The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Edward D. Jenkins
Ministro de Educación
The place we'll call home
12.08.2471 Terraza Anya


Mis pasos son rápidos pero silenciosos. Mi andar me delata, estoy seguro de ello, aunque trato de suavizar todo manteniendo una expresión calma. No se supone que esté aquí, lo sé muy bien, pero no pude evitarlo. El corazón me late con fuerza, juro que cada latido lo siento. Llevo días así, ansioso, con impotencia y sentimiento de culpa. Sé que no hay nada que pueda hacer para remediar esta situación, y estoy seguro que nunca estuvo en mis manos ayudar con el tema de los juegos, pero eso no quita que me sienta como basura en este momento. Digo, al menos alguien en el ministerio debería sentirse así, ¿No? Ya que es obvio que ni Williams ni ninguno de su séquito lo harán.

Pero no es momento de que despotrique contra mis compañeros de trabajo, solo de cobrar un par de favores para entrar a la zona donde están aislados los tributos. Sé muy bien cómo se verá el que venga aquí, sobre todo con el fiasco de los eventos en el norte y la etiqueta de hipócrita que aún me cargo. Es por ello que no lo he hecho tan cínico mostrando mi cara de día, no, escogí una hora en la que ya nadie esté entrenando, bien entrada la noche. Tampoco me he paseado por la zona residencial donde se encuentran, no podría arriesgarme a que los demás tributos o mentores me vean y piensen que hay favoritismo por parte de uno de los ministros.

Me siento en una banca apartada del jardín que han creado para este lugar, de espaldas a la entrada por la que desaparece una de las personas a las que ¿coercí? para hacer llegar un mensaje al piso del distrito once. Mi tiempo aquí es efímero, zapateo con impaciencia en lo que espero, teniendo esperanza de que la demora sea corta para poder hacer esta visita lo mejor posible. Ni siquiera sé qué le diré a Anya cuando la vea, ni si se espantará cuando vayan a buscarla, pero ya pensaré eso llegado el momento. También pensaré qué excusa dar después si alguien llega a preguntarme por esta expedición inesperada.


Edward D. Jenkins
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Anya J. Durst
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The place we'll call home
12.08.2471 Terraza Edward

Liriel me convenció de que tomara infusiones para dormir mejor, y supongo que lo que hablé con Paige acerca de las pociones para dormir mejor ha sido un fracaso completo. Así que le doy un sorbo a la que tengo entre las manos. No me encanta, pero es cierto que me relaja un poco, y toda ayuda para lograr pegar ojo es bienvenida. Me termino la infusión y dejo la taza vacía encima de la mesa, antes de abrazarme las piernas en el sofá. Ahora es solamente cuestión de esperar a que venga el sueño a buscarme.

Pero viene alguien que no es el sueño. Me incorporo de golpe al ver llegar a un par de hombres y les miro, con algo de miedo. Uno de ellos se me acerca y me pide que le acompañe. Miro a mi alrededor, buscando a Liriel. ¿A dónde me llevan? ¿Han decidido que van a matarme antes de tiempo? Sea como sea, no le veo el sentido a tratar de resistirme demasiado, así que simplemente me pongo las zapatillas y me dejo conducir, en pijama y con cara de miedo, hacia los ascensores. El hombre aprieta el botón del ascensor que lleva a la terraza y me dice que alguien me espera ahí. Pero no sube conmigo.

Mientras el ascensor se mueve, me encuentro completamente sola yendo a ver a alguien -que no sé de quién se trata- a estas horas de la noche. Da un poco de miedo. El ascensor llega a su destino y salgo, buscando con la mirada a alguien en la terraza. Veo a un hombre de espaldas y, con duda, me acerco a él. Cuando le reconozco, sin embargo, suelto un bufido que, en parte, esconde alivio —Edward— digo su nombre con algo de duda —¿Qué haces aquí?— no creo que sea bueno para él estar aquí. Es un ministro, y los tributos hemos llegado aquí por algo. No creo que nadie viera bien su presencia aquí. Y a mí hay algo que me retuerce por dentro. Porque él es ministro. Ministro de Educación. Tiene poder. Y, aún así, no ha hecho nada por todos los niños que vamos a morir en estos juegos. Seguramente no podría haber hecho nada, pero igualmente... Es amargo pensarlo.

Anya J. Durst
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Edward D. Jenkins
Ministro de Educación
The place we'll call home
12.08.2471 Terraza Anya


La espera es insufrible, y larga, o al menos así lo siento aunque bien sé que podría ser solo porque mi ansiedad fue de cero a mil en el segundo que atravesé la puerta para llegar a este recinto. No puedo dejar de pensar en todas las consecuencias que mi visita podría tener, pero la verdad es que todo ello se difumina, se me olvida, en el momento en el que escucho la voz de Anya. Estoy seguro de que habrá valido la pena venir hasta aquí, y si debo dar cuentas después, entonces que así sea, ¿Qué más pueden hacerme?, ¿Otro escándalo en los medios?, ¿Despedirme? Hay cosas más importantes a veces. No, de hecho, siempre hay cosas más importantes, y esto, lamentablemente, es algo de vida o muerte. Aunque no para mí, y eso solo es peor.

Me levanto ansioso para verla mejor — Anya — Es como si de pronto me hubiera quedado mudo, así que con duda llevo una de mis manos a su hombro y lo aprieto un poco — Vine a... a visitarte, Anya, yo... — No tengo idea de qué decirle, ¿Cómo podría saberlo? Cuando soy parte de las caras del gobierno que permitieron toda esta locura, ¿Qué más me queda decir?, ¿Qué más me queda hacer? — Lo siento mucho, Anya — Trago grueso, estoy seguro de que la mirada lastimosa que le doy es una que no he puesto en mi rostro hace mucho tiempo.

¿Tienes un minuto?, ¿Quieres sentarte un momento conmigo? Entiendo si no lo deseas o si tienes que irte a dormir... — de pronto, se me ilumina la cara — ¡Oh! Debiste estar muy confundida antes, perdona por mandarte a hablar de esa manera, sin explicaciones ni nada, es solo que... Ya sabes, no debería estar aquí — Y sin embargo lo estoy, y si lo estoy es por algo — Yo nunca quise apoyar toda esta locura Anya, créeme que si pudiera hacer algo lo haría y en verdad, en verdad lamento que estés aquí — suspiro — que todos ustedes estén aquí — Mi postura en este tema es inamovible, todos lo saben, no estuve de acuerdo cuando se decidió esto, y aún así tuve el cinismo de venir a ver solo a una de las tributos que fueron electas. Hablemos de hipocresía y egoísmo por parte del gobierno.

Te traje algo — Comento, de nuevo dubitativo, en lo que meto mi mano al bolsillo interno de mi saco para tomar una fotografía, y un cómic. — No está permitido, pero puede ser nuestro secreto, puedo llevármelos ahora, pero sospecho que si los escondes no pasará mucho — Ya hablaré con Weynart después, cuando tenga oportunidad, después de todo es una de las personas que trabaja en mi departamento, aunque sea solo medio tiempo. — Sé que no hice esa excursión al cuatro de la que hablamos, esto fue lo mejor que pude conseguir — Señalo en la imagen, donde el sol del atardecer enciende el cielo en tonos rosados, y hace que el agua del mar se vea tan tranquila. Ahí en la arena, la figura de mi mascota, Trina, se alza. No sé si esto es pasarme, pero fue lo mejor que se me ocurrió.


Edward D. Jenkins
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Anya J. Durst
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12.08.2471 Terraza Edward

Ver a adultos mostrando emociones es algo que siempre me ha perturbado un poco. Tal vez porque yo misma me he dicho siempre que mostrar las emociones es para gente débil, y los adultos se supone que no son débiles. Yo estoy segura de que Edward es fuerte, y aún así parece conmocionado —No es culpa tuya— susurro, cuando dice que lo siente. No lo es, ¿no? Él no apoyaría algo como lo que está pasando. Pero seguramente no ha tenido el poder suficiente como para pararlo. Eso es lo que prefiero pensar.

Puedo sentarme contigo. Me cuesta mucho dormirme de todos modos— me encojo de hombros y me siento donde estaba él, esperando a que venga a mi lado —La verdad es que me he asustado un poco. Pensaba que querían matarme antes de tiempo, o castigarme por la pésima puntuación que he sacado...— farfullo, desanimada. Al final esos número determinan cuánto se va a fijar en mí la gente, y con la puntuación tan baja que saqué, dudo que nadie me ayude cuando esté ahí dentro. Por lo menos Nolan ha sido uno de los mejores -que no lo dudaba-, y se merece estar en el puesto en el que ha quedado —Tranquilo, lo suponía— añado, ante su retahíla de disculpas que confirman mis sospechas: que él no quería que esto sucediera pero que tampoco ha podido hacer nada para evitarlo.

Cuando dice que me ha traído algo levanto la mirada, con interés, y al ver el cómic que saca de su bolsa se me ilumina la mirada. Es uno que no me he leído todavía, pero es de mi superheroína favorita. Hicieron hasta videojuegos de Miss. Atomic, y tener su cómic nuevo entre las manos hace que mire a Edward con agradecimiento infinito —Oh, puedo esconderlo. Seguro que leerlo antes de dormir me ayudará a estar más tranquila y descansar mejor. Muchísimas gracias, yo... No sé cómo agradecértelo— le digo, sincera. Y entonces veo la fotografía que saca. Y lo que dice hace que se forme un nudo en mi garganta que hacía mucho que no sentía, tal vez años. Tal vez desde la última ocasión en la que me permití llorar.

Tomo la fotografía con cuidado, como si pudiera romperse al tacto, y miro la figura de Trina en la arena, tan bonita como siempre, con la lengua fuera, con el mar y la puesta de sol detrás. Mis ojos se llenan de lágrimas, y mi cerebro libera pensamientos que había retenido y escondido hasta el momento. Siempre había pensado que no tenía motivaciones para vivir más allá del simple hecho de sobrevivir: mi vida no ha sido la mejor, eso está claro. Pero ahora, viendo esto, me doy cuenta de que en realidad tengo cosas por las que vivir. Todo lo que todavía no he hecho y podría hacer, todo lo que podría quedarme por delante. Leer todos los cómics de Miss. Atomic, ir a la playa con Edward y con Trina y con el resto de gente del orfanato, lo que sea. Todo lo que está más allá del orfanato y jamás tendré la oportunidad de conocer. Y duele, duele mucho.

Sin darme cuenta, sollozo. Las lágrimas han empezado a resbalar por mis mejillas y el miedo se apodera todavía más de mí. Por la certeza de que no tengo posibilidad alguna de ganar. Por el miedo a morir. Miro a Edward, algo avergonzada, y me acerco a él para abrazarle con fuerza, escondiendo la cara en su pecho —Muchas gracias— susurro, con voz ahogada.

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12.08.2471 Terraza Anya

No es culpa mía, no, pero sí soy parte del problema, eso lo sé, desde el momento en que mi postura fue quedarme quiero, lo fui. Al inicio la excusa fue mantenerme en mi puesto y tratar de cambiar lo que sí podía, pero no sé si eso es suficiente cuando en los colegios siguen enseñando maldiciones imperdonables, cuando sacan nombres de inocentes de las urnas para mandarlos a un matadero gigante y decorado.

Lo siento — Y ahora lo digo por el susto que pude haberle generado — No estaba seguro de cómo hablarte — O de si quisiera verme, porque, después de todo, ¿Por qué lo querría? Solo soy el sujeto molesto que se pasó muchas veces por el orfanato por trabajo, y que de pronto descubrió que los cómics que llevaba para los chicos eran más bien una excusa. Sí, la verdad es que platicar con Anya siempre fue diferente, y eso es fácil notarlo. Digo, me la he pasado al menos un cuarto de mi vida enseñando, relacionarme con los estudiantes nunca fue demasiado complicado, ser el niñero de mis sobrinos tampoco; no es difícil darse cuenta entonces que el sentimiento que tuve era similar a lo que le pasó a Logan con Murphy, cuando la adoptó, cuando compró una casa para que pudieran estar los dos y empezó a preguntarle a todo el mundo cómo ser padre de una adolescente.

La nota que sacaste no lo es todo, aún queda la entrevista, ¿No? Con algo de ayuda sé que podremos... que podrás, conseguir algo — Ya no sé ni qué digo, ni si la busco convencer a ella o a mí. — Gracias, Anya — respondo cuando es ella la que busca calmarme, tratando de recomponerme un poco para no asustarla más, que se supone que el adulto aquí soy yo. Sonrío con tristeza al entregarle el cómic y observar su reacción — No tienes que darme las gracias, esto no es nada Anya, me gustaría poder hacer más — Lo digo de verdad, sobre todo al recordar que nunca pudimos hacer esa excursión a la playa. Pero no tengo que dejarme caer en el pesimismo de esa forma, que aún se podrá, estoy seguro.

Mi expresión es vaga, casi ausente, pero aún cargada de tristeza en lo que ella toma la foto y la ve. Al sentir su cabeza chocar con mi pecho, al escuchar los sollozos, un nudo amargo se me forma en la garganta. Mis propios ojos se ponen vidriosos, en lo que trato de aclarar mi voz para decir algo, pero no hay palabras que puedan cubrir este momento ni la mezcla de emociones que cada uno debe estar sintiendo. Con ambos brazos la rodeo de vuelta, y procuro dar suaves caricias a su espalda, buscando calmarla. Decir que todo va a estar bien sería solo una patada, así que me mantengo así, todo el tiempo que ella lo necesita, todo el tiempo que yo lo necesito, antes de separar los labios para hablar — ¿Sabes Anya? El otro día estaba pensando algo, pero con todo lo que ha pasado no pude decírtelo — me tardé, y las cosechas llegaron — Tuve una idea, y quiero que me digas qué opinas al respecto de ella

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12.08.2471 Terraza Edward

No sé si busca convencerme a mí o a él mismo cuando dice que la nota de la entrevista no lo es todo. Ambos sabemos que tiene un peso significativo, y que la entrevista puede acercarme a la gente, pero la nota es la nota. Y hay muchos otros tributos con mucho más carisma que yo que van a maravillar a las audiencias. Yo sé que puedo parecer un poco más simpático, pero que no tengo esas habilidades. Además, me cuesta olvidar que, aunque el objetivo sea tener algún patrocinador, no voy a ser más que una pieza del juego. Y que, al fin y al cabo, toda esa gente me quiere ver muerta.

Pero ahora mismo no pienso mucho en ello, porque me centro en sus brazos rodeándome mientras yo descargo toda la tensión acumulada durante tantos días, durante tantas noches de insomnio. Y me doy cuenta de que hace mucho que no abrazaba a nadie así. Que me cuesta mucho dar abrazos. Que la última vez que abracé a alguien se trataba de él, y fue tras decirme que podíamos intentar ir a la playa con Trina, con los niños del orfanato. Y ahora todo lo que queda de esa esperanza es una fotografía que me hace querer llorar todavía más.

Sus palabras captan mi curiosidad, sin embargo, y me obligo a separarme un poco de él. Me sorbo la nariz y levanto la mirada hacia él. Con poco cuidado me limpio las lágrimas de las mejillas con el dorso de la mano —¿Una idea?— no sé de qué se podría tratar, porque ahora mismo mi suerte está dictada. Aunque habla de saber mi opinión. Tal vez se ha decidido a adoptar a alguna de las niñas del orfanato y quiere que le de mi opinión acerca de cuál es mejor. Ya hablamos de eso en mi primer encuentro con él —¿De qué se trata?— pregunto, sin embargo, queriendo que me lo pueda contar él.

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No me doy cuenta de cuánto tiempo pasa mi mano en su espalda, buscando servir de consuelo, ni de cuánto tiempo la abrazo para calmarla; pero sé que cuando nos separamos y puedo ver su cara llorosa, el nudo en mi garganta se expande y me deja con un sabor de lo más amargo. Paso mi mano con cuidado por su mejilla izquierda, con el fin de ayudarle a remover algunas de las lágrimas que aún resbalan por ella. La sonrisa que le dedico va cargada de tristeza y sé que no habrán palabras que pueda decirle que ayuden a que todo esto lo digiera, a que no la pase tan mal.

Y sin embargo, me esfuerzo por hablar — Verás, el otro día estaba en mi casa — comienzo narrando, inseguro de cómo presentar la dichosa idea que he mencionado — Tengo una casa en el distrito siete, no solo la de la isla — no sé si hacía falta la aclaración, y hacerla me hace sentir de pronto tan mal, pero me obligo a continuar — Tiene un estudio, y un cuarto para mí, y uno para huéspedes. Está un poco alejada y enfrente hay un pequeño río — como algunas casas del siete, se encuentra en el bosque, brindando la tranquilidad que en el once no hay — Mirando al río me di cuenta de que es muy triste tener dos habitaciones y que una permanezca vacía siempre, ¿No?, ¿No sería mejor compartirla? — niego con la cabeza — Creo que no estoy explicándome en lo absoluto

Respiro profundo ahora, tengo que comenzar desde el inicio — En mi vida han pasado muchas cosas, Anya, fui profesor y eso me dio mucho, luego fui director y ahora ministro — siempre estuve buscando con qué llenar el hueco que sobró cuando enviudé, creí que lo había encontrado con las cosas que intenté como director y ahora como ministro, hasta que me di cuenta de que no fue así — El trabajo en el orfanato ha resultado gratificante y me hizo darme cuenta de que — no sé cómo ponerlo en palabras — Me hizo darme cuenta de que también me hubiera gustado eso, ya sabes — ni yo sé, no sé por qué no puedo decir la frase "tener una familia" — Pensé mucho en adoptar, Anya, mucho, en compartir ese cuarto vacío, y el espacio frente al río, y en llevar a la persona que adoptara al distrito cuatro para jugar en el mar con Trina

Poner la idea en palabras resulta más complicado de lo que esperé, porque imaginar toda esa vida parece tan imposible ahora, y eso duele como creí que no me volvería a doler nada — Sé que no soy la mejor persona siempre, y que puedo llegar a ser aburrido, digo, la vida de un ministro no es tan glamurosa como lo hacen ver — me encojo ligeramente de hombros, viéndola con expectativa, pero manteniendo la expresión triste — Pero... Si me aceptas, Anya, me gustaría que tú fueras parte de mi familia, y que yo fuera parte de la tuya — al terminar de decirlo, se me escapa una exhalación — cuando todo esto acabe — y va a acabar con ella saliendo de ahí, ¿Verdad? — ¿Te gustaría que te adoptara?

Edward D. Jenkins
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12.08.2471 Terraza Edward


Escucho sus palabras con los ojos muy abiertos, con atención. Me parece que divaga bastante, aunque ya es algo que suelen hacer los adultos cuando tienen que decir algo que les cuesta, que les incomoda o que no se han preparado mentalmente con uno de esos monólogos internos que practican una y otra vez con cada de concentración cuando creen que nadie se percata de su presencia.

Pero la propuesta de Edward me pilla completamente desprevenida. Porque me habla de un río, de una habitación, y en mi mente se van formando imágenes completamente imaginadas de un lugar que parece sacado de un cuento de hadas, o de uno de los cómics de elfos que solía leer en el colegio.

Asiento con la cabeza, con energía, en respuesta a su pregunta —Sí. Sí. Claro que me gustaría— y, por primera vez desde que me trajeron aquí, me permito imaginar realmente que tengo posibilidades de salir. Porque ahora tengo algo por lo que luchar. Tengo una posible vida futura que sería mucho mejor que la que he tenido hasta ahora. Con Edward, con Trina, con una habitación para mí sola.

Me limpio las mejillas con la manga y le sonrío a Edward —Aprecio mucho todo lo que ha hecho por mí. De verdad. Eres mi adulto favorito— le digo, y aunque el tono es de broma, espero que pueda percibir la gran verdad que albergan mis palabras —Debería regresar a la habitación antes de que me pillen aquí fuera. Pero... Gracias. Gracias de todo corazón, Edward. Prometo que lucharé hasta el final.


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Edward D. Jenkins
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12.08.2471 Terraza Anya

No puedo empezar a explicar el alivio que siento con su respuesta, la alegría, y es que por primera vez en muchos meses siento que encontré un sentido para mi vida, siento que todo se acomodará y resultará tal cual el plan. Claro que el golpe de realidad duele cuando regresa mi mente a mi cuerpo y recuerdo el lugar en donde estamos, el por qué de eso, y lo que pasará pronto. Aún así, no me dejo vencer por el pesimismo, no, no puedo hacerlo. — Seremos una familia — Le prometo — Todo estará bien, Anya, te lo prometo — Sé que no debo hacer esto, que no puedo, pero no puedo evitarlo, tengo que aferrarme a ello con todo lo que tengo. Mi sanidad depende un poco de eso.

Que diga que soy su adulto favorito solo sirve para calentar un poco mi corazón — No tienes nada que agradecerme — Y eso lo digo con la culpa de alguien que no hizo lo suficiente para sacarla de este embrollo. — Sí, es buena idea que vayas regresando, antes de que se pregunten dónde estás y por qué tardas tanto — Lo que menos quiero es meterla en problemas, por supuesto. En cuanto a mí... puedo afrontar las consecuencias de mis actos, si es que hay algo que afrontar.

Anya, en la arena... No te dejes engañar, a la gente de aquí les gusta jugar con las personas, pero eres lista, confía en tus instintos — Y yo intentaré apoyarla desde fuera, como pueda — Lucha — Asiento con la cabeza a lo que dice, dejo que mi mano caiga en su hombro, al que le doy un apretón ligero, antes de volver a rodearla con ambos brazos — Nos veremos pronto — Es un susurro antes de soltarla — Ve pensando de qué color quieres tu cuarto — Le sonrío. Y es la última vez que la veo antes de los juegos.

Edward D. Jenkins
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