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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    3 participantes
    Benedict D. Franco
    Consejo 9 ¾
    No sé cuánto tiempo ha pasado, pero parecen años. Estoy seguro de que han sido solo unas dos semanas, más o menos, pero tampoco me he molestado en chequearlo. No he tenido novedades del catorce y tampoco me he molestado en dárselas por mi parte. Estoy solo, como siempre lo he estado, aunque no sé cómo se supone que va a continuar mi vida. Puedo fingir que soy un esclavo, porque de todos modos tengo la marca que los caracteriza y, sobre todas las cosas, nadie me va a reconocer después de todos estos años. Nadie creería que el enclenque de Benedict Franco está en el distrito cuatro, midiendo un metro noventa y uno, en casa de nada más ni nada menos que Arianne Brawn.

    Me siento terrible por ella. La he condenado a una situación en la cual ella no deseaba estar, le he prometido conocer la libertad del catorce para terminar comprometida al ocultarme en la comodidad y seguridad de su hogar. No me entrega y soy egoísta, porque ella podría ir presa por esto o, aún peor, acabaría condenada a muerte y todo pesaría sobre mis hombros. Sé que tengo que solucionarlo. Podría irme al norte, esconderme con Arya por un tiempo, volverme un repudiado más por el cual nadie va a preguntar. Es triste, pero es mi mejor opción.

    Decido decírselo, anunciar que marcharé mañana por la mañana en cuanto salgo de la ducha en la cual he estado tratando de ahogarme. Es sábado por la tarde, por lo que Arianne está en casa y no tendré que arruinarle una jornada laboral con mis resoluciones; o quizá simplemente me deja ir así como así y lo toma como un alivio, quien sabe. Descalzo, todavía tengo la toalla en la mano con la cual me voy secando el cabello, pero apenas pongo un pie en la sala me doy cuenta de que hay dos personas y no una. Y es tarde, porque mi capa de invisibilidad está escondido en el otro pantalón y no alcanzo a correr de nuevo hacia arriba, por lo cual me congelo en mi sitio. Piensa rápido, Ben Señor… — me inclinación es una torpe imitación de las que solía hacer en mis tiempos de esclavo, pero incluso en aquella época no tenía ropas como estas ni una toalla propia en la mano.
    Benedict D. Franco
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    Arianne L. Brawn
    Consejo 9 ¾
    No había modo de entender su situación. Cualquiera la creería loca, ella misma se consideraba a sí misma de aquel modo cuando estaba más de diez minutos pensando en la situación que se le venía encima, o más bien en la que ya estaba más que presente entre las cuatro paredes de su casa. Estiró los brazos sobre su cabeza, moviendo la misma hacia ambos lados en busca de relajar los músculos. Si seguía de aquella forma acabaría con una contractura de caballo en menos de un mes, y no era para menos. Desordenó su rubio cabello, enredando los rizos entre sus dedos y teniendo que tirar para deshacerse de los mismos. —Te odio— se dijo a sí misma apoyando el rostro contra el armario de la cocina, cerrando los ojos unos segundos hasta que se recompuso. —No— dijo de súbito —, todo está bien Arianne, ¿qué está mal? Nada lo está— parloteó en voz alta, alejándose del armario y tomando una manzana de la encimera. Nada lo estaba y punto.

    Le gustaba tener a Benedict rondando por allí y a la vez la incomodaba por demasiadas razones, algunas que reconocería en voz alta y otras que no lo haría ni estando borracha; o quizás borracha sí… no habría sido la primera vez en verdad. Mordió la fruta, dejándose caer en uno de los sillones, cruzando las piernas a la par que masajeaba su gemelo con la mano libre. Estaban en la cárcel sin estarlo; en decir, ninguno era preso, al menos de momento, pero su casa se había convertido en una verdadera prisión. Estaba comprometida en una situación comprometida, y nada deseada por su parte, con la que tenía que lidiar de la mejor manera posible. No iba a dejarlo solo sabiendo que ella era la culpable de todo el lio que lo estaba rodeando. Masticó con cierta rudeza, presionando los labios cuando alguien tocó la puerta.

    Sus ojos se enfocaron en las escaleras que daban al piso superior, viajando después hacia la puerta. Podía hacer como si no estuviera allí, ¿verdad? El golpeteó persistió, formando un nudo en su garganta que no permitía que siguiera comiendo. Se mordió la lengua antes de encaminarse hacia la puerta con sus pantalones cortos, camiseta vieja y pelos de loca. Había dos posibilidades de personas frente a su puerta, y ambos la conocían de sobra y con ellos poco le importaba verse de aquel modo.

    Pero no era ninguna de esas dos opciones. —Jasper— la manzana se atoró en su garganta y tuvo que girarse hacia otro lado cuando la tos acudió a ella. Aun con la puerta abierta, sin ser capaz de invitarlo a entrar, una tercera persona entró en escena. Toda la sangre desapareció de su rostro. Abrió la boca para dar una explicación que no había sido pedida, pero Benedict fue más rápido. No pudo evitar fulminarlo con la mirada y luego volver a mirar a Jasper. —Compré… un esclavo— pronunció con demasiada poca seguridad. Ella, la fría e indiferente Arianne, estaba titubeando como una idiota. —Pasa— pidió entonces, haciéndose hacia un lado y cerrando la puerta cuando estuvo dentro. —Sabes que no estoy muy a favor de tratarlos mal y por eso, pues— lo señaló con la mano en relación al hecho de que apareciera con aquellas pintas frente a ellos.
    Arianne L. Brawn
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    Jasper E. Davies
    Miembro del Departamento de Justicia
    Mi relación con Maeve desde el principio no ha sido del todo normal. Y sí, en este último año nos hemos estado acostumbrando el uno al otro, ella a tener un padre que cada día aprende algo nuevo de ella, y un padre que se ha saltado toda su infancia y que está aprendiendo a educar ahora. Yo, por mi parte, estoy en proceso de aprender a tratar a una adolescente que está pasando por todas esas situaciones nuevas. Así que, aunque por norma general no solemos discutir, es inevitable que alguna que otra vez se acabe alzando la voz por tonterías. Es por eso mismo por lo que para no caldear más la situación, especialmente porque en este momento ha sido por mi culpa por mucho que no vaya a reconocerlo (al menos no aún, otra cosa es cuando haya pasado un poco la tormenta) delante de Maeve, decido salir un rato de casa y dirigirme automáticamente a la de Arianne. Siempre ha sido así: cuando algo pasa puedo contar con ella, y ella conmigo cuando lo necesite. Estoy tan acostumbrado a esa dinámica, que no me planteo por qué todo es así desde que nos conocemos.

    Lo que no esperaba ver al llegar a su casa era la situación tan inusual que me encuentro cuando abre la puerta: mi mejor amiga con un esclavo. A ver, obviamente no es tan extraño ver a gente con esclavos... pero estamos hablando de Arianne. Ella y el tema esclavos no terminan de ser compatibles. O al menos eso es lo que siempre he creído por todo lo que hemos hablado. No sé por qué repentinamente le ha dado por tener uno, pero ahora mismo ese tema de conversación me llama más la atención que venir aquí a hablarle de mis problemas con mi todavía casi recién encontrada hija adolescente.

    — ¿Desde cuándo tienes un esclavo? — Siendo sincero, no sé cuántos días hace que no hablo con ella. También estoy a punto de preguntarle que por qué, pero no tengo ganas de que me suelte una respuesta borde haciendo alusión a que una gran cantidad de la población tiene uno. Sabe que el tema esclavos es uno que me toca bastante la moral, teniendo en cuenta que mi madre es humana, que yo mismo tuve que comprarla después de años en los que estuvo perdida de casa en casa, pasando por diferentes "dueños", y que hasta tengo una prima por parte de familia materna, Alice, que desapareció hace años y que a saber qué ha sido de ella porque también era humana.
    Jasper E. Davies
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    Benedict D. Franco
    Consejo 9 ¾
    La incomodidad es palpable, tanto como la confusión en el rostro del desconocido. Arianne no es lenta, pronto sigue mi juego y no puedo hacer más que contener la respiración por dos segundos como si, de esa manera, todo se volviese más creíble. Hay una gran diferencia con el Ben que solía ser esclavo y esa es, principalmente, la estatura: hacerme pequeño en el rincón era mucho más sencillo en ese entonces y ser invisible se había convertido casi en mi especialidad. Ahora, siento que estoy un poco más jodido, en especial porque no tengo pinta de alguien que acaba de salir del mercado de esclavos. Opciones hay muchas, pero ponerse a dar excusas no es más que sospechoso. La bondad acostumbrada de Arianne, esa que jamás le permitió tener servidumbre, quizá sea lo que ahora nos salve. Estrujo la toalla húmeda entre mis dedos y puedo sentir las gotas resbalándose de la tela, pero me mantengo sereno en un intento de demostrar que soy inocente y que la confusión que demuestra el recién llegado no será un problema. No lo digo solo por mí: Arianne podría pasarla mucho peor.

    Que la puerta se cierre detrás de él solo me confirma que ahora debería empezar el teatro que yo mismo he montado. Sin que nadie me diga nada, mantengo la cabeza gacha cuando doblo la toalla y observo a mi alrededor. Podría irme, mantener la ilusión con simplemente desaparecer de la vista bajo alguna excusa tonta, pero también sé que los esclavos tienen que hacerse cargo de las visitas, es una especie de norma impuesta. Como estoy seguro de que pronto podrán ver el humo saliendo de mis orejas, tomo algo de aire e intento regresar a una postura natural, por extraño que todo esto parezca. Veamos… ¿cómo era que se hacía esto?

    Paso de responder la duda del recién llegado. Sé que se ha dirigido a Ari, así que contestar sería una falta, pero me es imposible abrir la boca en obvia intención de una respuesta. Me percato casi de inmediato, así que la mueca suena a un “ehhh” hasta que encuentro cómo zafarla — ¿Desean algo de beber? — pregunto en un murmullo que suena casi como un eco, supongo que delatando lo incómodo que es esto para mí. Intento, por todos los medios, no echar un vistazo en dirección a Arianne, a pesar de la pesadez que puedo sentir en el pecho. Me coloco la toalla en el hombro derecho para tener las manos libres y hago un movimiento de la cabeza algo inestable,amagando a dar un paso en dirección a la cocina — Puedo servirles lo que deseen y luego continuar con las tareas de la tarde — que serían, en otras palabras, desaparecer.
    Benedict D. Franco
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    Arianne L. Brawn
    Consejo 9 ¾
    Todas las situaciones podían mejorar, pero también podían empeorar. Y su caso era uno claro de empeoramiento. Trató de mantenerse serena, no mostrando demasiadas expresiones en su rostro, aunque con la mínima ya podría resultar bastante extraño, en relación a la presencia de un humano en su casa. Ella. Ella volviendo a tener un esclavo era como encontrar agua en pleno desierto; había probabilidades, pero era un porcentaje tan bajo que podría, incluso, considerarse inexistente. Simplemente esperaba que no le preguntara por qué ahora tenía uno, ni siquiera sabía cómo iba a poder desenvolverse de la interrogante, su cerebro estaba adormecido y no era capaz de funcionar a plenas capacidades, siquiera a una décima parte quizás.

    Esperó a que entrara, cerrando la puerta tras de él y aprovechando el momento que le dio la espalda para ejecutar un movimiento en dirección a Ben, indicándole que se fuera de allí con cualquier excusa, o que desapareciera sin mediar palabra alguna. Volvió su atención hasta Jasper ante su pregunta, quedándose aún parada frente a la puerta. Qué le pasaba. Estaba actuando como un animalillo asustado y podía ser el desencadenante, nuevamente, de algo malo. —Dos… ¿semanas?— titubeó en sus palabras, meneando la cabeza hacia ambos lados, en buscar de sacarse a sí misma de su ensimismamiento, y caminar hasta colocarse a su lado, ofreciéndole que se sentara. —Sí, dos semanas aproximadamente— repitió tratando de controlar su tono de voz, mirando de reojo a Benedict. —Mi madre ya es mayor, no quería que siguiera viniendo a casa a ordenar todo mi desorden y… las cosas acabaron así— torció el gesto.

    Una razón tan banal era hasta patética. Se sintió mal después de pronunciar aquellas palabras, dejándose caer sobre el sofá con las manos apoyadas en sus piernas. No recordaba que era tan idiota cuando estaba nerviosa, hacía tanto tiempo que no se sentía de aquel modo que había acabado olvidando como era estar en un tipo de situación como aquella. Volvió la mirada hacia atrás cuando escuchó su voz, retirándola rápidamente y regresándola hasta Jasper. —Yo no quiero nada, gracias. ¿Quieres algo?— preguntó ella también con cierta urgencia. Sólo quería que Benedict se fuera del comedor lo antes posible. —Y... ¿ha pasado algo?—. Prefería alejar la conversación del hecho de tener un esclavo, y ya que él había venido hasta allí sería por alguna razón. No era del tipo de persona que iniciara conversaciones fuera del ámbito laboral, aunque allí tampoco lo hacía con regularidad, por lo que se sintió extraño ser ella la que provocara la conversación entre ambos.
    Arianne L. Brawn
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    Jasper E. Davies
    Miembro del Departamento de Justicia
    Que me diga que hace dos semanas que tiene en su casa a este hombre —porque la palabra esclavo me repugna, así que suelo intenta obviarla aunque no lo consiga todas las veces—, no me sorprende. Realmente he estado tan ocupado con cosas del trabajo y con Maeve que apenas he tenido tiempo de hablar con mi mejor amiga. Eso y que por muy amigos que seamos, no estamos todo el día pegados como lapas aunque algunos crean lo contrario. Y siendo sincero, ahora me tocará venir menos a su casa, visto lo visto. No es porque me imponga la presencia de un hombre tamaño armario, cuyos brazos equivalen a tres de los míos, sino porque no tengo ganas de ver que Arianne se ha rebajado a esta sociedad lamentable, sin tener en cuenta los derechos que todas las personas, independientemente de si tienen sangre mágica o qué son, deberían tener.

    No puedo evitar soltar un bufido con la excusa que pone. — Podrías haberme pedido ayuda. — Puede que últimamente no tenga tiempo de nada, pero lo sacaría de donde fuera con tal de evitar estas cosas. — O a mi madre. — Sí, mi madre es humana, pero está en buenas condiciones, la conozco y sé cómo piensa, y si ella aceptase, hubiera podido echarle una mano a Arianne antes que tener que traer a alguien de fuera que a saber qué pasado tiene o qué le hará. No son casos comunes, pero hay algunos... en fin, algunos esclavos que alguna vez se han puesto de malas maneras con los magos. Son pocos, pero alguno hay. Obviamente tienen razones para hacerlo, pero la seguridad de mi amiga es lo primero, independientemente de mis creencias.

    El tema de mi hija ahora mismo me parece una tontería sin importancia, así que cuando me pregunta, hago un gesto con la cabeza para quitarle importancia al asunto. — No, no te preocupes. Era una tontería sobre Maeve. — Apenas le he estado prestando atención al pelirrojo. No es hasta que este habla cuando por fin, tras unos segundos, vuelvo a dirigirle la mirada. — No, no quiero nada. — Primero, no tengo ganas de nada después de haberme encontrado con esta situación; y segundo, no quiero obligarle a que me traiga algo. — ¿Cómo te llamas? — Lo menos que puedo hacer es intentar ser educado, dentro de lo malo.
    Jasper E. Davies
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    Benedict D. Franco
    Consejo 9 ¾
    Como el buen esclavo que nunca fui, me quedo callado mientras el susodicho demuestra su inconformismo y Arianne intenta salvar la situación. Mis ojos van de uno al otro a pesar de la impasibilidad de mi cuerpo, como si fuese una estatua demasiado cuidadosa. Supongo que lo que dice mi amiga es una excusa válida, aunque paso el peso de una pierna a la otra ante la incomodidad de ser, solamente, una opción de servidumbre. Si hubiese sido más rápido, quizá podría haber pensado algo mejor, manejable mientras el desconocido no viese la marca de la M en mi muñeca, y sin embargo ser un esclavo fue mi opción viable y la peor para la rubia. Si le he arruinado una amistad, es otra de las cosas que he hecho mal en lo que va del mes.

    Hago una señal afirmativa con la cabeza en dirección a mi supuesta ama y me centro en el otro, esperando una orden que no llega. En su lugar, es una pregunta la que me mantiene en mi sitio, suspirando de mala gana a pesar de que intento camuflarlo — Benedict… — es una respuesta demasiado automática, demasiado estúpida, en especial porque dentro de NeoPanem prefiero usar el Desmond, el cual casi nadie registra. Dudo un momento y paso saliva al forzar la sonrisa, tratando de parecer lo más natural posible — … Johnson — me lanzo a mi apellido materno como si fuese un salvavidas, a pesar de que jamás lo he usado ni siquiera en los documentos — Y no debe preocuparse por la señorita Brawn. Esto es mucho mejor que el mercado de esclavos — si lo sé yo; además, tratar de calmar el aire tenso es algo que le debo, aunque no pueda hacer mucho desde mi posición.

    Asumo que estos dos son amigos o, quien sabe, otra cosa. No me he molestado en indagar en la intimidad de Ari y tampoco es momento de hacerlo ahora. Por otro lado, me tomo un pequeño atrevimiento — ¿Y usted es…? — intento usar el tono más amable que soy capaz, en vista de que no parece un mal tipo y yo soy el verdadero intruso. Le hago un gesto a Arianne, señalando primero la cocina y luego las escaleras — ¿Quieres que me vaya, Ari… anne? — mordisqueo mis labios, dando unos pasos hacia atrás pero echándole una mirada al tipo, casi analizándolo de pies a cabeza. De seguro están mejor solos — No quiero ser una molestia para ustedes — y si quieren más intimidad, siempre puedo irme de la casa.
    Benedict D. Franco
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    Arianne L. Brawn
    Consejo 9 ¾
    Conocía aquel tono y sus gestos estaban más que claros. La estaba juzgando sin pudor alguno, sin tener la menor idea de lo que estaba pasando allí o cómo lo estaba pasando ella con toda la situación en la que se había visto envuelta. La rubia era diferente con los demás, no mostraba lo más mínimo interés en aquellos que no conocía, pero Jasper la conocía lo suficiente como para pensar aquello; o al menos eso había pensado durante todo el tiempo que permanecieron juntos. Se mantuvo en silencio durante unos segundos en los que la tensión se podía cortar con un cuchillo para mantequilla. Con otros habría ignorado sus palabras, con él, llanamente, no podía. Los años trabajando en Wizengamot, las personas con las que se había tenido que enfrentar le habían enseñado lo suficientemente bien a leer entre líneas las palabras de otros. —¿No crees que estarías usando a tu madre como una esclava mandándola a limpiar la casa de otros?—. Estaba molesta, hasta el más ciego se habría percatado de ello, por lo que prefirió no controlar sus palabras. Cruzó los brazos bajo el pecho, apoyando la espalda contra el respaldo del sofá y fijando su claro mirar al frente. —Ni siquiera sabes la razón—, agregó entonces con voz más calmada. No podía negarlo, tener aquel sentimiento de estar siendo juzgada por Jasper le gustaba tan poco como si hubieran sido su madre o Marco los que lo estuvieran haciendo.

    Un suspiro escapó de sus labios, dejando ir todo el aire que había en sus pulmones y volviéndose pequeña en el sillón que ocupaba. Por un instante, casi por un segundo, olvidó la presencia de Benedict hasta que le preguntó directamente como se llamaba. Quizás no era malo del todo, no había nada en que preguntara su nombre, el problema surgía en la respuesta en sí. Si hubiera sido un folio, probablemente su rostro se habría llenado de interrogaciones, sin contar con la incredulidad de su mirada. ¿Cómo había sobrevivido tanto tiempo? Incluso los simples ladrones eran mucho más rápidos inventándose escusas, aunque ya fueran más que repetitivas y poco originales, de lo que lo había sido él. —Su nombre… me recordó a alguien así que no pude evitarlo— habló después ella, esbozando una pequeña muequita que no tardó demasiado en retirar de su expresión.

    Nunca daba explicaciones, a no ser que fueran necesarias para su trabajo, por lo que el hecho de estar tratando de excusarse le costaba como la vida misma. Miró a Jasper. Quién era. Cómo debía definirlo. ¿El único amigo que tenía? ¿Otro Vencedor? ¿Un compañero de Wizengamot? Sin duda estaba más que claro que no era cualquier persona para ella puesto que, si así lo fuera, simplemente no habría dejado que entrara en su casa ni hablaría de aquel modo con él. Una interrogante se atoró en su garganta, mirando la cocina y luego las escaleras. ¿No quedaría demasiado extraño si desaparecía escaleras arriba? Quizás era demasiado extraño que durmiera en el piso superior teniendo en cuenta que ella también lo hacía y se suponía que solo era un esclavo; estaba oxidada en aquello. O puede que solo estuviera siendo paranoica. —Todo está bien aquí— acabó diciendo sin estar del todo convencida y echándole una ojeada, de soslayo, a Jasper. Deseando que no quisiera preguntarle nada más o se interesara más en él… aunque no estaba del todo segura teniendo en cuenta que ‘algo’ tenía que tener para haber acabado siendo su esclavo después de más de trece años negándose en rotundo a oír hablar de aquella dichosa palabra.
    Arianne L. Brawn
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    Jasper E. Davies
    Miembro del Departamento de Justicia
    No puedo evitar fruncir el ceño, desconcertado, cuando comenta lo de mi madre. Sé que no lo dice a malas, o eso quiero creer, pero igualmente el comentario me molesta. Sabe perfectamente que nunca obligaría a mi madre a nada, que todo se lo pregunto y que la mayoría de veces acabo rechazando su ayuda cuando se ofrece a limpiar la casa o a ir a comprar porque me niego a tratarla de esa manera. Si vive conmigo es simplemente para darle un techo sobre el que vivir y la seguridad de un hogar tranquilo y no problemático. — Digo que le podrías haber preguntado, no que te la hubiera mandado en contra de su voluntad, Arianne. — No suelo llamarla por su nombre completo, pero me sale de manera automática por culpa de hacia dónde se está desviando la conversación. Que mi madre tenga que vivir bajo la condición de esclava es algo que lleva atormentándome más de quince años y seguramente sea siempre así.

    Opto por no preguntarle a qué se refiere con sus razones porque doy por hecho que no haré más que liar la conversación, así que lo que hago es dejarme caer en uno de los sillones próximos a donde está sentada mi amiga. Pero al parecer, uno de los motivos por los que el hombre ha acabado aquí no tarda en salir a la luz: — ¿Benedict? ¿Le has traído aquí por eso, por su nombre? — pregunto, sin comprender muy bien de qué está hablando. — ¿A quién te recuerda? Ni siquiera sabía que conocieras a algún... — Pero tengo que callarme. Yo hace años que fui dejando de lado mi adolescencia y a las personas que perdí en la Arena, pero ella siempre ha sido diferente en ese sentido. Cuando nos conocimos, los dos estábamos en nuestra peor época, pero yo avancé más rápido que ella. Y aquí estamos otra vez, con Arianne trayendo a un hombre simplemente porque comparte el nombre de un antiguo amigo que perdió de vista hace años, con el cambio de Gobierno. Yo pude encontrar a mi madre, pero ella no le encontró y es un tema del que prácticamente nunca hemos hablado. Por mucha confianza y amistad que haya, hay cosas que es mejor ignorar.

    Que ese sea uno de los motivos por el que lo haya hecho me molesta todavía más; no es un objeto que puedas adquirir simplemente porque tengan el mismo nombre. Sea como sea, que él pregunte por mi nombre consigue llamar mi atención y dejar ese tema de lado por un instante. — Soy Jasper Davies — respondo a la pregunta del pelirrojo, volviendo a centrar la mirada en él. — Y dime, Benedict, ¿has estado en muchos otros distritos o has pasado más tiempo en el mercado? — Lo único que puedo hacer es intentar conocer su pasado y asegurarme de que no vaya a hacerle daño a Arianne, porque convencerla de que se deshaga de él es algo que está fuera de mi alcance.
    Jasper E. Davies
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    Benedict D. Franco
    Consejo 9 ¾
    No hay por qué discutir… — murmuro sin meditarlo, consciente de cómo sus voces parecen agitarse y tomándome un atrevimiento que no me corresponde, esclavo o no. Es una situación irritante, lo suficiente como para hacerme sentir miserable sin saber cómo se supone que debo solucionarlo. Y todo empeora, porque pronto Arianne hace alusión a un niño que ambos conocíamos y que me obliga a mirarla con incredulidad. ¿Es en serio? ¿Por qué incluir el pasado en todo esto? Da igual, porque el sujeto se presenta como Jasper Davies y eso me deja pensativo, tratando de ubicar los motivos por los cuales me suena. ¿Por qué me suena…? — ¿El vencedor? — ¿Es esto una reunión o qué? Tengo el impulso de ponerme el pelo en la cara, como si eso hiciera alguna diferencia, pero sé que él no podrá reconocerme. Aún así, paso el peso de un pie al otro en obvia incomodidad.

    Oh, bueno. Sí, un par — me es inevitable no responder con parte de la verdad, siendo culpable de un tono ligeramente sarcástico que no puedo contener — Pero el mercado… bueno, tengo varios recuerdos de ese lugar — no diré que fueron años porque sería una enorme mentira y no creo tener tanta información en caso de un interrogatorio algo más detallista, pero tampoco puedo decir que lo que digo no es verdad. Pasé semanas ahí dentro, hace mucho tiempo, pasando una de las épocas más humillantes y dolorosas de mi existencia. Por inercia, me froto un hombro, como si pudiese así calmar el dolor de los golpes y castigos infundados hace tanto tiempo y que Seth tuvo que curar en un estado de completa ignorancia. Algunas marcas continúan, pero las internas son las peores.

    Soy consciente de cómo ha cambiado el semblante y estoy seguro de que mi ceño se ha tornado sombrío por un instante, por lo que me obligo a bajar la mirada y hacer una rápida reverencia con la cabeza — Si no necesitan de mí, prefiero retirarme — la urgencia por desaparecer es obvia, pero poco me importa — Ha sido un placer, señor Davies — y con una última mirada significativa en dirección a Arianne, me volteo y subo las escaleras a toda velocidad, aún sintiendo el corazón acelerado y en medio de mi garganta. No sé qué impresión tiene aquel hombre de mí, pero prefiero salir de su campo de vista antes de que saque conclusiones que podrían ser un problema.
    Benedict D. Franco
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    Arianne L. Brawn
    Consejo 9 ¾
    Se acomodó en el sofá, apoyando la espalda contra el respaldo y mirando en otra dirección. Las ocasiones en las que había sentido un ambiente como aquel estando cerca de él eran nulas, inexistentes. Tenían sus diferencias pero siempre se habían entendido el uno al otro; al menos él no había preguntado demasiadas cosas y, simplemente, se había mantenido a un lado sin importarle cual fría o indiferente podía ser con los demás, porque bien sabía que, cuando la situación lo ameritaba, con él no era de aquel modo.

    Dejó ir todo el aire de sus pulmones, sintiéndose pequeña en su propia casa. Enfocó entonces su mirar en Jasper, arqueando ambas cejas hasta que él mismo se percató de ello. —Sabes que solo he tenido un esclavo antes y fue para salvarlo, no entiendo por qué piensas que esta es una situación diferente— comentó claramente cansada de la situación. Meneó la mano, no queriendo hacer comentario alguno más en relación al hecho de que ahora había un esclavo en su casa, pesare a quien le pesare, estaba allí y fin del asunto. Solo quería indicarle a Benedict que podía irse, pero, al parecer, Jasper estaba lo suficientemente interesado en él como para seguir preguntándole todo lo que quería. Lo escudriñó con la mirada, esperando poder descifrar, de algún modo, que era lo que estaba pasando por la cabeza de su amigo.

    Inclinó el cuerpo hacia atrás, interesándose en las palabras de Benedict. Siquiera tuvo tiempo de asentir con la cabeza cuando él ya se precipitaba escaleras arriba en busca de aislarse de aquel embrollo. No sabía que había sido más desafortunado, si el hecho de que Jasper descubriera de aquel modo que había alguien más en su casa o que fuera un esclavo. A él parecía molestarle mucho más el hecho de que fuera esclavo y ahora estuviera allí, sin duda. —No creo que le haya gustado recordar el tiempo que ha pasado en el mercado de esclavos— trató de comentar como forma de romper el hielo, dejando de mirar en dirección a las escaleras y posándola sobre su amigo. —Y... siento el comentario de antes— agregó seguido de un ligero carraspeo de incomodidad.

    Trató de acomodar su desordenado cabello con una mano, colocándo un mechón de pelo tras su oreja. —¿Ha... pasado algo?— volvió a preguntar entonces. Queriendo alejar el tema de Benedict ahora que él no estaba presente y que, con suerte, no volvería aparecer mientras Jasper permaneciera allí.
    Arianne L. Brawn
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    Jasper E. Davies
    Miembro del Departamento de Justicia
    No puedo evitar removerme en el asiento, nervioso, cuando me pregunta que si soy el vencedor. Durante los primeros años tras los Juegos me acostumbré a que me reconocieran por ello, pero es algo que está en mi pasado desde hace tiempo porque han pasado quince años, y el tiempo ha continuado su rumbo y la gente lo ha ido olvidando. Si a eso le sumamos que he crecido y obviamente he cambiado físicamente, he dejado de estar acostumbrado a que me pregunten estas cosas. Pero supongo que algunas cosas nunca cambian, especialmente cuando eres el tributo superviviente de unos Juegos que supuestamente deberían de haber sido seguros y que acabaron siendo una masacre. — Ese mismo — acabo diciendo, esta vez sin atreverme a mirarle. Quizá he conseguido dejar el pasado atrás, pero nunca se puede olvidar del todo cuando he visto cosas que nadie debería ver, independientemente de la edad que se tenga.

    No soy capaz de responder al comentario de Arianne porque ni yo mismo sé la respuesta. Supongo que la situación esta vez es completamente diferente porque en este caso estamos hablando de alguien que ha traído simplemente por su nombre y eso me preocupa... o puede que simplemente sea otro tipo de desconfianza. Nunca he sentido nada más allá de la amistad por ella, pero quizá hay una pequeña parte de mí que se siente incómodo con la idea de que tenga bajo su techo a alguien que me dobla en músculos. No es que me sienta amenazado, pero realmente tampoco sé cómo describirlo. Obviamente es algo que tengo que callarme para mí mismo, y tampoco se me ocurre nada para improvisar, así que me dedico a guardar silencio mientras el pelirrojo se escusa. — Lo mismo digo, Benedict — le respondo de vuelta, y esta vez mirándole a los ojos, antes de que se vaya por las escaleras. Claro que me hubiera gustado indagar más para quedarme más tranquilo, pero visto lo visto, es algo que tocará dejar para otro momento.

    En cuanto desaparece por las escaleras suelto un bufido y me dejo caer todavía más en el sillón, con la cabeza apoyada completamente en el respaldo. — No te preocupes, Ari. — Su comentario no me ha gustado y tampoco esperaba que se pusiera tan a la defensiva, pero no se lo voy a tener en cuenta. — Solo quiero asegurarme de que estarás bien y de que no has metido a un psicópata en tu casa. — Porque al final, independientemente de otras razones inconscientes, esa es mi mayor preocupación. Todavía en la misma posición, giro ligeramente la cabeza hacia ella cuando me pregunta por la visita repentina. — Ah, no, no te preocupes. Era una tontería sobre Maeve. — Estamos acostumbrados a ir a casa del otro sin avisar, pero estas últimas semanas hemos estado algo distanciados; ella con su esclavo al parecer, y yo con mi hija. — Creo que debería volver a casa y ver si ya se le ha pasado el enfado. — No le dejo tiempo a responder porque me levanto del sillón de un salto. — Ya hablaremos en otro momento, ¿vale? — Después me dirijo hacia la salida, y una vez estoy fuera, suelto todo el aire que había estado reteniendo durante este último minuto sin darme cuenta. En casi dieciséis años, creo que nunca habíamos tenido una situación tan incómoda.
    Jasper E. Davies
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