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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    Paige M. Dalisay
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    when the night was full of terrors
    06/08/2471 Terraza PRIVADO

    Había dado vueltas por el piso que les habían asignado, deseando que nadie se levantara y la encontrara ahí: con la mirada perdida, con las ojeras marcadas y los recuerdos del día anterior clavados en la retina.

    Su plan había sido llorar hasta quedarse dormida, pero no había podido hacer ninguna de las dos cosas. Las lágrimas se habían negado a brotar, suponía que debido al shock, o a que toda ella aún se encontraba medio paralizada. Incapaz de asumir por completo dónde estaba y la totalidad de lo que había sucedido; siendo consciente de algo, pero no de todo lo que iba a suceder. Tampoco había podido dormir, o quizás solo un poco. No lo sabía, era difícil hacerlo cuando aún estaba tratando de averiguar qué era real y qué formaba parte de una pesadilla.

    Todavía no había salido el sol, pero por la luz que entraba por la ventana intuía que no quedaba mucho para que lo hiciera; estaba oscuro, pero los primeros rayos ya amenazaban con hacer su primera aparición a través de las nubes.

    Deambuló sin parar, dando mil vueltas al sofá violeta que se encontraba en medio de la sala. Había intentado tumbarse, dormir ahí, pero había terminado incorporándose. Estar sentada tampoco había funcionado, ni mucho menos quedarse de pie. Todo a su alrededor hacía que sintiera una sensación de sofoco, como si se ahogara; así que, sin ni siquiera quitarse el pijama de colores oscuros que le habían prestado, había salido por la puerta y subido a la terraza.

    Allí no había muebles ostentosos ni decoraciones sobrecargadas que le recordaran que se encontraba a kilómetros de su casa; ahí, por lo menos, podía respirar. Las plantas y el color de las flores eran capaces de conseguir que, si cerraba los ojos, pudiera pretender que estaba en un parque cualquiera o, incluso, en el jardín pequeño de su casa, donde su padre solía cultivar ingredientes para sus pociones.

    Se dejó caer en un banco sin cuidado alguno y subió sus pies a este. Se abrazó las piernas con los brazos, reposando su mentón contra las rodillas. Respiró una, dos y tres veces. Notaba sus párpados pesados, cargados y, aun así, sabía que no podría volver a dormirse aunque lo intentara. Un sonido de pasos hizo que se sobresaltara y, acto seguido, levantara la cabeza. —Ah —murmuró sin más, viendo de quién se trataba. No había hablado mucho con Samuel desde el desfile, y seguía sin saber qué decirle. ¿Debían hablar de la situación? ¿Planear algo juntos? ¿Pensar en el maldito enfoque que tenían que elegir? Volvió a dejar caer su mentón sobre las rodillas, afianzando más el agarre de sus brazos alrededor de estas—. ¿Has podido dormir algo? Yo no. No he dormido una mierda —enarcó las cejas, elevó la mirada para observarlo—. Tal vez no vuelva a dormir nunca. Aunque me gustaría hacerlo, me fascinaría dormir durante una semana entera. Así, cuando me despertara, esto ya habrá terminado —explicó, apretando los labios nada más terminó de hablar—. No sé, siento que no tengo ganas de nada.

    Paige M. Dalisay
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    Samuel J. Hammond
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    when the night was full of terrors
    06/08/2471 Terraza PRIVADO

    El único motivo por el cual había dormido era gracias a que su cuerpo estaba agotado. ¿Lo malo? Su cerebro no.

    No supo cuántas veces se despertó a lo largo de la noche. Las pesadillas eran vívidas, tanto como para recordar cada una de ellas. Las voces de sus padres y sus hermanas. Los reproches de Paige. Un desierto caluroso en el cual la piel se le caía a jirones…

    Sam podía notar los primeros rayos del sol ingresando por la ventana cuando sus ojos se abrieron. Estaba seguro de que no podría volver a cerrarlos y, de todos modos, no se levantó de la cama. Dio algunas vueltas y se preguntó si volvería a llorar como un completo idiota. Solo pasaron unos minutos para que pudiera darse cuenta de que ya no tenía lágrimas que derramar.

    Se vistió en silencio. Las ropas del Capitolio eran suaves, pero no reflejaban en lo absoluto su estilo. Curioso, Sam jamás había pensado que tuviera uno. Solo tuvo en claro que ese no lo era y supuso que eso bastaba por ahora.

    Cuando se subió al ascensor no tenía ni idea de a dónde estaba yendo. Supuso que bajar no era una opción, de modo que fue hacia arriba. Quizá podría ver el amanecer y encontrar un poco de motivación para ese domingo, que lo único que parecía motivarle era el hecho de poder quedarse en la cama.

    La terraza olía patéticamente bien. Sam no esperaba ver tanto verde en el centro del Capitolio y, aún así, agradeció ese pequeño paraíso ficticio. Estaba a medio camino entre un rosedal y un montón de lirios cuando oyó una voz familiar. Asomó la cabeza solo para ver cómo Paige parecía haber tenido la misma idea que él.

    La verdad es que no sabía qué decir. Sentía que cualquier cosa que pudiera salir de su boca iba a ser inútil y estúpido. Suerte para él, Paige parecía haberse levantado con ganas de monologar. Se frotó las manos y se mantuvo de pie — Yo… — lo dudó un poco —. Bueno, no quiero que esta semana se termine. Es decir… Si se termina es porque han empezado los juegos y… — eso significaba que él estaría muerto. Posiblemente ella también. Nunca había estado tan consciente de lo frágil de su vida hasta entonces.

    Dejó caer las manos y suspiró con cansancio — No puedo dormir sin soñar un montón de mierda — se quejó con actitud lastimera —. Vine aquí para ver la salida del sol, pero no puedo dejar de pensar… — no quería tocar el tema y, al mismo tiempo, sabía que era inevitable — ¿Qué vamos a hacer, Paige?


    Samuel J. Hammond
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    Paige M. Dalisay
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    when the night was full of terrors
    06/08/2471 Terraza PRIVADO

    Si se termina es porque han empezado los juegos y…

    Y morirían, eso sería lo que harían. Entendía que no quisiera decirlo en voz alta, que aquello, probablemente, fuera inútil y tan sola sirviera para que las náuseas y nervios volvieran a sus cuerpos. Era algo intrínseco en aquella frase, también algo inevitable dada su nueva situación.

    Paige sabía que alguien ganaría, pero era lo suficientemente realista para tener claro que no sería ella. No ella con su poca capacidad para memorizar, con la molesta manía de su cabeza por distraerse con todo lo que tenía a la vista. No ella, que solo había nacido con talento para jugar a videojuegos, hacer música y pasarse horas tirada en su cama. Y ojalá ganara Samuel; en serio, Paige quería que ganara él y, si el mundo le premiara con un último deseo, asegurando que lo que pidiera se cumpliría, eso sería lo que desearía: que ganara él.

    Pero ahí no había deseos, y la suerte parecía habérseles acabado en el momento que sus nombres habían salido de aquella urna. O quizás ella nunca la hubiera tenido. Prensó los labios, escuchando sus frases entrecortadas, esperando que no hiciera la pregunta que, al final, acabó haciendo. Apretó más el abrazo a sus piernas, no elevó los ojos para mirarlo.

    Vamos a morir. —Sabía que no se refería a eso con su pregunta, pero era bueno empezar con lo que, al menos, tenían por seguro. Y ella no se sentía optimista, ni siquiera con ganas de entrenar o luchar—. Porque supongo que no  te habrás llenado de falsas esperanzas, asumiendo que vamos a poder hacer algo más que eso. —Frunció los labios, todavía negándose a mirarlo—… ¿No? —Quizás él fuera más optimista, tal vez uno de los dos sí que creyera en las capacidades de ambos.

    Deshizo el agarre de sus piernas, mas no bajó los pies del banco. Reunió coraje y, entonces y solo entonces, fue capaz de elevar el mentón para mirarlo a los ojos. —No me puedo creer que vaya a morir sin llegar a diamante en el Magic Tale Fantasy. —Podría parecer una tontería, algo estúpido que decir, pero fue ahí cuando sintió que los ojos se le llenaron de lágrimas. No era el maldito videojuego lo que le importaba, sino lo que aquella frase trajo consigo: todo lo que no iba a poder hacer nunca más, la manera en la que iba a morir demasiado pronto; sin graduarse, sin haber ido a una fiesta en condiciones, sin haberse emborrachado, sin haber visto cómo su madre empezaba a mejorar—. Al menos no tendré que examinarme de Historia de la Magia —Su voz sonó queda y rota. Pestañeó y luego apretó los ojos, todo para tratar de que las lágrimas no salieran. Porque no quería haberse pasado un día entero sin llorar para, a la hora de la verdad, hacerlo delante de él. O delante de alguien, en general—. Ojalá esto fuera un videojuego. De ser así, te aseguro que ganaríamos —dijo, y luego apartó la mirada, porque eso no era un videojuego.

    Paige M. Dalisay
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    Sam movió los hombros con clara incomodidad y se rascó la nuca — No quiero morir dándome por vencido — tal vez estaba sonando como un iluso, pero tampoco iba a mentirle —. No es que me vea como un vencedor ni mucho menos, pero sería estúpido no querer pelear. No me importan los demás, no los conozco como para poner sus vidas por delante de la mía… — lo dudó un poco, no muy seguro de cómo Paige iba a tomarlo — … o la tuya, si vamos al caso — le parecía de lo más lógico, incluso si ella pensaba que era un estúpido.

    La observó y escuchó en silencio. Podía entender de dónde venía el pesimismo y, de todos modos, Sam notó cómo el ceño se le iba frunciendo más y más. No fue hasta que ella terminó de hablar que se le escapó un bufido — Ya basta — reprochó —, deja de hablar de esa manera. Suena como que tú misma te encuentras tallando tu lápida — sabía que no podía culparla, al menos no del todo, pero si esa era la última semana que tenían para respirar no deseaba terminar de esa manera.

    Dio los pasos necesarios para tomar asiento a su lado. Mantuvo las rodillas separadas en lo que se frotaba las manos con la vista en el suelo. — Tengo en claro que no sirve de nada lo que te vaya a decir, pero yo creo que eres genial, Paige — pudo notar cierto calor trepando por su cuello, pero su voz sonó segura —. Estoy seguro de que eres más lista que todos los demás y sé que no somos los más fuertes, pero los dos sabemos que los músculos no lo son todo. Quizá… No lo sé. Podamos encontrar el modo de que alguno de los dos vuelva a casa. Eso es lo único en lo que puedo pensar ahora — quizá era una línea desesperada, pero no podía resignarse tan rápido.


    Samuel J. Hammond
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    No pensaba que Samuel fuera un estúpido, pero sí un iluso y un optimista. No dijo nada, de todos modos; no replicó, solo permaneció pendiente de sus palabras y movimientos. Paige tampoco conocía al resto y entre sus planes no entraba poner sus vidas por encima de la suya; sin embargo, sí que era lo suficientemente consciente de su situación y habilidades como para saber que no tenía muchas posibilidades se salir vencedora. No era que no quisiera pelear, sino que no se veía capaz de hacerlo. Creía que sería en vano; que, si iba a morir, daba igual hacerlo al principio que al final.

    El ceño de Sam se frunció y Paige se vio obligada a apartar la mirada, desconcertada por sus palabras. ¿Le estaba echando la bronca? No era su culpa haber acabado ahí ni ser lo suficientemente realista para saber qué era lo que se avecinaba. No era nada nuevo, su pesimismo no lo había adquirido recientemente. Era intrínseco, siempre había sido así. —No estoy tallando mi lápida —pronunció, apoyando las manos en el banco, a ambos lados de su cuerpo—, ellos ya han tallado las de todos los que estamos aquí. Solo estoy siendo realista.

    Siempre había pensado que, si iba preparada para la peor alternativa posible, cuando esta  se hiciera realidad ya no le pillaría por sorpresa ni dolería tanto.  

    Ni se esperaba que de los labios de él salieran aquellas palabras ni supo cómo reaccionar a ellas. Se tomó unos segundos, unos en los que se percató de que su respiración se había ralentizado mientras lo escuchaba y notaba que se sentaba a su lado. Nunca le habían dicho nada así, no creía que nadie antes hubiera usado la palabra “genial” para referirse a ella. Sintió cómo un lágrima patinaba por su mejilla, pero fue rápida a la hora de atraparla con las yemas de sus dedos. —No tienes que sentirte en la obligación de intentar animarme solo porque estemos juntos en esto —espetó, enderezando la espalda y manteniendo la mirada en el frente—. Ni siquiera me conoces tanto, solo empezamos a hablar recientemente porque nos encontramos por casualidad. Y tampoco somos amigos, no nos ha dado tiempo a serlo del todo. —Retiró la mirada, giró la cabeza hacia el otro lado. Quizás, si hubieran seguido hablando, lo hubieran acabado siendo, pero ninguno de los dos podía llegar a saber qué hubiera sido de ellos en otras circunstancias.

    ¿Y qué piensas hacer para que al menos uno de los dos vuelva a casa? —Preguntó, repitiendo sus palabras. Seguía notando los ojos aguados, por eso le costó volver a mirarlo—. Quizás tú seas listo, pero yo no. ¿Cómo vamos a destacar? Solo somos dos personas que ni siquiera destacaban en clase. ¿Manteniéndonos juntos? ¿Trabajando unidos e intentando ser optimistas? —Contrajo los dedos que tenía apoyados contra el banco, solo para volver a estirarlos otra vez—. No sé cómo gustarle a la gente, nunca lo hecho. Tú quizás sí que logres gustarles porque eres muy… muy tú. —Una vez le había llamado aburrido, pero en ese momento era capaz de percibir muchas más cosas en él.

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    Supuso que Paige lo estaba haciendo otra vez. Eso. Levantar un muro entre ella y el resto del mundo. Sam no la conocía mucho, pero estaba seguro de que ya había captado cómo funcionaba su lógica: las personas no eran una molestia si nadie formaba parte de su vida. — Tal vez no somos amigos — admitió con mucho cuidado en sus palabras —, pero eres lo más parecido a una que tengo en este lugar.

    Se sentía tonto y vulnerable, pero sabía que no tendría otra oportunidad para serlo. Estaban rodeados de desconocidos en una ciudad que no solo era nueva, sino que también los rechazaba. Quizá Paige no era la persona más cercana a él dentro de su vida, pero era lo único que le quedaba de su hogar.

    La forma que ella tenía de hablar le hacía sentir como un estúpido. Sam sabía que no tenía ni idea de cómo sobrevivir, pero encogerse de hombros frente a esa pregunta solo hizo que se diera cuenta de lo bobo que podía ser. Claro que Paige tenía la forma exacta de apuntar todas sus fallas y él no pudo hacer otra cosa que responder con un ruedo de ojos — ¿Muy yo? — Cuestionó — No sé agradarle a nadie. Tú ni siquiera me soportas, solo me toleras porque hablo mucho como para ser un fastidio. Tú mismo lo dijiste en la heladería — por muy infantil que fuera, se hundió en el asiento con los brazos cruzados sobre el pecho.

    Desvió la mirada en dirección a las flores coloridas del rincón. El cielo parecía ser un manto naranja sobre sus cabezas mientras que, poco a poco, el sol se alzaba sobre ellos. Sam suspiró — No tengo idea de cómo hacerlo — confesó —, pero pensé que podríamos hacerlo juntos. Dos cabezas funcionan mejor que una. Tal vez podemos enfocarnos en conseguir un buen puntaje en las pruebas de los vigilantes para que nos tomen en cuenta, no lo sé. Si no quieres, pues… Supongo que debemos jugar cada uno nuestro juego. Al fin y al cabo, solo uno regresará a casa — salvo que él no quería verla como una enemiga, pero no podía hacer nada si a la inversa era diferente.


    Samuel J. Hammond
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    No entendía por qué tenía que ser así. Él, Samuel. ¿Era necesario que quisiera hacer justo lo contrario que ella? Paige quería alejar al mundo para que, cuando llegara el final, nada le afectara y Samuel… él buscaba aferrarse a lo más cercano que pudiera conseguir para no sentirse completamente solo.

    Suponía que ambas cosas eran válidas, pero le exasperaba que no pudieran estar de acuerdo en eso. Podría decirle que quería ir por libre, mantenerse lo más lejos posible de él y los demás, pero no sabía si iba a soportar verlo por el piso que compartían, caminando con la cabeza agachada y pidiendo disculpas si se cruzaban en el ascensor o al doblar un pasillo. Por Merlín, detestaba que se disculpara tanto.

    Muy tú —repitió, porque ni quería explicarlo ni sabía cómo hacerlo. Carraspeó, alzando el mentón y dejando que sus ojos se perdieran entre los colores anaranjados del cielo mientras él hablaba. Al final, terminó lanzándole unas furtivas miradas de soslayo, sintiendo la obligación de tragar con fuerza cuando él se hundió en el banco—. ¿Soportar y tolerar no es lo mismo? —No lo sabía, las palabras no eran tampoco su fuerte, pero sonaban similares—. No es eso, es que… —¿Cómo se lo explicaba? Devolvió su mirada al cielo, pero terminó bajándola hasta que la fijó en la tela oscura de su pijama—. Bah, eso. Sí, hablas mucho.

    La presión se implantó en su pecho cuando dejó la decisión en sus manos. No se había parado a pensar qué haría en las pruebas de los vigilantes, asumiendo que estaba condenada a hacer el ridículo a no ser que le dieran un bajo y le permitieran tocar. Sintió un nudo en la garganta, se vio incapaz de deshacerlo. —Había pensado en ir por libre, la verdad. Quería hablar con Joan a ver qué le parecía. —Con su mentora, no con él. Se mordió el labio con una clara expresión de culpabilidad—. ¿De verdad crees que nos iría bien a los dos juntos? —Sus labios se despegaron, buscando en Sam una respuesta que ella era incapaz de descubrir.

    Mantuvo las palmas de las manos contra el banco, y el nerviosismos que sentía se vio reflejado en sus forma de mover los dedos; las uñas tamborileaban contra la madera, incapaces de contenerse. —El problema no está en hacer las cosas juntos, pero no quiero acabar cogiéndote car… Ya sabes, teniéndote aprecio, Samuel. Ya sé que eres medio aburrido y básico y hablas mucho y te disculpas sin motivo, pero no sé. —Se mordió la parte interna del labio inferior, sintiendo cómo el calor inundaba sus mejillas—. No tengo muchos amigos y no quiero que tú te conviertas en uno cuando estás a punto de morir. O cuando estoy yo a punto de morir. O los dos. —Giró el cuerpo, dándole ligeramente la espalda y mirando hacia el lado contrario en el que él se encontraba—. ¿Lo entiendes, verdad?

    Paige M. Dalisay
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    Samuel J. Hammond
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    El insulto no fue algo que le hiciera daño. Samuel tenía bien en claro que Paige era excelente con los ataques verbales. Lo malo era que eso no podía ser utilizado en la arena, pero qué va.

    No dijo nada porque no estaba seguro de qué opinar. Tuvo la intención de quedarse callado en señal de huelga hasta que una pregunta llegó en su dirección — Es mejor juntos que solos. ¿Crees que los demás no encontrarán con quien hacer alianzas? ¡Los del dos son hermanos! — No tenía idea de lo que pensaba Paige, pero él no era tan tonto como para confiar que podría vencer a un grupo por su propia cuenta.

    Notó cómo la tensión en sus hombros se iba apagando. Era patético. Ladeó la cabeza para observar el perfil de su compañera y se preguntó si su nariz siempre había terminado en forma de botón. Tomó aire — Lo entiendo — aceptó en un murmullo —, pero no quiero morir solo, Paige. Estoy seguro de que nadie aquí merece eso. Ni siquiera tú, que tanto te gusta la soledad.

    Le costó un poco más de lo normal, pero le dedicó una suave sonrisa. Le propinó un codazo cuidadoso y desvió la mirada al frente — No tengo que ser tu amigo — levantó los ojos en dirección a las nubes. Parecía que sería un bonito día de verano. Uno de esos en los cuales incluso él querría salir al parque —. Podemos ser lo que tú quieras. Solo deberías saber que no voy a lastimarte ahí dentro. De todas las etiquetas que podrías ponerme, “enemigo” no es una de ellas — mordisqueó sus labios con algo de incomodidad. Un pájaro se posó en una rama cercana y captó su atención visual —. ¿Puedes al menos tolerar eso?


    Samuel J. Hammond
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    Le daba igual que los demás hicieran alianzas. Que se juntaran todos si eso era lo que querían y fueran a por ella. Solo se encogió de hombros, tensa, no queriendo compartir sus pensamientos porque sabía que a Samuel no le gustarían nada. Tal vez, si alguna vez hubiera cogido un arma, se sentiría menos pesimista. Ni siquiera si le dieran la oportunidad de utilizar su varita creería en su capacidad para vencer a alguien. Bufó, sus hombros cayendo en un gesto de derrota.

    ¿Qué más te da morir solo que acompañado? —Si total, iba a estar muerto. Nada más que la pregunta dejó sus labios creyó comprenderlo: que lo importante no era el momento de la muerte en sí, sino el saber que no habías estado solo en los minutos anteriores. Suponía que por ese mismo motivo su padre siempre permanecía al lado de la cama de su madre, incluso aunque ella pasara la mayoría del tiempo dormida—. Tampoco me gusta tanto la soledad, a veces me agobia. Pero es más fácil.

    El codazo hizo que volviera su mirada al frente de una forma lenta y pausada. Trató de no mover un ápice de su cuerpo mientras lo miraba de reojo, sin saber muy bien qué contestar. —Creo que puedo soportar eso —murmuró, pero seguía sintiéndose insegura. Dudosa, al menos; preguntándose si se arrepentiría cuando esa semana terminara y los llevaran a donde fuera que iban a llevarlos, donde tendría que hacerse a la idea de verlo en un campo de batalla.

    No supo por qué accedió, pero creyó que lo había hecho por él. Y porque tampoco quería morir sola. Sus pensamientos transportándolos a ambos a aquel lugar fueron los que hicieron que se moviera sobre el banco, ayudándose del impulso de sus manos para acercarse más a él. Sus hombros se rozaron, Paige se atrevió a esbozar una sonrisa diminuta hacia ninguna parte en concreto. —Mejor no nos llamamos nada y ya. Y yo tampoco voy a lastimarte ahí dentro, aunque para hacerlo primero tendría que saber cómo usar un arma. —Se pecho subió cuando tomó una gran bocanada de aire—. Creo que me hubiera gustado más que me tocara con otra persona, una con la que no hubiera jugado nunca a videojuegos. Todo fue tu culpa por decirme nosequé cuando estaba saliendo de esa librería y por no-invitarme a un helado después —lo culpó, solo que no lo culpaba en lo absoluto. Se humedeció los labios y mantuvo su mirada en el cielo—. Solo intenta no morir antes que yo. Y, si lo haces, ni se te ocurra disculparte.

    Paige M. Dalisay
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