The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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James G. Byrne
Fugitivo
Odio que me agarren para el trabajo pesado, así que me he escondido esta mañana entre la mugre de mi celda hasta que los aurores pasaron y se llevaron a los que vieron más activos. Es una técnica algo penosa y cobarde, pero si consideramos que todavía me duelen los huesos de haber estado ayudando ayer en una fábrica donde nos apuraron como si fuésemos hormigas, cosa que jamás es de mucha ayuda considerando que somos una mano de obra mucho más lenta que ellos. Que tienen jodidas varitas, maldita sea. ¿Para qué quieren usarnos si ellos pueden hacer el trabajo sin mover el culo? Pero es obvio que no van a rebajarse, así que da igual.

El calor empieza a sentirse cada vez más pesado y eso es una perfecta señal de que no falta tanto para el verano, así que el hedor empieza a sentirse cada vez más y realmente estoy agradecido cuando los guardias me mueven para meterme en la fila de esclavos que van a limpiar de una vez. No es como si nosotros tuviésemos duchas como el resto del mundo. Nos meten en esos baños generales donde todos quedamos en bolas mientras el agua corre y tenemos que apresurarnos a limpiarnos lo mejor que podemos hasta que se termina el turno. Sé que si fuese por ellos, no gastarían agua en nosotros, pero tampoco pueden entregar esclavos llenos de mugre porque saben que no pueden venderlos. Bah, tampoco es que nos bañen tanto… ya ni me acuerdo cuando fue la última vez.

Sea como sea, tengo todavía el pelo chorreando y la ropa pegada por la humedad cuando me siento en los patios del mercado, allí donde los esclavos ayudan a mantener el lugar que ellos mismos ensucian. Sé que debería ponerme a trabajar, pero como no hay ningún guardia cerca, me quedo un poco más de tiempo a la sombra, respirando con calma los minutos que me quedan de paz.  No es hasta que veo una figura familiar que me pongo de pie de un salto, con el corazón latiendo a mil por hora. Nadie aquí tiene visitas, eso es sabido, por lo que sé muy bien cómo se supone que debo actuar. No he visto a Lara en meses, pero el poder ver una cara amiga es algo que me alegra en creces.

Miro a mi alrededor en busca de algún guardia que se fije en mí pero nadie lo hace, así que avanzo rápidamente hacia ella, a pesar de que me detengo a poca distancia porque sé muy bien que no se me permite tocarla. No viene con el vendedor de esclavos, así que asumo que habrá pedido permiso para recorrer el establecimiento, lo que asumo como un poco margen de tiempo en soledad — ¿Te acordaste de que existo? — comento en un tono que pretende sonar ofendido, aunque se me termina deslizando una sonrisa pequeña. Algunas cosas nunca cambian.
James G. Byrne
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Invitado
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La manera más cobarde de lidiar con una realidad que me cuesta vivir, es la evasión. Si no voy a lugares y si no veo personas que me recuerden lo mal que está todo, puedo seguir con el día a día. Despertarme cada mañana para ir al trabajo, ir a dormir cada noche al finalizar la jornada, tener sueños vacíos. El mercado de esclavos es uno de esos sitios que si no visito, puedo fácilmente fingir que ni siquiera existe. Que no existen todos los humanos apiñados como animales de subasta, en condiciones que mi imaginación se encarga de convertir en el peor escenario posible. La primera y única vez que acompañé a mamá al mercado, me dio nauseas. Ella desistió de tener uno, digamos que por respeto a mí, aunque no hablamos de por qué me siento de esa manera. Es lo más seguro para las dos.

Sin embargo, cada tantos meses voy al mercado. Me sobrepongo a esa sensación de malestar que me provoca todo el lugar, su propia existencia, y también me hago cargo de mi cobardía, porque las mismas razones que me alejan, son las que me acercan. Los humanos. Si solo fuera un edificio de ladrillos, se podría pasar de largo, olvidarlo. El problema es que hay personas allí, y cuando te has visto en los ojos de un humano destinado a esclavo, solo no puedes fingir que nada está sucediendo. Por mi propio bien, trato de no involucrarme con los esclavos. Es decir, puedo morir. Pero eso no es todo. Una cosa es que te importe un esclavo, ir cada tantos meses al mercado para cerciorarte de que sigue bien. Otra cosa diferente es que empiecen a importarte muchos esclavos y el ligero resentimiento en el pecho, se convierta en algo mucho, mucho más intenso. Lo suficiente como para sacarme de mi taller, de mi distrito, empujarme a una zona desconocida… y morir. Tal vez morir debería ir primero. Siempre va primero.

Hago mi vuelta por el mercado con la excusa gastada de que estoy viendo antes de decidirme por uno, cuando me encuentro con mi motivo de por qué estoy allí en primer lugar. No es como si pudiera caminar directamente hacia él. Todavía no han construido la sala de té para esclavos y potenciales amos. Finjo mirar unos instantes más cualquier otro punto en el patio y contesto: —No seas malo conmigo, primero tienes que escuchar mi razón. Esto fue lo pasó: me secuestró una manada de mooncalf hace como tres meses. Fue difícil escapar pero lo logré hace dos días… —. Con cuidado de que nadie se estuviera fijando en nosotros, me di la vuelta para mirarlo mientras terminaba mi descabellado relato, con una sonrisa igual que la suya. Me alegra verlo… bien. Y sé soy una estúpida por decirme que está bien. Ningún chico de veinte años merece estar en un lugar así. Ningún chico de trece años -cuando lo conocí- debería servir de esclavo. —¿Qué tal todo por aquí? — pregunto en susurros. Alguna vez me planteé tener un esclavo, supongo que fue cuando conocí a James. Podría ser una buena ama. Y esa es la cuestión. No está bien que seamos esclavos y amos.
Anonymous
James G. Byrne
Fugitivo
Me encantaría poder reírme con comodidad, prometo que sí, pero solo puedo morderme la punta de la lengua y mostrar una sonrisa que podría ser simpática si no fuese porque estoy intentando disimularla. Lara es una de las pocas brujas que me caen bien, especialmente porque ella sabe que los magos están equivocados y que el gobierno actual no es más que una mierda autoritaria. Además, siempre fue amable conmigo y supo escucharme cuando no era más que un mocoso que no sabía cómo preparar un té, así que he hecho un esfuerzo hasta llegar a apreciarla como una buena amiga. No es como que ando diciendo por ahí que soy amigo de una bruja, pero tampoco voy a negarlo — Al menos pudiste escapar — bromeo con ella, metiendo las manos en los bolsillos de mis harapientos pantalones. Nada sospechoso, espero.

Con un último vistazo a nuestro alrededor, le hago un gesto con la cabeza para que me siga y empiezo a caminar, algo apresurado a decir verdad, en un intento de salir de la vista de cualquiera que pueda acusarnos o siquiera culparnos de estar hablando amablemente por más de cinco minutos — Por aquí… bueno, es la primera vez que salgo al patio en tres semanas así que notarás mis ojeras en dos segundos — me llevo los dedos a las mismas para mostrarle el color violáceo alrededor de mis ojos y le sonrío en un intento de quitarle importancia — Y ayer comí una bolsa de maní, así que puedo decir que tuve un lujo. Luego puedo hablarte de las diferentes capas de piedra que tienen las celdas, aunque creo que esa parte no va a interesarte — creo que estoy sonando como un niño emo depresivo, así que me encojo de hombros para no mostrarme tan ridículo y parecer más desinteresado.

Por fin llegamos a donde estaba yendo. No es más que un pasillo angosto, creado entre las murallas del mercado y la zona de celdas del ala este, por lo que es un montón de yuyos entre pared y pared que nos vendrán bien por unos minutos. Gesticulo para que tenga cuidado de dónde pisa y paso primero para marcar el camino, hasta que creo que ya nadie puede vernos, así que apoyo mi espalda en una pared de piedra que me permite mirarla de pies a cabeza — Podría ser peor. He estado evitando los castigos, así que las cicatrices de la última tanda ya están empezando a camuflarse — por acto reflejo me acaricio el estómago, sabiendo que allí hay algunas marcas grabadas en mi piel, pero sacudo la idea de preocuparla y le pico un costado — ¿Qué hay de ti? ¿Sigues siendo la señorita “manitas” o ya encontraste un modo de salir del país sin morir en el intento? — sé que no hay casi nada fuera de NeoPanem porque las grandes ciudades han caído, pero quizá la vida salvaje sea mejor que esto.
James G. Byrne
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Invitado
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Lo sé, toda una hazaña. Espero que la historia recuerde mi acto de heroísmo — ladeo mi sonrisa y lo sigo por donde me guía. Con cada paso, el gesto en mis labios va decayendo. Las condiciones a las que se enfrenta James todos los días es un contraste al lujo real que viven los residentes del Capitolio. ¿Con un poco de maní se siente complacido? Hay familias ricas que derrochan comida todos los días, se las arrojaban a los animales para no darles a sus esclavos. La crueldad más que la injusticia de estas contradicciones de clase me revuelven el estómago. Me cuesta hallar un comentario que no sea frívolo así que me decanto por no decir nada. Es lo que hago siempre, ¿no? Nada.

No puedo olvidar donde estamos, ni evitar que mi mirada capte todos los detalles del corredor, el grueso de los ladrillos y la humedad que hasta puedo respirar. Me coloco en un posición enfrentada a él, así puedo mirarlo mientras me habla, dentro del escondite ficticio que tenemos. Si alguien nos encuentra estaremos en problemas, unos muy graves. No debería estar haciendo esto… no otra vez. Lo hago por James, porque no sé lo que es tener más familia que mi madre, y puedo pensar en él como un hermano menor. Porque es atractivo para sus veinte años, pero si a su edad tiene ojeras tan oscuras y cicatrices, ¿qué será de él cuando tenga treinta o cuarenta años? Hay ocasiones en que me digo que este sistema caerá antes, es insostenible. Pero no sé qué podría pasar después. No soy una niña para creer que vendrá un tiempo mejor.

Ten cuidado— recomiendo, poniéndome seria. —Procura pasar estas semanas, puede que te encuentre un amo decente y te trate bien… Hasta que todo esto acabe—. Mi optimismo lo reservo para imaginar su futuro. Recargo mi peso contra la pared a mi espalda y suspiro al tener que contestar. —No pienso irme del país— mi voz suena resignada. —Tengo razones para quedarme aquí, y todavía pesan más que las razones para irme— concluyo. Le echo una mirada significativa. Me importa más James que una la suerte de una tropa de esclavos cuyos nombres desconozco, me importa más mi madre que muchas familias de secuestrados y desaparecidos, me importa mi trabajo y ese es el motivo más egoísta. —Voy a estar aquí cuando esto acabe y te veré libre— sueno tan soñadora que me avergüenzo.
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James G. Byrne
Fugitivo
¿Un amo decente? — le pregunto en tono cargado de cinismo — Las personas decentes no querrían tener a otras sirviendo para ellas — es lo que siempre intento hacerle entender al resto del mundo. No importa la raza que seas, porque si fueses alguien con un mínimo grano de moral, no aceptarías tener a alguien sumido en la esclavitud viviendo bajo tu techo. Por otro lado, me gustaría creer que todo esto se va a terminar. Que un día alguien sacará a los Niniadis y su séquito de seguidores del poder y que todo volverá a su orden natural. ¿Eso me convierte en un iluso? ¿Me he equivocado durante todo este tiempo en creer que las cosas pueden mejorar, incluso cuando llegan los días en los que sospecho que terminaré muriendo en una celda? Es una crueldad de mi propio estado de ánimo.

Sé que debe tener sus razones para quedarse, pero eso no quita que la mire como si estuviese loca por hacerlo. Si yo tuviese la oportunidad, aunque fuese solo el morirme de hambre en las salvajes afueras, lo tomaría sin dudarlo. ¿Cómo es que alguien que se supone que es libre puede siquiera tolerar el vivir en un sitio como este? Al final, me fijo en su modo de mirarme y no puedo evitar chasquear la lengua, haciéndola patinar con mis dientes delanteros — Si es por mí, ni te molestes en quedarte porque no me lo perdonaría. Aunque jamás voy a decir que no me toca la fibra sensible — intento sonar un poco bromista, pero me traiciono al enroscar mis dedos con los suyos y darles un apretón rápido, pero cariñosamente amistoso. Cosas así me recuerdan el por qué Lara me agrada, a pesar de pertenecer a una raza que se ha dedicado a torturar a la mía.

Una voz, por suerte no tan cercana, hace que me estire en un intento de ver si alguien se acerca, pero mi oído no capta pasos ni nada por el estilo, así que suspiro a modo de relajación — Aprecio que vengas a verme — acabo susurrando, ladeando un poco la cabeza en un intento de encogerme y verla mejor. Aunque no lo parezca, hay varios centímetros entre nosotros en altura que antes no existían, lo que me hace dar cuenta de lo mucho que he crecido en todos estos años — pero en verdad temo si pienso en lo que puede llegar a pasarte. Sabes que cualquier amistad con un humano está penada con ejecución… ¿verdad? — y si son amables, solo te enviarán a una arena como castigo y eso es todo. Trago saliva y puedo sentir como mi mandíbula se tensa cuando hago chirriar mis dientes — No podría perdonarme si todo esto termina con tu muerte por mi culpa — con la mía no tengo problema, pero cargar con la de alguien más sería algo imposible. Me cruzo de brazos al recargarme y hundirme un poco contra la pared, analizando fijamente los rasgos de mi amiga, sabiendo que no tiene caso que le diga algo como esto cuando sé que no va a cambiar de opinión — ¿Crees que todo esto se va a acabar? ¿O lo dices para hacerme sentir mejor?
James G. Byrne
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Yo también pienso lo mismo, los magos naturalizaron tener esclavos humanos como si lleváramos siglos con este estilo de vida, cuando puedo recordar que en mi infancia aún nos escondíamos por el secreto de la magia. ¿Por qué para los otros es tan fácil? Claro que con los Juegos, luego con la Arena, ¿cuántas cosas solo asimilamos como parte de lo que conocemos y habitamos sin poner objeciones? Alguien más poderoso se encargó de decirnos que así debe ser, de convencernos con sus propias ideas. Si yo todavía no escuchara la voz de mi padre en la cabeza, tal vez… creería que humanos como James tienen lo que se merecen. Lo miro a los ojos y me cuesta aceptar que puede ser así.

Y la opinión de que estábamos mejor como vivíamos antes, me hace sentir una traidora con los de mi raza. Pero en eso sí puedo creer. Los magos me han dado razones para pensar que somos peores de lo que pueden ser los humanos. Lo que no me pongo a analizar es que quizás lo que pienso, en lo que creo, no es simple contradicción a lo que creo injusto, sino que alguien más también se encargó de instalarlo en mí. Pero mi simpatía por James es sincera, lo aprecio de verdad, por eso estoy en el mismo mercado de esclavos arriesgándome a ser descubierta hablando con él. Porque no me iría de este país, no alzaría una bandera a favor de lo que creo justo, y morir por un delito como este hasta suena a heroísmo, aunque sea el acto más cobarde posible de heroísmo. Tengo el atrevimiento de ser amiga de un esclavo, pero no a luchar por su libertad. Y siendo como soy, James acepta mi amistad. Suspiro.

La elección es puramente mía— digo, refiriéndome a mi decisión de quedarme. No estoy atada a nada, esto no se trata de que me “liberen” a mí. Como si fuera tan fácil para mi conciencia echar a andar un día calle bajo hasta perderme de vista. Suena imposible, ni siquiera como un sueño logro visualizarme. Sé que estaré aquí, estoy hecha para estar aquí. Soy resistente, soy dura. Por eso me da pena mostrarme sensible. Desvío los ojos del rostro del chico al curvar mis labios en una sonrisa al sentir el apretón cariñoso de su mano, en este momento estamos en un problema. Sonidos me hacen consciente de que seguimos expuestos. Pero no seré yo quien retire mi mano. Hago una mueca exagerada cuando James me recuerda el artículo más específico de nuestra constitución. —No sería ni la primera, ni la última. Esa norma es…— vuelvo a buscar la mirada del chico. —Un desafío.

»Un ministerio puede imponer un montón de reglas estúpidas sobre nuestras conductas, pero no tienen poder sobre nuestros pensamientos y mucho menos sobre nuestros sentimientos. Caerán por el mismo peso de su soberbia— mascullo. Mi boca se tensa en una sonrisa triste, porque de ser una soñadora pasé a ser una idealista, pronto me pondré a filosofar sobre cómo sería un sistema justo y hasta donde sé, nadie ha podido todavía determinar cuál es. —Mi madre suele decir que ni lo bueno ni lo malo es eterno. Abraza la felicidad del momento, aguarda a que la hora mala acabe —. Ella siempre fue la más serena de nuestra familia. —Mi padre, en cambio, decía que todos los sistemas injustos caen. Hubo imperios antes que nosotros, y todos ellos han caído. Todo acaba con el tiempo. Solo hay que… resistir.
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James G. Byrne
Fugitivo
Es obvio que nuestra amistad no es un caso aislado. Antes de que todo esto sucediera, ser amigos era algo mucho más fácil. Mientras nadie abriese la boca, no había motivos para matarnos entre nosotros… claro está, que salieras elegido para participar de los juegos. Así que sé que no seremos ni los primeros ni los últimos, pero de todas maneras la miro como si estuviese dudoso de sus palabras. No sé si yo estoy siendo demasiado pesimista o ella en exceso optimista, o posiblemente un poco de ambas — ¿Lo ves como un desafío? Porque yo lo siento una injusticia nada más — debe ser más fácil hablar estando del otro lado de las rejas del mercado, pero no me voy a poner a reprochar eso contra ella. No es como si Lara tuviese la culpa.

Miro hacia otro lado y me relamo con una risa insolente pero suave, tratando de no encogerme tanto como siento que mi cuerpo lo hace, decidido a camuflarse y así evadir cualquier amenaza que pudiese tocarnos — Lo malo es que ellos, además de sentimientos, tienen recursos para hacerlos valer — le recuerdo — No es lo mismo desear algo pero no tener cómo salir de ello y el poseer todo al alcance de tu mano. Ya sabes como son… — hay magos que con solo chasquear los dedos nos tienen a todos nosotros juntando sus mocos y su polvo, pero los muggles no tenemos más opción que ser simplemente sombras. Los proverbios de sus padres me hacen observarla como si me debatiese en pensar si está loca o no. En algún punto, me causa ternura. En otro, en verdad tengo que hacer un esfuerzo para no rodar los ojos. Quiero creer que los Niniadis caerán tarde o temprano, pero a veces se torna demasiado imposible, demasiado inalcanzable — ¿Y qué sucede si no llegamos a ver cómo cae? — mi pregunta no es más que un susurro, dejando de lado el tono mordaz para darle paso al temor — ¿Y si morimos sin ver cómo las cosas cambian? ¿Y si cientos y miles de personas más tienen que sufrir hasta que eso ocurra? — sé que hay movimientos rebeldes, revolucionarios que desean cambiar las cosas. ¿Pero dónde están ellos ahora? ¿Cómo es que no han hecho absolutamente nada útil?

Descruzo mis brazos mientras mi espalda se patina por la pared hasta que quedo sentado, con las delgadas extremidades abrazando a mis rodillas, tan cercanas a mi pecho que ocupo un mínimo de espacio. Levanto los ojos entre los mechones de mi cabello, observando su silueta a contraluz a pesar de que son pocos los rayos que nos alcanzan en nuestro escondite — Quiero creer que las cosas van a mejorar, Lara — declaro — Pero no sé si soy una de esas personas que puedan resistir. Quiero decir, lo intento, sabes que sí — creo que soy obvio en ese aspecto — pero… bueno, tengo miedo — no son palabras que suela decir en voz alta, principalmente por culpa del orgullo. Ese mismo orgullo que me hace arrancar un poco de césped para ponerme a partirlo en pedacitos entre mis dedos y así evitar su mirada — Sabes que algún día será la última vez que nos veamos y no podemos hacer nada para cambiarlo.
James G. Byrne
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Me quedo con una sensación amarga picando en mi garganta, porque la percepción distinta que podemos tener de una misma norma, ilustra las posiciones en que nos encontramos. Si yo lo veo como un desafío, es por la misma arrogancia de ser una bruja. El ministerio me está desafiando al decirme con quien estar o no, sigue siendo una elección y si tomo la opción errada, muero. Ellos no tienen opción. Han decidido y usan toda la fuerza ministerial para que nadie se atreva a sentir cariño, lastima, compasión por los esclavos. Y yo tomé mi decisión, estoy con una condena silenciosa sobre mi cabeza, hasta que alguien la haga pública. Mi idealismo es un bonito arcoíris de los que vomitan los unicornios.

Froto mi frente con los dedos para alisar las arrugas de preocupación que sé que aparecen en momentos así. Estoy defendiéndome en voz alta de los mismos interrogantes que yo me hago y que cuestionan lo que creo, que James logra expresar con sus propias palabras. Es más joven que yo, pero uno de los dos está siendo el iluso aquí y no es él. —Déjame ser una maldita tarjeta de buenos deseos— mascullo. ¿Qué otra cosa que frases inspiradoras y salvación del alma puede ofrecer una visitante a un joven atrapado en una celda? —Así al menos tengo algo para darte, y yo no le digo cosas lindas a todo el mundo, ¿sabes? No puedo dejar que crean que soy ese tipo de chica— explico. He pensado en darle cosas en mis visitas, desde dinero hasta artefactos del taller, y sé que si lo encuentran en posesión de alguna de esas cosas, será un día de mierda para él en el mercado.

Suspiro largamente mientras asimilo la verdad posible de que moriremos todos, de que esto no va a cambiar, de que nos mantienen las esperanzas, pero las esperanzas que todo lo esperan pueden alargar este tiempo hasta el infinito, y nosotros somos meras existencias finitas. Un día moriré, un día lo hará James. Ojalá no sea mañana, pero no puedo asegurarlo. Listo, estoy en modo dramática ahora mismo. —Si te soy sincera, no suelo pensar en una gran cantidad de personas y en una gran cantidad de tiempo— suelto sintiéndome un poco avergonzada. —Suelo dar prioridad al aquí y ahora, y con quien. ¿Mañana? Nunca sabremos qué pasará mañana— murmuro.

Yo también quiero pensar que las cosas cambiarán, es bonito pensar en ello, en… esperar que eso ocurra. Como si fuera un gran suceso que vendrá desde afuera, de parte de alguien más. Puede que sean los rebeldes o revolucionarios, un golpe interno en el ministerio. Y que en realidad no depende de nosotros. Doblo mis rodillas para quedar a su altura, notándolo cansado. Busco su mano y se la tomo cuando me dice que tiene miedo. Si pensaba decir algo trillado sobre esto, lo siguiente me deja muda. —Ese día todavía no llega— es todo lo que puedo decir. Me aferro al presente que es este instante, en que sé que no debería estar encariñándome con un esclavo y lo hago, pero todavía mi castigo no se cumple. —Y me seguirás viendo, porque no voy a irme. Mientras esté aquí, continuaré visitándote—. Porque tengo un temperamento que no me deja vivir de otra manera que no sea con mis propias reglas, que no son las de un bando ni del otro, y así acabaré, algún día.
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James G. Byrne
Fugitivo
Te dejo, te dejo — le digo riendo — me das ternura y todo — tampoco voy a decir que yo siempre ando tan abajo. Me gusta pensar que podemos crear una revolución, que el mundo entero podría ser nuestro si alzáramos la voz contra aquellos que nos la quitaron, pero la realidad casi siempre golpea a la puerta y me deja tirado en el suelo hasta que decido que es momento de volver a levantarse — ¿Y qué tipo de chica eres? — intento no sonar tan payaso ni burlesco, pero no es algo que pueda controlar porque ya está incorporado en mi estúpida forma de ser — Porque yo no creí que serías del tipo que dice “no soy ese tipo de chica”. ¿Juegas a la ruda? — le hago cejitas hasta reírme de mi propia estupidez, porque bueno… hay que ponerle algo de humor a la situación.

No hay más que hoy — coincido finalmente. Es lo que se supone que debería pensar, aunque me gustaría creer que también hay un mañana. Me han dicho muchas cosas maravillosas, pero parece que ninguna se hace realidad. ¿Por qué mañana sería diferente? De repente, siento como si me hubiese desinflado y que he quedado incluso más delgado de lo que soy, sintiéndome casi como un fideo crudo. Sé que se inclina delante de mí, pero evito su mirada como si de esa forma pudiese controlar cuánto la preocupo o no. Al final, me delato con la sonrisa torcida que ella me roba, fijándome en como nuestras manos vuelven a unirse. Muevo un poco mis dedos para entrelazarlos y la diferencia de nuestros tonos de piel se vuelve obvia, pero a mí solo me provoca el apretarla con algo más de fuerza — ¿Y qué pasará si me compran y no tienes modo de averiguar quien lo ha hecho? — le pregunto con sincera preocupación — Sabes que esa opción siempre está presente cuando no controlas el rumbo que toma tu vida. Todo para mí depende de quien ponga algo de dinero y quien no — en un gesto desinteresado y cariñoso, levanto su mano y rozo sus nudillos con mis labios como he visto a la gente hacer en algunas películas que veían mis antiguos amos. Algo así como un mimo amistoso — Tienes suerte de ser una bruja, Lara. Te salvas de todo esto.

Puedo sentir los pasos y tiro de ella hacia abajo, derritiéndome en mi lugar al quedar hundido y llevándola conmigo hasta que la presiono contra mi pecho. El grupo de esclavos escoltado por un guardia pasa cerca del inicio del pasillo, pero gracias a la sombra y los yuyos, ni se fijan en nosotros. Lo malo es que sé que de haberlo hecho y estar en esta posición hubiese sido ridículamente fatal, así que la empujo con algo de exaltación para hacer que caiga a mi lado — ¿Ves lo que te digo? Vamos a terminar colgados en la plaza por alguno de esos jueces sádicos del Wizengamot. Probablemente de alguno que no pueda hablar sin escupir por culpa de sus dientes falsos — ladeo la cabeza para mirarlo y no sé si es por el repentino ataque de nervios por la cercanía de haber sido atrapados o si es por la idea ridícula del hipotético juez, pero termino riendo con más fuerza de la que debería y tengo que cubrirme la boca con el dorso de mi brazo.
James G. Byrne
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Invitado
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Reprimo una sonrisa mordiendo mi labio, mi boca se curva en evidencia. Estoy en serio y muy gravemente encariñada con este chico si es que puede decir que mis acciones le dan ternura, porque eso significa que está un paso dentro de mis límites, en el centro de una Lara casi vulnerable. Sé que todo esto nos terminará lastimando, no puede acabar de otra manera. Eso ocurre cuando bajas las defensas y comienzas a soñar que las cosas pueden cambiar para mejor, lo que haces es abrir una gran espacio de posibilidad para que la vida te demuestre lo perra que puede ser. Y aquí estoy, sujetándome a la mano de un esclavo demasiado joven para ser cautivo de un destino que le impusieron.

Ser y parecer una chica ruda es necesario— contesto con sinceridad. —No solo por mi trabajo, porque quiera que me respeten. Sino porque todos por dentro tenemos algo que se puede romper y tenemos que protegerlo a toda costa. Y no recibimos una coraza por nacimiento, tenemos que armarla a lo largo de la vida, cuanto más resistente, mejor. Hay que tener mucho cuidado con qué personas sacarte la armadura—. Miro nuestras manos entrelazadas por un minuto, pensando en que el motivo por el que me acerqué a James fue porque lo vi pequeño en un mundo injusto y está creciendo hasta ser unos centímetros más alto que yo. Supongo que tengo instinto de cuidar de lo que creo que es más vulnerable, pero eso está cambiando.

Sonrío con humor para relajar el tono de la charla, él se ríe con facilidad haciendo que todo el aire condensado a nuestro alrededor por la tensión se desvanezca de a poco. Se está abriendo un claro de luz para nosotros. —Fingiré ser paisajista, decoradora o un plomero para poder entrar a esa casa— propongo. Me acomodo a su lado, con la mejilla contra el muro para poder mirarlo cuando acerca mi mano a sus labios y alzo la otra para acariciar uno de sus mechones ondulados como lo haría con un niño, dolida de que tenga razón al decir que tengo suerte por ser una bruja. —Lo sé— susurro. Soy tan malditamente afortunada, por muchas cosas. Siempre hay una estrella que cuida a los imprudentes. Y la hago trabajar todos los días, porque escucho los pasos al mismo tiempo que James.

Se me han ido diez años de vida en la última hora por los sobresaltos que sufre mi corazón. No lo admitiré porque pienso volver en otra ocasión, si James sigue en el mercado, a correr el mismo peligro. En un lapso de segundos paso de estar escondida por el cuerpo del chico a caer sentada en el suelo, de una u otra forma seguiría estando mal que me encontraran conversando con él. Pienso en el Wizengamot, en lo cerca que estuve una vez de ver a los jueces de los que habla James. No sé qué sentir aparte del nudo de nervios que me estruja el estómago, y otra vez es su risa lo que me saca una nueva sonrisa. Me preocupo más por él que por mí, así que seré un reflejo de cómo él se siente y si encuentra motivos para reírse, lo haré también. —Supongo que debo irme, la suerte también es una cosa finita— digo después de pensarlo dos veces, porque en realidad no quiero dejar a James y no saber cuándo y dónde volveré a verlo o si lo haré.
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James G. Byrne
Fugitivo
Mi expresión cambia mientras la observo, apagando un poco la sonrisa porque, me guste o no, comprendo de inmediato lo que está queriendo decir. Siempre intento ser un poco bromista, mostrarme en cierto punto como alguien a quien no pudieron apagar a pesar de haberme criado en una celda oscura y llena de olor a humedad. Eso no significa que por dentro no esté algo podrido, pero es una parte de mí que busco empujar para que no me termine consumiendo — No tienes por qué fingir que nada te toca, solo porque no quieres que nadie te lastime. Las heridas son parte de ser humano… bueno, en mi caso, de manera literal — agrego, intentando hacer una broma que de seguro suena más deprimente de lo que en realidad quise que sonara.

Ah, pero tendrías que rastrearme antes. Me gustaría ver cómo lo intentas — le muevo mis cejitas con una sonrisa que pretende ser divertida, pero que dura lo que le toma el acariciarme el cabello en un gesto que podría calificar como familiar, porque estoy seguro de que mi madre lo ha hecho en su momento. Al menos, tengo el vago recuerdo de una mano suave ayudándome a dormir con caricias cariñosas en la oscuridad de los sótanos donde nos escondimos durante tanto tiempo. Sé que sabe de su suerte incluso antes de que lo asegure, pero qué va, es bueno recordárselo de vez en cuando, no por maldad sino porque envidio su fortuna. Ojalá pudiera fingir ser uno de ellos, al menos por cinco minutos, para al menos poder dormir en una cama decente y no en el suelo con diez personas más en una celda reducida.

Lo malo es que mis bromas sobre los jueces y los viejos ricachones se me va por ahí porque ella dice que debe irse, lo que me provoca un puchero infantil que es más sincero de lo que me gustaría admitir para mantener mi orgullo intacto. Me giro entre la maleza hasta quedar boca abajo y me apoyo en mis codos en un intento de elevar un poco el torso, permitiéndome el mirarla de costado — Había un viejo refrán en los tiempos de los Black. Algo sobre tener la suerte de nuestra parte, algo por así. Los Niniadis lo eliminaron, pero de seguro tú lo recuerdas más que yo — aprovecho a estirar una mano para rascarme la nariz, sosteniéndome con un solo codo y retomo la posición inicial — Yo nunca tuve la suerte de mi lado, pero hasta ahora tú no estás tan mal. Quizá si nos mantenemos juntos, las cosas se equilibren y todo deje de apestar — en más de una ocasión, tuve la idea de pedirle que me compre para irme con ella, pero sé que sería una petición cruel y egoísta. Me inclino hacia ella para apoyar mi mentón en su hombro y darle así un toquecito — No quiero que te vayas, pero no te retendré porque sé por qué lo haces. Solo prométeme que volverás pronto y me traerás una hamburguesa de contrabando — lo cual es imposible porque siempre chequean a los que ingresan al mercado, pero tal vez exista un encantamiento que le permita ocultarle algo de comida. Acentúo un poco mi sonrisa y echo mi cara otra vez hacia atrás — De verdad aprecio todo lo que haces por mí, Lara. Eres una de las pocas personas a las que puedo decir que la quiero de aquí a la luna, ida y vuelta, por muy ilegal que sea.
James G. Byrne
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Vivir causa heridas — coincido con un suspiro tan teatral que pretende aligerar lo grave que se vuelve a ratos nuestra conversación. — Y cada cicatriz es un recordatorio de lo fuerte que eres, de que resististe, de que sobreviviste — cuando lo digo estoy mirándole a los ojos porque quiero que sepa que es un mensaje para él, de la cuota de frases hechas que le traigo con cada visita para poder echar destellos de esperanza en la realidad cautiva que sufre. Lo miro con la necesidad en mis ojos de que me entienda. — Hasta que una herida es la definitiva, la que toca tu parte más vulnerable. Estás perdido si alguien roza eso y lo destruye. Es lo que debes cuidar a toda costa.

Me arriesgaría a decir que en James ese algo es su risa, olvido que estamos escondidos en una esquina del mercado cuando lo veo acomodarse sobre la hierba. Si quiero puedo imaginar que estamos en un parque, en el campo, que el mundo se abre para nosotros con absoluta libertad. Algunas personas nacen con su talento, no es magia, es la capacidad de hacer que alguien se sienta mejor y transportado a un lugar más hermoso, a una época más brillante. Cuando lo miro tan intensamente me pregunto por qué abandoné mi idea de niña de alterar el tiempo en los relojes, de alterar el tiempo de las cosas. Comencé a construir monstruos fabulosos de metal, armé redes complejas de cables para que conseguir con magia que lo extraordinario sea parte de la cotidianidad de los magos. Y me lamento de no tener manera de hacer que cada segundo con James, mientras lo escucho hablar de nuestra suerte compartida, sea todo lo que pueda disfrutar en los próximos tres años, cinco años.

No estoy tan mal, ¿eso dices? — reclamo. Todo lo que dice me conmueve. Me apena admitir que cuando estoy en mi taller, cierro mi puerta al mundo, no quiero pensar en esclavos, tiranías e injusticias. A él no puedo dejarlo fuera, porque es importante para mí. — Eres una de mis personas favoritas en el mundo y mira que tengo pocas—. No creo merecer el cariño que me tiene, quiero ir a comprarlo aunque me odie al hacerlo, porque no quiero que sea mi esclavo. Y porque si lo llevo conmigo, no podría ocultarle a nadie lo mucho que lo aprecio, lo sacaría de aquí para morir. Sé que mantenernos alejados es lo más seguro, nos regala una brecha más de vida. Pero quiero creer en nuestra suerte en común, de que seremos un equilibrio en el universo. —Es ilegal porque lo dicen un par de personas— murmuro. —Ellos no entienden nada, no pueden verlo. Están cegados a la verdad más clara— y lo miro. Sé que esto puede hacerme caer en desgracia, pero puedo decir mirándolo a los ojos, que James no nació para ser esclavo. —Sé que no seré la única en verla— confío en mis palabras con exceso de optimismo y una hambrienta esperanza de que el mundo cambie. Me demoro en irme porque no quiero. — ¿Estarás bien?— necesito que me prometa que tratará de que así sea.
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James G. Byrne
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Vulnerable, no quiero sentirme vulnerable, hasta cuando sé que lo soy en algún punto de mi anatomía. Muevo mi cabeza en señal de afirmación para darle a entender que comprendo lo que quiere decir, pero no puedo prometerle que nadie va a quitarme lo que me queda porque ya se han llevado todo lo demás. Siento que estoy siendo un melodramático, pero creo que cualquier persona que estuviese en mi lugar lo sería — Es mejor ser tú que yo — digo con simpleza, sé que no puede refutarlo. Le dedico una sonrisita como si estuviese tonteando con ella, revoleando un poco los ojos a la par que le muestro todos mis dientes — Es porque soy adorable. Igual no sigas, vas a hacerme que me ponga rojo y sensible — estoy de puro chiste, creo que me conoce lo suficiente como para saberlo sin que lo aclare.

Es ilegal porque lo dicen las personas que hacen las leyes. Que sea una estupidez no quita que sea la ley — ¿La verdad? Creí que eso era algo subjetivo, pero no voy a ponerme a discutir una cuestión que no tiene sentido alguno. Mi suspiro desganado delata que ya no hay más que hablar, pero sí que prometer. Apoyo las manos en la tierra rasposa que sobresale entre el césped y me impulso hacia arriba, arrodillándome para verla desde mi altura, a consciencia de que los rizos se me han despeinado en todas direcciones — ¿Cuándo no estoy bien? — le pregunto, a sabiendas de que podría contradecirme si quisiera — No pasará nada. Ya no queda mucho más que puedan hacerme y prometo no iniciar un motín en tu ausencia — intento que mi sonrisa sea tranquilizadora, pero sé que no servirá de mucho. Lara siempre encuentra el modo de preocuparse por mí y admito que se lo agradezco. Es lindo saber que alguien allá afuera vela por tu seguridad.

Le tiendo mi mano para ayudarle a ponerse de pie y, con el envión con el que me levanto, la arrastro conmigo hasta que los dos estamos arriba como si nada hubiese ocurrido. Por las dudas, la sacudo con mis manos en un intento de limpiarle el césped de la ropa y luego hago lo mismo conmigo, si bien es mucho más fácil disimularlo en mis prendas si consideramos su penoso estado — Me preocupa más el saber si tú estarás bien — me gustaría poder tenderle la mano para ayudarla a salir, pero sé que no tengo permitido el tocarla y solo le hago una señal para que salga delante de mí — Sabemos que, con tu carácter, es mucho más fácil que tú te metas en problemas que yo. Al menos yo soy invisible — a ojos de los magos, nosotros no contamos como personas. Le doy un rápido pellizco en la cadera y avanzo, fingiendo el ir delante de ella para poder despedirnos como corresponde.
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A pesar de la falta de experiencia en tratar con hermanos menores, puesto que no los tengo, puedo apostar que estoy exagerando un poco con la gravedad de los consejos que le doy a James. Nunca le hablé así a otra persona, porque vivimos en un mundo donde no le confiaría a nadie de qué maneras busco ser fuerte, no sea que lo usen en mi contra. Mis amigos incluso son de una postura política contraria a la mía, no puedo ser absolutamente franca con ellos, por el peligro que representa que algún día se enteren de la verdad y me vuelva su enemiga. No hace falta que me encuentre con un boggart para saber que podría tomar la forma de cualquiera de ellos odiándome. En cambio, James hace que bajen todos mis muros de defensa, porque estamos del mismo lado. Lo estamos, ¿no? Y él me inspira ternura, aunque yo sea —increíblemente— la cursi entre los dos.

La ley, por estúpida que sea, es la ley— le doy la razón y de primera mano sé que las personas que están a cargo de que se aplique se lo toman muy en serio. —Pero es una creación— insisto en ese punto—. Se supone que hay verdades naturales que no se deben ignorar, si lo hacemos, perdemos el sentido de las cosas. La vida, la libertad—. Trato de aferrarme a esas verdades, que tal vez también alguien puso en mí. Pese a que creo tener una vista más clara de las cosas que suceden, sigo confundida y no doy una dirección a mis acciones. Cuando traté de inclinarme hacia el lado que creía que me correspondía por mis ideales, todo salió mal y me asusté. Era joven, si bien eso no es excusa. Muchos jóvenes están en los territorios de guerrilla. James también es solo un muchacho. Y habla de motines, lo que se gana una mirada reprobadora de mi parte. —Ni siquiera pienses en ello—. Lo matarían sin dudar, no le concederían ni un segundo de tregua. Entonces su existencia se apagaría como una de las muchas luces que hay en la ciudad y simplemente se extinguen sin que nadie se aperciba.

Colaboro en limpiarse la ropa de las briznas de pasto porque ningún centinela se creería que me caí en el patio. Son perspicaces al inspeccionar a quienes entran y salen. Y tengo mis antecedentes limpios gracias a mi suerte personal, pero es cierto que mi boca me pone en aprietos cada tanto. La preocupación que el chico siente por mí me sensibiliza. —Yo también soy invisible, me encierro en mi taller cuando estoy de malas y el mundo se salva así de mi temperamento— trato de bromear. Nunca se me presentó una circunstancia como la de hace unos años de apoyar a los rebeldes, y no sé qué elección haría ahora. Fue mi carácter el que me llevó a implicarle, pero el temor llegó cuando me di cuenta de todo lo que perdería, de que mi madre se quedaría sola en el distrito 6.

Dije que tenía razones para quedarme y para controlar mi carácter dentro de los límites de NeoPanem. Tengo personas que me importan. Pero si pierdo a mi madre, si mis amigos me odian, si algo le ocurre a James… sopeso todas esas posibilidades. Mi buena relación con NeoPanem depende de que no me quite lo que aprecio. Porque las personas que tenemos algo que perder todavía podemos ser controladas, pero quienes lo han perdido todo son el verdadero peligro. —Más le vale a tu próximo amo tratarte bien, que te tenga viviendo en un palacio—. Algún millonario extraño del Capitolio, en vez de algún avaro de los distritos de explotación que lo pueda maltratar. Antes de que salgamos de nuestro escondite, rozo la mejilla de James en una caricia y le sonrío. —Toma, te presto mi suerte— después lo sigo fuera, por el pasillo que nos devuelve al mundo real.
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James G. Byrne
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No soy tan idiota — le recuerdo desganadamente. Si hay algo que analicé en todos mis años dentro del mercado, son las maneras en las cuales puedo librarme de estar acá encerrado y sé muy bien que no tiene sentido el arriesgarme un motín cuando no hay nada que podamos hacer momentáneamente sin terminar en el paredón. Ser un esclavo es una verdadera porquería, pero todavía tengo cierto aprecio por mi vida y no me considero un suicida. Solo por si las moscas, le sonrío con toda la ingenuidad de la que soy capaz para que vea que me voy a portar bien, siempre y cuando ningún mago de pacotilla me venga a molestar.

Ella habla de su temperamento en una broma que reconozco como un método suavizante y se lo sigo, falseando un estremecimiento como si su carácter fuese de temer. Todo ese acting se me esfuma porque me río de ella, porque los dos sabemos que un amo que me trate de esa manera es un sueño imposible, que yo soy solamente carne de cañón. Es su caricia lo que me cambia la cara, tratando de ser mucho más suave con ella de lo que soy con mi sarcasmo. Lara no tiene la culpa de que yo sea un amargado y hace todo lo posible para que no lo sea. Así que solo por eso le doy un apretoncito a la mano que me acaricia, dedicándole una última mirada de complicidad — Haré lo mejor que pueda con tu suerte. Hasta ahora, parece haber funcionado — no nos han atrapado, ¿no?

Así es como la guío fuera del escondite y, como ya estamos a la vista de todo el mundo, no puedo regalarle un abrazo ni una sonrisa. Solo le muevo la cabeza en un gesto que pretende ser respetuoso y que evita el contacto visual como la paria que se supone que debo ser, me ahorro la sonrisa y le doy la espalda, caminando hacia la zona donde debería enfilarme para las celdas. Otra vez al pozo deprimente lleno de gris, lejos del césped donde podemos fingir que estamos lejos, porque la realidad es muy difícil a la que nos podemos pintar nosotros mismos.
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No es idiota, pero es joven. Es el tiempo para seguir instintos y cometer errores. Por más que los sometan a ser esclavos, no creo que los adolescentes humanos sean diferentes a los jóvenes magos, si hay un tiempo para ser imprudentes es este. Para mi sorpresa mayúscula, me encuentro en la posición de adulta previniéndolo de hacer una estupidez. ¿Quién lo hubiera dicho? Me estoy volviendo vieja y aburrida, y hasta esta mañana tenía treinta años. Sigo sin encontrar todas las respuestas, no importa cómo me siente, así que no me queda más que aguardar a que James sobrelleve su tiempo en el mercado hasta que tenga la oportunidad de vivir en una casa, donde al menos tendrá un sitio más cómodo para descansar. Tengo la idea de que será así, un tanto ilusa. Como cuando mi madre decía que ya no tenía esperanzas para sí misma, pero sí para las personas que amaba. Solo puedo despedirme de James si me convenzo de que estará mejor.

Mi suerte es muy buena— me rio con él, presumiendo de mi don.— Eso es porque nací bajo la estrella de los locos y los desorientados, también servirá para ti —. Para que encuentre su camino. Este es uno de los pocos talentos que tengo, y si no hago mal el cálculo, creo que solo tengo dos. Si se la estoy dando, es porque lo aprecio de verdad. Y me da un poco de miedo al separarme de él para alejarme por el pasillo, esquivando su mirada para actuar con desinterés en todo lo que me rodea, como si otra vez no encontrara nada en el mercado que valga la pena, arrugando un poco el entrecejo así nadie me molesta y me hace preguntas, como si estuviera en serio disgustada de haber perdido el tiempo en este lugar.

Me da miedo de que por un rato fui con James tan diferente a como soy día a día, más parecida a la niña que idolatraba a su papá y nada podía hacer sin su ayuda solo para tener su atención. Porque tal vez eso que le dije que puede herirnos irremediablemente acabo de dejárselo o ya se lo di tiempo atrás, porque hice de este chico mi vulnerabilidad, y quizá si algo le sucede, lo poco que queda de mi antiguo yo que todavía tiene fe, se destruya. Salgo del mercado con la mirada al frente, porque no confío en que mis ojos sean fríos si vuelvo a fijarme en James una última vez. Y tengo que demostrar que lo soy, que nada de esto me importa, que nadie me importa en este lugar.
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