The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Magnar A. Aminoff
Presidente
Played my game hell, now you're in it
08/08/2472 | Azotea |  @Paige M. Dalisay


Observar al Capitolio durante la noche siempre me ha dado la sensación de estar parado al borde de una existencia ajena. La azotea del Centro de Entrenamientos se encuentra en silencio. Me permite un vistazo a las ventanas de los edificios cercanos, al menos los que se encuentran de este lado de la estructura; la opuesta da hacia el páramo de los desfiles, oscuro este año. Sé que una parte de mí ansiaba una demostración más grande de poder, pero me aferro al realismo. NeoPanem no puede darse el lujo de más gastos. Yo no me permito otro tropezón.

La estructura de la ciudad siempre me ha dicho que yo no pertenezco aquí. Soy un forastero, un hombre del norte. Jamás luciré como un hombre del Capitolio. El mármol de mi piel no equivale al oro de la suya. No obstante, siempre he sabido cómo combinar los metales y las piedras. Casi puedo oír el sonido de los dados girar sobre una superficie sólida y fría. No se detienen, los números aún son borrosos. Mis dedos golpetean sobre el borde del barandal de hierro. Han estado girando por años y sé que en algún momento tendrán que detenerse.

Los pasos suaves esfuman los dados de mi mente. La envié a llamar, pero sé muy bien que no hay nadie más en la azotea además de nosotros dos. Enderezo la espalda. La noche es cálida y me vendría muy bien un trago, pero no planeo estar mucho tiempo en este lugar. Es una visita furtiva.

Lamento mucho haberla sacado de su dormitorio a estas horas, señorita Dalisay — meto las manos en la calidez de los bolsillos de mi pantalón y me giro. No ha cambiado mucho en un año. Luce igual de escuálida y distante como en su coronación. Puedo ver, sin embargo, un retazo en la sombra de sus ojos. Lo poco que queda dentro de una cáscara vacía. Hay personas que no mutarían demasiado si un dementor desea besarlos —. Supongo que puede entender que no es prudente que me vean con los tributos o sus mentores en estas épocas. Podrían acusarme de preferencias o tratos ilícitos — o generar un disturbio, pero eso no es necesario aclararlo. Mis hombros se mueven con indiferencia.

Estamos cerca de un área repleta de flores en macetas blancas. Son amplias y pesadas. El aroma es muy dulce y su longitud nos oculta un poco de la vista. Aún así, mis ojos hacen un recorrido sutil por el espacio antes de volver a ella — ¿Puedo tutearte? — Ignoro el factor de los límites entre nosotros, el punto en el cual no es ella quien tiene la última palabra dentro del orden en esta relación —. Te necesito, Paige. ¿Y sabes qué? — Mis cejas apenas se mueven hacia arriba —. Sé que tú también me necesitas a mí. Conozco lo que sientes. La desesperación. El encierro. Esa sombra que atraviesa tu garganta y se siembra en lo más profundo de tu pecho — en forma de sótano, de ático, de paredes húmedas, de gritos desolados —. No todas las manos que tomemos serán nuestras amigas, pero a veces son las correctas.



Magnar A. Aminoff
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Paige M. Dalisay
Mentor
Played my game hell, now you're in it
08/08/2472 | Azotea |  @Magnar A. Aminoff


El olor de las flores le parecía asfixiante. Aquella azotea también se lo parecía, incluso aunque la brisa agitara su pelo y moviera el bajo de su bata. Se la había sujetado con el lazo sobre la cintura, pero había terminado abrazándose a sí misma también, como si se estuviera refugiando bajo esa suave capa de seda. 

Nunca le había gustado demasiado esa ciudad; le parecía una mera demostración de opulencia y suntuosidad. Si no estuviera considerado el centro de NeoPanem y el lugar donde se ofrecía la vida a la que todos deberían aspirar, estaba segura de que la mayoría detestaría aquellos edificios tan altos con esos tejados irregulares. Incluso las luces que iluminaban todo le parecían una demostración innecesaria.

Paige negó con la cabeza; eran pocos los días que el sueño la acechaba por las noches. Debía darle la razón en algo, sin embargo: preferiría seguir en su dormitorio. Esa vista del Capitolio hacía que se sintiera pequeña, él hacía que se sintiera diminuta. Las luces de la ciudad se reflejaban en los ojos de Magnar Aminoff, y ella alzó el mentón para fijar los suyos en ellos. Solo fue un instante. Los únicos segundos que fue capaz de mantenerle la mirada. No recordaba si durante la coronación habían sido más. —No creo que nadie fuera a pensar que siente alguna predilección por mí. —No consideraba que hubiera pasado cuando era tributo, mucho menos como mentora.

Aunque su mirada ya estaba puesta en el paisaje, giró la cabeza para mirarlo. No sabía si era su elección de palabras o la forma de decirlas —como si la conociera, como si estuviera viviendo dentro de las entrañas—, pero Paige frenó un escalofrío. —Conozco la diferencia entre los amigos y los aliados. —Una risa sarcástica murió en su garganta—. No hay nada que pueda hacer por mí, ya hablamos de esto. —En la Coronación, cuando las notas de una melodía lenta habían calmado los gritos de su cabeza—. Solo dígame qué tengo que hacer; si tengo que hablar ante las cámaras, lo haré. Apúntemelo en un papel y diré lo que sea. —Sin pedir nada a cambio. Porque resignarse y cumplir era mucho más fácil que pensar en lo que realmente querría pedir si alguien le diera (o solo le planteara) la opción. 

Apoyó los antebrazos en la barandilla de metal, dándole la espalda. —¿Qué es tan urgente? En unas cuantas semanas tendrá un nuevo ganador. ¿No es mejor esperar? La gente adora todo lo que sea nuevo.

Paige M. Dalisay
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Magnar A. Aminoff
Presidente
Played my game hell, now you're in it
08/08/2472 | Azotea |  @Paige M. Dalisay


Permito que hable, que se mueva. Muevo las manos dentro de mis bolsillos y levanto la vista al cielo. Hay pocas estrellas en el Capitolio. Las luces de la ciudad suelen comérselas. Tiene poco que ver con los distritos del norte, donde los techos bajos son comunes y la contaminación se reduce a los suelos. Me mantengo distraído hasta que una pregunta hace que le mire. Solo me encuentro con su silueta menuda y el cabello negro que siempre le sirvió de cortina. Paige nunca ha dejado de esconderse, ni antes ni después de la arena.

Sí y no — muevo la cabeza de manera indecisa, pero no hay duda en mi voz —. Los ciudadanos sienten curiosidad por lo nuevo, pero también necesitan la estabilidad de lo conocido. Pase lo que pase, tú nunca dejarás de ser la primera vencedora de estos juegos. La primera en portar este mensaje. Estos no son los juegos de los Black, de mi madre o el Coliseo. Lo que buscamos enseñar es un poco diferente — sino que le pregunte a los rebeldes por qué nunca han presentado una retirada cuando tienen a un montón de niños muriendo en su nombre.

Barro el suelo con uno de mis zapatos. El gesto distraído es seguido por unos pasos. Me acomodo en uno de las bancas y siento el aroma de las flores un poco más cerca. Las rodillas están un poco separadas y mis manos se unen entre ellas — No es secreto que hemos perdido a uno de los distritos más fieles a manos de los terroristas — mi voz no se inmuta, pero mi nariz se crispa por un instante —. Temo que nos estemos viendo débiles, Paige. Que nuestro estilo de vida se vea amenazado por un montón de criminales que se volverán en contra de nuestra gente y pisarán nuestros derechos. El Ministerio de Magia necesita voceros, personas que alimenten el entusiasmo de la gente. Rostros públicos que calmen a los inquietos. Tú tienes fama y juventud — no una personalidad encantadora, pero no hay nada que no pueda trabajarse —. Cualquiera de ellos escuchará lo que tengas para decir, les guste o no.


Magnar A. Aminoff
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Paige M. Dalisay
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08/08/2472 | Azotea |  @Magnar A. Aminoff


Sabía perfectamente la finalidad de aquellos juegos: castigar a los traidores. En su caso hasta había surtido efecto. Dudaba que cualquiera de sus hermanos estuviera llorando por ella o mostrando un mísero ápice de arrepentimiento o culpabilidad, pero Paige no había sido capaz de mirar al padre de Sam a los ojos ni una sola vez. Le gustaba pensar que él sí que se había arrepentido de ocultar a un muggle en el sótano, pero no se había atrevido a preguntárselo. No quería tener ningún trato con ellos.

Así que sí, había funcionado: Paige resentía a su hermana, a su hermano, al padre de Sam y a las últimas palabras de Amanda. Detestaba y temía a partes iguales todo lo que tuviera que ver con el movimiento rebelde. 

Muchos piensan que os veis débiles. —Tuvo el atrevimiento de corregirlo. Pasaba el suficiente tiempo navegando por la parte más ilegal de internet como para haber acabado en foros donde miles de usuarios comentaban sobre lo mal que estaba quedando el gobierno. Pasó toda la madrugada del día que tomaron en el uno refrescando uno de esos foros, pendiente de todas aquellas imágenes, aguardando encontrar el rostro de alguien que portara el mismo apellido que ella. Nunca le había gustado ese distrito: olía a personas como Laurence Dickens, pero a Paige le angustiaba la idea de perder su hogar. Tomó aire y elevó el mentón, la brisa nocturna acarició sus pómulos—. No creo que me escuchen. Su interés en mí terminó en el momento en que salí de esa arena. No tengo ningún tipo de influencia, no soy la figura que busca.

Quiso dar la conversación por terminada, incluso comenzó a dar la vuelta para dirigirse a la puerta de la azotea. No supo qué, pero algo hizo que parara. —Nunca he tenido voz. Eran mis hermanos los que siempre estaban yendo a manifestaciones, reivindicando sus ideas. Lo único relevante que hice y haré en toda mi vida habrá sido ganar sus juegos. —Volvió a acercarse a la barandilla y apoyó los antebrazos sobre el metal—. Y ni siquiera soy capaz de hacer algo con esa victoria. Debió ganar Amanda —musitó, aunque no estaba segura de que él pensara lo mismo—. O Sam —se corrigió—. Él hubiera hecho que todo el mundo se creyera lo que dijera. Lo hubieran adorado.

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Magnar A. Aminoff
Presidente
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08/08/2472 | Azotea |  @Paige M. Dalisay


Asiento con la cabeza en un gesto que pretende darle la razón. No está diciendo nada que no sepa, por algo estoy aquí buscando su apoyo. Un frente unido le da esperanza a las personas, a esos que todavía creen que nadie podrá volver a quitarles el derecho a una vida cargada de magia. Si los muggles hubieran hecho las cosas bien desde el principio, su fortuna hoy sería diferente. Si los Black no hubieran sido unos mezquinos, hoy estarían vivos.

Mis cejas saltan con suavidad — Ah, sí. Tu novio — nunca me he interesado en la vida sentimental de las personas al menos que me afecte de alguna manera. Fui testigo de sus besuqueos como todo el país, pero no le presté más atención de la debida —. Si quieres mi sinceridad, él me caía mejor que tú. Tenía simpatía y se mostraba calmado. Hubiera crecido para ser un hombre apuesto. El público compra esas cosas — pero terminó cargado de flechas y murió en sus brazos. Un final trágico para un mensaje claro —. Nunca supe cuál fue el juego entre ustedes. ¿Lo amabas? — No es una pregunta acusadora, pero mis ojos se entornan un poco —. ¿O era solo un capricho adolescente? También se me cruzó por la cabeza que te aferraste a él porque era lo único que conocías ahí dentro. O que lo hicieras por la audiencia — le quito algo de importancia con un movimiento de hombros —. No importa demasiado. La gente conecta contigo porque fueron testigos de tu dolor. No hay mensaje más claro que los estragos causados por un error.

Me pongo de pie y doy un paso suave. No me acerco demasiado a ella, pero recorro el contorno de su rostro en la poca iluminación — Amanda habría sido un problema tarde o temprano — ella lo sabe, yo lo sé. Hasta el fantasma de Burnett debe estar riéndose porque lo sabía —. Estoy dispuesto a hacer un trato contigo — no hay vergüenza ni duda en mis palabras —. Sabes que puedo darte lo que quieras. Lo que sea. Incluso a Sam — una pequeña sonrisa asoma por mis labios. Tira de la comisura derecha por un segundo efímero. No obstante, es sincera.



Magnar A. Aminoff
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Paige M. Dalisay
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08/08/2472 | Azotea |  @Magnar A. Aminoff


Las palabras saliendo de sus labios bien podrían haberse traducido como polvo. Hicieron que entrecerrara los ojos, que de repente la mera acción de respirar le pareciera pesada y completamente innecesaria. Como si estuviera en medio de un derrumbe, de un edificio que se venía abajo. 

Pero la azotea seguía estática, el edificio no tembló; firme a sus pies, ni siquiera el suelo se meneó.

Y, sin embargo, Paige se sintió inestable con cada paso. Volvió junto a él, apoyó los codos en la barandilla y, en el tiempo que trataba de decidir si era mejor hablar o callar, —si fallaba a lo vivido si no lo hacía, si se traicionaba a sí misma si sí lo hacía—, la uña de su pulgar se dedicó a raspar la superficie de la misma en la otra mano.

Tragó con pesadez, le costó hacerlo. Sus codos resbalaron sobre la barandilla, se deslizaron por ella hacia el exterior y después hacia el interior, incapaces de quedarse quietos y estables en su lugar. No era mi novio, a mí también me caía mejor de lo que me caigo yo, sí creí que lo amaba, no fue por la audiencia, tampoco un capricho adolescente, pero tal vez sí que fue la situación la que nos llevó hasta ese punto. Quizás, si ambos hubiéramos estado fuera, en nuestras casas, sin la muerte colándose por las celosías de las ventanas, nuestra relación no hubiera sido así. Lo había pensado alguna vez, la pregunta había arañado sus pensamientos, pero ambos habían sido enviados a esa arena, sido obligados a rodear un arma con sus manos; uno había muerto, otra no. Y, por lo tanto, nunca lo sabría. No lo dijo. Nada de eso. No dijo nada.

Sus labios vibraron antes de poder dar una respuesta. Tragó y miró hacia abajo. El hechizo de protección que rodeaba el edificio, aunque invisible, se hizo tangible ante su mirada. —Nadie puede revivir a los muertos. —Respondió, críptica—, ni siquiera el hombre que alberga todo el poder del mundo.

Lo miró de reojo, de soslayo. Algo en su voz le producía escalofríos. No, no, no en su voz; tal vez en su forma de decirlo. Como si todo fuera verdad, como si nunca en su vida hubiera mentido. Era parte de su esencia: hacerle creer al mundo entero que todos los problemas del mundo tenían solución bajo el amparo que él les proporcionaba. Vaciló. —Y, si existiera, no soy tan estúpida como para creer que me lo prestarías a mí. —Ella no era nadie. Lo había sido durante unas semanas, jugando. Después lo había seguido siendo cuando la proclamaron ganadora. Después de eso, solo había vuelto a ser una versión distinta de sí misma—. Ponerse delante de una cámara y decir cuatro estupideces sobre los rebeldes suena demasiado sencillo. —Otra vez dirigió su atención hacia delante. La ciudad se extendió ante su mirada—. Cualquiera podría hacer eso. A mí nadie puede devolverme a Sam. 

Paige M. Dalisay
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Magnar A. Aminoff
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08/08/2472 | Azotea |  @Paige M. Dalisay


Barro el suelo con los pies hasta quedar a su lado. La ciudad es un escenario brillante que, incluso a la distancia, no termina de ser silencioso. Todo lo que dice tiene cierta coherencia, pero supongo que Paige es una de esas personas que carecen de visión. En vez de preguntarse cómo, asegura que las posibilidades son inexistentes. Si yo hubiera pensado de ese modo, seguiría en el sótano de mis padres.

Es verdad. Nadie puede revivir a los muertos – le doy la razón con calma –, pero hay partes de nosotros que no pueden destruirse. Todo lo que somos no se esfuma. Nuestra energía se mantiene. Aquí, en otro plano, en el purgatorio. Llámalo cómo quieras – no me interesa mucho la inmortalidad. No le temo a la muerte, pero no hay muchas personas por quienes lloro. Su caso es ligeramente diferente.

Saco la mano del bolsillo con una pequeña piedra negra entre los dedos. Se la enseño antes de hacerla girar.

Por un instante, nada sucede.
Luego, una figura pequeña se encuentra de pie junto a las rosas.

Se trata de un niño de mejillas hundidas y ojos grandes. Una mata de pelo oscuro corona su cabeza incluso cuando su imagen es difusa, como si estuviera viéndolo detrás de un cristal sucio. Apenas le miro. Parece confundido al principio, pero sus intentos de hablar son interrumpidos por mí cuando vuelvo a girar la piedra. Sin más, se esfuma.

Mi hijo – le explico en apenas un murmullo –, Seamus. Murió de viruela de dragón hace algunos años. Nunca supe con exactitud si éramos familia o si su madre se acostaba con otras personas. Supongo que ya no importa – ha pasado tiempo, ninguno de ellos está vivo.

Le tiendo la piedra con confianza y calma – Se llama Piedra de la Resurrección, pero su nombre es traicionero – le advierto –. Puedo dejarla contigo una vez a la semana, si es que aceptas que trabajemos en equipo. Sólo debo advertirte una cosa – busco sus ojos, mucho más oscuros que los míos –. El velo que separa a los muertos de los vivos no se puede cruzar. No podrás tocarlo y él será solo un eco, pero seguirá siendo Samuel. Será tu trabajo el descifrar cuánto puedes soportar. La ilusión, Paige, puede ser tan destructora como una pesadilla. Podemos perdernos en los sueños si no sabemos regresar a la realidad. ¿Lo entiendes?



Magnar A. Aminoff
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Paige M. Dalisay
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08/08/2472 | Azotea |  @Magnar A. Aminoff


Nunca había sido de hacerse demasiadas preguntas, menos aún de las complicadas. Le gustaba la sencillez de las cosas: alguien nacía, vivía, moría. Sus recuerdos solo quedaban grabados en una conciencia que ya no existía y en las memorias de aquellos que habían compartido segundos, minutos o vidas enteras con ellos.

Y hasta esos se acabarían olvidando. Empezarían con la voz; se mezclaría con otros sonidos, otros tonos, hasta que un día ese alguien se levantaría, intentaría recordar y se daría cuenta de que ya no podía. Que no les salía, que se difuminaba. Lo demás vendría después: gestos que creían haber memorizado, momentos que habría jurado estar grabados a fuego. 

Pero Sam había muerto hacía ya un año y Paige no había olvidado nada.

Fijó los ojos en la piedra angular, pero pronto perdió el foco. Bien podría haberse tratado de un holograma o una proyección. Lo pensó al principio, cuando apenas fue capaz de apartar la mirada de sus mejillas sonrosadas o la expresión confusa de su rostro. Después, el niño se giró hacia ellos y Paige dio un paso atrás al notar, sentir, la manera en la que sus ojos se centraban en ellos. Vio cómo intentó hablar y la manera en la que, pasados los segundos, desapareció.

No habló cuando se giró hacia él y la piedra pesó contra su palma. —¿A dónde ha ido? —Preguntó. ¿Dónde estaban cuando no se les llamaba? Cuando la piedra solo bailaba sobre su mano abierta, cuando sus vértices permanecían rectos. No lo entendía, así que no asintió. Se giró hacia la ciudad, pero su retina ya no reflejaba las luces ni las pocas estrellas que se veían en el cielo. En vez de eso, se imaginó otros ojos en la figura que había visto antes. Otra mirada distinta, unas palabras que no eran interrumpidas.

Nunca se había creído la más fuerte, pero ya se había perdido una vez en una pesadilla y había logrado regresar. Sería más fácil con los sueños. —Sí. —Respondió sin más. Giró la piedra entre sus dedos una vez más, aferrándose a la posibilidad—. Trabajaremos en equipo. 

Paige M. Dalisay
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