de voltaje sobre la placa. Posiblemente me ahorraría algo de trabajo si usara la varita, pero además de que ya de por sí el pequeño aparato tendría que soportar bastante magia, me relajaba el poder hacer esto de forma manual. Si tenía éxito, era poco probable que estuviese involucrada en la producción serial de mi proyecto más que para supervisar, así que mientras que pudiese hacer completamente mío este prototipo, estaba contenta.

La puerta se abre y una voz familiar me saca una sonrisa de la cara pese a que ni siquiera levanto la vista de mi trabajo. - Pfff, trato de no traer a los poco interesantes a mi oficina, es una pérdida de tiempo. - Tomo el lápiz soldador que se encuentra a un costado y mirándolo por encima del borde superior de mis anteojos le levanto un dedo a modo de seña. - Dame unos segundos. - Le pido a modo de respuesta, apresurándome a terminar para que nada se salga del lugar que le corresponde. Lo bueno de soldar es que, de tanto haberlo practicado, no me lleva ni medio minuto el finalizar con el regulador. Levantando la placa y acercándola a la lupa, corroboro que las medidas estén perfectas antes de volver a apoyarla sobre la mesa y esta vez sí usar la varita para hacer desaparecer toda la evidencia de un movimiento. Frotándome los ojos con la mano libre, me quito los anteojos y ahora sí dirijo mi competa atención al recién llegado. - Ahora sí, disculpa. ¿Decías algo de unos días de mierda? - Rodeando el escritorio con paso cuidado, ojeo las cortinas cerradas por encima de su hombro y le sonrío de manera que espero sea comprensiva, y no meramente incitadora.

- Linda corbata. - Llevo una mano hacia la prenda la tomo entre los dedos antes de levantar una ceja con picardía.  - ¿Quieres que pida algo para almorzar antes, o prefieres pasar directo al postre?
Annie C. Weynart
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Me siento totalmente halagado — bromeo con una mano en el pecho, antes de volver a esconderla de nuevo en el bolsillo en espera de esos segundos que me pide para terminar su trabajo y los que uso para inspeccionar su oficina con la vista. He estado aquí cientos de veces, pero jamás me fijo demasiado en su decoración porque tiendo a tener cosas más interesantes en las cuales enfocarme. Como no entiendo mucho de ciencia, ni me molesto en mirar lo que Annie está haciendo, porque sé que me causará más preguntas que otra cosa. Es más interesante el chequear las distinciones en la pared, sobresaliendo entre anotaciones y esquemas que no tienen ni pies ni cabeza a mis ojos.

Al final parece que puede prestarme atención y la miro cuando oigo que regresa a mí, obligándome a asentir con la cabeza en un suspiro largo, pesado y cargado de agotamiento — No sé si “de mierda” es la mejor definición, pero siento que han tirado mi cerebro debajo de una estampida de hipogrifos — mis pies dan el paso involuntario hacia ella por el tirón en mi corbata, siendo incapaz de contener la sonrisa pequeña y desfachatada al reconocer su actitud. Por tentadora que sea la idea, me recuerdo por qué estoy aquí y me lamento internamente cuando pongo las manos en su cadera, volviendo a suspirar, aunque esta vez sea uno más pequeño — Aunque no lo creas, no vine a eso — confieso, haciendo una muequita que tira mi boca a un lado con un “tisk” y alza mis cejas en un segundo — Tal vez luego, pero ahora necesito más la versión “Annie, la amiga de los tragos”. Te lo recompensaré con doble ronda — agrego en un intento de bromear.  Antes que nada, empezamos como colegas y amigos y eso es algo que los dos sabemos por sobre todas las cosas. Los favores que los dos disfrutamos es tema aparte.

No obstante, estiro mis manos para apoyarlas en el escritorio e inclinarme un poco hacia ella, manteniéndola atrapada entre mis dos brazos estirados en una actitud cómplice, la que me permite bajar el tono de voz — El viernes tuve mi primer almuerzo con Meerah. ¿Y adivina qué? — abro los ojos en gesto de tentativo suspenso — Nos cruzamos con alguien con quien me acosté y que resultó ser la ex de Audrey. Ya sabes, mi ex — sacudo un poco la cabeza, dejando caer los párpados un momento al resoplar y volver a mirarla — De hecho, me vendría bien que pidamos algo para almorzar, porque vamos a estar un rato.
Hans M. Powell
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Annie C. Weynart
Jefe de Área en Investigación
Mi sonrisa se ensancha con su negativa y muerdo la punta de mi lengua unos segundos sólo para no reírme ante su expresión. Con la corbata todavía entre mis dedos, tiro de ella un poco y me dejo caer contra el borde del escritorio, usándolo de apoyo para aliviar mi adolorida cintura. - Si para el mediodía de un lunes ya necesitas de esa versión, creo que días de mierda es un buen calificativo. - Claro que yo no podía juzgar demasiado si consideraba que los lunes por regla general no me disgustaban, pero no le envidiaba a nadie el comenzar la semana de esa forma.

Suelto la prenda cuando me veo acorralada por su figura, pero, lejos de incomodarme, me limito a mirarlo con intriga de lo que pueda decir. - O sea, ¿te acostaste con la ex de tu ex? - Mi tono completamente plano deja entrever que no me parece un asunto particularmente grave. Claro, no contaba con ex en mi repertorio como para poder entender del todo la experiencia, pero si todas habían sido relaciones ya terminadas no me parecía el fin del mundo… Por suerte tardo milésimas de segundos en recordar la primera parte de su oración y por fin caigo en su dilema. - ¿Me quieres decir que tu hija quedó metida en medio de eso? ¿Qué tan grande te imaginabas el cráter en el que te querías hundir?

En un gesto que no esperaba tener con nadie fuera de mi entorno familiar, termino elevando la mano y llevándola al nacimiento de su cabello. Usando mis uñas sobre su cuero cabelludo, despejo su frente rascando con suavidad mi camino hasta llegar detrás de su oreja. - Pobrecito… - Mi tono es levemente burlón, pero de verdad me compadecía de él. No había pasado mucho desde que había descubierto su paternidad, y terminar en esa situación incómoda con su hija en medio no debía haber sido bonito. - Pediré algo de vino con la comida. ¿Quieres pasta, carne asada…? - Dejando caer mi mano, me estiro hacia atrás hasta llegar al comunicador y lo atraigo para que quede más cerca. Técnicamente Gwen es la secretaria del departamento, pero su almuerzo estaba coordinado una hora después que el resto porque una de sus tareas implícitas era ordenar para todos los que nos quedábamos en la oficina. - Dime que luego no apareció tu ex porque eso ya habría sido el colmo.
Annie C. Weynart
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
En resumen, sí — suena como el título de una de esas comedias baratas de la televisión, pero no voy a negar que es un buen modo de definirlo. La verdad es que jamás me hubiese detenido a meditar mucho sobre el asunto si no fuera por los detalles extra, uno de los cuales por suerte Annie parece entender de inmediato — Me conformaba con que sea lo suficientemente profundo como para morir dentro — me explico, haciendo un pequeño y veloz repaso por algunos de los peores momentos del almuerzo. Me siento ridículo, como si no fuese un adulto capaz de lidiar con sus propios dilemas y no puedo hacer otra cosa que rodar los ojos por mi propia culpa — No me interesa lo que Audrey pudiera decir, pero todavía pretendo tener una buena imagen delante de Meerah — cosa que esperaba que fuese sencilla. Hay cosas que no me interesa que lleguen a sus oídos, por muy inteligente y perspicaz que sea.

No tenía idea de lo mucho que necesitaba de un gesto tan simple pero reconfortante, así que lo agradezco con una sonrisa algo apagada pero genuina. Dato de poca importancia para la vida diaria: siempre me ha gustado que me toquen el cabello, gesto que considerado de lo más relajante. La simple mención del vino me resulta alentadora, así que enderezo un poco mi espalda mientras sigo el movimiento de su brazo con la vista — Cualquier pasta rellena está bien. Hace tiempo que no como nada de eso — aprovecho el momento para desabotonar mi saco y quitármelo, girando un poco el torso para lanzarlo sobre el asiento que generalmente está destinado a las visitas. No pienso andar incómodo y abotonado durante la hora del almuerzo, especialmente en presencia de alguien con quien no debo pretender ninguna clase de formalidad — Por suerte para mí, no. Aunque no me sorprendería que, con mi suerte, algún día me quede atrapado con las dos en el ascensor — ahora que lo pienso, que todos trabajemos en el ministerio lo hace factible y el solo imaginarlo me obliga a arrugar el gesto.

Aprovecho los minutos en los que se demora en hacer el pedido en esconder el rostro en su cuello, fastidiando por mero entretenimiento al pellizcar su piel con mis labios. Para cuando por fin cuelga, presiono mi boca de manera tal que estoy seguro de que he enrojecido un poco la zona y levanto los ojos en una actitud sumamente casta — ¿Alguna vez te acostaste con alguien con quien no deberías haber hecho nada? — es una pregunta que suena casi que al pasar, separándome un poco de su cuerpo — Los dos sabemos que ninguno aquí es un santo, pero siempre he sabido con quien meterme y con quien no. Pero hay personas que simplemente te pueden… — alzo mis hombros como si eso me sirviera para considerarme inocente en todos los cargos y me dejo caer hacia atrás, en el asiento, donde me acomodo como si fuese mi propia oficina — Es una estupidez, lo sé, no hace falta que lo digas.
Hans M. Powell
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Annie C. Weynart
Jefe de Área en Investigación
- No veo por qué tendría una mala imagen tuya. A menos, claro está, de que tenga algún complejo de abandono, o que todavía quiera que estés con su madre o algo así. - No tenía mucha idea de cómo funcionaba la mente de los niños, y no era tan cercana a mis sobrinas pequeñas como para hacerme una idea de lo que pudiese estar pensando su hija. Menos cuando ni siquiera conocía a la pequeña muchacha. - ¿Qué tan mal resultó todo? - No tan mal seguramente, siendo que las portadas del día de hoy estaban enfocadas en teorías conspirativas y críticas al departamento de mi hermano. Por más complicada que estuviera la situación en el país, un escándalo privado siempre lograba llamar la atención así que, la falta de uno me indicaba que, pese a todo, seguramente no sería algo tan grave.

Frunzo levemente el ceño cuando nombra lo del ascensor, y reparo en un pequeño detalle que antes me tenía sin cuidado. - Aguarda, ¿tu ex trabaja aquí? - Nunca había pensado demasiado en quién podría ser la madre de su hija, desde que me había comentado su situación había procurado no indagar más de lo que él quisiera contar; pero el detalle de que trabaje en el ministerio se me había escapado por completo, o nunca lo había dicho. Además, si íbamos al caso conocía solamente a dos Audrey y ninguna de ellas era una opción muy alentadora para él.

Su pedido son pastas, así que, sin meditarlo demasiado, trato de pedir dos platos de ravioles con salsa y una buena botella de vino. La palabra “trato” es porque en algún momento de la conversación mi voz sale algo ahogada por el pequeño juego de Hans sobre mi cuello. - La próxima vez me voy a escabullir debajo de tu escritorio cuando estés en una reunión. - Le advierto, tratando de que suena más a amenaza que a promesa, pero sin demasiado éxito. Aprovechando que mi escritorio no está muy cargado de cosas, termino corriendo un par de carpetas para luego impulsarme con las palmas y así sentarme sobre la superficie plana. Cruzando las piernas, lo miro unos segundos antes de responder. - No que yo sepa… Tal vez me haya acostado con algún primo sin saberlo, pero no creo. - Al no saber quién era mi progenitor, tampoco sabía hasta dónde compartía lazos familiares con las personas, pero prefería no pensar en ello o terminaría teniendo que llevar una vida célibe. No es estúpido, cada uno tiene sus propios límites y reglas, y de vez en cuando la tentación puede más… Yo tengo como norma general el no acostarme con personas casadas o comprometidas, más que nada porque nunca sabes quienes hicieron el juramento o no, y no quiero ser causante de nada. - Ni despertarme con ninguna sorpresa a la mañana siguiente. - Sino créeme que hace rato hubiese intentado tirarme a tu secretaria… En fin, ¿quién te ha hecho pisar el palito, Powell?
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Quizá debería dejarla media hora con Lollis a solas para saber la clase de cosas que le molestan, a ver cuan alto es su nivel de tolerancia — bromeo. Si consideramos que esa mujer adora el chisme sucio y el exagerar los hechos, es casi la prueba de fuego perfecta. Alzo un hombro, mediando un poco la respuesta — ¿Con Meerah? Excelente, creo. Un poco tenso, porque parecía demasiado avispada como para saber que ahí había pasado algo, pero bien. Ahora, con la otra… — muevo la cabeza de un lado al otro, delatando un estado de duda — Todavía no estoy seguro de si es un muy bien o un muy mal — acabamos aclarando las cosas, aunque no sé si del modo ideal. Y momento… ¿No le hablé de quien es Audrey? La miro como si estuviese loca por olvidarse a pesar de no estar seguro de haberlo mencionado, quitándome parte de la culpa — Ya sabes. La jefa del departamento de criaturas mágicas — me ahorro la explicación innecesaria, esa que la conecta de inmediato con la familia más poderosa de nuestra nación. Si no la conoce, me ahorraré el detalle. Si lo hace, que saque sus propias conclusiones. Un detallito minúsculo.

No sé qué es lo que me complace más, si el tono de su voz o la amenace que sale de ella — Me gustaría verte intentarlo — aseguro con una sonrisita y un tono ciertamente grave. Se debate entre una petición, una orden directa y un desafío. Cualquiera de las tres opciones me viene bien. Dejando el leve coqueteo de lado, opto por escuchar su opinión, cruzando las manos sobre mi pecho y jugueteando distraídamente con los pulgares, más centrado en ella que en mi propia actividad corporal. La dejo terminar de hablar, pero aún así me paso los últimos segundos con una expresión confundida que me hace echar la cabeza hacia atrás con el ceño fruncido a pesar de la sonrisa — Josephine no está casada, leí su informe cuando conseguí el puesto. No es que eso me hubiera detenido si no había juramento, pero… — lo habría recordado, creo. Al contrario de Annie, no tengo un historial muy limpio en cuanto a matrimonios o compromisos se refiere.

Detengo el golpeteo de mis pulgares al reírme, girando un poco la silla para balancearme gracias a sus rueditas —Pisar el palito”. Lo haces sonar más grave de lo que es — comento en gracia. Apoyo el codo en uno de los mangos de la silla y aprovecho la postura a rascarme el cabello detrás de la oreja. Opto por ser honesto, al menos lo más que puedo — Tengo un negocio confidencial con alguien de tu departamento. Ya sabes, necesidades políticas — ella no va a preguntar, lo sé. Lo que me agrada de Annie es que siempre comprende los límites y no tiene intenciones de meterse donde no la llaman — Y puedo haberme acostado con cualquiera, pero no me involucro con negocios o clientes, así que bueno… la he cagado. Más de una vez — le regalo esa sonrisa amplia que enseña todos los dientes, la que simula un “ups” y una picardía al mismo tiempo — Traté de pensarlo como algo casual como con el resto, pero no dejo de pensar que en algún punto se me puede volver en contra. Uno nunca sabe cuando te metes donde no sueles meterte. Lo peor es que lo disfruto — alzo mis manos a ambos lados, en gesto de que no puede culparme. Todos disfrutamos del buen sexo cuando se presenta, no importa de la mano de quien venga. Ella lo sabe bien.
Hans M. Powell
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Annie C. Weynart
Jefe de Área en Investigación
- ¿No querías tener una buena imagen delante de tu hija? Quince minutos con Lollis son suficientes para que comience a odiarte. - No conozco el carácter de su muchacha, pero la reputación de la arpía del ministerio de justicia era conocida en todos lados. Ella era la razón por la que nadie habla en los baños femeninos, uno nunca sabe dónde puede aparecer y cualquier cosa que ella supiera, automáticamente se volvía de conocimiento público. - Si luego del almuerzo volviste a acostarte con ella, podemos decir que muy bien. - No hay que darle muchas vueltas al buen sexo, sea o no con la ex de una ex. Si quería ir por algo serio, ese sería otro tema; pero siendo Hans probablemente hubiese empezado por ahí la charla si ese fuera el problema. Eso sin contar que jamás lo había visto en algo serio con nadie.

Tardo unos segundos en terminar de entender que sí, era una de las Audrey que tenía en mente, y dejo escapar una pequeña risa por lo bajo al darme cuenta. - Claramente que tienes ESA puntería. - Y no me burlo más porque es claro que no quiere tocar mucho el tema, pero lo archivo para futuras ocasiones. Tampoco es que pudiera hablar mucho, lo único que conocía de la jefa del departamento de criaturas había sido gracias a mi breve tiempo como directora de la arena. Su departamento se mostró muy colaborativo con la ocasión ella, no tanto; o puede que simplemente le cayera mal.

En respuesta a su desafío simplemente le regalo una sonrisa socarrona y me prometo cumplir con mi amenaza algún día en el que esté aburrida y logre hacerme con su horario. - Dije casados o comprometidos. Cuando puedas mira su mano derecha. - Aunque claro, podía estar errada y ser un anillo más. Pero llevar una joya como la que tenía en el anular no dejaba muchas alternativas.

- Fuiste tú el que lo hizo sonar así con ese comentario de “meterse con quien no debería” - Y no voy a mentir y decir que no me genera curiosidad quién es la persona con la que lleva ese negocio, pero conozco la palabra “confidencial” y no pensaba presionar sobre ese asunto. Había veces en las que contar con determinada información era peor que no tenerla y, siendo que se trataba de alguien de mi departamento, prefería no indagar demasiado. - Creo que le estás dando más importancia de la que deberías. Todo eso del asunto confidencial te genera algo de adrenalina y terminas disfrutando por creer que es algo que no deberías hacer cuando, en realidad, no es más que sexo. ¿O sí? - Si era algo más que sexo pues entendía su preocupación, de lo contrario que aprovechara mientras pudiese. - Si vamos al caso, yo era tu cliente antes de acostarnos. - Aunque antes de eso también éramos amigos de copas, así que no se que tan similar sea la situación o no. Pero lo de acostarse con gente del trabajo no solía ser un problema si uno aclaraba los tantos desde el inicio. - Disfruta mientras puedas. Mientras que no termines más involucrado de lo que deberías, no veo que hay de malo en jugar un poco con la adrenalina de lo desconocido.
Annie C. Weynart
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
El movimiento de mi cabeza creo que basta para dar a entender, sin palabras, que sí me he acostado con ella después de lo que sucedió, aunque me ahorro los detalles de la exacta situación — Ya, ya, no eres la primera que me lo dice — murmuro al sacudir la mano. Embarazar y abandonar a la hijastra de la ministra de magia es uno de esos logros que solo yo soy capaz de hacer y no me hacen sentir orgulloso en lo absoluto. Reynald ya se encargó de reírse en mi cara cuando se lo confesé y de verdad no tengo idea de cómo voy a manejar el asunto cuando termine por salir a la luz. Siempre tengo la excusa de que no deseaba exponer a la niña al ojo público, pero hay que ver cuánta gente se lo traga, en especial si consideramos que tiene doce y mi fama es algo de los últimos años.

Intento recordar momentáneamente la mano derecha de mi secretaria, pero creo que nunca le presté tanta atención a esos detalles como para tener una imagen exacta — Estoy más ocupado en concentrarme en lo que hace con sus manos que en mirarlas — me excuso, algo confundido pero no completamente sorprendido. Me llama la atención que no lo haya mencionado, aunque supongo que eso es uno de los datos que quedan escondidos cuando mantienes la relación en el plano laboral. Lo que sí me divierte es otro detalle — Pobre hombre. La de veces que he ido a galas con ella del brazo… espera— mi entretenimiento de un cornudo debido a un secreto a voces se evapora cuando me percato de un detalle y mis ojos pensativos vuelven a Annie — ¿Te tirarías a Josephine? No sabía que también te gustaban las mujeres — lo cual solo hace nuestro trato un poquito más interesante, pero vamos por partes.

Es triste que el entretenimiento dure poco y ruedo los ojos de un modo algo exagerado cuando dice que yo soy el que hace que suene peor — Por supuesto que no es más que sexo — mi expresión, a pesar de seria, demuestra obviedad. Todas mis relaciones no son más que sexo y hasta me atrevo a decir que ninguna cuenta como una verdadera relación. Niego la cabeza repetidas veces, porque hay detalles que no va a comprender — Es diferente. Fui tu abogado porque confiabas en mí, pero siempre fuimos amigos. Acostarnos es algo que solamente descubrimos que se nos da bien juntos — nos entretenemos, pasamos un buen rato y luego cada uno sigue con su camino. Seguimos siendo amigos, seguimos trabajando juntos y no hay ni un ápice de confusión o drama. No tener que salir en busca de mujeres en los últimos meses es algo que he agradecido y todo se ha reducido a una pequeña selección dentro del ministerio. Quitando el desliz con Gwen hace ya unas cuantas semanas, puedo decir que Annie y mi secretaria son las únicas a las que estoy acudiendo. Scott es un tema nuevo y aparte que ha desestabilizado mi rutina — Este no es un trato precisamente limpio— me relamo vagamente el labio inferior, seguro de que ella va a entender a lo que me refiero, al menos sin los detalles. Pero le concedo lo de la adrenalina. Creo que la facilidad de caer viene por ese lado — Así que me sugieres que siga haciéndolo mientras lo disfrute. ¿No? — es fácil en términos generales. Al final, solo me encojo de hombros — Nunca me ha costado, mi problema con Scott es que no la comprendo — lo dejo salir así como así, hasta que me percato del uso del apellido y asumo que es lo suficientemente común como para tener varias personas con ese nombre dentro del ministerio. Me llevo los nudillos a la boca y carraspeo — Espero que Gwen se apresure. Mis tripas van a empezar a golpearme en cinco minutos — no es una excusa para cambiar el tema, el sonido de mi estómago me secunda.
Hans M. Powell
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Annie C. Weynart
Jefe de Área en Investigación
Levanto ambas manos en el aire, dando a entender que voy a dejar las cosas ahí y no presionarlo más en ese asunto. Como dijo, hoy necesita a la Annie compañera de copas, y si bien esa no tenía problemas en burlarse de ese tipo de situaciones, prefería tratar de ser más comprensiva que hostigadora. No era tarea sencilla dada mi personalidad, pero podía arreglármelas por un día o dos si era necesario.

No había muchas opciones para las que planteaba con su secretaria así que, o la muchacha tenía el prometido más comprensivo del planeta, el más iluso, o era mucho mejor mentirosa de lo que aparentaba a simple vista. Las primeras dos no eran preocupantes, pero de ser la tercera opción, Hans debería cuidarse por si las dudas de cómo la trataba. - ¿Nunca te lo dije? No es como si lo mantuviese en secreto. - Me encojo de hombros sin preocuparme demasiado por el asunto ya que nunca me ha importado demasiado el que dirán en ese aspecto de mi vida. - Saben usar la lengua mejor que varios, pero no es tan sencillo encontrar a aquellas que no buscan nada serio. - Había tenido mi buena cuota de planteos y no buscaba repetir alguna de esas situaciones.

- Entonces de verdad estás dándole demasiadas vueltas al asunto. - Le aseguro. El sexo en sí era un acto que todo el mundo buscaba complejizar más de la cuenta. Como si fuera algo tabú o casi reverencial en algunos aspectos cuando, a fin de cuentas, no dejaba de ser un acto carnal y placentero en varias ocasiones. - No es tan diferente. Si no hubiéramos sido amigos, con nuestras personalidades habría pasado solo una vez al azar y ya. No le daríamos muchas más vueltas al asunto. - Los dos entendíamos en donde nos hallábamos y ninguno complejizaba nada. Es la razón por la cual lo de acostarnos era algo recurrente. Si alguno de los dos buscara otro tipo de cosa de la pseudo relación que llevábamos, o tratase de leer algo más en dónde no había nada, sería la primera en cortar con las visitas ocasionales. - No entiendo qué es lo que quieres comprender. A menos de que el trato tenga que ver con el sexo en sí, no veo ningún problema en que se acuesten de vez en cuando sin leer más de la situación. - Dudaba mucho de que el trato fuese de índole sexual, o que incluyera el sexo como paga o algo así. Encogiéndome de hombros, le sonrío cuando cambia de tema y miro el reloj que llevo en la muñeca. - Diez minutos más, son bastante rápidos.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Niego con un breve encogimiento de hombros. Con quien decida acostarse y de qué género es cosa suya, aunque es un comentario el que me hace llevarme una mano al pecho como si estuviese profundamente herido, arrugando un poco el entrecejo — Mis ratos de dedicación entre tus piernas acaban de sentirse muy ofendidos — murmuro en tono pausado, hasta quebrar la expresión en una sonrisa. Como si esas cosas fuesen de importancia para mí a estas alturas y con alguien con quien tengo toda la confianza, como para variar.

Sí, ella solo simplifica lo que ya sé. Que estoy dramatizando, que nada de esto debería ser importante, que no tengo razones para pensar en todo lo que ha pasado luego de los minutos siguientes a que Scott y yo cerramos las puertas. Pero pienso en mi hija y hay una extraña sensación de que hay algo que se me escapa, por lo que me paso las manos por el rostro y lo froto de arriba a abajo, estirando en parte mis facciones — Que Meerah apareciera en la ecuación lo hizo más incómodo, pero tienes razón. No debería siquiera estar pensando en estas cosas — es una completa estupidez. Lo pienso en lo que ella confirma que serán solo unos minutos y le regreso la sonrisa, dejando caer las manos para usarlas de agarre contra el escritorio y, así, impulsar las ruedas de mi asiento para acercarme — Lo siento, no debería venir con estas cosas. No tienen sentido — aprovecho la posición para besar una de sus rodillas y recargarme un poco en su regazo con los brazos, con los ojos alzados en su dirección y una mueca divertida — ¿Podemos dejar de hablar por un rato? A ver si me desofendo de lo que dijiste hace unos minutos — tal y como dijo, tenemos diez minutos antes de la comida, una que llega cuando las preocupaciones han desaparecido y la normalidad parece haber regresado a la habitación. Como ya dije, Annie siempre es un buen remedio para mis momentos de estrés.
Hans M. Powell
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