VERANO de 247521 de Junio — 20 de Septiembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Abril - 10:00 hs
Esto es todo, este es mi fin. La verdad es que habría preferido dejar este mundo cruel presentando batalla, quizás intentando escapar o simplemente dándole una patada en las bolas a alguno de los guardias, pero ya no tengo energías para intentar ninguna de las dos cosas. No me sorprende haber contraído una enfermedad bajo las condiciones en las que vivimos, de hecho me sorprende haberme tardado tanto, pero jamás imaginé que sería tan poco elegante. Puedo vivir rodeado de ratas y el olor a viejo de mis vecinos, pero ¿Mi propio vómito? Mierda que ya no estoy en el Capitolio.
Ayer le comenté a varios guardias de mi mal estar y creo que uno me creyó cuando me vio cubierto en sudor y temblando en algún momento de la noche, así que espero que hoy traigan a algún médico... Aunque lo dudo ya que ¿Quién gasta recursos en un esclavo? Somos prescindibles, por eso nos mandan a esa estúpida arena de vez en cuando. Lo más probable es que me dejen morir en la celda y me sacaran en una camilla luego, como ya he visto que han hecho con otros.
Intento levantarme para ir a pedir a uno de los guardias un vaso de agua, pero ni bien me muevo me agarra un nuevo ataque de tos que no puedo parar ¿Qué tal si es una de las extrañas enfermedades de los magos y comienzo a escupir fuego verde? ¿Los "muggles" podemos contraer ese tipo de cosas? Espero que no pues los odiaría aún en la muerte por contagiarme de algo así.
- Agua, por favor - logro decir al final cuando un guardia pasa frente a mi celda. Sin tono divertido, sin miradas pícaras, solo Sami desesperado por agua fresca... Debo estar mal - ¿Vendrá algún doctor, medimago o lo que sea?
Esto es todo, este es mi fin. La verdad es que habría preferido dejar este mundo cruel presentando batalla, quizás intentando escapar o simplemente dándole una patada en las bolas a alguno de los guardias, pero ya no tengo energías para intentar ninguna de las dos cosas. No me sorprende haber contraído una enfermedad bajo las condiciones en las que vivimos, de hecho me sorprende haberme tardado tanto, pero jamás imaginé que sería tan poco elegante. Puedo vivir rodeado de ratas y el olor a viejo de mis vecinos, pero ¿Mi propio vómito? Mierda que ya no estoy en el Capitolio.
Ayer le comenté a varios guardias de mi mal estar y creo que uno me creyó cuando me vio cubierto en sudor y temblando en algún momento de la noche, así que espero que hoy traigan a algún médico... Aunque lo dudo ya que ¿Quién gasta recursos en un esclavo? Somos prescindibles, por eso nos mandan a esa estúpida arena de vez en cuando. Lo más probable es que me dejen morir en la celda y me sacaran en una camilla luego, como ya he visto que han hecho con otros.
Intento levantarme para ir a pedir a uno de los guardias un vaso de agua, pero ni bien me muevo me agarra un nuevo ataque de tos que no puedo parar ¿Qué tal si es una de las extrañas enfermedades de los magos y comienzo a escupir fuego verde? ¿Los "muggles" podemos contraer ese tipo de cosas? Espero que no pues los odiaría aún en la muerte por contagiarme de algo así.
- Agua, por favor - logro decir al final cuando un guardia pasa frente a mi celda. Sin tono divertido, sin miradas pícaras, solo Sami desesperado por agua fresca... Debo estar mal - ¿Vendrá algún doctor, medimago o lo que sea?
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El código ético de la rubia se había transformado por completo en el transcurso de los años. Bien podría escribir una autobiografía que nadie se aburriría en ningún momento y vislumbrarían lo que era la verdadera evolución humana; como un persona podía ir cambiando poco a poco, en algunas ocasiones a pasos agigantados, con forme la vida le pasaba por delante, o por encima.
Prefería no inmiscuirse en aquel tipo de enredos, sabedora de la opinión de Riorden en torno a la situación, pero, ¿quién era ella para dejar morir a alguien? La sociedad cambiaba en algunos aspectos, pero en otra seguían siendo la misma clasista de siempre, o quizás aquella característica se había visto acentuada en superlativo en la que vivían. Suspiró, con pesadez. El viaje había sido muy largo y estaba preocupada por Lëia, Violet y su nieta. No estaba segura si haber dejado solas en casa a las tres había sido una buena idea, teniendo en cuenta el estado en el que se encontraba Violet que, además, tenía que ocuparse de su propia hija. Solamente esperaba que no fuera nada y pudiera regresar cuanto antes sin ser detectada… por complicado que fuera.
Habían transcurrido quince antes desde que la rubia había pisado un mercado de esclavo. Una vez fue más que suficiente. Caminó con seguridad, acercándose hasta los guardias más cercanos, y esbozando una sonrisa. —Buenos días— comenzó —, el Ministro Weynart está interesado en comprar un esclavo y me ha pedido que viniera yo para ver… cual está más saludable. No quiere llevarse nada inútil a casa— explicó. Ni siquiera se molestó en decir su nombre puesto que la mayor parte de aurores o carroñeros ya la había visto en alguna ocasión con Riorden. Aun así se mostraron reticentes hasta que alguien, que parecía conocerla aunque ella no recordara quien era, se acercó hasta ellos y, después de escuchar su explicación, la dejó pasar sin decir nada más.
Un chico de piel tostada con ojos muy característicos. ¿Podría haber sido más clara en sus explicaciones? Sí, pero no lo fue. Caminó lentamente, inclinándose frente a algunos compartimentos en busca de las dos acepciones, pero teniendo su mente lo suficientemente enfrascada en el problema que se estaba metiendo con Riorden como para no ser capaz de percatarse de si alguien los reunía.
Golpeteó la superficie del maletín con los dedos. Impacientándose, presa del nerviosismo, hasta que vio escuchó una voz que suplicaba a uno de los guardias que por allí merodeaban. Esperó a que se alejara para caminar hasta el lugar, carraspeando. Oficialmente estaba allí para comprar un esclavo, extraoficialmente lo estaba para intentar tratar alguno de una dolencia. Alguien le había dicho a alguien, que un guardia le dijo a alguien que un esclavo, el cual antes era propiedad de un conocido suyo, estaba enfermo. Y así era como había llegado ella, completamente a ciegas, hasta el lugar.
Prefería no inmiscuirse en aquel tipo de enredos, sabedora de la opinión de Riorden en torno a la situación, pero, ¿quién era ella para dejar morir a alguien? La sociedad cambiaba en algunos aspectos, pero en otra seguían siendo la misma clasista de siempre, o quizás aquella característica se había visto acentuada en superlativo en la que vivían. Suspiró, con pesadez. El viaje había sido muy largo y estaba preocupada por Lëia, Violet y su nieta. No estaba segura si haber dejado solas en casa a las tres había sido una buena idea, teniendo en cuenta el estado en el que se encontraba Violet que, además, tenía que ocuparse de su propia hija. Solamente esperaba que no fuera nada y pudiera regresar cuanto antes sin ser detectada… por complicado que fuera.
Habían transcurrido quince antes desde que la rubia había pisado un mercado de esclavo. Una vez fue más que suficiente. Caminó con seguridad, acercándose hasta los guardias más cercanos, y esbozando una sonrisa. —Buenos días— comenzó —, el Ministro Weynart está interesado en comprar un esclavo y me ha pedido que viniera yo para ver… cual está más saludable. No quiere llevarse nada inútil a casa— explicó. Ni siquiera se molestó en decir su nombre puesto que la mayor parte de aurores o carroñeros ya la había visto en alguna ocasión con Riorden. Aun así se mostraron reticentes hasta que alguien, que parecía conocerla aunque ella no recordara quien era, se acercó hasta ellos y, después de escuchar su explicación, la dejó pasar sin decir nada más.
Un chico de piel tostada con ojos muy característicos. ¿Podría haber sido más clara en sus explicaciones? Sí, pero no lo fue. Caminó lentamente, inclinándose frente a algunos compartimentos en busca de las dos acepciones, pero teniendo su mente lo suficientemente enfrascada en el problema que se estaba metiendo con Riorden como para no ser capaz de percatarse de si alguien los reunía.
Golpeteó la superficie del maletín con los dedos. Impacientándose, presa del nerviosismo, hasta que vio escuchó una voz que suplicaba a uno de los guardias que por allí merodeaban. Esperó a que se alejara para caminar hasta el lugar, carraspeando. Oficialmente estaba allí para comprar un esclavo, extraoficialmente lo estaba para intentar tratar alguno de una dolencia. Alguien le había dicho a alguien, que un guardia le dijo a alguien que un esclavo, el cual antes era propiedad de un conocido suyo, estaba enfermo. Y así era como había llegado ella, completamente a ciegas, hasta el lugar.
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El guardia me dedica una sonrisa maliciosa antes de seguir con su ronda y me quedo allí tirado sin esperanzas de que vuelva a pasar dentro de la próxima hora. Es un maldito bastardo, de verdad no sé como esperan que la gente no se rebele si nos tratan como escoria. No sé cómo funciona el asunto de los fantasmas, pero si cabe una posibilidad de que alguien sin magia pueda volver, me encargaré de poner todas mis fuerzas para hacerlo y no dejarlos dormir durante la noche. Es más, si muero encadenado tal y como estoy ahora, podré ser como esos personajes de cuentos que van arrastrando los grilletes en el suelo de madera quitándole el aliento a todos los habitantes del lugar.
Respiro profundo y me dejo caer mirando hacia el techo. Hay unas cuantas telas de araña entre las vigas pero la verdad me dejan un poco más tranquilo, al menos son trampas para otros bichos que pueden llegar a bajar y molestarme mientras duermo. Puedo lidiar con las arañas. Antes solían darme miedo pero en el mundo de ahora hay amenazas más grandes ¿Por qué tenerle miedo a una simple araña si hay magos con el corazón podrido montando dragones? En realidad no sé si hay jinetes de dragón pero en mi imaginación sí los hay.
No sé si es la fiebre pero creo escuchar nuevos pasos en el pasillo. No son los del guardia ya que estos están lejos de tener tanto peso y pereza encima. Me esfuerzo un poco y asomo la cabeza para encontrarme con una mujer rubia, hermosa, que no puede ser mucho mayor que yo. Seguramente está buscando esclavo así que mis chances de llamar su atención no son muchas, pero quizás con algo de suerte al menos pueda conseguir un vaso de agua.
- Bienvenida al maravilloso mercado de esclavos, en dónde todos son felices y nadie está enfermo - saludo intentando dibujar una sonrisa. Mi voz sueña extraña, como si hubiese fumado dos cajetillas de cigarrillos en las últimas horas - Lamento molestarla, pero ¿Podría preguntar a los guardias si pueden traerme un poco de agua? De verdad la necesito.
Respiro profundo y me dejo caer mirando hacia el techo. Hay unas cuantas telas de araña entre las vigas pero la verdad me dejan un poco más tranquilo, al menos son trampas para otros bichos que pueden llegar a bajar y molestarme mientras duermo. Puedo lidiar con las arañas. Antes solían darme miedo pero en el mundo de ahora hay amenazas más grandes ¿Por qué tenerle miedo a una simple araña si hay magos con el corazón podrido montando dragones? En realidad no sé si hay jinetes de dragón pero en mi imaginación sí los hay.
No sé si es la fiebre pero creo escuchar nuevos pasos en el pasillo. No son los del guardia ya que estos están lejos de tener tanto peso y pereza encima. Me esfuerzo un poco y asomo la cabeza para encontrarme con una mujer rubia, hermosa, que no puede ser mucho mayor que yo. Seguramente está buscando esclavo así que mis chances de llamar su atención no son muchas, pero quizás con algo de suerte al menos pueda conseguir un vaso de agua.
- Bienvenida al maravilloso mercado de esclavos, en dónde todos son felices y nadie está enfermo - saludo intentando dibujar una sonrisa. Mi voz sueña extraña, como si hubiese fumado dos cajetillas de cigarrillos en las últimas horas - Lamento molestarla, pero ¿Podría preguntar a los guardias si pueden traerme un poco de agua? De verdad la necesito.
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Los tacones de la rubia resonaban por los silenciosos pasillos en los cuales, de tanto en tanto, se escuchaba algún jadeo o alguna queja en relación a la razón por la que estaban allí. Después de tantos años aún se cuestionaban aquello y, en cierto modo, la alegraba que así fuera. ¿Por qué lo estaban? Ojeó a su alrededor, viendo todo pero nada a la vez. Ni siquiera tenía del todo claro lo que buscaba ni porqué estaba allí; aquel sería un problema que tendría que sumar al caos de su vida, una vez que Riorden supiera que había estado allí y que, sorprendentemente, había usado su nombre para que la dejaran entrar libremente en el lugar. ¿Cómo se le podía decir que no a la más que afianzada pareja del Ministro de Defensa? Además, él no era un simple ministro, había estado luchando por la ‘causa’ desde mucho tiempo antes de que se convirtiera en algo real, por lo que lo respetaban. Desde luego más que ella lo estaba respetando.
Esbozó una pequeña sonrisa a uno de los guardias que pasó frente a ella, mostrando, al instante, interés en un esclavo que se encontraba a su diestra. Un interés lejos de ser real. Murmuró una disculpa antes de seguir caminando. Dar falsas esperanzas no era del todo lo suyo, y no iba a sacar a nadie del mercado, por lo que no quería que nadie pensara en una ‘libertad’ cercana por encontrarse paseando por los pasillos del lugar.
Sus pies trastabillaron cuando, de súbito, una voz surgió del interior de una de las estancias adyacentes. Abrió los ojos con cierta sorpresa, no esperando que nadie se dirigiera directamente a ella de aquel modo; y mucho menos con aquellas palabras. —Percibo cierta ironía en todas y cada una de las palabras que has pronunciado— contestó cuando se recompuso, retirando la mirada de él y recorriendo el lugar en un fugaz vistazo. Pero su escaneo cesó cuando le pidió agua, volviendo su claro mirar hacia él. Examinándolo durante unos segundos, sin reparo alguno y sin mediar palabra. Se podría ajustar a quién buscaba pero, supuestamente, ella debía conocer, aunque solo fuera de vista, al esclavo y aquel no le era conocido. A no ser que estuviera demasiado desmejorado.
—Toma— ofreció, mirando primero a su alrededor, y luego sacando de su bolso un frasco con una poción hidratante; siempre llevaba un par y eran de más ayuda de lo que los demás podían llegar a imaginar. Estiró el brazo, colando la mano y entregándoselo. —¿Te encuentras bien?— preguntó finalmente, escudriñándolo con la mirada. Carraspeó ligeramente, inclinándose un poco. —Me han pedido venir porque alguien está enfermo, no sé si sabes quién puede ser— acabó susurrando. ¿Se conocían entre ellos? No tenía la menor idea, pero tampoco quería estar dando vueltas buscando a alguien del que, siquiera, ubicaba un rostro.
Esbozó una pequeña sonrisa a uno de los guardias que pasó frente a ella, mostrando, al instante, interés en un esclavo que se encontraba a su diestra. Un interés lejos de ser real. Murmuró una disculpa antes de seguir caminando. Dar falsas esperanzas no era del todo lo suyo, y no iba a sacar a nadie del mercado, por lo que no quería que nadie pensara en una ‘libertad’ cercana por encontrarse paseando por los pasillos del lugar.
Sus pies trastabillaron cuando, de súbito, una voz surgió del interior de una de las estancias adyacentes. Abrió los ojos con cierta sorpresa, no esperando que nadie se dirigiera directamente a ella de aquel modo; y mucho menos con aquellas palabras. —Percibo cierta ironía en todas y cada una de las palabras que has pronunciado— contestó cuando se recompuso, retirando la mirada de él y recorriendo el lugar en un fugaz vistazo. Pero su escaneo cesó cuando le pidió agua, volviendo su claro mirar hacia él. Examinándolo durante unos segundos, sin reparo alguno y sin mediar palabra. Se podría ajustar a quién buscaba pero, supuestamente, ella debía conocer, aunque solo fuera de vista, al esclavo y aquel no le era conocido. A no ser que estuviera demasiado desmejorado.
—Toma— ofreció, mirando primero a su alrededor, y luego sacando de su bolso un frasco con una poción hidratante; siempre llevaba un par y eran de más ayuda de lo que los demás podían llegar a imaginar. Estiró el brazo, colando la mano y entregándoselo. —¿Te encuentras bien?— preguntó finalmente, escudriñándolo con la mirada. Carraspeó ligeramente, inclinándose un poco. —Me han pedido venir porque alguien está enfermo, no sé si sabes quién puede ser— acabó susurrando. ¿Se conocían entre ellos? No tenía la menor idea, pero tampoco quería estar dando vueltas buscando a alguien del que, siquiera, ubicaba un rostro.
- Spoiler:
- pd: siento mucho haber tardado tanto... estoy estudiando y mi tiempo ha volado :( intentaré pasarme más seguido!
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No hace falta ser demasiado despierto para notar la ironía en mis palabras, es un recurso que suelo usar mucho desde que estoy en el mercado ya que no se nos permite hablar con sinceridad sin ser golpeados y soy demasiado cabeza dura como para quedarme con la boca callada. Lo hice durante años, me tragué mis comentarios y toleré tratos inapropiados por parte de los amigos de mi amo, pero si este es mi fin ya no tengo por qué hacerlo, voy a morir de todas formas.
Me sorprende recibir respuesta a mi pedido, aún así tomo el frasco sin decir una palabra y lo vacío hasta el final de un trago. Bien podría ser veneno o alguna poción extraña pero estoy tan sediento que vale la pena el riesgo, no puedo verme pero puedo sentir como mis labios están secos por la deshidratación, así como el resto de mi piel que no debe lucir maravillosa como solía serlo.
Mis ojos se abren de par en par al escuchar que le dijeron que hay alguien enfermo. Así que al final uno de los guardias sí me escuchó y me gustaría saber cuál para tenerlo en cuenta en el futuro. Aunque conociéndolos a todos, probablemente venga más tarde a reclamar algún tipo de recompensa y no me gustará para nada darla, estoy cansado de eso.
- Soy yo... Estuve con fiebre, temblando y sudando toda la noche - comento acercándome un poco más a la reja para que pueda ver mi aspecto. Si mal no recuerdo, así funcionan los doctores, te echan un buen vistazo y así sacan sus conclusiones - Estuve vomitando también y me duele el cuerpo. - aunque creo que estoy olvidando algo de esas visitas médicas que tenía hace ya tantos años atrás - Me llamo Sami Zakaria, tengo 33 años y estoy aquí hace un par de meses. - mis datos, por supuesto.
Me sorprende recibir respuesta a mi pedido, aún así tomo el frasco sin decir una palabra y lo vacío hasta el final de un trago. Bien podría ser veneno o alguna poción extraña pero estoy tan sediento que vale la pena el riesgo, no puedo verme pero puedo sentir como mis labios están secos por la deshidratación, así como el resto de mi piel que no debe lucir maravillosa como solía serlo.
Mis ojos se abren de par en par al escuchar que le dijeron que hay alguien enfermo. Así que al final uno de los guardias sí me escuchó y me gustaría saber cuál para tenerlo en cuenta en el futuro. Aunque conociéndolos a todos, probablemente venga más tarde a reclamar algún tipo de recompensa y no me gustará para nada darla, estoy cansado de eso.
- Soy yo... Estuve con fiebre, temblando y sudando toda la noche - comento acercándome un poco más a la reja para que pueda ver mi aspecto. Si mal no recuerdo, así funcionan los doctores, te echan un buen vistazo y así sacan sus conclusiones - Estuve vomitando también y me duele el cuerpo. - aunque creo que estoy olvidando algo de esas visitas médicas que tenía hace ya tantos años atrás - Me llamo Sami Zakaria, tengo 33 años y estoy aquí hace un par de meses. - mis datos, por supuesto.
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Prensó los labios. Había ciertos lugares que prefería no pisar, y un mercado de esclavos estaba en un puesto de medalla. Su trabajo era curar a las personas, o al menos intentarlo, pero en lugares como aquel les importaba más bien poco la salud de los que se encontraban allí; eran humanos, despreciados y reemplazables, un negocio del que se lucraban muchas personas con pocos escrúpulos. En ciertos momentos realmente odiaba todo lo que le rodeaba; las comodidades de las que disponía a cambio del sufrimiento de otros.
Tragó saliva, dejando ir el frasco y viendo como lo apuraba en un visto y no visto. —Tardará unos minutos en hacer efecto—. Tomó de regreso el frasco, guardándolo nuevamente dentro del bolso antes de que alguien se percatara de su presencia. Podían dejarla estar allí, pero no saltarse las normas como le viniera en gana; y lo cierto es que no le atraía verse en el ministerio tratando de excusarse frente a Riorden. Sin contar con el hecho de que siempre estaba tratando de que sus hijas permanecieran dentro de los límites, y de aquel modo se convertiría en la peor influencia existente.
Parpadeó varias veces, enfocando su claro mirar en él. Escuchó atentamente, inspeccionándolo desde la distancia que los separaba, asintiendo de tanto en tanto conforme hablaba. —Los síntomas que describes abarcan desde un simple resfriado hasta caso de hipoglucemia… o una infección incluso— trató de explicarse, torciendo los labios contrariada. —¿Has tenido antes este tipo de síntomas?— preguntó, inclinándose ligeramente hacia él y percatándose de la severa deshidratación que también sufría. Alzó ambas cejas. Llevaba muy poco tiempo allí y, supuestamente, se conocían de haber coincido en alguna ocasión. —Perdona la indiscreción pero, ¿nos conocemos?—. Obviamente estaba interesada en ayudarlo, pero su curiosidad seguía allí; se estaba arriesgando.
Tragó saliva, dejando ir el frasco y viendo como lo apuraba en un visto y no visto. —Tardará unos minutos en hacer efecto—. Tomó de regreso el frasco, guardándolo nuevamente dentro del bolso antes de que alguien se percatara de su presencia. Podían dejarla estar allí, pero no saltarse las normas como le viniera en gana; y lo cierto es que no le atraía verse en el ministerio tratando de excusarse frente a Riorden. Sin contar con el hecho de que siempre estaba tratando de que sus hijas permanecieran dentro de los límites, y de aquel modo se convertiría en la peor influencia existente.
Parpadeó varias veces, enfocando su claro mirar en él. Escuchó atentamente, inspeccionándolo desde la distancia que los separaba, asintiendo de tanto en tanto conforme hablaba. —Los síntomas que describes abarcan desde un simple resfriado hasta caso de hipoglucemia… o una infección incluso— trató de explicarse, torciendo los labios contrariada. —¿Has tenido antes este tipo de síntomas?— preguntó, inclinándose ligeramente hacia él y percatándose de la severa deshidratación que también sufría. Alzó ambas cejas. Llevaba muy poco tiempo allí y, supuestamente, se conocían de haber coincido en alguna ocasión. —Perdona la indiscreción pero, ¿nos conocemos?—. Obviamente estaba interesada en ayudarlo, pero su curiosidad seguía allí; se estaba arriesgando.
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La verdad es que no me importa que vaya a tardar unos minutos, con la garantía de que en algún momento funcionará me basta. De momento mi temor más grande es que la poción salga por donde entró sin hacer efecto... O tener algún efecto secundario mágico pues ¿Se supone que estas cosas están probadas en muggles? No me extrañaría que las pociones nuevas pasen el control de calidad con nosotros, pero la magia es antiquísima, desde mucho antes de esta nueva era de esclavitud.
La mujer expone sus teorías y la verdad es que podrían ser tanto una como la otra, o las dos - Hace 16 años... La última vez que estuve aquí - creo que es un asunto de defensas, la enfermedad es señal de que estoy llegando a mi límite y si no me compran ahora me temo que estoy perdido - Como poco y las condiciones no son las mejores... Elija el bicho que quiera y seguro alguien lo tiene en su celda.
Su siguiente pregunta me sorprende, no por el hecho de que crea posible que nos conozcamos, sino por el contexto. Comienzo a sentir el efecto de la poción lo cual me da fuerzas para buscar su rostro en mi base de datos - Quizás conoció a mi antiguo amo, el señor Fitzgibbons... Era diseñador de moda y yo lo acompañaba a muchos sitios - honestamente no la recuerdo, pero probablemente nos topamos alguna vez si frecuenta eventos importantes.
- ¿Puedo preguntar por qué vino? - pregunto sin poder contenerme. Supongo que su juramento como medimaga dice que debe curar a todas las personas pero me consta que hay muchos bastardos que no lo hacen - Podría haber hecho oídos sordos...
La mujer expone sus teorías y la verdad es que podrían ser tanto una como la otra, o las dos - Hace 16 años... La última vez que estuve aquí - creo que es un asunto de defensas, la enfermedad es señal de que estoy llegando a mi límite y si no me compran ahora me temo que estoy perdido - Como poco y las condiciones no son las mejores... Elija el bicho que quiera y seguro alguien lo tiene en su celda.
Su siguiente pregunta me sorprende, no por el hecho de que crea posible que nos conozcamos, sino por el contexto. Comienzo a sentir el efecto de la poción lo cual me da fuerzas para buscar su rostro en mi base de datos - Quizás conoció a mi antiguo amo, el señor Fitzgibbons... Era diseñador de moda y yo lo acompañaba a muchos sitios - honestamente no la recuerdo, pero probablemente nos topamos alguna vez si frecuenta eventos importantes.
- ¿Puedo preguntar por qué vino? - pregunto sin poder contenerme. Supongo que su juramento como medimaga dice que debe curar a todas las personas pero me consta que hay muchos bastardos que no lo hacen - Podría haber hecho oídos sordos...
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Frunció los labios contrariada. No le gustaba no saber lo que tenía delante, y mucho menos cuando un caso de salud se trataba. ¿Dónde quedaba entonces ella? Una medimaga que no podía curar a los demás… aunque si se basaba, estrictamente, en sus funciones, lo cierto es que la labor que estaba realizando se encontraba lejos de lo que habitualmente trataba. Ella era medimaga, es decir, que hacía uso de la magia, y sus variantes, para sanar a las personas, y había estudiado en profundidad las enfermedades relacionadas con la magia, no las corrientes, no al menos con ahínco. —Puedo darte algo que te baje la fiebre, pero las condiciones no son las idóneas y… yo no puedo hacer nada contra ello—. Quería ser amable y que él notara que tenía interés, pero también dejar claro y tajante que ella no se llevaría a nadie de aquel lugar pasare lo que pasare.
Todo el mundo había tenido, al menos una vez en su vida, un rompecabezas que dejaba de serlo en el mismo momento en el que se daba con la pieza clave donde se engranaban el resto. Aquella que proveía de sentido a todo lo que lo rodeaba. Y su pieza clave acababa de hacer su estelar entrada en escena. —¿El señor Fitzgibbons?—. La pregunta surgió automáticamente de sus labios. Entonces estaba clara su ‘conexión’. Había tenido una buena relación con aquel hombre incluso antes del cambio de régimen, sus gustos por la moda no habían cambiado aunque otras muchas cosas lo hubieran hecho.
Volvió a mirar hacia ambos lados, cerciorándose de que siguieran solos, y metió la mano dentro de su bolso encantado. Había venido con la ‘intención’ de tratar a alguien por lo que se había hecho con las pociones más genéricas que conocía. La mayor parte de las pociones eran para dolencias concretas relacionadas con la magia, pero otras muchas tenían dobles usos. —Toma— volvió a ofrecerle otro frasco. Era idóneo para malestar general y, aunque no lo fuera a sanar milagrosamente puesto que otros factores afectaban a su situación, al menos le daría una leve mejoría. —Inicialmente fue curiosidad— reconoció —, me dijeron que el esclavo de un conocido estaba aquí. Me resultó extraño, por lo que tuve que venir—. Era una razón surrealista, alguien ponía su vida en peligro de aquel modo por una razón tan absurda; pero lo cierto es que también tenía mil y una escusas para estar en aquel lugar. —No creo que hubiera venido por ninguna otra razón, no soy tan buena como puede parecer ahora mismo—. Un esclavo está enfermo, hay una infección en un mercado… probablemente ella habría sido la última persona en poner un pie allí, y no lo podía negar.
Todo el mundo había tenido, al menos una vez en su vida, un rompecabezas que dejaba de serlo en el mismo momento en el que se daba con la pieza clave donde se engranaban el resto. Aquella que proveía de sentido a todo lo que lo rodeaba. Y su pieza clave acababa de hacer su estelar entrada en escena. —¿El señor Fitzgibbons?—. La pregunta surgió automáticamente de sus labios. Entonces estaba clara su ‘conexión’. Había tenido una buena relación con aquel hombre incluso antes del cambio de régimen, sus gustos por la moda no habían cambiado aunque otras muchas cosas lo hubieran hecho.
Volvió a mirar hacia ambos lados, cerciorándose de que siguieran solos, y metió la mano dentro de su bolso encantado. Había venido con la ‘intención’ de tratar a alguien por lo que se había hecho con las pociones más genéricas que conocía. La mayor parte de las pociones eran para dolencias concretas relacionadas con la magia, pero otras muchas tenían dobles usos. —Toma— volvió a ofrecerle otro frasco. Era idóneo para malestar general y, aunque no lo fuera a sanar milagrosamente puesto que otros factores afectaban a su situación, al menos le daría una leve mejoría. —Inicialmente fue curiosidad— reconoció —, me dijeron que el esclavo de un conocido estaba aquí. Me resultó extraño, por lo que tuve que venir—. Era una razón surrealista, alguien ponía su vida en peligro de aquel modo por una razón tan absurda; pero lo cierto es que también tenía mil y una escusas para estar en aquel lugar. —No creo que hubiera venido por ninguna otra razón, no soy tan buena como puede parecer ahora mismo—. Un esclavo está enfermo, hay una infección en un mercado… probablemente ella habría sido la última persona en poner un pie allí, y no lo podía negar.
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Si bien su respuesta no es muy alentadora, largaría una carcajada de tener fuerzas para hacerlo. "Trataré los síntomas para tener mi conciencia tranquila, pero te dejaré para que mueras porque debo estar en casa a las 8 para ver la novela" a eso me suena. No me sorprende pues se necesita una completa remodelación de las leyes sobre la esclavitud para poder vivir en condiciones mejores, ni siquiera estoy pidiendo que nos dejen libres, solamente que no sean tan desgraciados. Un colchón y comida decente son cosas fáciles de conseguir para ellos y aún así nos las niegan.
Hago un gesto con la mano para restarle importancia al asunto de donde nos conocemos pues si es a través de mi amo, difícilmente la recuerde. No es por nada, pero muchas rubias del Capitolio han pasado a los lados de a pasarela y no encuentro en mi interlocutora ningún rasgo que la haga sobresalir sobre otras. Claro que no diré en voz alta ya que ahora mismo mi vida depende de ella y no quiero ofenderla de ninguna forma.
Tomo el nuevo frasco y lo bebo sin pensar demasiado, espero que no tenga interacciones con la anterior pues lo último que necesito es que me salga una cola de cerdo estando encerrado aquí - No muchos vienen aquí solo por curiosidad, a veces pienso que temen que les contagiemos piojos por pasar un segundo de más - respondo con media sonrisa. He visto magos elegir a sus esclavos tocándolos con una varita, sin lanzar hechizos, solo para sentir la contextura sin exponer sus manos al tacto.
Reúno fuerzas para ponerme de pie y, si bien me mareo un poco al hacerlo, al final lo consigo. Me sostengo de la pared y alzo la cabeza porque ante todo la presencia. Me siento mejor así que quizás pueda hablar con un poco mas de libertad sin miedo a que la partida de la rubia vaya a arruinar mi sobrevida - No creo que sea buena, solo hace su trabajo - porque pocos magos buenos he conocido y aún ellos me han ofendido en más de una ocasión - Pero la hace una mujer decente y eso ya es pedir mucho de un mago.
Hago un gesto con la mano para restarle importancia al asunto de donde nos conocemos pues si es a través de mi amo, difícilmente la recuerde. No es por nada, pero muchas rubias del Capitolio han pasado a los lados de a pasarela y no encuentro en mi interlocutora ningún rasgo que la haga sobresalir sobre otras. Claro que no diré en voz alta ya que ahora mismo mi vida depende de ella y no quiero ofenderla de ninguna forma.
Tomo el nuevo frasco y lo bebo sin pensar demasiado, espero que no tenga interacciones con la anterior pues lo último que necesito es que me salga una cola de cerdo estando encerrado aquí - No muchos vienen aquí solo por curiosidad, a veces pienso que temen que les contagiemos piojos por pasar un segundo de más - respondo con media sonrisa. He visto magos elegir a sus esclavos tocándolos con una varita, sin lanzar hechizos, solo para sentir la contextura sin exponer sus manos al tacto.
Reúno fuerzas para ponerme de pie y, si bien me mareo un poco al hacerlo, al final lo consigo. Me sostengo de la pared y alzo la cabeza porque ante todo la presencia. Me siento mejor así que quizás pueda hablar con un poco mas de libertad sin miedo a que la partida de la rubia vaya a arruinar mi sobrevida - No creo que sea buena, solo hace su trabajo - porque pocos magos buenos he conocido y aún ellos me han ofendido en más de una ocasión - Pero la hace una mujer decente y eso ya es pedir mucho de un mago.
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No podía negar que comprendía su desazón en relación a los magos, quizás incluso la respetaba, pero no podía aprobarla en voz alta, y tampoco lo haría. Frunció los labios, recolocando correctamente su bolso una vez que le hizo entrega del segundo frasco. De tanto en tanto sus ojos viajaban hacia ambos lados del pasillo, cerciorándose de que nadie se encaminaba hacia ellos o pasaba casualmente por allí. El hecho de estar parada allí hablando con él ya no era algo precisamente aceptado, y lo sabía demasiado bien. Puede que sus problemas pudieran ser más ligeros en relación a ello, pero no dejaba de ser una molestia ser reprendida por una estupidez como aquella.
La ‘conexión’ que la llevó hasta allí fue decepcionante, pero, la verdad, no había esperado nada diferente. Y, en cierto modo, la aliviaba pensar que no era nadie allegado a ella, alguien por quien preocuparse cuando dejara aquellas cuatro paredes y que no se pudiera sacar de la cabeza hasta que regresara a por él o ella. Hacía muchos años que ningún esclavo pisaba su casa, y de aquel modo quedaría durante el tiempo que le restaba de vida. —Estos lugares son tan insalubres que los piojos son los de menos— respondió como una autómata, estirando el brazo para que le devolviera el frasco vacío y pudiera guardarlo. —El problema es que no se puede hacer nada para arreglarlo porque nadie con el poder de hacerlo quiere— continuó. Claro que se podía hacer, pero de aquel modo solo se elevaría el gasto y, por tanto, el precio de los propios esclavos que solo los acabarían adquiriendo las personas adineradas con un desprecio total por la vida; aquellos capaces de gastarse una ingente cantidad de dinero solo por demostrar que estaban por encima.
Una amarga sonrisa apareció en sus labios. No era buena pero hacía su trabajo. Al menos era un consuelo que le quedaba. —No creo que…— comenzó a hablar cuando un par de voces la sobresaltaron en el momento que dos guardias voltearon el quiebre que los llevaba hasta el pasillo donde se encontraba. Parpadeó un par de veces, esbozando seguidamente una cordial sonrisa que salió más forzada de lo que hubiera deseado. Echó una última ojeada al joven, cerciorándose de que, al menos, la cenicienta tez ya no lucía de aquel modo, y despidiéndose con un sutil movimiento de mano tras su espalda antes de encaminarse en dirección a los guardias. —Creo que deberíais acabar con las ratas, ningún mago va a querer llevarse un esclavo de aquí sabiendo que podría infectarse con a saber qué— les dijo cuando llegó a la altura de ambos y los sobrepasó en dirección a la puerta de salida.
Solo quería salir de allí lo más rápido posible.
La ‘conexión’ que la llevó hasta allí fue decepcionante, pero, la verdad, no había esperado nada diferente. Y, en cierto modo, la aliviaba pensar que no era nadie allegado a ella, alguien por quien preocuparse cuando dejara aquellas cuatro paredes y que no se pudiera sacar de la cabeza hasta que regresara a por él o ella. Hacía muchos años que ningún esclavo pisaba su casa, y de aquel modo quedaría durante el tiempo que le restaba de vida. —Estos lugares son tan insalubres que los piojos son los de menos— respondió como una autómata, estirando el brazo para que le devolviera el frasco vacío y pudiera guardarlo. —El problema es que no se puede hacer nada para arreglarlo porque nadie con el poder de hacerlo quiere— continuó. Claro que se podía hacer, pero de aquel modo solo se elevaría el gasto y, por tanto, el precio de los propios esclavos que solo los acabarían adquiriendo las personas adineradas con un desprecio total por la vida; aquellos capaces de gastarse una ingente cantidad de dinero solo por demostrar que estaban por encima.
Una amarga sonrisa apareció en sus labios. No era buena pero hacía su trabajo. Al menos era un consuelo que le quedaba. —No creo que…— comenzó a hablar cuando un par de voces la sobresaltaron en el momento que dos guardias voltearon el quiebre que los llevaba hasta el pasillo donde se encontraba. Parpadeó un par de veces, esbozando seguidamente una cordial sonrisa que salió más forzada de lo que hubiera deseado. Echó una última ojeada al joven, cerciorándose de que, al menos, la cenicienta tez ya no lucía de aquel modo, y despidiéndose con un sutil movimiento de mano tras su espalda antes de encaminarse en dirección a los guardias. —Creo que deberíais acabar con las ratas, ningún mago va a querer llevarse un esclavo de aquí sabiendo que podría infectarse con a saber qué— les dijo cuando llegó a la altura de ambos y los sobrepasó en dirección a la puerta de salida.
Solo quería salir de allí lo más rápido posible.
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