The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Paige M. Dalisay
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can’t say hello to you and risk another goodbye
11/08/2471 noche Balcón planta 13 PRIVADO


Lo noche había caído de la misma manera que el resto de días: rápida, veloz, sin darle espacio para asimilar lo fugaces que estaban siendo aquellos días. Paige trataba de no pensarlo, pero era capaz de ver la manera en la que el tiempo se le escapaba de las manos. Asustaba, era terrorífico, no le permitía dormir por las noches.

Porque cada vez quedaban menos días. Un día y tendría que hacer algo delante de los vigilantes; dos y estaría enfrentándose a uno de sus mayores miedos, dando una entrevista delante de miles de personas; tres y la mandarían directa a su purgatorio. Sintió escalofríos, tomó una manta que reposaba sobre el final del colchón de su cama y se la pasó por los hombros.

Sus pies descalzos la obligaron a atravesar el salón, posicionándola junto a una puerta corredera de cristal que daba a un balcón. Había estado allí antes: era amplio, había algunas macetas llenas de flores coloridas en las esquinas y, en el centro, un gran sofá de exterior. Cuando vio que estaba ocupado, Paige sintió la necesidad de dar marcha atrás; de retroceder, volver a meterse en su habitación y cerrar la puerta con pestillo.

Había estado evitando a Sam, no sabía si él había hecho lo mismo que ella. No es que no quisiera hablar con él, sino que hasta verlo le parecía complicado; cada vez que estaba cerca, que lo venía venir, que se lo encontraba de frente, terminaba dándose la vuelta. Y habían sido dos días largos sin hablar con él, sin buscar la calidez de su presencia. Todo se había complicado desde aquella noche, donde lo que había sucedido les había dejado a ambos con un nuevo peso sobre los hombros. Paige no quería decir en voz alta qué era lo que había pasado, ni siquiera nombrarlo en sus pensamientos; de hacerlo, sabía que volvería a ese instante, a los dos de pie ante el sofá. Se le habían olvidado muchas cosas de las que le gritó aquel día, pero ni un solo segundo de esa parte.

Verlo ahí hizo que quisiera darse la vuelta de inmediato, pero Samuel giró la cabeza y sus miradas se encontraron. Quiso decirle muchas cosas: que, aunque solo habían pasado dos días, echaba de menos escucharle soltar veinte palabras por segundos. Que se había acostumbrado a su presencia. Que, el día anterior, le había visto llegar a la cima en la estación de escalada y no había podido evitar sonreír. En vez de eso, solo dijo: —Deberías irte a dormir, es tarde y cada vez quedan menos días para que ni siquiera tengamos una cama a nuestra disposición. Estaría bien que descansaras. —Sonó como si lo estuviera echando, no supo si era su verdadera intención.

Giró sobre sí misma, cerrando la puerta corredera que había quedado algo abiera. No se acercó al sofá, tampoco lo rodeó para acomodarse junto a él; solo se quitó la manta que llevaba sobre los hombros, dejándola sobre su antebrazo. —¿No tienes sueño o es que quieres mantenerte despierto porque es la única forma de que el tiempo pase más despacio?

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Samuel J. Hammond
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Le dolía todo el cuerpo. Estaba seguro de que no había hecho tanta actividad física en toda su vida. Sam aún conservaba el pelo húmedo a causa de la ducha que se había dado horas antes. Todo él olía a jabón de lavanda. Cualquiera diría que debería estar durmiendo como un bebé, pero la verdad es que era incapaz de cerrar los ojos.

Se había acomodado en el balcón con la sola idea de tomar aire fresco. El Capitolio le parecía una prisión, pero no podía negar que la vista no estaba nada mal. Había subido los pies al sofá y se encontraba abrazado a sus rodillas cuando se abrió la puerta. Giró la cabeza y la imagen de Paige le hizo alzar las cejas hacia arriba.

Muy bien, no habían sido días cómodos y la culpa no era por completo de los juegos. Sam no tenía ni idea de cómo hablar con ella, incluso cuando sabía que debían hacerlo. En más de una ocasión había deseado compartir sus pequeñas victorias del día con ella, pero se encontró incapaz de hacerlo. Fingir que no estaba interesado en hablarle era mucho más fácil que asumir la estupidez que habían hecho. O admitir que le había gustado, para variar.

Las primeras palabras de Paige hicieron que Sam arqueara una ceja — ¿No deberías estar haciendo lo mismo? — Lo devolvió con rapidez, mas no con brusquedad. Regresó la mirada al paisaje. Se movió hacia un extremo del sofá para hacerle espacio, pero ella no se sentó. Sam movió los hombros en un gesto indefinido — Un poco de ambas cosas — confeso —. No puedo dormir y hacerlo es permitir que las horas pasen más rápido. Yo solo… — sabía que iba a sonar ridículo, así que tomó algo de aire antes de hablar — … quiero estar consciente un poco más antes de que todo se acabe.

Porque sabía que iba a morir. Tal vez hubiera tenido algo más de confianza en un principio, pero con el correr de los días había abrazado la idea de que el tiempo se le estaba acabando. Lo bueno es que ya no lloraba. Estaba cansado de hacerlo. Además sabía que si él moría significaba que Paige tenía una oportunidad. Era un pésimo consuelo, pero un consuelo al fin.

¿Y tú? — Le lanzó una mirada de soslayo — ¿Tú tampoco puedes dormir? Porque estoy seguro de que no me estabas buscando. No soy tan idiota — ¿Era un reproche? No tanto. Solo una pequeña observación.


Samuel J. Hammond
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Paige M. Dalisay
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Sí que debería estar haciendo lo mismo. Debería haber permanecido en su cama, incluso aunque tuviera que dar mil vueltas bajo las sábanas antes de dormirse. Sabía que el sueño siempre acababa haciendo presencia y, aun así, Paige se negaba a que, al abrir los ojos, ya fuera el día siguiente.

Miró por encima del sofá, observando el espacio que había quedado al lado de Sam. Ni siquiera se planteó sentarse, tan solo continuó mirando hacia delante, centrando sus ojos en su nuca. —Ya, sí. Pero el tiempo va a pasar igualmente. —Aunque ambos creyeran que permanecer despiertos fuera a ser una mejor opción, el tiempo pasaba de la misma manera; y daba igual si estaban sentados en el balcón, atacando el mini bar, haciéndose preguntas transcendentales o acercándose más de la cuenta.

Lo que sí era un hecho era que cada vez quedaba menos. Tres días, tal y como había estado contando antes en su cabeza. Tal vez fuera eso lo que les pasara a ambos, por encima de cualquiera de las cosas: que no estaban preparados para despedirse para siempre. Pasar de estar bebiendo juntos a estar muertos, a dejar de existir, era un paso muy grande. A Paige aún le costaba asimilarlo del todo: que jamás volvería de la arena, que ella y su vida acabarían ahí. Para siempre. En esas circunstancias, la eternidad era un concepto demasiado cruel.

A Sam no debería sorprenderle tanto que no quisiera hablar con él: Paige no destacaba por hablar demasiado, tampoco por ser el tipo de chica que buscaba a las demás personas. Aun así, comprendió que si él lo recalcaba, sería por algo. Tal vez sí que se hubieran acostumbrado a la presencia del otro. Había cometido el error más grave de todos: acercarse demasiado, cogerle cariño de más. Para alguien como ella, que siempre solía ponerse la venda antes de que siquiera existiera una herida, eso era casi como una condena.

¿Para qué te iba a buscar? No tengo nada que decirte —espetó, bruscamente—. Ya sé que a ti te encanta hablar por hablar, pero no todos somos así. He estado ocupada con los entrenamientos y pensando en la prueba de mañana, no he tenido tiempo para buscarte. —Mintió, porque había estado pensando en hablar con él durante cada segundo de los dos días que habían pasado sin dirigirse la palabra.

Se apartó de la puerta, rodeando el sofá para acercarse a la barandilla que delimitaba el balcón. Se asomó durante un instante antes de girarse para enfrentarlo, su espalda reposando contra el cristal. —¿Acaso tú querías que te buscara? —enarcó las cejas, tratando de mostrarse inexpresiva—. Porque estoy aquí ahora, así que puedes decirme lo que sea antes de irte. Estoy estresada por las pruebas de mañana y me gustaría estar sola. —Evitó mirarlo cuando dijo eso último; en parte porque no quería ver su expresión, pero también porque no había querido sonar así. No quería estar sola, quería estar con él; pero quería estarlo de una manera que no podía ser, no cuando quedaban tres días para que empezara la verdadera cuenta atrás hasta sus muertes.

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Sam estaba acostumbrado a la manera brusca que Paige utilizaba para hablar. Claro que eso no evitó que frunciera el ceño. ¿No le había dicho ya que no le gustaba que le hable de esa manera? Está bien, había sido cuando estaban ebrios, pero pensó que había quedado claro el mensaje. Podía ser que todo lo que había sucedido justo después lo hubiera anulado, pero él no lo veía de esa forma. — Ya. Como digas — le respondió con cierto mal humor.

Los ojos de Samuel la miraron como si no pudiera creer lo que escuchaba. No quería pelear con ella, pero fue incapaz de detenerse a pensar qué decir antes de hablar — Eres increíble — masculló —. ¿En verdad eres tan egoísta? Porque si no lo recuerdas, yo también tendré que hacer las mismas pruebas y sí, también me gustaría estar solo — abrazó un poco más fuerte sus rodillas —. Y yo llegué primero, así que puedes buscar otro sitio para estar sola.

La verdad es que no quería terminar así. No deseaba que la última amiga que le quedaba, si es que podía llamarla así, se volviera alguien con quien discutir antes de morir. Tragó saliva con algo de fuerza, pero mantuvo el mentón en alto — Voy a morir en una semana — lo dijo con convicción —, tal vez en menos tiempo. Da igual. No voy a pasar mis últimos días peleando contigo, así que… — movió la nariz como un roedor y volvió la mirada al frente —. ¿Así haremos las cosas de ahora en más? Dímelo para saber si debo preocuparme por ti o no — sabía que iba a hacerlo de todas formas, pero eso Paige no tenía por qué saberlo.


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Fue capaz de percibir el cambio en el tono de Samuel; de repente, este era más brusco, más seco y directo. Se encogió de hombros, lanzándole un vistazo rápido. —Pues haberme dicho que me fuera desde el primer momento en vez de reprocharme que no te hubiera buscado. O yo qué sé. —A Paige le había parecido un reproche, uno que le había sentado especialmente mal porque ella se había estado conteniendo para no buscarlo, para no hablar con él, para no mirarlo durante los entrenamientos. Además, en su defensa, Samuel tampoco parecía haberla buscado a ella—. Por eso tienes que irte antes: porque llevas más tiempo aquí. Ahora me toca a mí —respondió, de la única manera que se podía responder algo así: con una frase igual de infantil.

Sam alzó el mentó, Paige no retiró la mirada. No lo hizo ni siquiera cuando él empezó de aquella manera: diciendo que iba a morir, como si ya fuera un hecho, como si lo tuviera asumido. Ella había hecho varias bromas con el asunto, pero jamás había escuchado a Sam hablar de esa manera. Él era el que decía que uno de los dos ganaría, el que le traspasaba a ella las ganas, no el que decía que iba a morir. Paige hubiera preferido que hubiera dicho que iba a ser ella la que moriría; no podía imaginarse a Sam muerto, simplemente no lo quería pensar..

No estamos peleando. ¿Por qué siempre piensas que estamos discutiendo? —Ella solo le había dicho la verdad: que quería estar sola. O, más bien, una verdad a medias: que, como le entristecía estar con él, prefería estar sola—. Te lo tomas todo demasiado a pecho. ¿Vas a volver a llorar? —No quería decir eso, en realidad. Solo estaba nerviosa. Se mordió la lengua antes de retirar la mirada—. ¿Qué más da cómo hagamos las cosas, Sam? Quedan tres días, no se puede hacer gran cosa en tres días.

Aunque ella se había pasado niveles complicadísimos de videojuegos, incluso subido con creces su calificación final. Había compuesto canciones en menos de tres días, también escrito varios capítulos de un fanfic sin parar. Había hecho mil cosas, pero era incapaz de hacer eso con él. Se apoyó más en la barandilla, echando la espalda hacia atrás y dejando que su pelo cayera en cascada hacia abajo. —Samuel —empezó, y supo que se venía un momento de sinceridad. Uno necesario para que él entendiera lo que le pasaba—, es un momento de mierda para que empieces a gustarme, aunque sea solo un poco. O para que empiece a tener ganas de repetir lo que pasó esa noche. Es, simplemente, un mal momento para todo. —No lo miró a los ojos, manteniendo la cabeza girada hacia un lado y los ojos clavados en un edificio que se percibía en la distancia—. Así que, si quieres, preocúpate por mi. O, si no quieres, no lo hagas. Tú verás. Simplemente, deja de complicarme la existencia —tomó aire, sabiendo que no era el momento de parar de hablar: si lo hacía, le quedarían más cosas por decir—. Quería que me dieras igual, que me importara lo menos posible que fueras a morir. Lo que has conseguido siendo tan… y tan pesado es que ni siquiera esté preparada para despedirme de ti para siempre —tragó con fuerza, mantuvo los ojos bien abiertos y fijos en la distancia—; así que, si te pido que me dejes sola, deja de quejarte y, simplemente, déjame sola.

Ojalá poder decir que se sintió liberada, pero no lo hizo. Incluso aunque no le quedara nada más por decir, la angustia no desapareció.

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No lo sé. ¿Quizá es que siempre hablas con ese tonito? — No tenía en claro por qué Paige era capaz de ponerlo de tan mal humor. Sabía que se enfurecía con algunas tonterías en sus juegos de consola, pero siempre había ignorado a todo el mundo antes de perder la paciencia. ¿Cómo era posible que Paige pudiera irritarlo de esa manera? Le echaba la culpa al contexto. Hubiera sido más paciente si no supiera que carecían de tiempo para arreglar cualquier cosa que pudiera suceder entre ambos.

Algo en el modo de responderle hizo que sus ojos se achicaran. ¿En serio se estaba burlando de su llanto? No se molestó en responder. Estaba seguro de que no le saldría ninguna palabra amable si abría la boca.

No desvió la mirada del paisaje, pero sus orejas se mantuvieron atentas a las palabras que salían de la boca de Paige. Oír en voz alta algo tan imposible como que le gustaba a alguien hizo que la expresión en el rostro de Sam se volviera blanda. Un calor desagradable se hizo con el centro de su estómago y, poco a poco, desarmó el agarre de sus piernas. Sus pies descalzos tocaron el suelo. Esperó que se hiciera el silencio.

Se preguntó si sería capaz de irse. De ignorar todo lo que había dicho, de fingir que nada había pasado. Sintió las manos temblar y las frotó contra sus rodillas. — Yo también he pensado en que quiero repetir lo de esa noche — confesó en un susurro —, pero pensé que tú no querrías. Era más fácil no hablar contigo, tú sabes. Creí que no te había gustado… — se sintió torpe. La verdad es que nunca le había interesado relacionarse de esa manera con alguien. Paige tenía razón en algo: era el peor momento de todos.

Por eso mismo supo que no podía dejarla sola. Saber que iba a morir anuló la vergüenza que pudiera sentir en el futuro. Deslizó la mano por la superficie del sofá y tendió la mano hacia arriba — No tenemos por qué despedirnos — era un consuelo tan ridículo que hasta se sintió mal al decirlo en voz alta —. Lo más probable es que todo pase rápido. Tan rápido que no nos dé tiempo a decir nada. Pero en algún momento tendremos que volver a hablarlos… O cada uno irá por su propia cuenta. Siempre podemos despedirnos ahora y ya luego… veremos.

Si habían ignorado la presencia del otro esos días, podían hacerlo un poco más. Se atrevió a mirarla. El perfil de Paige era fácil de distinguir en la oscuridad, culpa de las luces de la ciudad — ¿Quieres en verdad que me vaya?


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A Samuel se le daba fatal leerla. ¿Cómo no le iba a gustar? Si se lo había devuelto, si hasta había dudado y vacilado a la hora de separarse. Desde luego, los chicos eran lentos y lerdos. Desde el principio, algo le había dicho que aquello había sido mutuo: se había sentido bien, había tenido la sensación de que el tiempo se paraba. El tiempo no se podía parar solo para una persona, tenía que ser para los dos involucrados. Aun así, aunque creyera eso, notó calor en las mejillas cuando él se sinceró; con la sensación de que todo su mundo se revolvía, movió los pies descalzos sobre el suelo frío, superponiendo uno por encima del otro. Se dio cuenta de que tenía un nudo de nervios en el estómago, no supo cómo parar aquel sinfín de sensaciones.

Apenas sonrió un poco cuando Samuel aseguró que no tenían que despedirse, que probablemente no les daría tiempo a hacerlo. Sintió que se ahogaba, sabiendo que no quería ninguna de las dos alternativas: ni despedirse ni no hacerlo. En su fantasía, ambos podían volver a casa. Harían eso y luego quedarían para jugar a videojuegos; se irían acercando poco a poco, paso a paso, porque tendrían tiempo para hacerlo. Ella le hablaría de forma brusca en alguna ocasión y Sam frunciría el ceño, pero aprendería a no ser tan seca. Y lo haría porque no sentiría que el tiempo se le escapaba.

Observó su mano, su palma hacia arriba. Tragó y se incorporó, girando la cabeza para mirarlo. —Ni siquiera sé por qué me pasa esto contigo. Quiero decir, no eres como esos en los que solía fijarme. Músicos y cantantes, sobre todo. Esos eran más rudos, más… duros. Llevaban chaquetas de cuero y componían canciones sobre todas las experiencias que tenían. —Se humedeció los labios, deseando que no se lo tomara de mala manera. Agitó la cabeza un poco—. También se aplica del revés. Yo no soy Calliope Hargreeves; no soy dulce, ni tengo talento para el arte, ni llevo vestidos de colores pálidos con complementos para el pelo a juego. —Con desgana, se encogió de hombros—. Es confuso. Nunca me había pasado antes con nadie.

No respondió a su pregunta: no sabía si quería que se marchara. En vez de eso, dio dos pasos hasta acercarse al sofá, terminando por apoyar las rodillas sobre este y dejando caer su cuerpo hasta que todo el peso reposó contra sus talones. —¿Crees que podríamos probar a despedirnos? Solo para ver cómo nos sentimos. Dependiendo de eso, decidiremos si lo dejamos aquí o si preferimos permanecer juntos hasta el final. —Se revolvió un poco en el sitio, sus ojos clavados en el perfil de Sam—. Antes de decirte un adiós de prueba, me gustaría añadir que, aunque haya pasado estos días deseando que tú no estuvieras aquí conmigo, me alegro de haber podido conocerte. Aunque solo sea un poco. Sé que no te gusta cómo te hablo y que piensas que siempre quiero discutir contigo, pero yo… a mí me gusta como eres, Sam. Aunque no seas duro ni rudo y llores bastante. Ojalá haber tenido tiempo para conocerte mejor. —Estiró una mano, dejando que sus dedos bailaran sobre la palma que él había dejado extendida. Eran roces suaves y rápidos, como cosquillas. Paige sentía que el corazón se le iba a salir por la boca—. Deberíamos abrazarnos. Es lo que hacen en las despedidas de verdad.

A Paige nunca le habían gustado los abrazos. No era algo que le saliera de forma innata o natural; de hecho, cuando su padre le daba algunos, ella siempre se sentía rígida entre su agarre. En esa ocasión, cuando se arrastró para avanzar por el sofá y estiró los manos, no se sintió rígida: al contrario, percibió que todo su cuerpo temblaba. Desde las yemas de sus dedos hasta sus pies descalzos. Sus rodillas rozaron el costado de una de las piernas de Sam cuando ella se inclinó hacia él, estiró los brazos y rodeó su cuello con ellos.

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Samuel J. Hammond
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En otro momento se hubiera sentido ofendido por su comparación, pero la verdad es que podía entender de dónde venía. Sam nunca se había considerado alguien interesante o atractivo. Jamás había recibido la confesión de nadie, la gente de su curso se olvidaba que existía y se veía a sí mismo como un spaguetti pálido. Paige también tenía razón sobre que no se parecía en nada a Calliope, pero no veía eso como un problema — Ella no hubiera entendido ni la mitad de las cosas que le digo — murmuró con cierta timidez, pero no pudo evitar sonreír un poco. Si no se entiende, era un halago.

Tal vez él la había invitado a acercarse, pero Sam se echó hacia atrás en cuanto lo hizo. No porque quisiera marcar una distancia con ella, sino porque en verdad lo había tomado por sorpresa. Quiso cerrar el puño cuando notó sus dedos, apresarlos entre los propios en un contacto algo más íntimo. Se conformó con el roce, con las palabras que le sirvieron como un pequeño consuelo en medio de la peor semana de su vida. Odiaba que Paige le recordara su manía por llorar y más lo detestaba al darse cuenta de que quería lagrimear como un idiota. Se contuvo. Guardó silencio.

Y se encontró atrapado entre sus brazos.

Jamás creyó que abrazaría a Paige Dalisay. O que la besaría. O que siquiera se tomarían de la mano. No obstante, ahí estaban. En un sofá que determinaba el poco espacio que los separaba y un destino compartido que los unía más de lo que jamás hubiera creído. No solo con ella, sino con con cualquier otra persona. Escondió el rostro en su cuello, percibió el aroma de su cabello y clavó las manos en su espalda. La apretó un poco más fuerte. Tembló sin vergüenza y trató de aferrarse a ese momento como si fuera a durar para siempre. Deseó que así fuera. Una pequeña porción de eternidad dispuesta solo para ellos dos.

Apoyó la frente contra su hombro y abrió los ojos, sin haberse dado cuenta de que los había cerrado en primer lugar. Respiró hondo. Deslizó las manos por su espalda hasta apoyarlas en su cadera. La punta de su nariz subió por el cuello de Paige hasta que se separó de ella, al menos lo suficiente como para recargar la frente contra la suya. Se esforzó en mirarla a los ojos — No sé si estoy listo para que sea una despedida — le aseguró en un susurro apenas audible —. Eras la cosa más interesante que me había sucedido en el verano, Paige. No se suponía que debía terminar así — estaba seguro de que aún tenía muchas cosas por hacer, con o sin ella. — Lamento no haberte prestado atención antes. Ya sabes, durante todos esos años que compartimos salón y no hice más que pedirte un bolígrafo en alguna que otra ocasión — Incluso recordaba que habían trabajado juntos en un proyecto grupal obligatorio, pero apenas le había prestado atención. Jamás se le hubiera pasado por la cabeza…

Lo dudó. Se mordió los labios mientras pasaba la mirada de sus ojos a su boca. Acabó posando un rápido beso en sus morros y se aclaró la garganta. Sin embargo, no se separó — ¿Qué haremos ahora? — Consultó sin levantar la voz — Se supone que tenemos que encontrar el modo de solucionar esto… aunque siempre podemos olvidarlo por hoy y quedarnos en silencio — no se le daba bien armar planes, mucho menos en la vida real.



Samuel J. Hammond
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Verse envuelta por los brazos de Samuel se sintió de distintas maneras: extraño al principio, como algo que jamás hubiera llegado a imaginar o prever. Pero luego fue cálido, reconfortante, y Paige notó cómo todo en ella sucumbía ante ese momento; se dejó estrechar, sintiendo su propio temblor uniéndose al de Samuel, viendo cómo sus brazos afianzaban el agarre alrededor de su cuello. Temiendo que se apartara, intentando alargar aquel momento. La frente de Sam cayó sobre su hombro y ella movió un brazo solo para apoyar sus dedos contra su nuca, permitiendo que subieran y bajaran, cuidadosos, acariciando su pelo.

Tantas veces que había dicho y pensado que Sam era un llorón; tantas veces que se lo había echado en cara, que se lo había recordado con un tomo burlesco. Tantas, tantas, y fue suya la lágrima la que resbaló por su mejilla. No la limpió, tampoco las otras que le siguieron; en vez de eso, se concentró en el recorrido de las manos de Samuel bajando por su espalda, dejando un rastro de escalofríos a su paso. Contuvo el aliento, todavía sintiendo cómo las lágrimas humedecían su mejilla cuando sus frentes pasaron a estar una contra la otra.

Y se encontró sin palabras. Siendo ella la que había dado pie a aquella situación, la que había abierto la posibilidad de dejarlo ahí, de que todo acabara en ese instante, Paige no supo qué decir. Cerró los ojos, tragó con fuerza, movió sus brazos hasta que sus palmas se aferraron a sus hombros. —No importa, yo tampoco te presté atención a ti. —Lo que era fácil de decir, porque a Paige se le daba de maravilla ignorar las cosas que no formaban parte de su día a día o de sus hobbies. En ese momento, como respuesta automática, su cabeza empezó a reproducir escenas que creía olvidadas: esa vez que Sam le pidió un boli y, antes de tendérselo, Paige le advirtió sobre que estaba mordisqueado. Ese día que tuvieron que hacer un trabajo en grupo en pociones. Cuando les pusieron juntos en vuelo y Paige pasó de hacer los estiramientos pertinentes. Todas esas veces en las que pudo alzar el mentón, mirar hacia arriba y fijarse en él. Todas esas veces en las que no lo hizo.

También había sido lo más interesante de su verano, tampoco quería que terminara de esa manera. Retiró una mano de su hombro solo para poder secarse las lágrimas, viéndose sorprendida por aquel beso fugaz. Retiró la mirada, fijándola en el paisaje nocturno, luego volvió a sus ojos. —Sé que he sido yo la que ha propuesto la despedida —carraspeó. También dudó—, y sigo pensando que es el peor momento para esto, pero… —se humedeció los labios, solo moviéndose para que su mano volviera a rozar su nuca—… creo que quiero estar esta noche contigo, y mañana también. Da igual si hablamos o no, pero me gustaría aprovecharlo. Cansarme de ti, como seguro que acabo haciendo. Y cuando vayamos a la arena... —Sintió ansiedad en el pecho, un peso en los ojos que hizo que varias lágrimas patinaran por sus mejillas—. ¿Te apetece estar a mi lado hasta el final? Sé que soy una amargada, que te hablo mal cuando no te lo mereces y que solo he tratado de apartarte, pero yo… Ahora no quiero estar sola. —Aunque, cuando llegara la hora, terminara llorando por él. Aunque le doliera que algo le pasara—. ¿Estaremos juntos?

Dejó la pregunta en el aire, pero no dio tiempo a que él contestara cuando se limpió las lágrimas de manera brusca, dejando caer su peso contra los talones. Juntó sus labios con los suyos, no dejó que el contacto se rompiera mientras usaba la mano apoyada contra su nuca para jalar de él, guiándolo, manteniéndolo contra ella mientras Paige permitía que su espalda reposara contra el colchón fino que recubría la base del sofá. Aún temblaba cuando intensificó el contacto, cuando el beso se cargó de necesidad; cuando, mientras tanto, seguía sintiendo las mejillas empapadas, algunas lágrimas aún colgando de sus pestañas. Tenía los ojos cerrados y los mantuvo de esta manera, cuando, entre beso y beso, le dijo: —Sigo pensando que deberías irte a dormir, pero no voy a echarte.

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En otro momento se hubiera burlado de ella. Le remarcaría que se había mofado de su llanto para terminar sucumbiendo al propio. Esa noche, no obstante, Sam decidió que no quería pelear. No más. Ya tendría demasiado con los otros tributos como para perder el tiempo transformándose en el antagonista de Paige. No cuando entendía muy bien de dónde venía su miedo, incluso cuando no estuviera de acuerdo. Meneó la cabeza, notó como el pelo de la muchacha le hacía cosquillas en la nariz — No me iré a ninguna parte — prometió en un murmullo —, ni hoy ni pasado. Ni en la arena. Estaremos bien — claro que era un eufemismo. Todo terminaría pronto y ya no tendrían de qué preocuparse.

Tuvo intenciones de decirle que debían organizar un plan, pero la idea podía esperar unos minutos. No parecía ser el momento ideal para sacarlo a colación cuando Paige lo estaba besando de la clase de manera que no creyó nunca que alguien lo besaría.

Notó cómo el calor trepaba por su cuello y el pecho se inflaba. Sam no tenía experiencia en besos y no estaba seguro de lo que estaba haciendo y, no obstante, correspondió por instinto. Se abrazó a su cintura, dándose cuenta por primera vez de lo delgada que era. Permitió que Paige lo guiara y escuchó el crujido del sofá bajo su peso. La soltó solo para apoyar las manos a cada lado de su cabeza al sentir que iba a aplastarla, pero no despegó sus labios.

La voz de Paige sonó demasiado cerca. Sam se encontró sonriendo — ¿Crees que podría dormir, de todos modos? — Susurró. Levantó una mano y acarició el mentón de Paige con cuidado — Me gustas, Paige. Y si consideramos que no planeo que el mundo se entere, no voy a perder el tiempo yendo a dormir — era algo de ellos. Ya les estaban quitando mucho como para lucirlo en la arena. Podía llevarse ese pequeño trozo de felicidad a la tumba.

Volvió a besarla con algo de timidez. El segundo fue un poco más firme. Dejó que el peso de su cuerpo cediera a la gravedad y reconociera el calor del ajeno. Deseó que, en verdad, todos los demás estuvieran durmiendo. Que nadie pudiera escuchar sus respiraciones pesadas ni juzgar sus malas decisiones. Se sentía completo y, al mismo tiempo, el pánico continuaba en el fondo de su mente. Podía empujarlo por unos minutos. Mentirse a sí mismo por las horas siguientes. Y ya luego buscaría el modo de solucionarlo.

Si el mundo iba a terminarse, ellos podían consumirse en ese sofá.

Samuel J. Hammond
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can't say hello to you and risk another goodbye —smh. IqWaPzg
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