OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Gigi araña la puerta y mis manos abren despacio, dejándola entrar a una velocidad irritantemente lenta, pero no me atrevo a abrir la boca para no hacer ruido. Mi perra es una maraña de pelos y barro, de modo que va dejando huellas de mugre allí por donde va pero no me quejo, porque de su boca cuelga una bolsa rota que probablemente se robó por el olor y que de algo puede servirnos. Mi estómago gruñe ante el solo pensamiento así que me lo froto como si intentase calmar a una bestia furiosa y avanzo hacia Gigi, acariciando su lomo para que me deje tomar su botín; aún es cachorra pero creció demasiado en estos meses y una sola mordida bastaría para hacerme una horrible herida, pero ella nunca me muerde a mí o a Amelie. Y para ser honesto, su calor nos ayudó a sobrevivir el invierno y sus gruñidos mantuvieron alejados a muchos individuos desagradables. Gigi suelta la bolsa de papel madera, arrugada y con algo de tierra, y yo me siento en el suelo helado del sótano en el cual nos estuvimos escondiendo la última semana; las paredes huelen a humedad y apenas ingresa algo de luz solar por una rendija, pero como esta casa ya ha sido saqueada y nunca encendemos las luces ni hacemos ruido, estamos a salvo. Amelie me mira desde el otro rincón de la habitación y me pregunto internamente si a ella le interesa lo que estoy haciendo o tan solo está aburrida, probablemente ambas cosas, pero yo ni la miro; estoy demasiado ocupado en sacar unos aplastados sándwiches de tocino que aunque no tienen el mejor aspecto del mundo, me hacen agua la boca. Gigi intenta atrapar uno y yo se lo tiendo, acariciando detrás de sus orejas – toma, te lo mereces – murmuro, y ella apenas gruñe en respuesta porque solo está masticando. Mi voz ha cambiado demasiado en este tiempo y no solo porque ya he pasado la pubertad, sino porque apenas hablamos y se ha ido volviendo ronca y cansada. Supongo que todos hemos cambiado. Amelie no parece tan ególatra como antes, eso de seguro; bueno, solo a veces. Pensar en ella hace que la mire y le lanzo uno de los emparedados, para luego llevarme uno a la boca. Sé que en otros tiempos habría dicho que estaba asqueroso, pero ahora mismo me parece un manjar - ¿tenemos agua? – en un rincón del sótano, está lleno de bolsas viejas, platos sucios, botellas vacías y la mochila que Amelie había armado antes de escaparnos del desastre de la isla, que ahora ya no tiene casi nada. También hay periódicos y anuncios que pudimos robar, esos carteles que nos muestran como fugitivos peligrosos y con un costo elevado por nuestra cabeza. Bueno, de alguna forma todavía seguimos siendo gente importante, si se vale la ironía.
Hace algunos pocos meses, la noche en la cual la Isla fue atacada y vimos morir a casi toda la gente que vivía en ella, el traslador que agarramos nos dejó en un bosque nevado en las afueras del ocho, cosa que descubrimos al poco tiempo cuando pudimos colarnos en el centro del distrito. No nos duró demasiado, porque entonces comenzaron las persecuciones y todo se volvió un caos y nos obligamos a correr otra vez para escondernos y desde entonces no hemos dejado de hacerlo. ¿Cuánto tiempo me costó convencer a Amelie de que deberíamos seguir nuestro camino hacia el seis y el cuatro? No tengo idea, fueron peleas que duraron días; ni siquiera me molesté en pregutarle por su familia porque ella no dio señales de querer averiguar donde estaban, pero yo nunca acepté la idea de dejar a la mía detrás. Cuando por fin ella accedió, la seguridad se había elevado al máximo y movernos se transformó en toda una aventura. Dormimos en casas abandonadas o en las afueras, escondidos entre matorrales; en más de una ocasión hemos escuchando como arrastraban gente gritando por la calle o como golpeaban a otros para quitarles comida. Nosotros robamos alimentos y a veces nos bañamos en lagos, a veces en las duchas que todavía siguen funcionando, y otras veces simplemente dejamos que la mugre se acumule porque no nos queda de otra. Esto es incluso peor que el recuerdo que tengo de los juegos y estoy seguro de que estoy mucho más delgado y mugroso que en este entonces. Ahora mismo estamos en una casa en las afueras del distrito seis, un pequeño cuchitril que estaba patas para arriba en cuanto llegamos y que nos ha salvado el culo. Hay muy pocas personas rondando la zona, de modo que es básicamente seguro, y cuando Gigi sale tiene el aspecto de un perro abandonado de modo que no nos provoca problemas; ya nadie sigue a un perro abandonado al menos que tengan mucha hambre como para cocinarlo.
Trago mi pequeño bocado y hurgo en la bolsa buscando más, pero no hay nada, así que la lanzo al rincón y me pongo de pie para asomarme por una de las rendijas, parpadeando ante la luz de la mañana; supongo que Gigi le robó el desayuno a alguien – creo que hoy podríamos partir – anuncio, girándome para mirar a la pelirroja que, a pesar de todo, ha permanecido a mi lado – si nos movemos ahora, podemos llegar cerca del anochecer, o tal vez para la cena … - los dos sabemos que estoy siendo demasiado positivo e incluso iluso, porque no hay ninguna cena esperándonos en ningún lado. Mi abuelo es un hombre anciano y para los Aurores de seguro no fue ningún problema llevarselo, pero mantengo la esperanza de que algo encontraremos en su casa. Tal vez ha escapado, o qué sé yo; solo quiero chequear, saber algo que me indique donde se encuentra y luego buscar a papá. No saber de ellos ni de mis amigos, ni de Zyanelle, me pone irritable y amargado, incluso más de lo normal. Sin esperar una aceptación de Amelie, comienzo a guardar algunas de nuestras cosas en la mochila y me la cargo al hombro, haciéndole un gesto para que me siga; Gigi lo hace sin dudarlo, moviendo su cola. Abro la puertilla del sótano, miro alrededor y, como no hay nada, salgo de un salto y la mantengo abierta para que ellas vengan detrás de mí. Y volvemos a caminar.
Mis músculos están demasiado agarrotados y muero de hambre, pero el estar tan cerca hace que mis pasos sean seguros y que mis sentidos se encuentren el doble de alerta. Nos toma unas pocas horas el entrar por completo al distrito y, como es de esperarse, no hay mucha gente en las calles; caminamos por callejones, evitamos las multitudes y bajamos la cabeza si alguien pasa demasiado cerca. Nunca sabemos si nos reconocen, en especial porque estamos muy sucios y nuestros cabellos han crecido demasiado; incluso yo tengo un pequeño y patético bigote que consiste en unos pocos pelos y que no puedo afeitar. Hace años que no visito a mi abuelo, pero cuando el sol comienza a ponerse, puedo reconocer la casa, lo que me acelera el corazón; parece mucho más pequeña y sucia de lo que recuerdo, pero está allí, justo a unos pocos pasos. Siento la garganta seca y me olvido de toda precaución, saliendo de la callecita oscura y angosta para correr por la calle principal, escuchando como Amelie me insulta detrás y Gigi me persigue. De todas formas no soy tan tonto; no me acerco a la puerta principal porque sé que alguien podría vernos y salto la cerca, cayendo en un jardín con el pasto demasiado crecido, y lo bordeo. Un golpe sordo me indica que Gigi ha caído de una forma mucho más torpe, pero ni siquiera me molesto en comprobar que está bien. Me mastico la lengua mientras me acerco a una ventana y la limpio un poco para mirar en el interior. No veo mucho, salvo, algunos muebles fuera de lugar y una fina capa de polvo; eso me da un tirón en el estómago. ¿Y si se lo llevaron? ¿Y si lo mataron? ¿Y si…? Opciones hay muchas y cada una me gusta menos que la anterior, de modo que giro la cabeza hacia Amelie con los ojos bien abiertos – ayúdame, Amy – las ventanas están cerradas desde adentro, de modo que abrir esta nos cuesta unos cuantos minutos, pero al final lo conseguimos; ella entra primero y yo alzo a Gigi para pasársela, de modo que ambos metemos a la perra adentro y yo entro después, cerrando detrás de mí. El living es una versión sucia y desordenada de lo que yo recuerdo, y la casa parece encontrarse en completo silencio; de todas formas, siento un picazón en la nuca, reconociendo esa desagradable pero familiar sensación de que nos observan.
Hace algunos pocos meses, la noche en la cual la Isla fue atacada y vimos morir a casi toda la gente que vivía en ella, el traslador que agarramos nos dejó en un bosque nevado en las afueras del ocho, cosa que descubrimos al poco tiempo cuando pudimos colarnos en el centro del distrito. No nos duró demasiado, porque entonces comenzaron las persecuciones y todo se volvió un caos y nos obligamos a correr otra vez para escondernos y desde entonces no hemos dejado de hacerlo. ¿Cuánto tiempo me costó convencer a Amelie de que deberíamos seguir nuestro camino hacia el seis y el cuatro? No tengo idea, fueron peleas que duraron días; ni siquiera me molesté en pregutarle por su familia porque ella no dio señales de querer averiguar donde estaban, pero yo nunca acepté la idea de dejar a la mía detrás. Cuando por fin ella accedió, la seguridad se había elevado al máximo y movernos se transformó en toda una aventura. Dormimos en casas abandonadas o en las afueras, escondidos entre matorrales; en más de una ocasión hemos escuchando como arrastraban gente gritando por la calle o como golpeaban a otros para quitarles comida. Nosotros robamos alimentos y a veces nos bañamos en lagos, a veces en las duchas que todavía siguen funcionando, y otras veces simplemente dejamos que la mugre se acumule porque no nos queda de otra. Esto es incluso peor que el recuerdo que tengo de los juegos y estoy seguro de que estoy mucho más delgado y mugroso que en este entonces. Ahora mismo estamos en una casa en las afueras del distrito seis, un pequeño cuchitril que estaba patas para arriba en cuanto llegamos y que nos ha salvado el culo. Hay muy pocas personas rondando la zona, de modo que es básicamente seguro, y cuando Gigi sale tiene el aspecto de un perro abandonado de modo que no nos provoca problemas; ya nadie sigue a un perro abandonado al menos que tengan mucha hambre como para cocinarlo.
Trago mi pequeño bocado y hurgo en la bolsa buscando más, pero no hay nada, así que la lanzo al rincón y me pongo de pie para asomarme por una de las rendijas, parpadeando ante la luz de la mañana; supongo que Gigi le robó el desayuno a alguien – creo que hoy podríamos partir – anuncio, girándome para mirar a la pelirroja que, a pesar de todo, ha permanecido a mi lado – si nos movemos ahora, podemos llegar cerca del anochecer, o tal vez para la cena … - los dos sabemos que estoy siendo demasiado positivo e incluso iluso, porque no hay ninguna cena esperándonos en ningún lado. Mi abuelo es un hombre anciano y para los Aurores de seguro no fue ningún problema llevarselo, pero mantengo la esperanza de que algo encontraremos en su casa. Tal vez ha escapado, o qué sé yo; solo quiero chequear, saber algo que me indique donde se encuentra y luego buscar a papá. No saber de ellos ni de mis amigos, ni de Zyanelle, me pone irritable y amargado, incluso más de lo normal. Sin esperar una aceptación de Amelie, comienzo a guardar algunas de nuestras cosas en la mochila y me la cargo al hombro, haciéndole un gesto para que me siga; Gigi lo hace sin dudarlo, moviendo su cola. Abro la puertilla del sótano, miro alrededor y, como no hay nada, salgo de un salto y la mantengo abierta para que ellas vengan detrás de mí. Y volvemos a caminar.
Mis músculos están demasiado agarrotados y muero de hambre, pero el estar tan cerca hace que mis pasos sean seguros y que mis sentidos se encuentren el doble de alerta. Nos toma unas pocas horas el entrar por completo al distrito y, como es de esperarse, no hay mucha gente en las calles; caminamos por callejones, evitamos las multitudes y bajamos la cabeza si alguien pasa demasiado cerca. Nunca sabemos si nos reconocen, en especial porque estamos muy sucios y nuestros cabellos han crecido demasiado; incluso yo tengo un pequeño y patético bigote que consiste en unos pocos pelos y que no puedo afeitar. Hace años que no visito a mi abuelo, pero cuando el sol comienza a ponerse, puedo reconocer la casa, lo que me acelera el corazón; parece mucho más pequeña y sucia de lo que recuerdo, pero está allí, justo a unos pocos pasos. Siento la garganta seca y me olvido de toda precaución, saliendo de la callecita oscura y angosta para correr por la calle principal, escuchando como Amelie me insulta detrás y Gigi me persigue. De todas formas no soy tan tonto; no me acerco a la puerta principal porque sé que alguien podría vernos y salto la cerca, cayendo en un jardín con el pasto demasiado crecido, y lo bordeo. Un golpe sordo me indica que Gigi ha caído de una forma mucho más torpe, pero ni siquiera me molesto en comprobar que está bien. Me mastico la lengua mientras me acerco a una ventana y la limpio un poco para mirar en el interior. No veo mucho, salvo, algunos muebles fuera de lugar y una fina capa de polvo; eso me da un tirón en el estómago. ¿Y si se lo llevaron? ¿Y si lo mataron? ¿Y si…? Opciones hay muchas y cada una me gusta menos que la anterior, de modo que giro la cabeza hacia Amelie con los ojos bien abiertos – ayúdame, Amy – las ventanas están cerradas desde adentro, de modo que abrir esta nos cuesta unos cuantos minutos, pero al final lo conseguimos; ella entra primero y yo alzo a Gigi para pasársela, de modo que ambos metemos a la perra adentro y yo entro después, cerrando detrás de mí. El living es una versión sucia y desordenada de lo que yo recuerdo, y la casa parece encontrarse en completo silencio; de todas formas, siento un picazón en la nuca, reconociendo esa desagradable pero familiar sensación de que nos observan.
Mi vida se había desmoronado por completo, y muchas veces me preguntaba que era lo que me empujaba a seguir adelante, porque me seguía aferrando a una vida de oscuridad, persecución y aislamiento cuando, realmente, ya nada me ataba a ella más allá del mero instinto de supervivencia, que cada vez era más débil debido a mi avanzada edad. No había sabdo nada de Elioh y Benedict desde que los magos habían atacado Neopanem y se habían hecho con el control de todo, seguramente serían esclavos o... No quería ni pensar en ello, sobre todo porque en la televisión se había visto a los vencedores capturados, como si fueran trofeos, y entre ellos no estaba mi nieto. Muchos vencedores habían muerto durante el ataque, pero me negaba a creer que él fuera uno de ellos, a pesar de que sabía que era lo más lógico. Seguramente eso era lo que me ayudaba a mantenerme con vida, esa débil esperanza de que poder volver a encontrarme con los míos algún día. El problema es que se me acababa el tiempo, lo notaba en los huesos, aunque aun era lo bastante "joven" como para no morirme por vejez mi cuerpo era vulnerable, y últimamente había carecido de muchas de las necesidades básicas, me notaba cada vez más débil, puede que estuviera enfermo.
Aparté el pequeño bol con cereales de mi. Estaba en el sótano, donde había montado un pequeño refugio, un pequeño refugio en el que cada vez escaseaban más los alimentos, el agua y otros productos más. Pronto me quedaría sin nada y tendría que salir a buscar más, aunque últimamente incluso me estaba planteando la posibilidad de entregarme, quizás así tendría una oportunidad de sobrevivir el tiempo suficiente como para enterarme de que había sido de mi familia. Me pasé la mano por el pelo y unos cuantos cabellos blancos se quedaron en ella, increible, apenas había tenido unas cuantas entradas a lo largo de mi vida pero ahora me estaba quedando sin pelo, debía de ser cosa del estres.
Decidí que este era un momento tan bueno como cualquier otro para irme por provisiones, así que recogí un poco la zona, cogí el manto de invisibilidad y subí las escaleras. Este curioso "trapo" lo había heredado de mi abuelo, el cual era mago. Nunca me dijo gran cosa sobre él, solo sabía que aquel que se lo pusiera por encima desaparecía ante los ojos de los demás, puede que lo hubiera creado él mismo, aunque nunca había oido hablar de magos capaces de hacer cosas así. Claro que hasta ahora los magos no eran capaces de hacer gran cosa, o eso había pensado antes de que todo se diera la vuelta de repente.
Estaba a punto de descorrer el cerrojo de la puerta principal para salir cuando escuché como alguien entraba por una de las ventanas de la sala contigua. Se me pusieron los pelos como escarpias, dudaba que fueran aurores, esos simplemente volarían la puerta principal si sospecharan que había alguien dentro, seguramente serían saqueadores, o puede que incluso carroñeros. Ninguna de las opciones era muy halagüeña, así que me puse rápidamente el manto, volviendome invisible al instante. Me pareció escuchar dos pares de pies, además de unas patas más pequeñas, las cuales fueron las primeras en llegar hasta mi. Se trataba de un perro, un perro lo bastante grande como para hacerme daño, y el manto solo te ocultaba de la vista. El animal olfateó el aire y pronto empezó a ladrar en mi dirección, yo me puse contra la pared mientras trataba de chistarlo, pero eso solo pareció enfurecerlo más. Pronto las otras dos personas entraron en el living... y me quedé de piedra.
- Ben. - dije con la voz ronca, sin darme cuenta de que él no podía verme en el momento. Entonces me quité el manto, revelándome ante los intrusos. - Estás vivo... - dije aun sin podermelo creer, como si fuera un sueño.
Aparté el pequeño bol con cereales de mi. Estaba en el sótano, donde había montado un pequeño refugio, un pequeño refugio en el que cada vez escaseaban más los alimentos, el agua y otros productos más. Pronto me quedaría sin nada y tendría que salir a buscar más, aunque últimamente incluso me estaba planteando la posibilidad de entregarme, quizás así tendría una oportunidad de sobrevivir el tiempo suficiente como para enterarme de que había sido de mi familia. Me pasé la mano por el pelo y unos cuantos cabellos blancos se quedaron en ella, increible, apenas había tenido unas cuantas entradas a lo largo de mi vida pero ahora me estaba quedando sin pelo, debía de ser cosa del estres.
Decidí que este era un momento tan bueno como cualquier otro para irme por provisiones, así que recogí un poco la zona, cogí el manto de invisibilidad y subí las escaleras. Este curioso "trapo" lo había heredado de mi abuelo, el cual era mago. Nunca me dijo gran cosa sobre él, solo sabía que aquel que se lo pusiera por encima desaparecía ante los ojos de los demás, puede que lo hubiera creado él mismo, aunque nunca había oido hablar de magos capaces de hacer cosas así. Claro que hasta ahora los magos no eran capaces de hacer gran cosa, o eso había pensado antes de que todo se diera la vuelta de repente.
Estaba a punto de descorrer el cerrojo de la puerta principal para salir cuando escuché como alguien entraba por una de las ventanas de la sala contigua. Se me pusieron los pelos como escarpias, dudaba que fueran aurores, esos simplemente volarían la puerta principal si sospecharan que había alguien dentro, seguramente serían saqueadores, o puede que incluso carroñeros. Ninguna de las opciones era muy halagüeña, así que me puse rápidamente el manto, volviendome invisible al instante. Me pareció escuchar dos pares de pies, además de unas patas más pequeñas, las cuales fueron las primeras en llegar hasta mi. Se trataba de un perro, un perro lo bastante grande como para hacerme daño, y el manto solo te ocultaba de la vista. El animal olfateó el aire y pronto empezó a ladrar en mi dirección, yo me puse contra la pared mientras trataba de chistarlo, pero eso solo pareció enfurecerlo más. Pronto las otras dos personas entraron en el living... y me quedé de piedra.
- Ben. - dije con la voz ronca, sin darme cuenta de que él no podía verme en el momento. Entonces me quité el manto, revelándome ante los intrusos. - Estás vivo... - dije aun sin podermelo creer, como si fuera un sueño.
Me encuentro en ese asqueroso sótano con Ben, quién se dedica a consentir al perro, lo hace supongo como una forma de distraerse de todo lo que ha pasado en los últimos días, ¿cómo hemos llegado a esta situación? Hace nada estábamos en casa, cómodos y felices, no le hacíamos daño a nadie, pero hoy, hoy hay un precio por nuestras cabezas, un precio tan elevado que me hace desconfiar de todo el mundo, uno no sabe, los amigos por semejante suma de dinero pueden volverse enemigos. Tomo el emparedado que me lanza y lo muerdo con muchas ganas, se me hace agua la boca de solo olerlo, creo que llevamos varios días comiendo mal y sin ver la luz del día -Odio esto...- Susurro más para mi misma que para Ben. Busco en la bolsa y le lanzo a Ben la última botella de agua -Esto es lo último que nos queda- le digo como un aviso para que no se la tome toda, tenemos que salir sí o sí a buscar alimentos o nos vamos a morir los tres en este lugar. Me siento enferma metal y físicamente, tanto huir, tanto pasar incomodidades me estaba hartando. Tenía ganas de salir, matar gente, acabar con todo y gritar a los cuatro vientos que lo que estaban haciendo con nosotros estaba mal, pero eso no cambiaría en nada las cosas. No tengo idea a donde nos está llevando Ben y tampoco pregunto, me muevo por inercia, actúo por inercia, ya nada tiene sentido.
Me levanto del piso y me sacudo un poco la ropa, no logro verme bien hace muchos días y eso también me baja el animo, sí, sé que hay muchas cosas importantes de que preocuparse pero también sé que no puedo perderme, perder mi esencia solo porque todo el mundo se esté viniendo abajo. Ben está mucho más delgado, pero más maduro, incluso casi atractivo, ha dejado de lado esa redondez de la niñez y poco a poco va dejando paso a un adolescente, le irá bien con las chicas, lo sé, solo espero que podamos salir de esto para que el pueda vivir su vida. -¿Qué cena Ben? solo nos queda media botella de agua para los dos- digo con amargura, y es que sí, ahora soy mucho más amarga que siempre, incluso con Ben hay momentos en los que no puedo actuar o tratarlo como solía hacerlo, parte de mi se siente culpable de que nos encontremos huyendo de todo, pero otra parte me dice que de haber mantenido distancia y dejarlo vivir solo en la isla, él estaría muerto. Me levanto y lo sigo en silencio teniendo a mi alcance mi cuchillo, el único recuerdo de lujo de mi vida pasada.
Caminamos en silencio durante varias horas, pasando en medio de la multitud con las caras bajas, esperando que nadie levante la voz y diga -¿No es esa Amelie...?- porque ese sería nuestro fin. Claro, podría apuñalarla, cortar unas cuantas gargantas y empujar a Ben para que corriera y me dejara atrás pero en el fondo sabía que terminaríamos todos muertos. De la nada Ben comienza a correr como loco y yo lo sigo con las pocas fuerzas que me quedan perdiendo la compostura -¡Idiota, estúpido! ¿quieres que nos maten?- le grito a lo lejos manteniendo la voz lo más baja que me es posible. Salto la cerca que él saltó unos minutos antes y lo sigo, veo con frustración como trata de abrir una ventana y ne medio de mi mal humor me amarro mi chaqueta a la mano y rompo el vidrio, Ben me mira con desaprobación pero ya qué, más ruido que el que hice gritando en las calles no es. Paso por en medio de los fragmentos y me encuentro con una casa totalmente vacía y con un Ben que tiene el corazón en la mano.
De la nada Gigi comenzó a ladrar, era muy extraño porque señalaba una dirección en la que no había nada. De la nada apareció un viejo anciano que pareció reconocer a Ben, su abuelo -¿Pero qué demonios...?- dije mirando con la boca abierta la situación.
Me levanto del piso y me sacudo un poco la ropa, no logro verme bien hace muchos días y eso también me baja el animo, sí, sé que hay muchas cosas importantes de que preocuparse pero también sé que no puedo perderme, perder mi esencia solo porque todo el mundo se esté viniendo abajo. Ben está mucho más delgado, pero más maduro, incluso casi atractivo, ha dejado de lado esa redondez de la niñez y poco a poco va dejando paso a un adolescente, le irá bien con las chicas, lo sé, solo espero que podamos salir de esto para que el pueda vivir su vida. -¿Qué cena Ben? solo nos queda media botella de agua para los dos- digo con amargura, y es que sí, ahora soy mucho más amarga que siempre, incluso con Ben hay momentos en los que no puedo actuar o tratarlo como solía hacerlo, parte de mi se siente culpable de que nos encontremos huyendo de todo, pero otra parte me dice que de haber mantenido distancia y dejarlo vivir solo en la isla, él estaría muerto. Me levanto y lo sigo en silencio teniendo a mi alcance mi cuchillo, el único recuerdo de lujo de mi vida pasada.
Caminamos en silencio durante varias horas, pasando en medio de la multitud con las caras bajas, esperando que nadie levante la voz y diga -¿No es esa Amelie...?- porque ese sería nuestro fin. Claro, podría apuñalarla, cortar unas cuantas gargantas y empujar a Ben para que corriera y me dejara atrás pero en el fondo sabía que terminaríamos todos muertos. De la nada Ben comienza a correr como loco y yo lo sigo con las pocas fuerzas que me quedan perdiendo la compostura -¡Idiota, estúpido! ¿quieres que nos maten?- le grito a lo lejos manteniendo la voz lo más baja que me es posible. Salto la cerca que él saltó unos minutos antes y lo sigo, veo con frustración como trata de abrir una ventana y ne medio de mi mal humor me amarro mi chaqueta a la mano y rompo el vidrio, Ben me mira con desaprobación pero ya qué, más ruido que el que hice gritando en las calles no es. Paso por en medio de los fragmentos y me encuentro con una casa totalmente vacía y con un Ben que tiene el corazón en la mano.
De la nada Gigi comenzó a ladrar, era muy extraño porque señalaba una dirección en la que no había nada. De la nada apareció un viejo anciano que pareció reconocer a Ben, su abuelo -¿Pero qué demonios...?- dije mirando con la boca abierta la situación.
Los ladridos de Gigi me ponen los pelos de punta, en especial porque en estos últimos meses ha sido el sonido que nos ha funcionado de alarma cuando las cosas parecían encaminarse en el sentido erróneo; también me provoca la desagradable idea de que alguien va a escucharnos desde la calle, por lo que pongo mis manos sobre el lomo de mi mascota, tratando de tranquilizarla, obviamente en vano - shh.... shhh... Gigi, por favor...- tironeo un poco de sus cabellos duros y mugrosos pero ella no me presta atención, pero entonces se silencia cuando mi abuelo aparece (literalmente), de la nada. Por culpa de la impresión que provoca ver aparecer a una persona en un sitio donde hace un segundo no había nadie, doy un bote hacia atrás y noto como mi pie aplasta el de Amelie, quien parece incluso más confundida que yo - ¡Abuelo! - mi voz es un quejido ahogado cargado de sorpresa y casi reproche, y soy capaz de sentir como mi corazón golpetea en mi pecho a una velocidad alarmante - ¿qué...? ¿cómo...? - la primera pregunta que quiere salir de mi boca es ¿qué haces aquí?, cosa que es completamente estúpida teniendo en cuenta que ésta es su casa, pero la verdad es que no esperaba encontrarlo realmente sano y salvo. Sé que seguramente él tiene mil preguntas al igual que yo, pero luego de todos estos meses, de todos estos miedos, no pierdo el tiempo para cruzar la habitación y estrecharlo en un fuerte abrazo, escondiendo el rostro en su hombro viejo y con aroma a polvo; de todas formas, de seguro yo apesto incluso más. Pero detrás de la mugre sigue oliendo a abuelito, tal y como yo lo recordaba, y eso consigue que lo apriete un poco más, olvidando que las cosas ya no son como eran antes y que ahora tengo más fuerza de la que tenía la última vez que lo vi. Eso hace que lo suelte despacito, pero con una sonrisa de oreja a oreja que me hace doler las mejillas luego de tantos meses de poca costumbre - ¿que yo estoy vivo? ¡Tú ni siquiera te moviste de tu casa! - me quiero reír a carcajada limpia y desquiciada pero me contengo, pasándome el dorso de la mano por la boca mientras lo miro de pies a cabeza como si se tratase de un espejismo, moviendo la cabeza. Entonces Gigi lanza un ladrido y me giro, recordando que no estamos solos.
Amelie sigue ahí junto a mi mascota y repentinamente me siento algo grosero, así que carraspeo y doy un paso hacia atrás para poder presentarlos con propiedad, aunque por algún motivo evito mirar a alguno de los dos - Amy, él es mi abuelo, Louis. Ella es Amelie. Amelie Boehman - obviamente él sabe de quien le estoy hablando; la ha visto a mi lado cientos de veces en la televisión y ambos estamos juntos en las fotos de los más buscados. Pero, si mal no recuerdo, también yo mismo le he hablado de ella y de las tonterías que pasaron entre nosotros y que parecen pertenecer a una vida completamente ajena. Incluso, mis viejas preocupaciones sobre cómo llamar la atención de una chica mayor se han evaporado de la noche a la mañana desde que tenemos que correr para que no nos atrapen todos los días, a pesar de que hay noches en las que abuso de nuestra confianza para dormir cerca de ella.
Mis ojos revolotean por el aire hasta llegar al trapo viejo y plateado que cuelga de una de las manos de mi abuelo y no pierdo tiempo en quitárselo para examinarlo; tiene un tacto curioso, casi como la suavidad del aire o del agua, y me lo acerco tanto a la cara que casi me choca la nariz. No está gastado, pero por el aroma, apuesto que es más que viejo - abue.... ¿qué es esto? - murmuro. Creo que es hora de volver a ser disimulados para que nadie venga a buscarnos a una casa que se supone que se encuentra deshabitada.
Amelie sigue ahí junto a mi mascota y repentinamente me siento algo grosero, así que carraspeo y doy un paso hacia atrás para poder presentarlos con propiedad, aunque por algún motivo evito mirar a alguno de los dos - Amy, él es mi abuelo, Louis. Ella es Amelie. Amelie Boehman - obviamente él sabe de quien le estoy hablando; la ha visto a mi lado cientos de veces en la televisión y ambos estamos juntos en las fotos de los más buscados. Pero, si mal no recuerdo, también yo mismo le he hablado de ella y de las tonterías que pasaron entre nosotros y que parecen pertenecer a una vida completamente ajena. Incluso, mis viejas preocupaciones sobre cómo llamar la atención de una chica mayor se han evaporado de la noche a la mañana desde que tenemos que correr para que no nos atrapen todos los días, a pesar de que hay noches en las que abuso de nuestra confianza para dormir cerca de ella.
Mis ojos revolotean por el aire hasta llegar al trapo viejo y plateado que cuelga de una de las manos de mi abuelo y no pierdo tiempo en quitárselo para examinarlo; tiene un tacto curioso, casi como la suavidad del aire o del agua, y me lo acerco tanto a la cara que casi me choca la nariz. No está gastado, pero por el aroma, apuesto que es más que viejo - abue.... ¿qué es esto? - murmuro. Creo que es hora de volver a ser disimulados para que nadie venga a buscarnos a una casa que se supone que se encuentra deshabitada.
Abro los brazos y recibo a mi nieto entre ellos, sintiendo como de golpe era real al entrar en contacto conmigo. No era un producto de mi mente, no era una alucinación provocada por la soledad y la desesperación, estaba aqui de verdad, vivo, abrazandome. No pude evitar apretarlo con fuerza contra mi, como si temiera que se fuera a desvanecer en cualquier momento o tratara de aliviar estos últimos seis meses de soledad y pesadilla, de pesadumbre y preocupación constante... de deseperación absoluta.
Me separo de él y la sonrisa vuelve a mi rostro cansado, creía que ya había olvidado como se sonreía, pero parecía ser que no. Había hecho bien en mantener la esperanza, aunque fuera muy débil. Levanto la mirada para clavarla en Amelie cuando me la presenta, por supuesto sabía quien era, la había visto en la televisión muchas veces, tanto en la arena como fuera de ella. Siempre había estado con Ben, los había visto luchar juntos y sobrevivir juntos, le debía mucho a aquella muchacha. - Amelie, es un placer verte en persona. - dije dando un paso hacia ellos.
Entonces Ben agarró el manto de invisibilidad, hice ademán de recuperarlo, pero desisto ya que la sorpresa es obvia en ambos y alguna explicación les tenía que dar. - Eso lo heredé de mi abuelo, no sé si recuerdas que te lo tengo comentado, pero era un mago. - empecé a explicar mientras cruzaba las manos en mi espalda, con cierto aire pensativo. - Es el manto de invisibilidad, ignoro si lo construyó él o si solo lo heredó de sus antepasados, pero puede volver invisible a aquel que se lo ponga... así es como he conseguido aguantar tanto tiempo. Los magos ni se plantean que un... no mago pueda tener acceso a algo así. - confesé.
Miré hacia los lados de forma un pelín paranoica, no me gustaba estar demasiado tiempo en este piso, aunque era poco probable que me descubrieran debido a que se consideraba una casa abandonada, afortunadamente nadie había mostrado interés en ella. - Vamonos al sótano, es más discreto. - les dije señalando la puerta que llevaba al lugar más bajo de la casa.
Me separo de él y la sonrisa vuelve a mi rostro cansado, creía que ya había olvidado como se sonreía, pero parecía ser que no. Había hecho bien en mantener la esperanza, aunque fuera muy débil. Levanto la mirada para clavarla en Amelie cuando me la presenta, por supuesto sabía quien era, la había visto en la televisión muchas veces, tanto en la arena como fuera de ella. Siempre había estado con Ben, los había visto luchar juntos y sobrevivir juntos, le debía mucho a aquella muchacha. - Amelie, es un placer verte en persona. - dije dando un paso hacia ellos.
Entonces Ben agarró el manto de invisibilidad, hice ademán de recuperarlo, pero desisto ya que la sorpresa es obvia en ambos y alguna explicación les tenía que dar. - Eso lo heredé de mi abuelo, no sé si recuerdas que te lo tengo comentado, pero era un mago. - empecé a explicar mientras cruzaba las manos en mi espalda, con cierto aire pensativo. - Es el manto de invisibilidad, ignoro si lo construyó él o si solo lo heredó de sus antepasados, pero puede volver invisible a aquel que se lo ponga... así es como he conseguido aguantar tanto tiempo. Los magos ni se plantean que un... no mago pueda tener acceso a algo así. - confesé.
Miré hacia los lados de forma un pelín paranoica, no me gustaba estar demasiado tiempo en este piso, aunque era poco probable que me descubrieran debido a que se consideraba una casa abandonada, afortunadamente nadie había mostrado interés en ella. - Vamonos al sótano, es más discreto. - les dije señalando la puerta que llevaba al lugar más bajo de la casa.
Le presto atención a la explicación aunque en ningún momento levanto la vista hacia él, porque mis ojos están más concentrados en el tacto extraño de aquel manto que se desliza con suavidad y extrema delicadeza entre mis sucios dedos. Asiento lentamente cuando me explica lo de su abuelo, porque hace tiempo que había oído historias sobre nuestro singular antepasado con sangre mágica, pero jamás creí que hubiese quedado algo de él. Un montón de pensamientos se me atoran en la boca cuando quiero expresar lo genial que es esto, además de la enorme utilidad que podría desarrollar y, obviamente, la sorpresa que me inunda, pero como es demasiado me limito a morderme la lengua para reprimirlo y lo miro con los ojos abiertos de par en par. Quiero decir... ¡es una jodida capa invisible! - sí que te lo tenías guardado... - alcanzo a decir, poniendo la capa sobre mis hombros para descubrir que mi cuerpo desaparecía por arte de magia. Río entre dientes y me giro hacia Amy, fingiendo que estoy posando aunque ella no pueda verlo, pero supongo que lo deduce por la cara de idiota que pongo y que he visto hacer a los modelos de la televisión - ¿cómo me veo? - digo con sarcasmo.
Miro hacia donde recuerdo que estaba la puerta del sótano y asiento, mientras Gigi me olfatea los pies invisibles, probablemente porque todavía es capaz de olerme a pesar de que no puede verlos. Se sobresalta cuando aparto la capa y viene detrás cuando sigo a mi abuelo escaleras abajo, oyendo como Amelie cierra la marcha; incluso me volteo para tomarle la mano cuando nos adentramos en la oscuridad porque yo conozco mejor los escalones y no quiero que se caiga y parta el cráneo.
- ¿Estuviste aquí desde el principio? ¿Solo? - pregunto, cuando por fin mis pies tocan suelo firme y puedo ver mejor gracias a la poca luz que se ocupa de hacer el sótano un lugar más habitable. Miro alrededor, todavía sosteniendo la mano de Amy, mientras que con la otra, no pienso dejar ir a la capa de invisibilidad - no entiendo como no te volviste loco... ¿has podido....? ¿Tú...? ¿Hablaste con él? - sé que entiende que estoy preguntando por mi padre. Sería casi como tener algún dato del mundo exterior después de tanta espera, y si sabe de papá, tal vez sepa de Sophia o Seth.
Miro hacia donde recuerdo que estaba la puerta del sótano y asiento, mientras Gigi me olfatea los pies invisibles, probablemente porque todavía es capaz de olerme a pesar de que no puede verlos. Se sobresalta cuando aparto la capa y viene detrás cuando sigo a mi abuelo escaleras abajo, oyendo como Amelie cierra la marcha; incluso me volteo para tomarle la mano cuando nos adentramos en la oscuridad porque yo conozco mejor los escalones y no quiero que se caiga y parta el cráneo.
- ¿Estuviste aquí desde el principio? ¿Solo? - pregunto, cuando por fin mis pies tocan suelo firme y puedo ver mejor gracias a la poca luz que se ocupa de hacer el sótano un lugar más habitable. Miro alrededor, todavía sosteniendo la mano de Amy, mientras que con la otra, no pienso dejar ir a la capa de invisibilidad - no entiendo como no te volviste loco... ¿has podido....? ¿Tú...? ¿Hablaste con él? - sé que entiende que estoy preguntando por mi padre. Sería casi como tener algún dato del mundo exterior después de tanta espera, y si sabe de papá, tal vez sepa de Sophia o Seth.
Doy un paso hacia atrás cuando un hombre anciano aparece de la nada y estoy por ponerme a la defensiva, agarrando mi cuchillo, cuando Ben dice que es su abuelo y me quedo estupefecta. ¿Ese hombre es su familia? No puedo evitar mirarlos a ambos como un partido de tenis, sin entender primero como es que el señor Franco ha estado invisible frente a nosotros y segundo, como se supone que sobrevivió. La respuesta llega de forma inesperada y doy un paso hacia delante con el ceño fruncido, aunque con cierta curiosidad, para ver como mi amigo agarra lo que parece ser una capa de insivibilidad, de esas que solamente escuché hablar en cuentos.
- El placer es mío - digo por más compromiso que por otra cosa, porque aquí todos sabemos como en realidad funcionan las cosas, y río un poco cuando veo que Ben trata de modelar una capa que lo hace básicamente desaparecer - deberías usarlo más a menudo - intento hacer una broma, de esas que ya no hago porque no tenemos excusas para hacerlas y ni siquiera Benedict es sacarme un poco de buen humor estos días. El abuelo explica como sobrevivió y lo escucho mientras paseo por la habitación sin demasiado interés, sin tocar nada porque sería sumarle más mugre a la que ya llevo, hasta que dicen que vayamos hacia el sótano. Dejo pasar a esa bendita perra primero y sigo a Ben, quien me toma la mano y yo la acepto de mala gana para poder pisar bien los escalones, que parecen bastante flojos bajo nosotros. Al final, llegamos a un sótano con mucho olor a humedad y muy poca luz, y no puedo evitar arrugar la nariz en desaprobación, aunque sé que lo necesitamos para salvarnos el culo - ¿cuanto tiempo podremos quedarnos aquí?
- El placer es mío - digo por más compromiso que por otra cosa, porque aquí todos sabemos como en realidad funcionan las cosas, y río un poco cuando veo que Ben trata de modelar una capa que lo hace básicamente desaparecer - deberías usarlo más a menudo - intento hacer una broma, de esas que ya no hago porque no tenemos excusas para hacerlas y ni siquiera Benedict es sacarme un poco de buen humor estos días. El abuelo explica como sobrevivió y lo escucho mientras paseo por la habitación sin demasiado interés, sin tocar nada porque sería sumarle más mugre a la que ya llevo, hasta que dicen que vayamos hacia el sótano. Dejo pasar a esa bendita perra primero y sigo a Ben, quien me toma la mano y yo la acepto de mala gana para poder pisar bien los escalones, que parecen bastante flojos bajo nosotros. Al final, llegamos a un sótano con mucho olor a humedad y muy poca luz, y no puedo evitar arrugar la nariz en desaprobación, aunque sé que lo necesitamos para salvarnos el culo - ¿cuanto tiempo podremos quedarnos aquí?
Obviamente ambos se quedan bastante sorprendidos cuando les hablo del manto de invisibilidad, pero era comprensible, yo me había quedado estupefacto tambien cuando mi abuelo me había enseñado lo que era cuando tan solo era un niño, hace ya mucho, mucho tiempo. Por aquel entonces yo era un joven atolondrado que se dejaba deslumbrar por cualquier cosa, pero poco dispuesto a escuchar las palabras y consejos de los más ancianos. A día de hoy, era consiente de que si hubiera prestado más atención a mi abuelo podría haber aprendido mucho más. De todos modos ya no se podía hacer nada al respecto, al final había tenido que cometer mis popios errores y vivir mis propias experiencias para aprender, solo esperaba que Ben supiera escuchar más que yo a su edad.
- Así es, Ben, llevo aqui solo desde el principio. Todos mis conocidos han sido capturados, asesinados o resultaron ser magos que se pasaron al bando de los reb... del actual gobierno. - ahora ya no eran los rebeldes, ahora los rebeldes éramos nosotros, porque ellos eran los que mandaban. Tuve que negar con tristeza cuando me preguntó por su padre. - Nada. - dije. Ni una noticia, absolutamente nada.
Me vuelvo hacia la chica cuando me hace la pregunta y me quedó pensativo unos segundos antes de hablar. - Tanto como esteis dispuestos a quedaros, hasta donde yo sé es el único lugar seguro, pero no he salido mucho para comprobar otros sitios. - a duras penas había sido capaz de conseguir suministros básicos de supervivencia, lo cual me había debilitado bastante, lo que juntado con mi edad no era algo bueno... ignoraba cuanto tiempo aguantaría así, ya no era joven, ya no tenía esa fortaleza que permitía a sus cuerpos seguir moviendose por adversas que fueran las circunstancias.
- Así es, Ben, llevo aqui solo desde el principio. Todos mis conocidos han sido capturados, asesinados o resultaron ser magos que se pasaron al bando de los reb... del actual gobierno. - ahora ya no eran los rebeldes, ahora los rebeldes éramos nosotros, porque ellos eran los que mandaban. Tuve que negar con tristeza cuando me preguntó por su padre. - Nada. - dije. Ni una noticia, absolutamente nada.
Me vuelvo hacia la chica cuando me hace la pregunta y me quedó pensativo unos segundos antes de hablar. - Tanto como esteis dispuestos a quedaros, hasta donde yo sé es el único lugar seguro, pero no he salido mucho para comprobar otros sitios. - a duras penas había sido capaz de conseguir suministros básicos de supervivencia, lo cual me había debilitado bastante, lo que juntado con mi edad no era algo bueno... ignoraba cuanto tiempo aguantaría así, ya no era joven, ya no tenía esa fortaleza que permitía a sus cuerpos seguir moviendose por adversas que fueran las circunstancias.
Una parte de mí ya había asumido que él no tendría información sobre papá, pero la otra en cierto modo esperaba que fuese completamente lo contrario. Asiento lentamente a lo que me está diciendo y suelto la mano de Amy para pasearme por el sótano, notando como Gigi se acurruca en un rincón, dispuesta a aparentemente descansar luego de tantas idas y venidas. Mientras mi abuelo y Amelie intercambian palabras que escucho de forma vaga, yo me aparto de ellos un poco y asomo la cabeza dentro de las cajas que se fueron apilando con el tiempo; encuentro algunos adornos de Navidad, fotos viejas y tonterías por el estilo, pero pronto llego a la conclusión de que no podemos quedarnos los tres aquí por demasiado tiempo. Mi abuelo logró hacerlo porque se trataba de una sola persona con una capa de invisibilidad; ahora somos tres, más un perro, más el peso de nuestros nombres como famosos asesinos de magos sobre nuestros hombros. Porque eso es lo que somos, incluso cuando fue a la fuerza; bueno, no tanto a la fuerza viniendo de Amelie.
- Tenemos que irnos - insisto desde el fondo, girando para volver a mirarlos - podemos descansar unos días aquí y luego marcharnos, pero no es seguro. Ellos nos buscan y es casi un milagro que tú estés aquí, abuelo. ¿Qué si regresan? ¿Y qué pasaría si logran ubicarnos? - me humedezco los labios secos y cortados, recargándome contra una de las olorosas paredes mientras trato de acomodar las ideas en mi cabeza - Tenemos que encontrarlos. A papá, a los Dawson... a Seth y Zyan. Tienen que estar en algún lado... deberíamos bajar al cuatro y averiguarlo - sé que Amelie debe querer saltar sobre mí para ahorcarme en cuanto digo eso, por eso evito mirarla a ella y clavo los ojos en los de mi abuelo - por favor. No podemos quedarnos aquí y lo sabes.
- Tenemos que irnos - insisto desde el fondo, girando para volver a mirarlos - podemos descansar unos días aquí y luego marcharnos, pero no es seguro. Ellos nos buscan y es casi un milagro que tú estés aquí, abuelo. ¿Qué si regresan? ¿Y qué pasaría si logran ubicarnos? - me humedezco los labios secos y cortados, recargándome contra una de las olorosas paredes mientras trato de acomodar las ideas en mi cabeza - Tenemos que encontrarlos. A papá, a los Dawson... a Seth y Zyan. Tienen que estar en algún lado... deberíamos bajar al cuatro y averiguarlo - sé que Amelie debe querer saltar sobre mí para ahorcarme en cuanto digo eso, por eso evito mirarla a ella y clavo los ojos en los de mi abuelo - por favor. No podemos quedarnos aquí y lo sabes.
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