VERANO de 247521 de Junio — 20 de Septiembre
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Phoenix D. Langdon
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The Mighty Fall
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The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Mayo
Juego con el anillo que rodea mi dedo índice, lo cambio a otro, estoy nerviosa a la espera de que me concedan mi entrevista con la ministra mientras espero sentada en el pasillo, bajo la mirada supervisora de una secretaria. Mi madre es la primera en querer enterarse de todos mis planes, lo hace con un frío afecto, que sigue siendo afecto a pesar de ser frío, y que la mayoría de las veces se siente como si necesitara tener control sobre mí, de que mis planes se ajusten a lo que ella espera de mí. Por eso se alegró de mi iniciativa en comenzar cuanto antes mis pasantías en el ministerio, el lugar donde aspiro a trabajar algún día. Y más que yo, con más ansía, lo desean mis padres. La excusa era buena para solicitar una reunión con Leblanc.
El propósito real es otro, lo tengo claro, pese a que todavía no diseñé una los pasos a seguir para lograrlo. Por lo que pude comprobar, la confidencialidad de datos sobre los estudiantes del Royal es un asunto serio para los administrativos del colegio. Nadie va a darme información solo porque llego con curiosidad y una expresión inocente. Conozco la normativa que respalda su acción, y por mis conocimientos puedo idear una mentira que justifique el por qué necesito saber qué otro estudiante del colegio comparte la identidad de su padre conmigo, aunque no tengamos el mismo apellido. Porque si lo tuviera sería más fácil. Eso también implicaría que todo para mis padres estaría por los suelos.
Cuando la secretaria me avisa que puedo pasar a la oficina y me señala el camino como si yo no pudiera ver la amplia puerta, recojo a prisa mi abrigo y morral de cuero que dejé en la silla vecina, para meterme dentro antes de que la oportunidad se me escape. La mujer rubia que está dentro me impresiona, así que no doy ni un paso más. Cuando tenga veinte años más y trabaje en el ministerio, quiero verme como ella a contraluz. Toqueteo mi cabello rubio y cuando me doy cuenta de lo que estoy haciendo, dejo caer mi mano. Tomo la inspiración necesaria de valentía y doy un paso hacia delante. —Soy Synnove Lackberg— me presento, a punto de agregar curso, especialidad, hacer mención a mis calificaciones, y en fin, echar todas las buenas cartas que tengo para justificar por qué estoy ahí. Un pensamiento perturbador que tengo es que la ministra nos conoce a cada uno de nosotros. —Gracias por recibirme— murmuro.
Juego con el anillo que rodea mi dedo índice, lo cambio a otro, estoy nerviosa a la espera de que me concedan mi entrevista con la ministra mientras espero sentada en el pasillo, bajo la mirada supervisora de una secretaria. Mi madre es la primera en querer enterarse de todos mis planes, lo hace con un frío afecto, que sigue siendo afecto a pesar de ser frío, y que la mayoría de las veces se siente como si necesitara tener control sobre mí, de que mis planes se ajusten a lo que ella espera de mí. Por eso se alegró de mi iniciativa en comenzar cuanto antes mis pasantías en el ministerio, el lugar donde aspiro a trabajar algún día. Y más que yo, con más ansía, lo desean mis padres. La excusa era buena para solicitar una reunión con Leblanc.
El propósito real es otro, lo tengo claro, pese a que todavía no diseñé una los pasos a seguir para lograrlo. Por lo que pude comprobar, la confidencialidad de datos sobre los estudiantes del Royal es un asunto serio para los administrativos del colegio. Nadie va a darme información solo porque llego con curiosidad y una expresión inocente. Conozco la normativa que respalda su acción, y por mis conocimientos puedo idear una mentira que justifique el por qué necesito saber qué otro estudiante del colegio comparte la identidad de su padre conmigo, aunque no tengamos el mismo apellido. Porque si lo tuviera sería más fácil. Eso también implicaría que todo para mis padres estaría por los suelos.
Cuando la secretaria me avisa que puedo pasar a la oficina y me señala el camino como si yo no pudiera ver la amplia puerta, recojo a prisa mi abrigo y morral de cuero que dejé en la silla vecina, para meterme dentro antes de que la oportunidad se me escape. La mujer rubia que está dentro me impresiona, así que no doy ni un paso más. Cuando tenga veinte años más y trabaje en el ministerio, quiero verme como ella a contraluz. Toqueteo mi cabello rubio y cuando me doy cuenta de lo que estoy haciendo, dejo caer mi mano. Tomo la inspiración necesaria de valentía y doy un paso hacia delante. —Soy Synnove Lackberg— me presento, a punto de agregar curso, especialidad, hacer mención a mis calificaciones, y en fin, echar todas las buenas cartas que tengo para justificar por qué estoy ahí. Un pensamiento perturbador que tengo es que la ministra nos conoce a cada uno de nosotros. —Gracias por recibirme— murmuro.
Recorro las inmediaciones de mi oficina con un expediente en la mano y un vaso en la otra. Sorprendentemente el vaso solo tiene té helado, pero no acostumbro a beber en las horas de oficina; no a menos que sea un caso muy complicado o que haya estado muchas horas encerrada. Los tacones golpean contra el piso a un ritmo casi armónico y trato de interpretar las anotaciones del asistente que ha completado el análisis del menor en cuestión. No es tarea fácil, y pienso sinceramente en mandar a todo el mundo a hacer un curso de caligrafía.
La voz de Clara interrumpe por el comunicador anunciándome la llegada de mi cita de las once y cómo aún faltan tres minutos para el horario pactado, le indico que espere hasta que sean en punto. Es justo el tiempo que necesito para terminar de leer, guardar el archivo y bordear el escritorio para tomar asiento antes de recibir a la muchacha Lackberg. No recuerdo si en algún momento tuve la oportunidad de hablar con ella previo a esta reunión, pero no podía decir que no tenía interés de reunirme con una alumna de tercer curso que se las había arreglado para tener un expediente prácticamente impoluto.
- Siempre es un placer recibir a mentes jóvenes interesadas en su futuro, toma asiento. - Le señalo las sillas que están delante del escritorio y no me esfuerzo en disimular que la estoy observando con atención. No de mala manera, por supuesto. Simplemente me encuentro curiosa. - Creo que no nos hemos visto antes Señorita Lackberg, ¿qué le ha hecho pedir una reunión conmigo en vez de acudir con el director o la consejera?
La voz de Clara interrumpe por el comunicador anunciándome la llegada de mi cita de las once y cómo aún faltan tres minutos para el horario pactado, le indico que espere hasta que sean en punto. Es justo el tiempo que necesito para terminar de leer, guardar el archivo y bordear el escritorio para tomar asiento antes de recibir a la muchacha Lackberg. No recuerdo si en algún momento tuve la oportunidad de hablar con ella previo a esta reunión, pero no podía decir que no tenía interés de reunirme con una alumna de tercer curso que se las había arreglado para tener un expediente prácticamente impoluto.
- Siempre es un placer recibir a mentes jóvenes interesadas en su futuro, toma asiento. - Le señalo las sillas que están delante del escritorio y no me esfuerzo en disimular que la estoy observando con atención. No de mala manera, por supuesto. Simplemente me encuentro curiosa. - Creo que no nos hemos visto antes Señorita Lackberg, ¿qué le ha hecho pedir una reunión conmigo en vez de acudir con el director o la consejera?
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Me lleva dos pasos estar de pie al lado de la silla y con suavidad la retiro hacia atrás para sentarme, doblando la chaqueta en mis brazos para acomodarla sobre mis rodillas. Cuadro los hombros para mostrarme segura, ensayé muchas veces esta postura delante de mi espejo a medida que pasaban los años porque la necesitaría en el futuro. El mismo que la ministra extiende para mí con su mención. Creo saber lo que quiero, una oficina similar a esta, pertenecer a este departamento del ministerio. No precisamente a Educación, ese detalle me lo guardaré en esta entrevista, porque si tengo que correrme un poco de mi camino fijado para conseguir lo que me apremia en este momento, lo haré.
—Quiero adelantar mis prácticas en el ministerio—. Voy directo al punto. Quiero creer que no soné ansiosa, sino convencida de mi plan. —Tengo un buen expediente como estudiante—. «Excelente» porque mis padres morirían de la impresión si vieran calificaciones regulares, esas por las que mis compañeros festejan como si acabaran de sobrevivir a una masacre y yo me mantengo al margen, con una felicidad apagada respecto a mis propias notas. —Y puesto que seguiré siendo estudiante del Royal unos años más, quería colaborar con el ministerio de Educación. La consejera dijo que era una idea ambiciosa—. Entrelazo los dedos por encima de la tela de mi chaqueta, mi postura sigue siendo tan rígida que mi espalda empieza a resentir la tensión. —No creo que lo sea, y por eso pedí esta entrevista, para preguntárselo directamente a usted.
No es impaciencia con respecto al tiempo, todo lo contrario. Es paciencia al decidir iniciar un camino que promete ser largo para alcanzar mi propósito. ¿Lo vale? Sí. Me gusta pensar que soy y sere de esas personas que una vez que saben lo que quieren, no desisten hasta alcanzarlo. No esperan a que el tiempo acomode las cosas, sino que mueven los hilos para que las cosas ocurran. Y sé que mis compañeros pueden resentirse conmigo, creyendo que a lo que aspiro es a simpatizar con la ministra de Educación. Lo valioso ahora mismo para mí es conocer la identidad de mi hermano, y no lo haré preguntándole directamente a la ministra en primera instancia, porque espero poder hacerlo de una manera más sutil, revisando expedientes. Cuando la gente tiende a mentirte mirándote a los ojos, como lo hacen mis padres, te acostumbras a buscar la verdad a tu modo, porque la necesitas para ti, para nadie más, ni siquiera hace falta contárselo a alguien después. Es la necesidad de saber y descubrir que monstruos hay debajo de la cama.
—Quiero adelantar mis prácticas en el ministerio—. Voy directo al punto. Quiero creer que no soné ansiosa, sino convencida de mi plan. —Tengo un buen expediente como estudiante—. «Excelente» porque mis padres morirían de la impresión si vieran calificaciones regulares, esas por las que mis compañeros festejan como si acabaran de sobrevivir a una masacre y yo me mantengo al margen, con una felicidad apagada respecto a mis propias notas. —Y puesto que seguiré siendo estudiante del Royal unos años más, quería colaborar con el ministerio de Educación. La consejera dijo que era una idea ambiciosa—. Entrelazo los dedos por encima de la tela de mi chaqueta, mi postura sigue siendo tan rígida que mi espalda empieza a resentir la tensión. —No creo que lo sea, y por eso pedí esta entrevista, para preguntárselo directamente a usted.
No es impaciencia con respecto al tiempo, todo lo contrario. Es paciencia al decidir iniciar un camino que promete ser largo para alcanzar mi propósito. ¿Lo vale? Sí. Me gusta pensar que soy y sere de esas personas que una vez que saben lo que quieren, no desisten hasta alcanzarlo. No esperan a que el tiempo acomode las cosas, sino que mueven los hilos para que las cosas ocurran. Y sé que mis compañeros pueden resentirse conmigo, creyendo que a lo que aspiro es a simpatizar con la ministra de Educación. Lo valioso ahora mismo para mí es conocer la identidad de mi hermano, y no lo haré preguntándole directamente a la ministra en primera instancia, porque espero poder hacerlo de una manera más sutil, revisando expedientes. Cuando la gente tiende a mentirte mirándote a los ojos, como lo hacen mis padres, te acostumbras a buscar la verdad a tu modo, porque la necesitas para ti, para nadie más, ni siquiera hace falta contárselo a alguien después. Es la necesidad de saber y descubrir que monstruos hay debajo de la cama.
Hay gestos, a veces pequeños, que siempre me gustaba observar en mis estudiantes. Otros no eran tan pequeños, y otros ni siquiera eran gestos. En el caso de la señorita Syvonne, era la extraña actitud de determinación que portaba en la mirada. No me costaba reconocer que una de las cualidades que debía destacar en su carácter, era esa seguridad, innata o practicada, que parecía emanar de ella. - Directa y concisa, me agrada… - no buscaba ser humilde de manera innecesaria, pero tampoco exagerar sus virtudes. Dejar que sus acciones hablen por ella es lo mejor que pudo hacer para captar mi atención.
- Conozco su expediente señorita Lackberg, es intachable, le voy a dar eso. - Me dejo caer contra el respaldo del asiento y entrecruzo mis dedos por sobre el escritorio, mientras sigo analizando su porte. - Pero tiene razón, la idea no es ambiciosa, es simplemente lógica y no creo que sea eso lo que la haya hecho venir hasta aquí necesariamente. - Conociendo su historial familiar, su trayectoria por la institución, y sus registros; no era muy difícil seguir la lógica de su pensamiento. - Luego voy a necesitar el nombre de la consejera que te recibió, si me permites ese gusto. - A veces era necesario cruzar un par de palabras con determinados empleados, y si la mejor respuesta que podía dar una consejera era esa… pues necesitaría que reformulase su actitud para con los alumnos.
- Primero que nada, voy a tratarte de vos. No me gusta tanta formalidad innecesaria, menos cuando la mitad de mis colegas todavía me llama Lulú. tú puedes hacerlo también. - Profe Lulú para ser más exacta, pero jamás me sacaría ese apodo de la espalda, y tampoco es que estuviese interesada en hacerlo. Me agradaba el sobrenombre. - Ahora bien, supongo que el motivo principal de tu visita estará más relacionado con el hecho de quién es tu padre… ¿Cuáles son las razones por las que quieres colaborar con el ministerio de educación? - Con su mente bien podría estar en el ministerio de justicia. Necesitaba saber que su motivación provenía de ella, y no necesariamente por ser una nena de papá. Lo admitía, Ivar Lackberg no era una de mis personas favoritas en el mundo, pero su hija y él eran dos personas diferentes.
- Conozco su expediente señorita Lackberg, es intachable, le voy a dar eso. - Me dejo caer contra el respaldo del asiento y entrecruzo mis dedos por sobre el escritorio, mientras sigo analizando su porte. - Pero tiene razón, la idea no es ambiciosa, es simplemente lógica y no creo que sea eso lo que la haya hecho venir hasta aquí necesariamente. - Conociendo su historial familiar, su trayectoria por la institución, y sus registros; no era muy difícil seguir la lógica de su pensamiento. - Luego voy a necesitar el nombre de la consejera que te recibió, si me permites ese gusto. - A veces era necesario cruzar un par de palabras con determinados empleados, y si la mejor respuesta que podía dar una consejera era esa… pues necesitaría que reformulase su actitud para con los alumnos.
- Primero que nada, voy a tratarte de vos. No me gusta tanta formalidad innecesaria, menos cuando la mitad de mis colegas todavía me llama Lulú. tú puedes hacerlo también. - Profe Lulú para ser más exacta, pero jamás me sacaría ese apodo de la espalda, y tampoco es que estuviese interesada en hacerlo. Me agradaba el sobrenombre. - Ahora bien, supongo que el motivo principal de tu visita estará más relacionado con el hecho de quién es tu padre… ¿Cuáles son las razones por las que quieres colaborar con el ministerio de educación? - Con su mente bien podría estar en el ministerio de justicia. Necesitaba saber que su motivación provenía de ella, y no necesariamente por ser una nena de papá. Lo admitía, Ivar Lackberg no era una de mis personas favoritas en el mundo, pero su hija y él eran dos personas diferentes.
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Conseguir de mis profesores los halagos que no son tan frecuentes con mis padres, es algo a lo que fui acostumbrándome y me he dicho que solo serán palabras si no hay un respaldo en mis acciones. No les doy demasiada trascendencia. Pero la aprobación por parte de la ministra hace que una burbuja de felicidad explote en medio de mi pecho, por más que sean comentarios medidos. Es el tipo de reconocimiento al que no puedo permanecer indiferente, creo que fracaso en mi intento de detener la sonrisa que curva mi boca y puedo ver tan cercana la posibilidad de que acepte mi petición, reduciendo todo este trámite a nada, por culpa de una consejera que en realidad lo que no pudo hacer fue entender por qué de pronto quería meter mis narices por todos lados.
Y es eso, el recelo de la ministra. Mis nobles intenciones de iniciar una carrera lo más temprano posible no parecen convencer a nadie, ni a la consejera, ni a Leblanc. Solo a mi madre, porque está demasiado obnubilada por lo comprometida que estoy en mi proyecto de vida y también debe ser porque nunca ha podido ver más lejos de su microscopio, como para preguntarse si algo más me estaba sucediendo. La ministra me observa de una manera tan directa que debo tener cuidado con mis mentiras, puede que vea a través de mí y ¿cuántas personas quieren a una mentirosa trabajando cerca? Nadie. Por lo que tengo entendido, a todos les gusta creer que las personas de su entorno le son honestas, aunque esa sea una cualidad casi extinta. Y esporádica en el mundillo del ministerio.
— De acuerdo, profesora Lulú— acepto su petición, si eso me coloca un pie dentro de este departamento, está hecho. —Puede decirme Synnove o Syv si necesita de un apodo más corto— ofrezco a cambio. Todavía queda pendiente responder a su insinuación de que estoy aquí por otras razones, y no encuentro una excusa para darle, disimulo mi nerviosismo haciendo girar el anillo de mi mano. El escape que me ofrece al sugerir que estoy aquí por mi padre, es una salida suicida. —No estoy aquí por él— aclaro de inmediato y no quiero precisamente empezar a husmear en los cajones de su oficina. — Quiero hacer mi propio camino, obtener las cosas por mi propio mérito. Por eso estoy aquí y no él—. Suena bien para mis oídos, me cuestiono que tan cierto será que puedo sobrevivir fuera de la esfera de cristal que es mi hogar.
» Quiero colaborar con este departamento— insisto. — En los colegios estamos todos los que conservaremos y continuaremos el trabajo que ahora se está haciendo en el ministerio, y como una estudiante de especialización, quiero girar mi mirada hacia el interior del colegio y sus alumnos. También somos una comunidad que necesita de normas y control—. Y es eso, conseguir permiso para hurgar entre expedientes de alumnos. Más allá de la identidad que pretendo descubrir, el plan que estoy improvisando también tiene su atractivo. Creo que es algo que puedo hacerlo, me gusta que las cosas estén bien hechas y la disciplina es fundamental.
Y es eso, el recelo de la ministra. Mis nobles intenciones de iniciar una carrera lo más temprano posible no parecen convencer a nadie, ni a la consejera, ni a Leblanc. Solo a mi madre, porque está demasiado obnubilada por lo comprometida que estoy en mi proyecto de vida y también debe ser porque nunca ha podido ver más lejos de su microscopio, como para preguntarse si algo más me estaba sucediendo. La ministra me observa de una manera tan directa que debo tener cuidado con mis mentiras, puede que vea a través de mí y ¿cuántas personas quieren a una mentirosa trabajando cerca? Nadie. Por lo que tengo entendido, a todos les gusta creer que las personas de su entorno le son honestas, aunque esa sea una cualidad casi extinta. Y esporádica en el mundillo del ministerio.
— De acuerdo, profesora Lulú— acepto su petición, si eso me coloca un pie dentro de este departamento, está hecho. —Puede decirme Synnove o Syv si necesita de un apodo más corto— ofrezco a cambio. Todavía queda pendiente responder a su insinuación de que estoy aquí por otras razones, y no encuentro una excusa para darle, disimulo mi nerviosismo haciendo girar el anillo de mi mano. El escape que me ofrece al sugerir que estoy aquí por mi padre, es una salida suicida. —No estoy aquí por él— aclaro de inmediato y no quiero precisamente empezar a husmear en los cajones de su oficina. — Quiero hacer mi propio camino, obtener las cosas por mi propio mérito. Por eso estoy aquí y no él—. Suena bien para mis oídos, me cuestiono que tan cierto será que puedo sobrevivir fuera de la esfera de cristal que es mi hogar.
» Quiero colaborar con este departamento— insisto. — En los colegios estamos todos los que conservaremos y continuaremos el trabajo que ahora se está haciendo en el ministerio, y como una estudiante de especialización, quiero girar mi mirada hacia el interior del colegio y sus alumnos. También somos una comunidad que necesita de normas y control—. Y es eso, conseguir permiso para hurgar entre expedientes de alumnos. Más allá de la identidad que pretendo descubrir, el plan que estoy improvisando también tiene su atractivo. Creo que es algo que puedo hacerlo, me gusta que las cosas estén bien hechas y la disciplina es fundamental.
Tenía que admitir que esperaba una respuesta algo más creativa. Claro, sus intenciones eran nobles y tenía una predisposición ciertamente envidiable. Pero si tenía que dar mi visto bueno a todos aquellos que se justificaban solo por querer “hacer cosas por mérito propio”, tendría un departamento sobrepoblado y un capital aún más ajustado de lo que estaba actualmente.
Al menos no es una nena de papá, lo que le hace ganar un par de puntos, aunque sea a nivel personal. Había sido inteligente al acudir conmigo directamente ya que, de ser Ivar el que me presentase la idea de su hija trabajando en el departamento, probablemente lo hubiese rechazado sin escuchar demasiado. En mi defensa, habría rechazado incluso a mi propia hija. No me gustaba la gente que quería hacerse un lugar solo por ser familiar de, o conocido de. La hipocresía en sí misma me parecía deplorable.
- Dime entonces Syv, ¿qué es lo que crees que hacemos desde el ministerio? - No he despegado mi vista de su rostro desde que comenzó la entrevista y temo estar intimidándola, pese a eso, no desvío la mirada. Quería ver hasta que punto se mantenía firme en su postura. Las palabras vacías y los planes ambiguos tampoco eran de mi agrado. - Me encantaría decirte que te relajes, que no es una prueba. Pero a decir verdad estoy evaluando tus respuestas. Me interesa saber qué es lo que piensas, pero, sobre todo me interesa saber qué es lo que puedes aportar.
Todavía no tenía veinte años, y ni siquiera había terminado su tercer curso. Para tener el atrevimiento de presentarse, debía al menos tener una creencia firme y un plan, sino completo, al menos bocetado en su cabeza. ¿Buscaba ser profesora? ¿Asistente? Tal vez quisiera ser preceptora y comenzar a saborear un leve dejo de autoridad. ¿Deseaba trabajar en el Ministerio, o quería incursionar en alguna de las instituciones? - En otras palabras, quiero saber qué puesto aspiras a obtener y qué esperas ganar de ello.
Al menos no es una nena de papá, lo que le hace ganar un par de puntos, aunque sea a nivel personal. Había sido inteligente al acudir conmigo directamente ya que, de ser Ivar el que me presentase la idea de su hija trabajando en el departamento, probablemente lo hubiese rechazado sin escuchar demasiado. En mi defensa, habría rechazado incluso a mi propia hija. No me gustaba la gente que quería hacerse un lugar solo por ser familiar de, o conocido de. La hipocresía en sí misma me parecía deplorable.
- Dime entonces Syv, ¿qué es lo que crees que hacemos desde el ministerio? - No he despegado mi vista de su rostro desde que comenzó la entrevista y temo estar intimidándola, pese a eso, no desvío la mirada. Quería ver hasta que punto se mantenía firme en su postura. Las palabras vacías y los planes ambiguos tampoco eran de mi agrado. - Me encantaría decirte que te relajes, que no es una prueba. Pero a decir verdad estoy evaluando tus respuestas. Me interesa saber qué es lo que piensas, pero, sobre todo me interesa saber qué es lo que puedes aportar.
Todavía no tenía veinte años, y ni siquiera había terminado su tercer curso. Para tener el atrevimiento de presentarse, debía al menos tener una creencia firme y un plan, sino completo, al menos bocetado en su cabeza. ¿Buscaba ser profesora? ¿Asistente? Tal vez quisiera ser preceptora y comenzar a saborear un leve dejo de autoridad. ¿Deseaba trabajar en el Ministerio, o quería incursionar en alguna de las instituciones? - En otras palabras, quiero saber qué puesto aspiras a obtener y qué esperas ganar de ello.
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El problema de las mentiras es que dejan baches por todas partes en los que podemos caer. Estoy improvisando y dando mis respuestas para el momento, no considerando las consecuencias que pueda tener, y es cuando me dice que esto es una prueba, que me siento descorazonada. Porque mis mentiras están atravesadas por lo que espero obtener a través de esto, lo que mis padres creen que aspiro y lo que la ministra desea escuchar de mis labios. Si hubiera revuelto los archivos de mi padre todo hubiese sido más fácil. Me precio de mi honestidad y mi intachable conducta, pero sí intenté robar expedientes del despacho de mi padre para descubrir que no lleva importante a casa y aquí estoy, mintiéndole a la ministra.
Suelto el aire que llevo conteniendo para aliviar mi tensión, puesto que admitió que se trata de un examen, se me debe estar permitido buscar una manera de tranquilizar mis nervios y que me tome unos minutos para contestar. Estoy haciendo girar el anillo alrededor de mi dedo otra vez. —Si hubiera tenido planes en un principio de trabajar en este ministerio, estaría especializándome en Educación y no en Leyes— admito. Toda la verdad es que sigo sin tener planes de trabajar para Leblanc, por mucho que me guste su personalidad, intimidante sí, como debe ser. Pero busco dentro de mí algo que pueda ser verdad, que pueda usar. —El quid de la cuestión es que al avanzar en mis estudios, lo que a mí me interesa es trabajar en leyes sobre la educación. Los colegios de magia, los orfanatos… incluso los niños y los púberes que están en el mercado— en este punto, tengo que controlar mi ansiedad por una posible incorrección en mi respuesta, y froto mi anillo con más presión.
»¿Qué viene para ellos en el futuro?— digo lentamente. —No lo dirá ninguna predicción de adivinos, sino las leyes que formulemos. Pese a ser una frase hecha, las generaciones más jóvenes serán siempre las que contengan el futuro… pero desde siempre la educación es la manera en que las generaciones que estuvieron antes lo fueron delineando— sostengo un tono firme en mi voz, porque si me he fallado en este examen, que no sea por muestra de inseguridad. Solía decirme mi madre cuando era niña que no señalara mi error antes de que lo hiciera otra persona, a veces funciona como auto-boicoteo. Y que si me muestro convencida, si lo estoy, puedo llegar a lograr que la otra persona lo crea. —Quiero ser colaboradora en la formulación de estos proyectos, y que no sea un trabajo de teoría, sino de campo. Quiero acercarme a los estudiantes más jóvenes, ver desde mi actual posición como una alumna más del Royal, qué cosas se deberían cambiar, mejorar… desechar… — mis últimas palabras son tan simplistas y aguardo a que Leblanc las pese en su balanza.
Suelto el aire que llevo conteniendo para aliviar mi tensión, puesto que admitió que se trata de un examen, se me debe estar permitido buscar una manera de tranquilizar mis nervios y que me tome unos minutos para contestar. Estoy haciendo girar el anillo alrededor de mi dedo otra vez. —Si hubiera tenido planes en un principio de trabajar en este ministerio, estaría especializándome en Educación y no en Leyes— admito. Toda la verdad es que sigo sin tener planes de trabajar para Leblanc, por mucho que me guste su personalidad, intimidante sí, como debe ser. Pero busco dentro de mí algo que pueda ser verdad, que pueda usar. —El quid de la cuestión es que al avanzar en mis estudios, lo que a mí me interesa es trabajar en leyes sobre la educación. Los colegios de magia, los orfanatos… incluso los niños y los púberes que están en el mercado— en este punto, tengo que controlar mi ansiedad por una posible incorrección en mi respuesta, y froto mi anillo con más presión.
»¿Qué viene para ellos en el futuro?— digo lentamente. —No lo dirá ninguna predicción de adivinos, sino las leyes que formulemos. Pese a ser una frase hecha, las generaciones más jóvenes serán siempre las que contengan el futuro… pero desde siempre la educación es la manera en que las generaciones que estuvieron antes lo fueron delineando— sostengo un tono firme en mi voz, porque si me he fallado en este examen, que no sea por muestra de inseguridad. Solía decirme mi madre cuando era niña que no señalara mi error antes de que lo hiciera otra persona, a veces funciona como auto-boicoteo. Y que si me muestro convencida, si lo estoy, puedo llegar a lograr que la otra persona lo crea. —Quiero ser colaboradora en la formulación de estos proyectos, y que no sea un trabajo de teoría, sino de campo. Quiero acercarme a los estudiantes más jóvenes, ver desde mi actual posición como una alumna más del Royal, qué cosas se deberían cambiar, mejorar… desechar… — mis últimas palabras son tan simplistas y aguardo a que Leblanc las pese en su balanza.
Normalmente me consideraba una persona bastante estoica. Exceptuando alguna que otra discusión con mi hija, era difícil hacer que alguna situación en particular me afectase de alguna manera en la que terminase mostrando más de lo que yo quería. Los Lackberg claro está, parecían tener una habilidad particular para hacer que mi fachada normalmente imperturbable, cambiase involuntariamente. Eran motivos completamente diferentes los que quebraban mi expresión y, mientras que Ivar solía generarme hastío y rechazo, Synnove me generaba una intriga positiva que terminó por plantar una sonrisa sincera y ambiciosa en mi rostro.
- ¿Leyes de educación? - Internamente me estaba relamiendo por su declaración tan segura sobre un tema que me había fascinado y frustrado en partes iguales por los últimos cinco años, pero quería escuchar todo lo que tenía para decir antes de adentrarme más en ese tema. Decía cosas muy positivas de ella que a esta edad se interesara en estas cuestiones.
Medito sus palabras una vez que ha terminado de hablar, y termino poniéndome de pie de manera involuntaria. Su enfoque sobre la educación, el futuro y lo que se debía hacer para encaminarlo era increíblemente rico y, de ser alguien ya egresada de la institución, no dudaría en contratarla en el acto. Sin embargo, era una estudiante y había muchas cosas a tener en cuenta. - Falta poco para que termine el año escolar y, como sabrás entender las cosas no son tan sencillas como quieres plantearlas. - La burocracia, las leyes y la educación estaban relacionadas en más de un sentido, y para mi mala suerte, no podía ignorar la que más me molestaba en estos casos.
Tomo asiento en la esquina de mi escritorio, y dejo que mis pensamientos vaguen un poco más antes de definir un curso de acción. - No puedo aceptar tu participación en un proyecto de la índole que planteas. - Le aseguro. Sin embargo, no he terminado ahí y me apresuro a seguir hablando antes de dejarla sacar sus propias conclusiones. Lo que sí puedo hacer, es hablar con tus profesores para que te dejen presentar un análisis estadístico en el que abarques las mayores problemáticas que representan las leyes actuales en la educación. Ellos lo tomarán como un trabajo extra y lo calificarán acorde a sus estándares. - El crédito extra jamás se le negaba a nadie en tercer curso, y cualquier alumno que esperase seguir desarrollando su carrera como correspondía, debía aspirar a cumplir como correspondía en ciertas materias. - Yo por mi parte, lo evaluaré de manera independiente. De acuerdo a lo que presentes consideraré el darte una pasantía de verano en el departamento, y a partir de ahí… iremos viendo. ¿Aceptas?
- ¿Leyes de educación? - Internamente me estaba relamiendo por su declaración tan segura sobre un tema que me había fascinado y frustrado en partes iguales por los últimos cinco años, pero quería escuchar todo lo que tenía para decir antes de adentrarme más en ese tema. Decía cosas muy positivas de ella que a esta edad se interesara en estas cuestiones.
Medito sus palabras una vez que ha terminado de hablar, y termino poniéndome de pie de manera involuntaria. Su enfoque sobre la educación, el futuro y lo que se debía hacer para encaminarlo era increíblemente rico y, de ser alguien ya egresada de la institución, no dudaría en contratarla en el acto. Sin embargo, era una estudiante y había muchas cosas a tener en cuenta. - Falta poco para que termine el año escolar y, como sabrás entender las cosas no son tan sencillas como quieres plantearlas. - La burocracia, las leyes y la educación estaban relacionadas en más de un sentido, y para mi mala suerte, no podía ignorar la que más me molestaba en estos casos.
Tomo asiento en la esquina de mi escritorio, y dejo que mis pensamientos vaguen un poco más antes de definir un curso de acción. - No puedo aceptar tu participación en un proyecto de la índole que planteas. - Le aseguro. Sin embargo, no he terminado ahí y me apresuro a seguir hablando antes de dejarla sacar sus propias conclusiones. Lo que sí puedo hacer, es hablar con tus profesores para que te dejen presentar un análisis estadístico en el que abarques las mayores problemáticas que representan las leyes actuales en la educación. Ellos lo tomarán como un trabajo extra y lo calificarán acorde a sus estándares. - El crédito extra jamás se le negaba a nadie en tercer curso, y cualquier alumno que esperase seguir desarrollando su carrera como correspondía, debía aspirar a cumplir como correspondía en ciertas materias. - Yo por mi parte, lo evaluaré de manera independiente. De acuerdo a lo que presentes consideraré el darte una pasantía de verano en el departamento, y a partir de ahí… iremos viendo. ¿Aceptas?
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Mi respiración se paraliza por uno, dos, tres segundos.
Repite tres de mis palabras y en un movimiento inconsciente asiento con la barbilla. Estoy ofreciéndome para trabajar en leyes de educación, y es una ambición con una responsabilidad que podría exceder lo que sea, pone en evaluación todas mis excelentes calificaciones. Si avanzo en esto puedo comprobar si estoy hecha para asumir desafíos de este tipo, si mi mérito escolar vale. Claro que me asusta un poco, ¿cómo no hacerlo en la seriedad de esta conversación? Contengo el aire en mi pecho, aguardando. Su dictamen de que nada es tan sencillo y finalmente, de que no puede aceptar mi colaboración, acaba con el mínimo oxígeno que me quedaba.
Quisiera tenderme contra el respaldo de mi silla con derrota, la resignación sí que llega fácil. Sin embargo, mi mente me obliga a conservar mi postura recta hasta la despedida, mis facciones que tiemblan un poco por su negativa pero que no se quiebran, puedo salir de esta oficina con el mentón a la misma altura de la que entré. Soy recompensada por mi impasibilidad al escuchar lo que sugiere después, una investigación bajo la autoridad de mis profesores que llegará a sus manos. Es una posibilidad abierta que me quede. Si tengo la suficientemente motivación para esto, las pruebas de aptitud son necesarias… me cuestiono el cómo estoy sentada aquí por una razón tan menor y personal y acaba de cobrar otra dimensión. Percibo en mi voz una confianza inesperada al asumir el desafío. —Sí, lo haré— respondo.
Paso las palmas de mis manos por mis rodillas dejando un margen de unos instantes antes de agregar: —Agradezco la oportunidad que me ofrece de demostrarle con mi trabajo que puedo colaborar con ustedes, profesora Lulú—. Me incorporo de la silla para pararme sobre mis pies, quedando frente al escritorio de la mujer y echo una última mirada general de todo el lugar. —No quiero quitarle más de su tiempo. Gracias por la entrevista— espero que sea ella la que me despida para poder retirarme. Me muestro serena, cuando soy un cúmulo de nervios por dentro y una vez que salga de esta habitación, tendré que encontrar la manera de volver a respirar sin sufrir espasmos de pánico por lo que acabo de lograr. Presiento que di un paso hacia lo que quería, pero estoy adentrándome en algo mucho más grande.
Repite tres de mis palabras y en un movimiento inconsciente asiento con la barbilla. Estoy ofreciéndome para trabajar en leyes de educación, y es una ambición con una responsabilidad que podría exceder lo que sea, pone en evaluación todas mis excelentes calificaciones. Si avanzo en esto puedo comprobar si estoy hecha para asumir desafíos de este tipo, si mi mérito escolar vale. Claro que me asusta un poco, ¿cómo no hacerlo en la seriedad de esta conversación? Contengo el aire en mi pecho, aguardando. Su dictamen de que nada es tan sencillo y finalmente, de que no puede aceptar mi colaboración, acaba con el mínimo oxígeno que me quedaba.
Quisiera tenderme contra el respaldo de mi silla con derrota, la resignación sí que llega fácil. Sin embargo, mi mente me obliga a conservar mi postura recta hasta la despedida, mis facciones que tiemblan un poco por su negativa pero que no se quiebran, puedo salir de esta oficina con el mentón a la misma altura de la que entré. Soy recompensada por mi impasibilidad al escuchar lo que sugiere después, una investigación bajo la autoridad de mis profesores que llegará a sus manos. Es una posibilidad abierta que me quede. Si tengo la suficientemente motivación para esto, las pruebas de aptitud son necesarias… me cuestiono el cómo estoy sentada aquí por una razón tan menor y personal y acaba de cobrar otra dimensión. Percibo en mi voz una confianza inesperada al asumir el desafío. —Sí, lo haré— respondo.
Paso las palmas de mis manos por mis rodillas dejando un margen de unos instantes antes de agregar: —Agradezco la oportunidad que me ofrece de demostrarle con mi trabajo que puedo colaborar con ustedes, profesora Lulú—. Me incorporo de la silla para pararme sobre mis pies, quedando frente al escritorio de la mujer y echo una última mirada general de todo el lugar. —No quiero quitarle más de su tiempo. Gracias por la entrevista— espero que sea ella la que me despida para poder retirarme. Me muestro serena, cuando soy un cúmulo de nervios por dentro y una vez que salga de esta habitación, tendré que encontrar la manera de volver a respirar sin sufrir espasmos de pánico por lo que acabo de lograr. Presiento que di un paso hacia lo que quería, pero estoy adentrándome en algo mucho más grande.
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